Bella le pasó por delante con indiferencia y puso la bandeja sobre
la mesa. Entonces agarró su taza de té y le dio la cara.
Él la esperaba sentado en el sofá, con los codos apoyados en las
rodillas y la cabeza entre las manos. El gran Edward Cullen parecía
completamente abatido, agotado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella. Aunque no quisiera, no podía
evitar mirarlo con ojos de preocupación.
Jamás le había visto así hasta ese momento. Edward siempre había
estado lleno de vitalidad. Él siempre lo tenía todo bajo control, en cualquier circunstancia.
Al oír la pregunta, él levantó la vista y la joven pudo ver
incertidumbre y dolor en sus oscuras pupilas.
—No. En realidad, no, Bella. Llevo un rato aquí sentado pensando en
lo que pasó entre nosotros, pensando en cómo lo estropeé todo.
—Tu café —dijo ella, dándole la taza. No quería hablar de todo
aquello. No se sentía con fuerza.
—Gracias —al tomar la taza en las manos, la rozó con los dedos
levemente, desencadenando un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza. Bella
retrocedió.
-Me temo que es café soluble —le dijo, sentándose en el sofá
opuesto—. El otro se me acabó hace un tiempo, y como ya no tomo café...
—Es igual —bebió un sorbo— O quizá no —hizo una mueca y volvió a
poner la taza sobre la mesa— ¿No tienes nada más fuerte? ¿Whisky? ¿Vino, quizá?
-No. No bebo por el bebé.
-Ah, sí... Nuestro bebé —dijo él suavemente.
Bella se dio cuenta de que la furia había remitido. Sin embargo,
algo le decía que el nuevo Edward que estaba ante sus ojos, tranquilo y
sosegado, era mucho más peligroso.
-Debes de odiarme de verdad, Bella, si de verdad estás dispuesta a enfrentarte
a mí en los tribunales por la custodia de nuestro hijo. Yo nunca habría hecho
una cosa así, pero a veces mi temperamento es más fuerte que yo. Todo el mundo
dice que lo ideal es tener un padre y una madre, pero yo me crié en un orfanato
y habría dado cualquier cosa por haber tenido uno al menos.
Bella guardó silencio. A lo mejor hablaba de corazón, pero no se
fiaba de él. Agarró la taza de té y bebió un sorbo. En realidad no tenía intención
de luchar con él por el bebé. Sólo necesitaba un poco de tiempo y espacio para pensar
en una alternativa... Sin embargo, no tenía ganas de serle sincera. «Que sufra
un poco...», se dijo a sí misma.
Después de todo, él ya la había hecho sufrir bastante.
«Mentirosa...», dijo un pequeño diablillo desde un rincón de su
mente. «Edward te hizo profundamente feliz...».
Nerviosa, dejó la taza sobre la mesa y se alisó la falda con un
gesto compulsivo. El silencio entre ellos se dilataba de forma interminable.
—¿Cómo me encontraste? —volvió a preguntarle— No me lo has dicho.
-Estaba en Londres y te llamé a tu apartamento para darte el pésame
por la muerte de tu madre. Con un poco de retraso, me temo, pero Emmett me lo acababa
de decir. Yo sé muy bien todo lo que hiciste por ella —dijo e hizo una pausa—
Sé lo mucho que la querías y siento muchísimo tu pérdida.
-Gracias. Pero todavía no has contestado a mi pregunta. ¿Cómo
conseguiste mi dirección?
- Cuando llamé a tu apartamento, me llevé una gran sorpresa al averiguar
que habías vendido la propiedad, y tu padre no tenía ni idea de dónde estabas.
Fui al museo para ver si tu jefe sabía algo y, justo cuando me iba, apareció tu
amiga Ángela. Me dijo que estaba muy preocupada por ti. Por lo visto, después
de volver de Perú, te quedaste en su casa una temporada; te compraste un
coche... También me dijo que tenías intención de viajar por toda Inglaterra. Le
dijiste que ibas a llamarla todas las semanas, pero después de un par de
llamadas desde un hotel cercano, desapareciste y no volviste a dar señales de
vida. Ella lleva todo un mes intentando comunicarse contigo.
—Perdí el móvil, o me lo robaron. Acabo de comprar uno nuevo.
