viernes, 22 de julio de 2016

Epilogo Chantaje a una inocente


Epílogo

Un año y cuatro meses más tarde, Bella estaba en su casa de Calabria, viendo dormir al pequeño Anthony dentro de su cunita después de una ajetreada fiesta de cumpleaños.
Se había casado con Edward en Navidades, en una pequeña capilla en villa San Giovanni, el pueblo más próximo a su casa de campo. Vestida de blanco, había avanzado hacia el altar en compañía de sus mejores amigos; Ángela, Garrett y su esposa, y también Al y los suyos.
Ese día su pequeño cumplía un año de vida; doce meses de hermosos días llenos de luz y color.
La joven bajó la mano y acarició su pelo cobrizo y rizado con ternura.
Era la viva imagen de su padre y, con sólo mirarlo, sentía una felicidad desbordante que la llenaba por completo. Se inclinó sobre la cuna, le dio un beso en la frente y entonces sintió dos brazos fuertes alrededor de la cintura.
—¿Está dormido? —preguntó Edward, contemplando a su hijo por encima del hombro de su esposa— Parece un angelito. Dio, ¿no lo quieres con todo tu corazón?
Bella se volvió y le rodeó el cuello con los brazos. Él acababa de salir de la ducha y sólo llevaba una toalla alrededor de las caderas.
-Sí. Y si ya te has recuperado de la fiesta, me gustaría llevarte a la cama y demostrarte lo mucho que... te amo, Edward.
Los ojos de él lanzaron un destello de pasión. Cuánto había deseado oír esas palabras; cuánto había deseado oírla decir «te amo»...
La abrazó con fervor y besó cada uno de sus delicados rasgos, dejando los labios para el final.
-Gracias, muchas gracias, cara mia —le susurró al oído— Tenía miedo de que no llegaras a decir jamás las palabras que tanto deseaba oír, aunque sé que lo sientes.
-Qué presuntuoso eres —dijo ella en un tono risueño—. Pero te quiero de todos modos.
—No, presuntuoso no. Sólo soy un hombre que te ama con locura. Bueno, ¿y qué era eso que decías de llevarme a la cama...?
Agarrándola de la cintura, se la llevó de la habitación del pequeño sin hacer ruido.
—Estaba pensando... —le dijo de camino al dormitorio principal—. Si estás de acuerdo, claro, quizá sea el momento adecuado para tener el segundo de esos tres niños que querías tener cuando nos conocimos.
-Ya veo que no vas a dejar que se me olvide, Edward.

La puerta de la habitación de matrimonio se cerró tras ellos. Al otro lado se oían risas y besos de amor...                                              


Fin

Cap. 14 Chantaje a una inocente


Capítulo 14
Bella le pasó por delante con indiferencia y puso la bandeja sobre la mesa. Entonces agarró su taza de té y le dio la cara.
Él la esperaba sentado en el sofá, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. El gran Edward Cullen parecía completamente abatido, agotado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella. Aunque no quisiera, no podía evitar mirarlo con ojos de preocupación.
Jamás le había visto así hasta ese momento. Edward siempre había estado lleno de vitalidad. Él siempre lo tenía todo bajo control, en cualquier circunstancia.
Al oír la pregunta, él levantó la vista y la joven pudo ver incertidumbre y dolor en sus oscuras pupilas.
—No. En realidad, no, Bella. Llevo un rato aquí sentado pensando en lo que pasó entre nosotros, pensando en cómo lo estropeé todo.
—Tu café —dijo ella, dándole la taza. No quería hablar de todo aquello. No se sentía con fuerza.
—Gracias —al tomar la taza en las manos, la rozó con los dedos levemente, desencadenando un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza. Bella retrocedió.
-Me temo que es café soluble —le dijo, sentándose en el sofá opuesto—. El otro se me acabó hace un tiempo, y como ya no tomo café...
—Es igual —bebió un sorbo— O quizá no —hizo una mueca y volvió a poner la taza sobre la mesa— ¿No tienes nada más fuerte? ¿Whisky? ¿Vino, quizá?
-No. No bebo por el bebé.
-Ah, sí... Nuestro bebé —dijo él suavemente.
Bella se dio cuenta de que la furia había remitido. Sin embargo, algo le decía que el nuevo Edward que estaba ante sus ojos, tranquilo y sosegado, era mucho más peligroso.
-Debes de odiarme de verdad, Bella, si de verdad estás dispuesta a enfrentarte a mí en los tribunales por la custodia de nuestro hijo. Yo nunca habría hecho una cosa así, pero a veces mi temperamento es más fuerte que yo. Todo el mundo dice que lo ideal es tener un padre y una madre, pero yo me crié en un orfanato y habría dado cualquier cosa por haber tenido uno al menos.
Bella guardó silencio. A lo mejor hablaba de corazón, pero no se fiaba de él. Agarró la taza de té y bebió un sorbo. En realidad no tenía intención de luchar con él por el bebé. Sólo necesitaba un poco de tiempo y espacio para pensar en una alternativa... Sin embargo, no tenía ganas de serle sincera. «Que sufra un poco...», se dijo a sí misma.
Después de todo, él ya la había hecho sufrir bastante.
«Mentirosa...», dijo un pequeño diablillo desde un rincón de su mente. «Edward te hizo profundamente feliz...».
Nerviosa, dejó la taza sobre la mesa y se alisó la falda con un gesto compulsivo. El silencio entre ellos se dilataba de forma interminable.
—¿Cómo me encontraste? —volvió a preguntarle— No me lo has dicho.
-Estaba en Londres y te llamé a tu apartamento para darte el pésame por la muerte de tu madre. Con un poco de retraso, me temo, pero Emmett me lo acababa de decir. Yo sé muy bien todo lo que hiciste por ella —dijo e hizo una pausa— Sé lo mucho que la querías y siento muchísimo tu pérdida.
-Gracias. Pero todavía no has contestado a mi pregunta. ¿Cómo conseguiste mi dirección?
