sábado, 4 de abril de 2015

Apostando por el amor Cap. 10

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Jacqueline Baird yo solo me adjudico la adaptación para su disfrute.


Capítulo 10


Edward regresó casi de inmediato, llevando una bandeja con una tetera de porcelana, una taza y un platito que hacían juego, pan tostado y una variedad de mermeladas. Un florero con una exquisita rosa dorada ocupaba el lugar de honor en el centro.

Bella alzó la mirada y vio un destello de diversión en los ojos de Edward cuando éste depositó la bandeja frente a ella.

-       Gracias —sonrió, conmovida por su gesto, y luego añadió, burlona—: Si acostumbrabas a servir a los huéspedes del hotel envuelto en una toalla, apuesto a que todas las mujeres pedían el desayuno en la cama.
-       No, perderías la apuesta —rió Edward—. Reservo este servicio para mi mujer —se inclinó y la besó en la punta de la nariz—. Pero gracias por el cumplido; creo que han sido las primeras palabras amables que me diriges en muchas semanas.
-       Entonces tendré que practicar —murmuró ella al comprender que Edward tenía razón.
-       No necesitas practicar, Bella, creo que eres perfecta tal y como eres —respondió él con voz ronca—. Bueno, excepto por tu afición a las apuestas —se burló, y añadió—: Ahora, desayuna mientras yo me meto en la ducha; te veo muy tentadora y no te sientes bien — Bella rió cuando lo oyó murmurar mientras se dirigía al baño—: Debo practicar mi control.

Había sido una luna de miel maravillosa, pensó Bella cuando se instaló en el Jaguar en el aeropuerto de Londres. Habían permanecido en la isla privada del tío Eleazar, cerca de Creta, en donde tiempo atrás habían pasado un día nadando, riendo y haciendo el amor. Le dirigió una mirada amorosa a Edward, sentado a su lado; luego bostezó y cerró los ojos. Estaba muy guapa, con el pelo aclarado por el sol y la piel ligeramente bronceada, y el hombre a su lado contempló con adoración su figura dormida.
-       Despierta, dormilona.
Bella abrió los ojos y se estiró. Se habían detenido frente al apartamento de la compañía en Eaton Squar.
-       De vuelta a la rutina —comentó, y le sonrió a Edward.
-       Sí, por desgracia. Debo ponerme al corriente en el trabajo y tú debes ir al médico para tu examen mensual.

Deliberadamente, ella había apartado eso de su mente en la euforia vivida las últimas semanas, y el recordatorio de Edward del verdadero motivo de su matrimonio la desalentó. Pero cuando entró en el apartamento del brazo de él y aceptó las felicitaciones del señor y la señora Clearwater, que cuidaban el lugar, no pudo dejar de felicitarse.

Por lo visto, su apuesta estaba dando resultado. Estaba segura de que no existía un marido más atento, y en cuanto a su vida sexual, era perfecta, de día y de noche.
La única restricción que se había impuesto era el silencio; cuando se dejaba llevar por la pasión, a veces tenía que morderse la lengua para no gritar que lo amaba. Edward, por otra parte tendía a la locuacidad, pero hablaba en griego y ella no tenía ni idea de lo que decía. En una ocasión le pidió que se lo tradujera, pero él sólo se rió.

-       ¿Quieres una bebida caliente antes de irte a la cama? —le preguntó ahora Edward, y entornó los párpados al ver su expresión somnolienta.
Estaban viendo las noticias en la televisión y Bella empezaba a dar cabezadas después de la exquisita cena preparada por los Clearwater.
-       No, estoy bien.
-       ¿Estás segura? —se volvió hacia ella y la miró, preocupado—. Ha sido un largo día para ti.
-       Sí —respondió ella con voz ronca, conmovida por su interés y también excitada por esa mirada—. Creo que me iré a la cama temprano. Quiero ir a casa mañana; me olvidé de pedirle a mi vecina que regara las plantas y tal vez ya estén muertas —sonrió se puso de pie y con un inconsciente ademán provocativo, se pasó una mano por el pelo.
-       Este es tu hogar —Edward dejó el vaso sobre la mesa y, furioso, la recorrió con la mirada—. No lo olvides — le ordenó bruscamente.

De pronto, desapareció la tranquilidad de las últimas tres semanas y la tensión invadió el ambiente. La sorpresa paralizó a Bella, y luego se encolerizó ante la altanería de Edward. Tal vez había apostado a que se ganaría su amor, pero no tenía que convertirse en su esclava. De ninguna manera, decidió con rebeldía, y respondió en el mismo tono:

-       ¡No me des órdenes! —no quería gritar, pero experimentó cierta satisfacción al ver la sorpresa en esos rasgos autoritarios—. En cuanto a que esto es un hogar —señaló con un ademán la inmaculada sala—... es un apartamento de la compañía y tú mismo reconoces que lo usas muy rara vez. Sería más sensato que viviéramos en mi casa —no había pensado en ello hasta ahora, pero de pronto recuperó el espíritu que la había hecho triunfar en los negocios y la niebla sensual que la había envuelto durante semanas se empezó a despejar.
-       Nos quedaremos aquí mientras yo quiera —declaró él en tono helado, y se dirigió a la puerta.
-       Pero, ¿por qué? Mi casa es perfecta y tú estarás fuera mucho tiempo. Tengo vecinos... —su voz se apagó y Bella se estremeció al ver la helada indiferencia en sus ojos cuando él se volvió a mirarla.
-       Eres mi mujer y harás lo que yo diga —continuó Edward, implacable—. Ahora te sugiero que te vayas a la cama; te veo cansada. En cuanto a tu casa, mañana haré los arreglos necesarios para ponerla en venta.

