viernes, 29 de abril de 2016

Cap. 11 En el dolor y el amor

Capítulo 11

Edward inclinó la cabeza y le acarició los labios con los suyos. Una vez, dos veces, tres, ella gimió protestando por su juego.
Ella giró la cabeza, intentando atrapar sus labios para obtener un beso más satisfactorio, pero él estaba ocupado en su cuello.
-         Edward, por favor...
No quería más caricias. Necesitaba más, toda su pasión.
-         Sssh... tesoro -su lengua se hundió en su oído-. Será perfecto -su voz y la sensual caricia hicieron que su cuerpo temblara anticipándose a lo que vendría después.
Sus labios se abrieron para dejar escapar un gemido silencioso y finalmente él cubrió sus labios con los suyos firmemente para tomar el control de los cálidos rincones de su boca.
Aquel beso hizo que ella le rodeara el cuello con más fuerza, y entonces recordó que podía tocarlo. Separó su boca de la de él, jadeando de la excitación, pero segura de que en esa ocasión las cosas serían distintas.
-         Quítate la ropa, Edward.
Él se quedó helado. Sus ojos se cerraron mientras ella le veía luchar contra sí mismo.
Entonces dudó de lo que acababa de pedir. Tal vez pudieran seguir y pedirle que se desnudara más tarde. Estaba a punto de pedirle que volviera a besarla cuando él se levantó.
-         No tienes que...
-         Quiero hacerlo. Te lo mereces y yo también. Quiero hacerte mía de la forma más completa en que un hombre puede poseer a una mujer -dijo él, orgulloso.
A ella le encantaba cuando se refería a ella como una «mujer».
Implicaba intimidad libremente elegida, no un matrimonio de conveniencia en el que se sintiera atrapado por su sentido de la integridad.
Ella lo miró mientras se quitaba la chaqueta y después la corbata, que dejó caer al suelo en un gesto de descuido. Después fue el turno de los botones negros, primero los de los puños y después los del pecho. Los soltó uno a uno, revelando progresivamente los contornos de su pecho musculoso hasta que la camisa de seda blanca estuvo abierta del todo. Los caracoles negros de su pecho dibujaban una V que desaparecía provocativamente por debajo de la cinturilla de sus pantalones grises.
Ella contuvo el aliento mientras él se deshacía de la camisa. Después se quitó los zapatos y los pantalones. Los hizo a un lado mientras miraba su cara arrobada, y después fue el turno de los calcetines.
Se quedó de pie, desnudo frente a ella, excepto por los boxers de seda negra. Metiendo los pulgares por debajo de la cinturilla elástica, se los bajó por los muslos mientras ella dejaba escapar un sonido ininteligible al ver la parte más íntima de él.
Tragó saliva.
Abrió la boca, pero como no fue capaz de decir nada, la cerró.
Cerró los ojos. Los abrió.
Sacudió la cabeza.
No estaba resultando de gran ayuda...
-         ¿Se hace más grande? -preguntó ella en un gemido de verdadera mortificación.
Una sonora carcajada hizo que ella subiera la mirada desde su impresionante miembro hasta su cara. Él parecía estarse divirtiendo, pero eso no era divertido. ¿Cómo quería que se enfrentara a eso?
Edward sacudió la cabeza, incapaz de creer la reacción de su mujer. Había esperado algo de preocupación, tal vez algo de pena, pero nunca había pensado en un ataque de nervios a la vista de su miembro en estado de semierección.
Ella estaba verdaderamente asustaba pensando en una erección completa y aquello le levantó la moral de un modo increíble. Ella no lo consideraba un eunuco, más bien pensaba que era demasiado viril. Él sintió que se ponía más rígido y vio cómo ella palidecía. Estaba realmente preocupada.
Ella era pequeña, unos treinta centímetros más baja que él y de constitución delicada, pero no tenía ninguna duda de que sus cuerpos se ajustarían bien.
-         Tu cuerpo fue creado para acomodarse al mío.
Ella se mordió el labio inferior.
-         ¿Estás seguro? Tal vez no esté bien hecha… me sentía llena con tu dedo. No creo que podamos hacer que eso entre dentro de mí.
Si se reía de ella, era hombre muerto. Él lo sabía, pero necesitó de todo su autocontrol para contener la risa y el alivio que le habían provocado sus palabras.
-         No te preocupes, cara, confía en mí.
Él la miró mientras ella tragaba saliva y se preparaba para enfrentarse a lo que estaba por venir.
-         De acuerdo.
Él avanzó con cuidado hacia la cama. Su equilibrio mejoraba a ojos vista, pero no iba a arriesgarse a caerse. Ella pareció hundirse entre las almohadas, con los ojos chocolate llenos de temor. Él se detuvo cuando sus piernas llegaron al borde de la cama.
-         ¿Quieres tocarme?