- Cuando llamé a tu apartamento, me llevé una gran sorpresa al averiguar que habías vendido la propiedad, y tu padre no tenía ni idea de dónde estabas. Fui al museo para ver si tu jefe sabía algo y, justo cuando me iba, apareció tu amiga Ángela. Me dijo que estaba muy preocupada por ti. Por lo visto, después de volver de Perú, te quedaste en su casa una temporada; te compraste un coche... También me dijo que tenías intención de viajar por toda Inglaterra. Le dijiste que ibas a llamarla todas las semanas, pero después de un par de llamadas desde un hotel cercano, desapareciste y no volviste a dar señales de vida. Ella lleva todo un mes intentando comunicarse contigo.
—Perdí el móvil, o me lo robaron. Acabo de comprar uno nuevo.
Él miró la caja que estaba sobre la mesa.
—Ya veo. De todos modos, le dije a Ángela que la ayudaría a encontrarte. Llamé a una agencia de detectives privados, les di el nombre del hotel desde donde habías llamado, y conseguí tu dirección en menos de veinticuatro horas.
-Oh.
-¿Oh? ¿Eso es todo lo que vas a decir? —le preguntó él en un tono tranquilo — ¿No quieres saber por qué vine yo en lugar de Ángela?
—Es que llevo bastante tiempo sin dedicarte ni uno solo de mis pensamientos —dijo ella con sarcasmo.
-Y no puedo culparte por ello —sacudió la cabeza— Te traté injustamente cuando te obligué a aceptar aquel acuerdo inhumano. Y lo siento muchísimo.
Bella no podía creer lo que acababa de oír. ¿Edward Cullen, disculpándose?
-Olvídalo. Yo lo he hecho —le dijo, mintiendo.
-Maldita sea, Bella —se puso en pie— Yo no puedo olvidarlo —dijo, andando de un lado a otro.
Finalmente se sentó a su lado y ella trató de levantarse, pero él la agarró de la cintura y no la dejó moverse.
—Por favor, siéntate un momento y escúchame —le pidió—. Por lo menos concédeme ese derecho.
Ella dejó de luchar. Él no se merecía ninguna concesión por su parte, pero era demasiado fuerte como para oponerle resistencia. Además, aunque no quisiera admitirlo, también sentía una gran curiosidad por oír lo que iba a decirle.
-Te eché muchísimo de menos cuando nos separamos, Bella, y me di cuenta de que no quería olvidarte, no podía olvidarte —le dijo él en un tono solemne— Ni entonces, ni ahora, ni nunca.
Ella apartó la vista.
-Si esto es un truco para convencerme de que me case contigo por el bebé, olvídalo. Mi madre está muerta y no te debo nada —le espetó.
—No es ningún truco. Lo juro. Había decidido volver a Londres para pedirte perdón por ser un idiota arrogante y prepotente mucho antes de hablar con Emmett. Sin embargo, cuando él me dijo que tu madre había muerto, supe que tenía que venir cuanto antes y lo usé como excusa para no tener que decirte la verdad. La verdad, Bella, es que soy un imbécil orgulloso y me cuesta mucho mostrar mis sentimientos. Bueno, en realidad no tenía ninguno hasta que tú apareciste. En cuanto te vi entrar en Westwold aquel día, te deseé con una pasión que jamás había sentido. Te sonreí, pero tú pasaste de largo...
-Y tu ego es demasiado grande, ¿verdad? —dijo ella, mirándole a los ojos, lo cual sería un error.
En aquellas verdes pupilas había una gran calidez, pero eso no era todo.
También había un atisbo de vulnerabilidad.
Bella contuvo el aliento y rehuyó su mirada rápidamente. A lo mejor sí le estaba diciendo la verdad... A lo mejor ya no era el mismo
Edward Cullen al que había conocido en el pasado, implacable y cruel.
—Sí —admitió él con vergüenza— Pero tuve lo que me merecía.
Bella todavía no confiaba en él, pero parecía tan sincero, que se sintió obligada a darle una explicación.
—Estaba tan preocupada por mi madre ese día que apenas me daba cuenta de nada. El médico me había dicho que no le quedaba mucho tiempo.
Edward la agarró con más fuerza.
—Bueno, ahora me siento todavía peor —hizo una mueca—. Yo te obligué a aceptar un acuerdo denigrante en el peor momento de tu vida. Sólo puedo repetir que lo siento, Bella. Fui un estúpido. Sin embargo, estaría mintiendo si te dijera que siento haberte hecho el amor. Creo que me enamoré de ti aquel día. Lo primero que pensé cuando te vi con aquel vestido... Se me paró el corazón. Nunca había sentido algo así... A lo mejor mi subconsciente trataba de mandarme un mensaje que no supe entender.
Bella trató de respirar hondo, pero no fue capaz. Edward le acababa de decir que se había enamorado de ella, pero, ¿cómo iba a creerlo así como así?
—Desde el primer momento me confundiste una y otra vez. No hacía más que darle vueltas a la cabeza y no dejaba de cambiar de idea sobre ti. Pero desde nuestro primer beso en la limusina, supe que tenías que ser mía — guardó silencio un instante— La noche en que fui a tu apartamento, cuando me echaste de tu lado sin contemplaciones... Aquel día me marché furioso, decidido a no volver a verte.
—De eso no me quedó la menor duda —dijo Bella— Creo que me convenciste del todo cuando me dijiste que metiera la cabeza en la nevera, a ver si me enfriaba un poco, ¿no? —le recordó con ironía.
Edward esbozó un atisbo de sonrisa.
—No fue uno de mis mejores momentos, Bella. La única excusa que puedo darte es que estaba furioso, fuera de sí. Te deseaba tanto... —la agarró de la mano y se la apretó con energía— Pero, después, cuando hicimos el amor, entendí por qué me habías rechazado antes. Tenías miedo porque era la primera vez que lo hacías.
Bella sintió un escalofrío por la espalda. Él estaba llegando a su corazón. La estaba haciendo recordar cosas que había intentado olvidar.
Bruscamente, apartó la mano y se soltó de él.
