sábado, 30 de enero de 2016

Cap. 9 En el dolor y el amor

Capítulo 9

Aún estaba intentando comprender el deseo de Edward de intentar una fecundación artificial cuando entraron en el despacho del doctor. Lo único en lo que podía pensar era que no se creía capaz de concebir a sus hijos de ningún otro modo.
Ella odiaba pensar que él se atormentaba por eso, pero sabía demasiado poco de ese asunto como para poder ayudarlo a superar sus miedos.
Tal vez debiera hablar con Tim.
-        No será necesario realizar el procedimiento más agresivo, la fertilización in vitro –dijo el doctor, atrayendo así la atención de Bella—. Le realizaremos una extracción de esperma, señor Cullen. Es un procedimiento que no requiere hospitalización y es casi indoloro.
Edward asintió con la cabeza.
El médico se giró hacia ella.
-        Usted tendrá que someterse a una inseminación intrauterina, señora Cullen.
Bella encontraba aquella conversación muy violenta. Él habló de las opciones, y le hizo preguntas acerca de su ciclo de fertilidad para las que ella no tenía respuestas muy claras. Nunca había llevado un calendario como hacen muchas mujeres.
Después de la tercera pregunta sin respuesta, Edward suspiró.
-        ¿Prefieres que me vaya para que hables de estos detalles con el médico?
Ella se sintió enrojecer aún más.
-        Sí -dijo, pidiéndole comprensión con la mirada.
Su media sonrisa le indicó que sí la comprendía. Salió del despacho y cerró la puerta.
-        Me sorprende que se haya marchado, señora Cullen. Su marido es un hombre al que le gusta mantener el control y sus deseos de protección hacia usted son evidentes.
Él había pensado en sus sentimientos y al menos en aquello su relación había avanzado.
Ella sonrió complacida por que hubiera pensado que a ella le resultase embarazoso hablar de ciertas cosas delante de él.
-        ¿Qué me estaba diciendo de la inseminación intrauterina? -deseaba acabar con aquello cuanto antes para volver con Edward.
-        Es el procedimiento menos complicado para este tipo de tratamientos y no hay razón para estar nerviosos.
Ella asintió, animándolo a continuar. El doctor le explicó lo que necesitaba hacer para prepararse para el procedimiento y cómo llevar el control de su temperatura corporal y otros indicadores fisiológicos que determinasen el momento óptimo para realizar la inseminación.
-        Aunque es un procedimiento sencillo, puede ser algo doloroso. ¿Lo entiende, verdad? - dijo el doctor para acabar.
Ella asintió con la cabeza a pesar de que no entendía por qué tenía que doler. Hablar de aquellas cosas con hombres, aunque fueran un médico y su marido, no hacían que se sintiera cómoda.
-        Notará algo entre una incomodidad y dolores fuertes durante el procedimiento. Sólo un tres por ciento de las mujeres que se someten al tratamiento declaran haber sufrido más que dolores leves.
Aquello era más reconfortante, pero no se lo diría a Edward. Tal vez no la dejase someterse al procedimiento, y ella quería tener un niño. Lo deseaba.
-        No me preocupa -declaró Bella.
-        A veces se necesitan hasta seis intentos hasta conseguir la concepción -avisó el médico.
Ella esperó que Edward se hubiera recuperado para entonces, pero asintió.
Volvieron a llamar a Edward y el doctor les dio toda la documentación necesaria para que estuvieran informados. Ella miró los papeles y luego al doctor.
-        ¿Se supone que tengo que tomarme la temperatura todos los días?
-        Sí. Y...
   No se preocupe. Leeré las instrucciones —interrumpió ella. No quería que él médico le explicase nada más delante de Edward. Ya lo había pasado bastante mal hablando sólo con el médico.
Salieron de la clínica después de concertar una cita para Edward para el martes siguiente.
El día después de la cita, Bella lo siguió hasta la sala de fisioterapia. Tim no había llegado, pero Edward ya se había colocado en la máquina de remo y estaba entrenando con la misma concentración con que hacía todo en la vida.
Bella rellenó una botella de agua y la colocó a su lado.
-        Tim me dijo que ayer diste unos pasos.
Se había ido de compras con Esme y no se había enterado de los progresos de Edward hasta que Tim y su mujer fueron a cenar. Bella había hablado con Tim a solas y, cuando lo mencionó, ignoró delicadamente su sorpresa.
El que Edward no hubiera compartido sus progresos con ella la dolía y le extrañaba. Ella pensaba que habían avanzado en su relación.
-        Sí. ¿Se lo dirás a todo el mundo esta noche en la cena?
Ella pilló el sarcasmo.
