domingo, 17 de mayo de 2015

Acariciame

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y yo solo los uso un poco para jugar con ellos en mi loca mentecita esperando que sea de su agrado.
Summary: ¿Que sería capaz de hacer Bella con un hombre que acaba de conocer en el metro?, más aun si ambos fueran casados y ninguno de los dos son unos santos.  Lo siento no soy buena con los summary, pasen y lean, One- shot. EdxB, lemmon.

Acaríciame

Hoy era un día como cualquier otro en Washington en el que gente vestida con trajes discretos y formales corría de un lado a otro para poder llegar a tiempo a sus distintos destinos en donde eran requeridos.
Los medios de transporte era diversos desde vehículos, el metro, autobuses, caminando; en fin de la manera en la que más se acomodaran, pero el medio de transporte más concurrido era el metro en donde mucha gente tenía contacto con más gente que no conocía y que tal vez nunca conocerían.
Eso era en lo que pensaba una joven castaña de ojos del color del chocolate una mujer enteramente profesional que estaba dedicada a su trabajo en una de las empresas financieras mas importantes del país, pero fuera del trabajo era una mujer tranquila, un tanto solitaria, hasta tímida podían llegar a pensar las personas que compartían algún espacio y tiempo con ella.
Lo que en verdad no sabían es que se trataba de una mujer ardiente llena de deseos y fantasías que le gustaba cumplir y ahora estaba tras una de sus últimas fantasías… ligarse a alguien que valiera la pena en el metro, un encuentro casual, una aventura sin importancia mas allá de satisfacer sus más bajas pasiones y después dejarlo pasar para continuar con su vida como era su costumbre.
Se encontraba pensando en lo que pasaría una vez que lo encontrara, tal vez se irían a uno de los vagones del fondo que tal vez estuviera vacio lo cual no era muy probable dado la hora así es que tendrían que bajar en cualquier estación y llegar al primer hotel que encontraran o en su defecto tendrían que recurrir al baño, que no es como si no lo hubiera hecho antes.
Claro que para convencer al afortunado tendría que estimularlo un poco cosa que no sería problema para ella.
Estaba tan sumergida en sus pensamientos lujuriosos cuando las puertas del metro de abrieron dando oportunidad de bajar y de subir a más gente que no conocía y que no conocería hasta que se subió una aparición de pelo cobrizo, alto y fuerte que transmitía tanta sensualidad que era imposible resistirse a semejante dios griego que claramente invitaba al pecado.
El mismo hombre parecía que podía leerle los pensamientos nada castos que pasaban por la mente de la castaña porque de repente volteo a verla con una sonrisa extremadamente sexy y un brillo peculiar en su mirada haciendo que la parte baja de la castaña se comenzara a humedecerse.
Como si de una presa se tratara ella fue hacia él dispuesta a cumplir más de una fantasía con aquel dios griego.
-         Hola, ¿bajamos en la próxima parada? – Pregunto la castaña brindándole una sonrisa sumamente seductora.
-         Hola guapa, ¿porque razón crees que me bajaría en la próxima parada? – pregunto él a su vez haciendo que la piel de la chica se erizara, nunca había escuchado una voz tan masculina, tan seductora, tan… tan hipnotizante al igual que sus hermosas orbes del color de las esmeraldas.
-         ¿Por qué?, no creo que necesites una buena razón, solo te puedo prometer un momento de diversión y de placer sin igual – contestaba la joven castaña mientras simulaba que apreciaba la textura del traje que portaba, haciendo que sus manos recorrieran la longitud de su pecho y se detuvieran justo al llegar a la hebilla del cinturón.
-         Es muy tentadora la oferta, pero creo que no la conozco de nada señorita – dijo el ojiverde de manera seductora acercándose a su rostro.
-         Y no hace falta que me conozcas, solo vamos a pasar un memento juntos, no toda la vida – le dijo aprovechando la cercanía para hablarle al oído y morder suavemente el lóbulo de su oreja.
-         Mmm, buen argumento, pero creo que aun no me termina de convencer del todo – le respondió él a su vez poniendo en práctica toda la sensualidad que poseía.
-         No entiendo, ¿qué es lo que necesitas para que te termine de convencer? – pregunto la castaña mientras su mano descendía discretamente hasta su entrepierna mientras que se mordía el labio de manera inconsciente para evitar soltar algún sonido que la delatara mientras disfrutaba del momento.
-         No hagas eso que me vuelves loco – le dijo con la voz más gruesa de lo normal debido a la excitación creciente.
-         ¿Qué?, ¿esto? – pregunto fingiendo inocencia mientras apretaba un poco mas su mano.
-         No, eso no, lo del labio es tan jodidamente sexy que no puedo resistir – dijo el ojiverde mientras la tomaba de la cintura y la pegaba mas a él haciéndole notar su más que clara excitación que sabia disimular muy bien.
-         Mmm, ¿ahora si es suficiente para convencerte? – pregunto muy cerca de los apetecibles labios del ojiverde.
-         Me parece      que si, aunque me gustaría saber cuáles son sus planes señorita.
-         Mis planes no importan solo déjate llevar y ya verás cómo lo vas a disfrutar, te lo puedo asegurar – dijo la castaña mientras lo tomaba de la mano y lo jalaba hacia la salida ya que habían llegado a una estación.
Se bajaron e inmediatamente el ojiverde reconoció el lugar así es que la dirigió a un hotel que se encontraba en la siguiente cuadra de donde estaban.