—No fue eso, Edward. Al vernos reflejados en el espejo del techo, recordé dónde me encontraba, en el nidito de amor de mi adúltero padre. Él engatusó a mi madre y así vendió la casa familiar. A mí me dio el apartamento de Kensington a instancias de mi madre y para ahorrarse unos cuantos impuestos. Y él se compró un flamante piso en Notting Hill. Mi madre siempre lo apoyó en todo porque estaba ciega de amor —le dijo, todavía furiosa y llena de rencor contra su padre— Yo odiaba ese apartamento. La primera semana, nada más mudarme, tuve que contestar a las incesantes llamadas de sus amantes y al final tuve que cambiar el número. Además, cambié los muebles y lo decoré a mi manera, pero no fue suficiente. Nada podía cambiar aquel lugar —hizo una pausa— La única razón por la que decidí que tuviéramos nuestros encuentros en aquel odioso apartamento era tener siempre presente la infidelidad de los hombres. Como ves, era el lugar idóneo para llevar a cabo lo que tenías en mente.
Bella se calló de repente. Ya había dicho suficiente. Hurgar en el pasado era doloroso y no quería seguir torturándose. Lo único que quería en ese momento era verle marchar y tener un poco de paz. Intentó levantarse del sofá.
—Dio! —exclamó él—. Esto empeora por momentos. Pero dicen que hablar las cosas alivia el alma, y tú tienes que dejarme terminar, Bella —le dijo, decidido— No tenía intención de volver a verte después de aquella noche, pero cuando te vi con Al en ese restaurante, me volví loco. Estaba celoso por primera vez en toda mi vida... Estaba furioso. Sólo quería librarme de él.
Aunque hablara en serio, Bella tuvo que reprimir las ganas de reír.
—Pero, a pesar de todo, hice un gran esfuerzo por ser sociable y amable — le dijo y la miró fijamente— ¿Y tú qué hiciste? Ignorarme e insultarme.
—¿Y qué esperabas? ¿Una medalla?
—No te burles, Bella. Hablo en serio. Estaba rabioso, lleno de furia, y por eso decidí utilizar lo de tu padre en tu contra. Sabía que tú sentías algo por mí, y sólo quería tenerte a mi lado, a cualquier precio. Me comporté de la forma más vil y estoy profundamente avergonzado, pero no me arrepiento del resultado. Aunque siento muchísimo haberte hecho tanto daño, nunca me arrepentiré de haberte hecho el amor. Aquella fue la experiencia más maravillosa de toda mi vida, y siempre lo será. Lo que trato de decir, Bella, es que te quiero, y quiero casarme contigo. Eso es lo que más deseo en mi vida.
Frunciendo el ceño, la joven guardó silencio. No sabía si creerle o no, pero no estaba dispuesta a caer en una trampa. La vida le había enseñado a no confiar en los hombres.
—¡Uff! —exclamó en un tono irónico—. ¡Casi me engañas! Te presentas en mi casa y, al ver que estoy embarazada, me insultas y después me pides que me case contigo. ¿Por qué debería creerte ahora? Yo también recuerdo muy bien aquel paseo en limusina. Entonces me dijiste que no te gustaban los compromisos y que no tenías intención de casarte, así que no veo por qué tengo que creerme todo esto ahora. ¿Esperas que me crea esta dramática transformación? Hace un momento eras un ex arrogante y soberbio, y de repente te conviertes en un hombre comprensivo y compungido, dispuesto a casarse a toda costa. ¡Qué ironía!
—No me crees, y me lo merezco. Pero, Bella, si me das otra oportunidad para demostrarte lo mucho que te quiero... No voy a presionarte para que hagamos el amor como solía hacer antes, aunque reconozco que la espera será una tortura... Te necesito, te deseo con todo mi ser. Te has metido en mi corazón como ninguna otra mujer lo ha conseguido antes.
Al oírle mencionar a otras mujeres, Bella volvió a la realidad. La imagen de Rosalie aún estaba fresca en su memoria.
Agarró la taza de té, le dio un sorbo y trató de controlar los nervios que la hacían temblar de rabia.
-Bueno, eso de que soy la única mujer que se te ha metido en el corazón... No me parece que sea gran cosa, teniendo en cuenta cuántas mujeres se te han metido en la cama. ¡Rosalie, por ejemplo! Debes de creer que soy idiota, Edward Cullen. Trataste de seducirme el lunes, el martes te la llevaste a la cama y a la noche siguiente te acostaste conmigo a fuerza de chantaje — Bella no tardó en ver el efecto de sus palabras.
Edward se puso tremendamente pálido y su cuerpo se tensó. De repente parecía haber envejecido unos cuantos años.
-¿De verdad me desprecias tanto como para creerme capaz de semejante bajeza?
—Lo cierto es que estoy convencida.
—No me acosté con Rosalie ese día. De hecho, tú eres la única mujer con la que me he ido a la cama en mucho, mucho tiempo —le dijo, visiblemente afectado.
Bella sacudió la cabeza, escandalizada. ¿Cómo podía tomarle el pelo de esa manera? ¿Edward Cullen, sin una mujer en su cama cada noche?
—Por favor... —le dijo—. Vi un coletero suyo en el cuarto de baño de tu casa, y también horquillas y un frasco de perfume de mujer. Deja ya de decir mentiras.
Él guardó silencio un momento, frunció el ceño y entonces echó atrás la cabeza. Una extraña sonrisa iluminaba su rostro.
-Entonces ésa es la razón por la que aquella noche dejaste de ser la dulce Isabella para convertirse en una bruja malvada —le quitó la taza de la mano, la puso sobre la mesa y, agarrándola con fuerza, la atrajo hacia sí.
—¿Qué...?
Sin darle tiempo a reaccionar, tomó sus labios con un beso arrebatador que la desarmó sin remedio. Por mucho que quisiera negarlo, todavía sentía algo por él. Su instintiva respuesta no dejaba lugar a dudas.
Besándola con frenesí, Edward gimió suavemente, la levantó en el aire y la puso sobre su regazo.
-Basta ya, Edward —dijo ella, arrollada por un tsunami de sensaciones.
La presión de sus cálidos brazos, la tensión de su magnífico cuerpo excitado... No podía soportarlo más.