Bella se mordió un labio y la cólera cedió el paso al dolor al oír su tono indiferente. ¿Entonces las últimas semanas no habían significado nada para él? Se había imaginado que estaban más unidos, pero ahora ya no estaba tan segura.
-       Eso no es necesario, Edward —se acercó a él y apoyó una mano en su brazo—. ¿No puedes ver que lo que te propongo tiene sentido? Será mucho mejor para mí y para mi hijo —lo presionó.
-       Nuestro hijo. Y yo decido lo que es necesario. No quiero hablar más de eso —la miró a los ojos y le cubrió la mano con la suya—. Debes irte a la cama; yo tengo que trabajar en mi despacho. Me reuniré contigo después.

Ella no respondió. Estaba furiosa por su arrogante suposición de que ella haría lo que él decía, y también tuvo miedo cuando el calor de esa mano sobre la suya la hizo sentir el familiar estremecimiento de placer. Edward le pasó la otra mano por el pelo y añadió:

-       No tardaré mucho —Bella sintió que su desafío desaparecía y su pulso palpitó aceleradamente. Edward sólo tenía que tocarla y hacía que se derritiera.
-       Edward, acerca de la casa... —empezó a decir, y deslizó su mano libre desde el cuello de él hasta su pecho.
-       Ya basta —Edward perdió su helado control y la besó apasionadamente antes de apartarla—. No lo intentes —le advirtió.
-       ¿El qué? —preguntó temblorosa, aún estremecida por el beso.
-       No permitiré que me manipules usando el sexo —giró sobre sus talones y salió.

Más tarde, acostada en la desconocida cama en una habitación decorada en tonos marrón y azul, esperando a Edward, Bella se sentía furiosa. Lo amaba, y, sin embargo, él se atrevía a acusarla de usar el sexo para manipularlo. Si acaso, lo cierto era lo contrario; era Edward el que siempre se salía con la suya simplemente porque ella no podía negarle nada. No sabía si podría continuar con la apuesta de ganarse su amor, pero tenía la desoladora impresión de que no ganaría. Se conocía muy bien para saber que no estaba hecha para representar el papel de ama de casa. A la larga, Edward, con sus bruscos cambios de humor y su arrogante suposición de que ella acataría todos sus deseos, acabaría con su paciencia.

Sonrió, entristecida. Siempre supo que Edward era implacable, y había callado porque lo amaba y por el hijo que esperaba, pero su paciencia tenía un límite. Al fin se quedó dormida, inquieta y sola. Cuando despertó por la mañana, vio a Edward de pie a un lado de la cama, con una taza de té en la mano.

Vestía un impecable traje gris oscuro, y en su atractivo rostro, más bronceado después de las vacaciones al sol, había una expresión distante. Pero para Bella era un hombre perfecto y sintió que lo amaba más. Aún somnolienta, estiró una mano.

-       Ven a la cama.
-       Lo siento… debo trabajar —inclinó la cabeza, la besó en la mejilla y añadió con toda calma, como si estuviera en una reunión del consejo—: No salgas sin decirme a dónde vas. Aquí tienes mi número, llámame si necesitas algo —le entregó una hoja de papel y salió.

Para Edward eso estaba muy bien, tenía su trabajo que lo mantenía ocupado, pensó Bella unos días después, pero para ella era un cambio muy grande. Después de pasarse años trabajando, tendría que quedarse todo el día en el apartamento. Edward la llevaba a ver al médico, una vez habían ido de compras a Kensington para luego comer en un pequeño restaurante italiano cerca del edificio en donde estaban las oficinas de las empresas Cullen. La había instalado en un taxi para que regresara a casa, pero él muy rara vez llegaba antes de las ocho y Bella empezaba a sentir que el apartamento era una prisión.

Siguiendo un impulso, llamó a Alice y quedaron en verse ese mismo día para tomar el té en Harrods. Bella se sentía mejor, así que se bañó, se lavó el pelo y se esmeró en maquillarse. Aun así, estaba lista antes de mediodía.
Recorrió el apartamento vacío, y cuando vio su imagen en el espejo del vestíbulo, pensó que no tenía tan mal aspecto. Aún tenía la piel bronceada y llevaba el pelo sujeto en la nuca con un pañuelo. Se había puesto un conjunto nuevo que había elegido Edward, una amplia blusa en tonos amarillo y azul pálido y un pantalón que hacía juego. Era un agradable día de mayo y no se había puesto medias, sólo unas sandalias de tacón bajo. Su único adorno era el collar que Edward le había dado y que había recogido del suelo del baño hacía unas semanas; al recordar la colérica escena de ese día, sintió el impulso de ver a Edward. No se sentía muy segura, pero después de todo era su marido y sabía en dónde estaba su oficina. ¿Por qué no?

Decidida, salió del apartamento y paró un taxi. Lo sorprendería; podrían comer de nuevo en el mismo restaurante y después iría a tomar el té con Alice. Después de todo, debía comer por dos.