-        Tus padres y tu hermano están interesados en tus progresos.
El hizo una mueca.
-        Tienes razón, cara. Diles lo que quieras.
Ella no podía evitar pensar si le dolería el procedimiento al que se había sometido el día anterior. Se mordió el labio al ver cómo él se esforzaba cada vez más.
-        ¿Estás seguro de que debes esforzarte tanto después de lo de ayer?
Su mandíbula se tensó y tardó un momento en responder.
-        No necesito una enfermera, Bella.
Rara vez la llamaba por su nombre, y aquella vez no pudo evitar pensar que no era un gesto de intimidad.
-        No intento serlo.
-        Entonces, ¿por qué estás aquí?
Buena pregunta. Al principio lo había acompañado para animarlo a prestar más atención a su rehabilitación, pero desde que estaban en Italia, se había concentrado en su deseo de andar. Ella seguía asistiendo a las sesiones para pasar tiempo con él, porque el resto del día estaba ocupado con sus negocios. Ella lo veía a la hora de cenar, pero poco más.
La mayoría de las noches ella ya estaba dormida cuando él subía a acostarse, y cuando no, no quería hablar. Le hacía el amor, pero seguía negándose a que ella lo tocara. A ella le gustaba dormir entre sus brazos, pero se sentía rechazada cuando él no la dejaba tocarlo.
Aún no había logrado reunir el valor suficiente para hablar con Tim, sentía que era una traición a la intimidad de Edward.
-        Creía que te gustaba tenerme aquí -replicó ella en voz baja-. Pero te dejaré para que sigas entrenando.
Ella se volvió para marcharse.
-        Bella.
-        ¿Necesitas algo? -preguntó sin mirarlo.
Se hizo silencio.
-        Me gusta que me acompañes.
Edward era demasiado educado como para decirle que le dejara tranquilo. Probablemente llevara días deseándolo, así que no le creyó.
Ella intentó parecer despreocupada y dijo:
-        Buscaré a Esme y le preguntaré si hay algo que quiere que haga —al menos a su madre le encantaba introducir a Bella en la vida social y el trabajo voluntario siempre que podía.
-        Cara.
-        ¿Qué? -tal vez se había equivocado y quería que se quedase.
-        ¿Te has tomado la temperatura esta mañana?
La pregunta le cayó encima como un jarro de agua fría. Lo único que parecía interesarle a Edward de ella era su vientre.
-        No.
-        ¿Por qué?
-        Acabo de empezar -él podía imaginarse a qué se refería-. Me someteré al procedimiento en menos de tres semanas si mi cuerpo sigue el ciclo normal.
Ella no espero su reacción. Ya sabía lo que quería, un niño, y ella era necesaria para eso.
Nada más. A veces, por la noche, cuando la acariciaba con una ternura que hacía que se le saltaran las lágrimas, ella se auto-convencía de que realmente significaba algo para él.
Pero no era así, y cuanto antes lo aceptara, antes dejaría de dolerle su indiferencia.
Edward vio a Bella marchar y quiso llamarla de nuevo, pero ¿qué decir? No le gustaba que ella tuviera que someterse a un tratamiento médico para tener a su hijo, le hacía sentirse menos hombre. Además, tenerla como testigo mientras luchaba por volver a la normalidad cada vez se le hacía más difícil. Ella lo trataba como a un inválido. Había pasado de reprocharle que no trabajaba lo suficiente para mejorar a regañarlo por esforzarse demasiado.
El único momento en que se sentía como su marido era cuando le hacía el amor por la noche. Entonces no importaba que no tuviera control sobre sus piernas. Ella respondía a las caricias con tal pasión que pronto se volvió adicto a los sonidos de placer que ella emitía, y al tacto de su cuerpo cuando se convulsionaba. Era tan gratificante, que era como si encontrara su propia satisfacción.
Según Tim, esa podría ser la única gratificación que Edward tuviera. Al final había decidido hablar con su fisioterapeuta y le había confiado sus dudas acerca de recuperarse en esa área. Él le había dicho que, en la mayoría de los casos, la recuperación era total, pero que unos pocos hombres, aún después de haber recuperado la movilidad, eran incapaces de mantener una erección.
El miedo a estar en ese grupo le hizo ser brusco con Bella. Ella era su esposa, su mujer, la amaba. No sabía cuándo se había dado cuenta de ello, pero sabía que la había necesitado desde el momento en que la vio en la habitación del hospital en Nueva York.
Quería estar completo para ella, y eso significaba entregarse al máximo a la rehabilitación, esforzarse e intentar andar aunque resultase humillante caer una y otra vez. Si no abandonaba en su empeño de estar completo para Bella, no sería derrotado.
