Capítulo
9
Aún estaba intentando comprender el deseo de Edward
de intentar una fecundación artificial cuando entraron en el despacho del doctor.
Lo único en lo que podía pensar era que no se creía capaz de concebir a sus
hijos de ningún otro modo.
Ella odiaba pensar que él se atormentaba por
eso, pero sabía demasiado poco de ese asunto como para poder ayudarlo a superar
sus miedos.
Tal vez debiera hablar con Tim.
-
No será necesario realizar
el procedimiento más agresivo, la fertilización in vitro –dijo el doctor,
atrayendo así la atención de Bella—. Le realizaremos una extracción de esperma,
señor Cullen. Es un procedimiento que no requiere hospitalización y es casi
indoloro.
Edward asintió con la cabeza.
El médico se giró hacia ella.
-
Usted tendrá que someterse
a una inseminación intrauterina, señora Cullen.
Bella encontraba aquella conversación muy
violenta. Él habló de las opciones, y le hizo preguntas acerca de su ciclo de
fertilidad para las que ella no tenía respuestas muy claras. Nunca había
llevado un calendario como hacen muchas mujeres.
Después de la tercera pregunta sin respuesta,
Edward suspiró.
-
¿Prefieres que me vaya para
que hables de estos detalles con el médico?
Ella se sintió enrojecer aún más.
-
Sí -dijo, pidiéndole
comprensión con la mirada.
Su media sonrisa le indicó que sí la comprendía.
Salió del despacho y cerró la puerta.
-
Me sorprende que se haya
marchado, señora Cullen. Su marido es un hombre al que le gusta mantener el
control y sus deseos de protección hacia usted son evidentes.
Él había pensado en sus sentimientos y al menos
en aquello su relación había avanzado.
Ella sonrió complacida por que hubiera pensado
que a ella le resultase embarazoso hablar de ciertas cosas delante de él.
-
¿Qué me estaba diciendo de
la inseminación intrauterina? -deseaba acabar con aquello cuanto antes para
volver con Edward.
-
Es el procedimiento menos
complicado para este tipo de tratamientos y no hay razón para estar nerviosos.
Ella asintió, animándolo a continuar. El doctor
le explicó lo que necesitaba hacer para prepararse para el procedimiento y cómo
llevar el control de su temperatura corporal y otros indicadores fisiológicos
que determinasen el momento óptimo para realizar la inseminación.
-
Aunque es un procedimiento
sencillo, puede ser algo doloroso. ¿Lo entiende, verdad? - dijo el doctor para
acabar.
Ella asintió con la cabeza a pesar de que no
entendía por qué tenía que doler. Hablar de aquellas cosas con hombres, aunque
fueran un médico y su marido, no hacían que se sintiera cómoda.
-
Notará algo entre una
incomodidad y dolores fuertes durante el procedimiento. Sólo un tres por ciento
de las mujeres que se someten al tratamiento declaran haber sufrido más que
dolores leves.
Aquello era más reconfortante, pero no se lo
diría a Edward. Tal vez no la dejase someterse al procedimiento, y ella quería
tener un niño. Lo deseaba.
-
No me preocupa -declaró
Bella.
-
A veces se necesitan hasta
seis intentos hasta conseguir la concepción -avisó el médico.
Ella esperó que Edward se hubiera recuperado
para entonces, pero asintió.
Volvieron a llamar a Edward y el doctor les dio
toda la documentación necesaria para que estuvieran informados. Ella miró los
papeles y luego al doctor.
-
¿Se supone que tengo que
tomarme la temperatura todos los días?
-
Sí. Y...
— No se preocupe. Leeré las instrucciones
—interrumpió ella. No quería que él médico le explicase nada más delante de
Edward. Ya lo había pasado bastante mal hablando sólo con el médico.
Salieron de la clínica después de concertar una
cita para Edward para el martes siguiente.
El día después de la cita, Bella lo siguió hasta
la sala de fisioterapia. Tim no había llegado, pero Edward ya se había colocado
en la máquina de remo y estaba entrenando con la misma concentración con que
hacía todo en la vida.
Bella rellenó una botella de agua y la colocó a
su lado.
-
Tim me dijo que ayer diste
unos pasos.
