Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.
Capítulo 11
Carlisle Cullen no parecía un anciano de setenta y un años que se
había sometido a una operación de corazón unos meses atrás. Aunque se apoyaba
en un bastón, su alta figura se erguía imperiosa en el centro de la espaciosa
estancia de estilo Mediterráneo. Sus penetrantes ojos oscuros se clavaron en Bella,
brillantes bajo las pobladas cejas, tan canosas como su cabellera.
-Conque ésta es mi nueva nieta, ¿eh? -alargó la mano-. Ven a
saludar a tu familia, niña.
Bella se le acercó con aspecto confiado. Sabía que perdería su
respeto si mostraba temor. Apoyándole las manos en los hombros, se estiró para
besarlo en la mejilla. Él se lo devolvió con una sonrisa de aprobación antes de
que ella se apartase nuevamente.
-No se parece a las fotos -le dijo a Edward. Luego se volvió a Bella-.
Me gustas más así, natural, con el cabello sin peinados raros ni tintes. Mi Esme
nunca se tiñó el pelo. Tus ojos son de un bonito color chocolate, no un verde
absurdo. Te favorecen.
-Gracias -contuvo ella una sonrisa ante su franqueza-. Edward
pensaba que estaba demasiado fea como para seguir mi profesión de modelo.
Ambos hombres hablaron a la vez.
-Yo no dije...
-¿Qué le pasa a mi nieto?
-A decir verdad -sonrió ella-, entre la falta de sueño y las
náuseas matinales, estaba hecha un horror en aquel momento.
-Nunca le digas a una mujer embarazada que está hecha un horror.
Ella se echará a llorar y acabarás durmiendo en el cuarto de los invitados.
-¿Lo aprendiste con la abuela? -preguntó Edward.
-Cuando estaba esperando a tu padre, estaba como un tonel, y
cometí la torpeza de decírselo -rió-. ¡Me tiró la cena a la cabeza y luego siguió
con los demás platos de la mesa! Le dije que lo sentía y acabé con moussaka en el pelo. Tuve que salir
huyendo.
-¿Y te hizo dormir en la habitación de invitados? -preguntó Edward
con una sonrisa que le llegó al corazón a Bella, que reía de la anécdota.
-Se encerró con llave -sonrió el anciano haciendo un guiño-. Tú
eres como yo, ¿qué harías tú si esta adorable criatura que lleva a mi primer bisnieto
en su vientre se encerrase con llave?
Al recordar una puerta con el cerrojo echado y una ducha muy
erótica, Bella sonrió. Con razón el señor Cullen había hecho que le enseñasen a
Edward a abrir una cerradura. Por algún motivo, encontró aquel pensamiento increíblemente
gracioso y le dio un acceso de incontenible risa.
-Así que ya ha sucedido, ¿eh?
Edward no respondió y, tomándola de la mano, la llevó hasta un
sillón color rojo brillante y la hizo sentarse casi a la fuerza.
-Le va a faltar oxígeno al bebé si te ríes así -la regañó con una
sonrisa.
Ella hizo una profunda inspiración, luego otra y finalmente logró
controlarse.
-Yo no tenía un abuelo listo que me educara -dijo el anciano,
sentándose frente a ella-, no sabía usar una ganzúa, tuve que meterme en la
habitación por la ventana. La tomé por sorpresa y fue un reencuentro muy satisfactorio
-sonrió.
Bella sintió que se ruborizaba al pensar en lo que su marido había
hecho en las mismas circunstancias. Edward se sentó en el brazo del sillón de
ella.
-¿Emmett y Rosalie ya se han vuelto a París? -preguntó él al
abuelo.
-Sí. Pero primero pasaron por aquí. Querían hablarme de la
maravillosa nieta nueva que tengo -dijo, haciendo que Bella volviese a
ruborizarse.
-Me alego de que así lo crean -sonrió ella-. Temía que me
rechazaran, pero han sido tan cariñosos como usted.