Bella apenas vio a Edward en las semanas siguientes. No lo acompañó durante las sesiones de fisioterapia y él no la buscó después. Tuvo tres cenas de negocios esa semana y, los días que cenaron juntos, ella mantuvo la conversación centrada en los planes de su madre de celebrar su boda.
Bella evitó las conversaciones íntimas para no ponerse en situación de ser rechazada.
Edward parecía también evitarlo y se acostaba mucho más tarde que ella cada noche. Una noche la despertó cuando él se acostó y ella le dijo que estaba muy cansada. Ella no quería pasar por la mezcla de dolor y pasión que significaba hacer el amor con él, y él no había insistido.
Algunas noches ella habría jurado que había dormido entre sus brazos, pero él nunca estaba en la cama cuando ella se despertaba, así que sólo le quedaba preguntarse si habría soñado con esa sensación de seguridad y calidez.
Una noche de la tercera semana, ella salió del baño y lo encontró en la cama.
-        ¿Qué haces aquí?
-        Esta es mi cama, ¿no? -dijo él, enarcando una ceja.
-        Quiero decir, ahora. Normalmente no vienes a la cama tan temprano.
-        Hoy es distinto.
Había algo distinto en él... sus ojos brillaban triunfales. ¿Triunfo sobre qué? Y entonces se dio cuenta.
-        ¿Dónde está la silla de ruedas?
-        Ha desaparecido.
-        ¿Puedes andar? -casi estaba gritando.
-        Tengo que usar un bastón, pero es un progreso, ¿no?
-        ¡Sí! -gritó, y se lanzó sobre la cama para abrazarlo en un gesto de alegría sin límites-.
Puedes andar. Sabía que lo conseguirías.
-        Con el incentivo adecuado, un hombre puede hacer milagros.
Ella sonrió con ojos llorosos.
-        Oh, Edward...
No sabía cuál había sido su incentivo, pero le estaba eternamente agradecida.
-        Podríamos celebrarlo, ¿no?
Bella recordó la celebración del primer progreso de Edward y sonrió. Aquel beso había marcado el cambio de su relación. ¿Estaba pensando lo mismo? Por el brillo de su mirada, apostaba a que sí.
-        Sí -dijo ella suspirando.
Él la dejó besarlo durante unos minutos, permitiendo que explorara sus labios con la lengua. Era delicioso; por fin iba a dejarla participar. Ella le acarició el pelo con los dedos y lo besó con mayor profundidad.
El gimió contra sus labios mientras sus manos tocaban posesivamente sus pechos. Ella se arqueó ante sus caricias, loca de amor por su logro y por qué la dejara acariciarlo.
Recorrió su cuello con los dedos y él tembló, dejando claro el poder que ella tenía sobre él por primera vez. Aquella reacción le dio confianza, y colocó ambas manos sobre su pecho ardiente. Había deseado hacer aquello desde hacía mucho tiempo, y ahora podía sentir el rápido latido de su corazón y la dureza de sus masculinos pezones con sus dedos.
Ella quería tocarlo por todas partes, y sus manos bajaron más y más hasta acercarse a la parte más misteriosa de su cuerpo, que ella no había visto aún. Nunca había visto a un hombre desnudo y quería ver a Edward. Su marido.
Entonces sus manos la agarraron de las muñecas como esposas:
-        ¡No!
-        ¡Quiero tocarte! -dijo ella, sorprendida por la dureza de su mirada.
-        Es mejor que sea yo quien te toque, tesoro.
No, no y no. Quería estar a su altura.
-        ¡Por favor!
Él la ignoró, bajando la cabeza para atrapar su boca en un beso incendiario ante el que su cuerpo reaccionó quedando casi inconsciente de placer, pero una pequeña parte de su cerebro no dejó de funcionar.
Él no quería que lo tocara. ¡No quería que lo tocara! -¡No!
Sus ojos se abrieron de golpe, sorprendidos.
-        ¿Por qué no me dejas tocarte?
-        ¿No te basta que te de placer, tesoro? -preguntó el con voz grave.
-        No -dijo ella mientras su corazón se partía en pedazos.
-        ¿Cómo puedes decir eso cuando tu cuerpo está ansioso de placer?
Su expresión ya no era de sorpresa, sino calculadora, y ella no pudo soportarlo. No quería oír las razones de por qué deseaba amarla si no quería que ella lo correspondiera.
Era todo una cuestión de que él tenía que tener el control sobre ella, para aumentar su ego masculino. Y compasión. Se compadecía de ella porque sabía cuánto lo amaba, ya se lo había dicho una vez. Así que le hacía el amor por compasión. Tal vez también fuera una especie de pago por tener a su hijo.
