domingo, 28 de junio de 2015

Cap. 3 Un marido infiel

CAPÍTULO 3
Al llegar el fin de semana, los mellizos se dieron cuenta de que algo extraño sucedía. Y, como siempre, fue la observadora y callada Nessie quien quiso saber qué era.
-     ¿Por qué estás durmiendo en la habitación de Anthony, mamá? -preguntó el domingo por la mañana mientras toda la familia estaba reunida en la cocina, desayunando.
La niña lo había descubierto porque aquella mañana Anthony había dormido hasta más tarde de lo acostumbrado, con lo cual, su madre también se había despertado tarde.
Después de pasar varias noches durmiendo mal en una cama demasiado pequeña y atormentada por sus pensamientos, estaba exhausta; la noche anterior, para su alivio, había conciliado el sueño nada más meterse en la cama, y no se había despertado hasta que Emmett entró en la habitación. Pero no se sentía mucho mejor que los días anteriores, porque, si dormir había servido para dar descanso a su cuerpo, su mente no había reposado en absoluto.
Sabía qué había soñado, pero, desde luego, sus sueños no habían aliviado el peso de su corazón, ni su rabia, ni su amargura. Incluso se aborrecía a sí misma por no hacer nada para remediar la situación. Edward le había aconsejado que no tomara ninguna decisión hasta que no estuviera un poco más tranquila.
Hasta que dejara de ser la criatura patética en que se había convertido, pero aquel consejo sólo le servía como excusa para no enfrentarse a la realidad.
Edward no tenía mejor aspecto que ella, su rostro reflejaba la misma tensión.
Desde la noche fatídica de la llamada de Rose, había estado llegando a las seis y media todos los días. Bella sospechaba que se debía más a que lo había criticado como padre que al deseo de demostrarla que su aventura había terminado.
Llegaba a tiempo de bañar a los niños y meterlos en la cama mientras ella preparaba la cena. En apariencia, su vida transcurría normalmente, y los dos hacían un gran esfuerzo por que los niños no se enteraran de sus problemas.
Cada noche, durante la cena, Edward hacía algún intento por mantener una conversación, pero Bella permanecía en silencio, de modo que él desaparecía en su estudio en cuanto terminaban de cenar.
Bella recogía la mesa y subía a acostarse a la habitación de Anthony, sintiéndose cada día un poco más sola, un poco más deprimida.
Saber que su marido la engañaba había supuesto para ella un golpe brutal que había conseguido anular su voluntad, de modo que su vida transcurría en una lenta monotonía y no se daba cuenta de lo que hacía. Edward la observaba, serio y en silencio, esperando que Bella saliera de su letargo y estallara.
En aquellos momentos, la pregunta de su hija la devolvía a su cruda situación. Se sonrojó ligeramente, y se las ingenió para dar una respuesta coherente.
-     A Anthony le están saliendo los dientes otra vez. -Edward arrugó ligeramente el periódico que estaba leyendo, y Bella se dio cuenta de que estaba escuchando. Y puede que también la estuviera mirando de reojo. Ella no lo miró. En realidad, le importaba muy poco lo que pudiera hacer.
Castaña y con ojos cafés, Nessie tenía, además, la misma mirada inteligente de su madre. Asintió, como si comprendiera perfectamente lo que decía Bella.
Los dientes de Anthony habían sido un tormento para todos en las noches anteriores. Aunque a Bella no se le había ocurrido irse a dormir a su habitación. Pero aquello no se le había ocurrido a Nessie, que prestaba atención a su querido padre.
-     Seguro que echas de menos no poder abrazar a mamá, ¿verdad, papá? –dijo bajándose de la silla y acercándose a Edward-. Si me lo hubieras dicho, habría ido a darte un abrazo -dijo y fue a sentarse sobre las rodillas de su padre, sabiendo que sería bien recibida.
La tensión se apoderó de la habitación.
-     Muchas gracias, mi reina -dijo Edward, doblando el periódico para prestar atención a su hija- Pero creo que puedo estar solo unos días más antes de que me sienta completamente triste.
Si aquel comentario iba dirigido a ella, Bella lo ignoró, y siguió sentada bebiendo café, sin revelar el esfuerzo que le costaba.
Observó a Edward, allí sentado, con su albornoz azul, que dejaba al descubierto la mata de vello que le cubría el pecho. Besó a Nessie en la mejilla y esbozó una sonrisa tan encantadora que a Bella se le hizo un nudo en el estómago, como si tuviera celos de su hija.
¡¿Celos de su propia hija?! ¿Cómo era posible tanta amargura?
No pudo evitar dar un respingo mientras recogía los platos. Edward la miró y ella le devolvió la mirada. Edward debió ver algo en sus ojos cafés, porque frunció el ceño. Bella se dio la vuelta de inmediato. Estaba incómoda y desconsolada.
Pero su marido y sus hijos parecieron ignorar su reacción. Emmett intervino en la conversación que Edward estaba teniendo con Nessie, e incluso Anthony insistió en que le sacaran de su silla. Edward lo sacó y lo sentó sobre sus rodillas, mientras el niño alegraba la conversación con sus particulares gorgojeos. Bella no pudo soportarlo.