Una hora después, cuando introdujo la llave en la cerradura de su casa, en lo último que pensaba era en comer. Pálida y temblorosa, se dirigió a su dormitorio y se desplomó en la cama, llorando impotente, con el cuerpo sacudido por los sollozos. Acurrucada en la cama, lloró hasta que ya no le quedaron más lágrimas.

Tenía la garganta seca, le dolía la cabeza y al fin se volvió boca arriba y se quedó mirando sin ver hacia el techo.

Evocó de nuevo su entrada en el impresionante edificio de los Cullen en el centro de la ciudad. Las puertas se abrieron y vio salir a una pareja. El hombre, alto y moreno, sonreía y se volvió hacia la mujer rubia, le pasó un brazo por los hombros y la besó en la mejilla. Eran Edward y Tanya…

Como si fuera un espectro, Bella se apoyó contra la pared del edificio, viéndolos caminar por la acera y entrar en un restaurante. Traición… engaño… eran palabras muy fuertes, ¿pero de quién era la culpa?, se preguntó.
Su marido, con quien se había casado hacía apenas unas semanas, la traicionaba con otra, pero no podía acusarlo de un engaño. No le había prometido amor, se había casado con ella por el hijo que esperaba. La había obligado a casarse por medio del chantaje; nunca la engañó con promesas de amor eterno.

No, ella sola se había engañado al imaginar que su matrimonio era algo más que una unión de conveniencia entre dos seres responsables de un hijo. Ella misma se había traicionado al hacer una inútil apuesta de ganarse el amor de un hombre que no era digno de ello.

Se sentó, bajó los pies de la cama y se cubrió la cara con las manos. ¿Cómo pudo ser tan tonta? Edward era un hombre demasiado sexual y viril. La noche anterior no la había tocado y ahora sabía por qué; tenía una cita ese día… podía prescindir del sexo por unas horas. Era así de sencillo…

Se puso de pie y recorrió con la mirada la habitación familiar. Una fotografía de su padre en un marco de bronce ocupaba el lugar de honor. La contempló un momento y recordó la primera vez que Edward la traicionó y el consuelo y la fortaleza que había encontrado en su padre. Tal vez estaba equivocado acerca de esa demanda, pero tenía razón en lo referente al carácter de Edward. Su padre se lo advirtió cuando ella tenía dieciocho años. Ojalá hubiera escuchado su advertencia.

Pero no era demasiado tarde, se dijo. Sus padres le habían enseñado a ser fuerte e independiente. ¿Iba a deshonrar su memoria hundiéndose en la desesperación y la autocompasión? ¡De ninguna manera! Se pasó una mano por el vientre; era su bebé, el nieto de ellos. Por su bien sobreviviría a su dolor y lo primero que debía hacer era comer. El vacío que sentía en el estómago no era sólo de desesperación, sino de la necesidad de alimentarse.

Bajó por la escalera y se detuvo en la sala, mirando desalentada la hilera de cajas amontonadas contra la pared. Otra señal de su actitud sumisa en lo que concernía a Edward. En vez de discutir de nuevo con él, le había entregado obedientemente la llave de la casa y le había permitido que se encargara de la venta. Era obvio que, con su acostumbrada eficiencia, se había puesto en contacto con la compañía de mudanzas para que empaquetaran sus pertenencias y eso la hizo estallar, colérica.
-       Maldito bastardo —juró en voz alta—. Pues bien, esta vez ese cerdo no se saldrá con la suya.

Su violento estallido actuó como una catarsis, y al fin pudo ver las cosas con claridad. Había recobrado el sentido común justo a tiempo. Aún tenía su hogar y se quedaría allí. Incluso si tenía que luchar contra Edward en los tribunales, conservaría a su hijo y su independencia.

El sonido de unos puños que golpeaban la puerta la inmovilizó unos segundos, antes de volver a llevarse el tenedor a la boca. Estaba sentada frente a la mesa de la cocina y lo único que había encontrado en los armarios casi vacíos era una lata de judías. Oyó la voz colérica de Edward, que gritaba que le abriera la puerta.

-       Bella, ¿estás ahí? ¿Estás bien?
Bella se detuvo y dejó el tenedor en el plato, porque le temblaba la mano. Realmente, su voz sonaba preocupada.
¡Vaya un embustero!
-       Vete de aquí —le gritó, sin esperar que él la oyera, pero eso la hizo sentirse mejor. Los golpes en la puerta se intensificaron.
-       Abre la puerta, Bella. ¿A qué estás jugando? Alice se preocupó mucho cuando no llegaste.

¡Se había olvidado del té! Debió adivinar que Alice llamaría a Edward de inmediato, y por supuesto, él tenía que representar el papel de marido preocupado y por eso había ido a buscarla. Se puso de pie y cruzó despacio el vestíbulo. Si iría a la cama y Edward podía seguir golpeando la puerta hasta el día del juicio final.

-       Bella, si no me abres, derribaré la puerta.
Bella titubeó un momento. No dudaba de que lo haría. Se dio la media vuelta, irguió los hombros y se dirigió a la puerta. Si lo que quería Edward era una confrontación, la tendría. ¿No había pasado la última hora convenciéndose de que valía más de lo que Edward le ofrecía, y no había decidido remediar esa situación? Pues bien, había llegado el momento de empezar. Ya no era una esclava de la experiencia sexual de Edward; debía aprender a vivir sin él, y cuanto antes empezara, sería mejor. Abrió bruscamente la puerta y sorprendió a Edward con el puño alzado.

