domingo, 12 de abril de 2015

Vidas secretas, Cap. 11

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.

Capítulo 11

Carlisle Cullen no parecía un anciano de setenta y un años que se había sometido a una operación de corazón unos meses atrás. Aunque se apoyaba en un bastón, su alta figura se erguía imperiosa en el centro de la espaciosa estancia de estilo Mediterráneo. Sus penetrantes ojos oscuros se clavaron en Bella, brillantes bajo las pobladas cejas, tan canosas como su cabellera.
-Conque ésta es mi nueva nieta, ¿eh? -alargó la mano-. Ven a saludar a tu familia, niña.
Bella se le acercó con aspecto confiado. Sabía que perdería su respeto si mostraba temor. Apoyándole las manos en los hombros, se estiró para besarlo en la mejilla. Él se lo devolvió con una sonrisa de aprobación antes de que ella se apartase nuevamente.
-No se parece a las fotos -le dijo a Edward. Luego se volvió a Bella-. Me gustas más así, natural, con el cabello sin peinados raros ni tintes. Mi Esme nunca se tiñó el pelo. Tus ojos son de un bonito color chocolate, no un verde absurdo. Te favorecen.
-Gracias -contuvo ella una sonrisa ante su franqueza-. Edward pensaba que estaba demasiado fea como para seguir mi profesión de modelo.
Ambos hombres hablaron a la vez.
-Yo no dije...
-¿Qué le pasa a mi nieto?
-A decir verdad -sonrió ella-, entre la falta de sueño y las náuseas matinales, estaba hecha un horror en aquel momento.
-Nunca le digas a una mujer embarazada que está hecha un horror. Ella se echará a llorar y acabarás durmiendo en el cuarto de los invitados.
-¿Lo aprendiste con la abuela? -preguntó Edward.
-Cuando estaba esperando a tu padre, estaba como un tonel, y cometí la torpeza de decírselo -rió-. ¡Me tiró la cena a la cabeza y luego siguió con los demás platos de la mesa! Le dije que lo sentía y acabé con moussaka en el pelo. Tuve que salir huyendo.
-¿Y te hizo dormir en la habitación de invitados? -preguntó Edward con una sonrisa que le llegó al corazón a Bella, que reía de la anécdota.
-Se encerró con llave -sonrió el anciano haciendo un guiño-. Tú eres como yo, ¿qué harías tú si esta adorable criatura que lleva a mi primer bisnieto en su vientre se encerrase con llave?
Al recordar una puerta con el cerrojo echado y una ducha muy erótica, Bella sonrió. Con razón el señor Cullen había hecho que le enseñasen a Edward a abrir una cerradura. Por algún motivo, encontró aquel pensamiento increíblemente gracioso y le dio un acceso de incontenible risa.
-Así que ya ha sucedido, ¿eh?
Edward no respondió y, tomándola de la mano, la llevó hasta un sillón color rojo brillante y la hizo sentarse casi a la fuerza.
-Le va a faltar oxígeno al bebé si te ríes así -la regañó con una sonrisa.
Ella hizo una profunda inspiración, luego otra y finalmente logró controlarse.
-Yo no tenía un abuelo listo que me educara -dijo el anciano, sentándose frente a ella-, no sabía usar una ganzúa, tuve que meterme en la habitación por la ventana. La tomé por sorpresa y fue un reencuentro muy satisfactorio -sonrió.
Bella sintió que se ruborizaba al pensar en lo que su marido había hecho en las mismas circunstancias. Edward se sentó en el brazo del sillón de ella.
-¿Emmett y Rosalie ya se han vuelto a París? -preguntó él al abuelo.
-Sí. Pero primero pasaron por aquí. Querían hablarme de la maravillosa nieta nueva que tengo -dijo, haciendo que Bella volviese a ruborizarse.
-Me alego de que así lo crean -sonrió ella-. Temía que me rechazaran, pero han sido tan cariñosos como usted.