Había algo en aquella atmósfera de cariño que le ponía los nervios de punta. Se sentía incapaz de unirse a ellos, como habría hecho normalmente. Tanya se lo impedía. Su imagen era como un muro infranqueable que la separaba de su familia, del afecto y el amor de los suyos.
Dejó de fregar los platos, porque corría el riesgo de romper alguno y salió de la cocina diciendo entre dientes:
-     Voy a hacer las camas.
Nadie la oyó y se sintió aún peor, más apartada de su familia.
Estaba en su dormitorio, el dormitorio de Edward y ella, mirando al vacío, cuando entró Edward. Con un gesto nervioso se dirigió al baño, tratando de aparentar que eso estaba haciendo cuando Edward abrió la puerta. Cuando salió, Edward seguía allí, al lado de la ventana y con las manos metidas en los bolsillos. Era alto y gallardo y, en aquel momento, estaba tan atractivo que a Bella le daban ganas de tirarle algo, de hacer cualquier cosa para mitigar su profundo dolor.
Haciendo un esfuerzo por ignorar su presencia, comenzó a arreglar la habitación.
Se acercó a la cama, que, desde la llamada de Rose, se había convertido en el mueble más odioso de la casa. Cada día era más difícil estirar las sábanas, ahuecar las almohadas, cubrirla con la colcha. Olía a Edward, a su olor limpio y masculino.
Despertaba sus sentidos, que creía dormidos. Al contrario de lo que había esperado, su deseo por Edward no había disminuido, sino todo lo contrario. La traición de Edward no había provocado más que la odiosa actitud de estar siempre pendiente de él. El odio alimentaba el deseo, y el deseo hacía su tormento todavía mayor.
Edward se dio la vuelta lentamente y observó a Bella.
Al cabo de un rato, cuando el silencio comenzaba a hacerse insoportable, se acercó a ella y se interpuso en su camino.
-     Bella… -dijo con suavidad.
Bella permaneció con la cabeza agachada, sin querer mirarlo a los ojos.
-     ¿Te acuerdas de que tengo que pasar la semana que viene en Birmingham?
No, no se había acordado hasta aquel momento. Sirvió una ira repentina al comprobar que Edward anteponía sus negocios a su vida privada, cuando ésta estaba en crisis
-     ¿Qué te meto en la maleta?
¿Iba a ir Tanya con él? ¿Iban a dormir en la misma habitación? ¿Iban a pasar toda una preciosa semana sin que nadie les interrumpiera?
Le palpitaba el corazón, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no retroceder para apartarse de él. Retroceder habría sido como otorgarle una especie de victoria, así que se quedó dónde estaba, sin mirarlo, con el semblante pálido.
Físicamente, no habían estado más cerca desde la noche en que todo estallara por los aires. Bella sintió escalofríos.
-     Cualquier cosa -replicó Edward con impaciencia. Bella solía hacerle la maleta siempre que él se marchaba de viaje. Y le encantaba hacerlo, guardar sus camisas, contar los pares de calcetines, la ropa interior, meter algunos pañuelos, las corbatas y los trajes. Incluso en aquellos momentos, mientras rogaba que se apartara de su camino para poder alejarse de él y con ganas de decirle que se hiciera él la maleta, no podía evitar hacer, mentalmente, una lista con todo lo que necesitaba.
Edward permaneció inmóvil, y la tensión entre ellos se hizo intolerable. No se atrevía a decir nada por miedo a que Bella lo utilizara en su contra.
-     ¿Vas a estar bien? - preguntó por fin- Puedo llamar a mi madre para que se quede contigo, si no quieres quedarte sola, si te hace falta compañía, o…
-     ¿Y por qué me iba a hacer falta compañía? -le espetó Bella, dirigiéndole una mirada penetrante- Nunca me ha hecho falta una niñera cuando te vas de viaje y no me va a hacer falta ahora.
Edward apretó la mandíbula, pero mantuvo la tranquilidad.
-     Yo no estaba poniendo en duda tu capacidad - dijo-, pero estás muy cansada y me preguntaba si, con todo lo que está pasando, no te vendría bien alguna ayuda.
«Muy cansada», se repitió Bella, no estaba sólo cansada, estaba agotada.
-     ¿Tu secretaria va contigo?
Bella se arrepintió de aquella pregunta nada más hacerla.
-     Sí, pero, …
-     Entonces no tengo por qué preocuparme por ti, ¿verdad?
-     Bella -dijo Edward, dando un suspiro- Tanya no…
-     ¡No quiero saberlo! - dijo Bella empujándolo, prefiriendo rozar su cuerpo a permanecer allí quieta por más tiempo soportando aquella conversación.
-     Entonces, ¿para qué me lo preguntas? -exclamó Edward en voz alta e, inmediatamente, hizo un gran esfuerzo por controlarse- ¡Bella, tenemos que hablar!
Bella estaba haciendo la cama. Apretaba los dientes y seguía con su trabajo porque era lo único que le quedaba por hacer.