-Suéltame de una vez —añadió, empujándole en el pecho sin mucho éxito.
—Jamás —dijo él.
Sin embargo, aflojó un poco las manos y le permitió retroceder, sin llegar a soltarla del todo.
-¿Por qué has hecho eso? —le preguntó ella, apartándose el pelo de la cara y fulminándolo con una mirada.
—Tuve que hacerlo —dijo él, sonriendo de oreja a oreja—. Porque me diste el primer atisbo de esperanza que he tenido en muchos meses —añadió, sin arrepentirse de nada.
-¿Yo? —Bella no sabía qué pensar. Estaba totalmente desconcertada.-Sí. Me he dado cuenta de que te morías de celos porque creías que había hecho el amor con Rosalie.
—¡Qué más quisieras tú! —exclamó Bella en un tono de falsa arrogancia.
—Tienes que creerme. Yo jamás hubiera hecho tal cosa después de conocerte. Tú tienes la habilidad de hacerme vibrar con una sola mirada,
Bella. No hubo ninguna otra mujer después de conocerte, porque simplemente no me interesaban —le dijo, mirándola con una intensidad difícil de fingir—. Y en cuanto a las cosas que encontraste en mi casa, eran de la mujer de Emmett. Su esposa y él pasaron unos días en el apartamento durante la negociación con Westwold. Cuando llegué yo, él regresó a Italia. El apartamento es de la empresa, Bella, y no sólo lo uso yo.
-Oh... —de repente la joven se sintió como una tonta—. No sabía que Emmett McCarthy estuviera casado.
—Lleva cinco años casado, y tanto él como su mujer se mueren por tener un hijo —sonrió—. Creo que se va a alegrar mucho por nosotros.
—No hay ningún «nosotros» —dijo ella automáticamente.
-Oh, sí que lo hay —le aseguró él en un susurro y entonces le acarició la cabeza, enredando los dedos en su sedoso cabello rizado— Y tú vas a casarte conmigo —le dijo en un tono firme— Cuando nos separamos, pasé los peores momentos de toda mi vida. No paraba de pensar en qué estabas haciendo, con quién estabas... No puedo volver a pasar por ese infierno. Tenía unas pesadillas horribles y me despertaba en mitad de la noche, sudando y temblando, imaginándote en los brazos de otro. O si no, soñaba que estabas conmigo y después me despertaba completamente solo. No puedo volver a pasar por ello, y no me voy a ir hasta que me prometas que te casarás conmigo.
Bella lo miró con incertidumbre.
¿De verdad había sufrido tanto por ella? Levantó la punta del dedo y trazó el surco que iba desde su nariz hasta la comisura de sus labios.
-Una vez me dijiste que querías tener tres hijos cuando todavía fueras lo bastante joven para disfrutar de ellos. Piénsalo, Bella. ¿Quieres que este bebé se críe solo, como tú y como yo? ¿No quieres que tenga hermanos con los que jugar?
-No era eso lo que quería decir. Sólo quería que me dejaras en paz.
—Pues entonces no te salió bien la jugada —de pronto se puso en pie, la miró con ojos solemnes y buscó algo en el bolsillo del pantalón—. Te conozco muy bien, Bella, y apostaría mi vida a que nunca se te pasaría por la cabeza deshacerte de este bebé, a diferencia de muchas otras mujeres.
—Esa apuesta sí la ganarías.
—También sé que no has tenido el mejor ejemplo de un matrimonio feliz por culpa de tu padre.
Ante la sorpresa de Bella, se arrodilló y, tomándola de la mano, le ofreció una pequeña cajita de terciopelo.
- Bella, mi Isabella, cásate conmigo, por favor. Te quiero y te juro que jamás te traicionaré.
Abrió la caja y descubrió un radiante anillo de diamantes y zafiros.
—No te pido que me quieras. Sólo te pido que me dejes quererte, como tu esposo... ¿Y quién sabe si...?
Bella lo miró fijamente y, por primera vez, supo con certeza que decía la verdad. Había lágrimas brillantes y sinceras en sus ojos; lágrimas de amor.
—Sí —le dijo con un hilo de voz, dejando salir todo el cariño que había contenido durante tanto tiempo.
Rebosante de alegría, Edward le puso el anillo y, comiéndosela a besos, comenzó a desvestirla lentamente, tocándole el alma con cada caricia.
Un momento después estaban sentados sobre la alfombra, amándose con fervor. Con manos temblorosas, acarició sus pechos duros y grandes, y entonces bajó las manos hasta tocar su incipiente barriga.
Bella lo miró a la cara y vio asombro en aquellos ojos oscuros e insondables.
—No te haré daño, ¿verdad? —le preguntó él de repente, dándole un beso en el vientre.
Ella sonrió. Por una vez, su amado Edward se había quedado sin todas las respuestas.

—No. Ya he pasado el primer trimestre. Todo está... bien —dijo, haciendo hincapié en la última palabra al tiempo que ponía su propia mano sobre la de él...

Cap. 13 Chantaje a una inocente


Capítulo 13
Bella se quedó boquiabierta, perpleja. El hombre que estaba ante sus ojos era... Edward. Se aferró al picaporte, pues las piernas apenas la sostenían.
—Hola, Bella.
—Edward, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó ella en un tono cortante, intentando disimular la conmoción sin mucho éxito.
—Una amiga tuya que se preocupa por ti, Ángela, me pidió que viniera a verte.
—¿Ángela?
Había llamado a su amiga en dos ocasiones desde su marcha de Londres; la última vez justo después de reservar en un hotel situado justo a las afueras de Littlehampton. Sin embargo, ya hacía un tiempo que no hablaba con ella, sobre todo porque había perdido su viejo teléfono móvil.
—Pero ella no sabía mi nueva dirección, así que ¿cómo me encontraste? —le dijo, preguntándose qué jugarreta del destino podría haberle llevado hasta allí.
—Hace frío aquí fuera —dijo él— Por favor... déjame entrar. Necesito beber algo —añadió, ignorando la pregunta. No recordaba haber tenido tanto miedo en toda su vida y las palabras apenas le salían.
Bella tragó en seco y lo miró fijamente.