Él miró la caja que estaba sobre la mesa.
—Ya veo. De todos modos, le dije a Ángela que la ayudaría a
encontrarte. Llamé a una agencia de detectives privados, les di el nombre del
hotel desde donde habías llamado, y conseguí tu dirección en menos de veinticuatro
horas.
-Oh.
-¿Oh? ¿Eso es todo lo que vas a decir? —le preguntó él en un tono
tranquilo — ¿No quieres saber por qué vine yo en lugar de Ángela?
—Es que llevo bastante tiempo sin dedicarte ni uno solo de mis pensamientos
—dijo ella con sarcasmo.
-Y no puedo culparte por ello —sacudió la cabeza— Te traté
injustamente cuando te obligué a aceptar aquel acuerdo inhumano. Y lo siento muchísimo.
Bella no podía creer lo que acababa de oír. ¿Edward Cullen,
disculpándose?
-Olvídalo. Yo lo he hecho —le dijo, mintiendo.
-Maldita sea, Bella —se puso en pie— Yo no puedo olvidarlo —dijo,
andando de un lado a otro.
Finalmente se sentó a su lado y ella trató de levantarse, pero él
la agarró de la cintura y no la dejó moverse.
—Por favor, siéntate un momento y escúchame —le pidió—. Por lo
menos concédeme ese derecho.
Ella dejó de luchar. Él no se merecía ninguna concesión por su
parte, pero era demasiado fuerte como para oponerle resistencia. Además, aunque
no quisiera admitirlo, también sentía una gran curiosidad por oír lo que iba a decirle.
-Te eché muchísimo de menos cuando nos separamos, Bella, y me di
cuenta de que no quería olvidarte, no podía olvidarte —le dijo él en un tono
solemne— Ni entonces, ni ahora, ni nunca.
Ella apartó la vista.
-Si esto es un truco para convencerme de que me case contigo por el
bebé, olvídalo. Mi madre está muerta y no te debo nada —le espetó.
—No es ningún truco. Lo juro. Había decidido volver a Londres para
pedirte perdón por ser un idiota arrogante y prepotente mucho antes de hablar
con Emmett. Sin embargo, cuando él me dijo que tu madre había muerto, supe que tenía
que venir cuanto antes y lo usé como excusa para no tener que decirte la verdad.
La verdad, Bella, es que soy un imbécil orgulloso y me cuesta mucho mostrar mis
sentimientos. Bueno, en realidad no tenía ninguno hasta que tú apareciste. En
cuanto te vi entrar en Westwold aquel día, te deseé con una pasión que jamás había
sentido. Te sonreí, pero tú pasaste de largo...
-Y tu ego es demasiado grande, ¿verdad? —dijo ella, mirándole a los
ojos, lo cual sería un error.
En aquellas verdes pupilas había una gran calidez, pero eso no era
todo.
También había un atisbo de vulnerabilidad.
Bella contuvo el aliento y rehuyó su mirada rápidamente. A lo mejor
sí le estaba diciendo la verdad... A lo mejor ya no era el mismo
Edward Cullen al que había conocido en el pasado, implacable y cruel.
—Sí —admitió él con vergüenza— Pero tuve lo que me merecía.
Bella todavía no confiaba en él, pero parecía tan sincero, que se
sintió obligada a darle una explicación.
—Estaba tan preocupada por mi madre ese día que apenas me daba
cuenta de nada. El médico me había dicho que no le quedaba mucho tiempo.
Edward la agarró con más fuerza.
—Bueno, ahora me siento todavía peor —hizo una mueca—. Yo te
obligué a aceptar un acuerdo denigrante en el peor momento de tu vida. Sólo
puedo repetir que lo siento, Bella. Fui un estúpido. Sin embargo, estaría
mintiendo si te dijera que siento haberte hecho el amor. Creo que me enamoré de
ti aquel día. Lo primero que pensé cuando te vi con aquel vestido... Se me paró
el corazón. Nunca había sentido algo así... A lo mejor mi subconsciente trataba
de mandarme un mensaje que no supe entender.
Bella trató de respirar hondo, pero no fue capaz. Edward le acababa
de decir que se había enamorado de ella, pero, ¿cómo iba a creerlo así como
así?