-     No podemos seguir así -dijo Edward-. ¡Tienes que darte cuenta! A Nessie le parece muy raro que duermas con Anthony, lo que significa que, a partir de ahora, va a estar pendiente de nosotros, que va a vigilarte, a calcular los días que te quedas en la habitación de Anthony…
-     Y no debemos molestar a tu querida Nessie, ¿verdad? -exclamó Bella, y se avergonzó al instante. ¿Cómo podía sentir celos de su propia hija? Pero era cierto, estaba horriblemente celosa de su hija, porque tenía el amor de su padre.
-     No pienso responder a eso, Bella -dijo Edward sobriamente.
Bella terminó de hacer la cama, podía marcharse.
-     Deja que te explique qué Tanya no… -dijo Edward.
-     ¿Qué vas a hacer hoy? ¿Vas a quedarte en casa?
-     Sí -dijo Edward, desconcertado-. ¿Por qué?
-     Porque yo tengo que salir y, si tú te vas a quedar, no tengo que llamar a tu madre para que se quede con los niños.
Por qué había dicho aquello, Bella no podía saberlo.
Su decisión de salir no había sido una decisión consciente. Pero nada más decirlo pensó que pasar unas horas sola, completamente sola, era vital para su integridad mental.
Abrió el armario, impaciente por salir y alejarse de su familia, y sacó lo primero que encontró, su anorak impermeable. Edward parecía un poco aturdido, y se limitó a quedarse allí de pie, observándola.
-     Bella -dijo por fin-, si quieres salir, sólo tienes que decirlo.
Bella no atinaba a cerrar la cremallera y se estaba poniendo cada vez más nerviosa. « ¿Es posible sofocar sus propias emociones?», se preguntaba. Porque creía que eso era precisamente lo que estaba haciendo.
-     Dame diez minutos y me voy contigo…
¡Los zapatos! ¡No se había puesto los zapatos! Se inclinó y revolvió en la parte baja del armario. Edward seguía quieto en el mismo sitio, cada vez más perplejo.
Bella encontró sus botas de cuero negras y se sentó sobre la moqueta para ponérselas. Luego metió los pantalones en las botas con dedos temblorosos.
-     ¡Bella… no hagas esto! -dijo Edward.
Bella se dio cuenta de que estaba realmente afectado porque quisiera irse sola, su voz era grave y denotaba impaciencia.
-     Nunca has salido sin nosotros, espera a que todos… - Bella apenas lo oía. Pero Edward tenía razón, ella nunca había salido sola. Si no con él, con los niños, o con su madre. Durante toda su vida adulta, había vivido bajo el amparo protector de otros.
Primero sus padres, luego sus amigas y finalmente, Edward. Sobre todo, Edward.
¡Pero por Dios, estaba a punto de cumplir veinticuatro años! Y allí estaba, convertida en ama de casa, cada día menos atractiva, con tres hijos y un marido que…
-     ¡Me voy sola! ¡No te va a pasar nada porque, por una vez, te quedes con los niños!
-     ¡No me estoy quejando de eso! -dijo Edward, suspirando y acercándose a ella- Pero, Bella, nunca habías…
-     ¡Exactamente! -exclamó Bella, apartándose de él-. Mientras tú te ocupabas de hacerte rico y de buscar a una amante, yo estaba sentadita en esta maldita casa, muriéndome de asco.
-     ¡No digas tonterías! -dijo Edward, agarrándola por la muñeca- Esto es ridículo, te estás portando como una niña.
-     Precisamente, Edward, de eso se trata, ¿no te das cuenta? -dijo Bella, apelando a la comprensión a pesar de que lo que más deseaba era irse de allí cuanto antes- Eso es exactamente lo que soy… una niña. Una niña a la que han explotado, a la que han herido profundamente. No he crecido porque no me han dado la oportunidad de crecer. ¡Tenía diecisiete años cuando me casé contigo! -le gritó- ¡No había terminado el colegio! Y antes de que aparecieras tú, mis padres me tenían entre algodones. Dios mío, qué decepción debió ser para ellos descubrir que su dulce y pequeña hija se había estado acostando con el lobo feroz.
Edward se rió. A Bella no le sorprendió, sabía que su calificación era tan acertada que no tenía más remedio que reírse si no quería llorar.
-     Y me quedé embarazada -prosiguió-, y cambié a unos padres por otros, tú y tu madre.
-      Eso no es cierto, Bella -protestó Edward-. Yo nunca te he visto como una niña. Yo…
-     ¡Mentira! ¡Eres un maldito hipócrita mentiroso! ¿Y sabes porqué sé que eres un mentiroso? Por el miedo que te da que yo quiera pasar algún tiempo sola.
-     ¡Esto es una locura! -dijo Edward, negando con la cabeza, como si no creyera que aquella conversación pudiera tener lugar.
-     ¿Una locura? -repitió Bella-. ¿Cómo crees que me siento sabiendo que he dejado que me hicieras todo eso? Lo único que hice fue sentarme y dejar que me trataras como te daba la gana… y mira qué he conseguido. Veinticuatro años, tres hijos y un marido que se ha cansado de mí. Así que, por favor, deja que me yaya.
Con un sollozo, se apartó de él y salió de la habitación.
