viernes, 22 de julio de 2016

Cap. 13 Chantaje a una inocente


Capítulo 13
Bella se quedó boquiabierta, perpleja. El hombre que estaba ante sus ojos era... Edward. Se aferró al picaporte, pues las piernas apenas la sostenían.
—Hola, Bella.
—Edward, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó ella en un tono cortante, intentando disimular la conmoción sin mucho éxito.
—Una amiga tuya que se preocupa por ti, Ángela, me pidió que viniera a verte.
—¿Ángela?
Había llamado a su amiga en dos ocasiones desde su marcha de Londres; la última vez justo después de reservar en un hotel situado justo a las afueras de Littlehampton. Sin embargo, ya hacía un tiempo que no hablaba con ella, sobre todo porque había perdido su viejo teléfono móvil.
—Pero ella no sabía mi nueva dirección, así que ¿cómo me encontraste? —le dijo, preguntándose qué jugarreta del destino podría haberle llevado hasta allí.
—Hace frío aquí fuera —dijo él— Por favor... déjame entrar. Necesito beber algo —añadió, ignorando la pregunta. No recordaba haber tenido tanto miedo en toda su vida y las palabras apenas le salían.
Bella tragó en seco y lo miró fijamente.
Algo había cambiado en él. Estaba mucho más delgado y unas delgadas líneas de expresión surcaban su hermosa piel cerca de la comisura de los labios y también junto a los ojos. Además, tenía unas ojeras enormes y la ropa parecía quedarle grande. Retrocediendo un paso, le dejó entrar en la casa.
—La cocina está por aquí... —empezó a decir, demasiado tarde.
Él ya se había dirigido hacia el salón. A toda prisa, fue tras él y agarró la ropa de bebé que había dejado sobre la mesa, pero, de nuevo, era demasiado tarde. Él ya había recogido las pequeñas botas.
—Dame eso —dijo ella bruscamente y extendió la mano—. Voy a recoger todo esto y te prepararé una taza de café. Dijiste que tenías frío. Octubre es un mes muy frío por aquí... —hablaba de forma compulsiva, pero no podía parar.
—Basta, Bella —dijo él, agarrándola del brazo con decisión—. ¿Ropa de bebé? ¿Para quién? ¿Para ti? —le preguntó, taladrándola con la mirada.
—¿Y qué pasa si es así? —dijo ella en un tono desafiante.
Se soltó de él con rabia, recogió las prendas y las metió en una bolsa.
—No es asunto tuyo.
Aquella respuesta encendió una chispa de furia dentro de Edward.
Ella estaba embarazada... de otro hombre. Él siempre había usado protección, así que ese bebé no podía ser suyo.
Al imaginarla en brazos de otro, se sintió como si acabaran de clavarle un afilado cuchillo en el corazón. Todos esos largos meses, mientras él la añoraba con fervor, ella había estado con otro.
¿Pero cómo había sido tan idiota? ¿Cómo se había dejado engatusar de esa manera? Debería haberla utilizado hasta cansarse de ella, sin remordimientos ni escrúpulos de ningún tipo.
—¿Entonces quién es el padre? —le preguntó en un tono corrosivo—. ¿O es que no lo sabes? Según recuerdo, fuiste una alumna muy aventajada, pero pensaba que te había enseñado mejor. Deberías haber usado algún método anticonceptivo. Yo siempre lo hice, incluso cuando me suplicabas que no me lo pusiera —añadió con gran sarcasmo.
Bella montó en cólera y, dando un paso adelante, le cruzó la cara con una bofetada feroz.
—¡Maldito bastardo engreído! ¡El príncipe azul! ¡Don Perfecto! —gritó con todas sus fuerzas, perdiendo la compostura— Bueno, me parece que no eres tan listo como crees. Mi bebé fue concebido el diecinueve de junio, así que haz las deducciones pertinentes, y ahora, sal de mi casa. ¡Fuera!
Con las mejillas ardiendo de rabia, Edward quiso agarrarla de las manos, pero entonces se detuvo.
