viernes, 13 de noviembre de 2015

Cap. 5 en el dolor y el amor

Capítulo 5

Bella se vistió con más cuidado que de costumbre. Dudaba entre un conjunto de falda corta y chaqueta de ante y una falda larga vaquera con una camiseta de manga larga negra. La falda de ante era corta, por encima de las rodillas, y aún con medias se sentía algo incómoda, así que se puso el otro conjunto antes de cepillarse el pelo y ponerse un pasador negro ovalado en la trenza.
Pero su ropa no sería armadura suficiente contra los recuerdos de Edward haciéndola gritar de placer. Odiaba la idea de verlo, pero no quería ser una cobarde. Tenía que afrontar lo que había pasado el día anterior para poder seguir adelante, aunque cuanto menos se hablara acerca de aquel vergonzoso episodio, mejor, opinaba ella.
Esa vez, cuando llamó a la puerta, esperó a que le dijera que podía entrar. Empujó la puerta, que se parecía más a la suite de Emmett que a un habitación de hospital, y vio a Edward, sentado en su escritorio, vestido con los pantalones cortos y la camiseta ajustada de sus sesiones de fisioterapia.
Estaba concentrado en el ordenador, no en ella, y tuvo tiempo de componerse ante su sexy presencia. No sirvió de mucho porque ella estaba deseando lanzarse de nuevo a sus brazos y suplicarle que le diera más de aquello que le había dado el día anterior. La urgencia la dejó un poco temblorosa, así que se sentó.
-         Buenos días, Edward. Veo que ya estás trabajando.
   Buon giorno, bella. ¿Has dormido bien? -dijo él, girando la silla para ponerse frente a ella.
Toda su compostura pareció desaparecer en un momento.
   Sí -dijo con voz temblorosa.
-         Estabas exhausta cuando te dejé -sus miradas se encontraron y ella pudo ver la evidencia de la satisfacción en los ojos verdes.
-         Te aseguraste de ello.
Su sonrisa era de todo un conquistador.
-         No hay duda alguna de que podré satisfacer todas tus necesidades cuando nos casemos, tesoro.
Edward necesitaba probarse a sí mismo que seguía siendo todo un hombre, y lo había hecho. Por un lado, ella se lamentaba de que la utilizara como forma de terapia para sus frustraciones, pero por otro se alegraba de haber podido devolverle esa parte de su orgullo admitiendo su reacción ante sus caricias.
Además, ella nunca se había cuestionado su nivel de satisfacción si se casaba con él.
-         Pero no serás feliz, Edward. No quieres casarte conmigo.
-         Ya dijiste eso ayer, y te probé que estabas equivocada, ¿no?
¿Qué decir? No quería dañar su ego diciéndole que ella había pensado que lo que necesitaba era probarse algo a sí mismo, pero, por otro lado, ¿cómo podía plantearse el matrimonio cuando había estado comprometido con Tanya hasta la mañana anterior?
-         Tanya volverá, Edward. Estaba enfadada, pero se dará cuenta de su error y no querrás estar atado a otra mujer cuando eso ocurra.
-         Lo de Tanya ha acabado, ya te lo dije ayer -dijo él con expresión dura.
No le gustaba repetir las cosas.
-         Pero...
-         No discutas. Tú quieres casarte conmigo.
-         ¿Quién lo dice? -saltó ella ante tal arrogancia.
   Yo lo digo.
-         Hace no mucho me utilizabas para poner celosa a tu poco atenta prometida -¿acaso se había olvidado de eso?
Sus ojos se abrieron sorprendidos.
-         Yo no hice eso.
Él nunca le había mentido hasta entonces y ella no podía tolerarlo, ni siquiera para no herirle en su orgullo.
-         Sí lo hiciste.
-         Cuando me tocaste ese día, sabías que ella lo vería. Ni siquiera tengo claro si el beso de ayer no tuvo la misma intención -dijo ella, admitiendo el más terrible de sus miedos.
-         Si te he tocado alguna vez, ha sido porque quería hacerlo, mi tesoro, ¿cómo puedes creer lo contrario? ¿Acaso me crees tan ruin como para utilizarte de ese modo?
Visto de ese modo... por su expresión podía deducirse que estaba ofendido.
-         No niego que sus celos ante tus atenciones no me complacieran, pero nunca he alentado esas cosas. Edward Cullen no lo necesita.
Genial. Ahora no sólo había ofendido su sentido de la integridad, sino también su orgullo.
El gesto de Edward marcaba bien su musculatura, y Bella se distrajo de la conversación.
-         ¿Levantas pesas?
-         ¿Qué?
Su cara se tiñó de rojo cuando se dio cuenta de lo que había dicho y la cara divertida de
Edward.
-         Nada, no es importante.
-         Eso es cierto. Tenemos otras cosas de las que hablar. ¿Te disgustarías si no tuviéramos una gran boda?
-         No me importa.
No le importaba casarse en el Registro Civil si creyera que Edward deseaba realmente casarse con ella.
-         Bien. Quiero casarme antes de volver a Italia.
-         No he dicho que me vaya a casar contigo -ni siquiera tenía que estar considerando la posibilidad—. Mira, si todo esto es por lo que dijiste ayer, no tienes que preocuparte. Ya sé que no lo decías en serio en ese momento. Estabas muy afectado.
-         ¿Afectado? ¿Yo? Eso es algo de jovencitas y de mujeres mayores.
Ella cada vez se estaba poniendo más nerviosa.
-         Lo que quiero decir es que no te tomo la palabra por lo de ayer.
-         Pero, cara, es que yo sigo pensando igual que ayer.
-         ¿Qué es lo que piensas?
-         Me dejaste hacerte el amor. Eso implica cierto grado de responsabilidad.
Era demasiado listo.
