sábado, 4 de abril de 2015

Vidas Secretas Cap. 10

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.

 Capítulo 10


La estrechó entre sus brazos y ella los llenó perfectamente, con el bebé protegido entre los dos. Las lágrimas de ella se habían calmado, pero no completamente. Edward conocía la forma de hacerla superar aquella emoción.

Sintió un placer posesivo al levantarle el rostro para cubrir los labios húmedos de lágrimas con los suyos. Ella le pertenecía ahora legalmente y estaba ligada a él por la emoción de compartir aquel bebé. Su respuesta fue dulce; su boca se abrió bajo la de él con una leve exclamación de sorpresa y él profundizó el beso. Deseó borrar aquella pena y reemplazarla con la pasión de sus brazos.

Al hundirse en su boca, su deseo surgió en oleadas irrefrenables. Ella respondió con todo el erotismo de su naturaleza generosa y le apoyó las manos en los hombros, moviendo los labios bajo los de él con tentador deseo. Deseó estar dentro de ella, sentirla ceder bajo la dureza que lo hacía hombre.

Necesitaba tocarla. Le metió las manos por debajo del jersey, pero un ruido en la ante cabina le recordó que se encontraban a punto de despegar. La azafata aparecería en cualquier momento para avisarles que se ajustaran los cinturones. Se apartó con un esfuerzo y depositó a Bella a su lado.

Ella no comprendió al principio y casi le hizo perder el control al intentar volver a sus brazos, pero, de repente, pareció darse cuenta de dónde estaban y lo que estaban haciendo. Sus ojos, chocolate por el deseo, se abrieron y la pálida perfección de su rostro se tiñó de un suave color rosado. Se acomodó pudorosamente el jersey.

-     Olvidé dónde estábamos -dijo, lanzando una mirada a la azafata, que simulaba trabajar en la pequeña cocina.
-     Cuando hayamos despegado, podremos retirarnos a la relativa intimidad del dormitorio -le dijo, rozándole la delicada piel del cuello con el dedo.
-     ¿Para que pueda dormir la siesta? Las embarazadas necesitan descansar mucho, según me ha estado diciendo un futuro padre mandón que conozco.
-     Te aseguro que podrás descansar-sonrió él.
-     ¿Antes o después? -preguntó ella.

Él creyó que nunca más vería aquel brillo en sus ojos.
-     Después, decididamente después -todo saldría bien, ya se ocuparía él de ello.
-     -No puedo esperar más -dijo ella, lanzando un exagerado suspiro y batiendo las pestañas como una actriz de los años veinte.
-     Ya verás que vale la pena -dijo él, con los ojos llenos de promesas.
-     Bella se encontraba frente a Edward, sin su ropa de viaje, el cuerpo trémulo de deseo que él le había alimentado hasta hacerla casi gritar. Él también se encontraba desnudo y su deseo era evidente en su poderosa erección.
-     Eres hermosa -le dijo, y sus penetrantes ojos estaban casi negros en la penumbra del dormitorio del avión.
-     Me siento hermosa cuando me miras de ese modo en vez de la mujer deforme que soy, con esta pelota de fútbol por cintura.
-     ¿Deforme? -exclamó él, hecho una fiera-. Es mi hijo el que llevas. Tu forma es lo que más me excita cada vez que te veo de perfil.

Ella se puso de costado, provocándolo.
Él aceptó la invitación con la velocidad de un jaguar lanzándose sobre su presa. A pesar de creer que se encontraba preparada, ella lanzó un chillido cuando él se le abalanzó para tirarla sobre la cama. Se puso de espaldas y la subió encima de él, abriéndole las piernas para ponerla sobre su miembro viril.

-     Tú controla la profundidad -le dijo.
Y ella lo hizo. Se apoyó en las manos y se deslizó sobre él poco a poco. La sensación de que él la llenaba totalmente era increíble. Ya no podría recibirlo completamente dentro de sí con comodidad, pero él no la presionó, no se quejó. Por el contrario, la expresión de éxtasis de su rostro demostraba su placer.

Mientras ella controlaba su penetración, él la sujetó por las caderas y la movió suave y rítmicamente. Ella cerró los ojos mientras la recorrían las sensaciones. ¿Cómo había podido sobrevivir durante meses sin aquello?

La respuesta era simple: no lo había hecho. Había pasado aquel tiempo viviendo como media persona, odiándolo, echándolo de menos y deseando con todo su corazón que las cosas fuesen distintas. Ahora estaba unida nuevamente a su otra mitad y celebraba el gozo que ello le causaba. Abrió los ojos con esfuerzo. Quería verlo, ver el efecto que aquella unión tenía en él.

Los ojos de él eran dos líneas, su rostro estaba rígido de deseo. La apretaba de las caderas con fuerza, pero ella no se quejó. Quería ver si le podía hacer perder el control. Le causaba esperanza que lo que él sentía por ella fueran algo más que culpabilidad y responsabilidad, más que un sencillo deseo carnal. No había nada de sencillo en los sentimientos que despertaban en el otro.