Ella no quería ninguna recompensa. Quería ser amada. Dejó escapar un sollozo y escapó de sus brazos.
-        Quiero tener mi propia habitación.
-        ¿Qué? -él se levantó como si lo hubieran golpeado.
-        No quiero seguir durmiendo contigo.
Él apartó las mantas revelando sus boxers de seda granates.
-        ¡Ni hablar! Eres mi mujer y dormirás en mi cama.
Ella estaba tan enfadada, que no podía dejar de temblar.
-        Soy tu incubadora -le gritó—, no tu mujer.
Su piel olivácea se tornó blanca y sus ojos verdes parecieron cegados.
-        ¡No!
Él intentó alcanzarla, pero ella se giró con rapidez y se encerró en el baño.
Ella oyó un golpe y toda una serie de juramentos en italiano. Unos segundos más tarde, él llamaba a la puerta del baño.
-        Sal de ahí, Bella.
-        ¡No! -sus mejillas estaban surcadas de lágrimas. No podía soportar la idea del sexo por compasión.
-        Sal, tesoro. Tenemos que hablar -hablaba con una calma que no sentía.
-        No quiero.
-        Por favor, Bella.
-        No... no quiero que me vuelvas a tocar -dijo ella entre sollozos.
-        De acuerdo. No te tocaré.
-        ¿Lo prometes? —una parte de su mente era consciente de que su reacción estaba siendo desmesurada, pero sus emociones estaban fuera de control.
-        Te doy mi palabra.
Ella desbloqueó la cerradura. Él abrió la puerta y se apoyó contra el marco. Tenía una expresión dolorida y apretaba las mandíbulas con fuerza.
-        No soy un violador.
Ella lo miró sintiéndose mal.
-        Ya lo sé.
-        Entonces ven a la cama, esposa mía.
¿Era de verdad su esposa o tan sólo una fábrica de bebés? En ese momento no importaba. Agotada para seguir luchando, se metió en la cama y se arropó.
Él la siguió lentamente, con pasos cuidadosos y gesto de determinación. Ella se dio cuenta de que el golpe que había oído probablemente fuera porque él se había caído. Se sintió culpable a la vez que alegre por ver a su marido andar por primera vez desde el accidente. La felicidad mitigaba en parte el dolor por su rechazo.
Cuando llegó a la cama, él se tumbó a su lado y ella apagó la luz.
-        Tesoro.
-        No quiero hablar -interrumpió ella.
-        Tesoro, tengo que decirte algo.
-        ¡No! No hay nada que decir. Por favor, déjame dormir.
Ella empezó a llorar de nuevo y él la abrazo jurando para sus adentros.
Ella intentó soltarse, pero él no la dejó. Le acarició el pelo y le susurró palabras de consuelo en italiano y en inglés.
Cuando por fin dejó de llorar, él intentó hablar con ella, pero siguió negándose. No le dejaría que le explicara por qué no era lo suficiente mujer como para tener relaciones íntimas completas con él. Incluso si no estaba seguro de poder, si la deseara, ¿no querría intentarlo? ¿No desearía su ayuda?
Él sólo suspiró, pero la abrazó dándole calor y protección toda la noche.
A la mañana siguiente, Bella se despertó antes que Edward. Su reacción histérica de la noche anterior la hizo avergonzarse de sí misma por haber sido tan estúpida. Él quería hablar y ella no le había dejado. Pero a pesar de todo, él la había abrazado toda la noche.
Ella lo amaba, pero esa noche no había dejado que el amor guiara sus acciones. Aquel día todo sería distinto.
Ella disfrutó un rato más del calor de su abrazo antes de saltar de la cama para medirse la temperatura corporal. Unos minutos más tarde, descubría que su cuerpo estaba listo para la inseminación artificial. Al menos eso explicaba su irritabilidad del día anterior.
Un golpe tras ella la alertó de la presencia de Edward. Se dio la vuelta para ponerse frente a él, cerrándose la bata con una mano.
Él se quedó parado en el umbral de la puerta, desnudo excepto por los boxers de seda.
Tenía un aire peligroso y atractivo a la vez con el pelo revuelto y la mandíbula con una sombra de barba. La observaba con atención.
-        Cara, tenemos que hablar.
Ella asintió y tragó saliva. En efecto, pero en ese momento no tenían tiempo para ello.
-        Mi cuerpo está a la temperatura óptima para la inseminación.
-        ¿Qué acabas de decir? -dijo él, con los ojos muy abiertos.
-        Tengo que llamar a la clínica.
-        ¿Hoy? -él parecía alucinado.
-        Sí.