-         No me quiero ni imaginar cómo es que conoces estos lugares, se ve que tienes muy buen gusto – dijo la chica al ver el lujoso hotel en el que se adentraban y llegaban a la recepción.
-         Buenos días en que puedo servirle – dijo una muy amable mujer que trataba de sonar seductora al ver semejante dios frente ella.
-         Nos gustaría una suite por favor – dijo el chico regalandole una sonrisa que detendría el corazón de cualquiera.
-         Oye yo te vi primero, si quieres coquetear con ella será después de mi – dijo Bella fingiendo estar indignada.
-         Está bien, ¿a nombre de quien pongo la suite? – pregunto la recepcionista.
-         A nombre del matrimonio Smith por favor – contesto el ojiverde dejando bien en claro que era casado.
-         Está bien aquí esta su llave, que disfruten su estancia – dijo la recepcionista un poco desilusionada al pensar que semejante aparición estaba casada.
-         Muchas gracias, bueno pues que es lo que esperamos cielo – le dijo el ojiverde a la castaña.
Se dirigieron hacia el elevador en donde pidieron orientación para llegara a la habitación y se adentraron al elevador solos.
-         No me digas que te vas a poner celosa si ni siquiera nos conocemos – dijo el ojiverde apenas se cerraron las puertas del elevador.
-         Simplemente no me gusta que miren lo que por el momento es mío – dijo la castaña acercándose a él y poniéndose de puntitas para poder besar esos apetecibles labios que estaban por volverá loca.
-         Mmm, no me gusta sentirme de nadie, lo siento – dijo mientras tomaba aire para poder besarla de nuevo y acercarla más a su cuerpo.
En esos momentos la puerta del ascensor se abrió y se dirigieron hacia la habitación que les indicaron, una vez adentro dieron rienda suelta a la pasión que iba creciendo poco a poco dentro de ellos.
-         Bueno y a todo esto señor Smith ¿cómo se llama? – pregunto la castaña mientras lo tumbaba en la cama y le quitaba la camisa disfrutando de sus duros pectorales y de la vista.
-         Mmm, que dulce tortura, me llamo Edward Cullen no Smith, eso se lo dije para aparentar y tu bonita cuál es tu nombre, no creo que sea señora Smith ¿o sí? – pregunto Edward mientras se encargaba de desaparecer el estorboso sujetador de encaje color azul que portaba la castaña.
-         Mi nombre es Isabella, pero por el momento puedes decirme Bella – dijo entre suspiros Bella.
-         Un hermoso nombre así como su portadora – dijo Edward mientras llevaba uno de sus sonrosados pechos a la boca.
-         Mmm, Edward sí que sabes lo que haces – dijo Bella en medio de un gemido que encendió aún más a Edward.
Sin previo aviso Edward puso a Bella debajo de él y se dedico a devorar su cuello y sus pechos mientras que con una mano le abría las piernas y acariciaba la parte interior de sus muslos hasta llegar a su centro mandando vibraciones por todo su cuerpo que se estremecía de placer bajo las manos de aquel tan experto hombre que la estaba llevando al cielo simplemente con sus manos.
-         Y no has visto lo mejor, aunque ahora que lo recuerdo tu me prometiste un momento de diversión y placer sin igual y hasta ahora la única que está recibiendo placer sin igual eres tú – dijo juguetón Edward deteniendo los movimientos de su mano.
-         Bueno, eso se puede arreglar fácilmente – dijo Bella mientras trataba de incorporarse, pero Edward no la dejo.
-         No te preocupes por el momento así estoy bien, no sabes cómo me excita el verte perder el control entre mis brazos – dijo Edward mientras la sujetaba firmemente para que no se levantara.
Edward fue descendiendo dejando un camino de besos húmedos desde sus pechos bajando por su plano vientre hasta llegar a su centro deleitándose con lo que veía.
-         Te  voy a enseñar una de las cosas que me salen muy bien – dijo Edward con petulancia en la voz.
-         Eso es lo que espero ver, ya no puedo esperar más – le casi suplico, necesitaba sentirlo urgentemente.
Edward por su parte se deleito con lo que tenía frente suyo comenzó a darle besos en su entrepierna, mientras que con sus manos jugaba con sus pechos hasta que una de sus manos descendió para ayudarle en su tarea mientras frotaba su clítoris uno de sus dedos se introdujo dentro de ella haciendo que soltara un grito de placer.
-         Edward, me… estas… volviendo… loca – dijo Bella agitadamente por la falta de oxigeno – quiero mas, mátame de placer – le dijo mientras enredaba sus dedos en su sedosa cabellera de color bronce y lo acercaba más hacia sí misma, haciéndola llegar al clímax.
-         Mmm, eres tan dulce Bella, me encanta tu sabor, me encantas – dijo Edward incorporándose para poder tomar posesión de sus labios.
-         Eso ha sido simplemente genial, pero ahora me toca a mí, quiero cumplir con lo que te prometí – dijo Bella mientras se incorporaba apoyándose en sus manos ya que las piernas aun le temblaban.
Comenzó a acariciar sus hermosos rasgos masculinos, sus mejillas sonrojadas debido a la actividad, su mentón fuerte y varonil, sus brazos musculosos, sus pectorales, su duro y firme estomago, sus caderas que mostraban una perfecta “V”, sus tan bien torneadas piernas, después comenzó a descender el mismo trayecto pero ahora con su boca, mordiendo algunas partes de su anatomía que dejaban bien en claro que le encantaba hasta que llego al imponente miembro de Edward que se alzaba listo para la batalla.