Se había ido de compras con Esme y no se había
enterado de los progresos de Edward hasta que Tim y su mujer fueron a cenar.
Bella había hablado con Tim a solas y, cuando lo mencionó, ignoró delicadamente
su sorpresa.
El que Edward no hubiera compartido sus
progresos con ella la dolía y le extrañaba. Ella pensaba que habían avanzado en
su relación.
-
Sí. ¿Se lo dirás a todo el
mundo esta noche en la cena?
Ella pilló el sarcasmo.
-
Tus padres y tu hermano
están interesados en tus progresos.
El hizo una mueca.
-
Tienes razón, cara. Diles
lo que quieras.
Ella no podía evitar pensar si le dolería el
procedimiento al que se había sometido el día anterior. Se mordió el labio al
ver cómo él se esforzaba cada vez más.
-
¿Estás seguro de que debes
esforzarte tanto después de lo de ayer?
Su mandíbula se tensó y tardó un momento en
responder.
-
No necesito una enfermera,
Bella.
Rara vez la llamaba por su nombre, y aquella vez
no pudo evitar pensar que no era un gesto de intimidad.
-
No intento serlo.
-
Entonces, ¿por qué estás
aquí?
Buena pregunta. Al principio lo había acompañado
para animarlo a prestar más atención a su rehabilitación, pero desde que
estaban en Italia, se había concentrado en su deseo de andar. Ella seguía
asistiendo a las sesiones para pasar tiempo con él, porque el resto del día
estaba ocupado con sus negocios. Ella lo veía a la hora de cenar, pero poco
más.
La mayoría de las noches ella ya estaba dormida
cuando él subía a acostarse, y cuando no, no quería hablar. Le hacía el amor,
pero seguía negándose a que ella lo tocara. A ella le gustaba dormir entre sus
brazos, pero se sentía rechazada cuando él no la dejaba tocarlo.
Aún no había logrado reunir el valor suficiente
para hablar con Tim, sentía que era una traición a la intimidad de Edward.
-
Creía que te gustaba tenerme
aquí -replicó ella en voz baja-. Pero te dejaré para que sigas entrenando.
Ella se volvió para marcharse.
-
Bella.
-
¿Necesitas algo? -preguntó
sin mirarlo.
Se hizo silencio.
-
Me gusta que me acompañes.
Edward era demasiado educado como para decirle
que le dejara tranquilo. Probablemente llevara días deseándolo, así que no le
creyó.
Ella intentó parecer despreocupada y dijo:
-
Buscaré a Esme y le
preguntaré si hay algo que quiere que haga —al menos a su madre le encantaba
introducir a Bella en la vida social y el trabajo voluntario siempre que podía.
-
Cara.
-
¿Qué? -tal vez se había
equivocado y quería que se quedase.
-
¿Te has tomado la
temperatura esta mañana?
La pregunta le cayó encima como un jarro de agua
fría. Lo único que parecía interesarle a Edward de ella era su vientre.
-
No.
-
¿Por qué?
-
Acabo de empezar -él podía
imaginarse a qué se refería-. Me someteré al procedimiento en menos de tres
semanas si mi cuerpo sigue el ciclo normal.
Ella no espero su reacción. Ya sabía lo que
quería, un niño, y ella era necesaria para eso.
Nada más. A veces, por la noche, cuando la
acariciaba con una ternura que hacía que se le saltaran las lágrimas, ella se
auto-convencía de que realmente significaba algo para él.
Pero no era así, y cuanto antes lo aceptara,
antes dejaría de dolerle su indiferencia.
Edward vio a Bella marchar y quiso llamarla de
nuevo, pero ¿qué decir? No le gustaba que ella tuviera que someterse a un
tratamiento médico para tener a su hijo, le hacía sentirse menos hombre.
Además, tenerla como testigo mientras luchaba por volver a la normalidad cada
vez se le hacía más difícil. Ella lo trataba como a un inválido. Había pasado
de reprocharle que no trabajaba lo suficiente para mejorar a regañarlo por esforzarse
demasiado.
El único momento en que se sentía como su marido
era cuando le hacía el amor por la noche. Entonces no importaba que no tuviera
control sobre sus piernas. Ella respondía a las caricias con tal pasión que
pronto se volvió adicto a los sonidos de placer que ella emitía, y al tacto de
su cuerpo cuando se convulsionaba. Era tan gratificante, que era como si
encontrara su propia satisfacción.