Ella ni siquiera intentó rebatir la idea de que le había hecho el amor, porque a todos los efectos, se lo había hecho.
-         Muchas mujeres se acuestan con hombres sin tener que casarse por ello -replicó ella.
-         Pero tú no.
Ella le lanzó una mirada de odio, deseando borrar esa sonrisa de autocomplacencia de su cara.
-         Tal vez sí.
Él se echó a reír y ella quiso gritar.
-         Ayer admitiste que estabas intacta. No intentes provocarme ahora.
-         Que no haya tenido sexo con un hombre no quiere decir que no me haya dejado tocar - añadió ella.
¿Cómo podía haber olvidado su arrebato de furia el día anterior cuando ella lo provocó del mismo modo?
En un segundo, la silla cruzó la habitación y la agarró de los hombros con las manos.
-         Dime la verdad -dijo él, como si cada palabra fuera una bala.
-         ¿Por qué estás tan enfadado? -preguntó ella, sintiéndose indefensa ante aquella reacción.
-         ¿Preguntas eso después de lo de ayer?
Gracioso, pero hasta entonces pensaba que lo del día anterior sólo le había ocurrido a ella. Desde luego, fue Edward quien lo provocó, pero ella no había pensado que le pudiera haber afectado de ningún modo. Aparentemente, darle a una mujer su primer orgasmo, o varios, hacía que un hombre se sintiera posesivo.
-         Nunca he dejado que ningún hombre me tocara como lo hiciste tú -admitió ella entre dientes. No quería provocar otra escena como la del otro día.
-         Eso era lo que creía. No me engañes más -dijo, acariciándola.
-         Eres un mandón.
-         Es lo que pasa cuando se es el hermano mayor -se encogió de hombros y cambió de tema-. Los médicos han dicho que podemos volver a casa dentro de una semana.
-         ¿Y la terapia?
-         Ya he hablado con un eminente fisioterapeuta para que me trate en nuestra casa en Milán.
Otra vez estaba asumiendo que ella accedería.
-         Edward, ¿sigues queriendo a Tanya? -preguntó sin rodeos. El resto podía solucionarse, pero no iba a casarse con un hombre enamorado de otra mujer.
Su cuerpo se tensó y se apartó de ella.
-         Mis sentimientos por Tanya no son asunto tuyo.
-         ¿Cómo puedes decir eso? Quieres que me case contigo pensando que estás enamorado de otra mujer. Eso es una crueldad, Edward.
-         Porque tú me quieres, ¿verdad?
-         No pongas en mi boca palabras que yo no he dicho. Estamos hablando de tus sentimientos.
-         No. En absoluto. Cualquier cosa que sintiera por Tanya es cosa del pasado, como ella.
¡Ojalá fuera verdad!, pensó ella.
-         ¿Por qué quieres casarte conmigo? -tal vez si le hacía enfrentarse a sus razones se daría cuenta de que no estaba siendo realista.
-         Ya te lo dije ayer. Ya tengo edad para casarme. Mi madre espera una nuera y yo quiero hijos. Y tú y yo nos llevamos bien, cara. Serás una madre y una esposa admirables.
Aquello era todo un discurso para un hombre como Edward.
-         ¿Quieres casarte conmigo porque seré una buena madre?
Él sacudió la cabeza.
-         También creo que serás una buena esposa. Ya conoces mis limitaciones. No esperarás más de lo que yo puedo darte.
¿No? Tal vez no, pero eso no significaría que no lo deseara. Ella se quedó con una frase
«Conoces mis limitaciones». Aún seguía obsesionado por la parálisis temporal. Ella se dio cuenta de que no tenía opciones reales. Ahora Edward se sentía vulnerable, y para un hombre como él, aquello era una tragedia. Ahora no podía aumentar esa vulnerabilidad rechazándolo.
Pero no podía engañarse a sí misma creyendo que la decisión era totalmente altruista. Si se casaba con Edward, volvería a tener una familia. Se había sentido muy sola después de la muerte de su madre, pero mucho más aún después de que Pamela, la segunda esposa de su padre, la desterrara eficientemente del círculo familiar.
Los Cullen habían sido muy amables, pero nunca habían sido nada suyo. Ella no era de la familia, pero si se casaba con Edward, aquello lo cambiaría todo. Ella volvería a tener un hogar, un lugar en el mundo que considerar suyo. Y cuando llegaran los niños, tendría aún más. Volvería a compartir el mismo vínculo que había tenido ella con su madre, aunque esa vez sería ella la madre.
-         Me casaré contigo.
Emmett volvió a Nueva York por la noche. Bella estaba viendo la televisión en un sillón de la salita de la suite cuando él llegó. Ella ya sabía que había pasado a ver a Edward y esperaba ver cómo respondía a las noticias de que se iba a casar con su hermano.
Emmett se quitó el abrigo y lo colgó en el respaldo del sofá. Se sentó enfrente de ella y la miró.
-         Entonces ¿te vas a casar con mi hermano? Eso sí que es trabajar rápido, teniendo en cuenta que hace nada estaba prometido con Tanya.
-         Yo no le puse una trampa.
Emmett le sonrió y se encogió de hombros.
-         Pero lo conseguiste, piccola mia. Eso está bien.
¿Sí? La duda la invadía desde que dejó a Edward en el hospital.
-         Él no quiere casarse conmigo.
-         Me aseguró que sí.
-         Eso es lo que él piensa. Se siente mal porque no puede andar y Tanya ha roto su compromiso. Tan pronto como todo vuelva a su lugar, se arrepentirá de esta locura.
La sonrisa de Emmett desapareció.
-         No está loco. Edward te necesita ahora y lo reconoce. Demonios, creo que siempre te ha necesitado, sólo que no se ha dado cuenta hasta que ha pensado que te perdería para siempre.