Aquella fecha estaba grabada con fuego en su memoria porque ésa había sido la primera vez que habían hecho el amor.
Rememorando aquel momento exquisito, cayó en la cuenta de que la segunda vez no había llegado a ponerse un preservativo por culpa de aquella maldita palabra. Había perdido los estribos y la había hecho suya desenfrenadamente.
-Bien —murmuró con la cara blanca como la nieve.
Ella tenía razón. Estaba embarazada de él. Él era el padre de su hijo.
Profundamente conmocionado, Edward bajó la cabeza y guardó silencio. Tenía que mantener la calma y analizar la situación con la frialdad calculadora que siempre lo había caracterizado.
Unos segundos más tarde, ya con las ideas claras, volvió a levantar la vista. El embarazo de Bella resolvía todos sus problemas de un plumazo. De hecho, las cosas no podrían haberle salido mejor aunque lo hubiera planeado. Ella tenía que ser suya de una forma u otra y, gracias a ese afortunado embarazo, no tendría que rebajarse para conseguirla; algo que jamás se había visto obligado a hacer.
Además, seguramente ella le estaría muy agradecida cuando le dijera que estaba dispuesto a casarse. Un hijo, un heredero... La idea se hacía cada vez más atractiva.
—Bien —repitió ella— Me alegro de que por fin nos pongamos de acuerdo. Y ahora vete —echó a andar hacia el recibidor, pero él la agarró del hombro y la hizo detenerse.
-Creo que no me has entendido bien, Bella —le dijo, obligándola a darse la vuelta—. No voy a ir a ninguna parte, cara —sonrió—. Es evidente que tenemos que hablar. Descubrir que estás esperando un hijo mío ha sido toda una sorpresa y admito que mi primera reacción no ha sido la más adecuada. Sin embargo, no soportada verte en brazos de otro hombre. Quiero que sepas que acepto que el niño que llevas en tu vientre es mío y, como es lógico, me casaré contigo tan pronto como sea posible.
Anonadada, Bella lo miró a los ojos.
Él sonreía; confiado y seguro de que aceptaría su generosa oferta.
-Creo que ya te he dicho esto —dijo la joven, haciendo acopio de toda su voluntad para no volver a darle una bofetada y borrarle la sonrisa de la cara — Peor te lo voy a decir de nuevo para que no quede ninguna duda en tu mente. No me casaría contigo aunque fueras el último hombre en la faz de la Tierra.
El rostro de Edward se transfiguró por la rabia.
-Si no me hubiera presentado aquí hoy, ¿me habrías dicho que estabas embarazada? —le preguntó con dureza.
-No lo tenía en mente.
—No te creo. Lo primero que piensa una mujer que acaba de descubrir que está embarazada es en el padre, y en tratar de pescarlo a toda costa, si es que no lo tiene bien amarrado ya —le espetó con sarcasmo.
Bella se puso furiosa. Ésa era la clase de mujer a la que él estaba acostumbrado, pero ella no era de ésas.
-Quería disfrutar de mi embarazo, relajada y libre de estrés, y como tú eres la persona menos relajada que conozco, decidí decírtelo más tarde. Pero al final te lo habría dicho. Iba a hacerlo después del nacimiento de mi bebé.
—¿Después? —Edward la miró a pies a cabeza como si acabara de conocerla— ¿Ibas a decírmelo después de que naciera mi hijo? —le preguntó, yendo hacia ella— ¿Cuánto después? ¿Un año? ¿Dos? ¿Diez? —la agarró con fuerza y la atrajo hacia sí— Bueno, escúchame, Bella Swan. A partir de ahora yo voy a pensar por los dos. Ningún hijo mío nacerá fuera del matrimonio. Te casarás conmigo, y nuestro hijo tendrá padre y madre.
—No —le dijo ella entre dientes— No me casaré contigo. Pero te daré tus derechos de visita —añadió, tratando de mantenerse ecuánime, pero decidida a no dejar que Edward Cullen la apabullara con su poder y presencia.