Era una pregunta difícil de hacer. Estaba teniendo una reacción física ante ella, pero el miedo de no disfrutar de una respuesta sexual plena aún le afectaba. Si ella lo acariciaba y la erección no aumentaba, o lo que era peor, perdía la dureza que había conseguido, sería un golpe terrible para su orgullo.
Pero haberla visto sufrir tanto por su cobardía aquella mañana pareció ser suficiente motivo como para arriesgarse.
Ella no respondió a la cuestión y se quedó mirando su virilidad como petrificada.
Después, sus pestañas descendieron al tiempo que un escalofrío la recorría.
-         Sí -fue sólo un susurro y él apenas la oyó.
-         Tal vez ayudara, tesoro, si empezaras por otro lugar.
Sus brillantes ojos cafés lo miraban como suplicando.
Él la tomó de las manos y la hizo arrodillarse sobre la cama. Después guió sus manos hacia su pecho, colocándoselas sobre los ya estimulados pezones varoniles. Ambos se estremecieron con el contacto. Ella se adelantó y lo besó, lamiéndolo para saborear su piel.
Él gimió
-         Hazlo de nuevo -pidió en un murmullo.
Ella obedeció sin detenerse, esta vez mordiéndolo ligeramente y entonces sus manos empezaron a moverse, como la noche anterior. Pero esa vez él no intentó detenerla. Le arañó con suavidad el pecho, y él le quitó el camisón por encima de la cabeza.
Después, él la atrajo hacia sí, abrazando el suave cuerpo desnudo de ella contra su pecho duro, y los dos se excitaron al notar sus cuerpos uno contra el otro. Él sintió su sexo duró chocar con la suave piel de su vientre y tuvo que contenerse con todas sus fuerzas para no darle la vuelta y penetrarla en ese momento. Saber que lo podía hacer hizo que se endureciera aún más.
Ella podía notar cómo se hinchaba contra ella. Su frente seguía apoyada contra el pecho de él mientras le clavaba las uñas en la muralla de músculos que tenía en frente. Quería tocarlo, pero ahora que era el momento, estaba aterrada. ¿Qué pasaría si lo hacía mal?
¿Y si lo aburría con sus caricias temblorosas e inexpertas?
Pero él tomó la decisión por ella. Le tomo las manos y las fue bajando por su torso hasta que llegaron a los suaves rizos negros bajo su cintura. Ella hizo presión con los dedos y su cuerpo tembló, con lo que ella se sintió más confiada. Con suavidad y firmeza a la vez, él guió su mano hacia la protuberancia dura como una roca.
-         Tócame, amore. Tócame aquí.
Y ella lo rodeó con los dedos, sorprendida por la suavidad de la piel que rodeaba aquella rigidez de acero. Ella lo acarició para probar desde la punta hasta la base, complacida de los gemidos guturales que él dejaba escapar. No se estaba aburriendo. Con su mano cerrada sobre la de ella, le mostró el ritmo y la presión que le daba más placer.
Él dejó caer su mano y ella siguió acariciándolo, alucinada por el modo en que su cuerpo se estaba tensando. Levantó la cabeza para ver la expresión de éxtasis de su cara, el calor de su piel, la dureza de sus pezones y el nivel de excitación general que nunca hubiera soñado con poder generar en él.
-         Deseas que te toque -susurró ella, asombrada.
-         Sí. Mucho.
-         Creía que no lo deseabas -dijo, casi llorando.
Su cuerpo se puso rígido. La empujó sobre la cama y se colocó entre sus piernas abiertas.
-         Me moría porque me tocaras.
-         Pero...
-         No hables, amore. Siente —la interrumpió él, poniéndole un dedo sobre los labios.
Él acarició cada centímetro de su cuerpo, primero con las manos y luego con la boca.
Cuando enterró sus labios en el centro de su feminidad, ella se encogió.
-         ¡No! Edward... Yo... Tú...
Pronto sus palabras incoherentes se tornaron en gemidos de incandescente placer.
Él le hizo el amor con la boca de un modo que la hizo flotar casi desde el principio. Su cuerpo se arqueaba sobre la cama, pero esta vez ella sabía que había más, y lo deseaba.
Lo necesitaba. Lo pidió a gritos de un modo que la hubiera avergonzado si no hubiera estado totalmente perdida en las sensaciones que él provocaba en ella. Cuando él volvió a su posición sobre ella, estaba temblorosa de necesitad.
-         Te deseo -gritó ella.
-         Sí. Puedo verlo -el gesto de satisfacción de su voz habría podido irritarla, pero no en ese momento.
Él intentó entrar, presionando con suavidad.
-         Ahora haremos el amor.
Ella lo miró, sin creer que pudieran seguir adelante. Pero aquello era demasiado importante para los dos.
Él sonrió, pero no divertido, sino con cara de depredador, el hombre primitivo que determinaba su lugar dentro de la jerarquía de la vida de su mujer... en el punto más alto.
-         Eres mía, Bella. Para siempre.
