Capítulo 10
La estrechó entre sus brazos y ella los llenó perfectamente, con
el bebé protegido entre los dos. Las lágrimas de ella se habían calmado, pero
no completamente. Edward conocía la forma de hacerla superar aquella emoción.
Sintió un placer posesivo al levantarle el rostro para cubrir los
labios húmedos de lágrimas con los suyos. Ella le pertenecía ahora legalmente y
estaba ligada a él por la emoción de compartir aquel bebé. Su respuesta fue dulce;
su boca se abrió bajo la de él con una leve exclamación de sorpresa y él profundizó
el beso. Deseó borrar aquella pena y reemplazarla con la pasión de sus brazos.
Al hundirse en su boca, su deseo surgió en oleadas irrefrenables.
Ella respondió con todo el erotismo de su naturaleza generosa y le apoyó las
manos en los hombros, moviendo los labios bajo los de él con tentador deseo.
Deseó estar dentro de ella, sentirla ceder bajo la dureza que lo hacía hombre.
Necesitaba tocarla. Le metió las manos por debajo del jersey, pero
un ruido en la ante cabina le recordó que se encontraban a punto de despegar.
La azafata aparecería en cualquier momento para avisarles que se ajustaran los
cinturones. Se apartó con un esfuerzo y depositó a Bella a su lado.
Ella no comprendió al principio y casi le hizo perder el control
al intentar volver a sus brazos, pero, de repente, pareció darse cuenta de
dónde estaban y lo que estaban haciendo. Sus ojos, chocolate por el deseo, se
abrieron y la pálida perfección de su rostro se tiñó de un suave color rosado.
Se acomodó pudorosamente el jersey.
- Olvidé dónde estábamos -dijo, lanzando una mirada a la azafata,
que simulaba trabajar en la pequeña cocina.
- Cuando hayamos despegado, podremos retirarnos a la relativa
intimidad del dormitorio -le dijo, rozándole la delicada piel del cuello con el
dedo.
- ¿Para que pueda dormir la siesta? Las embarazadas necesitan
descansar mucho, según me ha estado diciendo un futuro padre mandón que
conozco.
- Te aseguro que podrás descansar-sonrió él.
- ¿Antes o después? -preguntó ella.
Él creyó que nunca más vería aquel brillo en sus ojos.
- Después, decididamente después -todo saldría bien, ya se ocuparía
él de ello.
- -No puedo esperar más -dijo ella, lanzando un exagerado suspiro y
batiendo las pestañas como una actriz de los años veinte.
- Ya verás que vale la pena -dijo él, con los ojos llenos de
promesas.
- Bella se encontraba frente a Edward, sin su ropa de viaje, el
cuerpo trémulo de deseo que él le había alimentado hasta hacerla casi gritar.
Él también se encontraba desnudo y su deseo era evidente en su poderosa
erección.
- Eres hermosa -le dijo, y sus penetrantes ojos estaban casi negros
en la penumbra del dormitorio del avión.
- Me siento hermosa cuando me miras de ese modo en vez de la mujer
deforme que soy, con esta pelota de fútbol por cintura.
- ¿Deforme? -exclamó él, hecho una fiera-. Es mi hijo el que llevas.
Tu forma es lo que más me excita cada vez que te veo de perfil.
Ella se puso de costado, provocándolo.
Él aceptó la invitación con la velocidad de un jaguar lanzándose
sobre su presa. A pesar de creer que se encontraba preparada, ella lanzó un
chillido cuando él se le abalanzó para tirarla sobre la cama. Se puso de espaldas
y la subió encima de él, abriéndole las piernas para ponerla sobre su miembro
viril.
- Tú controla la profundidad -le dijo.
Y ella lo hizo. Se apoyó en las manos y se deslizó sobre él poco a
poco. La sensación de que él la llenaba totalmente era increíble. Ya no podría
recibirlo completamente dentro de sí con comodidad, pero él no la presionó, no
se quejó. Por el contrario, la expresión de éxtasis de su rostro demostraba su
placer.
Mientras ella controlaba su penetración, él la sujetó por las
caderas y la movió suave y rítmicamente. Ella cerró los ojos mientras la recorrían
las sensaciones. ¿Cómo había podido sobrevivir durante meses sin aquello?
La respuesta era simple: no lo había hecho. Había pasado aquel
tiempo viviendo como media persona, odiándolo, echándolo de menos y deseando
con todo su corazón que las cosas fuesen distintas. Ahora estaba unida
nuevamente a su otra mitad y celebraba el gozo que ello le causaba. Abrió los
ojos con esfuerzo. Quería verlo, ver el efecto que aquella unión tenía en él.
Los ojos de él eran dos líneas, su rostro estaba rígido de deseo.
La apretaba de las caderas con fuerza, pero ella no se quejó. Quería ver si le
podía hacer perder el control. Le causaba esperanza que lo que él sentía por
ella fueran algo más que culpabilidad y responsabilidad, más que un sencillo
deseo carnal. No había nada de sencillo en los sentimientos que despertaban en
el otro.