Él cerró los ojos como si estuviera librando una batalla mental. ¿Habría decidido que no quería que ella tuviera a su hijo?
-        ¿Has cambiado de idea?
-        No lo sé... -dijo él sorprendido por la pregunta.
-        ¿Importa lo que yo quiera? -dijo ella sin poderlo creer.
-        Importa y mucho, tesoro -respondió él con franqueza.
-        Quiero intentarlo.
Apretando los dientes, hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
Ella llamó a su médico desde el teléfono de la habitación y, cuando colgó, se volvió hacia Edward, lo que estuvo a punto de provocarle un ataque de nervios.
-        Quiere que vaya inmediatamente. Es mejor que no coma nada.
-        Estaré listo en quince minutos.'
Ella lo miró asombrada.
-        ¿Quieres venir?
No había pensado que él quisiera acompañarla. Él había acudido solo a la clínica y suponía que ella tendría que hacer lo mismo.
-        Sí.
-        Pero no es necesario -¿acaso pensaba que era incapaz de hacer nada sola después de lo de la noche anterior? No lo culparía por ello.
-        Claro que es necesario -si las palabras fueron impactantes, también lo fue su expresión.
-        Pero... van a introducirme algo en el cuerpo...
-        ¿Y eso te da vergüenza?
-        Sí -había acertado del todo.
-        Mantendré los ojos fijos en tu bonito rostro, cara mia.
Aquella frase hizo que levantara la vista de la alfombra.
-        Yo no soy bonita -dijo ella.
-        Eres la mujer más bella que he conocido nunca.
-        No lo dices en serio -no podía, a no ser que estuviera enamorado de ella. Sólo el amor podía hacer que le pareciera más bella que las mujeres con las que había estado.
Él hizo una mueca, como si sintiera dolor.
-        Sí lo digo en serio, pero no espero que me creas.
-        Edward... -quería creerlo, lo deseaba...
-        ¿Me dejarás que te acompañe?
¿Podría impedírtelo? Puedes venir. Quiero que vengas.

domingo, 24 de enero de 2016

Cap. 8 En el dolor y el amor

Capítulo 8

Cuando los padres de Edward llegaron aquella tarde de su viaje se encontraron con la doble noticia del accidente de su hijo y de que por fin había logrado sostenerse en las barras paralelas.
Esme abrazó y besó a Edward con toda la exuberancia italiana.
-        Hijo mío, ¡tú consigues todo lo que te propones!
-        No es que haya sido el logro del siglo -respondió él mirando a Bella de lado por haberlo dicho.
Sus padres estaban confundidos. Ambos habían alabado a Edward por ayudar a la mujer en apuros, pero, como era de esperar, la madre de Edward se emocionó al ver a su hijo en la silla de ruedas. Bella había mencionado el logro de Edward para centrar la atención en los progresos que estaba haciendo y no en los resultados visibles del accidente.
-        Está claro que dentro de muy poco tiempo volverás a andar -dijo Bella.
-        Por supuesto que sí -dijo Esme.
Comprensivo con el orgullo masculino de su hijo, Carlisle no dijo nada ante las buenas noticias de Bella.
-Mira cómo se impone ante él -comentó en su lugar-. Nuestra Bella no es ninguna debilucha.
Los ojos verdes del padre de Edward le lanzaron un guiño aprobador.
-        Ay, ay, ay... Aún no me puedo creer que mi hijo haya tenido el sentido común de casarse con nuestra chica -respondió Esme, sentándose en el sofá al lado de su marido, frente a Edward.
Carlisle, un hombre imponente, sólo un poco más bajo que Edward, abrazó a la que era su mujer. Desde hacía más de treinta años.
-        Tiene buen gusto como su padre.
Esme enrojeció y dio un golpecito a su marido en la mano.
-        ¡Oh!.
La risa masculina de Emmett hizo que Bella se girara hacia él justo cuando le hacía un guiño a su padre.
-        Yo diría que el gusto de Edward ha mejorado mucho en los últimos seis meses.
Carlisle afirmó.
-        Sí... su corazón está más vacío que mi cuenta corriente después de que tu madre se fuera de compras en Corfú.
Todos rieron menos Edward.
-        Quieres decir que no sé elegir a mis prometidas.
Emmett se encogió de hombros.
-        Has mostrado mejor gusto eligiendo mujer, en mi opinión.
-        Podemos agradecerle a Dios que se diera cuenta a tiempo -dijo Carlisle con la falta de tacto que sólo se permite a un padre.
-        ¿O tal vez al conductor del coche? —preguntó Esme con expresión pensativa.
Bella se sobresaltó y la expresión de desagrado de Edward se hizo más evidente, pero Esme sacudió la cabeza con los ojos llenos de cariño y sabiduría.