-         Espero que sepas lo que haces y que te guste lo que ves – dijo Edward sonriéndole al ver sus intenciones.
-         No te preocupes, claro que se lo que hago y que si me gusta, la verdad es que se me está haciendo agua la boca – dijo Bella mientras se relamía los labios con anticipación.
Sin más preámbulos tomo entre sus manos su imponente miembro y comenzó con un sube y baja que después fue acompañado por su boca y su lengua que se enredaba en su duro pene succionando y mordiendo haciendo que Edward perdiera la poca cordura que aun tenia, provocando que llegara a su propio clímax en la boca de Bella y es que aun que ella hubiera querido parar él no se lo hubiera permitido ya que el marcaba su propio ritmo al tener a Bella sujeta por su larga cabellera.
-         Dejémonos de juegos, creo que ya es hora de que vayamos a lo más importante de esta situación no lo crees, solo te advierto que no voy a ser dulce – dijo Edward sin perder el tiempo mientras que de una sola estocada la penetraba profundamente haciéndola soltar un grito mezcla de pasión y de dolor por la irrupción de manera tan inesperada.
-         Así… vamos dame… mas, lo quiero todo de ti – decía Bella  de manera demandante mientras se arqueaba buscando más contacto.
-         Como usted quiera señorita – dijo Edward aumentando el ritmo de las estocadas.
De repente se incorporó sin salir del cuerpo de su amante, encontrando una posición que a los dos los hacía ver estrellas y gemir sin control mientras ambos se movían de manera frenética buscando llegar a la culminación, explotando casi al mismo tiempo sintiendo como llegaban al paraíso y lo tocaban con las manos, para después descender poco a poco así como recuperaban la respiración y disminuían los latidos de su corazón.
-         Espero que lo hayas pasado bien Edward, ahora si me disculpas tengo cosas que hacer – dijo Bella mientras se ponía de pie buscando su ropa que estaba esparcida por todos lados sin encontrar sus bragas.
-         Claro que me la pase bien, pero me llevo esto como un recuerdo – dijo Edward mientras le mostraba sus pequeñas bragas que bailaban en su mano.
-         Como tú quieras, bueno fue un placer y hasta nunca – le dijo Bella como si no hubiera pasado nada.
-         Hasta nunca no, nos vemos la próxima semana en el mismo lugar y a la misma hora – dijo Edward mientras la jalaba hacia el mismo y le plantaba un beso para nada tierno.
-         Lo siento, pero no puedo tengo otras cosas que hacer, además me es imposible – le dijo mientras se separaba de él y le enseñaba el dedo anular en el que le descansaba un anillo de matrimonio.
-         Bueno eso no es ningún problema – le contesto Edward mientras le mostraba que el también tenía un anillo que indicaba que también estaba casado.
-         Bueno, creo que mi marido se puede molestar un poco si se entera así es que no gracias, declino de tu oferta – contesto Bella mientras se acomodaba el saco lista para abandonar la habitación.
-         En eso me imagino que tienes toda la razón del mundo, pero por el momento no se va a enterar y ya que estas aquí y no vas a querer que nos volvamos a ver tengo que aprovechar – dijo Edward seductoramente mientras la acechaba y la volvía a tomar entre sus brazos fundiéndose en un apasionado beso haciendo que ambos se volvieran a olvidar del mundo.
De nuevo solo existían los dos, descubriendo la anatomía del otro, devorándose como nunca antes lo habían hecho, saciando sus más bajas pasiones como si no hubiera un mañana, como si lo único que importara fueran ellos dos en esa habitación, en esa cama sin importar que ambos estuvieran casados.
Nada que no estuviera en esa habitación y en esa cama tenía el más mínimo sentido, era un momento perfecto haciendo que volvieran a entrar al paraíso tomados de las manos y una vez que llegaron al clímax los dos trataban de regular su respiración.
Pasados unos momentos y debido al agotamiento ambos se adormilaron un poco, pero quien no pudo soportar más fue Edward que cayó rendido entre los brazos de Bella quedando dormido plácidamente, haciendo que Bella recordara que tenia cosas que hacer.
Tenía que ver a su amiga Alice y si la dejaba plantada se pondría algo más que furiosa y sería capaz de ir por ella en el lugar en el que se encontrara, así es que tomo sus cosas se vistió rápidamente le dio un beso en la mejilla a Edward y salió del lugar con rumbo hacia el centro comercial en el que se quedo de ver con Alice.
-         Hola Alice, perdón por la tardanza lo que pasa es que tenia cosas que hacer – dijo Bella al ver que su amiga ya la estaba esperando.
-         No te preocupes Bella, te ves demasiado feliz así es que me supongo que lo que hiciste fue algo bueno – dijo de manera picara Alice mientras levantaba sus cejas.
-         Alice no te metas en mis cosas, sabes que no me gusta hablar de mi vida privada – dijo Bella poniendo los ojos en blanco ya que sabía que de todos modos era muy difícil tener a raya a la pequeña Alice.
-         Bueno está bien por esta ocasión lo voy a dejar pasar porque la razón por la que te pedí que nos viéramos es porque necesito que me ayudes a ir de compras, de verdad necesito tu opinión – dijo Alice entre nerviosa y feliz.
-         Mmm, ¿porque quieres mi ayuda? – pregunto muy dudosa Bella quien sabía que ella no era ninguna experta en moda ese seria precisamente Alice.