Ella asintió, muda, y sintió cómo su cuerpo se amoldaba alrededor de su rigidez recibiéndolo entero, quedando poseída por él, completa y rodeada.
Era una sensación mucho más íntima de lo que había podido imaginar. Una emoción mucho más devastadora que las que había sentido antes.
Ella no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que él lamió sus lágrimas de sus ojos.
-         ¿Te hago daño? -preguntó, tembloroso.
-         No -dijo ella.
Él salió de ella casi por completo y ella lo agarró, desesperada por que volviera a penetrarla.
Él no pensaba retirarse y volvió a entrar en ella para iniciar un ritmo que fue incrementando hasta bombear con rapidez y dureza.
Ella se estaba preparando para el éxtasis, gritando su nombre y otros ruidos ininteligibles. ¿Podría ser mejor de lo que ya le había dado él? Desde luego lo fue.
Mucho más intenso, tal vez porque los dos lo estaban compartiendo. La fiereza de él se encontró con el rival perfecto en su agresividad sexual.
Entonces el mundo entero explotó a su alrededor y perdió el conocimiento por segunda vez aquel día. Ella gritó y el sonido resonó en sus oídos hasta que Edward se unió a ella en el mayor placer que pueden compartir un hombre y una mujer, arqueando el cuerpo y con su virilidad creciendo de un modo imposible dentro de ella.
La tensión fue desapareciendo de su cuerpo hasta que el torso de él cayó sobre el de ella. Ella lo abrazó con los brazos y las piernas en exuberante delirio.
-         Eres un amante maravilloso, caro.
Su cuerpo saltó de alegría. Con un gemido, él empezó a darle una lluvia de besos sobre la cara. Parecía irreal. Edward dándole las gracias por hacerle el amor. Edward, diciéndole que era la mujer más bella del mundo. Edward besándola extasiado.
Él rodó sobre su espalda y la colocó sobre sí.
-         Grazie, amore.
Ella sonrió.
-         Gracias a ti, amor mío.
-         Me has devuelto la masculinidad -dijo, abrazándola.
¿Podía ser eso comparable al regalo que acababa de hacerle a ella?
-         Te quiero -dijo ella, incapaz de contenerse.
-         Me he sentido seguro contigo -dijo con total satisfacción-. Un hombre puede permitirse ser vulnerable con la mujer que lo ama.
-         Estoy contenta -dijo viéndole la cara de satisfacción y apretándose más contra él.
-         No tanto como yo.
Ella se sobresaltó.
-         ¿Edward?
-         ¿Sí?
-         ¿Qué...? -pero mientras pensaba la pregunta, el cuerpo de Edward le daba la respuesta al arquearse bajo su peso, lanzando su cuerpo tembloroso a un nuevo viaje de exploración.
Bella se despertó con la dulce caricia de sus labios contra su mejilla. Ella sonrió, con los ojos aún cerrados.
-         Buon giorno, tesoro. Abre los ojos.
Ella lo obedeció y se sintió totalmente feliz.
-         Buenos días -le dijo, abrazándolo por el cuello y besándolo.
Él la devolvió un beso posesivo y placentero, que hizo que ella se pegara contra su pecho. Gimiendo, él se retiró.
-         Tengo que irme, tesoro. Tengo una reunión esta mañana que no puedo cancelar, aunque querría.
Ella, que se había extrañado de que se retirase, observó el perfecto traje, su peinado y su cara recién afeitada. Sus ojos la miraban devoradores.
Ella gimió recordando todas las veces que habían hecho el amor en las pasadas veinticuatro horas.
Él le acarició el pelo suelto.
-         Tal vez sea mejor para ti que me vaya.
-         No... no quiero que te vayas -dijo ella haciendo una mueca de desagrado
-         Volveré lo antes que pueda.
Ella arrugó los labios y se sorprendió por ello. Nunca antes lo había hecho. Él dejó escapar un sonido de aprecio y la besó en los labios.
-         Te lo prometo.
Ella lo besó más profundamente y después se retiró.
-         De acuerdo, si lo prometes.
-         Por mi vida -dijo con una sensual sonrisa-. Intentaré que la reunión sea lo más corta posible. Toma un largo baño caliente.
-         ¿Ayudará? -preguntó ella, inocente.
-         Sí -dijo él, serio-. Hablaremos cuando vuelva.
No habían hablado mucho la noche anterior. Ella asintió y sonrió.
Se dirigió hacia ella como si fuera a besarla, pero se detuvo en medio de la habitación y salió con gesto determinado. Ella lo observó, con una sombra de duda pasando sobre toda la felicidad de la noche anterior. ¿De qué quería hablar?
Ella no quiso pensar que fuera algo malo, pues Edward había pasado casi veinticuatro horas haciendo todo aquello de lo que era capaz para darle placer y para hacerla concebir un hijo suyo. Se dijo a sí misma que debía sentirse segura.