—Desde el primer momento me confundiste una y otra vez. No hacía
más que darle vueltas a la cabeza y no dejaba de cambiar de idea sobre ti. Pero
desde nuestro primer beso en la limusina, supe que tenías que ser mía — guardó
silencio un instante— La noche en que fui a tu apartamento, cuando me echaste
de tu lado sin contemplaciones... Aquel día me marché furioso, decidido a no
volver a verte.
—De eso no me quedó la menor duda —dijo Bella— Creo que me convenciste
del todo cuando me dijiste que metiera la cabeza en la nevera, a ver si me
enfriaba un poco, ¿no? —le recordó con ironía.
Edward esbozó un atisbo de sonrisa.
—No fue uno de mis mejores momentos, Bella. La única excusa que
puedo darte es que estaba furioso, fuera de sí. Te deseaba tanto... —la agarró
de la mano y se la apretó con energía— Pero, después, cuando hicimos el amor,
entendí por qué me habías rechazado antes. Tenías miedo porque era la primera
vez que lo hacías.
Bella sintió un escalofrío por la espalda. Él estaba llegando a su
corazón. La estaba haciendo recordar cosas que había intentado olvidar.
Bruscamente, apartó la mano y se soltó de él.
—No fue eso, Edward. Al vernos reflejados en el espejo del techo,
recordé dónde me encontraba, en el nidito de amor de mi adúltero padre. Él engatusó
a mi madre y así vendió la casa familiar. A mí me dio el apartamento de
Kensington a instancias de mi madre y para ahorrarse unos cuantos impuestos. Y
él se compró un flamante piso en Notting Hill. Mi madre siempre lo apoyó en
todo porque estaba ciega de amor —le dijo, todavía furiosa y llena de rencor contra
su padre— Yo odiaba ese apartamento. La primera semana, nada más mudarme, tuve
que contestar a las incesantes llamadas de sus amantes y al final tuve que
cambiar el número. Además, cambié los muebles y lo decoré a mi manera, pero no
fue suficiente. Nada podía cambiar aquel lugar —hizo una pausa— La única razón
por la que decidí que tuviéramos nuestros encuentros en aquel odioso apartamento
era tener siempre presente la infidelidad de los hombres. Como ves, era el
lugar idóneo para llevar a cabo lo que tenías en mente.
Bella se calló de repente. Ya había dicho suficiente. Hurgar en el
pasado era doloroso y no quería seguir torturándose. Lo único que quería en ese
momento era verle marchar y tener un poco de paz. Intentó levantarse del sofá.
—Dio! —exclamó él—. Esto empeora por momentos. Pero dicen que
hablar las cosas alivia el alma, y tú tienes que dejarme terminar, Bella —le
dijo, decidido— No tenía intención de volver a verte después de aquella noche, pero
cuando te vi con Al en ese restaurante, me volví loco. Estaba celoso por
primera vez en toda mi vida... Estaba furioso. Sólo quería librarme de él.
Aunque hablara en serio, Bella tuvo que reprimir las ganas de reír.
—Pero, a pesar de todo, hice un gran esfuerzo por ser sociable y
amable — le dijo y la miró fijamente— ¿Y tú qué hiciste? Ignorarme e
insultarme.
—¿Y qué esperabas? ¿Una medalla?
—No te burles, Bella. Hablo en serio. Estaba rabioso, lleno de
furia, y por eso decidí utilizar lo de tu padre en tu contra. Sabía que tú
sentías algo por mí, y sólo quería tenerte a mi lado, a cualquier precio. Me
comporté de la forma más vil y estoy profundamente avergonzado, pero no me
arrepiento del resultado. Aunque siento muchísimo haberte hecho tanto daño,
nunca me arrepentiré de haberte hecho el amor. Aquella fue la experiencia más maravillosa
de toda mi vida, y siempre lo será. Lo que trato de decir, Bella, es que te
quiero, y quiero casarme contigo. Eso es lo que más deseo en mi vida.
Frunciendo el ceño, la joven guardó silencio. No sabía si creerle o
no, pero no estaba dispuesta a caer en una trampa. La vida le había enseñado a
no confiar en los hombres.