Entonces Edward le había contado el enfrentamiento con Tanya.
   La respuesta de mi hermano a sus necesidades actuales es el matrimonio. Teniendo en cuenta tus sentimientos hacia él, es la solución ideal.
Los hombres a veces eran de lo más obtusos.
-         Ni siquiera me ha dicho si sigue queriendo a Tanya.
-         No es tan estúpido.
-         Yo pensaba que era bastante lista hasta que acepté casarme con Edward -¿qué mujer aceptaría casarse con un hombre que no la quería ni lo pretendía? Incluso si ese matrimonio era su mayor deseo...
Emmett sacudió la cabeza.
-         Es una buena decisión. Es lo que él quiere y lo que tú quieres. ¿Qué podría mejorarlo?
Que Edward la quisiera por las razones justas. No se molestó en decirlo, Emmett no lo entendería; en muchas cosas su arrogante hermano y él eran iguales.
-         Mis padres serán tus nuevos padres, y yo tu hermano -dijo abriendo los brazos y sonriendo-. Esto sólo puede ser bueno.
Ella estaba demasiado nerviosa como para reírse con sus gracias.
-         ¿De verdad piensas que estoy haciendo lo correcto?
Emmett alargó la mano y le tomó la suya, apretándosela.
-         No es que sea lo correcto, sino que es muy bueno, piccola. Me encantará tenerte en nuestra familia, ¿y no te gustaría ser mi hermana?
Ella asintió, sonriendo tímidamente, consiguiendo calmar sus dudas y temores con el apoyo de Emmett a su matrimonio con Edward. Pero, ¿qué pensarían sus padres? ¿Creería su madre que Bella había atrapado a Edward en un momento de debilidad como Emmett había sugerido en broma?
La preocupación la mantuvo despierta casi toda la noche y las dos siguientes antes de la boda.
-         Mama se pondrá furiosa con esto de que os caséis en el Registro Civil -Emmett dijo esto mientras les hacían pasar ante el juez de paz para que se celebrase la corta ceremonia civil tres días después de que Edward le pidiera matrimonio a Bella.
Edward giró la cabeza y contestó:
-         Lo superará.
-         Lo más probable es que insista en una boda por la iglesia con todos los detalles de una boda tradicional -replicó Emmett, bromeando.
-         No me opondré, pero todo eso tendrá que esperar hasta que pueda andar hasta el altar - dijo Edward, encogiéndose de hombros.
La insistencia de Edward en una boda por lo civil empezaba a tener algún sentido. Bella había pensado que veía su boda de forma tan pragmática, que no quería pasar por las molestias de una boda tradicional. Además seguramente no habría querido que sus familiares y amigos lo vieran en su actual estado. Aquello también la llevaba a pensar que Edward sólo se había casado con ella por las circunstancias. Edward no la quería.
Mientras repetía las cortas frases de rigor, no pudo mirar a Edward a los ojos y mantuvo la mirada baja, centrada en el ramito de rosas blancas que Edward le había dado. Sin embargo, cuando llegó su turno, Edward, levantándole la barbilla, le habló a ella, prometiéndole fidelidad y respeto con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas acerca de su sinceridad. No pudo evitar sentirse conmovida.
El juez dio permiso a Edward para besarla y así lo hizo, atrayéndola hacia sí. Sus cabezas estaban casi a la misma altura, porque Edward estaba sentado en la silla de ruedas. El beso fue dulce y suave, y ella se sintió deseosa de más y reconfortada a la vez.
-         Congratulación, fratello -Emmett abrazó a su hermano y lo besó en las mejillas según la tradición italiana. Después se giró a Bella, la levantó del suelo y la abrazó-. ¡Bienvenida a la familia, hermanita!
Bella rió y, a pesar de su preocupación, lo abrazó sin reticencias.
   ¡Grazie!
Emmett volvió a dejarla en el suelo. Ella sonrió a Edward y la desconcertó la dureza de su expresión.
Llegaron a Milán a altas horas de la madrugada y Bella atravesó los controles aduaneros medio dormida hasta llegar a la limusina que los estaba esperando. Había dormido muy poco los días anteriores y le costaba mantener los ojos abiertos. Edward y Emmett se sentaron en el asiento frente a ella, y ella dedujo que había algo raro en aquello.
Ella estaba casada, pero no se sentía como tal. Era todo tan irreal... Edward la había tratado más o menos como a un mueble más desde la boda. No había esperado que la colmara de atenciones en el jet privado de los Cullen, al fin y al cabo había más gente presente. Emmett volaba de vuelta con ellos, así como el personal encargado de su seguridad y el secretario personal de Edward, que había estado en Nueva York la pasada semana trabajando con Edward.
Aun así, a pesar de que hubiera gente presente, ella tampoco había esperado que él se olvidara de su presencia.
Bella había esperado a que Edward entrase en la limusina para entrar después y sentarse frente a él, molesta por el trato que le había dado, y Emmett, después de dudar un momento se había sentado al lado de su hermano.
Centrando su atención en el paisaje que se veía desde la ventanilla, intentó imaginar que viajaba sola. Sería menos doloroso.
-         Mis padres volverán la semana que viene -la voz de Edward rompió el silencio.
Bella no dijo nada, asumiendo que se dirigía a Emmett. Al fin y al cabo, llevaba ocho horas sin dirigirle la palabra.
-         Bella.
-         ¿Qué? -dijo ella sin mover la vista de la ventanilla.
-         Estás contenta de volver a ver a mi madre, ¿verdad?
-         Por supuesto -pero no sabía si eso era verdad del todo. Aún tenía miedo de que los padres de Edward pudieran pensar que lo había manipulado en un momento de debilidad.
-         No pareces muy emocionada.