-        Las cosas pasan siempre por un motivo. Edward se curará, pero este accidente... ha impedido que cometiera un error con ese matrimonio -su expresión se tornó en desagrado-. Esa chica sólo se preocupaba por su ropa.
Bella miró a Edward, preocupada por su fría expresión.
-        Tanya es modelo, mamá, no bailarina de strip-tease.
Bella se mordió un labio. Edward estaba defendiéndola con demasiado fervor como para no seguir enamorado de ella. Intentó convencerse a sí misma de que era sólo el orgullo y que le costaba admitir sus errores, pero aun así aquello le dolía.
Esme arrugó los labios.
-        En mi época, las chicas italianas decentes no se desvestían delante de extraños ni se exhibían ante los demás casi desnudas. ¿Te imaginas a Bella haciendo algo así?
Edward la miró y ella apartó la mirada. Odiaba ser comparada con Tanya.
-        Soy demasiado bajita como para que me ofrezcan un contrato como modelo -le dijo ella a Esme.
-        No sé yo… más bien creo que la lencería te sentaría mejor que a Tanya y a todas esas modelos tan delgadas -dijo Emmett con un tono realmente malvado-. Ya he visto lo bien que te sienta el bikini.
Entonces fue el turno de Esme de protestar.
-        ¡Emmett! ¡No es apropiado que hagas esos comentarios acerca de tu cuñada!
Emmett se encogió de hombros.
-        Si la he ofendido, lo siento -se giró hacia ella, mirándola travieso-. ¿Te he ofendido, piccola mia?
Ella sacudió la cabeza, no sabiendo qué decir. Su comentario la había avergonzado, pero no se había enfadado. Sabía que le hablaba como a una hermana y así se lo tomó. Eran las bromas de un hermano mayor.
-        Me has ofendido a mí -declaró Edward fríamente.
-        No puedes decirlo en serio -respondió Emmett-. Si te hubieras casado con Tanya, habrías tenido que acostumbrarte a que ese tipo de comentarios aparecieran en los periódicos, no sólo en palabras de tu hermano.
¿Qué intentaba Emmett? ¿Quería que Edward perdiera los nervios?
-        Pero no me he casado con Tanya, ¿O sí? -preguntó Edward, con voz peligrosamente suave.
-        No, y damos gracias por ello -añadió Carlisle, sin que ello ayudara a suavizar la ira de su hijo mayor.
Aunque cambiaron de tema después de aquello, la hora siguiente que pasaron poniendo al día a los padres de Edward acerca de todo lo que había pasado resultó muy tensa para Bella. No podía olvidar cómo había defendido Edward a Tanya.
Cuando la conversación se desvió al tema de los negocios, las dos mujeres se excusaron y Esme pudo enseñarle a Bella todas las compras que había hecho en el viaje.
Bella pasó las manos sobre una colcha bordada.
-        ¡Es preciosa! Debieron tardar un año en hacerlo -la seda violeta estaba cubierta de lirios púrpura y hojas verdes entrelazadas como una hiedra.
Esme sonrió, contenta con su compra.
   La mujer que la hizo me dijo que había tardado meses en acabarla. Y esto hubiera sido un precioso velo de novia -dijo, sacando una mantilla blanca comprada en la costa española.
Bella se sintió enrojecer ante la indirecta.
-        En el registro... Los Cullen no se casan en sitios así, sin amigos ni sacerdote que bendiga la unión, ni regalos... -Esme le colocó la mantilla sobre el pelo castaño y admiró el resultado— Sí, así es como tenías que haber estado el día de tu boda.
-        Edward no quiso exponerse a las miradas curiosas de los invitados estando obligado a utilizar la silla de ruedas.
-        Entonces tendría que haber esperado... casarse sin sus padres...-sacudió la cabeza en gesto de reprobación. Bella no dijo nada- Tenemos que planear una boda de verdad para cuando recupere la movilidad.
Bella dejó escapar un sonido que podía ser interpretado como un asentimiento y Esme pronto se perdió en un mar de planes de boda a la italiana con todas las tradiciones y una bendición religiosa formal.
Dejó a Bella diciéndole que tenía que hacer listas y pensar muchas cosas, y ella no tuvo tiempo de replicar que, como novia, tenía que tener algo que decir en todo aquello.
Si su madre hubiera estado viva, habría hecho lo mismo que ella, sólo que hubiera llamado a Esme para pedirle consejo.
Bella fue a la biblioteca e intentó olvidarse de todo leyendo un rato, pero lo que había pasado por la tarde no la dejaba tranquila. Aunque estaba muy aliviada de que los padres de Edward aprobaran su boda, le preocupaba que su claro desprecio hacia Tanya causara problemas a Edward.
