Capítulo 10
Edward regresó casi de inmediato, llevando una bandeja con
una tetera de porcelana, una taza y un platito que hacían juego, pan tostado y
una variedad de mermeladas. Un florero con una exquisita rosa dorada ocupaba el
lugar de honor en el centro.
Bella alzó la mirada y vio un destello de diversión en los
ojos de Edward cuando éste depositó la bandeja frente a ella.
- Gracias —sonrió, conmovida por su gesto, y luego añadió,
burlona—: Si acostumbrabas a servir a los huéspedes del hotel envuelto en una
toalla, apuesto a que todas las mujeres pedían el desayuno en la cama.
- No, perderías la apuesta —rió Edward—. Reservo este servicio
para mi mujer —se inclinó y la besó en la punta de la nariz—. Pero gracias por
el cumplido; creo que han sido las primeras palabras amables que me diriges en
muchas semanas.
- Entonces tendré que practicar —murmuró ella al comprender
que Edward tenía razón.
- No necesitas practicar, Bella, creo que eres perfecta tal y
como eres —respondió él con voz ronca—. Bueno, excepto por tu afición a las
apuestas —se burló, y añadió—: Ahora, desayuna mientras yo me meto en la ducha;
te veo muy tentadora y no te sientes bien — Bella rió cuando lo oyó murmurar
mientras se dirigía al baño—: Debo practicar mi control.
Había sido una luna de miel maravillosa, pensó Bella cuando
se instaló en el Jaguar en el aeropuerto de Londres. Habían permanecido en la
isla privada del tío Eleazar, cerca de Creta, en donde tiempo atrás habían pasado
un día nadando, riendo y haciendo el amor. Le dirigió una mirada amorosa a Edward,
sentado a su lado; luego bostezó y cerró los ojos. Estaba muy guapa, con el
pelo aclarado por el sol y la piel ligeramente bronceada, y el hombre a su lado
contempló con adoración su figura dormida.
- Despierta, dormilona.
Bella abrió los ojos y se estiró. Se habían detenido frente
al apartamento de la compañía en Eaton Squar.
- De vuelta a la rutina —comentó, y le sonrió a Edward.
- Sí, por desgracia. Debo ponerme al corriente en el trabajo y
tú debes ir al médico para tu examen mensual.
Deliberadamente, ella había apartado eso de su mente en la
euforia vivida las últimas semanas, y el recordatorio de Edward del verdadero
motivo de su matrimonio la desalentó. Pero cuando entró en el apartamento del
brazo de él y aceptó las felicitaciones del señor y la señora Clearwater, que
cuidaban el lugar, no pudo dejar de felicitarse.
Por lo visto, su apuesta estaba dando resultado. Estaba
segura de que no existía un marido más atento, y en cuanto a su vida sexual,
era perfecta, de día y de noche.
La única restricción que se había impuesto era el silencio;
cuando se dejaba llevar por la pasión, a veces tenía que morderse la lengua
para no gritar que lo amaba. Edward, por otra parte tendía a la locuacidad,
pero hablaba en griego y ella no tenía ni idea de lo que decía. En una ocasión
le pidió que se lo tradujera, pero él sólo se rió.
- ¿Quieres una bebida caliente antes de irte a la cama? —le
preguntó ahora Edward, y entornó los párpados al ver su expresión somnolienta.
Estaban viendo las noticias en la televisión y Bella
empezaba a dar cabezadas después de la exquisita cena preparada por los Clearwater.
- No, estoy bien.
- ¿Estás segura? —se volvió hacia ella y la miró, preocupado—.
Ha sido un largo día para ti.
- Sí —respondió ella con voz ronca, conmovida por su interés y
también excitada por esa mirada—. Creo que me iré a la cama temprano. Quiero ir
a casa mañana; me olvidé de pedirle a mi vecina que regara las plantas y tal
vez ya estén muertas —sonrió se puso de pie y con un inconsciente ademán
provocativo, se pasó una mano por el pelo.
- Este es tu hogar —Edward dejó el vaso sobre la mesa y,
furioso, la recorrió con la mirada—. No lo olvides — le ordenó bruscamente.
De pronto, desapareció la tranquilidad de las últimas tres
semanas y la tensión invadió el ambiente. La sorpresa paralizó a Bella, y luego
se encolerizó ante la altanería de Edward. Tal vez había apostado a que se
ganaría su amor, pero no tenía que convertirse en su esclava. De ninguna
manera, decidió con rebeldía, y respondió en el mismo tono:
- ¡No me des órdenes! —no quería gritar, pero experimentó
cierta satisfacción al ver la sorpresa en esos rasgos autoritarios—. En cuanto
a que esto es un hogar —señaló con un ademán la inmaculada sala—... es un apartamento
de la compañía y tú mismo reconoces que lo usas muy rara vez. Sería más sensato
que viviéramos en mi casa —no había pensado en ello hasta ahora, pero de pronto
recuperó el espíritu que la había hecho triunfar en los negocios y la niebla
sensual que la había envuelto durante semanas se empezó a despejar.
- Nos quedaremos aquí mientras yo quiera —declaró él en tono
helado, y se dirigió a la puerta.
- Pero, ¿por qué? Mi casa es perfecta y tú estarás fuera mucho
tiempo. Tengo vecinos... —su voz se apagó y Bella se estremeció al ver la
helada indiferencia en sus ojos cuando él se volvió a mirarla.