-         Estoy cansada.
-         No me gusta hablarte sin que me mires, cara.
Ella se giró hasta que sus ojos se encontraron. Era difícil leer la expresión de su rostro en la tenue luz de la limusina.
-         Tenía la impresión de que no te apetecía hablar conmigo. Eso es todo.
-         ¿Cómo? ¿Cuándo he dicho yo algo así?
-         A veces las acciones hablan con más claridad que las palabras -las palabras salieron de su boca con más veneno del que hubiera deseado.
Él tomó aliento.
-         ¿Qué problema tienes?
La mirada de Bella pasó de Edward a Emmett y vio que en su cara se dibujaba una expresión de satisfacción. ¿Acaso le gustaba ver a su hermano y a su esposa discutir?
-         Te acabo de hacer una pregunta, cara.
   Y yo prefiero no contestarte -y dicho esto los ignoró a Emmett y a él.
En un claro intento de pacificar el ambiente, Emmett le hizo a Edward algunas preguntas y pronto los dos empezaron a hacer planes sobre la vuelta de sus padres. Bella se giró.
Estaba luchando con el terrible miedo de haber cometido el error más grave de su vida.
Era obvio que Edward se arrepentía de su decisión de casarse con ella. Ojalá hubiera vuelto al mundo real antes de que se celebrara la ceremonia.
Cuando llegaron a la casa de los Cullen, Bella esperó en el exterior de la limusina a que descargaran la silla de ruedas. Edward se dio cuenta de que estaba esperando y la llamó.
-         Ve dentro, no hay motivos para que te quedes aquí.
Ella se sintió dolida e hizo justo lo que le había dicho. Una vez dentro de la casa, fue directamente a la habitación en la que había dormido siempre que iba allí. No iba a dejar que la expulsaran de la habitación principal.
Encontró el camisón que había dejado allí el verano anterior y entró en el baño. Se envolvió el pelo en una toalla, como si fuera un turbante y se duchó. Poco después, estaba sentada frente al espejo del tocador deshaciéndose el recogido que se había hecho para la boda cuando Edward entró.
-         ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó él.
-         Cepillarme el pelo -dijo ella, colocándoselo sobre un hombro y peinándose la larga cabellera. Edward, al lado de la puerta, permanecía en silencio.
Cuando hubo acabado de peinarse, dividió el pelo en tres y empezó hacerse una trenza para ir a dormir.
-         No lo hagas.
Ella se quedó sorprendida y sus dedos se detuvieron. Pudo oír la silla de ruedas cruzando la habitación, pero no se pudo dar la vuelta para mirarlo.
-         Per l´amore di cielo, es precioso -dijo él, pasándole los dedos por el pelo y deshaciendo el principio de la trenza que había empezado a hacerse-. Siempre había querido verlo así, pero es mejor de lo que me imaginaba.
Ella se giró para mirarlo y lo vio absorto en la contemplación de su pelo.
-         ¿Te gusta mi pelo?
Aquello no parecía tener mucho sentido. Ella llevaba el pelo largo porque a su madre le gustaba así y de ese modo se sentía más cerca de ella. Nunca se le había ocurrido que a Edward su ordinario cabello pudiera parecerle tan fascinante, pero así era.
-         Ven aquí -él se acercó para colocarla sobre su regazo, pero animada por un instinto de conservación, ella se levantó de un salto y se apartó de él.
-         Estoy cansada y quiero irme a la cama,
Los ojos de Edward brillaban de un modo que ella no quería entender.
-         Yo también quiero ir a la cama.
-         Pues será mejor que lo hagas, ¿no?
Él se puso muy rígido. Incluso en la silla de ruedas era casi tan alto como ella y mucho más imponente.
-         ¿Quieres decir que vuelva a mi cama mientras tú duermes aquí?
Ella se encogió de hombros intentando hacer como si no le importase, cosa que no era cierta.
-         ¿Dónde está la diferencia? -ella se refería a que, si no la quería o la deseaba especialmente, tampoco debía importarle dónde dormía.
Él se echó hacia atrás como si ella lo hubiera golpeado.
-         De hecho, no hay diferencia, cara, ya que no puedo realizar el ritual tradicional de la noche de bodas y está claro que la idea de compartir mi cama no te atrae lo más mínimo.
-         No es eso lo que...
-         No importa -dijo él interrumpiéndola-. Me parece bien que no esperes de mí que cumpla con mis deberes como marido. La verdad es que no son muy atrayentes cuando no puedo participar completamente y no son necesarios para la concepción de nuestro hijo.
Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría para Bella, que se quedó inmóvil mientras él giraba su silla y salía de la habitación.
Fue hacia la cama sintiéndose muy mayor, sin fuerzas para trenzarse el pelo por el rechazo de Edward. Él consideraba la experiencia más bonita de su vida como un deber, y además innecesario. Y poco atractivo para él. Cómo tenía que haberle molestado su ansia de experimentar placer al no ser ella capaz de devolvérselo...
Incluso si Edward no hubiera estado paralítico, ella no habría sabido devolverle las caricias. Tanya tenía razón y ella no era lo suficiente mujer para Edward, independientemente de su estado. ¿Por qué había querido casarse con ella entonces?
La respuesta llegó con otra oleada de dolor: porque no la quería ni la deseaba. Ella podría darle hijos, pero no sería un recordatorio permanente de lo que no podía tener.

No sabía lo que pasaría cuando Edward recuperase la sensibilidad en sus extremidades inferiores, pero estaba segura de que lamentaría haberse casado.

Hola, antes que nada les pido miol disculpas por desaparecer asi de esta manera, se que no tengo perdon y que no tengo computadora, por el momento lo estoy haciendo en el trabajo y es raro que me diera tiempo, espero que me comprendan, no se si pueda actualizar proximamente o hasta diciembre (despues de la primera quincena) ya que hasta esa fecha podre tener una compu para poder trabajar a gusto desde la casa.