-Todo ha salido bien -dijo el señor Cullen con- un gesto-. Mis dos
nietos están casados, hay un bisnieto en camino y todos estáis felices como
unas pascuas. Esme no podría haberlo hecho mejor -añadió con clara
satisfacción-. Doy gracias al Altísimo por concederme tantos dones para mi
familia.
Su abierta sinceridad la emocionó profundamente.
-Gracias. Es usted muy bueno -se puso de pie y fue a darle otro
beso.
Él le restó importancia, pero sus ojos revelaron el placer que
sentía.
-Llévala arriba, Edward. Las embarazadas necesitan descansar,
¿verdad?
-Ven, pethi mou, creo
que necesitas tu siesta -dijo él, levantándola en brazos.
Bella volvió a partirse de la risa al oírlo, pero se contuvo para
protestar:
-No puedes llevarme en brazos arriba, estoy demasiado pesada.
-Me niego a que me acuses de que he insinuado que estás gorda
-dijo él, echando a andar, divertido-. Ya he aprendido la lección del cuento
del abuelo.
-Dejar que camine no es insinuar nada -sostuvo ella.
Él ya había recorrido la mitad de las escaleras.
-Como dijiste que estás demasiado pesada... quieres decir que
estás gorda o bien que yo soy un alfeñique, y me niego a acepar ninguna de las
dos cosas.
La llevó al dormitorio, que ni la enorme cama con dosel lograba
empequeñecer.
Puertas corredizas de cristal abrían a una terraza y más allá, al
azul del mar.
-Es bellísimo, mon cher
-dijo ella, ante aquella maravillosa vista.
Él la bajó, deslizándola por su cuerpo de una manera muy
sugestiva.
-¿No has dicho «una siesta»? -le preguntó, apartando la mirada del
amplísimo ventanal para clavarla en las pupilas azules.
-Tenemos que asegurarnos que estés bien cansada -dijo, comenzando
a quitarle la ropa.
La mirada de ella quedó prendada en una figurita de Lladró sobre
una cómoda antigua. Era de una niña en un jardín. Al comprarla, él le había
dicho que le recordaba a ella. La última vez que la había visto estaba rodeada
de papel de envolver en el suelo del apartamento de París.
Bella abrió otro cajón más de la cómoda buscando su ropa. Lo único
que había encontrado era calcetines en uno, calzoncillos de seda en otro y en
un tercero los polos lisos que a él le gustaba llevar bajo los jerseys o con
vaqueros cuando estaba en casa. Lo había abierto unos centímetros cuando unas
fuertes manos la tomaron de los brazos, poniéndola de pie.
-Pheti mou, ¿qué haces?
No debieras agacharte así abriendo pesados cajones.
-Buscaba mi ropa, pero sólo he encontrado tuya -dijo ella, mirando
con disgusto el último cajón. Más cosas de Edward.
Algo blanco le llamó la atención y se inclinó nuevamente para ver
lo que era.
Alargando la mano, sacó el tubo del plástico del cajón y se lo
quedó mirando.
-¿Por qué has guardado el test de embarazo? -pregunto, intrigada.
-Era la única prueba que tenía de que existía mi bebé. No te podía
encontrar, no sabía dónde buscar, pero sabía que en algún lado mi bebé crecía
dentro de ti –los masculinos pómulos se tiñeron de rojo-. Me daba esperanzas.
-Oh, Edward -dijo ella, poniéndose de pie de un salto para
abrazarlo, rebosante de amor, sintiendo como nunca desde dejar París que estaban
hechos el uno para el otro-. ¿Y, entonces? ¿Dónde está mi ropa? -preguntó
contra su pecho.
Él la soltó y la hizo girar hacia una puerta junto a la del cuarto
del baño.
-Allí.
Ella se acercó y abrió la puerta. Daba a un gran vestidor con tres
paredes para colgar ropa y una cuarta con estantes, cajones y zapateros. Ver
los trajes de Edward junto a sus vestidos de embarazada la hizo sonreír. De
repente, se dio cuenta de que varias de las prendas eran las que ella había
dejado en París.
-Guardaste mi ropa -dijo, aturdida.