-         Lo que pasa es que Jasper quiere que formalicemos las cosas con su familia y es que me dan un poco de miedo, ellos me han dejado en claro que no les caigo muy bien que digamos así que necesito algo que de verdad los deje con la boca abierta, pero que al mismo tiempo sea discreto y recatado – dijo Alice y en cuanto a discreción Bella era la indicada.
-         Está bien, veamos qué es lo que encontramos ya verás que no es tan difícil – dijo Bella con la intención de animarla un poco.
-         Eso lo dices tú porque el entrar a la familia de tu marido fue demasiado fácil – le recordó Alice que estaba casada y una serie de recuerdos de lo pasado esta mañana se agolparon en su mente.
Después de eso se encaminaron al centro comercial en el que pasaron toda la tarde buscando el conjunto adecuado que después de recorrer toda la tienda pudieron encontrarlo y después de eso Bella pudo regresar a su casa demasiado cansada por el exceso de actividad en el día, cansada y arrastrando los pies entro a su casa.
-         Porque te fuiste de esa manera – le cuestiono una voz que difícilmente olvidaría… su marido.
-         Hola amor lo siento, ya sabes cómo es Alice me arrastro al centro comercial todo el día – dijo Bella mientras le daba un dulce beso en los labios.
-         No lo vuelas a hacer amor, sabes que no es agradable despertar y que no estés a mi lado – le dijo mientras la jalaba hacia sí mismo.
-         Lo siento amor se que tenía que despertarte, pero es que de verdad tenía prisa – contesto Bella respondiéndole el beso cargado de amor y deseo.
-         Está bien, pero esa me la tienes que pagar, no me digas que es más importante mi hermana que yo – contesto su adorable marido haciendo un dulce puchero al más puro estilo de Alice.
-         ¡Edward! No hagas eso sabes que eres lo más importante que tengo y es que te veías tan lindo dormido, además recuerda que eso era parte del juego – le contesto Bella con una sonrisa sensual.
-         Me vuelves loco mi dulce y sexy Bella, nunca me caso de ti, así es que no creas que debido a lo que paso en la mañana ya te vas a librar de mi – dijo Edward con la voz cargada de deseo mientras la tomaba en brazos con dirección a su habitación.
-         Edward te amo, nunca me arrepentiré de haberme casado contigo eso te lo puedo asegurar, eres mi mejor amigo, mi compañero, mi pareja y mi amante – dijo Bella riendo como una niña pequeña mientras enredaba sus manos en el cuello de Edward.
-         Ya sé que soy tu mejor amante, y tú eres la mejor en todo también – dijo Edward callándola con un beso antes de que tratara de comentar algo.
Comenzando otra vez con lo que dejaron pendiente en el hotel donde tuvieron uno de sus tantos encuentros como era su costumbre según ellos para no caer en la monotonía en la que muchas parejas caían después de algunos años de casados.
Y así disfrutaron una vez mas del amor que ambos sentían demostrándolo de manera física entregándose mutuamente a la pasión que los consumía.


FIN

Un marido infiel Cap. 1

* Un marido infiel *

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Michelle Reid yo solo me adjudico la adaptación para su disfrute.

Summary: Bella y Edward tenían tres hijos y formaban un sólido matrimonio, o al menos eso era lo que Bella pensaba, Pero su feliz existencia se hizo añicos cuando supo que Edward tenía una aventura, entonces se dio cuenta de que, a lo largo de los años, sus vidas se habían separado cada vez más.
Quería salvar su matrimonio, pero tal vez fuera ya demasiado tarde, si Edward había llevado su infidelidad hasta sus últimas consecuencias, ¿podría perdonarlo alguna vez?



CAPITULO 1

El teléfono empezó a sonar cuando Bella, después de dejar a los mellizos acostados, bajaba las escaleras. Maldijo entre dientes, se colocó sobre la cadera al pequeño Anthony y bajó apresuradamente los últimos escalones para descolgar el teléfono del recibidor. Se detuvo paralizada al verse reflejada en el espejo que había sobre la mesita del teléfono.
« ¡Dios mío, estás hecha un desastre!», se dijo con desconsuelo. El pelo, de un castaño opaco y recogido en un moño medio despeinado, estaba húmedo y le caía sobre la frente. Tenía las mejillas coloradas y la camisa azul claro mojada en varios sitios, allí donde sus tres hijos, a los que acababa de bañar, la habían salpicado. Anthony empeoraba el aspecto de su madre todavía más tirando de los botones de su camisa, esforzándose por descubrir uno de sus pechos. Si ya normalmente era un niño inquieto, en aquellos momentos estaba, además, cansado e impaciente.
-     No -le dijo Bella con dulzura pero con firmeza, quitándole la mano de la camisa- Espera.
Besó su cabecita y descolgó el teléfono, sin dejar de fruncir el ceño ante lo que veía en el espejo.
-     ¿Diga? -dijo distraídamente, sin darse cuenta de la pequeña pausa que hizo la otra persona antes de responder.
-     ¿Bella? Soy Rosalie.
-     ¡Hola, Rose!
Bella hizo un gesto de sorpresa y se relajó al escuchar a su amiga, y al hacerlo se dio cuenta de que, hasta ese momento, había estado muy tensa, lo que hizo que volviera a ponerse tensa de nuevo. Estaba perpleja, últimamente, se había sorprendido muy tensa demasiadas veces.
-     ¡Anthony, por favor! ¡Espera!
El niño gruñó y ella, en broma, le devolvió otro gruñido. En sus ojos cafés se reflejaba todo el amor y la alegría que sentía por su hijo. Era el más exigente de sus hijos y el de peor carácter, pero lo quería tanto como a los gemelos. ¿Cómo no iba a quererlo si tenía los mismos ojos verdes de su padre?