Algo había cambiado en él. Estaba mucho más delgado y unas delgadas líneas de expresión surcaban su hermosa piel cerca de la comisura de los labios y también junto a los ojos. Además, tenía unas ojeras enormes y la ropa parecía quedarle grande. Retrocediendo un paso, le dejó entrar en la casa.
—La cocina está por aquí... —empezó a decir, demasiado tarde.
Él ya se había dirigido hacia el salón. A toda prisa, fue tras él y agarró la ropa de bebé que había dejado sobre la mesa, pero, de nuevo, era demasiado tarde. Él ya había recogido las pequeñas botas.
—Dame eso —dijo ella bruscamente y extendió la mano—. Voy a recoger todo esto y te prepararé una taza de café. Dijiste que tenías frío. Octubre es un mes muy frío por aquí... —hablaba de forma compulsiva, pero no podía parar.
—Basta, Bella —dijo él, agarrándola del brazo con decisión—. ¿Ropa de bebé? ¿Para quién? ¿Para ti? —le preguntó, taladrándola con la mirada.
—¿Y qué pasa si es así? —dijo ella en un tono desafiante.
Se soltó de él con rabia, recogió las prendas y las metió en una bolsa.
—No es asunto tuyo.
Aquella respuesta encendió una chispa de furia dentro de Edward.
Ella estaba embarazada... de otro hombre. Él siempre había usado protección, así que ese bebé no podía ser suyo.
Al imaginarla en brazos de otro, se sintió como si acabaran de clavarle un afilado cuchillo en el corazón. Todos esos largos meses, mientras él la añoraba con fervor, ella había estado con otro.
¿Pero cómo había sido tan idiota? ¿Cómo se había dejado engatusar de esa manera? Debería haberla utilizado hasta cansarse de ella, sin remordimientos ni escrúpulos de ningún tipo.
—¿Entonces quién es el padre? —le preguntó en un tono corrosivo—. ¿O es que no lo sabes? Según recuerdo, fuiste una alumna muy aventajada, pero pensaba que te había enseñado mejor. Deberías haber usado algún método anticonceptivo. Yo siempre lo hice, incluso cuando me suplicabas que no me lo pusiera —añadió con gran sarcasmo.
Bella montó en cólera y, dando un paso adelante, le cruzó la cara con una bofetada feroz.
—¡Maldito bastardo engreído! ¡El príncipe azul! ¡Don Perfecto! —gritó con todas sus fuerzas, perdiendo la compostura— Bueno, me parece que no eres tan listo como crees. Mi bebé fue concebido el diecinueve de junio, así que haz las deducciones pertinentes, y ahora, sal de mi casa. ¡Fuera!
Con las mejillas ardiendo de rabia, Edward quiso agarrarla de las manos, pero entonces se detuvo.
Aquella fecha estaba grabada con fuego en su memoria porque ésa había sido la primera vez que habían hecho el amor.
Rememorando aquel momento exquisito, cayó en la cuenta de que la segunda vez no había llegado a ponerse un preservativo por culpa de aquella maldita palabra. Había perdido los estribos y la había hecho suya desenfrenadamente.
-Bien —murmuró con la cara blanca como la nieve.
Ella tenía razón. Estaba embarazada de él. Él era el padre de su hijo.
Profundamente conmocionado, Edward bajó la cabeza y guardó silencio. Tenía que mantener la calma y analizar la situación con la frialdad calculadora que siempre lo había caracterizado.
Unos segundos más tarde, ya con las ideas claras, volvió a levantar la vista. El embarazo de Bella resolvía todos sus problemas de un plumazo. De hecho, las cosas no podrían haberle salido mejor aunque lo hubiera planeado. Ella tenía que ser suya de una forma u otra y, gracias a ese afortunado embarazo, no tendría que rebajarse para conseguirla; algo que jamás se había visto obligado a hacer.
Además, seguramente ella le estaría muy agradecida cuando le dijera que estaba dispuesto a casarse. Un hijo, un heredero... La idea se hacía cada vez más atractiva.
—Bien —repitió ella— Me alegro de que por fin nos pongamos de acuerdo. Y ahora vete —echó a andar hacia el recibidor, pero él la agarró del hombro y la hizo detenerse.
-Creo que no me has entendido bien, Bella —le dijo, obligándola a darse la vuelta—. No voy a ir a ninguna parte, cara —sonrió—. Es evidente que tenemos que hablar. Descubrir que estás esperando un hijo mío ha sido toda una sorpresa y admito que mi primera reacción no ha sido la más adecuada. Sin embargo, no soportada verte en brazos de otro hombre. Quiero que sepas que acepto que el niño que llevas en tu vientre es mío y, como es lógico, me casaré contigo tan pronto como sea posible.
Anonadada, Bella lo miró a los ojos.
Él sonreía; confiado y seguro de que aceptaría su generosa oferta.
-Creo que ya te he dicho esto —dijo la joven, haciendo acopio de toda su voluntad para no volver a darle una bofetada y borrarle la sonrisa de la cara — Peor te lo voy a decir de nuevo para que no quede ninguna duda en tu mente. No me casaría contigo aunque fueras el último hombre en la faz de la Tierra.
El rostro de Edward se transfiguró por la rabia.
-Si no me hubiera presentado aquí hoy, ¿me habrías dicho que estabas embarazada? —le preguntó con dureza.
-No lo tenía en mente.
—No te creo. Lo primero que piensa una mujer que acaba de descubrir que está embarazada es en el padre, y en tratar de pescarlo a toda costa, si es que no lo tiene bien amarrado ya —le espetó con sarcasmo.
Bella se puso furiosa. Ésa era la clase de mujer a la que él estaba acostumbrado, pero ella no era de ésas.
-Quería disfrutar de mi embarazo, relajada y libre de estrés, y como tú eres la persona menos relajada que conozco, decidí decírtelo más tarde. Pero al final te lo habría dicho. Iba a hacerlo después del nacimiento de mi bebé.
