viernes, 6 de mayo de 2016

Cap. 12 En el Dolor y el amor

Capítulo 12

Bella subió las escaleras en una nube de dolor. ¿Por qué había permitido Edward que Tanya se quedase?
Se detuvo frente a la puerta del dormitorio, consciente de que no podía entrar y enfrentarse a los recuerdos. Se dio la vuelta y bajó las escaleras.
Fue al garaje y se sentó al volante del primer coche que encontró con las llaves puestas.
Era un Mercedes, un vehículo grande para lo que ella estaba acostumbrada, pero no le importaba. Tenía que marcharse de allí.
El guarda de seguridad le hizo un gesto para que se detuviera tras abrir la verja. Edward y su padre habían insistido en que Esme y ella no salieran de casa sin escolta, pero Bella no quería compañía. De ningún tipo.
Condujo por la ciudad hasta que se encontró cerca del Duomo. El recuerdo de la vez que Edward la llevó allí la hizo parar. Encontró un sitio, lo cual ya fue bastante sorprendente, aparcó y se dirigió a la enorme catedral.
Ya no era una niña, pero estaba dolida y aquel enorme lugar le resultó tan reconfortante como cuando era pequeña. Ella necesitaba la paz que encontró dentro de la inmensa obra de arquitectura. Sus pasos la llevaron inconscientemente hasta la roseta, el lugar al que la llevó Edward aquel día para decirle que podía hablar con su madre, y que aunque ella estuviera en el cielo, podría oírla.
¿Fue ese el día que empezó a amar a Edward?
No lo identificó como amor sexual hasta los quince años, pero Edward siempre había sido la piedra angular de su vida. El único hombre al que había deseado entregarse, con el que había deseado casarse. Pero él no se había fijado en ella hasta el momento del accidente, cuando su egoísta prometida lo dejó en la estacada.
Bella se apoyó contra una columna, dejándose empapar por la misma paz que tantos peregrinos habían sentido antes que ella. Edward era suyo, pero ¿por cuánto tiempo?
Tras pasar casi veinticuatro horas en la cama con él, se negaba a pensar otra cosa que lo que él le había demostrado: que era una mujer deseable a sus ojos.
Eso no quería decir que la amase, pero tampoco indicaba la falta de sentimiento.
Pero había dejado que Tanya se quedara.
El día anterior él le había dicho que se había sentido seguro probando su virilidad con ella, porque lo amaba. ¿Significaba eso que la había utilizado para saber si podría volver con Tanya completo? Sólo imaginarlo hizo que le fallaran las rodillas.
Pero Edward no era así, y ella lo sabía. ¿Por qué imaginaba todo aquello?
-         Sabía que te encontraría aquí, tesoro.
-         ¿Qué estás haciendo aquí?
Su expresión era sombría.
-         Buscar a mi mujer huida.
-         No huí -dijo ella, recostándose sobre la columna.
-         No hiciste que te acompañara un guardaespaldas. Saliste en coche sola fuera de la casa, a pesar de que los guardias de seguridad intentaron detenerte.
-         Quería estar sola - eso no era un pecado.
Él sacudió la cabeza.
-         Eso no está bien.
-         No puedes dirigir todos mis movimientos.
-         Ni lo pretendo.
-         Entonces, ¿por qué estás aquí?
-         Porque tú estás aquí.
-         Dejaste que Tanya se quedara en la casa - acusó ella.
-         Tenía cosas que decirle - ella lo miró de refilón sin decir nada-. ¿No quieres saber lo que le dije?
-         No - no quería saber si aún sentía algo por su ex prometida.
-         ¿Cómo puedes dudar de mí después de lo de ayer? -preguntó él en tono cada vez más irritado.
Ella lo miró con cara acusadora.
-         Compartimos nuestros cuerpos. Según Tanya, eso no es nuevo para ti.
-         Compartimos nuestras almas, y eso, esposa mía, es algo que nunca había hecho con ninguna otra mujer.
Ella deseaba creerlo con todas sus fuerzas. Las lágrimas le quemaban los ojos y le dolía la garganta.
-         ¿Sí?
-         Sí.