-       ¿Has perdido tu llave, Edward? —se la había dado el día anterior—. Pero eso no debería sorprenderme, debes de tener demasiadas —apenas disimuló su desdén. ¡Debía de tener más llaves de apartamentos de mujeres que un cerrajero!
-       ¿De qué diablos estás hablando? —estalló—. ¿Y por qué has dejado plantada a Alice? Te esperó dos horas. Estaba preocupada y me llamó.

Ella lo miró. Se había cambiado el traje con el que salió del apartamento esa mañana y ahora llevaba una camisa de algodón y unos vaqueros. Se preguntó si lo habría hecho en beneficio de Tanya y frunció el entrecejo antes de responder.

-       Siento mucho que te hayas preocupado, pero como puedes ver, estoy bien —su tono era cortante y tuvo que controlar el deseo de acercarse a él y tocarlo, a pesar de lo mucho que la había herido. Los tres primeros botones de la camisa estaban desabrochados, tenía el pelo alborotado y necesitaba afeitarse, pero aun así exudaba tal magnetismo animal que necesitó de toda su fortaleza para ignorarlo.
Edward la recorrió con la mirada, de la cabeza a los pies, como si nunca antes la hubiera visto.
-       Y por supuesto, no se te ocurrió informarme de a dónde ibas —replicó.
-       No. ¿Por qué debería hacerlo? No eres mi guardián —le dirigió una mirada desafiante y le habría cerrado la puerta en la cara, pero tardó demasiado…

Edward la sujetó de la cintura, la levantó en el aire y la llevó a la sala. Ella luchó furiosa, agitando los brazos, pero con la espalda contra el pecho de él, no podía golpearlo. Al fin, Edward la hizo girar para que se enfrentara a él; por un momento, se encendió en ella la llamarada del deseo, pero Bella la ignoró.

-       Suéltame —le pidió bruscamente.
-       Por encima de mi cadáver —sonrió Edward, burlón, y la sujetó de los brazos, observando la palidez de su rostro—. ¿Vas a decirme lo que pasa? No estás bien; has estado llorando y tienes los ojos enrojecidos. ¿A qué diablos estás jugando, Bella? Te exijo una explicación.

¡Le exigía! Y por supuesto, el gran Edward Cullen siempre obtenía lo que quería, pensó Bella con amargura.
Trató de controlarse, asumió una expresión que esperaba fuera de helado desdén y respondió digna:

-       Es muy sencillo, Edward. He decidido vivir aquí, en mi propia casa. Siento haberme olvidado de Alice, pero la llamaré para disculparme. En cuanto a los ojos enrojecidos, estaba viendo una fotografía de mi padre; esta semana es el aniversario de su muerte —improvisó a toda prisa, y con los puños apretados a los costados, rehuyó la mirada de Edward y continuó—: Sé que es un sentimentalismo, pero... —se encogió de hombros y tragó saliva. El silencio se prolongó.

Al fin, Bella tuvo que alzar la vista y sofocó un jadeo al ver la expresión de Edward. Esperaba que se encolerizara, pero en los ojos verdes había un extraño vacío, y al borde de ese vacío ella vislumbró una expresión de sufrimiento. La miraba, y cuando al fin rompió el silencio, su voz sonó diferente, derrotada:
-       De acuerdo, Bella, por el momento viviremos aquí —la soltó y se sentó en el sofá.

Ella lo miró, boquiabierta. Movió la cabeza, tratando de despejar su mente. ¿Qué quiso decir con eso de «viviremos aquí»?
-       ¿Crees que podría tomar una taza de café? Salí del apartamento a toda prisa —la miró, irónico—. Es evidente que no debí preocuparme por ti; por lo visto lo tienes todo bajo control.
Bella dio un paso hacia adelante y se detuvo frente a él.
-       No. No —repitió, desesperada. No se suponía que sucedería eso. Edward debía irse de allí.
-       Así que no tienes café —alzó una ceja, sardónico—. ¿Y por esto debo renunciar a un apartamento de lujo? Vaya, vaya —se burló, y Bella vio todo rojo.

No estaba derrotado ni se sentía atormentado. Como de costumbre, era arrogante y burlón y se reía de ella. En una fracción de segundo, algo estalló en su interior. La cegaron las lágrimas por la cólera y se arrojó hacia él furiosa, tratando de golpear con los puños ese rostro helado. Sentía una amarga furia por la forma en que él había aceptado su historia, y además estaba celosa y resentida. Edward la sujetó de las muñecas y con una facilidad insultante, la recostó en el sofá y la retuvo allí bajo su cuerpo.

-       Aléjate de mí —gritó Bella, y se movió furiosa—. Eres un bastardo, un cerdo —le gritó todos los insultos que pudo, antes de que él le cerrara la boca con la suya. Bella sentía que sus labios la quemaban y el cuerpo de él la oprimió contra el sofá cuando el beso se hizo más intenso y más urgente, hasta que con un gemido desesperado sintió que sucumbía y que un fuego líquido corría por sus venas con una urgencia que la aterrorizaba. La cabeza le daba vueltas y le echó los brazos al cuello.