—¿Después? —Edward la miró a pies a cabeza como si acabara de conocerla— ¿Ibas a decírmelo después de que naciera mi hijo? —le preguntó, yendo hacia ella— ¿Cuánto después? ¿Un año? ¿Dos? ¿Diez? —la agarró con fuerza y la atrajo hacia sí— Bueno, escúchame, Bella Swan. A partir de ahora yo voy a pensar por los dos. Ningún hijo mío nacerá fuera del matrimonio. Te casarás conmigo, y nuestro hijo tendrá padre y madre.
—No —le dijo ella entre dientes— No me casaré contigo. Pero te daré tus derechos de visita —añadió, tratando de mantenerse ecuánime, pero decidida a no dejar que Edward Cullen la apabullara con su poder y presencia.
—Si alguno de los dos va a tener derechos de visita, entonces vas a ser tú, porque mi hijo va a vivir conmigo. Pediré la custodia en cuanto venga a este mundo.
—No la conseguirás —le dijo ella, cada vez más furiosa— Esto es Inglaterra. La madre casi siempre consigue la custodia.
—Pero no siempre. Si es necesario, te veré en los tribunales una y otra vez, no sólo aquí, sino también en los europeos, los juicios se extenderán durante años y finalmente tendré a mi hijo. ¿Es eso lo que quieres para él?
—¿Harías algo así? — Bella vio la implacable determinación que brillaba en aquellos oscuros ojos y de pronto tuvo mucho miedo.
—Sí —dijo y, antes de que ella pudiera moverse, la agarró de la cintura y la hizo pegarse a él— Pero no tiene por qué ser así, Bella.
Ella sintió cómo se le endurecían los pezones contra el fino tejido del jersey que él llevaba puesto. Su reacción fue instantánea y no pudo hacer nada para evitarlo, excepto agarrarle de los brazos y tratar de separarse. Sin embargo, no servía de nada.
—Sé razonable, Bella —dijo él, notando su respuesta sobre el pecho—
Sexualmente somos más que compatibles —le dijo en un tono seco— Todos los matrimonios son una mera transacción de dinero, y Dios sabe que eso es lo que a mí me sobra. O me gastaré una fortuna luchando contra ti en los tribunales, o de lo contrario te casarás conmigo y nuestro hijo y tú tendréis todos los beneficios que el dinero puede dar. La elección es tuya, pero yo siempre saldré ganando al final, de un modo u otro. Yo siempre gano, Bella.
Bella lo miró fijamente una vez más y trató de descifrar la expresión de su rostro. La tensión que había en la habitación enrarecía el aire, haciéndolo irrespirable.
Era su elección... Si no se casaba con él, condenaría a su bebé a un tormento de batallas en los tribunales. Sin embargo, sólo estaba de cuatro meses y, a pesar de lo que él pudiera decir, tenía mucho tiempo para tomar una decisión.
—Entonces, te veré en los tribunales —le dijo con desprecio.
El la miró un instante con los ojos llenos de rabia y asombro, y entonces dejó caer los brazos, soltándola por fin.
—Ahora quiero que te vayas.
—No antes de que me des el café que me prometiste... Me he llevado una buena sorpresa. Estoy helado y es lo menos que puedes hacer por el hombre que te ha dado a tu hijo —le dijo en un tono burlón e irónico.
Bella se debatió un instante entre los buenos modales y las ganas de librarse de él.
—Por favor... —añadió él, inclinando la balanza a su favor.
—Siéntate —dijo ella, indicando el sofá— Te prepararé un café y después te vas —dio media vuelta y fue hacia la cocina.
El agua que había puesto al fuego para prepararse una taza de té llevaba un rato hirviendo, así que sólo tenía que prepararle el café. Se puso a buscar una taza en el armario, pero no era capaz de encontrarla. La ofuscación que sentía no la dejaba funcionar con normalidad.
Apoyó las manos en la encimera, bajó la cabeza y se quedó quieta un momento. Había estado a punto de perder los estribos, pero finalmente había logrado estar a la altura. Verle, después de tanto tiempo, la había hecho sentir unas emociones que ella había enterrado en un remoto rincón.
Levantó la cabeza, miró por la ventana y contempló los interminables campos que se extendían más allá del jardín. Tomó el aliento varias veces, le preparó un café instantáneo y se sirvió una taza de té.
No quería verle más, pero no tenia más remedio que hacerlo. Bandeja en mano, dejó escapar un suspiro y se armó de valor para volver al salón. De alguna forma, él tenía razón. Al fin y al cabo tendrían que hablar del asunto. Su bebé se merecía conocer a su padre.

¿O quizá no? Bella pensó en el suyo propio...

Cap. 12 Chantaje a una inocente


Capítulo 12
El domingo por la tarde Bella llegó por fin a su apartamento y, nada más entrar, comprobó el contestador. Nada.
Aunque no quisiera reconocerlo todavía albergaba la esperanza de recibir una llamada de él. «Qué patético», se dijo a sí misma.
Era mejor que él hubiera vuelto a Italia. Así no tendría que topárselo por la ciudad. Sin siquiera molestarse en quitarse la ropa se metió en la cama y trató de ahuyentar los pensamientos que la atormentaban. En teoría, el trato seguía vigente y él podía presentarse en su casa en cualquier momento de lunes a viernes. Pero ella sabía que no lo haría. Y era mejor así porque en el fondo no lo amaba y jamás lo haría.
Se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas con la palma de la mano. ¿Y qué importancia tenía sufrir durante unos cuantos días y pasar algunas noches en vela? Sin duda era mucho mejor que soportar toda una vida con el corazón roto.
Una semana más tarde, seguía sin tener noticias de Edward, pero cada día se le hacía más difícil desterrarle de su mente. Por la noche, cuando estaba sola en la cama, revivía toda la pasión que habían compartido, todo el placer exquisito que él la había hecho sentir.
Y cuando lograba dormir, siempre soñaba con él, con su bello rostro, sus caricias...
El viernes, dos semanas después del último encuentro con Edward, su amiga Ángela, al verla tan pálida y demacrada, le propuso salir al cine y a cenar. Bella no tenía muchas ganas, pero terminó aceptando y finalmente consiguió disfrutar un poco de la película.