Según Tim, esa podría ser la única gratificación
que Edward tuviera. Al final había decidido hablar con su fisioterapeuta y le
había confiado sus dudas acerca de recuperarse en esa área. Él le había dicho
que, en la mayoría de los casos, la recuperación era total, pero que unos pocos
hombres, aún después de haber recuperado la movilidad, eran incapaces de
mantener una erección.
El miedo a estar en ese grupo le hizo ser brusco
con Bella. Ella era su esposa, su mujer, la amaba. No sabía cuándo se había
dado cuenta de ello, pero sabía que la había necesitado desde el momento en que
la vio en la habitación del hospital en Nueva York.
Quería estar completo para ella, y eso
significaba entregarse al máximo a la rehabilitación, esforzarse e intentar
andar aunque resultase humillante caer una y otra vez. Si no abandonaba en su
empeño de estar completo para Bella, no sería derrotado.
Bella apenas vio a Edward en las semanas
siguientes. No lo acompañó durante las sesiones de fisioterapia y él no la
buscó después. Tuvo tres cenas de negocios esa semana y, los días que cenaron
juntos, ella mantuvo la conversación centrada en los planes de su madre de
celebrar su boda.
Bella evitó las conversaciones íntimas para no
ponerse en situación de ser rechazada.
Edward parecía también evitarlo y se acostaba
mucho más tarde que ella cada noche. Una noche la despertó cuando él se acostó
y ella le dijo que estaba muy cansada. Ella no quería pasar por la mezcla de
dolor y pasión que significaba hacer el amor con él, y él no había insistido.
Algunas noches ella habría jurado que había
dormido entre sus brazos, pero él nunca estaba en la cama cuando ella se
despertaba, así que sólo le quedaba preguntarse si habría soñado con esa
sensación de seguridad y calidez.
Una noche de la tercera semana, ella salió del
baño y lo encontró en la cama.
-
¿Qué haces aquí?
-
Esta es mi cama, ¿no? -dijo
él, enarcando una ceja.
-
Quiero decir, ahora.
Normalmente no vienes a la cama tan temprano.
-
Hoy es distinto.
Había algo distinto en él... sus ojos brillaban
triunfales. ¿Triunfo sobre qué? Y entonces se dio cuenta.
-
¿Dónde está la silla de
ruedas?
-
Ha desaparecido.
-
¿Puedes andar? -casi estaba
gritando.
-
Tengo que usar un bastón,
pero es un progreso, ¿no?
-
¡Sí! -gritó, y se lanzó
sobre la cama para abrazarlo en un gesto de alegría sin límites-.
Puedes andar. Sabía que lo conseguirías.
-
Con el incentivo adecuado,
un hombre puede hacer milagros.
Ella sonrió con ojos llorosos.
-
Oh, Edward...
No sabía cuál había sido su incentivo, pero le
estaba eternamente agradecida.
-
Podríamos celebrarlo, ¿no?
Bella recordó la celebración del primer progreso
de Edward y sonrió. Aquel beso había marcado el cambio de su relación. ¿Estaba
pensando lo mismo? Por el brillo de su mirada, apostaba a que sí.
-
Sí -dijo ella suspirando.
Él la dejó besarlo durante unos minutos,
permitiendo que explorara sus labios con la lengua. Era delicioso; por fin iba
a dejarla participar. Ella le acarició el pelo con los dedos y lo besó con
mayor profundidad.
El gimió contra sus labios mientras sus manos
tocaban posesivamente sus pechos. Ella se arqueó ante sus caricias, loca de
amor por su logro y por qué la dejara acariciarlo.
Recorrió su cuello con los dedos y él tembló,
dejando claro el poder que ella tenía sobre él por primera vez. Aquella
reacción le dio confianza, y colocó ambas manos sobre su pecho ardiente. Había
deseado hacer aquello desde hacía mucho tiempo, y ahora podía sentir el rápido
latido de su corazón y la dureza de sus masculinos pezones con sus dedos.