- Eres mi mujer y harás lo que yo diga —continuó Edward,
implacable—. Ahora te sugiero que te vayas a la cama; te veo cansada. En cuanto
a tu casa, mañana haré los arreglos necesarios para ponerla en venta.
Bella se mordió un labio y la cólera cedió el paso al dolor
al oír su tono indiferente. ¿Entonces las últimas semanas no habían significado
nada para él? Se había imaginado que estaban más unidos, pero ahora ya no estaba
tan segura.
- Eso no es necesario, Edward —se acercó a él y apoyó una mano
en su brazo—. ¿No puedes ver que lo que te propongo tiene sentido? Será mucho
mejor para mí y para mi hijo —lo presionó.
- Nuestro hijo. Y yo decido lo que es necesario. No quiero
hablar más de eso —la miró a los ojos y le cubrió la mano con la suya—. Debes
irte a la cama; yo tengo que trabajar en mi despacho. Me reuniré contigo
después.
Ella no respondió. Estaba furiosa por su arrogante
suposición de que ella haría lo que él decía, y también tuvo miedo cuando el
calor de esa mano sobre la suya la hizo sentir el familiar estremecimiento de
placer. Edward le pasó la otra mano por el pelo y añadió:
- No tardaré mucho —Bella sintió que su desafío desaparecía y
su pulso palpitó aceleradamente. Edward sólo tenía que tocarla y hacía que se
derritiera.
- Edward, acerca de la casa... —empezó a decir, y deslizó su
mano libre desde el cuello de él hasta su pecho.
- Ya basta —Edward perdió su helado control y la besó
apasionadamente antes de apartarla—. No lo intentes —le advirtió.
- ¿El qué? —preguntó temblorosa, aún estremecida por el beso.
- No permitiré que me manipules usando el sexo —giró sobre sus
talones y salió.
Más tarde, acostada en la desconocida cama en una habitación
decorada en tonos marrón y azul, esperando a Edward, Bella se sentía furiosa.
Lo amaba, y, sin embargo, él se atrevía a acusarla de usar el sexo para
manipularlo. Si acaso, lo cierto era lo contrario; era Edward el que siempre se
salía con la suya simplemente porque ella no podía negarle nada. No sabía si
podría continuar con la apuesta de ganarse su amor, pero tenía la desoladora
impresión de que no ganaría. Se conocía muy bien para saber que no estaba hecha
para representar el papel de ama de casa. A la larga, Edward, con sus bruscos
cambios de humor y su arrogante suposición de que ella acataría todos sus
deseos, acabaría con su paciencia.
Sonrió, entristecida. Siempre supo que Edward era
implacable, y había callado porque lo amaba y por el hijo que esperaba, pero su
paciencia tenía un límite. Al fin se quedó dormida, inquieta y sola. Cuando
despertó por la mañana, vio a Edward de pie a un lado de la cama, con una taza
de té en la mano.
Vestía un impecable traje gris oscuro, y en su atractivo
rostro, más bronceado después de las vacaciones al sol, había una expresión
distante. Pero para Bella era un hombre perfecto y sintió que lo amaba más. Aún
somnolienta, estiró una mano.
- Ven a la cama.
- Lo siento… debo trabajar —inclinó la cabeza, la besó en la
mejilla y añadió con toda calma, como si estuviera en una reunión del consejo—:
No salgas sin decirme a dónde vas. Aquí tienes mi número, llámame si necesitas
algo —le entregó una hoja de papel y salió.
Para Edward eso estaba muy bien, tenía su trabajo que lo
mantenía ocupado, pensó Bella unos días después, pero para ella era un cambio
muy grande. Después de pasarse años trabajando, tendría que quedarse todo el
día en el apartamento. Edward la llevaba a ver al médico, una vez habían ido de
compras a Kensington para luego comer en un pequeño restaurante italiano cerca
del edificio en donde estaban las oficinas de las empresas Cullen. La había
instalado en un taxi para que regresara a casa, pero él muy rara vez llegaba
antes de las ocho y Bella empezaba a sentir que el apartamento era una prisión.
Siguiendo un impulso, llamó a Alice y quedaron en verse ese
mismo día para tomar el té en Harrods. Bella se sentía mejor, así que se bañó,
se lavó el pelo y se esmeró en maquillarse. Aun así, estaba lista antes de
mediodía.
Recorrió el apartamento vacío, y cuando vio su imagen en el
espejo del vestíbulo, pensó que no tenía tan mal aspecto. Aún tenía la piel
bronceada y llevaba el pelo sujeto en la nuca con un pañuelo. Se había puesto
un conjunto nuevo que había elegido Edward, una amplia blusa en tonos amarillo y
azul pálido y un pantalón que hacía juego. Era un agradable día de mayo y no se
había puesto medias, sólo unas sandalias de tacón bajo. Su único adorno era el
collar que Edward le había dado y que había recogido del suelo del baño hacía
unas semanas; al recordar la colérica escena de ese día, sintió el impulso de
ver a Edward. No se sentía muy segura, pero después de todo era su marido y
sabía en dónde estaba su oficina. ¿Por qué no?
Decidida, salió del apartamento y paró un taxi. Lo
sorprendería; podrían comer de nuevo en el mismo restaurante y después iría a
tomar el té con Alice. Después de todo, debía comer por dos.