De verdad que mil disculpas.
Besos Ana Lau y hasta la proxima, mil gracias por la paciencia que me tienen.

lunes, 26 de octubre de 2015

Cap. 4 En el dolor y el amor

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia de Lucy Monroe, yo solo la adapto esperando que sea de su agrado.

Capítulo 4

Bella apartó sus labios de los de Edward y rodó a un lado cuando él la soltó.
Saltó de la cama y se alisó la falda corta de tablas que llevaba, roja de vergüenza como el jersey de cuello alto que llevaba.
   ¡Sucia zorra! -le gritó Tanya mientras Edward se incorporaba.
Edward le gritó algo en italiano, pero Bella estaba tan ofuscada, que no entendió nada más que un comentario acerca de que no la esperaba tan pronto de vuelta en Nueva York. El resto de sus palabras hizo que Tanya reculase como un marinero borracho y que mirara a Bella con evidente odio.
Tanya se abalanzó sobre la cama, taconeando fuertemente hasta llegar a ella.
-         ¡Es obvio! ¡No toleraré este tipo de comportamiento, Edward! ¿Me oyes?
Bella pensó que todo el personal médico debía haberla oído para entonces, pero no dijo nada.
Justo antes de llegar a la cama, Tanya se volvió y se encaró con Bella.
-         ¿Crees que no me doy cuenta de lo que está pasando? No soy tan tonta como para creer que fuera Edward quien empezara esto. Es evidente que te has lanzado sobre él en un intento desesperado de hacerte notar como mujer, pero nunca serás suficiente mujer para un hombre como Edward, incluso paralítico.
Cada una de sus palabras hirieron el vulnerable corazón de Bella. Sabía de sobra que no era el tipo de Edward, nunca lo había sido. Se sintió culpable sabiendo que Tanya tenía razón: había sido ella quien se había lanzado sobre Edward, besándolo cuando él sólo le estaba dando buenas noticias.
Por supuesto, nada de eso explicaba el que él la hubiera besado después, pero para un hombre tan machista como Edward, esa podía ser una reacción automática.
Abrió la boca para pronunciar una disculpa, pero Tanya se giró y se dirigió a Edward.
-         O mandas a esa niñata a la calle o me voy para siempre.
Bella se quedó helada. Con esas opciones, ya sabía cuál sería su elección. Ya había pasado antes, cuando Tanya se aseguró de que Edward no tuviera contacto con ella hasta el punto de no dejarle ir al funeral de su padre.
   ¿Y bien, Edward? -dijo Tanya, arrugando los labios mientras lágrimas de cocodrilo afloraban a sus ojos.
   Ya sabes mi respuesta -replicó Edward.
Aquellas fueron las últimas palabras que Bella escuchó antes de salir corriendo de la habitación tan rápidamente como sus temblorosas piernas pudieron llevarla. Las mejillas le ardían por las lágrimas, éstas muy reales, y aunque creyó oír que Edward la llamaba, desechó la idea por fantasiosa.
Él ya había hecho su elección. Aunque desde el día anterior no tenía ningún lugar al que ir, eso no le dolía ni la mitad que el modo en que Tanya había conseguido apartarla definitivamente de la vida de Edward.
Bella se dejó caer sobre la cama de su habitación, aliviada de que Emmett estuviera en una reunión de negocios en Roma, asistiendo en nombre de Edward. Así podría recoger sus cosas y llorar en privado.
Se sentía como cuando murió su padre: sola, perdida y dolida. Y ahora también humillada. El recuerdo de su vergonzosa reacción con Edward la mortificaba. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Edward probablemente pensaría que era una virgen ninfómana.
Gimió y enterró la cabeza en la almohada, pero eso no ayudó demasiado. Se había comportado como una completa idiota. El teléfono sonó, pero lo ignoró para dejarse caer más en su depresión. Probablemente serían las limpiadoras o algo así. O tal vez los médicos de Edward. Maldición. Se obligó a levantarse y a alargar la mano hacia el teléfono justo en el momento en que dejó de sonar. No le daba pena haber perdido la llamada, realmente no quería hablar con nadie en ese momento.
Al pensar que podían ser los médicos, otros pensamientos vinieron a hundirla aún más.
Si ella se iba, ¿quién iba a ocuparse de la rehabilitación de Edward? El fisioterapeuta, por más fuerte que fuese, se sentía intimidado por Edward e incluso Emmett evitaba llevarle la contraria a su hermano en aquellos momentos. Había sido él quien había accedido a instalar la línea de internet en la habitación del hospital.
Edward no tendría a nadie a su lado que se preocupase por canalizar sus energías hacia su recuperación en lugar de hacia sus negocios.
Las lágrimas le ardían en los ojos. Había sido una tonta y por ello Edward tendría que sufrir. No era tan arrogante como para creer que Edward la necesitara a ella, pero... necesitaba a alguien que estuviese con él, y desde luego Tanya no iba a hacerlo. Era demasiado egocéntrica como para preocuparse por los demás.
Bella se acurrucó en posición fetal y se concentró en dejar de llorar. Perdió la noción del tiempo que pasó en esa postura, pero en un momento dado se levantó y empezó a recoger sus cosas. El ruido de la puerta abriéndose la alertó de la vuelta de Emmett. No esperaba que volviera de la reunión hasta el día siguiente, pero en algún momento tenía que enfrentarse a él y contarle todo acerca del ultimátum de Tanya.
Salió a la salita de la suite y se detuvo en seco, frotándose los ojos para asegurarse de que no le estaban jugando una mala pasada.
-         ¿Por qué no respondiste al teléfono? -preguntó Edward, furioso.