No pudo contener las lágrimas y se volvió para que no la viera, pero no encontró la paz que buscaba. El dolor la embargaba y los sollozos no se hicieron esperar.
Él la tomó por los hombros.
-No te hagas esto a ti misma. No podemos cambiar el pasado.
Ella se giró, apartándole las manos. Se sentía como un animal herido, deseoso de huir.
-         No me toques.
-         ¿No se supone que con el amor llega el perdón?
¿Perdón? ¿Por qué? ¿Esperaba que lo perdonase por no amarla? No era una cuestión de perdonar, sino de aceptar.
-         No sé si puedo -dijo, casi hablando para sí misma.
-         No te dejaré ir, esposa mía. Eres mía.
-         Nunca he deseado pertenecer a nadie más.
-         ¿Y por qué me dices que no te toque?
-         Estoy dolida.
-         Apartarte de mí no mejorará las cosas.
Ella sintió sobrevenir otro sollozo y él la tomó en brazos.
-         Ven, cara. Vamos a casa para poder hablar con tranquilidad.
-         ¿Dónde está mi casa? -dijo, pensando en la cara de satisfacción de Tanya cuando ella salió de la sala.
-         Donde yo esté -su voz vibró y su boca la buscó para besarla casi dolorosamente.
Ella respondió con la pasión desatada de la angustia, sin tener en cuenta el lugar donde estaba hasta que oyó a un niño preguntarle a su madre que qué estaban haciendo ese hombre y su novia.
-         Edward, bájame -dijo, pensando en los turistas que les miraban.
-         No -dijo él, lleno de rabia.
¿Por qué estaba tan enfadado?
-         Piensa en tus piernas... es demasiado pronto -podía hacerse daño.
-         ¿Te preocupas por mí? -dijo, y su ira pareció calmarse.
-         Sí.
-         ¿No estás intentando apartarme de ti de nuevo?
Ella suspiró, abrazándole el cuello.
-         No puedo.
Él asintió, sin rastro ya de enfado. Divertido y orgulloso, se giró y le dijo al niño:
-         No es mi novia, es mi mujer.
Mientras su madre enrojecía, el niño le respondió despreocupado:
-         Ya.
Edward guiñó un ojo y se dirigió a la salida. Aún no la había dejado en el suelo.
-         Edward...
-         Te he dicho que no te iba a bajar. Si sólo cuando te tengo entre mis brazos puedo mantenerte conmigo, ¡prepárate para pasar los cincuenta años siguientes en mi compañía! -las palabras que debían sonar como una broma parecían más una amenaza muy real.
No dijo nada mientras la llevaba hasta una limusina que les esperaba fuera. El chófer abrió la puerta y Edward la bajó para que subiera al coche. Una vez dentro, la atrajo hasta su regazo.
-         ¿Y el coche? -no podían dejarlo allí.
-         Dile a Pietro dónde lo dejaste y él lo recogerá.
Así que le dijo al guardaespaldas dónde estaba y le dio las llaves, sin que el posesivo Edward la soltase ni un instante.
Ella lo miró a los ojos y vio en sus profundidades esmeraldas emociones que le aterraba nombrar.
-         ¿Por qué no echaste a Tanya?
La mano que tenía colocada sobre su muslo se movió buscando provocarla con su caricia.
-         Lo hice.
-         Pero...
-         Vino a nuestra casa y se atrevió a molestarte, cara. Pude verlo en tus preciosos ojos cafés y en la rigidez de tu cuerpo.
-         Pero... -seguía sin entenderlo- ¿por qué dejaste que se quedase?
-         Tenía que hacerle saber que no toleraría que se inmiscuyese en mi vida ni en la de mi familia, que, si volvía a hacerte daño, tendría que responder ante mí. Ya me conoce. Nos dejará tranquilos.
-         ¿La echaste?
-         Sí. Apenas había tenido tiempo de decirle lo que quería cuando el personal de seguridad vino a decirme que mi mujer acababa de huir.
-         No huí -dijo ella, sintiéndose culpable.
-         Sí lo hiciste.
No se molestó en recordarle que lo que quería era estar sola y pensar.
-         ¿Adónde vamos?
-         A casa, cara. Tal vez a la cama...
Estuvo a punto de caer en la tentación de su voz, pero deseaba algo más que saciar su deseo físico.