Una hora después, cuando introdujo la llave en la cerradura
de su casa, en lo último que pensaba era en comer. Pálida y temblorosa, se dirigió
a su dormitorio y se desplomó en la cama, llorando impotente, con el cuerpo
sacudido por los sollozos. Acurrucada en la cama, lloró hasta que ya no le
quedaron más lágrimas.
Tenía la garganta seca, le dolía la cabeza y al fin se
volvió boca arriba y se quedó mirando sin ver hacia el techo.
Evocó de nuevo su entrada en el impresionante edificio de
los Cullen en el centro de la ciudad. Las puertas se abrieron y vio salir a una
pareja. El hombre, alto y moreno, sonreía y se volvió hacia la mujer rubia, le
pasó un brazo por los hombros y la besó en la mejilla. Eran Edward y Tanya…
Como si fuera un espectro, Bella se apoyó contra la pared
del edificio, viéndolos caminar por la acera y entrar en un restaurante.
Traición… engaño… eran palabras muy fuertes, ¿pero de quién era la culpa?, se
preguntó.
Su marido, con quien se había casado hacía apenas unas
semanas, la traicionaba con otra, pero no podía acusarlo de un engaño. No le
había prometido amor, se había casado con ella por el hijo que esperaba. La había
obligado a casarse por medio del chantaje; nunca la engañó con promesas de amor
eterno.
No, ella sola se había engañado al imaginar que su
matrimonio era algo más que una unión de conveniencia entre dos seres
responsables de un hijo. Ella misma se había traicionado al hacer una inútil
apuesta de ganarse el amor de un hombre que no era digno de ello.
Se sentó, bajó los pies de la cama y se cubrió la cara con
las manos. ¿Cómo pudo ser tan tonta? Edward era un hombre demasiado sexual y
viril. La noche anterior no la había tocado y ahora sabía por qué; tenía una
cita ese día… podía prescindir del sexo por unas horas. Era así de sencillo…
Se puso de pie y recorrió con la mirada la habitación
familiar. Una fotografía de su padre en un marco de bronce ocupaba el lugar de
honor. La contempló un momento y recordó la primera vez que Edward la traicionó
y el consuelo y la fortaleza que había encontrado en su padre. Tal vez estaba
equivocado acerca de esa demanda, pero tenía razón en lo referente al carácter
de Edward. Su padre se lo advirtió cuando ella tenía dieciocho años. Ojalá hubiera
escuchado su advertencia.
Pero no era demasiado tarde, se dijo. Sus padres le habían
enseñado a ser fuerte e independiente. ¿Iba a deshonrar su memoria hundiéndose
en la desesperación y la autocompasión? ¡De ninguna manera! Se pasó una mano
por el vientre; era su bebé, el nieto de ellos. Por su bien sobreviviría a su
dolor y lo primero que debía hacer era comer. El vacío que sentía en el
estómago no era sólo de desesperación, sino de la necesidad de alimentarse.
Bajó por la escalera y se detuvo en la sala, mirando
desalentada la hilera de cajas amontonadas contra la pared. Otra señal de su
actitud sumisa en lo que concernía a Edward. En vez de discutir de nuevo con
él, le había entregado obedientemente la llave de la casa y le había permitido
que se encargara de la venta. Era obvio que, con su acostumbrada eficiencia, se
había puesto en contacto con la compañía de mudanzas para que empaquetaran sus pertenencias
y eso la hizo estallar, colérica.
- Maldito bastardo —juró en voz alta—. Pues bien, esta vez ese
cerdo no se saldrá con la suya.
Su violento estallido actuó como una catarsis, y al fin pudo
ver las cosas con claridad. Había recobrado el sentido común justo a tiempo.
Aún tenía su hogar y se quedaría allí. Incluso si tenía que luchar contra Edward
en los tribunales, conservaría a su hijo y su independencia.
El sonido de unos puños que golpeaban la puerta la
inmovilizó unos segundos, antes de volver a llevarse el tenedor a la boca.
Estaba sentada frente a la mesa de la cocina y lo único que había encontrado en
los armarios casi vacíos era una lata de judías. Oyó la voz colérica de Edward,
que gritaba que le abriera la puerta.
- Bella, ¿estás ahí? ¿Estás bien?
Bella se detuvo y dejó el tenedor en el plato, porque le
temblaba la mano. Realmente, su voz sonaba preocupada.
¡Vaya un embustero!
- Vete de aquí —le gritó, sin esperar que él la oyera, pero
eso la hizo sentirse mejor. Los golpes en la puerta se intensificaron.
- Abre la puerta, Bella. ¿A qué estás jugando? Alice se
preocupó mucho cuando no llegaste.
¡Se había olvidado del té! Debió adivinar que Alice llamaría
a Edward de inmediato, y por supuesto, él tenía que representar el papel de
marido preocupado y por eso había ido a buscarla. Se puso de pie y cruzó
despacio el vestíbulo. Si iría a la cama y Edward podía seguir golpeando la
puerta hasta el día del juicio final.
- Bella, si no me abres, derribaré la puerta.
Bella titubeó un momento. No dudaba de que lo haría. Se dio
la media vuelta, irguió los hombros y se dirigió a la puerta. Si lo que quería
Edward era una confrontación, la tendría. ¿No había pasado la última hora convenciéndose
de que valía más de lo que Edward le ofrecía, y no había decidido remediar esa
situación? Pues bien, había llegado el momento de empezar. Ya no era una
esclava de la experiencia sexual de Edward; debía aprender a vivir sin él, y
cuanto antes empezara, sería mejor. Abrió bruscamente la puerta y sorprendió a
Edward con el puño alzado.