Corrió escaleras abajo, recogió el bolso de la mesita del recibidor y salió precipitadamente a la calle.
El BMW de Edward cerraba el paso a su Ford Escort blanco, así que tuvo que irse a pie, alejándose de la moderna casa en la que vivían desde hacía cinco años. En una casa situada en una de las zonas más acomodadas de Londres. Aquella casa le encantaba porque les ofrecía mucho más espacio que el pequeño piso alquilado del centro de Londres en el que vivían anteriormente.
Sin embargo, en aquellos momentos, lo único que quería era alejarse de allí lo más deprisa posible. Se apresuró por la acera, bajo la sombra de los árboles, sabiendo que Edward no la seguiría. Todavía tenía que vestirse y vestir a los niños, así que no podría detenerla antes de que tomara el autobús.
El primero que llegó se dirigía al centro de Londres.
Se sentó junto a la ventanilla y miró a través del cristal manchado de polvo y de gotas de barro. Se fijó en el parque al que solía llevar a los niños. ¿O eran ellos los que la llevaban a ella? No lo sabía, ya no estaba segura de nada.
Se subió el cuello del anorak para protegerse del frío aire de septiembre, se metió las manos en los bolsillos y comenzó a pasear por Londres, cuyas calles siempre estaban solitarias los domingos por la tarde. Estaba perdida en un mar de tristeza. Un mar más profundo a medida que un ojo interior se abría cada vez más para mostrarle cómo era la verdadera Bella Cullen.
Una mujer de veinticuatro años que se había estancado emocionalmente a la edad de diecisiete. Pensó que Edward la amaba porque había hecho el amor con ella, y nunca se preguntó si la quería realmente.
Pero había llegado la hora de hacerlo. Y, aunque la idea la mortificaba, se daba cuenta de que sólo se había casado con ella para aceptar su responsabilidad por haberla dejado embarazada.
Puede que Edward considerara que estaba en su derecho de llevar otra vida, aparte de la que ya llevaba con ella. No cabía duda, se trataba de eso. Edward quería llevar otra vida, una vida aparte de la que llevaba con ella.
Bella se dio cuenta, en aquellos momentos en que su vida estaba al borde del precipicio, de que Edward nunca había compartido con ella aquella otra vida excitante y apresurada. Sólo había construido su matrimonio para ella, para que jugara a ser esposa y madre de sus hijos, porque era lo que ella quería ser.
Pero, ¿acaso se trataba sólo de un juego, de una fantasía? No lo sabía, no podía saberlo.
Caminó durante horas. Horas y horas, sin darse cuenta del tiempo que pasaba.
Tristes horas de reflexión, contemplando la intensidad de su propio dolor. Hasta que el más completo agotamiento la obligó a regresar a casa. Estaba agotada y hacía frío, así que tomó un taxi.
De repente, su casa se convirtió en el único lugar del mundo en el que quería estar.

Pero, al darse cuenta, experimentó una sensación de derrota, porque aquello significaba que sus horas de libertad no le habían hecho ningún bien.

Nota: Muchas gracias por su apoyo y la paciencia para que publique.

Besos Ana Lau

domingo, 14 de junio de 2015

Un marido Infiel Cap. 2


Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Michelle Reid yo solo me adjudico la adaptación para su disfrute.

CAPÍTULO 2
Pasaron algunos minutos antes de que Edward, se reuniera con ella en el cuarto de estar. Necesitaba algún tiempo para prepararse para lo que iba a ocurrir. Bella lo esperaba sentada, pacientemente.
Curiosamente, estaba muy tranquila. Su corazón latía a un ritmo normal y tenía las manos apoyadas relajadamente sobre el regazo.
Edward entró. Se había quitado el abrigo y la chaqueta, y se había desanudado la corbata y desabrochado el cuello de la camisa. No miró a Bella y se dirigió al mueble bar para servirse un whisky.
-     ¿Quieres uno? -le preguntó a Bella.
Ella negó con la cabeza. Edward no repitió la pregunta, tampoco la miró. Se sirvió una generosa cantidad de whisky y se sentó en el sofá, frente a Bella. Dio un largo trago.
-Tienes una amiga muy fiel -dijo. «Y un marido infiel», pensó Bella.
Edward cerró los ojos. No la había mirado desde que entrara en la habitación.
Estiró las piernas y tomó el vaso con ambas manos. Bella se fijó en sus dedos: largos, fuertes y con las uñas perfectamente cortadas.
Era un hombre fuerte y alto, y siempre aseado. Buenos zapatos, trajes elegantes, camisas a medida y corbatas de seda. Estaba más pálido que de costumbre, pero su semblante, que reflejaba tensión, seguía siendo atractivo. Sus rasgos eran bien formados y suaves, tenía la nariz recta y la boca delgada, en un gesto de determinación.
Iba a cumplir treinta y dos años y siempre había sido muy masculino, aunque, con el paso de los años, habían ido aflorando otras facetas de su carácter.