—¡Uff! —exclamó en un tono irónico—. ¡Casi me engañas! Te presentas
en mi casa y, al ver que estoy embarazada, me insultas y después me pides que
me case contigo. ¿Por qué debería creerte ahora? Yo también recuerdo muy bien
aquel paseo en limusina. Entonces me dijiste que no te gustaban los compromisos
y que no tenías intención de casarte, así que no veo por qué tengo que creerme
todo esto ahora. ¿Esperas que me crea esta dramática transformación? Hace un
momento eras un ex arrogante y soberbio, y de repente te conviertes en un
hombre comprensivo y compungido, dispuesto a casarse a toda costa. ¡Qué ironía!
—No me crees, y me lo merezco. Pero, Bella, si me das otra
oportunidad para demostrarte lo mucho que te quiero... No voy a presionarte
para que hagamos el amor como solía hacer antes, aunque reconozco que la espera
será una tortura... Te necesito, te deseo con todo mi ser. Te has metido en mi
corazón como ninguna otra mujer lo ha conseguido antes.
Al oírle mencionar a otras mujeres, Bella volvió a la realidad. La
imagen de Rosalie aún estaba fresca en su memoria.
Agarró la taza de té, le dio un sorbo y trató de controlar los
nervios que la hacían temblar de rabia.
-Bueno, eso de que soy la única mujer que se te ha metido en el
corazón... No me parece que sea gran cosa, teniendo en cuenta cuántas mujeres
se te han metido en la cama. ¡Rosalie, por ejemplo! Debes de creer que soy idiota,
Edward Cullen. Trataste de seducirme el lunes, el martes te la llevaste a la
cama y a la noche siguiente te acostaste conmigo a fuerza de chantaje — Bella
no tardó en ver el efecto de sus palabras.
Edward se puso tremendamente pálido y su cuerpo se tensó. De
repente parecía haber envejecido unos cuantos años.
-¿De verdad me desprecias tanto como para creerme capaz de
semejante bajeza?
—Lo cierto es que estoy convencida.
—No me acosté con Rosalie ese día. De hecho, tú eres la única mujer
con la que me he ido a la cama en mucho, mucho tiempo —le dijo, visiblemente afectado.
Bella sacudió la cabeza, escandalizada. ¿Cómo podía tomarle el pelo
de esa manera? ¿Edward Cullen, sin una mujer en su cama cada noche?
—Por favor... —le dijo—. Vi un coletero suyo en el cuarto de baño de
tu casa, y también horquillas y un frasco de perfume de mujer. Deja ya de decir
mentiras.
Él guardó silencio un momento, frunció el ceño y entonces echó
atrás la cabeza. Una extraña sonrisa iluminaba su rostro.
-Entonces ésa es la razón por la que aquella noche dejaste de ser
la dulce Isabella para convertirse en una bruja malvada —le quitó la taza de la
mano, la puso sobre la mesa y, agarrándola con fuerza, la atrajo hacia sí.
—¿Qué...?
Sin darle tiempo a reaccionar, tomó sus labios con un beso arrebatador
que la desarmó sin remedio. Por mucho que quisiera negarlo, todavía sentía algo
por él. Su instintiva respuesta no dejaba lugar a dudas.
Besándola con frenesí, Edward gimió suavemente, la levantó en el
aire y la puso sobre su regazo.
-Basta ya, Edward —dijo ella, arrollada por un tsunami de
sensaciones.
La presión de sus cálidos brazos, la tensión de su magnífico cuerpo
excitado... No podía soportarlo más.
-Suéltame de una vez —añadió, empujándole en el pecho sin mucho
éxito.
—Jamás —dijo él.
Sin embargo, aflojó un poco las manos y le permitió retroceder, sin
llegar a soltarla del todo.
-¿Por qué has hecho eso? —le preguntó ella, apartándose el pelo de
la cara y fulminándolo con una mirada.
—Tuve que hacerlo —dijo él, sonriendo de oreja a oreja—. Porque me
diste el primer atisbo de esperanza que he tenido en muchos meses —añadió, sin arrepentirse
de nada.
-¿Yo? —Bella no sabía qué pensar. Estaba totalmente
desconcertada.-Sí. Me he dado cuenta de que te morías de celos porque creías
que había hecho el amor con Rosalie.
—¡Qué más quisieras tú! —exclamó Bella en un tono de falsa
arrogancia.