Sin embargo, al día siguiente, al llegar a la residencia de su madre, se encontró con unas noticias que no hicieron más que empeorar sin remedio su estado ánimo. El médico le dijo que había tratado de localizarla en el móvil en varias ocasiones y que su madre había sufrido un infarto, lo cual le había provocado un coma profundo. El personal de la residencia había hecho todo lo posible por ella dentro de la gravedad de su estado, y también le habían avisado a su padre, pero él no había llegado todavía.
Al final Charlie Swan sí fue a ver a su esposa; una hora después de su muerte... Los seis días previos al entierro fueron los peores en toda la vida de Bella hasta ese momento. Devastada por la muerte de su madre, la joven pasó las horas llorando sin parar, dando vueltas en la cama y añorando los cálidos brazos de Edward. Cómo lo necesitaba a su lado.
El funeral se celebró un caluroso día de julio en la iglesia de Bournemouth, donde su madre había sido bautizada. La ceremonia fue breve y los asistentes apenas sumaron unas cincuenta personas, incluyendo al médico y a una enfermera de la residencia, además de viejos amigos y vecinos. Al y sus padres también la acompañaron en esos momentos tan difíciles y Bella les agradeció mucho su apoyo. Sin embargo, en lo profundo de su corazón hubiera deseado tener a Edward a su lado.
Renne fue enterrada en el panteón de sus padres y la recepción se celebró en un hotel. Bella y su padre habían reservado habitaciones para esa noche. Charlie, por su parte, puso en práctica sus mejores dotes artísticas e hizo el papel del viudo compungido a la perfección durante las cuatro horas que duró la reunión de familiares y amigos.
Harta de soportar su falsedad, su hija decidió no cenar con él y procuró retirarse a su habitación lo antes posible.
—Te ha dejado esto —le dijo él a la mañana siguiente, entregándole el joyero de su madre— Puedes comprobarlo con el abogado, si quieres, pero todo su dinero me lo ha dejado a mí. Y en cuanto al estudio, puedes quedarte en él hasta que se ejecute el testamento y no haya peligro de que lo incluyan en el patrimonio de tu madre. Después, quiero que me lo devuelvas —le dijo sin la más mínima vergüenza. Se subió a su nuevo coche de alta gama y salió a toda prisa.
Bella no tenía ganas de volver a su apartamento, pero legalmente le pertenecía, así que no iba a devolvérselo de ninguna manera.
¿Cómo había podido hablarle con tanta crueldad e indiferencia en el funeral de su esposa y madre de su hija? Sus palabras clamaban al cielo. Bella se puso una coraza de hierro y no dejó que las insolencias de su padre la afectaran. Él debía de pensar que todavía era una niñita inocente y tonta, tan manipulable como su madre. Pero no.
Por mucho que le doliera el corazón, por muy sola que se encontrara, jamás volvería a entrar en el juego de hombres como su propio padre o como el mismísimo Edward Cullen.
Ante la insistencia de Al, Bella pasó unos días en la casa de sus padres, y así, rodeada de amigos que la apoyaban y apreciaban de verdad, empezó a superar la dolorosa muerte de su madre. Pero eso no fue todo.
Finalmente se dejó convencer por su amigo del alma y decidió tomarse un año sabático para viajar por el mundo. Una semana más tarde, la joven regresó a su apartamento con la mente llena de buenas intenciones. La primera era tomarse una buena taza de café.
Puso a llenar la cafetera y entonces vio la luz que parpadeaba en el contestador automático.
Edward... El corazón le dio un vuelco. Ya habían pasado cuatro semanas largas y tristes desde la última vez que lo había visto. Fue hacia el aparato y apretó el botón. Dos mensajes. Ninguno de Edward.
En el primero nadie hablaba, así que debía de ser un número equivocado, y el segundo mensaje era del agente inmobiliario que se estaba ocupando de la venta de su apartamento.
El hombre le decía que se pusiera en contacto con él de inmediato. Al parecer tenía a un comprador dispuesto a pagar el precio más alto si le dejaba los muebles y si abandonaba la propiedad en dos semanas...
***
Agosto en Perú... Primavera en el horizonte.
Ilusionada, Bella respiró el aire cálido que le acariciaba el rostro y subió al autobús del aeropuerto de Lima con el resto de turistas. Tenía treinta días por delante para explorar aquel país maravilloso.
Todavía se acordaba de su madre en todo momento, pero la tristeza ya no le impedía seguir adelante con su vida. Además, Edward Cullen ya era historia. Si bien pensaba en él muy a menudo, ya había empezado a olvidar aquella aventura de una semana, y por fin había aceptado que no podía haber nada más entre ella y un mujeriego como él.
Ese día era su cumpleaños: tenía veintiséis años de edad y era libre para hacer lo que quisiera. Por primera vez en su vida no tenía que preocuparse por nada ni por nadie.
Atrás quedó el bullicioso ajetreo de Londres.
Después de vender el apartamento y el coche, pasó una semana en casa de Ángela y entonces se embarcó en el viaje de su vida. Su amiga iba a guardarle las pocas pertenencias que le quedaban y después... Bella sonrió para sí. Un mundo desconocido y hermoso se abría ante sus ojos; un mundo lleno de posibilidades e ilusiones. Tenía más dinero del que jamás había imaginado y algún día compraría la casa de sus sueños, pero aún no era el momento.
Su jefe había accedido a darle un año sabático y las cosas no podían irle mejor. Aunque a veces se despertara en mitad de la noche, sudorosa y agitada, el recuerdo de Edward se desvanecía poco a poco. Ya hacía siete semanas desde la despedida, pero eso ya no importaba.
***
Edward Cullen se pasó una mano por el cabello. No era capaz de concentrarse en los papeles que tenía delante. Giró la silla y miró por la ventana de su despacho. La belleza de Roma se extendía a sus pies, pero él no pensaba más que en Bella. Ya había perdido la cuenta del número de veces que había agarrado el móvil sin llegar a marcar su número. No tenía el valor suficiente.
Una vez, sin embargo, sí llegó a comunicar, pero entonces saltó el contestador automático. No dejó mensaje alguno.