-     ¿Todavía no has acostado a esos mocosos? - dijo Rosalie con un suspiro.
No se molestaba en ocultar que para ella, los niños eran un incordio. Aunque era el modelo de mujer triunfadora, no tenía tiempo para los niños. Era alta y rubia, y su vida transcurría en un nivel muy diferente al de Bella. Rosalie era la sofisticada mujer de mundo, mientras que Bella era la abnegada ama de casa y madre de familia.
Pero era la mejor amiga de Bella. En realidad, era la única amiga que Bella había conservado desde los tiempos del instituto. La única que vivía en Londres, como Edward y ella. Las demás, por lo que ella sabía, seguían viviendo en Cheshire.
-     Dos ya están en la cama y uno está a punto -dijo Bella-. Anthony tiene hambre y está impaciente.
-     ¿Y Edward? ¿Todavía no ha llegado?
Bella detectó el tono de desaprobación de su amiga y sonrió. A Rosalie no le gustaba Edward. Saltaban chispas entre ellos cada vez que se veían.
-     No - respondió Bella, y añadió con cierta tristeza-: así que puedes meterte con él cuanto quieras, que no te va a oír.
En realidad, era una vieja broma entre las dos amigas.
Bella nunca se había molestado porque Rosalie le manifestara su opinión acerca de Edward. Siempre había permitido que le dijera a ella lo que no se atrevía a decirle a Edward a la cara. Pero, aquella vez, un extraño silencio siguió su comentario.
-     ¿Ocurre algo? - le preguntó a Rosalie.
-     Maldita sea -dijo Rose entre dientes- Sí, la verdad es que sí. Escúchame, Bella. No me siento muy mal por hacer esto, pero tienes derecho a…
Justo en aquel momento, un diablillo en pijama apareció en lo alto de la escalera y la bajó a toda velocidad, convertido en piloto de caza y disparando la ametralladora de su avión.
-     Necesitamos agua -informó el piloto a su madre, desapareciendo por el pasillo en dirección a la cocina.
-     Mira… -dijo Rose con impaciencia-, ya veo que estás ocupada. Te llamo después… o mañana. Yo…
-     ¡No! - intervino Bella de repente- ¡No cuelgues!
Estaba distraída, pero no tanto como para no darse cuenta de que lo que Rose quería decirle era importante.
-     Espera un momento que voy a ocuparme de estos mocitos.
Dejó el auricular sobre la mesa y fue a buscar a su hijo mayor.
Bella no era alta, pero era esbelta y tenía una bonita figura. Sorprendentemente bonita, teniendo en cuenta que había dado a luz a tres niños. Sin embargo, no era del todo extraño porque, siempre que encontraba tiempo, acudía al gimnasio local, donde nadaba, hacía aerobic y jugaba al badmington,
-     ¡Te pillé con las manos en la masa! dijo sorprendiendo a su hijo con la mano en la lata de las galletas. Lo miró con severidad y el niño se puso colorado- Está bien, pero llévale una a Nessie. Y no quiero ver ni una miga en la cama -dijo viéndolo salir corriendo, con una sonrisa triunfal, por si su madre cambiaba de opinión.
-     ¡A que estás casada con un sinvergüenza! -exclamó Rose. -  ¡Maldita sea, Bella, te está tomando el pelo! ¡No está trabajando, está saliendo con otra mujer!
Aquellas palabras golpearon a Bella como un látigo.
-     ¿Qué? ¿Esta noche? –se oyó decir, sintiéndose como una estúpida.
-     No, no esta noche en particular -respondió Rose con pesar- Algunas noches, no sé si muchas o pocas. Lo único que sé es que tiene una aventura. ¡Y todo Londres lo sabe menos tú!
Se hizo el silencio. A Bella se le heló el aire en los pulmones, fue como si le clavaran alfileres en el pecho.
-     Perdóname, Bella… -dijo Rose con voz grave, tratando de hablar con suavidad - No creas que me gusta esto, no importa que…
Rose iba a decir qué poco le gustaba Edward y cuánto le gustaría verlo caer, pero se contuvo. No era ningún secreto que no se gustaban mutuamente, y que sólo se soportaban por Bella.
-     Y no creas que te digo esto sin estar segura -añadió-. Los han visto en varios lugares. En algún restaurante… ya sabes, demasiada intimidad para que se tratara de una reunión de negocios. Pero lo peor es que los he visto con mis propios ojos. Mi último novio vive en el mismo bloque que Tanya Denalí, los he visto salir y entrar muchas veces…
Bella había dejado de escuchar. No dejaba de recordar ciertas cosas, indicios que convertían lo que Rose decía en algo demasiado probable para que pudiera tomárselo como si fuera una simple habladuría. Detalles en los que debía haber reparado hacía semanas. Pero había estado demasiado ocupada, demasiado absorta en sus propios asuntos para darse cuenta. Nunca había desconfiado del hombre cuyo amor por ella y por sus hijos no había puesto en duda jamás.
En aquellos momentos, se daba cuenta de muchas cosas. El frecuente mal humor de Edward, su irritación con ella y con los niños, las numerosas veces que se había quedado en su estudio en lugar de subir a acostarse con ella.
Se estremeció de la cabeza a los pies. Cerró los ojos y recordó que, otras veces anteriores, Edward había querido hacer el amor y ella le había respondido que estaba demasiado cansada.