Al fin, Edward alzó la cabeza, contempló la boca hinchada de Bella y luego la miró a los ojos.
-       Los insultos no te ayudarán —le advirtió con un tono acerado—. Quiero la verdad. Tratabas de huir de mí y quiero saber por qué.

Quería la verdad, lo único que ella no podía darle; tenía demasiado orgullo. No podía hablar. Edward se hizo a un lado, con un muslo sobre sus piernas para retenerla prisionera, pero la alivió de su peso.
-       No guardarás silencio de nuevo, Bella, eso no te dará resultado. Sé que no soy un experto con las mujeres sólo tienes que ver mi historia para saberlo, pero…
-       Estás bromeando, por supuesto —observó mordaz, pero Edward no captó su sarcasmo.
-       No, pero honestamente pensé que, dado que estamos casados, al fin todo iba bien. Me aceptaste como tu marido, aunque sé que mi actitud no fue muy honorable cuando recurrí al chantaje, pero pensé que nuestro matrimonio tendría éxito. Sin embargo, cuando esta noche regresé al apartamento y descubrí que te habías ido, no podía creerlo. Casi me volví loco cuando Alice me llamó, y he pasado las peores horas de mi vida pensando que estabas herida o algo peor. Llamé a todos los hospitales antes de venir aquí.

Ella quería creer que su preocupación era sincera, pero no se atrevía. Lo miró en silencio y sintió que los latidos de su corazón se apresuraban. Edward le deslizó una mano sobre el cuello y la miró con fijeza al sentir las palpitaciones aceleradas de su pulso.

-       Me deseas —murmuró con voz ronca, y la obligó a mirarlo, rozando sus labios con los suyos—. El sexo nunca ha sido un problema entre nosotros, Bella, así que dime qué es lo que anda mal.

Por un momento, ella se sintió tentada de confesarle la verdad, pero la detuvo el temor de una humillación mayor.

-       ¿Aún no lo sabes? Haría cualquier cosa por ti — murmuró contra sus labios—. Pero debo saber lo que necesitas, lo que quieres —mientras hablaba, deslizó la mano para acariciarle los senos.

Sus manos, su voz y la presión de su duro cuerpo la seducían. Echó la cabeza hacia atrás y lo miró a los ojos, pero lo que vio en ellos la hipnotizó. El atractivo rostro parecía tenso, como si sintiera un dolor insoportable, y sus ojos brillaban febriles.
-       Te quiero, Bella —declaró con voz áspera—. Eres lo mejor que me ha sucedido y no quiero perderte.

Bella estaba demasiado aturdida para hablar. Empezó a temblar con violencia y él la estrechó contra su musculoso cuerpo.
-       Por todos los cielos, Bella, di algo. Estoy desnudando mi alma y tú...
-       ¿Es cierto que me quieres? —preguntó, temblorosa, y Edward la miró con fijeza, con el cuerpo rígido.
-       Oh, Dios, tú lo sabes. Te lo he dicho cientos de veces cuando hemos hecho el amor. Me casé contigo. ¿Cómo puedes dudarlo?
Ella quería creerle, pero...
-       Pensé que era sólo por el bebé.
Edward la miró un momento con incredulidad y luego se echó a reír, pero su risa era dura, sin el menor rastro de diversión.

-       Tienes una opinión tan baja de mí, que será mejor que lo sepas todo. Te dejé embarazada deliberadamente, o por lo menos, eso esperaba.
-       ¿Qué? —exclamó ella. Pero ahora que lo pensaba, era extraño que Edward, que había insistido ni que ella estuviera protegida la primera vez que hicieron el amor, no hubiera tomado las mismas precauciones ahora que tenían más edad y sabían más… - ¿Así que lo hiciste deliberadamente? —su confesión la había desconcertado.
-       Sí. Lo sé… fue algo despreciable. Pero cuando volví a verte en la fiesta de Alice, decidí que serías mía. Pensé que lo había logrado esa noche en mi apartamento, cuando aclaramos los errores acerca del pasado, y te habría hecho el amor entonces, de no ser por esa llamada telefónica. Cuando estuve en Estados Unidos sólo vivía para escuchar tu voz, y cuando regresé a Londres no podía esperar el momento de verte, y pensé que tú sentías lo mismo.
-       Y así fue —respondió ella sin pensarlo.
-       Pero saliste conmigo por una apuesta —le recordó Edward, y la apartó para mirarla con fijeza—. Lo supe todo el tiempo, pero eso no impedía que te deseara. Cuando te hice el amor esa noche, fue mi estúpido orgullo masculino el que me hizo echarte en cara la apuesta. Sabía que debía regresar a Corfú y pensé que no te haría daño perder la apuesta, porque yo regresaría en una semana y continuaríamos nuestra relación en donde la habíamos dejado. Por desgracia, me entretuve en Corfú. Pero no puedo arrepentirme de esa noche, porque gracias a eso te casaste conmigo.
-       Gracias a eso y a tu chantaje —se burló Bella. De pronto, sintió alivio y se acurrucó contra él. Sintió los labios de Edward sobre su pelo, y cuando le rozó una oreja, se estremeció de placer.
-       Olvida el chantaje —le alzó la barbilla con un dedo y sonrió perversamente—… pensé que había ganado. En la cama y fuera de ella, tú eres todo y más de lo que yo había soñado —la miró a los ojos—. No te pido tu amor, Bella… sé que no lo merezco… pero quiero que te quedes a mi lado —la estrechó contra su pecho y gimió—. Esta noche he sufrido el tormento de los condenados cuando desapareciste, y no creo que pudiera soportarlo por segunda vez.