Con ese pensamiento, siguió las instrucciones de Edward y tomó un largo baño de burbujas aderezado con un caro aceite de baño, regalo de su suegra. El agua burbujeante se llevó el dolor y las molestias de su cuerpo.
Un poco más tarde y tras un solitario desayuno, puesto que estaba sola en la casa, le anunciaron que la esperaba una visita. Ella se dirigió a la sala admirando los frescos del techo y las pinturas de las paredes como hacía siempre. La casa había sido decorada por los grandes maestros italianos de la época.
Un ruido al lado de la ventana alertó a Bella de la presencia de su visitante.
Tanya estaba de pie junto a la ventana, iluminada por la luz otoñal.
-         Supongo que te crees muy lista -empezó la modelo.
-         No sé a qué te refieres.
Tanya dio un paso adelante, revelándole una mirada de condescendencia.
-         Tontita. No se quedará contigo ahora que es un hombre de nuevo.
¿Cómo podía Tanya saber algo que Edward había descubierto la noche anterior? No podía haberla llamado. Bella empezó a sentir un nudo de nervios en el estómago y empezó a respirar con dificultad.
-         ¿De qué estás hablando?
-         No te hagas la ignorante conmigo. Ya sé que Edward ha vuelto a andar.
Así que no sabía el resto. Se sintió aliviada, pero, ¿cómo se había enterado Tanya de que podía andar? Bella se había enterado el día anterior.
-         Siempre supimos que Edward volvería a andar.
-         Si él hubiera creído eso, nunca me habría dejado marchar -dijo secamente.
Según lo que él mismo le había contado, era cierto que había tenido sus dudas.
-         No sé qué cambia eso —dijo, sin saber muy bien qué decir.
-         Eres una estúpida, ¿verdad?
Bella se puso tensa ante el insulto.
-         Está claro que tienes algo que decir. Te sugiero que lo hagas y que te marches de mi casa.
-         ¿Tú casa? ¿Cuánto crees que durará? Hasta que le des un hijo a Edward. Él sabía que yo no quería quedarme embarazada y estropear mi figura. Cuando hayas cumplido con tus tareas, él volverá a mí, a quien realmente ama.
-         Edward no hará eso -tenía mucha integridad como para abandonar a una madre y a su hijo.
Tanya sonrió viciosamente.
-         Cuando un hombre desea algo, lo sacrifica todo para conseguirlo.
-         ¿Qué te hace creer que te quiere a ti? Te dejó marchar.
-         Pensaba que no podría ser el hombre que yo necesito que sea. Me dejó marchar por mi bien. Ahora los dos sabemos que es distinto.
Bella apretó los puños ante las verdades que estaba diciendo Tanya. El mayor miedo de Edward era no poder volver a hacer el amor, no el no volver a andar.
-         Tú no lo quieres.
La risa de Tanya sonó desagradable.
-         Cuando tienes una relación sexual como la que teníamos Edward y yo, las emociones tontas como el amor no son necesarias.
Bella no podía soportar la imagen de Edward tocando a Tanya del mismo modo que la había tocado a ella.
-         Es hora de que te vayas.
-         No tan rápido. Aún hay algo que quiero decirte y después esperaré a Edward para felicitarlo por volver a andar.
Bella no podía creer la audacia de la otra mujer.
-         Si quieres ver a mi marido, pídele una cita a su secretaria. No eres bienvenida en mi casa.
-         No me iré de aquí.
-         El personal de seguridad de Edward no lo verá igual que tú, supongo.
-         No me echarás a la calle. No tienes agallas -la amenaza de Bella parecía haberla pillado por sorpresa.
Bella abrió la boca para responder cuando oyó la voz de Edward.
-         No sabía que estarías acompañada, cara.
-         Bella se giró hacia él para observar su inexpresiva mirada.
-         Ha venido sin avisar.
-         Y tu mujer acaba de amenazarme con echarme a la calle -la voz de Tanya se había vuelto queda y dolorida. Para disgusto de Bella, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
-         ¿De verdad? -dijo Edward con sonrisa sarcástica.
Tanya cruzó la habitación y se agarró a la chaqueta de él.
-         ¡Sí! No es suficiente con que se haya casado contigo, sino que quiere apartarme de tu vida por completo.
Edward apartó a Tanya de sí y miró a Bella.
-         ¿Es verdad?
-         Sí. Le dije que, si quería verte, le pidiera una cita a tu secretaria. No la quiero en mi casa.
Bella no se preocupaba por las apariencias. Tanya había mentido en Nueva York, había amenazado su matrimonio y ahora Bella era consciente de su poder de seducción sobre Edward. Bella no deseaba incluirla en su círculo de amigos.
Edward asintió.
-         Pero no creo que la cita sea necesaria.
Miró a Tanya y no pudo ver el espasmo de dolor que cruzó el rostro de Bella.
-         Podemos hablar ahora, ¿verdad?