Pero ella creía que habían solucionado aquel problema. Pensaba que, desde hacía un par de semanas, desde que Anthony dormía sin despertarse en toda la noche y ella estaba más descansada, todo había vuelto a la normalidad.
Sólo habían pasado unas noches desde que hicieran el amor con tanta ternura que Edward se había estremecido entre sus brazos al despertar. ¡Dios…!
-     Bella…
¡No! ¡Ya no podía seguir escuchando a su amiga!
-     Tengo que colgar -dijo con voz grave-, tengo que dar de comer a Anthony.
En aquel momento, recordó algo mucho más doloroso que el mal humor de Edward.
Recordó el delicado aroma de un caro perfume de mujer que una mañana descubrió en una de las camisas de su marido al recogerla para echarla a la lavadora. Estaba impregnado en el algodón de la camisa. En el cuello, en los hombros, en la pechera. El mismo delicado aroma que Bella había detectado sin reconocerlo desde hacía algunas noches, cada vez que su marido volvía a casa tarde y la saludaba con un beso. En su mejilla, en el cuello, en el pelo… ¡Qué estúpida había sido!
-     No, Bella, por favor, espera…
Colgó bruscamente y el auricular se le cayó de las manos, golpeó sonoramente sobre sus piernas y sobre el suelo y quedó a los pies de la escalera. Imaginaba a Edward. Lo imaginaba con otra mujer, teniendo una aventura, haciendo el amor, ahogándose en suspiros…
Le dieron náuseas y se cubrió la boca con una mano, apretando el puño contra sus fríos y temblorosos labios.
El teléfono sonó otra vez. Un llanto cansado que provenía de la cocina se mezcló con el sonido del teléfono. Se puso de pie. Poseída de una extraña calma, levantó el auricular y lo volvió a colgar. Luego, con la misma calma, que no era más que una manifestación del profundo choque que acababa de sufrir, lo agarró, lo dejó descolgado y se dirigió a la cocina.
Nada más terminar su cena, Anthony se durmió. Se tumbó boca abajo, hecho un ovillo, abrazado a un osito de peluche. Bella se quedó mirándolo un buen rato, aunque sin verlo realmente, sin ver nada en absoluto.
Se le había quedado la mente en blanco. Echó un vistazo a las habitaciones de los mellizos.
Emmett estaba dormido, con las sábanas arrugadas a los pies de la cama, como siempre, y los brazos cruzados sobre la almohada. Se acercó, le dio un beso y lo tapó.
De sus hijos, Emmett era el que más se parecía a su padre, cobrizo y con una barbilla prominente, señal de su carácter decidido, como el de su padre. Era alto y fuerte, igual que Edward a la misma edad, tal y como había visto fotos del álbum de su suegra.
Luego, fue a ver a su hija. Nessie era muy diferente a su hermano mellizo. Al entrar por la mañana en su habitación, se la encontraba siempre en la misma posición en que se había dormido. Nessie tenía el pelo sedoso y castaño, esparcido sobre la almohada. Era el ojito derecho de Edward, que no ocultaba su adoración por su princesa de ojos cafés. Y la pequeña lo sabía y explotaba la situación al máximo.
¿Cómo podía Edward hacer algo que le pudiera doler a su hija? ¿Cómo podía hacer algo que pudiera rebajarlo a ojos de su hijo mayor? ¿Podía ponerlo todo en peligro sólo por el sexo?
¿Sexo? Le dieron escalofríos. Tal vez era algo más que sexo, tal vez era amor, un amor verdadero. La clase de amor por la que un hombre lo traiciona todo.
Pero, tal vez, fuera todo mentira. Una mentira sucia y estúpida, y ella estaba cometiendo con él la mayor de las indignidades con tan sólo suponerlo capaz de algo así.
Pero recordó el perfume, y las muchas noches que había pasado fuera, echándole las culpas al contrato de Harvey's.
¡Maldito contrato!
Se tambaleó y salió de la habitación de Nessie para dirigirse a su cuarto, donde, la semana anterior, se habían encontrado de nuevo y habían hecho el amor de una manera muy tierna por primera vez en muchos meses.
La semana anterior. ¿Qué había pasado la semana anterior para que él volviera a ella de nuevo? Que ella había hecho un esfuerzo, eso es lo que había ocurrido. Ella había estado muy preocupada por cómo iba su matrimonio y había hecho un esfuerzo.
Había dejado a los niños con su madre y había cocinado el plato favorito de Edward. Se había puesto un vestido de seda negro y habían cenado con velas, sin embargo, recordó la tensión del rostro de Edward al estar desnudos en la cama, una tensión que él achacaba a menudo al estrés, y sintió un escalofrío.
Cerró la puerta y se dirigió al cuarto de estar. Se daba cuenta de muchas cosas, cosas que en su estúpida ceguera no había visto hasta entonces.
La fuerza con que la había agarrado por los hombros, en un intento desesperado, pero evidente de guardar distancias. La triste mirada de sus ojos verdes mientras observaba su boca. El suspiro con que había recibido su confesión: «Te quiero, Edward», le había dicho, «siento mucho que haya sido muy difícil vivir conmigo».
Edward había cerrado los ojos y tragado saliva, frunciendo los labios y apretando los puños sobre sus hombros hasta que ella sintió dolor. Luego, la había estrechado entre sus brazos y había hundido el rostro en su cuello, pero no había dicho una palabra, ni una sola palabra; ni una disculpa, ni una declaración de amor, nada.