-         No me refiero a eso.
Él suspiró.
-         No puedo obligarte a quedarte si quieres marcharte -su fuerte abrazo no corroboraba sus palabras.
-         ¿Y si no quiero marcharme?
-         Seré el hombre más feliz del mundo.
-         No me querías cuando nos casamos.
-         Estabas conmigo cuando salí del coma.
Aquello no venía a cuento, pensó ella.
-         Sí.
-         Fueron tus palabras, tu voz, la que me devolvió a la vida.
Ella se mordió un labio. ¿Había sido así?
-         No lo sé. Tal vez fuera el momento.
-         No, tesoro. No fue eso. ¿Sabes cómo lo sé?
Ella sacudió la cabeza.
-         Recuerdo lo que me dijiste. Me dijiste que me amabas.
Podía haberlo adivinado.
-         Aunque no me creas, es verdad. Te oí y me desperté.
-         No podía soportar la idea de un mundo sin ti -dijo, colocándole la mano sobre el corazón, aunque ahora no necesitara una confirmación de su vitalidad.
-         Supe desde que me desperté que me amabas, y eso me dio vida cuando había muy poca dentro de mí.
-         Pero tú no me quieres. Sólo dijiste que te importaba -incluso pronunciar esas palabras era doloroso.
-         ¿Y cuándo te importa alguien no lo quieres?
-         ¿Qué quieres decir? -la esperanza estaba empezando a abrirse en su corazón como una rosa al sol.
-         ¿Cómo podrías traerme de vuelta de una muerte en vida si no hubiera amor en mi corazón para corresponderte?
Ella sacudió la cabeza, aterrada por creerlo.
-         Al principio no me di cuenta y quise seguir como antes... por seguridad.
-         Tanya.
-         Sí. A ella sólo le importaba mi dinero.
-         Y tu cuerpo.
-         Sin amor sólo es eso. Un cuerpo. Pero para ti sólo existo yo, ¿verdad?
-         Sí.
-         ¿Nunca te preguntaste por qué quise casarme antes de salir de Nueva York?
Claro que sí, pero toda su boda había sido un despropósito.
-         No entendí nada de aquello. Ni que te quisieras casar conmigo, ni que todo fuera tan rápido.
-         No quería arriesgarme a perderte y sabía que te comprometerías seriamente. Te deseaba, pero no estaba dispuesto a admitir que te amaba. Habría recibido mi merecido si hubieras preferido a Emmett, como temía.
-         ¿Pensabas que quería a tu hermano? -¿acaso estaba ciego? Siempre había pensado que el enfado de Edward por el tiempo pasado con su hermano respondía a un orgullo posesivo, no a un miedo real-. Pero si nunca flirteé con él...
-         Pero él sí contigo -al recordarlo no pudo evitar una oleada de rabia.
-         Pero me dijiste que no me querías —recordó ella, aún incapaz de creer.
-         Rompí con Tanya en Nueva York.
-         ¿Qué?
-         Le dije que no me quería casar con ella porque un duendecillo de ojos cafés me visitaba en sueños, y se enfrentaba a mí de un modo que ninguna otra mujer osaría.
-         ¿Rompiste con ella por mí? -ella pensaba que había sido por no poder andar-. Ella dijo…
-         Ella se convenció a sí misma de que lo hacía por ella y que, cuando volviese a andar, la querría a mi lado. Pero no la quería ni la quiero. Sólo te quiero a ti, Bella.
Al mirarlo, ella vio que tenía la expresión más seria que había visto nunca.
-         Te quiero.
-         ¡No puede ser! -dijo ella, llorando otra vez.
-         Claro que sí, amore. Te quiero. Eres mi corazón, mi vida y sin ti nada importa. No te lo dije porque tenía miedo, miedo de no volver a andar y de no volver a ser un hombre de verdad...
-         Incluso paralizado de cuello para abajo el resto de tu vida, siempre serás todo lo que un hombre debe ser para mí —lo interrumpió ella.
Sus ojos se cerraron y tembló. Después, la besó suavemente.
-         Cualquier hombre daría su vida por tener este amor, cara. Es tan bello y real, que pensé que no estaría a la altura. Ayer por la mañana me di cuenta de que estabas sufriendo y que no volvería a permitir que sufrieras así.