Ella quería tocarlo por todas partes, y sus
manos bajaron más y más hasta acercarse a la parte más misteriosa de su cuerpo,
que ella no había visto aún. Nunca había visto a un hombre desnudo y quería ver
a Edward. Su marido.
Entonces sus manos la agarraron de las muñecas
como esposas:
-
¡No!
-
¡Quiero tocarte! -dijo
ella, sorprendida por la dureza de su mirada.
-
Es mejor que sea yo quien
te toque, tesoro.
No, no y no. Quería estar a su altura.
-
¡Por favor!
Él la ignoró, bajando la cabeza para atrapar su
boca en un beso incendiario ante el que su cuerpo reaccionó quedando casi
inconsciente de placer, pero una pequeña parte de su cerebro no dejó de
funcionar.
Él no quería que lo tocara. ¡No quería que lo
tocara! -¡No!
Sus ojos se abrieron de golpe, sorprendidos.
-
¿Por qué no me dejas
tocarte?
-
¿No te basta que te de
placer, tesoro? -preguntó el con voz grave.
-
No -dijo ella mientras su
corazón se partía en pedazos.
-
¿Cómo puedes decir eso
cuando tu cuerpo está ansioso de placer?
Su expresión ya no era de sorpresa, sino
calculadora, y ella no pudo soportarlo. No quería oír las razones de por qué
deseaba amarla si no quería que ella lo correspondiera.
Era todo una cuestión de que él tenía que tener
el control sobre ella, para aumentar su ego masculino. Y compasión. Se
compadecía de ella porque sabía cuánto lo amaba, ya se lo había dicho una vez.
Así que le hacía el amor por compasión. Tal vez también fuera una especie de
pago por tener a su hijo.
Ella no quería ninguna recompensa. Quería ser
amada. Dejó escapar un sollozo y escapó de sus brazos.
-
Quiero tener mi propia
habitación.
-
¿Qué? -él se levantó como
si lo hubieran golpeado.
-
No quiero seguir durmiendo
contigo.
Él apartó las mantas revelando sus boxers de
seda granates.
-
¡Ni hablar! Eres mi mujer y
dormirás en mi cama.
Ella estaba tan enfadada, que no podía dejar de
temblar.
-
Soy tu incubadora -le
gritó—, no tu mujer.
Su piel olivácea se tornó blanca y sus ojos verdes
parecieron cegados.
-
¡No!
Él intentó alcanzarla, pero ella se giró con
rapidez y se encerró en el baño.
Ella oyó un golpe y toda una serie de juramentos
en italiano. Unos segundos más tarde, él llamaba a la puerta del baño.
-
Sal de ahí, Bella.
-
¡No! -sus mejillas estaban
surcadas de lágrimas. No podía soportar la idea del sexo por compasión.
-
Sal, tesoro. Tenemos que
hablar -hablaba con una calma que no sentía.
-
No quiero.
-
Por favor, Bella.
-
No... no quiero que me
vuelvas a tocar -dijo ella entre sollozos.
-
De acuerdo. No te tocaré.
-
¿Lo prometes? —una parte de
su mente era consciente de que su reacción estaba siendo desmesurada, pero sus
emociones estaban fuera de control.
-
Te doy mi palabra.
Ella desbloqueó la cerradura. Él abrió la puerta
y se apoyó contra el marco. Tenía una expresión dolorida y apretaba las
mandíbulas con fuerza.
-
No soy un violador.
Ella lo miró sintiéndose mal.
-
Ya lo sé.
-
Entonces ven a la cama,
esposa mía.
¿Era de verdad su esposa o tan sólo una fábrica
de bebés? En ese momento no importaba. Agotada para seguir luchando, se metió en
la cama y se arropó.
Él la siguió lentamente, con pasos cuidadosos y
gesto de determinación. Ella se dio cuenta de que el golpe que había oído
probablemente fuera porque él se había caído. Se sintió culpable a la vez que
alegre por ver a su marido andar por primera vez desde el accidente. La
felicidad mitigaba en parte el dolor por su rechazo.
Cuando llegó a la cama, él se tumbó a su lado y
ella apagó la luz.
-
Tesoro.
-
No quiero hablar
-interrumpió ella.
-
Tesoro, tengo que decirte
algo.
-
¡No! No hay nada que decir.