-         No sabía que fueras tú -dijo ella, tontamente.
Allí estaba él, en la suite. Aparte de la silla de ruedas, se parecía mucho a aquel fuerte hombre de negocios italiano. Su pelo cobrizo brillaba y su traje de Armani le estaba perfecto.
-         Huiste -dijo él, casi intimidándola.
-         Pensé que querías que me fuese -desde luego, su prometida quería-. ¿Dónde está Tanya?
-         Se ha ido -dijo él, sin expresión en el rostro.
-         ¿Por mi culpa? -preguntó ella, afectadísima porque su atrevido comportamiento hubiera hecho a Edward perder a la mujer a la que amaba.
-         Porque no permito que nadie me diga quiénes deben ser mis amigos.
Bella se mordió el labio hasta que notó el sabor de la sangre.
   Siento haber saltado sobre ti de esa manera.
-         Estabas contenta por las buenas noticias, igual que yo.
-         Pero... -reunió todo su valor para pronunciar estas palabras- te besé.
-         No es así como yo lo recuerdo, tesoro mío.
-         Te... te ataqué.
-         Te comportaste como una mujer cálida y apasionada enfrentada a la inesperada cercanía física de un hombre que te atrae. No tienes nada de lo que avergonzarte.
-         Pero... Tanya...
-         Se ha ido -repitió él, y sus palabras sonaron definitivas.
-         ¿Quieres decir, para siempre? ¿No le dijiste que no significaba nada? Ella ya sabía que la culpa era mía.
-         Ella no desea atarse a un paralítico.
Las palabras golpearon a Bella como una explosión y se dejó caer sobre las rodillas a los pies de Edward. Le cogió de las manos y las puso contra su pecho.
-         No estás paralítico. Esto es sólo temporal. ¿No se da cuenta? ¿Le has dicho que esta mañana sentías los pies?
-         Lo que le he dicho no es asunto tuyo. Ella ha salido de mi vida, acéptalo como lo he hecho yo -dijo con firmeza.
-         Yo... -se sentía tan culpable, que no sabía qué decir.
Él giró la cabeza y miró a través de la puerta abierta de su habitación. La maleta al lado de la cama se lo decía todo.
-         ¿Ibas a marcharte, verdad? -por extraño que fuera, parecía más enfadado que por la marcha de Tanya.
-         Creía que era lo que querías.
-         Pues no. ¿No te dije que quería que te quedaras?
-         Sí, pero...
-         No hay peros que valgan. Te quedas conmigo -¡qué arrogancia!
-         Yo...
-         No volverás a la universidad. Me lo prometiste.
-         No podría aunque quisiera. Me han despedido -admitió ella amargamente.
Entonces se dio cuenta de dónde tenía las manos de él y las soltó con la velocidad de un rayo al sentir que volvía a acosarlo. Edward la agarró posesivamente por la muñeca antes de que pudiera huir del todo y la colocó sobre su regazo, con las piernas colgando sobre sus firmes muslos.
-         ¿Te despidieron? -preguntó mirándola fijamente.
-         Sí, así que soy libre como el viento -intentó sonreír ante sus perspectivas laborales.
Conseguir la plaza de ayudante de profesor universitario había sido una suerte que no pensaba que se volviera a repetir-. Puedo quedarme contigo tanto tiempo como quieras.
-         ¿Y Pamela?
El nombre de su madrastra no calmó sus ánimos en absoluto. Pamela había dejado muy claro después de la muerte de su padre que no tenía con ella ningún lazo familiar o afectivo.
-         Vendió la casa y casi todo lo que había dentro dos meses después de la muerte de mi padre. Ahora está de crucero por la Costa Azul francesa con uno de los antiguos alumnos de mi padre.
Los ojos de Edward se oscurecieron.
-         ¿Vendió tu casa? ¿Dispuso de ese modo de las pertenencias de tu familia? –parecía indignado. Como italiano que era, le resultaba imposible comprender el desmantelamiento del hogar de la familia y todo lo que representaba. Los Cullen vivían en la misma casa en Milán desde hacía más de cien años.
-         ¿Dónde has vivido hasta ahora?
Ella cada vez tenía más dificultades para concentrarse estando sentada sobre él.
-         ¿Qué? ¡Oh!, en un piso que me dejaba la universidad.
-         ¿Cuánto tiempo te han dado para mudarte?
Ella torció el gesto.
   Ayer fui a recoger mis cosas. Están en mi coche.
-         ¿No tienes dónde ir? -parecía que estuviera viviendo bajo un puente.
-         No. Me quedaré aquí por ahora, pero ya encontraré algo cuando vuelvas a andar y ya no me necesites como animadora.
-         Eso es inaceptable.
Ella sonrió.
-         No te preocupes por eso. Soy mayor y puedo cuidar de mí misma. Lo he hecho desde que fui a la universidad. Pamela nunca quiso que volviera a casa, ni siquiera en verano.
-         No me sorprende que pasaras las vacaciones con mis padres.
-         Tus padres son maravillosos, Edward.
-         Sí, pero tú también eres muy especial.
Sus palabras la hicieron sonreír de nuevo.
-         Gracias. Yo también creo que tú eres muy especial.
-         ¿Te parezco lo suficientemente especial como para casarte conmigo?
Su corazón se detuvo un instante y después volvió a latir a toda velocidad.
   ¿Casarme? -repitió ella.
-         Tal vez, como Tanya, no desees atarte a un inútil.
La rabia la invadió al utilizar aquella horrible palabra y le dio un puñetazo en el pecho.
-         No vuelvas a utilizar esa horrible palabra. Incluso si no puedes volver a moverte en toda tu vida, nunca serás un inútil.
-         Si eso es lo que crees, entonces cásate conmigo.