Él aceleró el ritmo y ella lanzó una exclamación ahogada cuando el
placer hizo que su interior comenzara a prepararse para la máxima satisfacción,
que sólo él sabía proporcionarle. Se le habían cansado los brazos y gimió.
Él pareció comprender su necesidad porque se puso de costado,
manteniendo los cuerpos unidos íntimamente y pasando el muslo de ella por
encima del suyo. La sujetó contra sí con una mano abarcándole posesivamente el
trasero mientras asumía el control del movimiento. Ahora que tenía las manos
libres, ella pudo tocarlo. Le acarició el vello del pecho y él se estremeció.
Ella sonrió, recordando lo que lo hacía estremecerse todavía más y
comenzó a acariciarle las tetillas en círculos. Cuando se le endurecieron, se
las apretó y el cuerpo de él se arqueó en un placer animal. Ella gritó cuando
él le rozó el cuerpo con entregado deseo. Las contracciones internas comenzaron
y perdió la noción del tiempo cuando su cuerpo se estremeció convulsivamente
con una oleada tras otra de placer sin fin.
Cuando le llegó a él el clímax, lanzó un feroz rugido, que la
ensordeció. El éxtasis de su unión se repitió una y otra vez hasta que quedaron
rendidos y sudorosos. La acercó hasta apoyársela contra el pecho mientras le
acariciaba la espalda y ella seguía estremeciéndose con espasmos cada vez más
suaves.
- Shh. Tranquila.
- Es demasiado -dijo ella, y sollozó.
- No, agapi mou -dijo él,
calmándola con su caricia-. Es tan maravilloso que tu cuerpo casi no lo puede
soportar, pero no es demasiado.
- -Si la tripulación no te oyó gritar, es que son sordos -dijo ella,
apretándose, contra él. La había llamado «amor mío», pensó ilusionada, pero
luego se dio cuenta de que cualquiera lo hubiese hecho en aquellas
circunstancias.
- No fui el único que hizo ruido, me parece -rió él-. Yo tampoco soy
sordo.
Ella no respondió y se quedaron silenciosos varios minutos antes
de que él se apartase. Bella murmuró una protesta, pero él la llevó a la
pequeña ducha del avión. Allí la lavó tan concienzudamente que ella hizo mucho
más ruido y no se pudo mantener de pie sin su ayuda cuando él acabó. La llevó
en brazos de nuevo a la cama y ella se durmió acurrucada en sus brazos.
No supo cuánto durmió, pero cuando se despertó, ya no estaba en
penumbra y Edward se hallaba a su lado mirándola con una expresión
indescifrable.
- Estás hermosa cuando duermes.
- Tendré el pelo hecho un desastre y no llevo ni una gota de
maquillaje.
- No lo necesitas -dijo él, acariciándola.
- Tengo hambre -dijo ella, incorporándose.
- Iré a pedir algo de comer -dijo él, saliendo de la cama para
ponerse una bata que colgaba en el minúsculo armario. Ella se hubiese muerto de
vergüenza presentándose frente a la asistente de vuelo en bata.
Edward volvió a los quince minutos con una bandeja cargada de
comida. Se la puso sobre las piernas, se quitó la bata y se volvió a meter en
la cama. Ella tomó un cuenco de sopa de arroz salvaje con champiñones, un panecillo
crujiente y una porción de tarta antes de echarse hacia atrás, repleta.
Él le retiró la bandeja y la depositó en el suelo. Volviéndose a
sentar, le apoyó la mano en la tripa. El bebé pateaba y se movía. Ambos rieron.
- Está muy activo allí dentro. Será campeón de fútbol algún día.
- Lo más probable es que nosotros tengamos que correr tras él.
- Si se parece a su madre, me sacará canas verdes.
- ¿Sabes? -sonrió ella-, nunca me dijiste cómo llegaste a la
conclusión de que el bebé era hijo tuyo. Saber que fuese posible no quiere
decir que lo creyeses.
- Lo supe mucho antes de preguntárselo a mi amigo -dijo él con un
suspiro.
- ¿Por qué?
Él se puso tenso y ella levantó la cabeza de su pecho para mirarlo
a los ojos, pero la expresión de ellos era enigmática.
- Mis padres murieron en una avalancha cuando yo tenía diez años.
- Lo sé -era una de las pocas cosas que sabía de su familia.
- Mi padre la había ido a buscar al albergue de esquiadores donde
ella se había ido con el amante que tenía en aquel momento.
- ¿Un amante?
- -Ella se enamoraba con una desalentadora regularidad -asintió él
con la cabeza-. Una de esas veces fue con mi padre.
- Oh, Edward… -le acarició el pecho.
- Ella se había marchado otras veces. Hasta se corrió el rumor de
que Emmett no era hijo de mi padre y él insistió en hacer los test para
acallarlos.
- Pero, ¿por qué seguían casados?
- Estaba obsesionado con ella. Fue la obsesión de él y el concepto
que ella tenía del amor lo que acabó matándolos.