Había adquirido una fuerza interior, que, tal vez, suele aparecer siempre con la madurez, y una nueva confianza y conciencia de la propia valía. Su rostro reflejaba su personalidad, es decir, la de un hombre acostumbrado a ejercer el poder y con la capacidad de superar eficazmente las dificultades. En su compañía, se tenía la sensación de estar ante un hombre especial.
Otro rasgo eminente de su personalidad, pensaba Bella, era su dominio de sí mismo. Edward siempre había poseído una gran capacidad para controlar sus emociones, raramente perdía los nervios, raramente se irritaba cuando las cosas no marchaban como él quería. Ante los problemas, tenía la rara habilidad de olvidar los aspectos negativos y extraer lo más positivo de la situación.
Aquél era el rasgo más sobresaliente de Edward Cullen, presidente de Master Holdings, una organización que, en pocos años, había crecido de un modo extraordinario. Compraba pequeñas empresas que no marchaban bien y las reconvertía en filiales de la suya, logrando que obtuvieran grandes beneficios.
Y lo había hecho todo con sus propios medios. Manteniendo un delicado equilibrio entre el éxito y el desastre, aunque sin llegar a poner en peligro el bienestar de su familia, había construido un pequeño imperio. Por el contrario, la había rodeado de lujo, tanto como podía desear.
-     Y ahora, ¿qué? -preguntó de repente, levantando los párpados y revelando la belleza de sus ojos verdes y profundos.
Así que no iba a tratar de negar nada, se dijo Bella.
-     Deseaba encontrar algo que decir, pero no sabía qué.
-     Dímelo tú -dijo, todavía con aquella tranquilidad asombrosa.
Rose debía haberle dicho que temía que cometiera colgarse de una lámpara.
Qué melodramático, qué novelesco. Pobre Rose, pensaba Bella con simpatía, qué mal tenía que haberlo pasado.
-     Es una zorra -gruñó Edward.
La idea que tenía de Rose, obviamente, no se parecía a la de Bella. Se inclinó hacia delante apretando el vaso de whisky entre las manos. Tenía el ceño fruncido y le temblaba un músculo de la mandíbula. Apoyaba los codos en las rodillas y no apartaba la vista de la alfombra.
-     Si no hubiera metido las narices, podrías haberte ahorrado todo esto. ¡Ya había terminado! -espetó-. ¡Si supiera cerrar la boca, se habría dado cuenta de que todo había terminado! Esa zorra me la tenía jurada. Ha estado esperando a que cayera para hincarme el diente. Pero nunca pensé que caería tan bajo como para hacerlo a través de ti.
Era cierto, pensaba Bella. Maldita Rose, ¿por qué se había metido donde no la llamaban?
-     ¡Di algo, por Dios! -gruñó Edward.
Bella parpadeó, porque Edward nunca le había levantado la voz, y se dio cuenta de que, desde que Edward había entrado, tenía los ojos fijos en él, pero sin verlo. Sólo se fijó verdaderamente en él en aquellos instantes, como si necesitara que sucediera algo para darse plena cuenta de lo que estaba ocurriendo. Aunque, en realidad, no deseara que sucediera por temor a echarse a llorar y derrumbarse.
«Así debe sentirse uno», se decía, «cuando muere un ser querido».
-     Quiero el divorcio -dijo.
Fue lo primero que le vino a la cabeza y se sorprendió tanto de oírlo como el propio Edward.
-     Tú puedes marcharte, yo me quedaré con la casa y los niños. No creo que tengas dificultades para mantenernos -añadió y se encogió de hombros. No cabía en sí de asombro ante su propia tranquilidad, cuando lo normal era gritarle como una esposa ofendida.
-     ¡No seas estúpida! -gruñó Edward-. Eso no es posible y tú lo sabes.
-     No grites, vas a despertar a los niños.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Edward se puso en pie y dejó el vaso sobre la repisa de la chimenea con un sonoro golpe y derramando el líquido sobre el mármol de la repisa.
Edward miró a Bella con furia, pero no pudo sostener por mucho tiempo su mirada. Agachó la cabeza apesadumbrado y se metió las manos en los bolsillos.
-     Mira… -dijo al cabo de unos instantes, tratando de recobrar la calma- No era lo que tú crees, lo que esa zorra te ha hecho creer. Sucedió sólo… por casualidad… y se acabó casi antes de empezar -dijo haciendo un seco ademán.
«Pobre Tanya», pensó Bella, «guillotinada de un plumazo».
-     -Tenía mucha presión en el trabajo. La compra de Harvey's ha sido muy arriesgada y amenazaba todo lo que he conseguido -prosiguió Edward, y tomó el vaso de whisky y dio un largo trago-. He tenido que trabajar día y noche. Tú has tenido que ocuparte de Anthony y he pasado más tiempo con ella que contigo. Luego, los mellizos tuvieron sarampión y no quisiste que contratáramos a una enfermera. Estabas agotada, casi enferma, y yo estaba preocupado por ti, por los mellizos, por Anthony, que no dormía más de media hora seguida, y con más dificultades que nunca en la empresa. Creí que lo mejor para ti era que no te preocupara contándote mis problemas en la oficina…
Edward hablaba de los meses anteriores. Un periodo en que Bella pensó que todo lo que podía ir mal había ido mal. Pero no se le había ocurrido añadir a su lista de problemas que su marido la engañaba con otra mujer.