-         ¡Pero tú no quieres casarte conmigo!
-         Quiero niños. Mi madre espera una nuera y creo que le gustará que seas tú, ¿no?
La idea de tener los niños de Edward la hizo temblar, pero...
-         Eso es ridículo. Estás enfadado con Tanya, pero no deseas pasar el resto de tu vida conmigo como esposa y lo sabes.
-         Quiero volver a Italia y quiero que vengas conmigo.
-         Por supuesto que iré, pero no tienes que casarte conmigo para convencerme de que vaya contigo.
-         ¿Y mis hijos? ¿Quieres tener hijos conmigo sin estar casada?
   No tengo ni idea de lo que estás diciendo -dijo, roja hasta las orejas.
-         Te estoy diciendo que quiero hijos. ¿Es tan difícil de entender?
No, no lo era. Edward sería un padre increíble y nunca había ocultado el deseo de serlo.
-         Pero...
-         Tendrías que someterte a un proceso de fecundación in vitro. No puedo... —ahora fue él quien calló y ella sabía que su orgullo se rompería en pedacitos si decía aquellas palabras.
-         Por supuesto que no. Eso es normal, pero no durará mucho tiempo -ella intentó quitarle importancia.
Por un momento dejó su imaginación volar y se imaginó como esposa de Edward.
Pertenecerle y tener hijos con él. Era muy fácil imaginarse embarazada de un hijo suyo... y muy, muy feliz de estar en ese estado.
-         Tal vez tengas miedo del tratamiento.
-         No -dijo ella, mirándolo de frente, intentando contener los latidos de su corazón-. Edward...
Él le puso un dedo sobre los labios.
-         Piénsalo.
Ella asintió con la cabeza, enmudecida. Incluso si no hubiera deseado casarse con Edward, no habría podido rechazarlo a la primera. Tras la marcha de Tanya, habría sido muy cruel.
-         Y mientras lo piensas, acuérdate de esto.
Sus labios sustituyeron a sus dedos sobre la boca de ella, y en su mente se produjo un cortocircuito. Sus pezones se endurecieron casi dolorosamente contra la seda del sujetador y empezó a notar un latido de vacío entre los muslos. Aquel no era un beso de exploración, era un asalto a sus sentidos y, cuando la lengua de Edward le pidió entrar en su boca, ella la dejó sin protestar.
Aquel latido en el corazón de su feminidad se fue incrementando, lanzando un mensaje de necesidad que no había sentido nunca antes. Ella gimió y se apretó contra él, con los dedos firmemente agarrados contra la solapa de su chaqueta. Edward introdujo su mano bajo el jersey y empezó a acariciar la suave piel de su espalda, haciéndola temblar.
Después, sintió el chasquido de su sujetador y una mano masculina que acariciaba su pecho. Se sintió invadida por el placer. Nunca le había permitido a ningún chico que llegara tan lejos.
Pero aquel era Edward, y ella se moría por sus caricias. Ella gritó y el sonido se perdió en su boca cuando sus dedos empezaron a pellizcar y a acariciarle suavemente el pezón. La sensación entre sus piernas aumentó así como el deseo de gritar. Se agitó en su regazo, incapaz de controlar el impulso de moverse.
Él retiró la boca de la suya y ella lo persiguió con los labios. No podía dejar de besarla en ese momento. Pero no lo hizo, simplemente trasladó sus labios hasta un punto sensible detrás de su oreja. Ella tembló, se agitó y gimió.
Mientras sus manos seguían atormentando su pecho, sus labios hacían estragos en su nuca.
-         Qué dulce sabes, tesoro mió -y quiso saborear cada centímetro de sus labios.
Cuando el jersey de cuello alto pareció interponerse en su camino, le dijo que se lo quitara.
-         ¿Qué? -los ojos de Bella se abrieron como platos, confundida.
Pero él no respondió. Un minuto después, ya le estaba subiendo el jersey por encima del torso. Su piel se encogía donde él la tocaba, pero ella no se dio cuenta del torbellino de pasión en que había entrado hasta que vio el jersey rojo y su sujetador sobre la alfombra. Estaba totalmente desnuda de cintura para arriba, descubierta ante la sensual mirada de Edward. Sus ojos verdes estaban fijos en sus pechos desnudos. Sus manos corrieron a tapar la vulnerabilidad de sus curvas.
-         No deberías mirarme así.
Él no retiró la mirada ni un ápice, sino que delicadamente la tomó de las muñecas, rozando la piel de sus pechos.
-         Déjame que te vea -dijo él.
-         Pero...
   Quieres que te vea —aquello resultó demasiado arrogante.
-         No.
-         Sí, cara mia. Te excita que te mire, que vea lo que a otros les ocultas.
Ella agitó la cabeza, negándolo, pero en realidad, tenía razón. Ella estaba muy impactada por su mirada y dejó que le apartara las manos de los pechos.
Ella nunca había hecho topless; la palidez de su piel contrastaba con el toque rosado y excitado que coronaba sus pechos.
Él alargó un dedo y rozó el pezón endurecido de un pecho.
   Bella... -dijo esto con tal reverencia, que ella sintió que sus ojos se humedecían de nuevo-. Bella mia.
Añadió esto con tono posesivo mientras la abrazaba fuertemente.
Ella tembló. Sus manos empezaron a moldearla suavemente, acariciándola, pellizcando suavemente con tal maestría, que ella evitó pensar cómo habría aprendido aquello.
Ella lo miraba fascinada mientras bajaba la cabeza; sus labios se cerraron sobre su pezón y al ver sus labios contra su piel, ella creyó que ardería de excitación.
Todo se volvió borroso. La sensación era eléctrica y, cuando empezó a pellizcarla y a jugar con la lengua, las pequeñas descargas de placer se hicieron tan insoportables, que ella cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y empezó a suplicar:
-         ¡Por favor, Edward, por favor!