Bella trató de hablar, pero no podía, porque la emoción le cerraba la garganta. Tragó saliva y Edward la recostó en el cojín. Bella buscó la verdad en su rostro y vio sus rasgos rígidos. Cuando sus miradas se encontraron, vio el corazón de él en sus ojos; se había despojado de la máscara de helada arrogancia para revelar al hombre vulnerable debajo de ella, y le creyó.

-       Edward… —murmuró, pero él no la oía, porque estaba concentrado en su confesión.
-       De manera que si para ti significa tanto vivir en esta casa, nos quedaremos aquí, porque no te dejaré ir —inclinó la cabeza, y su mano cubrió de nuevo la curva de un seno.

Bella sintió una oleada de deseo y cerró los ojos. Él la amaba y jamás la dejaría ir. Vivirían allí… de pronto recordó el motivo por el cual estaba ella en su casa y lo empujó furiosamente, haciéndolo caer al suelo.
-       Santo Dios —exclamó, indignada y sin importarle que Edward estuviera de espaldas en el suelo—. Casi me he dejado engañar… y pensar que me acusaste de manipulación sexual. ¿Amor? Ni siquiera conoces el significado de esa palabra. Te he visto hoy con tu amiga Tanya. ¿Por quién me has tomado… por una absoluta idiota? — estaba gritando, pero no le importaba. Ni siquiera vio la incrédula mirada de Edward cuando bajó furiosamente los pies al suelo y se sentó.
-       ¿Tanya? Así que a eso se debió todo —Edward echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír.

Alterada y furiosa, Bella se puso en pie de un salto. La risa de Edward fue la gota que derramó el vaso, y ella trató de darle un puntapié en la parte más vulnerable, pero Edward la sujetó del tobillo y la hizo caer encima de él, para estrecharla con fuerza en sus brazos; Bella quedó con el rostro sepultado en su pecho. Logró liberar un brazo y apoyó una mano en su hombro para erguirse, pero él entrelazó las piernas con las de ella y se encontró atrapada entre sus muslos.
-       Peleas sucio, Bella —la miró y sonrió triunfante—. Tú y yo somos muy parecidos —le enredó el pelo con una mano y la obligó a inclinar la cabeza para besarla en la boca.

Bella trató de luchar, pero en vano. Encima de él, entrelazados en una posición provocativa, Bella sintió que su cólera se desvanecía con la maravilla de ese beso…

-       Estabas celosa, mi pequeña gatita —murmuró Edward sobre sus labios—. No tienes idea de lo feliz que me haces —le echó la cabeza hacia atrás y observó su rostro sonrojado, pero notó su incertidumbre y continuó—: No tenías por qué estar celosa, amor mío. No sé lo que viste.

-       Te vi con Tanya, saliendo de tu oficina; tú la besaste —quería que hubiera una explicación, pero él la había herido demasiado.
-       Bella, jamás he pensado siquiera en serte infiel, no desde el momento en que volví a verte en la fiesta de Alice.
-       ¡Pero yo te vi! —exclamó, herida.
-       Me viste rodeando con un brazo el hombro de una mujer a la que acababa de felicitar porque había hecho un trabajo excelente para mí, por eso la besé en la mejilla… pero eso fue todo.
-       ¿Qué trabajo? —preguntó, desconfiada.
-       Supongo que tendré que decírtelo, pero eso arruinará mi sorpresa. ¿Recuerdas cuando fuimos a recoger a los gemelos, ese día, a la escuela dominical? ¿No viste la vieja vicaría, rodeada de andamios? —le preguntó, y sin esperar respuesta, prosiguió—: Bien, es una casa grande, de piedra, situada en medio de un pequeño bosque a unos cien metros de la carretera.
-       Sí, ¿pero qué tiene que ver eso…?
-       Guarda silencio y escucha —su sonrisa desmentía su tono serio—. Cuando estaba en Estados Unidos, hice arreglos con Jasper para que él comprara la vicaría, y me puso en contacto con un constructor local, así que contraté a Tanya, que es la mejor decoradora de interiores, para tener una opinión femenina de lo que a ti te gustaría.

Bella lo miró aturdida, incapaz de hablar. Él la miraba con una apremiante intensidad, como si quisiera convencerla de sus palabras.