- ¿Has perdido tu llave, Edward? —se la había dado el día
anterior—. Pero eso no debería sorprenderme, debes de tener demasiadas —apenas
disimuló su desdén. ¡Debía de tener más llaves de apartamentos de mujeres que un
cerrajero!
- ¿De qué diablos estás hablando? —estalló—. ¿Y por qué has
dejado plantada a Alice? Te esperó dos horas. Estaba preocupada y me llamó.
Ella lo miró. Se había cambiado el traje con el que salió
del apartamento esa mañana y ahora llevaba una camisa de algodón y unos
vaqueros. Se preguntó si lo habría hecho en beneficio de Tanya y frunció el
entrecejo antes de responder.
- Siento mucho que te hayas preocupado, pero como puedes ver,
estoy bien —su tono era cortante y tuvo que controlar el deseo de acercarse a
él y tocarlo, a pesar de lo mucho que la había herido. Los tres primeros botones
de la camisa estaban desabrochados, tenía el pelo alborotado y necesitaba
afeitarse, pero aun así exudaba tal magnetismo animal que necesitó de toda su
fortaleza para ignorarlo.
Edward la recorrió con la mirada, de la cabeza a los pies,
como si nunca antes la hubiera visto.
- Y por supuesto, no se te ocurrió informarme de a dónde ibas
—replicó.
- No. ¿Por qué debería hacerlo? No eres mi guardián —le
dirigió una mirada desafiante y le habría cerrado la puerta en la cara, pero
tardó demasiado…
Edward la sujetó de la cintura, la levantó en el aire y la
llevó a la sala. Ella luchó furiosa, agitando los brazos, pero con la espalda
contra el pecho de él, no podía golpearlo. Al fin, Edward la hizo girar para
que se enfrentara a él; por un momento, se encendió en ella la llamarada del
deseo, pero Bella la ignoró.
- Suéltame —le pidió bruscamente.
- Por encima de mi cadáver —sonrió Edward, burlón, y la sujetó
de los brazos, observando la palidez de su rostro—. ¿Vas a decirme lo que pasa?
No estás bien; has estado llorando y tienes los ojos enrojecidos. ¿A qué diablos
estás jugando, Bella? Te exijo una explicación.
¡Le exigía! Y por supuesto, el gran Edward Cullen siempre
obtenía lo que quería, pensó Bella con amargura.
Trató de controlarse, asumió una expresión que esperaba
fuera de helado desdén y respondió digna:
- Es muy sencillo, Edward. He decidido vivir aquí, en mi
propia casa. Siento haberme olvidado de Alice, pero la llamaré para
disculparme. En cuanto a los ojos enrojecidos, estaba viendo una fotografía de
mi padre; esta semana es el aniversario de su muerte —improvisó a toda prisa, y
con los puños apretados a los costados, rehuyó la mirada de Edward y continuó—:
Sé que es un sentimentalismo, pero... —se encogió de hombros y tragó saliva. El
silencio se prolongó.
Al fin, Bella tuvo que alzar la vista y sofocó un jadeo al
ver la expresión de Edward. Esperaba que se encolerizara, pero en los ojos verdes
había un extraño vacío, y al borde de ese vacío ella vislumbró una expresión de
sufrimiento. La miraba, y cuando al fin rompió el silencio, su voz sonó
diferente, derrotada:
- De acuerdo, Bella, por el momento viviremos aquí —la soltó y
se sentó en el sofá.
Ella lo miró, boquiabierta. Movió la cabeza, tratando de
despejar su mente. ¿Qué quiso decir con eso de «viviremos aquí»?
- ¿Crees que podría tomar una taza de café? Salí del
apartamento a toda prisa —la miró, irónico—. Es evidente que no debí
preocuparme por ti; por lo visto lo tienes todo bajo control.
Bella dio un paso hacia adelante y se detuvo frente a él.
- No. No —repitió, desesperada. No se suponía que sucedería
eso. Edward debía irse de allí.
- Así que no tienes café —alzó una ceja, sardónico—. ¿Y por
esto debo renunciar a un apartamento de lujo? Vaya, vaya —se burló, y Bella vio
todo rojo.
No estaba derrotado ni se sentía atormentado. Como de
costumbre, era arrogante y burlón y se reía de ella. En una fracción de
segundo, algo estalló en su interior. La cegaron las lágrimas por la cólera y
se arrojó hacia él furiosa, tratando de golpear con los puños ese rostro
helado. Sentía una amarga furia por la forma en que él había aceptado su
historia, y además estaba celosa y resentida. Edward la sujetó de las muñecas y
con una facilidad insultante, la recostó en el sofá y la retuvo allí bajo su cuerpo.
- Aléjate de mí —gritó Bella, y se movió furiosa—. Eres un
bastardo, un cerdo —le gritó todos los insultos que pudo, antes de que él le
cerrara la boca con la suya. Bella sentía que sus labios la quemaban y el
cuerpo de él la oprimió contra el sofá cuando el beso se hizo más intenso y más
urgente, hasta que con un gemido desesperado sintió que sucumbía y que un fuego
líquido corría por sus venas con una urgencia que la aterrorizaba. La cabeza le
daba vueltas y le echó los brazos al cuello.