Ella no sabía qué estaba pidiendo, pero sabía que necesitaba algo. Su cuerpo parecía estar en llamas y era incapaz de concentrarse después de haber soñado con ese momento durante tanto tiempo, por fin sus fantasías se habían hecho realidad. Sólo había amado a aquel hombre en toda su vida.
Una carcajada masculina contestó a sus súplicas mientras empezaba a pasarle una mano por la pantorrilla. Le hizo cosquillas detrás de la rodilla haciendo que ella se encogiera, y después empezó a recorrer la parte interna del muslo. Sus piernas se abrieron casi instintivamente y él siguió con su exploración hasta que llegó al centro de su feminidad.
Ella dio un respingo por la sensación y gritó. Él volvió a acariciarla por encima de las braguitas y ella gimió, acercándose más a sus dedos exploradores.
Con el pulgar, él levantó la suave tela y la tocó de la forma más íntima posible, haciéndola temblar de miedo y placer. Ella nunca había hecho aquello y nunca había pensado que dejaría que otro hombre distinto de Edward lo hiciera. Para algunas cosas era tan inocente como una adolescente.
-         ¿Qué me estás haciendo? -susurró ella.
-         Amarte...
Aquella palabra sonaba tan bien. Ella podía imaginarse que él estaba realmente haciéndole el amor y que la tocaba para saciar su propia necesidad. Esa dulce idea incrementó su placer hasta la inconsciencia. En aquel momento, era como si Edward la amase tanto como ella lo amaba a él.
Entonces él la obligó a levantarse; ¿ya había acabado? La sola idea hizo que la necesidad se hiciera aún más acuciante.
Pero él le bajó la cremallera de la falda y la dejó caer sobre la alfombra. Después le quitó las bragas a juego con el sujetador y dejó que se deslizaran por sus piernas hasta llegar a sus pies.
Ella se quitó las botas y los calcetines, deseando volver a la seguridad de su regazo cuanto antes, y su deseo se cumplió casi al instante, cuando él volvió a atraerla hacia sí y siguió probando la sensibilidad de su piel.
Él quiso probar la calidez de su profundidad con un dedo mientras acariciaba dulcemente con el pulgar la zona más sensible de su cuerpo.
Otra vez los gemidos, el temblor aumentó; su cuerpo parecía un volcán a punto de entrar en erupción. Ella se sentía al borde de un precipicio, deseosa por saltar, pero aterrada por los resultados.
-         Déjate ir, cara mia -dijo antes de besarla con una pasión que sólo había sentido en sueños-. Dame el regalo de tu placer.
Ella llego al clímax entre un estallido de fuegos artificiales y terremotos. El placer duró mucho y ella gritó y gimió, pidiéndole que parara y suplicándole que continuara. El siguió tocándola hasta que las convulsiones de su cuerpo casi la hicieron saltar de su regazo, pero ella estaba agarrada a su cuerpo con firmeza.
Bella intentó decir algo, pero era incapaz de articular una frase coherente, hasta que se encontró a sí misma temblando en una serie de clímax que la dejaron agotada y casi inconsciente en sus brazos. Él la atrajo hacia sí y llevó la silla de ruedas hasta su habitación. Allí la colocó sobre la cama y la arropó cariñosamente.
-         Duerme, tesoro. Hablaremos mañana.
Bella despertó antes del amanecer sintiendo el tacto extraño de las sábanas sobre su piel desnuda. Sólo tardó un segundo en recordar todo lo que había pasado el día anterior. Se notó enrojecer al recordar cómo había permitido a Edward tocar todos sus puntos íntimos y cómo la había hecho gritar de placer y suplicar. Y él ni siquiera se había quitado la chaqueta.
¿Por qué lo había hecho? Hasta el día anterior, Edward nunca se había fijado en ella como mujer y ahora, de repente, le había hecho el amor con una pasión que la había dejado casi en estado comatoso. De acuerdo, técnicamente no había sido sexo de verdad, pero ella sentía que no podía haber contacto más íntimo.
Sólo al recordar el modo en que la había dominado hacía que su pulso volviera a dispararse. Había cumplido su fantasía de un modo tan espectacular, que podría vivir de recuerdos toda la vida.
Pero, si él quería casarse con ella, no tendría que hacerlo. Si ella accedía, él no se echaría atrás, tenía demasiado sentido del honor como para eso. Pero realmente no podía desear casarse con ella. Tanya lo había rechazado y él había respondido con la típica reacción Cullen. Le había pedido matrimonio a otra mujer y le había hecho el amor para hacer crecer su ego. Edward era un hombre machista y necesitaba sentir que era atractivo a las mujeres.
Bella se llevó la mano a los lugares que él había tocado el día anterior y que ahora se sentían deseosos de su tacto. No parecían haber cambiado... y sin embargo se sentía mucho más mujer, mucho más femenina.
Edward le había hecho ese regalo: la había hecho sentirse mujer de verdad.
Lo menos que podía hacer era darle a su vez el regalo de su comprensión como compensación. No utilizaría su reacción emocional del día anterior para atraparlo en un matrimonio que seguro no desearía tras haberlo consultado con la almohada.

Ella aplastó sin piedad sus sueños infantiles de ser su mujer y la madre de sus hijos y se levantó para ducharse e ir al hospital. Así vería a Edward temprano y no tendría demasiado tiempo para preocuparse por todo aquello.

Hola, aquí de nuevo dejando un capitulo mas de esta historia que les esta gustando, no crean que no leo sus comentarios, claro que si lo hago y me encantan. Les agradezco su paciencia y que me dediquen un par de minutos para leer.

Hasta la próxima.
Besos Ana Lau