-Sabía que volverías y que la necesitarías -dijo él desde la
puerta-. Aunque por ahora, no. Debí comprarte más vestidos de embarazada.
Después de la experiencia que había tenido cuando niño, a él le
costaba manifestar sus sentimientos, pero Bella comenzaba a creer que él la
necesitaba porque era ella, no solamente la madre de su hijo.
-Si me quedo aquí, llegaremos tarde a la cena con el abuelo.
-Entonces, vete -dijo ella, echándolo-. Tengo que vestirme.
Se puso ropa interior color melocotón y encima un vestido
veraniego color albaricoque con una coqueta falda que le encantaba, porque se
sentía femenina a pesar de haber perdido su silueta.
-Siento deseos de pedir que nos sirvan la cena en la habitación
-dijo él, al verla.
Estaba guapísimo con esmoquin, camisa de seda y elegante corbata.
-Ni lo sueñes. Quiero causarle buena impresión a tu abuelo.
-¿No te has dado cuenta de que ya lo has hecho, que eres de la
familia?
Ella sonrió, sintiendo un calorcillo dentro. Que la aceptasen
porque era de la familia y no porque se comportase correctamente, era una
experiencia nueva.
Durante la cena, Edward tuvo que retirarse a atender una llamada
internacional.
-Ah, los negocios -interrumpió el señor Cullen-. Interrumpen,
¿verdad?
-Tendrá que ponerse al día después de todo el tiempo que ha pasado
en Nueva York y la luna de miel -dijo ella, quitándole importancia.
-Tienes razón -dijo él, arqueando las cejas en un movimiento que
ya le comenzaba a resultar familiar-. Háblame de tu familia.
Así que ella lo hizo, habiéndole de Alice y Jasper, de su madre y
de la generosidad de Edward al volver al comprar la Mansión Swan.
-Es lo que correspondía que hiciese -dijo el anciano, restándole
importancia-. Ahora tu madre es su familia y es su responsabilidad cuidarla.
-No me casé con su nieto para que mantuviese a mi madre -dijo,
nerviosa.
-Por supuesto que no, tontina -exclamó él con una profunda
carcajada-. Si hubieses querido el dinero de mi hijo, nunca te habrías marchado
de París.
-Es verdad -sonrió ella aliviada-. Lo único que quería era estar
con él. No sabía de la existencia de Rosalie -confesó con sinceridad.
-Ne. Sí, lo sé.
-Lamento haber hecho que Edward no cumpliese su promesa.
-Sientes el peso de esas cosas -dijo el señor Cullen, asintiendo
con la cabeza-. Me gusta eso. Pero no quiero que te sientas culpable por una
promesa que hizo bajo la amenaza de mi salud -lanzó un suspiro-. No debí
someterlo a semejante presión.
-Edward mencionó en París que hacía tiempo que usted esperaban su
boda con Rosalie -dijo ella, con cierto dolor. Frunció el ceño-. Habrá sido una
desilusión.
-¿Desilusión? -preguntó, sorprendido-. Deseaba la certeza de
bisnietos y eso es lo que tengo, ¿no? -dijo, lanzándole una mirada al vientre.
Rió-. Además, Rosalie está más feliz con Emmett. Ella le tiene un poco de miedo
a Edward. No me di cuenta de ello hasta después del compromiso, cuando vinieron
aquí -tomó un sorbo de vino-. Y además, mi nieto ha cumplido su segunda
promesa.
-¿Segunda promesa?
-Se casó contigo, tal como me lo prometió -los ojos oscuros
brillaron de determinación-. Le ha dado a mi bisnieto el apellido Cullen. Estoy
feliz.
-¿Le prometió que se casaría conmigo? -la impresión le borró la
sonrisa.
-Es un hombre de palabra -asintió con la cabeza-. Su segunda
promesa invalidó con creces la primera -dijo con orgullo-. Puedo morirme en
paz.
-No diga eso -recriminó ella, aunque se le rompiese el corazón por
dentro.
¿Edward le había prometido a su abuelo que se casaría con ella?
¿Qué le daría el apellido Cullen a su hijo?