Al fin, Edward alzó la cabeza, contempló la boca hinchada de
Bella y luego la miró a los ojos.
- Los insultos no te ayudarán —le advirtió con un tono
acerado—. Quiero la verdad. Tratabas de huir de mí y quiero saber por qué.
Quería la verdad, lo único que ella no podía darle; tenía
demasiado orgullo. No podía hablar. Edward se hizo a un lado, con un muslo
sobre sus piernas para retenerla prisionera, pero la alivió de su peso.
- No guardarás silencio de nuevo, Bella, eso no te dará
resultado. Sé que no soy un experto con las mujeres sólo tienes que ver mi
historia para saberlo, pero…
-
Estás bromeando, por supuesto —observó
mordaz, pero Edward no captó su sarcasmo.
- No, pero honestamente pensé que, dado que estamos casados,
al fin todo iba bien. Me aceptaste como tu marido, aunque sé que mi actitud no
fue muy honorable cuando recurrí al chantaje, pero pensé que nuestro matrimonio
tendría éxito. Sin embargo, cuando esta noche regresé al apartamento y descubrí
que te habías ido, no podía creerlo. Casi me volví loco cuando Alice me llamó,
y he pasado las peores horas de mi vida pensando que estabas herida o algo
peor. Llamé a todos los hospitales antes de venir aquí.
Ella quería creer que su preocupación era sincera, pero no
se atrevía. Lo miró en silencio y sintió que los latidos de su corazón se
apresuraban. Edward le deslizó una mano sobre el cuello y la miró con fijeza al
sentir las palpitaciones aceleradas de su pulso.
- Me deseas —murmuró con voz ronca, y la obligó a mirarlo,
rozando sus labios con los suyos—. El sexo nunca ha sido un problema entre
nosotros, Bella, así que dime qué es lo que anda mal.
Por un momento, ella se sintió tentada de confesarle la
verdad, pero la detuvo el temor de una humillación mayor.
- ¿Aún no lo sabes? Haría cualquier cosa por ti — murmuró contra
sus labios—. Pero debo saber lo que necesitas, lo que quieres —mientras
hablaba, deslizó la mano para acariciarle los senos.
Sus manos, su voz y la presión de su duro cuerpo la
seducían. Echó la cabeza hacia atrás y lo miró a los ojos, pero lo que vio en
ellos la hipnotizó. El atractivo rostro parecía tenso, como si sintiera un
dolor insoportable, y sus ojos brillaban febriles.
- Te quiero, Bella —declaró con voz áspera—. Eres lo mejor que
me ha sucedido y no quiero perderte.
Bella estaba demasiado aturdida para hablar. Empezó a
temblar con violencia y él la estrechó contra su musculoso cuerpo.
- Por todos los cielos, Bella, di algo. Estoy desnudando mi
alma y tú...
- ¿Es cierto que me quieres? —preguntó, temblorosa, y Edward
la miró con fijeza, con el cuerpo rígido.
- Oh, Dios, tú lo sabes. Te lo he dicho cientos de veces
cuando hemos hecho el amor. Me casé contigo. ¿Cómo puedes dudarlo?
Ella quería creerle, pero...
- Pensé que era sólo por el bebé.
Edward la miró un momento con incredulidad y luego se echó a
reír, pero su risa era dura, sin el menor rastro de diversión.
- Tienes una opinión tan baja de mí, que será mejor que lo
sepas todo. Te dejé embarazada deliberadamente, o por lo menos, eso esperaba.
- ¿Qué? —exclamó ella. Pero ahora que lo pensaba, era extraño
que Edward, que había insistido ni que ella estuviera protegida la primera vez
que hicieron el amor, no hubiera tomado las mismas precauciones ahora que
tenían más edad y sabían más… - ¿Así que lo hiciste deliberadamente? —su
confesión la había desconcertado.
- Sí. Lo sé… fue algo despreciable. Pero cuando volví a verte
en la fiesta de Alice, decidí que serías mía. Pensé que lo había logrado esa
noche en mi apartamento, cuando aclaramos los errores acerca del pasado, y te
habría hecho el amor entonces, de no ser por esa llamada telefónica. Cuando
estuve en Estados Unidos sólo vivía para escuchar tu voz, y cuando regresé a
Londres no podía esperar el momento de verte, y pensé que tú sentías lo mismo.
- Y así fue —respondió ella sin pensarlo.
- Pero saliste conmigo por una apuesta —le recordó Edward, y
la apartó para mirarla con fijeza—. Lo supe todo el tiempo, pero eso no impedía
que te deseara. Cuando te hice el amor esa noche, fue mi estúpido orgullo masculino
el que me hizo echarte en cara la apuesta. Sabía que debía regresar a Corfú y
pensé que no te haría daño perder la apuesta, porque yo regresaría en una
semana y continuaríamos nuestra relación en donde la habíamos dejado. Por
desgracia, me entretuve en Corfú. Pero no puedo arrepentirme de esa noche,
porque gracias a eso te casaste conmigo.
- Gracias a eso y a tu chantaje —se burló Bella. De pronto,
sintió alivio y se acurrucó contra él. Sintió los labios de Edward sobre su
pelo, y cuando le rozó una oreja, se estremeció de placer.