—Tienes que creerme. Yo jamás hubiera hecho tal cosa después de conocerte.
Tú tienes la habilidad de hacerme vibrar con una sola mirada,
Bella. No hubo ninguna otra mujer después de conocerte, porque simplemente
no me interesaban —le dijo, mirándola con una intensidad difícil de fingir—. Y
en cuanto a las cosas que encontraste en mi casa, eran de la mujer de Emmett.
Su esposa y él pasaron unos días en el apartamento durante la negociación con
Westwold. Cuando llegué yo, él regresó a Italia. El apartamento es de la
empresa, Bella, y no sólo lo uso yo.
-Oh... —de repente la joven se sintió como una tonta—. No sabía que
Emmett McCarthy estuviera casado.
—Lleva cinco años casado, y tanto él como su mujer se mueren por
tener un hijo —sonrió—. Creo que se va a alegrar mucho por nosotros.
—No hay ningún «nosotros» —dijo ella automáticamente.
-Oh, sí que lo hay —le aseguró él en un susurro y entonces le
acarició la cabeza, enredando los dedos en su sedoso cabello rizado— Y tú vas a
casarte conmigo —le dijo en un tono firme— Cuando nos separamos, pasé los
peores momentos de toda mi vida. No paraba de pensar en qué estabas haciendo,
con quién estabas... No puedo volver a pasar por ese infierno. Tenía unas
pesadillas horribles y me despertaba en mitad de la noche, sudando y temblando,
imaginándote en los brazos de otro. O si no, soñaba que estabas conmigo y
después me despertaba completamente solo. No puedo volver a pasar por ello, y
no me voy a ir hasta que me prometas que te casarás conmigo.
Bella lo miró con incertidumbre.
¿De verdad había sufrido tanto por ella? Levantó la punta del dedo
y trazó el surco que iba desde su nariz hasta la comisura de sus labios.
-Una vez me dijiste que querías tener tres hijos cuando todavía
fueras lo bastante joven para disfrutar de ellos. Piénsalo, Bella. ¿Quieres que
este bebé se críe solo, como tú y como yo? ¿No quieres que tenga hermanos con los
que jugar?
-No era eso lo que quería decir. Sólo quería que me dejaras en paz.
—Pues entonces no te salió bien la jugada —de pronto se puso en
pie, la miró con ojos solemnes y buscó algo en el bolsillo del pantalón—. Te conozco
muy bien, Bella, y apostaría mi vida a que nunca se te pasaría por la cabeza
deshacerte de este bebé, a diferencia de muchas otras mujeres.
—Esa apuesta sí la ganarías.
—También sé que no has tenido el mejor ejemplo de un matrimonio
feliz por culpa de tu padre.
Ante la sorpresa de Bella, se arrodilló y, tomándola de la mano, le
ofreció una pequeña cajita de terciopelo.
- Bella, mi Isabella, cásate conmigo, por favor. Te quiero y te
juro que jamás te traicionaré.
Abrió la caja y descubrió un radiante anillo de diamantes y
zafiros.
—No te pido que me quieras. Sólo te pido que me dejes quererte,
como tu esposo... ¿Y quién sabe si...?
Bella lo miró fijamente y, por primera vez, supo con certeza que
decía la verdad. Había lágrimas brillantes y sinceras en sus ojos; lágrimas de
amor.
—Sí —le dijo con un hilo de voz, dejando salir todo el cariño que
había contenido durante tanto tiempo.
Rebosante de alegría, Edward le puso el anillo y, comiéndosela a
besos, comenzó a desvestirla lentamente, tocándole el alma con cada caricia.
Un momento después estaban sentados sobre la alfombra, amándose con
fervor. Con manos temblorosas, acarició sus pechos duros y grandes, y entonces
bajó las manos hasta tocar su incipiente barriga.
Bella lo miró a la cara y vio asombro en aquellos ojos oscuros e
insondables.
—No te haré daño, ¿verdad? —le preguntó él de repente, dándole un
beso en el vientre.
Ella sonrió. Por una vez, su amado Edward se había quedado sin
todas las respuestas.
—No. Ya he pasado el primer trimestre. Todo está... bien —dijo,
haciendo hincapié en la última palabra al tiempo que ponía su propia mano sobre
la de él...