-       ¿Tú compraste una casa para nosotros, cerca de Jasper y Alice? Cuando estabas en Estados Unidos, antes de saber siquiera… —expresó sus pensamientos en voz alta—. Estabas tan seguro…
-       Siempre lo supe, desde el día en que conocí a una joven de dieciocho años en una playa en Paleokastritsa, pero no lo reconocí hasta hace poco. Pensé que tú sabías lo que yo sentía desde nuestra primera cita, cuando te presenté a mi familia.
-       Tu padre me preguntó si iba a casarme contigo… —recordó.
-        Lo sé; yo le había hablado de mis intenciones. Te había perdido una vez y prometí que eso no volvería a suceder. Traté de decirte lo que sentía cuando te llamé desde Estados Unidos, e incluso sugerí que quería una familia. Pero me avergüenza decir que aún no confiaba en ti; esta casa y la apuesta me dolían. Jamás me he sentido tan aliviado como el día en que me confesaste que tu padre te había legado la casa, pero el daño entre nosotros ya estaba hecho cuando me diste esa información —bromeó, y ella se sonrojó.
-       Debí aclararte eso de inmediato, pero tu actitud era tan desdeñosa que me enfurecí...
-       De cualquier forma, cuando hicimos el amor en esta casa, no tuve el valor de declararte mi amor; en vez de ello, traté de disimular mis sentimientos, así que mencioné la apuesta e hice comentarios hirientes acerca de tu estilo de vida, pero me parece recordar que le di a entender que, cuando me acostaba con una mujer, siempre veía tu rostro en la almohada. ¿Por qué crees que siempre salía con castañas? Antes de conocerte, prefería a las rubias.
-       ¿Es cierto eso? No sé si debo sentirme halagada…
-       Si hubiera pensado que estaría lejos de ti otras tres semanas, jamás me habría comportado con esa arrogancia. Te lo suplico, Bella, di que me perdonas.
-       No hay nada que perdonar —suspiró y deslizó la lengua sobre la piel que asomaba por el cuello de su camisa.
-       Eres muy generosa —murmuró él con voz ronca, y la estrechó en sus brazos. Luego hundió la cara en su pelo.

Bella comprendió que le creía, y si él decía la verdad al asegurar que la amaba, entonces también debía de ser cierto lo de Tanya. De pronto, sintió el corazón aligerado y en sus ojos brilló un destello de amor cuando alzó la cabeza y lo miró sonriente.

-       Compraste una casa para nosotros —murmuró, pero había algo que la inquietaba—. ¿Por qué entonces insistías en que viviéramos en el apartamento? Si íbamos a tener una casa en el campo, ¿no habría sido más fácil quedarnos en esta casa?

Edward dejó escapar un suspiro y deslizó las manos con ternura a lo largo de su espalda, pero rehuyó su mirada interrogante y fijó la vista en el techo.

-       Por celos. Habías vivido sola aquí mucho tiempo y el pensamiento de compartir la misma cama que habías compartido con otros hombres…

Bella empezó a reír. Apoyó la cabeza contra el pecho de Edward y le echó los brazos al cuello.
-       Tonto —lo reprendió, y sonrió con ternura—. Te lo dije una vez… ningún hombre ha dormido en mi cama… excepto tú.
-       Ya sé que es una actitud de lo más anticuada… ¿Qué has dicho? —de pronto, captó sus palabras y en un segundo la hizo apoyarse sobre la espalda, dominándola con su cuerpo, pero el destello en los ojos oscuros no era amenazador—. Que tú nunca…
-       ¡No, nunca! Me enamoré de ti cuando tenía dieciocho años y jamás he dejado de amarte —la expresión de sorpresa y amor en el rostro de Edward la hizo sentir el deseo de cantar y comprendió que sí era digno de su amor—. No salí contigo sólo por una apuesta; de hecho, cuando vi que tú eras el primer hombre que cruzaba la puerta, le pedí a Alice que se olvidara de ella. Pero entonces me exasperó tu arrogante suposición de que, puesto que yo no era periodista, no correrías ningún riesgo si salías conmigo.
-       ¿Así de mal me comporté?
-       Sí, pero cuando viajaste a Estados Unidos, comprendí que deseaba que regresaras. Traté de decirme que no era amor, que había pasado demasiado tiempo sola y que ya era hora de que me uniera al mundo de los adultos y me lanzara a una relación con un hombre. Después de esa noche en que hicimos el amor, me sentí furiosa y prometí olvidarte de nuevo.
-       Lo sé. Sentí deseos de matarte cuando rechazaste mi invitación para ir a la ópera y te vi allí, acompañada de ese tipo rubio. Por suerte me enteré de la verdad acerca de él antes de destruirlo.
-       ¿Destruirlo? —exclamó Bella con los ojos muy abiertos.
-        Pensé en ello hasta que el investigador me informó de que ese tipo es homosexual y decidí ignorarlo.
-       Eres implacable, Edward —murmuró, insegura. No le agradaba la idea de que hubiera investigado a Mike, pero no la sorprendió.
-       Sólo cuando quiero proteger a las personas a las que amo, Bella —y diciendo eso, se inclinó para besarla en los labios.

Durante largo tiempo, el único sonido en la habitación sumida en la penumbra fue el de la ropa quitada a toda prisa y luego el de la melodiosa voz de Edward, murmurando con voz ronca toda clase de delicias eróticas, y para Bella el suelo se convirtió en la cama más lujosa, cuando se entregó al amor de su marido…
Un buen rato después, recostada en los brazos de Edward, Bella le dirigió una sonrisa maliciosa.

-       Bien, después de todo no fuiste una mala apuesta, Edward. Pero dime una cosa, ¿qué habrías hecho si yo no hubiera estado embarazada y no me hubiera visto obligada a casarme contigo?

Él no correspondió a su sonrisa, sólo se sentó y se volvió para mirarla, desnuda sobre la alfombra, con un destello de angustia en los ojos oscuros.

-       ¿Te molesta que te haya obligado a casarte conmigo y a tener el bebé?
-       Oh, no. Y estabas equivocado, Edward; jamás pensé en abortar.
-       Creo que siempre lo supe, pero era otra forma de retenerte a mi lado.