- Olvida el chantaje —le alzó la barbilla con un dedo y sonrió
perversamente—… pensé que había ganado. En la cama y fuera de ella, tú eres
todo y más de lo que yo había soñado —la miró a los ojos—. No te pido tu amor,
Bella… sé que no lo merezco… pero quiero que te quedes a mi lado —la estrechó
contra su pecho y gimió—. Esta noche he sufrido el tormento de los condenados
cuando desapareciste, y no creo que pudiera soportarlo por segunda vez.
Bella trató de hablar, pero no podía, porque la emoción le
cerraba la garganta. Tragó saliva y Edward la recostó en el cojín. Bella buscó
la verdad en su rostro y vio sus rasgos rígidos. Cuando sus miradas se
encontraron, vio el corazón de él en sus ojos; se había despojado de la máscara
de helada arrogancia para revelar al hombre vulnerable debajo de ella, y le
creyó.
- Edward… —murmuró, pero él no la oía, porque estaba
concentrado en su confesión.
- De manera que si para ti significa tanto vivir en esta casa,
nos quedaremos aquí, porque no te dejaré ir —inclinó la cabeza, y su mano cubrió
de nuevo la curva de un seno.
Bella sintió una oleada de deseo y cerró los ojos. Él la
amaba y jamás la dejaría ir. Vivirían allí… de pronto recordó el motivo por el
cual estaba ella en su casa y lo empujó furiosamente, haciéndolo caer al suelo.
- Santo Dios —exclamó, indignada y sin importarle que Edward
estuviera de espaldas en el suelo—. Casi me he dejado engañar… y pensar que me
acusaste de manipulación sexual. ¿Amor? Ni siquiera conoces el significado de
esa palabra. Te he visto hoy con tu amiga Tanya. ¿Por quién me has tomado… por
una absoluta idiota? — estaba gritando, pero no le importaba. Ni siquiera vio
la incrédula mirada de Edward cuando bajó furiosamente los pies al suelo y se
sentó.
- ¿Tanya? Así que a eso se debió todo —Edward echó la cabeza
hacia atrás y empezó a reír.
Alterada y furiosa, Bella se puso en pie de un salto. La
risa de Edward fue la gota que derramó el vaso, y ella trató de darle un
puntapié en la parte más vulnerable, pero Edward la sujetó del tobillo y la
hizo caer encima de él, para estrecharla con fuerza en sus brazos; Bella quedó
con el rostro sepultado en su pecho. Logró liberar un brazo y apoyó una mano en
su hombro para erguirse, pero él entrelazó las piernas con las de ella y se
encontró atrapada entre sus muslos.
- Peleas sucio, Bella —la miró y sonrió triunfante—. Tú y yo
somos muy parecidos —le enredó el pelo con una mano y la obligó a inclinar la
cabeza para besarla en la boca.
Bella trató de luchar, pero en vano. Encima de él,
entrelazados en una posición provocativa, Bella sintió que su cólera se
desvanecía con la maravilla de ese beso…
- Estabas celosa, mi pequeña gatita —murmuró Edward sobre sus
labios—. No tienes idea de lo feliz que me haces —le echó la cabeza hacia atrás
y observó su rostro sonrojado, pero notó su incertidumbre y continuó—: No
tenías por qué estar celosa, amor mío. No sé lo que viste.
-
Te vi con Tanya, saliendo de tu
oficina; tú la besaste —quería que hubiera una explicación, pero él la había
herido demasiado.
-
Bella, jamás he pensado siquiera en
serte infiel, no desde el momento en que volví a verte en la fiesta de Alice.
-
¡Pero yo te vi! —exclamó, herida.
-
Me viste rodeando con un brazo el
hombro de una mujer a la que acababa de felicitar porque había hecho un trabajo
excelente para mí, por eso la besé en la mejilla… pero eso fue todo.
-
¿Qué trabajo? —preguntó, desconfiada.
-
Supongo que tendré que decírtelo, pero
eso arruinará mi sorpresa. ¿Recuerdas cuando fuimos a recoger a los gemelos,
ese día, a la escuela dominical? ¿No viste la vieja vicaría, rodeada de andamios?
—le preguntó, y sin esperar respuesta, prosiguió—: Bien, es una casa grande, de
piedra, situada en medio de un pequeño bosque a unos cien metros de la
carretera.
-
Sí, ¿pero qué tiene que ver eso…?
- Guarda silencio y escucha —su sonrisa desmentía su tono
serio—. Cuando estaba en Estados Unidos, hice arreglos con Jasper para que él
comprara la vicaría, y me puso en contacto con un constructor local, así que
contraté a Tanya, que es la mejor decoradora de interiores, para tener una
opinión femenina de lo que a ti te gustaría.
Bella lo miró aturdida, incapaz de hablar. Él la miraba con
una apremiante intensidad, como si quisiera convencerla de sus palabras.
- ¿Tú compraste una casa para nosotros, cerca de Jasper y Alice?
Cuando estabas en Estados Unidos, antes de saber siquiera… —expresó sus
pensamientos en voz alta—. Estabas tan seguro…
-
Siempre lo supe, desde el día en que
conocí a una joven de dieciocho años en una playa en Paleokastritsa, pero no lo
reconocí hasta hace poco. Pensé que tú sabías lo que yo sentía desde nuestra
primera cita, cuando te presenté a mi familia.
-
Tu padre me preguntó si iba a casarme
contigo… —recordó.
-
Lo
sé; yo le había hablado de mis intenciones. Te había perdido una vez y prometí
que eso no volvería a suceder. Traté de decirte lo que sentía cuando te llamé
desde Estados Unidos, e incluso sugerí que quería una familia. Pero me
avergüenza decir que aún no confiaba en ti; esta casa y la apuesta me dolían.