—Si alguno de los dos va a tener derechos de visita, entonces vas a ser tú, porque mi hijo va a vivir conmigo. Pediré la custodia en cuanto venga a este mundo.
—No la conseguirás —le dijo ella, cada vez más furiosa— Esto es Inglaterra. La madre casi siempre consigue la custodia.
—Pero no siempre. Si es necesario, te veré en los tribunales una y otra vez, no sólo aquí, sino también en los europeos, los juicios se extenderán durante años y finalmente tendré a mi hijo. ¿Es eso lo que quieres para él?
—¿Harías algo así? — Bella vio la implacable determinación que brillaba en aquellos oscuros ojos y de pronto tuvo mucho miedo.
—Sí —dijo y, antes de que ella pudiera moverse, la agarró de la cintura y la hizo pegarse a él— Pero no tiene por qué ser así, Bella.
Ella sintió cómo se le endurecían los pezones contra el fino tejido del jersey que él llevaba puesto. Su reacción fue instantánea y no pudo hacer nada para evitarlo, excepto agarrarle de los brazos y tratar de separarse. Sin embargo, no servía de nada.
—Sé razonable, Bella —dijo él, notando su respuesta sobre el pecho—
Sexualmente somos más que compatibles —le dijo en un tono seco— Todos los matrimonios son una mera transacción de dinero, y Dios sabe que eso es lo que a mí me sobra. O me gastaré una fortuna luchando contra ti en los tribunales, o de lo contrario te casarás conmigo y nuestro hijo y tú tendréis todos los beneficios que el dinero puede dar. La elección es tuya, pero yo siempre saldré ganando al final, de un modo u otro. Yo siempre gano, Bella.
Bella lo miró fijamente una vez más y trató de descifrar la expresión de su rostro. La tensión que había en la habitación enrarecía el aire, haciéndolo irrespirable.
Era su elección... Si no se casaba con él, condenaría a su bebé a un tormento de batallas en los tribunales. Sin embargo, sólo estaba de cuatro meses y, a pesar de lo que él pudiera decir, tenía mucho tiempo para tomar una decisión.
—Entonces, te veré en los tribunales —le dijo con desprecio.
El la miró un instante con los ojos llenos de rabia y asombro, y entonces dejó caer los brazos, soltándola por fin.
—Ahora quiero que te vayas.
—No antes de que me des el café que me prometiste... Me he llevado una buena sorpresa. Estoy helado y es lo menos que puedes hacer por el hombre que te ha dado a tu hijo —le dijo en un tono burlón e irónico.
Bella se debatió un instante entre los buenos modales y las ganas de librarse de él.
—Por favor... —añadió él, inclinando la balanza a su favor.
—Siéntate —dijo ella, indicando el sofá— Te prepararé un café y después te vas —dio media vuelta y fue hacia la cocina.
El agua que había puesto al fuego para prepararse una taza de té llevaba un rato hirviendo, así que sólo tenía que prepararle el café. Se puso a buscar una taza en el armario, pero no era capaz de encontrarla. La ofuscación que sentía no la dejaba funcionar con normalidad.
Apoyó las manos en la encimera, bajó la cabeza y se quedó quieta un momento. Había estado a punto de perder los estribos, pero finalmente había logrado estar a la altura. Verle, después de tanto tiempo, la había hecho sentir unas emociones que ella había enterrado en un remoto rincón.
Levantó la cabeza, miró por la ventana y contempló los interminables campos que se extendían más allá del jardín. Tomó el aliento varias veces, le preparó un café instantáneo y se sirvió una taza de té.
No quería verle más, pero no tenia más remedio que hacerlo. Bandeja en mano, dejó escapar un suspiro y se armó de valor para volver al salón. De alguna forma, él tenía razón. Al fin y al cabo tendrían que hablar del asunto. Su bebé se merecía conocer a su padre.

¿O quizá no? Bella pensó en el suyo propio...

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