-         Sí, Edward. Por favor. Sólo quería decirte lo feliz que estoy de verte andar de nuevo -dijo, casi ronroneando como un gato.
Edward se alejó de ella y se sirvió un whisky.
-         ¿Cómo lo supiste?
-         Me encontré con la mujer de tu fisioterapeuta accidentalmente mientras estaba de compras. Empezamos una amistad, y no puedes culparme por querer seguirte la pista. Sobre todo después de lo que hemos compartido.
Sus palabras y la obvia falsedad de Tanya hacían que Bella se sintiese enferma. Edward tal vez no hubiera soportado que hubiera expulsado a su ex prometida de la casa, pero eso no significaba que ella tuviera que quedarse a presenciar cómo otra mujer desplegaba toda su artillería con su marido.
Se giró y salió de la habitación.

Edward la llamó, pero lo ignoró al igual que ignoró la voz de Tanya diciéndole que la dejara marchar.

lunes, 18 de abril de 2016

Cap. 10 En el dolor y el amor

Capítulo 10

Cuando casi habían llegado a la clínica, Bella se dio cuenta de que había olvidado tomarse al medicación para el dolor que debía haber tomado una hora antes de someterse al tratamiento. Rápidamente, se tomó un par de analgésicos que llevaba en el bolso, aunque se suponía que sólo tenía que tomar uno. El segundo era para compensar el retraso en tomarlo.
Edward se quedó en la sala de espera mientras ella se cambiaba de ropa y se ponía una bata azul de hospital. Nunca había imaginado que se quedaría embarazada en un ambiente estéril y rodeada de médicos.
Pero tampoco le importó demasiado. Quería tener un niño de Edward, costara lo que costara.
Edward pasó a la sala una vez que hubieron instalado a Bella y le hubieron tomado las constantes vitales y la temperatura. Entró sonriendo, apoyándose ligeramente en el bastón.
Ella le sonrió tímidamente.
-         ¿Te gusta mi traje nuevo? -dijo señalando la bata, intentando hacer una broma.
-         Me gusta más lo que hay dentro -dijo él, inclinándose para besarla.
Sus palabras la dejaron sin hablar de puro placer.
-         ¿Recordó tomarse la medicación contra el dolor? -preguntó la enfermera.
Ella enrojeció y sacudió la cabeza.
-         Pero me he tomado dos de las pastillas que tomo habitualmente para el dolor menstrual.
La enfermera, una mujer morena de mediana edad, asintió a Bella.
-         Eso debería ser suficiente.
Edward se puso tenso a su lado en cuanto pronunciaron la palabra «dolor».
-         ¿Qué medicinas para el dolor? Pensaba que esta técnica era indolora. ¿Qué ocurre?
Bella lo tomó de un brazo para calmarlo.
-         Es sólo por precaución. No hay nada de qué preocuparse. El médico y yo ya hemos hablado de esto.
-         ¿Estás segura? Tal vez podamos esperar...
-         No -dijo ella, tomando aire-. Quiero hacerlo.
Su ceño fruncido indicaba que a él no le convencía la idea.
-         ¡Enfermera! Tal vez debiera tomar la medicina ahora. Seguro que tienen la medicina para estos casos.
La enfermera puso cara de duda.
-         En efecto, pero no creo que sea muy prudente mezclar las dos medicinas. Algunos analgésicos no presentan ningún problema, pero otros...
Bella la interrumpió.
-         No pasa nada. Estaré bien, Edward. No tiene importancia.
Veinte minutos después agarraba la mano de Edward con una fuerza terrible y lamentaba terriblemente su seguridad anterior.
La incomodidad de tener un catéter en el interior de su útero había sido soportable, pero en aquel momento en la zona inferior de su cuerpo el dolor era insufrible. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y la angustia de Edward era también evidente. Él había intentado detener el procedimiento ante los primeros signos de dolor, pero ella había querido continuar. Él la acompañó dándole fuerzas y para ella fue muy importante comprobar el apoyo que podía recibir de él en el momento de tener al niño.
-         ¿Queda mucho? -preguntó Edward. Si la respuesta hubiera sido afirmativa, su reacción habría sido impredecible.
-         Unos segundos más y habremos acabado.
Así fue, pero el doctor le dijo que tendría que permanecer en la posición que estaba, con las caderas elevadas, durante una hora más. Pero los dolores no cesaban. Ella no dijo nada para que no la creyesen débil, pero Edward pareció darse cuenta.
Le sujetó la mano y con la mano libre le masajeó el vientre con movimientos circulares.
Después de unos minutos de acunarla de este modo y, a pesar del dolor, ella cayó en un profundo sueño.
Se despertó de un sobresalto cuando entró la enfermera y le dijo que podía vestirse.
Edward había seguido acariciándola todo el rato. A pesar de su timidez, no le importó que él no saliera de la habitación mientras se vestía. Su presencia le resultaba reconfortante y no estaba dispuesta a dejarlo marchar.