-Todo ha salido bien -dijo el señor Cullen con- un gesto-. Mis dos nietos están casados, hay un bisnieto en camino y todos estáis felices como unas pascuas. Esme no podría haberlo hecho mejor -añadió con clara satisfacción-. Doy gracias al Altísimo por concederme tantos dones para mi familia.
Su abierta sinceridad la emocionó profundamente.
-Gracias. Es usted muy bueno -se puso de pie y fue a darle otro beso.
Él le restó importancia, pero sus ojos revelaron el placer que sentía.
-Llévala arriba, Edward. Las embarazadas necesitan descansar, ¿verdad?
-Ven, pethi mou, creo que necesitas tu siesta -dijo él, levantándola en brazos.
Bella volvió a partirse de la risa al oírlo, pero se contuvo para protestar:
-No puedes llevarme en brazos arriba, estoy demasiado pesada.
-Me niego a que me acuses de que he insinuado que estás gorda -dijo él, echando a andar, divertido-. Ya he aprendido la lección del cuento del abuelo.
-Dejar que camine no es insinuar nada -sostuvo ella.
Él ya había recorrido la mitad de las escaleras.
-Como dijiste que estás demasiado pesada... quieres decir que estás gorda o bien que yo soy un alfeñique, y me niego a acepar ninguna de las dos cosas.
La llevó al dormitorio, que ni la enorme cama con dosel lograba empequeñecer.
Puertas corredizas de cristal abrían a una terraza y más allá, al azul del mar.
-Es bellísimo, mon cher -dijo ella, ante aquella maravillosa vista.
Él la bajó, deslizándola por su cuerpo de una manera muy sugestiva.
-¿No has dicho «una siesta»? -le preguntó, apartando la mirada del amplísimo ventanal para clavarla en las pupilas azules.
-Tenemos que asegurarnos que estés bien cansada -dijo, comenzando a quitarle la ropa.
La mirada de ella quedó prendada en una figurita de Lladró sobre una cómoda antigua. Era de una niña en un jardín. Al comprarla, él le había dicho que le recordaba a ella. La última vez que la había visto estaba rodeada de papel de envolver en el suelo del apartamento de París.
Bella abrió otro cajón más de la cómoda buscando su ropa. Lo único que había encontrado era calcetines en uno, calzoncillos de seda en otro y en un tercero los polos lisos que a él le gustaba llevar bajo los jerseys o con vaqueros cuando estaba en casa. Lo había abierto unos centímetros cuando unas fuertes manos la tomaron de los brazos, poniéndola de pie.
-Pheti mou, ¿qué haces? No debieras agacharte así abriendo pesados cajones.
-Buscaba mi ropa, pero sólo he encontrado tuya -dijo ella, mirando con disgusto el último cajón. Más cosas de Edward.
Algo blanco le llamó la atención y se inclinó nuevamente para ver lo que era.
Alargando la mano, sacó el tubo del plástico del cajón y se lo quedó mirando.
-¿Por qué has guardado el test de embarazo? -pregunto, intrigada.
-Era la única prueba que tenía de que existía mi bebé. No te podía encontrar, no sabía dónde buscar, pero sabía que en algún lado mi bebé crecía dentro de ti –los masculinos pómulos se tiñeron de rojo-. Me daba esperanzas.
-Oh, Edward -dijo ella, poniéndose de pie de un salto para abrazarlo, rebosante de amor, sintiendo como nunca desde dejar París que estaban hechos el uno para el otro-. ¿Y, entonces? ¿Dónde está mi ropa? -preguntó contra su pecho.
Él la soltó y la hizo girar hacia una puerta junto a la del cuarto del baño.
-Allí.
Ella se acercó y abrió la puerta. Daba a un gran vestidor con tres paredes para colgar ropa y una cuarta con estantes, cajones y zapateros. Ver los trajes de Edward junto a sus vestidos de embarazada la hizo sonreír. De repente, se dio cuenta de que varias de las prendas eran las que ella había dejado en París.
-Guardaste mi ropa -dijo, aturdida.