Ella consideró que no era el momento de recordarle que traer un hijo al mundo no era exactamente indoloro. Tuvo la sensación de que él hubiera preferido adoptar y ella quería tener sus propios hijos.
Le tomó la cara con las manos y sus ojos brillaron sospechosamente.
-         Te quiero con toda mi alma, tesoro. Eres mi alma gemela y agradezco a il buon Dio que apareciera ese ladrón y que ese coche me atropellara. Si no, te habría perdido, el único tesoro real de mi vida.
Su corazón casi se detuvo al escuchar esas palabras.
-         No puedes decirlo en serio.
-         Sí, y ahora entiendo lo que decía mi madre. Ella sabía que hubiera sido un desgraciado si me hubiera casado con Tanya y que mi vida será mucho mejor contigo a mi lado. ¿Qué supone un poco de dolor y trabajo cuando lo que se obtiene es el regalo del amor?
Ella no hubiera hablado tan a la ligera de lo que le había pasado.
-         Podrías haber tenido todo mi amor sin todo eso.
-         Tú me lo habrías dado, sí. Pero yo no estaba listo para recibirlo. No veía tu belleza ni lo importante que eras para mí.
Aunque no estaba de acuerdo con su madre ni con él en que el accidente había sido bueno, no podía negar que se sentía feliz al escucharle decir esas palabras.
-         Te quiero.
-         Sí. Nunca me cansaré de oírtelo decir, amore.
Se besaron apasionadamente hasta que llegaron a casa, y allí continuaron diciéndoselo y demostrándoselo durante toda la noche.
La bendición de su matrimonio era todo lo que una madre italiana podía desear. Esme no ahorró esfuerzos para que su boda siguiera todos los mandatos de la tradición, incluyendo el vestido blanco de la novia y la mantilla blanca española que Bella se había probado.
Esto le dio tanta autenticidad a la ocasión que Edward insistió en llevarse a Bella de luna de miel. Cuando llegaron al hotel de lujo en Suiza y estuvieron detrás de la puerta, ella le demostró su amor por él del modo más íntimo posible.
Recordando lo mucho que le gustaba su pelo, se lo soltó y lo utilizó como pincel para pintar esta vez sobre él, como le había enseñado, llevándolo hasta el borde de la pasión y el deseo. Después, tumbados se susurraron palabras de amor en italiano y en inglés.
-         Mi bebé está ahí dentro, puedo sentirlo -dijo Edward, colocando su mano sobre el vientre de ella. Ella sonrió misteriosamente. -Yo también lo siento. -Te quiero, tesoro. -No más que yo a ti, caro.
Ocho meses después, quedó claro que no se habían equivocado y ella dio a luz mellizos.
Edward estaba tan convencido de su potencia sexual que pensaba que tanto la inseminación intrauterina como el acto sexual habían dado fruto. ¿Por qué iba a dudar ella de él?
El amor de ella lo había sacado de una muerte en vida, ¿por qué no podía el amor de él fructificar, no una vez sino dos?



Fin 

Hola a todos (as) antes que nada muchas gracias por su paciencia y si llegaron hasta esta parte espero que les haya gustado esta historia tanto como me ha gustado a mi. 

Se que me he demorado bastante en subir nuevos capítulos, pero de verdad que han sido diversas cuestiones las que me impedían hacerlo.

Pero ahora cumpliendo con lo que habíamos quedado hace tiempo cuando comencé con esta historia, ahora seguiremos con otra historia que espero y también les guste.


Amantes
Helen Brooks

Bella Swan se sintió la mujer más feliz del mundo el día que ella y Edward se unieron en matrimonio. La pareja vivía un romance perpetuo hasta que Bella descubrió un terrible secreto. Amaba a Edward, y él le correspondía... pero tuvo que huir de su lado, abandonarlo, para protegerlo de la verdad que lo arrastraría con ella a un infierno viviente. Sólo que Bella había olvidado una cosa... la determinación de un hombre enamorado...