-     Bella… -dijo Edward con voz grave- no era mi intención. Ni siquiera quería hacerlo. Pero ella estaba allí cuando yo necesitaba a alguien, y tú no estabas, y yo ...
-     ¡Cállate! -exclamó Bella.
Le dieron náuseas y tuvo que llevarse la mano a la boca para no. vomitar sobre su preciosa -y carísima alfombra. Se levantó, Edward hizo intención de ayudarla y ella le dirigió una mirada hostil. Fue dando tumbos hasta el mueble bar y, con manos temblorosas, se sirvió whisky. Era una bebida que detestaba, pero, en aquellos momentos, sentía la angustiosa necesidad de beber algo fuerte.
Edward seguía de pie. La miró con desconsuelo al verla beberse el whisky de un trago y cerrar los ojos echando la cabeza hacia atrás.
Bella trataba de mantener la calma, pero la tormenta se había desencadenado.
Su cuerpo fue sacudido por un mar de emociones violentas. Le palpitaba el corazón y trató de respirar profundamente, pero tenía la sensación de tener los pulmones encharcados. Tenía paralizados los músculos del estómago, su cerebro, al contrario, estaba sumido en un torbellino de angustia y dolor.
-     ¡Se ha acabado, Bella! -dijo Edward con una voz grave que ella nunca le había oído-. ¡Por Dios, Bella, se ha acabado!
-     ¿Cuándo se acabó? -le preguntó mirándolo a los ojos- ¿Cuando te permitiste el lujo de volver a hacer el amor conmigo? Pobre Tanya.
El whisky comenzaba a hacer el efecto deseado. -¿Me pregunto a quién de las dos tomas por imbécil? Edward sacudió la cabeza negándose a aceptar la lucha.
-     Simplemente, ocurrió -dijo tristemente, pasándose la mano por el pelo-. Ojala no lo hubiera hecho, pero no puedo echar marcha atrás, aunque sea lo que más deseo.
Por si te sirve de algo, te diré que me avergüenzo de mí mismo. Pero, y te lo juro por Dios, te doy mi palabra de que no volverá a suceder de nuevo.
-     Hasta la próxima vez -dijo Bella y fue a salir de la habitación antes de que los sentimientos sombríos que se agolpaban en su interior estallaran con amargura.
-     ¡No!-exclamó Edward, agarrándola del brazo y atrayéndola hacia sí-.¡Tenemos que arreglado! Por favor, sé que te he hecho daño pero necesitamos…
-     -¿Cuántas veces? -le espetó Bella, perdiendo el control- ¿Cuántas veces has venido oliendo a su perfume? ¿Cuántas veces me has hecho el amor por obligación después de haberte acostado con ella?
-     ¡No, no, no! -dijo agarrándola por ambos brazos mientras ella trataba de liberarse- ¡No, Bella! ¡Nunca! ¡No he dejado que llegara tan lejos!
Se puso pálido ante la mueca de incredulidad de Bella.
-     ¡Te quiero, Bella! -dijo con voz grave- ¡Te quiero!
Por alguna razón, aquella declaración desesperada la enervó y, llevada por la violencia, le dio una bofetada.
Edward se quedó de piedra. Bella se apartó de él.
Nadie que la conociera la habría creído capaz de sentir tanto odio como revelaban sus ojos. Edward estaba atónito, tratando de digerir el horror que contenía aquella mirada.
Sin decir nada más, Bella dio media vuelta y salió de la habitación. Se detuvo en la puerta de la habitación que compartía con Edward y luego, se dirigió a la habitación de Anthony.
El niño ni se movió cuando entró. Bella se acercó se inclinó sobre la cuna y se quedó mirando a su hijo preguntándose si el intolerable dolor que sentía en su interior la haría enfermar.
Luego, el dique que contenía sus emociones se rompió y con un sollozo cayó sobre la cama que sería de Anthony cuando creciera. Se arropó con la manta y ahogó su llanto en la almohada, para que nadie la oyera.
La mañana comenzó con el gorjeo de Anthony, que, completamente despierto, pataleaba alegremente en su cuna. Bella tardó unos instantes en darse cuenta de por qué estaba durmiendo en aquella habitación.
Sintió que algo se rompía en su interior al recordar la noche anterior, pero, a los pocos instantes, experimentó una gran calma, se sentía vacía, hueca.
Se levantó y frunció el ceño al darse cuenta de que llevaba la misma ropa del día anterior. Se llevó la mano a la cabeza. Tenía aún el pelo recogido con una goma. Se la quitó y sacudió la melena. Tenía un aspecto desastroso y se sentía muy mal. Ni siquiera se había molestado en quitarse las zapatillas de deporte para dormir. Se sentó en la cama y se las quitó. En aquel momento, el niño se dio cuenta de su presencia y dio un gritito de alegría.
Bella se inclinó sobre la cuna. La sonrisa de su hijo fue como un bálsamo para su triste corazón. Por unos instantes, se sumergió en la alegría que suponía disfrutar de su hijo. Le dio unos golpecitos en el vientre y murmuró las cosas que las madres suelen decirles a sus hijos, y que sólo ellas y sus hijos entienden.