Pero habían hecho el amor con mucha ternura, recordaba con un dolor que recorría todo su ser. Fuera cual fuese su relación con la otra mujer, todavía lo deseaba con pasión, con una pasión que no podría sentir por ningún otro hombre.
¿O tal vez sí? ¿Qué sabía ella de los hombres? Había conocido a Edward con diecisiete años. Había sido su primer amante, su único amante. Ella no sabía nada de los hombres.
Y, por lo visto, nada de su marido.
Vio su rostro reflejado en el espejo que había sobre la chimenea de mármol y lo miró fijamente. Estaba pálida y tenía un rictus de tensión en los labios, pero, por lo demás, su aspecto era el normal. Ni sangre ni cicatrices. La misma Bella Cullen de siempre. Veinticuatro años, madre y esposa, por ese orden. Sonrió amargamente.
Aquella era una verdad a la que nunca se había atrevido a enfrentarse.
«Lo querías», se dijo, «y lo conseguiste, en el corto espacio de seis meses. No está mal para una ingenua muchacha de diecisiete años». Pero Edward tenía veinticuatro años, pensó con cinismo, y la suficiente experiencia como para dejarse atrapar por el truco más viejo del mundo.
Pero, entonces, el cinismo la abandonó. No había sido ningún truco, no tenía derecho a denigrarse a sí misma llamando truco a algo que en absoluto lo fue. Tenía diecisiete años cuando conoció a Edward, y era muy inocente. Era la primera vez que iba a una discoteca, acompañada de un grupo de amigas que se rieron de su miedo a que les preguntaran la edad y no les dejaran pasar.
-     ¡Oh, vamos! -le dijeron- Si te preguntan cuántos años tienes, miénteles, como hacemos nosotras.
Fue consciente de la presencia de Edward desde el momento de entrar. Era fuerte, delgado y blanco, y muy atractivo, tanto como una estrella de cine. Sus amigas también advirtieron su presencia, y se rieron tontamente al comprobar que no ocultaba su interés por ellas. Pero, en realidad, era a Bella a quien estaba mirando.
Bella, con su pelo largo, castaño y ondulado, que le caía hasta los hombros y enmarcaba su preciosa cara.
Su amiga Alice la había maquillado y le había prestado una de sus minifaldas ajustadas y un pequeño top que dejaba al descubierto su ombligo cada vez que giraba al ritmo de la música. Si sus padres la hubieran visto así vestida, se habrían muerto del susto. Pero estaba pasando el fin de semana en casa de Alice, mientras sus padres se habían ido a visitar a unos parientes, así que no podían ver cómo su única hija pasaba el tiempo mientras ellos estaban fuera.
Y fue a Bella a quien Edward se acercó cuando pusieron una canción lenta. Le dio un toquecito en el hombro para que se volviera y sonrió, con gracia y confianza en sí mismo. Consciente de la envidia de las otras chicas, dejó que la tomara entre sus brazos sin una palabra de protesta. Bella todavía podía recordar aquel hormigueo al sentir su tacto, su proximidad, su suave pero firme masculinidad.
Bailaron durante mucho rato antes de que él hablara.
-     ¿Cómo te llamas?
-     Bella -le respondió ella con timidez- Bella Swan.
-     Hola, Bella Swan -dijo Edward con un murmullo-. Edward Cullen.
Cuando estaba absorbiendo todavía las dulces resonancias de su voz suavemente modulada, Edward le puso la mano bajo el top y ella se estremeció al sentir su tacto sobre la piel desnuda de la espalda, Edward la atrajo hacia sí, pero no hizo ningún Intento de besarla, tampoco le dijo que saliera del local con ella y dejara a sus amigas. Tan sólo le pidió el número de teléfono y prometió llamarla muy pronto. Bella pasó la semana siguiente pegada al teléfono, esperando con impaciencia su llamada.
En su primera cita, la llevó en coche. Un Ford rojo.
-     Es el coche de la empresa –le dijo con una sonrisa que no llegó a comprender bien.
Amablemente, pero con una intensidad que le hacía contener el aliento, Edward le dio confianza para que le hablara de sí misma. De su familia, de sus amigos, de sus gustos. De su ambición de estudiar Arte para dedicarse a la publicidad. Al decirle aquello, Edward frunció el ceño y le preguntó su edad. Incapaz de mentir, Bella se sonrojó y le dijo la verdad. Edward frunció el ceño todavía más y ella se mordió el labio porque sabía que lo había echado todo a perder.
Edward la llevó de vuelta a casa y se despidió con un escueto «Buenas noches». Bella se quedó destrozada. Durante muchos días, apenas comió y no pudo dormir. Estaba a punto de tener un problema serio de salud cuando Edward la llamó una semana más tarde.
La invitó al cine. Bella se sentó a su lado en la oscuridad y no dejó de mirar la pantalla, pero no vio nada, sólo podía concentrar su atención en la proximidad de Edward, en el sutil aroma de su colonia, en su rodilla a unos centímetros de la suya, en el tacto de sus hombros, que se rozaban. Con la boca reseca, tensa y con temor a hacer cualquier movimiento por no echarlo todo a perder una segunda vez, no pudo evitar un gritito cuando él le agarró la mano. Con expresión seria entrelazó sus dedos.
-     Tranquila -murmuró-. No voy a morderte.
El problema era que ella estaba deseando que la mordiera. Incluso entonces, ingenua como era, sin saber cómo debía comportarse con un hombre, lo deseaba con una desesperación que debía ser patente en su rostro. Edward murmuró algo y apretó su mano entre la suya mientras volvía a concentrarse en la película. Aquella noche la besó con tal deseo que Bella sintió cierto temor antes de que la dejara marchar.