Él aceleró el ritmo y ella lanzó una exclamación ahogada cuando el placer hizo que su interior comenzara a prepararse para la máxima satisfacción, que sólo él sabía proporcionarle. Se le habían cansado los brazos y gimió.

Él pareció comprender su necesidad porque se puso de costado, manteniendo los cuerpos unidos íntimamente y pasando el muslo de ella por encima del suyo. La sujetó contra sí con una mano abarcándole posesivamente el trasero mientras asumía el control del movimiento. Ahora que tenía las manos libres, ella pudo tocarlo. Le acarició el vello del pecho y él se estremeció.

Ella sonrió, recordando lo que lo hacía estremecerse todavía más y comenzó a acariciarle las tetillas en círculos. Cuando se le endurecieron, se las apretó y el cuerpo de él se arqueó en un placer animal. Ella gritó cuando él le rozó el cuerpo con entregado deseo. Las contracciones internas comenzaron y perdió la noción del tiempo cuando su cuerpo se estremeció convulsivamente con una oleada tras otra de placer sin fin.

Cuando le llegó a él el clímax, lanzó un feroz rugido, que la ensordeció. El éxtasis de su unión se repitió una y otra vez hasta que quedaron rendidos y sudorosos. La acercó hasta apoyársela contra el pecho mientras le acariciaba la espalda y ella seguía estremeciéndose con espasmos cada vez más suaves.

-     Shh. Tranquila.
-     Es demasiado -dijo ella, y sollozó.
-     No, agapi mou -dijo él, calmándola con su caricia-. Es tan maravilloso que tu cuerpo casi no lo puede soportar, pero no es demasiado.
-     -Si la tripulación no te oyó gritar, es que son sordos -dijo ella, apretándose, contra él. La había llamado «amor mío», pensó ilusionada, pero luego se dio cuenta de que cualquiera lo hubiese hecho en aquellas circunstancias.
-     No fui el único que hizo ruido, me parece -rió él-. Yo tampoco soy sordo.

Ella no respondió y se quedaron silenciosos varios minutos antes de que él se apartase. Bella murmuró una protesta, pero él la llevó a la pequeña ducha del avión. Allí la lavó tan concienzudamente que ella hizo mucho más ruido y no se pudo mantener de pie sin su ayuda cuando él acabó. La llevó en brazos de nuevo a la cama y ella se durmió acurrucada en sus brazos.
No supo cuánto durmió, pero cuando se despertó, ya no estaba en penumbra y Edward se hallaba a su lado mirándola con una expresión indescifrable.

-     Estás hermosa cuando duermes.
-     Tendré el pelo hecho un desastre y no llevo ni una gota de maquillaje.
-     No lo necesitas -dijo él, acariciándola.
-     Tengo hambre -dijo ella, incorporándose.
-     Iré a pedir algo de comer -dijo él, saliendo de la cama para ponerse una bata que colgaba en el minúsculo armario. Ella se hubiese muerto de vergüenza presentándose frente a la asistente de vuelo en bata.

Edward volvió a los quince minutos con una bandeja cargada de comida. Se la puso sobre las piernas, se quitó la bata y se volvió a meter en la cama. Ella tomó un cuenco de sopa de arroz salvaje con champiñones, un panecillo crujiente y una porción de tarta antes de echarse hacia atrás, repleta.

Él le retiró la bandeja y la depositó en el suelo. Volviéndose a sentar, le apoyó la mano en la tripa. El bebé pateaba y se movía. Ambos rieron.

-     Está muy activo allí dentro. Será campeón de fútbol algún día.
-     Lo más probable es que nosotros tengamos que correr tras él.
-     Si se parece a su madre, me sacará canas verdes.
-     ¿Sabes? -sonrió ella-, nunca me dijiste cómo llegaste a la conclusión de que el bebé era hijo tuyo. Saber que fuese posible no quiere decir que lo creyeses.
-     Lo supe mucho antes de preguntárselo a mi amigo -dijo él con un suspiro.
-     ¿Por qué?

Él se puso tenso y ella levantó la cabeza de su pecho para mirarlo a los ojos, pero la expresión de ellos era enigmática.
-     Mis padres murieron en una avalancha cuando yo tenía diez años.
-     Lo sé -era una de las pocas cosas que sabía de su familia.
-     Mi padre la había ido a buscar al albergue de esquiadores donde ella se había ido con el amante que tenía en aquel momento.
-     ¿Un amante?
-     -Ella se enamoraba con una desalentadora regularidad -asintió él con la cabeza-. Una de esas veces fue con mi padre.
-     Oh, Edward… -le acarició el pecho.
-     Ella se había marchado otras veces. Hasta se corrió el rumor de que Emmett no era hijo de mi padre y él insistió en hacer los test para acallarlos.
-     Pero, ¿por qué seguían casados?
-     Estaba obsesionado con ella. Fue la obsesión de él y el concepto que ella tenía del amor lo que acabó matándolos.