Aquello le pertenecía, se dijo. No importaba qué cosas querría arrebatarle o concederle la vida, jamás podría quitarle el amor de sus hijos. «Esto», se dijo, «es sólo mío».
Anthony estaba empapado. Bella le quitó el pañal antes de sacarlo de la cuna.
Anthony siempre estaba alegre por las mañanas. No dejó de gorjear y moverse cuando lo llevó al baño, para limpiarlo y refrescarlo.
Lo sacó, lo envolvió en una toalla y volvió a su habitación para vestirlo.
Normalmente, lo habría llevado a la cocina para darle el desayuno sin siquiera vestirlo y sin vestirse ella. Normalmente, lo hacía cuando los niños se habían ido al colegio y su marido a trabajar, pero no podía despertar a los mellizos con aquel aspecto. Le preguntarían por qué tenía una pinta tan desastrosa sin el menor rubor.
Hizo acopio de valor y abrió la puerta de su habitación. Sabía que Edward sólo estaría medio dormido. Entró sin hacer ruido y miró hacia la cama, sumida en la penumbra del amanecer.
No estaba allí. Oyó ruido en el baño y Edward apareció al cabo de un instante.
Llevaba una camisa blanca y pantalones grises. En cuanto la vio, se detuvo bruscamente.
Desde que lo conocía, Bella nunca se había sentido tan vulnerable en su presencia. Era consciente de su desamparado aspecto: de sus ojos enrojecidos por el llanto, de la palidez de su semblante y de sus cabellos enredados.
También estaba alerta ante él. Observaba lo alto que era, la fortaleza de su cuerpo y sus músculos esbeltos. El ancho pecho, las caderas estrechas y las piernas largas y poderosas…
Tragó saliva y levantó la vista. Cruzaron una mirada. Tampoco él tenía buen aspecto. Parecía cansado, como si no hubiera dormido mucho. Debía haber estado pensando, tratando de encontrar una solución, la salida a una situación imposible. Era una de sus virtudes convertir los fracasos en éxitos. Era la causa principal de su prosperidad.
Acababa de afeitarse, su barbilla parecía limpia y suave… Bella absorbió el familiar aroma de su loción de afeitar y se dio cuenta de que sus sentidos respondían.
La atracción sexual no conocía límites, reconoció amargamente. Incluso en aquellos instantes, sin dejar de odiarlo y despreciarlo, sabía que era el hombre al que había amado ciegamente durante muchos años.
Se acercó a la cama, apoyó la rodilla en el colchón y dejó a Anthony sobre la colcha. Entonces, se dio cuenta de que Edward no había dormido en aquella cama, la única evidencia de que la había utilizado era la huella de su cuerpo sobre el edredón de color melocotón.
Anthony se puso a patalear, tratando de captar la atención de su padre, que, sin embargo, no apartaba los ojos de Bella. El niño gritó con frustración y se puso colorado del esfuerzo de tratar de sentarse sobre la cama. Bella sonrió al ver sus dificultades y le tendió una mano, que el niño usó para equilibrarse.
Edward se acercó al otro lado de la cama e, inconscientemente, estiró el brazo para ayudar a Anthony.
-     ¡Pa! -dijo el bebé triunfalmente, librándose de ambas manos para prestar toda su atención a la colcha.
Bella mantuvo la vista fija en su hijo, dándose cuenta de que Edward no apartaba los ojos de ella.
-     Bella, por favor, mírame -dijo Edward con una súplica que conmovió las entrañas de Bella.
-     No -dijo ella con un susurro, tratando de mantener la calma.
Edward profirió un suspiro. Levantó a su hijo, le dio un beso en la mejilla y lo volvió a dejar sobre la cama.
Bella fue a levantarse, pero Edward fue más rápido que ella. La agarró por la cintura y tiró de ella hasta que pudo estrechada entre sus brazos.
A Bella le dieron ganas de sumergirse en el calor que Edward le ofrecía. Se puso tensa y tuvo que hacer esfuerzos por no llorar.
-     No llores -le dijo Edward.
Era lo peor que podía haber dicho, porque, al ver el gesto de ternura de Edward, Bella comenzó a sollozar sobre su hombro. Edward la estrechó con fuerza y enterró la cabeza entre sus cabellos.
-     Lo siento -dijo una y otra vez- Lo siento, lo siento, lo siento…
Pero no era bastante. No podía ser bastante. Edward había acabado con todo. El amor, la fe, la confianza, el respeto, todo se había desvanecido, y las disculpas no iban a devolvérselo.
-     Estoy bien -murmuró Bella, haciendo un esfuerzo monumental por recobrar la calma y apartarse de él.
Pero Edward la estrechó con fuerza.
-     Sé que te he hecho mucho daño -dijo, tratando de contener sus propias lágrimas. Bella podía sentir la tensión de su pecho, el ritmo errático de su corazón- Pero no tomes ninguna decisión precipitada mientras… Lo tenemos todo para ser felices si nos das otra oportunidad. No lo tires todo por la borda sólo porque he cometido un error estúpido. ¡No puedes tirarlo todo por la borda!