En su siguiente salida, la llevó a un restaurante muy tranquilo y no dejó de mirarla durante la cena, mientras le contaba cosas acerca de sí mismo. Acerca de su trabajo como vendedor en una gran empresa de ordenadores que le obligaba a viajar por todo el país. Acerca de su ambición de tener su propia empresa, de cómo ahorraba todas sus comisiones para poder hacerlo algún día.
Hablaba con tal calma y suavidad que Bella tenía que inclinarse hacia delante para no perderse palabra de lo que decía.
No dejaba de mirarla, no para observarla, sino para absorberla. Cuando la llevó a casa, Bella estaba en peligro de explotar por la tensión sexual acumulada. Sin embargo, se limitaron a darse un beso. Lo mismo sucedió otra media docena de veces, hasta que un día, inevitablemente, en vez de llevarla al cine la llevó a su apartamento.
Después de aquel día, apenas iban a otros lugares.
Estar solos y hacer el amor se convirtió en lo más importante de sus vidas.
Edward se convirtió en lo más importante, por encima de sus notas, de sus ambiciones, de la opinión de sus padres, que no paraban de manifestarle su desaprobación sin menoscabar lo que sentía hacia Edward.
Tres meses más tarde, y después de que Edward estuviera fuera dos semanas, ella le estaba esperando en el apartamento.
-     ¿Qué haces aquí? -le preguntó Edward.
Sólo en el momento de recordarlo, siete años más tarde, se daba cuenta de que no le había gustado encontrarla allí. Tenía el rostro serio y cansado, igual, pensaba Bella sentada en el cuarto de estar de su casa, que en los últimos meses.
-     Tenía que verte -le dijo, agarrándolo de la mano y arrastrándolo al interior del apartamento. Inevitablemente, hicieron el amor, luego ella hizo café y lo bebieron en silencio. Edward, que sólo llevaba un albornoz, se sentó en su viejo sillón de orejas y ella se hizo un ovillo a sus pies, y se abrazó a sus rodillas.
Entonces, le dijo que estaba embarazada. Edward no se movió ni dijo nada y ella no lo miró. Edward le acarició el pelo y ella apoyó la cabeza en la pierna.
Al cabo de unos momentos, Edward dio un largo y profundo suspiro. Agarró a Bella y la sentó en su regazo. Ella encogió las piernas, como una niña, como Nessie cuando se sentaba en brazos de su padre para buscar consuelo.
-     ¿Estás segura?
-     Completamente -dijo Bella, asiéndose a él, asiéndose al eje sobre el que giraba su vida- Me retrasé en el período y compré una de esas pruebas que venden en la farmacia. Ha dado positiva. ¿Crees que puede ser incorrecta? ¿Voy al médico antes de que decidamos algo?
-     No -dijo Edward-. Así que estás embarazada. Me pregunto cómo ha ocurrido _añadió pensativamente.
Bella se rió nerviosamente.
-     Es culpa tuya -le dijo- Eres tú el que tiene que tomar precauciones.
-     Y eso he hecho -replicó él- Bueno, al menos tenemos tiempo de casaros antes de que toda la ciudad se entere de por qué lo hacemos.
Y aquello fue todo. La decisión estaba tomada. Edward se ocupó de todo, evitando que ella sufriera cualquier pregunta indiscreta, cualquier inconveniente, ayudándola a soportar la decepción que suponía para sus padres.
Una vez más, fue siete años más tarde, cuando se dio cuenta del verdadero significado de sus palabras: «Al menos tenemos tiempo de casarnos antes de que toda la ciudad se entere de por qué lo hacemos». Y, por primera vez, pensó que, tal vez, en otras circunstancias, Edward no se habría casado.
Ella lo había atrapado. Con su juventud, su inocencia, con su confianza infantil y su ciega adoración. Edward se había casado con ella porque creía que era lo que tenía que hacer. El amor no tenía nada que ver con el asunto.
El sonido de una llave en la puerta principal la devolvió al presente. Se dio la vuelta. Sentía una extraña calma, un extraño alivio. Miró al reloj de pared. Eran las ocho y media. Edward no iba a volver a casa hasta varias horas después.
Tenía una cena de negocios, le había dicho. Qué burda le pareció aquella excusa, se dijo sonriendo amargamente y acercándose a la puerta del cuarto de estar.
Edward le daba la espalda. Bella se dio cuenta de la tensión de los músculos del cuello y de la rigidez de su espalda bajo la tela de su abrigo negro.
Se dio la vuelta lentamente y sonrió. Bella observó su rostro cansado, pálido.
Edward miró al teléfono descolgado. Se acercó, dejó la cartera de cuero en el suelo, y levantó el auricular. La mano le temblaba ligeramente al dejarlo en su lugar.
Rose debía haberlo llamado. Debía haber sentido pánico al ver que ella se negaba a contestar al teléfono y lo había llamado para decirle lo que había hecho. Le habría gustado oír aquella conversación, pensaba Bella. La acusación, la defensa, la confesión y el veredicto.
Edward la miró, y ella dejó que la observara durante unos instantes. Luego, sin decir nada, se dio la vuelta y volvió al cuarto de estar.

Era culpable. Lo llevaba escrito en su aspecto. Culpable sin atenuantes.

Espero que sea de su agrado, arrancamos con nueva historia.
Nos leemos la siguiente semana.
Besos Ana Lau