-Sabía que volverías y que la necesitarías -dijo él desde la puerta-. Aunque por ahora, no. Debí comprarte más vestidos de embarazada.
Después de la experiencia que había tenido cuando niño, a él le costaba manifestar sus sentimientos, pero Bella comenzaba a creer que él la necesitaba porque era ella, no solamente la madre de su hijo.
-Si me quedo aquí, llegaremos tarde a la cena con el abuelo.
-Entonces, vete -dijo ella, echándolo-. Tengo que vestirme.
Se puso ropa interior color melocotón y encima un vestido veraniego color albaricoque con una coqueta falda que le encantaba, porque se sentía femenina a pesar de haber perdido su silueta.
-Siento deseos de pedir que nos sirvan la cena en la habitación -dijo él, al verla.
Estaba guapísimo con esmoquin, camisa de seda y elegante corbata.
-Ni lo sueñes. Quiero causarle buena impresión a tu abuelo.
-¿No te has dado cuenta de que ya lo has hecho, que eres de la familia?
Ella sonrió, sintiendo un calorcillo dentro. Que la aceptasen porque era de la familia y no porque se comportase correctamente, era una experiencia nueva.
Durante la cena, Edward tuvo que retirarse a atender una llamada internacional.
-Ah, los negocios -interrumpió el señor Cullen-. Interrumpen, ¿verdad?
-Tendrá que ponerse al día después de todo el tiempo que ha pasado en Nueva York y la luna de miel -dijo ella, quitándole importancia.
-Tienes razón -dijo él, arqueando las cejas en un movimiento que ya le comenzaba a resultar familiar-. Háblame de tu familia.
Así que ella lo hizo, habiéndole de Alice y Jasper, de su madre y de la generosidad de Edward al volver al comprar la Mansión Swan.
-Es lo que correspondía que hiciese -dijo el anciano, restándole importancia-. Ahora tu madre es su familia y es su responsabilidad cuidarla.
-No me casé con su nieto para que mantuviese a mi madre -dijo, nerviosa.
-Por supuesto que no, tontina -exclamó él con una profunda carcajada-. Si hubieses querido el dinero de mi hijo, nunca te habrías marchado de París.
-Es verdad -sonrió ella aliviada-. Lo único que quería era estar con él. No sabía de la existencia de Rosalie -confesó con sinceridad.
-Ne. Sí, lo sé.
-Lamento haber hecho que Edward no cumpliese su promesa.
-Sientes el peso de esas cosas -dijo el señor Cullen, asintiendo con la cabeza-. Me gusta eso. Pero no quiero que te sientas culpable por una promesa que hizo bajo la amenaza de mi salud -lanzó un suspiro-. No debí someterlo a semejante presión.
-Edward mencionó en París que hacía tiempo que usted esperaban su boda con Rosalie -dijo ella, con cierto dolor. Frunció el ceño-. Habrá sido una desilusión.
-¿Desilusión? -preguntó, sorprendido-. Deseaba la certeza de bisnietos y eso es lo que tengo, ¿no? -dijo, lanzándole una mirada al vientre. Rió-. Además, Rosalie está más feliz con Emmett. Ella le tiene un poco de miedo a Edward. No me di cuenta de ello hasta después del compromiso, cuando vinieron aquí -tomó un sorbo de vino-. Y además, mi nieto ha cumplido su segunda promesa.
-¿Segunda promesa?
-Se casó contigo, tal como me lo prometió -los ojos oscuros brillaron de determinación-. Le ha dado a mi bisnieto el apellido Cullen. Estoy feliz.
-¿Le prometió que se casaría conmigo? -la impresión le borró la sonrisa.
-Es un hombre de palabra -asintió con la cabeza-. Su segunda promesa invalidó con creces la primera -dijo con orgullo-. Puedo morirme en paz.
-No diga eso -recriminó ella, aunque se le rompiese el corazón por dentro.
¿Edward le había prometido a su abuelo que se casaría con ella? ¿Qué le daría el apellido Cullen a su hijo?