Jamás me he sentido tan aliviado como el día en que me confesaste que tu padre
te había legado la casa, pero el daño entre nosotros ya estaba hecho cuando me
diste esa información —bromeó, y ella se sonrojó.
-
Debí aclararte eso de inmediato, pero
tu actitud era tan desdeñosa que me enfurecí...
-
De cualquier forma, cuando hicimos el
amor en esta casa, no tuve el valor de declararte mi amor; en vez de ello,
traté de disimular mis sentimientos, así que mencioné la apuesta e hice
comentarios hirientes acerca de tu estilo de vida, pero me parece recordar que
le di a entender que, cuando me acostaba con una mujer, siempre veía tu rostro
en la almohada. ¿Por qué crees que siempre salía con castañas? Antes de
conocerte, prefería a las rubias.
-
¿Es cierto eso? No sé si debo sentirme
halagada…
-
Si hubiera pensado que estaría lejos de
ti otras tres semanas, jamás me habría comportado con esa arrogancia. Te lo
suplico, Bella, di que me perdonas.
-
No hay nada que perdonar —suspiró y
deslizó la lengua sobre la piel que asomaba por el cuello de su camisa.
-
Eres muy generosa —murmuró él con voz
ronca, y la estrechó en sus brazos. Luego hundió la cara en su pelo.
Bella comprendió que le creía, y si él decía la verdad al
asegurar que la amaba, entonces también debía de ser cierto lo de Tanya. De
pronto, sintió el corazón aligerado y en sus ojos brilló un destello de amor
cuando alzó la cabeza y lo miró sonriente.
- Compraste una casa para nosotros —murmuró, pero había algo
que la inquietaba—. ¿Por qué entonces insistías en que viviéramos en el
apartamento? Si íbamos a tener una casa en el campo, ¿no habría sido más fácil quedarnos
en esta casa?
Edward dejó escapar un suspiro y deslizó las manos con
ternura a lo largo de su espalda, pero rehuyó su mirada interrogante y fijó la
vista en el techo.
- Por celos. Habías vivido sola aquí mucho tiempo y el
pensamiento de compartir la misma cama que habías compartido con otros hombres…
Bella empezó a reír. Apoyó la cabeza contra el pecho de Edward
y le echó los brazos al cuello.
- Tonto —lo reprendió, y sonrió con ternura—. Te lo dije una
vez… ningún hombre ha dormido en mi cama… excepto tú.
- Ya sé que es una actitud de lo más anticuada… ¿Qué has
dicho? —de pronto, captó sus palabras y en un segundo la hizo apoyarse sobre la
espalda, dominándola con su cuerpo, pero el destello en los ojos oscuros no era
amenazador—. Que tú nunca…
- ¡No, nunca! Me enamoré de ti cuando tenía dieciocho años y
jamás he dejado de amarte —la expresión de sorpresa y amor en el rostro de Edward
la hizo sentir el deseo de cantar y comprendió que sí era digno de su amor—. No
salí contigo sólo por una apuesta; de hecho, cuando vi que tú eras el primer
hombre que cruzaba la puerta, le pedí a Alice que se olvidara de ella. Pero
entonces me exasperó tu arrogante suposición de que, puesto que yo no era periodista,
no correrías ningún riesgo si salías conmigo.
- ¿Así de mal me comporté?
- Sí, pero cuando viajaste a Estados Unidos, comprendí que
deseaba que regresaras. Traté de decirme que no era amor, que había pasado
demasiado tiempo sola y que ya era hora de que me uniera al mundo de los adultos
y me lanzara a una relación con un hombre. Después de esa noche en que hicimos
el amor, me sentí furiosa y prometí olvidarte de nuevo.
- Lo sé. Sentí deseos de matarte cuando rechazaste mi
invitación para ir a la ópera y te vi allí, acompañada de ese tipo rubio. Por
suerte me enteré de la verdad acerca de él antes de destruirlo.
- ¿Destruirlo? —exclamó Bella con los ojos muy abiertos.
- Pensé en ello hasta
que el investigador me informó de que ese tipo es homosexual y decidí
ignorarlo.
- Eres implacable, Edward —murmuró, insegura. No le agradaba
la idea de que hubiera investigado a Mike, pero no la sorprendió.
- Sólo cuando quiero proteger a las personas a las que amo, Bella
—y diciendo eso, se inclinó para besarla en los labios.
Durante largo tiempo, el único sonido en la habitación
sumida en la penumbra fue el de la ropa quitada a toda prisa y luego el de la
melodiosa voz de Edward, murmurando con voz ronca toda clase de delicias eróticas,
y para Bella el suelo se convirtió en la cama más lujosa, cuando se entregó al
amor de su marido…
Un buen rato después, recostada en los brazos de Edward, Bella
le dirigió una sonrisa maliciosa.
- Bien, después de todo no fuiste una mala apuesta, Edward.
Pero dime una cosa, ¿qué habrías hecho si yo no hubiera estado embarazada y no
me hubiera visto obligada a casarme contigo?
Él no correspondió a su sonrisa, sólo se sentó y se volvió
para mirarla, desnuda sobre la alfombra, con un destello de angustia en los
ojos oscuros.
- ¿Te molesta que te haya obligado a casarte conmigo y a tener
el bebé?