-     No he sido yo quien lo he hecho -replicó Bella. Aquella vez, Edward dejó que se separara de él. Tenía una mirada triste y desolada. Bella, buscando algo que ponerse, fue del armario a la cómoda y vuelta al armario, sin saber realmente lo que estaba eligiendo.
Había pasado muchos años comprendiendo sus ambiciones, teniendo una fe ciega en él. Muchos años aguardándole en casa, esperando sus caricias como un perro o un gato, como una mascota, mientras él alimentaba en casa sus necesidades básicas: comida, bebida y un paseo de vez en cuando, y ella lo había aceptado con alegría.
« ¡Qué criatura más patética eres!». Se dijo.
Anthony dejó escapar un chillido. Los dos dieron un respingo. El niño, aburrido de jugar solo, reclamaba su desayuno.
Bella se quedó inmóvil en el centro de la habitación, con la ropa en las manos, preguntándose qué hacer a continuación. Vestirse o atender a Anthony. Era una elección muy sencilla, pero no parecía en condiciones de tomarla.
Fue Edward quien finalmente levantó al niño.
-     Yo me ocupo de él. Vístete tranquilamente, todavía es temprano -dijo y se marchó por la puerta. Bella suspiró, sintiendo que la tensión de la habitación se relajaba.
El desayuno fue horrible. Bella veía una provocación en cada gesto. En Nessie porque comía demasiado, en Emmett porque se comió los cereales con muy poca leche, ella llenó demasiado la cafetera y su café estaba demasiado amargo. Al final, se enfadó consigo misma por reaccionar contra todo, frustrada por no saber lidiar con su propia desgracia. La emprendió con Emmett porque se había dejado el ordenador encendido la noche anterior, con todos los juegos esparcidos sobre la alfombra. Cuando terminó de reñirlo, el pobre niño estaba pálido y rígido, Nessie sorprendida, Anthony callado y Edward… Edward simplemente estaba sombrío. El resto del desayuno transcurrió en silencio. Los niños se mostraron visiblemente aliviados cuando su padre los mandó a recoger sus cosas para irse al colegio.
-     ¡No tenías por qué tratar así a Emmett! -le espetó Edward en cuanto Emmett y Nessie no podían oírlo- ¡Sabes muy bien que normalmente es muy ordenado! Vas a convertirlos en un manojo de nervios si no pones más cuidado. Son unos chicos estupendos y se comportan muy bien la mayor parte del tiempo. ¡No voy a dejar que la tomes con ellos porque estés enfadada conmigo!
Bella se dio la vuelta hecha una furia.
-     ¿Y desde cuándo estás aquí el tiempo suficiente para saber cómo se comportan? -le dijo, viendo con gran satisfacción que se ponía tieso como un clavo- Los ves durante el desayuno, ¡pero sólo cuando dejas de leer tu precioso Financial Times! ¡La mayoría del tiempo ni siquiera te acuerdas de que tienes tres hijos! Los… los quieres como quieres… a esa pintura de Lowry que compraste, eso cuando piensas en ellos. ¡Así que no me digas cómo tengo que educar a mis hijos cuando como padre eres un completo inútil!
¿Qué le ocurría? Se preguntó dando un paso atrás mientras Edward se ponía en pie y se acercaba a ella.
-     Me puedes acusar de muchas cosas, Bella -dijo Edward entre dientes- Y, probablemente, la mayoría de ellas me las merezco, ¡pero no me puedes acusar de no querer a nuestros hijos!
-     ¿De verdad? -le preguntó Bella con sarcasmo- ¡En primer lugar, te diré que sólo te casaste conmigo porque estaba embarazada de los mellizos! ¡Incluso Anthony fue un error al que te costó acostumbrarte!
Edward dio un puñetazo sobre la mesa. Bella parpadeó al verlo levantar la mesa, apartarla para levantarse y acercarse a ella. La violencia casi se podía palpar. A Bella se le secó la garganta al ver cómo Edward se aproximaba a ella con la intención, creía ella, de estrangularla.
En el último momento, cambió de opinión y la agarró por los hombros. Bella se dio cuenta de que estaba temblando.
-     Es demasiado pequeño para comprender lo que estás diciendo -dijo con una voz ronca y señalando a Anthony con la cabeza-, pero si los mellizos te oyen, si les das alguna razón para que piensen que no los quiero, te…
No terminó la frase. No hacía falta, Bella sabía exactamente cómo continuaba.
Edward siguió mirándola por unos instantes, luego la soltó y salió de la cocina.
Tragó saliva y dio un profundo suspiro, y sólo entonces, se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Sólo por pura necesidad de consuelo, levantó a Anthony y lo meció en sus brazos.
Se avergonzaba de sí misma. Y también estaba furiosa, porque, al haberle gritado de aquella manera, le había dado el derecho a meterse con ella, cuando, hasta ese momento, era ella la que tenía todo el derecho a meterse con él.


Antes que nada les pido mil y un disculpas por la demora en la actualización, pero se me justaron muchas cosas, pero aqui estamos de nuevo.