Con razón Edward había soportado todos los obstáculos que ella le puso. Cuando ella se negó a hablar de boda, él la había seducido. Había conquistado a su madre y le había comprado la Mansión Swan. ¡Qué idiota había sido creyendo que lo hacía por amor a ella! Todo había sido por su abuelo. Por primera vez desde acceder a casarse con él, sintió náuseas. Tomó un trago de zumo y rogó que se le pasase.
-¿Te encuentras bien, pequeña? Te has puesto pálida. ¿Quieres ir a acostarte?
-Prefiero estar con usted aquí -dijo, porque no quería rumiar su tristeza sola.
-Ah, amabilidad con un anciano.
-No, en absoluto. Me agrada estar con usted -dijo con sinceridad.
-Entonces, háblame del trabajo que tenías. Nunca he conocido a una modelo.
Le habló de su vida como Isabella Dwyer y acabó contándole cómo había conocido a Edward y riéndose de antiguos recuerdos de su vida con él.
Se hallaban en el salón tomando el café cuando Edward se unió a ellos. Ella le estaba relatando al abuelo su primera pelea.
-Hacía una portada en bañador y Edward se presentó en la sesión de fotos.
-Volví un día antes y la sorprendí -terció Edward, entrando y sentándose junto a ella en el sofá.
Bella no supo cómo logró contenerse para no gritarle en aquel momento como una verdulera por haberla vuelto a engañar, por dejarla creer que quizá la amase.
Ojalá le resultase a ella tan fácil olvidar su amor por Edward como a él olvidar de mencionarle su segunda promesa.
-No le gustaba el bañador que llevaba -prosiguió, concentrando su atención en el señor Cullen, que sonreía con benevolencia-, y exigió que me lo quitase.
-Así que como eres una mujer razonable y comprendes que los griegos tradicionales somos muy posesivos, te cambiaste inmediatamente, ¿no? -dijo el señor Cullen, el humor brillando en sus ojos verdes.
-Amenazó con quitárselo allí mismo-dijo Edward con un bufido-, frente a todos, si no me callaba y salía de allí -todavía parecía disgustado.
Ella le lanzó una mirada, pero estaba demasiado dolida y volvió al abuelo.
-Funcionó.
El anciano rió de buena gana y dijo algo rápido a Edward en griego que ella no comprendió. Edward frunció el ceño. Ella sonrió. Que se enfadase, se lo merecía, se dijo.
-Te costó conquistarla, ¿verdad, Edward?
-Sí, pero ahora que la tengo no la dejaré ir -le rodeó los hombros con el brazo.
Ella deseó apoyarse contra él y darle un puntapié en la espinilla a la vez. Se estaba volviendo loca.
-Creo que me iré a la cama -dijo, poniéndose de pie de un salto-. No es necesario que vengas. Estoy segura de que tu abuelo y tú tendréis mucho de qué hablar -añadió.
Sus palabras resultaron forzadas.
-Te acompaño -dijo Edward, lanzándole una penetrante mirada.
Su abuelo se levantó lentamente, mostrando cansancio por primera vez.
-No vuelvas a bajar por mí, Edward, yo también necesito descansar.
Ella le dio un rápido beso en la mejilla antes de marcharse.
Edward se retrasó un momento saludando a su abuelo y la alcanzó en las escaleras. Ella dejó que le tomase la mano, pero cuando se le acercó luego en la cama, le dijo que se encontraba demasiado cansada para hacer el amor.

Por primera vez sintió una opresión en el pecho debido a su embarazo. Si no hubiese estado embarazada, Edward nunca habría vuelta a buscarla, porque su abuelo no le hubiese sacado aquella segunda promesa.

3 comentarios:

  1. Ay no... Creo que asi Edward no le hubiese hecho ninguna promesa al abuelo, se habría casado con ella... Creo que de verdad la ama.
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Cuantos capítulos tiene la historia?? Ya esta por terminar?? Por que es muy buena ��

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