-         ¿Estás mejor? -preguntó Edward, mientras la ayudaba a vestirse como si fuera un niño pequeño.
-         Sí. La próxima vez recordaré tomarme la medicina, te lo aseguro -ella le sonrió, pero él no le devolvió la sonrisa.
La miraba como si hubiera dicho algo repugnante.
-         No habrá próxima vez, piccola mia.
Sus palabras no dejaban lugar a dudas. Ella quería un hijo y se preparó para pelear, pero de repente todo se volvió borroso y su cabeza empezó a dar vueltas y vueltas... cuando las piernas le fallaron, intentó agarrarse a Edward.
Se despertó en una cama con los gritos de Edward. Estaba echándole la culpa al médico de todo, desde sus dolores hasta el estado de la economía mundial. O al menos eso creía oír.
-         ¿Edward? -la palabra sonó como un susurro, pero él se volvió al instante, centrando toda su atención sobre ella.
-         ¿Cómo estás? ¿Aún sientes dolor?
-         Sólo un poco. Estoy algo mareada.
-         Le he dicho a su marido que probablemente sea por estar en ayunas. Le daremos un vaso de zumo para aumentar su nivel de azúcar antes de que se vaya a casa — la calma habitual del doctor parecía ahora un poco forzada.
Ella asintió, pero Edward no pareció tan contento con la explicación.
-         Si es eso, deberían haberle dado algo antes de decirle que se vistiera. ¿Qué habría pasado si hubiera estado sola? Podría haberse hecho daño al caer al suelo - su voz se elevaba con cada palabra. Estaba gritando de nuevo.
Ella hizo un gesto y se llevó la mano a la sien.
-         Lo siento, tesoro. Un marido fuera de control no es lo que necesitas ahora, ¿verdad?
-         ¿Me sostuviste? - preguntó ella.
-         Sí. Por un momento dudé si podría mantenernos en pie a los dos, pero eres tan pequeñita, cara mia. Pude colocarte de nuevo en la cama.
Una enfermera llevó un vaso de zumo de manzana que Edward tomó de sus manos. La mirada que le lanzó la hizo salir sin decir nada. Colocó un brazo alrededor de Bella y la ayudó a incorporarse y a llevarse el vaso a los labios.
Ella bebió y le dijo:
-         Serás un padre maravilloso.
Él sacudió la cabeza y dijo, muy serio:
-         No si para ello es necesario repetir lo que te han hecho hoy.
¿Y si ella no podía quedarse embarazada? ¿Seguiría queriéndola a su lado? La duda la aterraba.
Edward insistió en que se fuera a la cama tan pronto como llegaron a casa. Ella sabía que tenía que pasar el resto del día en posición horizontal para aumentar las opciones de concebir, pero había pensado quedarse en el sofá de la sala de estar.
-         Pero no quiero quedarme en la cama. Puedo quedarme tumbada en la sala - mientras discutía con Edward, éste la ayudaba a ponerse el camisón.
-         Estás dolorida. Necesitas descansar.
-         ¡No quiero! -dijo ella apretando los dientes.
Él sonrió, la primera expresión de felicidad en toda la mañana.
-         Pareces una niña protestona.
-         No creas que puedes tratarme como si lo fuera. Quiero estar abajo y no aburrirme aquí sola.
-         No, tesoro.
Ella lo miró fijamente.
-         ¿A ti te habría gustado estar todo el día recluido en una habitación? Ya sé que tú estuviste mucho tiempo en el hospital, pero podías trabajar. Tu secretario personal estaba contigo, yo te visitaba, Emmett te visitaba e incluso la bruja malvada te visitaba.
-         ¿Quieres que llame a Tanya para ver si quiere venir a hacerte compañía? -preguntó él, sabiendo a quién se refería ella-. He oído que está en Milán.
¿Dónde lo había oído? ¿Había preguntado por ella? El pensar que él aún se interesaba por las idas y venidas de su ex prometida la enfureció aún más. Se levantó con decisión y golpeó las almohadas para mullirlas con más energía de la que realmente era necesaria.
-         La última persona en el mundo con la que quiero pasar el día es con ella.
-         ¿Qué te parece pasarlo conmigo?
¿Acaso estaba diciendo que pensaba quedarse con ella todo el día?
-         ¡Tú estuviste conmigo en el hospital!
-         Pero creía que volverías al trabajo después de ir a la clínica -pasaba tanto tiempo ocupado en sus negocios, que no lo veía casi nunca.
-         No pienso dejarte sola después de lo que acabas de pasar.
Ella sonrió.
-         Gracias.
-         No me lo agradezcas -tomó el teléfono y llamó por la línea interna-. Pediré que nos suban algo de comida.
Ella asintió mientras pedía un almuerzo para los dos. Cuando colgó, fue a buscar una silla para colocarla al lado de la cama, pero ella le hizo sitio en el borde de la cama.