Con razón Edward dudaba del verdadero amor. Una deprimente sensación de impotencia la invadió. ¿Podría él enamorarse, tras el ejemplo de sus padres?

-     No es una historia agradable.
Pero explicaba por qué él no había confiado en ella.
-     Todos tenemos recuerdos que preferiríamos olvidar. Todas las familias tienen sus secretos, pero no todas las mujeres son como tu madre.
-     El adulterio no es algo demasiado inusual.
-     ¿Por eso estabas tan seguro de que tenía un amante?

Había supuesto que ella lo traicionaría como su madre, porque el daño que ésta había causado había abarcado también a sus hijos. Sin embargo…

-     El comportamiento de tu madre explica por qué no confiaste en mí, pero no por qué cambiaste de opinión luego.
-     Me di cuenta de que no eras como ella cuando volví al apartamento y vi el tubito del test de embarazo encima de la ropa.
-     Oh -entonces aquellos frenéticos momentos no habían sido en vano.
-     Era un mensaje para mí, ¿verdad? -le apretó el hombro con la mano.
-     Sí ¿Te hizo recordar la relación que habíamos tenido? -era su intención.
-     Sí. Seguía sin entender por qué hacías esos viajes sin decirme nada, pero supe que no eran para reunirte con otro hombre -le acarició la nuca.
-     Ahora lo sabes.

La expresión de él se aclaró y la mano bajó un poco.
-     También sé que hay cosas que prefiero hacer contigo en vez de hablar.
-     No me sorprende -dijo ella, intentando bromear, pero la mano había encontrado un anhelante seno y su voz sonó ronca de deseo.
-      
Permanecieron una semana en Atenas porque Edward insistió en que tenían que pasar una luna de miel antes de ir a la casa familiar a conocer a su abuelo. Fueron siete días dichosos en los que hicieron el amor y recorrieron la ciudad.

También Edward la llevó al médico y Bella casi se murió de vergüenza cuando él insistió en verificar lo que le habían dicho sobre las relaciones. No se quedó satisfecho hasta que el médico la hubo revisado y hecho una ecografía.

Ella pudo ver perfectamente la cabeza y los pies del bebé, y también su sexo con claridad. Señaló al niño que chupaba su dedo y se dio la vuelta para compartir su alegría con Edward. Él estaba pálido y sus ojos tenían la mirada pérdida, como si estuviese en estado de choque.

-     Señor Cullen, ¿se encuentra bien? -le peguntó el doctor.
-     ¿Edward? -dijo ella, al ver que él no respondía.
-     Ése es mi hijo -dijo él, con los ojos brillantes de lágrimas-. Tú lo proteges y nutres con tu cuerpo. ¿Cómo podré agradecerte nunca este regalo?

Ella se lo quedó mirando, perpleja. Sabía que la paternidad lo había afectado mucho, pero aquello era una exageración… ¡y le encantaba!

-     No necesitas agradecerme nada. Para mí también es un regalo, mon cher.
Edward se inclinó y le besó los labios tiernamente.
-     Me temo que será un padre indulgente -dijo el médico, comprensivo.

Bella se sentía rebosante de felicidad, pero ésta duró hasta que Edward le dijo que había llegado el momento de que conociese a su abuelo.
-     Pero, ¿y si me odia? Tiene motivos sobrados para ello.
-     No te preocupes. No tiene motivos para hacerlo. No podrá evitar adorarte.

Probablemente se habría sentido más confiada si hubiese estado más segura del cariño de Edward. Pero a pesar de que él se comportaba con afecto, era encantador y considerado como antes, nunca le decía palabras de cariño.
No la había llamado «amor mío» nuevamente, ni en griego, ni en inglés, ni en francés, idioma en el que hablaban de vez en cuando porque había sido el que inicialmente habían usado para comunicarse.


Las palabras de amor nunca llegaban a sus labios, ni siquiera en los momentos de mayor pasión.

7 comentarios:

  1. Bueno, ya sabemos que Edward ama al bebé, pero por que no le dice a Bella que la ama??? Después de todo, se supone que esta casado con ella y demás...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Me perdi la boda =-O Jajaja, y yo tambien quisiera 7 dias de luna de miel o de viaje o de vacaciones jejejeje,
    Pero bueno ahora si viene lo bueno haber que tal se porta el abuelo,esperemos que bien y ojala tambien Edward ya le diga que la ama, aunque si el no lo hace pues que lo haga ella, la igualdad para eso sirve tambien jajajajaja

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Lindo capítulo. Estaría bueno que al final colocases un gadget para colocar el enlace al capítulo siguiente. Eso le daría más agilidad a la lectura.

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  5. Lindo capítulo. Estaría bueno que al final colocases un gadget para colocar el enlace al capítulo siguiente. Eso le daría más agilidad a la lectura.

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  6. Se que tarde tarde pero no había topado con .Esta maravillosa historia graciassssssssssss graciassssssssssss

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  7. me encanto el capitulo,saludos y te leo.

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