Con razón Edward dudaba del verdadero amor. Una deprimente
sensación de impotencia la invadió. ¿Podría él enamorarse, tras el ejemplo de
sus padres?
- No es una historia agradable.
Pero explicaba por qué él no había confiado en ella.
- Todos tenemos recuerdos que preferiríamos olvidar. Todas las
familias tienen sus secretos, pero no todas las mujeres son como tu madre.
- El adulterio no es algo demasiado inusual.
- ¿Por eso estabas tan seguro de que tenía un amante?
Había supuesto que ella lo traicionaría como su madre, porque el
daño que ésta había causado había abarcado también a sus hijos. Sin embargo…
- El comportamiento de tu madre explica por qué no confiaste en mí,
pero no por qué cambiaste de opinión luego.
- Me di cuenta de que no eras como ella cuando volví al apartamento
y vi el tubito del test de embarazo encima de la ropa.
- Oh -entonces aquellos frenéticos momentos no habían sido en vano.
- Era un mensaje para mí, ¿verdad? -le apretó el hombro con la mano.
- Sí ¿Te hizo recordar la relación que habíamos tenido? -era su
intención.
- Sí. Seguía sin entender por qué hacías esos viajes sin decirme
nada, pero supe que no eran para reunirte con otro hombre -le acarició la nuca.
- Ahora lo sabes.
La expresión de él se aclaró y la mano bajó un poco.
- También sé que hay cosas que prefiero hacer contigo en vez de
hablar.
- No me sorprende -dijo ella, intentando bromear, pero la mano había
encontrado un anhelante seno y su voz sonó ronca de deseo.
-
Permanecieron una semana en Atenas porque Edward insistió en que
tenían que pasar una luna de miel antes de ir a la casa familiar a conocer a su
abuelo. Fueron siete días dichosos en los que hicieron el amor y recorrieron la
ciudad.
También Edward la llevó al médico y Bella casi se murió de
vergüenza cuando él insistió en verificar lo que le habían dicho sobre las
relaciones. No se quedó satisfecho hasta que el médico la hubo revisado y hecho
una ecografía.
Ella pudo ver perfectamente la cabeza y los pies del bebé, y
también su sexo con claridad. Señaló al niño que chupaba su dedo y se dio la
vuelta para compartir su alegría con Edward. Él estaba pálido y sus ojos tenían
la mirada pérdida, como si estuviese en estado de choque.
- Señor Cullen, ¿se encuentra bien? -le peguntó el doctor.
- ¿Edward? -dijo ella, al ver que él no respondía.
- Ése es mi hijo -dijo él, con los ojos brillantes de lágrimas-. Tú
lo proteges y nutres con tu cuerpo. ¿Cómo podré agradecerte nunca este regalo?
Ella se lo quedó mirando, perpleja. Sabía que la paternidad lo
había afectado mucho, pero aquello era una exageración… ¡y le encantaba!
- No necesitas agradecerme nada. Para mí también es un regalo, mon cher.
Edward se inclinó y le besó los labios tiernamente.
- Me temo que será un padre indulgente -dijo el médico, comprensivo.
Bella se sentía rebosante de felicidad, pero ésta duró hasta que Edward
le dijo que había llegado el momento de que conociese a su abuelo.
- Pero, ¿y si me odia? Tiene motivos sobrados para ello.
- No te preocupes. No tiene motivos para hacerlo. No podrá evitar
adorarte.
Probablemente se habría sentido más confiada si hubiese estado más
segura del cariño de Edward. Pero a pesar de que él se comportaba con afecto,
era encantador y considerado como antes, nunca le decía palabras de cariño.
No la había llamado «amor mío» nuevamente, ni en griego, ni en
inglés, ni en francés, idioma en el que hablaban de vez en cuando porque había
sido el que inicialmente habían usado para comunicarse.
Las palabras de amor nunca llegaban a sus labios, ni siquiera en
los momentos de mayor pasión.
Bueno, ya sabemos que Edward ama al bebé, pero por que no le dice a Bella que la ama??? Después de todo, se supone que esta casado con ella y demás...
ResponderBorrarBesos gigantes!!!
XOXO
Me perdi la boda =-O Jajaja, y yo tambien quisiera 7 dias de luna de miel o de viaje o de vacaciones jejejeje,
ResponderBorrarPero bueno ahora si viene lo bueno haber que tal se porta el abuelo,esperemos que bien y ojala tambien Edward ya le diga que la ama, aunque si el no lo hace pues que lo haga ella, la igualdad para eso sirve tambien jajajajaja
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarLindo capítulo. Estaría bueno que al final colocases un gadget para colocar el enlace al capítulo siguiente. Eso le daría más agilidad a la lectura.
ResponderBorrarLindo capítulo. Estaría bueno que al final colocases un gadget para colocar el enlace al capítulo siguiente. Eso le daría más agilidad a la lectura.
ResponderBorrarSe que tarde tarde pero no había topado con .Esta maravillosa historia graciassssssssssss graciassssssssssss
ResponderBorrarme encanto el capitulo,saludos y te leo.
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