Sus temores se justificaron más tarde, cuando Edward y ella se cambiaron para bajar a cenar. Ella se cambió en el baño y se puso un vestido de seda marrón oscuro con un colgante y pendientes a juego en forma de rosa que había heredado de su madre. Se había dejado el pelo suelto, recogiéndose sólo una parte con un clip dorado.
Los ojos de Edward llamearon al verla y después se tornaron heladores.
-        ¡¿Quieres avivar la imagen que mis padres tienen de ti de una mujer inocente, cara?! - dijo con un sarcasmo letal en la voz, y el apelativo cariñoso sonó a insulto esa vez.
Ella echó una mirada a su vestido. No era muy distinto de los otros trajes que se había puesto para cenar los días anteriores.
-        No sé a qué te refieres.
Sus cejas oscuras se arquearon sorprendidas.
-        ¿Ah, no?
-        No -respondió ella apretando los puños.
-        Tanya se quejó de cómo Emmett y tú la hacíais sentir mal cada vez que iba al hospital, y yo no le hice caso, pero después de lo que mis padres y Emmett dijeron ayer, me pregunto si ella vio las cosas con más claridad que yo.
Bella recordó las acusaciones. Se había sentido aliviada cuando Edward no se tomó en serio aquellas mentiras, pero le molestó terriblemente que volvieran a resurgir ahora, cuando ya había suficientes asuntos dolorosos en su matrimonio. Por la expresión de su cara, Edward no iba a creerla fácilmente, pero tenía que intentarlo.
-Tal vez tu hermano no la aprecie, pero eso no significa que no la tratara con amabilidad mientras era tu prometida. Te respeta demasiado para hacer lo contrario.
-        ¿Eso crees? —Edward había avanzado hasta ponerse sólo a un paso de ella.
-        Lo sé. Yo estaba allí, ¿no te acuerdas? -respondió ella, nerviosa por su cercanía.
-        Sí, estabas allí, pero si ayudaste a mi hermano a quitarle a mi prometida su sitio a mi lado, no me lo dirás, ¿no?
La furia la inundó. ¿Cómo podía cuestionar su integridad? Tanya era peor que un dolor y Bella se negó a entrar en su juego.
-        Yo no le quité nada a nadie, porque ella no estaba allí en primer lugar. Cuando yo llegué al hospital, tu prometida -y recalcó bien esta palabra- no estaba disponible. Se había marchado mientras tú estabas en coma a pesar de que los médicos le habían dicho que tener a las personas queridas cerca podía hacer que recuperaras la consciencia. Si no me crees, pregúntale a Emmett.
-        Mi hermano ha dejado claras sus preferencias.
-        ¿Estás diciendo que te mentiría?
-        ¿Por ti? Tal vez.
-        Eso es ridículo.
   ¿Sí? Mi hermano no oculta su admiración por ti.
Ella lo miró a los ojos y allí vio ira y algo más.
-        Estás celoso -dijo, sorprendida.
El señaló la silla y la miró:
-        ¿Es eso tan sorprendente?
Pues sí, lo era.
-        No me casé con Emmett -nunca lo había deseado. Sólo a Edward.
-        Y a pesar de todo, encuentras agradables sus cumplidos sobre tu cuerpo en traje de baño.
-        ¿Acaso tenía que haberme ofendido?
La respuesta era obvia.
-        No debes desear la admiración de otro hombre que no sea yo.
-        No deseo su admiración, pero eso no significa que si alguien me dice algo bonito le mande callar. Él es mi hermano ahora.
-        Y yo soy tu marido.
¿Cómo había empezado aquella tonta discusión?
-        ¿De verdad crees que aparté a Tanya de ti para tenerte sólo para mí?
Sus sensuales labios hicieron una mueca.
-        No. Lo dije porque estaba enfadado.
Ella recordó otro ataque de celos y sonrió.
-        Estabas celoso.
Él suspiró y admitió entre dientes:
-        Sí.
Ella sonrió e hizo algo que nunca había hecho. Se sentó de golpe en su regazo y lo abrazó para besarlo en la barbilla y recostar su cabeza sobre su pecho.
   No lo estés. No tienes ningún motivo.
Sus brazos la rodearon en un abrazo tan fuerte, que casi resultaba doloroso. Luego aflojó un poco la presión, pero siguió abrazándola y frotando su mejilla contra su pelo.
   Cara.
Así permanecieron durante varios minutos antes de bajar a cenar.
Edward entró en la habitación después de responder a unas llamadas internacionales y encontró a su esposa durmiendo con las manos bajo la mejilla como una niña pequeña.