Por favor, déjame dormir.
Ella empezó a llorar de nuevo y él la abrazo
jurando para sus adentros.
Ella intentó soltarse, pero él no la dejó. Le
acarició el pelo y le susurró palabras de consuelo en italiano y en inglés.
Cuando por fin dejó de llorar, él intentó hablar
con ella, pero siguió negándose. No le dejaría que le explicara por qué no era
lo suficiente mujer como para tener relaciones íntimas completas con él.
Incluso si no estaba seguro de poder, si la deseara, ¿no querría intentarlo? ¿No
desearía su ayuda?
Él sólo suspiró, pero la abrazó dándole calor y
protección toda la noche.
A la mañana siguiente, Bella se despertó antes
que Edward. Su reacción histérica de la noche anterior la hizo avergonzarse de
sí misma por haber sido tan estúpida. Él quería hablar y ella no le había
dejado. Pero a pesar de todo, él la había abrazado toda la noche.
Ella lo amaba, pero esa noche no había dejado
que el amor guiara sus acciones. Aquel día todo sería distinto.
Ella disfrutó un rato más del calor de su abrazo
antes de saltar de la cama para medirse la temperatura corporal. Unos minutos
más tarde, descubría que su cuerpo estaba listo para la inseminación
artificial. Al menos eso explicaba su irritabilidad del día anterior.
Un golpe tras ella la alertó de la presencia de
Edward. Se dio la vuelta para ponerse frente a él, cerrándose la bata con una
mano.
Él se quedó parado en el umbral de la puerta,
desnudo excepto por los boxers de seda.
Tenía un aire peligroso y atractivo a la vez con
el pelo revuelto y la mandíbula con una sombra de barba. La observaba con
atención.
-
Cara, tenemos que hablar.
Ella asintió y tragó saliva. En efecto, pero en
ese momento no tenían tiempo para ello.
-
Mi cuerpo está a la
temperatura óptima para la inseminación.
-
¿Qué acabas de decir? -dijo
él, con los ojos muy abiertos.
-
Tengo que llamar a la
clínica.
-
¿Hoy? -él parecía
alucinado.
-
Sí.
Él cerró los ojos como si estuviera librando una
batalla mental. ¿Habría decidido que no quería que ella tuviera a su hijo?
-
¿Has cambiado de idea?
-
No lo sé... -dijo él
sorprendido por la pregunta.
-
¿Importa lo que yo quiera?
-dijo ella sin poderlo creer.
-
Importa y mucho, tesoro
-respondió él con franqueza.
-
Quiero intentarlo.
Apretando los dientes, hizo un gesto afirmativo
con la cabeza.
Ella llamó a su médico desde el teléfono de la
habitación y, cuando colgó, se volvió hacia Edward, lo que estuvo a punto de
provocarle un ataque de nervios.
-
Quiere que vaya
inmediatamente. Es mejor que no coma nada.
-
Estaré listo en quince
minutos.'
Ella lo miró asombrada.
-
¿Quieres venir?
No había pensado que él quisiera acompañarla. Él
había acudido solo a la clínica y suponía que ella tendría que hacer lo mismo.
-
Sí.
-
Pero no es necesario
-¿acaso pensaba que era incapaz de hacer nada sola después de lo de la noche
anterior? No lo culparía por ello.
-
Claro que es necesario -si
las palabras fueron impactantes, también lo fue su expresión.
-
Pero... van a introducirme
algo en el cuerpo...
-
¿Y eso te da vergüenza?
-
Sí -había acertado del
todo.
-
Mantendré los ojos fijos en
tu bonito rostro, cara mia.
Aquella frase hizo que levantara la vista de la
alfombra.
-
Yo no soy bonita -dijo
ella.
-
Eres la mujer más bella que
he conocido nunca.
-
No lo dices en serio -no
podía, a no ser que estuviera enamorado de ella. Sólo el amor podía hacer que
le pareciera más bella que las mujeres con las que había estado.
Él hizo una mueca, como si sintiera dolor.
-
Sí lo digo en serio, pero
no espero que me creas.
-
Edward... -quería creerlo,
lo deseaba...
-
¿Me dejarás que te
acompañe?
¿Podría impedírtelo? Puedes venir. Quiero que
vengas.