-         Puedes sentarte aquí si quieres.
-         No creo que sea una buena idea.
-         ¿Por qué?
-         Estar a tu lado en la cama me hace pensar cosas que no debo en este momento, cara.
Ella pensó que estaba de broma, a pesar de su cara seria, así que respondió en consecuencia:
-         Estoy segura de que sabrás controlarte.
-         No tienes ni idea de cómo funciona la mente de un hombre, te lo aseguro -estaba muy serio, pero se colocó en la cama a su lado-. ¿Cómo te encuentras?
-         Hambrienta -dijo con sinceridad.
-         Yo también -dijo él, sonriendo.
-         Podías haber comido algo.
-         No, si tú no lo hacías.
-         ¿Es eso algo típico de los machos?
-         Es típico de los Cullen - dijo acariciándole los labios.
-         Eres un hombre muy especial - frotó los labios contra su dedo, pero no abrió la boca para chupárselo. No estaba dispuesta a ser rechazada de nuevo. Aunque comprendiera mejor sus motivos, aún estaba dolida.
-         Soy tan especial que he permitido que mi mujer pase por un trance dolorosísimo antes que enfrentarme a mis propios miedos -dijo, con la cabeza inclinada.
Ella lo miró sorprendida por lo que acababa de decir.
-         No te entiendo, caro, ¿Qué te asusta?
Él echó la cabeza hacia atrás y algo muy poderoso brillo en sus ojos.
-         Nunca me llamas así. Usas palabras cariñosas con Emmett, pero nunca conmigo.
Ella se sintió andando entre tinieblas, y antes de decir o hacer algo que pudiera molestarlo, decidió preguntarle:
-         ¿Eso te molesta?
-         Sí.
Aquello era algo muy difícil de admitir para un hombre con el temperamento de Edward.
-         Con Emmett, es normal porque no significa nada -quiso devolverle a Edward su sinceridad-. Contigo, esas palabras significan demasiado.
-         Así que no las dices -dijo él, tomándole la mano.
Ella tragó saliva y se decidió a hablar.
-         Para mí, tu nombre es una palabra cariñosa.
Él le beso la palma de la mano. Un ruido en el pasillo anunció la llegada de su almuerzo y la conversación terminó en ese momento.
Después de comer, Bella bostezó.
-         No sé por qué estoy tan cansada. No he corrido una maratón ni nada parecido - él ni siquiera la había dejado andar hasta el coche y la había llevado en una silla de ruedas.
Ella pensaba que, si se hubiera sentido más seguro, la habría llevado en brazos.
-         Lo has pasado mal.
-         Ahora me siento mucho mejor -intentó calmarlo ella.
Él la miró unos segundos, como si quisiera leerle el pensamiento. Después se levantó y llevó la bandeja al pasillo. Al volverse tenía una expresión tan grave en el rostro, que casi le produjo dolor físico.
No volvió a sentarse, sino que se quedó parado junto a la ventana, agarrando el bastón con fuerza.
-         Cuando me casé contigo, no estaba seguro de poder volver a andar.
Ella ya lo sabía. Si hubiera creído completamente en su recuperación, no se habría casado con alguien tan ordinario como ella.
-         Pero tú creías en mí y eso era lo que yo necesitaba - cada palabra sonaba como si se la estuviesen arrancando de las entrañas -. No pensaba en si sería lo mejor para ti y me avergüenza reconocerlo.
-         Tenías miedo.
Sus hombros se pusieron rígidos pero no lo negó.
-         Sí.
-         Lo entiendo.
Él se giró con el rostro atormentado.
-         ¿Sí? ¿Cómo puedes entenderlo cuando a mí me cuesta tanto? Fui egoísta, tesoro. No me preocupé por tú felicidad, sólo por la mía.
Ella sacudió la cabeza al recordar su tierna introducción al sexo.
-         No creo que fuera así.
-         Tal vez tengas razón. En mi arrogancia pensé que, casarte conmigo y compartir mi cama sería suficiente para ti.
Ella también lo había pensado.
-         Acepté sabiendo que era lo único que incluía tu oferta.
-         Porque me querías y yo utilicé ese amor para obtener lo que yo quería, lo que necesitaba.
-         No se puede utilizar lo que se entrega libremente -ella no quería que se ahogara en la culpa. No podrían avanzar si seguían anclados en el pasado.
-         ¿Lo entregaste libremente?
Ella lo miró a los ojos. No era el momento de ocultar nada.
-         Sí.
-         ¿Cómo puedes decir eso cuando te seduje para que aceptaras mi propuesta matrimonial, cuando te arrebaté tu virginidad para que no pudieras volver a hablar de anulación?
Realmente se sentía culpable.
-         Pero yo te quería. Me encanta lo que me haces sentir cuando me tocas.
-         Eso es verdad, tesoro. Pero, entonces ¿qué ocurrió anoche?