Aún no se había recuperado del gesto tan espontáneo de sentarse en su regazo porque había significado mucho para él. Se había sentido como si tuviese el mundo entero entre sus brazos, pero el sentimiento no había sido del todo placentero por la falta de independencia emocional que implicaba. Eso nunca le había pasado antes, y desde luego, no con Tanya.
Se metió en la cama. Su movilidad había mejorado mucho en la última semana, pero aún no podía andar y las cosas que había considerado evidentes ahora se revelaban como acciones imposibles. En ese momento habría deseado atraer a Bella a sus brazos. Por fin lo consiguió, después de muchos esfuerzos.
Pero merecía la pena con tal de sentir su cuerpecito acurrucado contra él, tan confiada.
Inmediatamente se abrazó a él, como si hubieran dormido juntos durante años, y no sólo una noche. Tal vez ella lo hubiera soñado, como había hecho él...
Hizo un gesto de desagrado al recordar su enfado unas pocas horas atrás. Acababa de descubrir que los celos, que nunca había sentido con Tanya, podían ser un infierno.
Nunca le había importado lo que llevara, Emmett tenía razón, pero el pensar en cincuenta hombres mirando a Bella de ese modo lo enfurecía. Le diría a su madre que le buscara un bañador de una pieza, pero lograr que su independiente esposa se lo pusiera sería otro asunto. Ella tenía un fondo tradicional italiano, pero también era muy liberal en su modo de pensar y en sus actos.
Su manita estaba colocada contra el pecho de él, y una de sus piernas se insinuaba por encima de su muslo. Él podía sentir la sensación del peso, pero tenía que tocarla con la mano para sentir la suavidad de su piel. Era algo enloquecedor.
¿Cuándo volvería a estar completo?
Colocó una mano posesivamente sobre su trasero, manteniéndola contra él de un modo que hubiera debido causar alguna reacción en su anatomía masculina, pero no lo hizo.
¿Volvería a sentirlo cuando recuperara la movilidad?
El sabor metálico del miedo invadió su boca. Ningún hombre quería ser medio hombre.
No dejaría que Bella lo tocase para que no descubriese su falta de virilidad, aunque anhelaba dejar que esas manos recorrieran su cuerpo de un modo que no había deseado con Tanya ni con ninguna otra mujer.
Una cosa era cierta: no la dejaría marchar.
Bella se despertó por la mañana abrazada a una almohada impregnada de la esencia de Edward. Tenía la vaga impresión de que la habían abrazado durante la noche. ¿Habría sido un sueño?
Edward era la única persona sentada a la mesa del desayuno cuando ella bajo y se sentó frente a él.
-        ¿Dónde está todo el mundo?
-        Mis padres están durmiendo y Emmett está en una reunión en representación del banco.
-        Está bien tener a tus padres en casa -dijo ella sonriendo.
Su expresión de aprobación le hizo sentir un calor agradable por dentro.
-        Están encantados de tener una nueva hija.
-        A Esme no le gusta cómo celebramos nuestra boda -sonrió Bella, traviesa-. Tu madre quiere que nos casemos por la iglesia. Creo que Emmett tenía razón en lo de utilizarlo como excusa para tener una boda por todo lo alto.
-        A ella le gustaría mucho. ¿Te importa, cara? -su sonría la hacía derretirse como un bombón al sol.
-        No. Cuando empezó a hacer planes ayer, me hizo pensar en qué haría mi madre si estuviera viva. Me sentí bien.
-        Le dejaremos que haga las cosas a su manera.
Ella asintió y empezó a comer la fruta que acababa de servirse.
Edward miró el reloj.
-        Date prisa con el desayuno, tenemos una cita dentro de una hora.
-        ¿Una cita?
-        Sí, con un especialista en fecundación artificial -dijo él sin darle importancia.
-        ¿Por qué? -le faltaban sólo semanas si no días para andar... ¿por qué pasar por un proceso de fecundación asistida entonces?
-        Para que podamos empezar el proceso y puedas quedarte embarazada -dijo, como si le hablara a un niño pequeño.
-        Pero...
-        ¿Acaso esperabas que olvidara esa parte del trato?
A veces se ponía paranoico.
-        No. Quiero tener un hijo tuyo.
-        Entonces acábate el desayuno para que podamos ponernos en camino.
-        Pero estás a punto de andar -dijo ella.
Una sombra cruzó sus ojos plateados, pero desapareció enseguida.
-        No hay garantías de eso, y quiero iniciar mi familia enseguida.
El bebé sería otro lazo entre ellos, algo sobre lo que construir su relación emocional.
-        De acuerdo.