Con razón Edward había soportado todos los obstáculos que ella le
puso. Cuando ella se negó a hablar de boda, él la había seducido. Había
conquistado a su madre y le había comprado la Mansión Swan. ¡Qué idiota había
sido creyendo que lo hacía por amor a ella! Todo había sido por su abuelo. Por
primera vez desde acceder a casarse con él, sintió náuseas. Tomó un trago de
zumo y rogó que se le pasase.
-¿Te encuentras bien, pequeña? Te has puesto pálida. ¿Quieres ir a
acostarte?
-Prefiero estar con usted aquí -dijo, porque no quería rumiar su
tristeza sola.
-Ah, amabilidad con un anciano.
-No, en absoluto. Me agrada estar con usted -dijo con sinceridad.
-Entonces, háblame del trabajo que tenías. Nunca he conocido a una
modelo.
Le habló de su vida como Isabella Dwyer y acabó contándole cómo
había conocido a Edward y riéndose de antiguos recuerdos de su vida con él.
Se hallaban en el salón tomando el café cuando Edward se unió a
ellos. Ella le estaba relatando al abuelo su primera pelea.
-Hacía una portada en bañador y Edward se presentó en la sesión de
fotos.
-Volví un día antes y la sorprendí -terció Edward, entrando y
sentándose junto a ella en el sofá.
Bella no supo cómo logró contenerse para no gritarle en aquel
momento como una verdulera por haberla vuelto a engañar, por dejarla creer que
quizá la amase.
Ojalá le resultase a ella tan fácil olvidar su amor por Edward
como a él olvidar de mencionarle su segunda promesa.
-No le gustaba el bañador que llevaba -prosiguió, concentrando su
atención en el señor Cullen, que sonreía con benevolencia-, y exigió que me lo
quitase.
-Así que como eres una mujer razonable y comprendes que los
griegos tradicionales somos muy posesivos, te cambiaste inmediatamente, ¿no?
-dijo el señor Cullen, el humor brillando en sus ojos verdes.
-Amenazó con quitárselo allí mismo-dijo Edward con un bufido-,
frente a todos, si no me callaba y salía de allí -todavía parecía disgustado.
Ella le lanzó una mirada, pero estaba demasiado dolida y volvió al
abuelo.
-Funcionó.
El anciano rió de buena gana y dijo algo rápido a Edward en griego
que ella no comprendió. Edward frunció el ceño. Ella sonrió. Que se enfadase,
se lo merecía, se dijo.
-Te costó conquistarla, ¿verdad, Edward?
-Sí, pero ahora que la tengo no la dejaré ir -le rodeó los hombros
con el brazo.
Ella deseó apoyarse contra él y darle un puntapié en la espinilla
a la vez. Se estaba volviendo loca.
-Creo que me iré a la cama -dijo, poniéndose de pie de un salto-.
No es necesario que vengas. Estoy segura de que tu abuelo y tú tendréis mucho
de qué hablar -añadió.
Sus palabras resultaron forzadas.
-Te acompaño -dijo Edward, lanzándole una penetrante mirada.
Su abuelo se levantó lentamente, mostrando cansancio por primera
vez.
-No vuelvas a bajar por mí, Edward, yo también necesito descansar.
Ella le dio un rápido beso en la mejilla antes de marcharse.
Edward se retrasó un momento saludando a su abuelo y la alcanzó en
las escaleras. Ella dejó que le tomase la mano, pero cuando se le acercó luego
en la cama, le dijo que se encontraba demasiado cansada para hacer el amor.
Por primera vez sintió una opresión en el pecho debido a su
embarazo. Si no hubiese estado embarazada, Edward nunca habría vuelta a
buscarla, porque su abuelo no le hubiese sacado aquella segunda promesa.
Ay no... Creo que asi Edward no le hubiese hecho ninguna promesa al abuelo, se habría casado con ella... Creo que de verdad la ama.
ResponderBorrarBesos gigantes!!!
XOXO
Cuantos capítulos tiene la historia?? Ya esta por terminar?? Por que es muy buena ��
ResponderBorrarme gusto el capitulo saludos y te leo
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