Tanya no había sido suficiente para calmar su sed. De hecho, ni siquiera se había sentido con ánimo para llevársela a la cama.
Isabella, la ninfa de la fuente... El pobre Hermafrodito no había tenido elección alguna, sino unirse a ella para siempre... Edward sonrió para sí.
La puerta del despacho se abrió de repente y él se dio la vuelta.
—Dije que no quería que me molestaran —dijo en un tono feroz.
Sin hacerle caso, Emmett entró y se sentó frente al escritorio.
—Te contraté para que te ocuparas de todo. ¿Cuál es el problema ahora?
—Nada... Excepto tú. Según Anna, tu secretaria, es imposible trabajar contigo y alguien tiene que decírtelo. Como ves, me ha tocado a mí. Llevas cuatro meses viajando sin ton ni son y nos tienes locos a todo el personal. Aquí en Roma y también en América, por no hablar de Asia. Por lo visto, tu actitud grosera y prepotente ofendió sin remedio al presidente de una empresa que íbamos a comprar. Bueno, resulta que acaba de llamarme y me ha dicho que no quiere seguir adelante. ¿Qué demonios te pasa, Edward? ¿Tienes líos de faldas?
—No tengo líos de faldas —dijo él en un tono de furia creciente.
Emmett guardó silencio un momento.
—Bueno, es evidente que hay algo que te preocupa —dijo finalmente—. Y lo mejor es que lo resuelvas cuando antes, por el bien de todos. Pero, bueno, volvamos a los negocios. Acabo de volver de Londres y todo va como la seda. Además, hemos firmado un nuevo contrato con el gobierno de Arabia Saudí, así que ahora somos sus principales proveedores.
Edward apenas había escuchado las últimas palabras de Emmett. Su mente sólo podía pensar en una cosa, o mejor dicho, en una persona.
—Bien. ¿Y Swan? ¿Se está comportando como es debido?
-Sí, aunque nunca entendí por qué te apiadaste de él sólo porque su esposa estaba en una residencia. No sueles ser tan generoso cuando se trata de negocios. Bueno, de hecho, ahora ya no importa porque su esposa falleció hace unos meses. Se tomó unos días de baja por fallecimiento y ya ha vuelto al trabajo, así que nada te impide despedirlo ahora. No le vendría mal tener su merecido. Edward miró fijamente a su asistente y trató de asimilar sus palabras.
-¿Y su hija? —le preguntó, poniéndose en pie— ¿Bella?
—¡Vaya! ¡Debí imaginármelo! —exclamó Emmett, sonriendo—. Mal humor, irritabilidad... Todo cuadra. Tu problema es la preciosa hija de Charlie Swan, y por eso le dejaste quedarse. ¿Tengo razón?
Edward lo miró con ojos serios e inexorables.
-Cierra el pico, Emmett, y prepárame el jet. Me voy a Londres.
Cinco días más tarde, Zac salió por la puerta del British Museum, a punto de darse por vencido. Bella parecía haberse esfumado de la faz de la Tierra. La primera sorpresa fue descubrir que había vendido el apartamento y que no había dejado ninguna otra dirección. El agente inmobiliario que se ocupó de la venta no le fue de ninguna ayuda. Solamente le dijo que el inmueble había estado más de dos meses en venta.
Ella nunca le había mencionado nada al respecto, pero Edward no tardó en entender que ella quería venderlo con el fin de conseguir el dinero necesario para pagarle.
Poco después, logró hablar con su padre, pero Swan desconocía el paradero de su hija y tampoco quería saberlo. Garrett, su jefe en el museo, le había comentado que ella se había tomado un año sabático. Le había dicho que se mantendría en contacto, pero aún no había tenido noticias suyas.
Finalmente, Edward se tragó el orgullo y contactó con Al, quien le dijo que Bella se había ido a Perú a pasar un mes de vacaciones. Sin embargo, de eso ya hacía dos meses y su amigo de la infancia no sabía qué había hecho después.
Edward se detuvo junto a su deportivo y apoyó las manos en el capó. Unas oscuras sombras se dibujaban bajo sus ojos, y la expresión de su rostro era la de un hombre cansado y desorientado que no sabía qué hacer. Había llamado a Garrett por segunda vez, pero todo había sido en vano.
Bella se había desvanecido. Sólo le quedaba contratar a un detective privado... Decidido a hacerlo, abrió la puerta del vehículo y, justo cuando estaba a punto de subir...
—Disculpe, ¿es usted el señor Cullen?
Edward estaba a punto de ignorar a la joven, pero entonces...
—Mi jefe me ha dicho que está buscando a mi amiga Bella.
***
Bella no se fijó en el enorme coche negro que estaba aparcado a unos cincuenta metros calle arriba. Redujo marchas, giró a la derecha y entró en el aparcamiento exterior. Bajó del vehículo y recogió la bolsa de la compra, que contenía el nuevo teléfono móvil que había comprado.
Con una sonrisa en los labios, avanzó por el camino que atravesaba el jardín hasta llegar a la pequeña casa de campo que había alquilado en la ciudad costera de Littlehampton.
Una vez, cuando apenas contaba con seis años de edad, había pasado un fin de semana con su madre y su abuela en un hotel muy cerca de allí, y ése era uno de los recuerdos más bonitos que guardaba de la infancia. Su vida había dado un cambio radical desde aquel inesperado desmayo en lo alto del Machu Picchu; un cambio para bien...
Al principio le costó un poco aceptarlo, pero las náuseas no tardaron en aparecer y al final tuvo que rendirse ante la evidencia.
Abrió la puerta y entró en el recibidor. Colgó el abrigo, dejó la bolsa de la compra en el salón y fue a la cocina a prepararse una taza de té.
¿Cómo era tan caprichoso el destino? Unos meses antes lloraba desconsolada por la pérdida de una vida sin siquiera sospechar que otra nueva crecía en su interior... Mientras calentaba el agua, se dispuso a sacar la compra de las bolsas; algo de comida, el teléfono móvil, unas botas diminutas... Una dulce sonrisa se dibujó en sus labios y entonces... Sonó el timbre de la puerta.