- Oh, no. Y estabas equivocado, Edward; jamás pensé en
abortar.
- Creo que siempre lo supe, pero era otra forma de retenerte a
mi lado.
Bella se arrodilló y le echó los brazos al cuello, para
besarlo en la mejilla, en la barbilla, en cualquier lugar…
- Te amo y al fin lo reconocí en nuestra noche de bodas. A
decir verdad, hice otra apuesta.
- ¿Hiciste qué? —su grito estremeció la casa—. ¿Con quién
apostaste esta vez? No con Alice, porque le confesé todo unos días antes de
nuestra boda.
Así que por eso Alice se había mostrado tan reticente la
noche antes de su matrimonio, pensó Bella, pero se olvidó de todo cuando Edward
la hizo ponerse de pie, estrechando sus manos contra su pecho desnudo.
- Sólo los incautos apuestan, Bella —su voz era apremiante—.
¿Qué fue esta vez? —quiso saber, y ella sintió el agitado latir de su corazón
bajo sus manos—. Lo averiguaré y la cancelaré; tus apuestas ya nos han causado
bastantes sufrimientos.
Ella lo miró con una sonrisa secreta y suspiró, dramática.
- Así que quieres cancelarla… bien, si insistes…
- Sí insisto, soy tu marido.
- Es una lástima —murmuró ella, y deslizó la mirada a lo largo
del cuerpo desnudo de él, en una deliberada invitación sensual. Soltó su mano y
le acarició el pecho y el vientre. Lo oyó sofocar un gemido de placer y sonrió,
perversa, cuando vio su obvia respuesta masculina—. Me agradan las apuestas
—añadió, y retrocedió.
- Bella… —exclamó él y trató de acercarla, pero ella lo miró a
los ojos y murmuró:
- El primer día de casados aposté por la pasión y prometí que
nuestro matrimonio sería un éxito, pero como soy una mujer obediente, me
inclino ante tu juicio superior —declaró, y se echó a reír.
- No seas mala —rió Edward. Movió la cabeza, incrédulo, la
sujetó de la cintura y la besó hasta que Bella se aferró a él. Luego alzó la
cabeza, le apartó un mechón de la frente y la miró con un intenso deseo, apenas
reprimido—. Bien, soy un hombre muy rico, mi querida Bella —declaró con voz
ronca, mientras deslizaba una mano hasta sus caderas y la oprimía contra sus
muslos—. Tal vez me haya apresurado. Puedes apostar todos los días de tu vida,
siempre y cuando sólo lo hagas conmigo.
Fin
Me encantoooo!!!
ResponderBorrarDefinitivamente por fin Edward da a conocer sus sentimientos reales... Por fin juntos y felices... Y Tanya nunca fue una pared entre esos dos!!!!
Besos gigantes!!!
XOXO
Te lo dije mi adorada Tata xoxo que te ibas a llevar una gran sorpresa con el final. Besos a ti tambien.
BorrarMuy entretenida la historia! Pero si te pones a leer bien me parece un insulto a la independencia de la mujer! Por más románticas que seamos (y yo lo soy! ) tenemos que darnos cuenta que si una persona muy vulnerable lee esto y cree que el amor es así estaremos incrementando el machismo. Y inculcando a la mujer que el sexo es la solución. Además de que el hombre es el que manda.. y luego de concluir mi examen sociológico! Ahhhhhhh ese edward loquillo ya me estaba preocupando.. creí que nunca se mostraría tal cual! Amo y odió estas historias son tan tontos los dos! Pero ya todo está bien!
ResponderBorrarEstoy contigo niinita black... jajaja me desesperan estas historias, porque la mujer siempre se dejan maltratar asi, de prostis no las bajan, las humillan, ofenden y aun asi con un misero beso vuelven a caer, esta bien amar y que existe una atraccion sexual pero aceptar que te digan de todo antes??? Y los perdonan bien rapido, ashhhh que coraje, porque para ahorrarse todo eso no le dijo que la queria... aunque como es novela pues ya no tendria mucho chiste jajajaja
BorrarPerooooo confieso que soy adicta a estas novelas jajaja por mas coraje que me de no puedo dejar de leerlas
Estoy contigo niinita black... jajaja me desesperan estas historias, porque la mujer siempre se dejan maltratar asi, de prostis no las bajan, las humillan, ofenden y aun asi con un misero beso vuelven a caer, esta bien amar y que existe una atraccion sexual pero aceptar que te digan de todo antes??? Y los perdonan bien rapido, ashhhh que coraje, porque para ahorrarse todo eso no le dijo que la queria... aunque como es novela pues ya no tendria mucho chiste jajajaja
BorrarPerooooo confieso que soy adicta a estas novelas jajaja por mas coraje que me de no puedo dejar de leerlas
Claro que tienen razón, si viéramos esta historia desde el punto de vista que dicen claro que seria un halago al machismo, como mujer también hay momentos en los que me siento ofendida por decirlo de alguna manera, pero como amo leer este tipo de historias, tal vez porque se que al final el amor prevalece y todo es miel sobre hojuelas.
BorrarQué grandioso final....
ResponderBorrarTotalmente de acuerdo con todas, yo tb m indigno por el comportamiento de las protagonistas x ceder siempre tan rápido después de tantas humillaciones pero tp puedo dejar de leerlas jejeje
ResponderBorrarMe ha encantado el final, x fin hemos visto al verdadero Edward