Bella se arrodilló y le echó los brazos al cuello, para besarlo en la mejilla, en la barbilla, en cualquier lugar…

-       Te amo y al fin lo reconocí en nuestra noche de bodas. A decir verdad, hice otra apuesta.
-       ¿Hiciste qué? —su grito estremeció la casa—. ¿Con quién apostaste esta vez? No con Alice, porque le confesé todo unos días antes de nuestra boda.

Así que por eso Alice se había mostrado tan reticente la noche antes de su matrimonio, pensó Bella, pero se olvidó de todo cuando Edward la hizo ponerse de pie, estrechando sus manos contra su pecho desnudo.

-       Sólo los incautos apuestan, Bella —su voz era apremiante—. ¿Qué fue esta vez? —quiso saber, y ella sintió el agitado latir de su corazón bajo sus manos—. Lo averiguaré y la cancelaré; tus apuestas ya nos han causado bastantes sufrimientos.
Ella lo miró con una sonrisa secreta y suspiró, dramática.

-       Así que quieres cancelarla… bien, si insistes…
-       Sí insisto, soy tu marido.
-       Es una lástima —murmuró ella, y deslizó la mirada a lo largo del cuerpo desnudo de él, en una deliberada invitación sensual. Soltó su mano y le acarició el pecho y el vientre. Lo oyó sofocar un gemido de placer y sonrió, perversa, cuando vio su obvia respuesta masculina—. Me agradan las apuestas —añadió, y retrocedió.
-       Bella… —exclamó él y trató de acercarla, pero ella lo miró a los ojos y murmuró:
-       El primer día de casados aposté por la pasión y prometí que nuestro matrimonio sería un éxito, pero como soy una mujer obediente, me inclino ante tu juicio superior —declaró, y se echó a reír.

-       No seas mala —rió Edward. Movió la cabeza, incrédulo, la sujetó de la cintura y la besó hasta que Bella se aferró a él. Luego alzó la cabeza, le apartó un mechón de la frente y la miró con un intenso deseo, apenas reprimido—. Bien, soy un hombre muy rico, mi querida Bella —declaró con voz ronca, mientras deslizaba una mano hasta sus caderas y la oprimía contra sus muslos—. Tal vez me haya apresurado. Puedes apostar todos los días de tu vida, siempre y cuando sólo lo hagas conmigo.

Fin

8 comentarios:

  1. Me encantoooo!!!
    Definitivamente por fin Edward da a conocer sus sentimientos reales... Por fin juntos y felices... Y Tanya nunca fue una pared entre esos dos!!!!
    Besos gigantes!!!
    XOXO

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Te lo dije mi adorada Tata xoxo que te ibas a llevar una gran sorpresa con el final. Besos a ti tambien.

      Borrar
  2. Muy entretenida la historia! Pero si te pones a leer bien me parece un insulto a la independencia de la mujer! Por más románticas que seamos (y yo lo soy! ) tenemos que darnos cuenta que si una persona muy vulnerable lee esto y cree que el amor es así estaremos incrementando el machismo. Y inculcando a la mujer que el sexo es la solución. Además de que el hombre es el que manda.. y luego de concluir mi examen sociológico! Ahhhhhhh ese edward loquillo ya me estaba preocupando.. creí que nunca se mostraría tal cual! Amo y odió estas historias son tan tontos los dos! Pero ya todo está bien!

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Estoy contigo niinita black... jajaja me desesperan estas historias, porque la mujer siempre se dejan maltratar asi, de prostis no las bajan, las humillan, ofenden y aun asi con un misero beso vuelven a caer, esta bien amar y que existe una atraccion sexual pero aceptar que te digan de todo antes??? Y los perdonan bien rapido, ashhhh que coraje, porque para ahorrarse todo eso no le dijo que la queria... aunque como es novela pues ya no tendria mucho chiste jajajaja
      Perooooo confieso que soy adicta a estas novelas jajaja por mas coraje que me de no puedo dejar de leerlas

      Borrar
    2. Estoy contigo niinita black... jajaja me desesperan estas historias, porque la mujer siempre se dejan maltratar asi, de prostis no las bajan, las humillan, ofenden y aun asi con un misero beso vuelven a caer, esta bien amar y que existe una atraccion sexual pero aceptar que te digan de todo antes??? Y los perdonan bien rapido, ashhhh que coraje, porque para ahorrarse todo eso no le dijo que la queria... aunque como es novela pues ya no tendria mucho chiste jajajaja
      Perooooo confieso que soy adicta a estas novelas jajaja por mas coraje que me de no puedo dejar de leerlas

      Borrar
    3. Claro que tienen razón, si viéramos esta historia desde el punto de vista que dicen claro que seria un halago al machismo, como mujer también hay momentos en los que me siento ofendida por decirlo de alguna manera, pero como amo leer este tipo de historias, tal vez porque se que al final el amor prevalece y todo es miel sobre hojuelas.

      Borrar
  3. Totalmente de acuerdo con todas, yo tb m indigno por el comportamiento de las protagonistas x ceder siempre tan rápido después de tantas humillaciones pero tp puedo dejar de leerlas jejeje
    Me ha encantado el final, x fin hemos visto al verdadero Edward

    ResponderBorrar