-         No me dejaste tocarte - y eso le dolió mucho.
-         Tenía miedo.
Nunca había esperado oír esas dos palabras salir de la boca de Edward.
-         ¿Por qué? - creía saberlo, pero tenía que asegurarse.
-         No estoy seguro de poder comportarme como un verdadero hombre.
-         ¿Tienes miedo de que no consiga excitarte lo suficiente como para hacerme el amor?
-         Porca miseria, ¿de dónde has sacado eso?
-         Acabas de decir...
-         He dicho que no sabía si podría realizar el acto. No he dicho nada de tu belleza ni de la sensualidad de tu cuerpo.
-         Pero si yo fuera más tu tipo de mujer, ¿te resultaría más fácil?
Para ella, eso tenía sentido, pero él la miró como si se hubiera vuelto loca.
-         Tú eres mi tipo de mujer.
Ella cerró los ojos para no ver la lástima en los de él.
-         No hace falta que digas esa clase de cosas.
Él se sentó en la cama y, con un dedo, le recorrió el contorno de la cara.
-         ¿Te he mentido alguna vez, piccola mia?
Ella sacudió la cabeza, con los ojos aún cerrados.
-         Entonces, si te digo que eres la mujer más sexy que he conocido, ¿me creerás?
No pudo mantener los ojos cerrados y vio su dulce y burlona sonrisa.
-         Tú... yo...
-         Nunca le había hecho el amor a una mujer que me hiciera sentir más hombre.
-         Pero dijiste...
-         Que no estoy seguro de poder mantener la erección, pero cuando te hago el amor, tu respuesta me excita sin que mi cuerpo esté implicado en ello.
-         ¿Tú...? ¿Alguna vez...? ¿Has...?
Él rió.
-         Si lo que quieres preguntarme es si he reaccionado físicamente ante ti en alguna ocasión, la respuesta es sí. No ocurrió la primera vez que te toqué, y eso me preocupó.
Pero pensé que, cuando recuperase la sensibilidad, podría recuperar eso también.
-         ¿No ocurrió?
-         No lo sé.
Le tomó la cara entre las manos con expresión atormentada.
-         Te he hecho pasar hoy por todo ese dolor porque yo, Edward Cullen, tuve miedo de intentarlo.
Pero él no sabía que fuese a ser doloroso. Ella le había ocultado ese detalle porque sabía que él no la dejaría continuar con ello.
-         No es culpa tuya.
Él sacudió la cabeza.
-         Dijiste que habías notado una respuesta... -no podía pronunciar la palabra erección.
-         Sí. Muchas veces cuando te he tocado he sentido algo, nunca tanto como anoche.
-         Pero no me dejaste continuar.
-         No.
-         ¿Por qué? ¡No lo entiendo!
-         -Si no duraba... si no podía llegar al clímax... -su voz se apagó. Ella ya sabía a lo que se refería: se habría sentido humillado.
-         Yo haría lo que fuera por ti.
-         Sí, y hoy lo has demostrado -retiró las manos de su cara-. Nunca olvidaré tus lágrimas de esta mañana, ni el momento en que te has desmayado.
-         No ha sido culpa tuya -repitió ella-, el médico me dijo el primer día que algunas mujeres sufrían mucho dolor, pero no te lo quise decir. Sinceramente, no creí que me pasara a mí, y deseaba tener un hijo tuyo de verdad.
-         Si me hubiera enfrentado a mi cobardía, tal vez ese sacrificio no habría sido necesario.
Ella le hizo girar la cara para que la mirase a los ojos. Era típico de Edward echarse a la espalda toda la responsabilidad.
-         No eres un cobarde, Edward. Te has enfrentado a tu parálisis y has luchado.
-         Pero no me enfrenté a mis miedos y tú has pagado por ello.
Al ver brillar sus ojos, Bella no pudo más y, sin preocuparse por si había estado en posición horizontal el tiempo suficiente, se sentó en la cama y le lanzó los brazos al cuello.
-         No, Edward. Quise tener un hijo contigo. No me preocupaba el cómo tenerlo. Deseaba tanto ese hijo...
Él la besó suavemente, con dulzura.
-         ¿Cómo te encuentras?
-         Mejor.
-         ¿Ya no te duele nada?
Ella sacudió la cabeza.
-         Tal vez debiéramos comprobar si puedo darte hijos con más placer del que has recibido esta mañana, ¿no?
-         Estás seguro de que quieres intentarlo.
-         Si, amore.

Su amor... si fuera verdad. Ella sonrió; su dulce mirada, su deseo de arriesgarse al fracaso... por ella. Con eso le bastaba.


Antes que nada les pido una enorme disculpa por dejar de publicar tanto tiempo, pero han sido una serie de cuestiones que me lo han impedido, espero regresar con todo a la brevedad.
Muchas gracias por la paciencia.

Besos Ana Lau