Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.
Capítulo 12
A la mañana siguiente, Bella se despertó sola en la cama. Se
abrazó a la almohada de Edward, inhalando su aroma, deseando que su ausencia no
le causase dolor.
Él se había marchado a Atenas hacía dos horas, no sin antes
despertarla con suaves y tiernas caricias que habían acabado en un clímax tan
exquisito que la había hecho llorar. Pensar que se había ido a la cama decidida
a no hacer el amor con él. Aquella determinación no había sobrevivido el primer
beso de él por la madrugada.
Llamaron a la puerta y una empleada entró con una bandeja con el
desayuno que Edward le había pedido. Se sentó en la cama y la mujer le puso la
bandeja sobre las piernas. Luego se dirigió a abrir las cortinas, dejando
entrar el brillante sol griego antes de marcharse para que ella desayunase
sola.
Bella comió mecánicamente la fruta, las tostadas y la loncha de
beicon, frustrada por la forma en que su cuerpo la había traicionado. Ahora
mismo le latía al recordar el placer compartido.
Al acabar de comer, se duchó y vistió, considerando mientras su
situación de forma pragmática. ¿Qué había cambiado, al fin y al cabo? Ella
había sabido que él no la amaba cuando accedió a casarse con él.
Se dirigió a la cómoda y levantó la delicada figurita de
porcelana. Recordó con absoluta claridad la alegría que había tenido cuando él
se la había comprado.
Edward había guardado aquel recuerdo de tiempos felices, había
guardado su ropa y había llevado todo allí, a la casa de su familia, suponiendo
obviamente que ella viviría allí alguna vez. Por más que le hubiese hecho una promesa
a su abuelo, aquello no era motivo para guardar todas sus cosas, las cosas que
ella había dejado en una ofensiva pila en el suelo.
Tenía dos opciones: buscar la verdad y hacerlos infelices a los
dos o aceptar la realidad. Tener un matrimonio de conveniencia. Después de
todo, ya no era Isabella Dwyer, sino Bella Cullen, su esposa y una mujer con
una familia de la cual él podía sentirse orgulloso.
Pensó en los años vacíos que se avecinaban, convertida en un
apéndice de la vida de Edward y en aquel momento decidió que no aceptaría
pasivamente aquel papel.
Porque lo amaba, no lo dejaría nunca, pero no se dejaría pisotear.
Él había dicho que haría lo que fuese para que ella estuviese feliz, ¿qué diría
si ella le dijese que quería volver a trabajar como modelo después de que
naciese su bebé?
¿Qué diría si ella le dijese que aquello la haría feliz?
No dijo nada.
Se la quedó mirando del otro lado de la cama, con una expresión
indescifrable en los ojos verdes, el desnudo cuerpo derecho y por una vez sin
ninguna señal de deseo.
Bella se estremeció al sentir su fiereza, que le llegaba en
oleadas.
-¿Tienes algún inconveniente en que retome mi carrera después de
que nazca el bebé?
-¿Y dejar a tu hijo en manos de una niñera? -preguntó él, los
puños apretados.
No, maldita sea, no era lo que ella quería. Quería darle de mamar,
estar allí cuando dijese su primera palabra, cuando diese su primer paso.
¿A dónde la habían llevado sus confusos pensamientos de la mañana?
-No tengo por qué aceptar todos los trabajos. Puedo dejar las
pasarelas y los anuncios y dedicarme sólo a las fotografías.
-Puedes abandonar tu profesión del todo -le lanzó una mirada de
enfado-. Eres mi esposa, no tienes necesidad de trabajar.
Ella se aferró a la sábana que la cubría, estrujándola con la
mano.
-¿Quieres decir que te niegas a dejarme hacerlo?
Él se frotó los ojos con el mismo aspecto de cansado que en Nueva
York.
-¿Me harías caso si lo hiciera?
-Viviré mi propia vida, si te refieres a eso.
-¿Cuándo no lo has hecho? -dijo, metiéndose en la cama y apagando
la luz antes de echarse de su lado dándole la espalda.
Evidentemente, era el fin de la discusión.
Ella también se acostó de lado, intentando tomar una postura
cómoda. Se había acostumbrado a la seguridad de los brazos de él mientras
dormía. Ahora, los separaba el ancho de la cama. Sintió que los ojos se le
llenaban de ardientes lágrimas.
No quería retomar su carrera de modelo. Era algo que había hecho
porque no contaba con otros recursos para ayudar a su familia. Había amenazado
con hacerlo para enfadar a Edward porque él no la quería. Además, tenía la
esperanza de que él la aceptara como era, pero había fallado miserablemente.
Había buscado la forma de aplacar el rechazo que había sentido como
Isabella Dwyer, la amante. Qué estúpida. Había logrado más de lo mismo. Las
ardientes lágrimas se filtraron entre sus párpados apretados y las sorbió.
Un súbito calor la envolvió y se sintió rodeada por sólidos
músculos masculinos.
-No llores. Soy un imbécil. Si quieres retomar tu carrera, no te
lo impediré.
-¿Edward?
-¿Quién más iba a ser? -rió él, arrebujándola contra la curva de
su cuerpo.
-Ya sé que eras tú... me sorprende lo que dices -deseó que la luz
estuviese encendida para poder verle la expresión. ¿Sería en serio?
-Estoy acostumbrado a salirme con la mía.
-Lo sé -dijo ella con una sonrisa que él no pudo ver.
-A veces soy arrogante. Odiaba cuando tu trabajo te alejaba de mí,
pero no debo ser egoísta. No te lo impediré si eso es lo que necesitas para ser
feliz.
-¿No te avergonzarás de que tu mujer sea modelo? -tanteó. ¿De
veras había odiado estar separado de ella?
-¿Por qué iba a estarlo? No me avergonzaba de ello cuando eras mi
amante.
-Era diferente. Tú mismo lo has dicho.
-Dije muchas cosas de las que me arrepiento -dijo él,
apesadumbrado.
-Mamá tendrá un patatús.
-Yo me ocuparé de ella. Cree que soy Dios después de que le
devolví la casa.
-¿De veras? -dijo Bella y el resto de sus lágrimas se trocó en
risa.
-Claro.
-Enciende la lámpara, quiero verte -esperó a que la suave luz de
la mesilla iluminase la sinceridad de sus ojos azules para preguntarle- ¿De
veras me apoyarás si vuelvo a mi carrera de Isabella Dwyer?
-No -dijo él, con el rostro serio-. Puedes volver a tu carrera,
pero sólo como Bella Cullen. No me negarás acceso a ningún ámbito de tu vida.
La altanera afirmación debió enfadarla, pero en vez de ello, la
llenó de alegría.
No la amaba, pero la respetaba.
-No quiero ser modelo -reconoció.
-Entonces, ¿por qué me has dicho que querías ser modelo?
-Necesitaba saber si aceptabas a aquella mujer, la que se quedó
embarazada. Cuando me pediste que me casase contigo, era Bella Swan...
-¿Creías que si volvías a tu carrera con tu otro nombre te
volvería a rechazar?
-No, por supuesto que no -pero estaba confusa, hecha un lío desde
descubrir lo de la segunda promesa-. No lo sé.
-Nunca lo olvidarás, ¿no? -se dejó caer en la almohada,
cubriéndose los ojos con el brazo-. Nunca olvidarás mi estupidez. No confiarás
nunca lo bastante en mí como para volverme a amar.
-Tú no crees en el amor -le recordó ella-. ¿Por qué no me dijiste
que le habías hecho una segunda promesa a tu abuelo? -susurró, sin poder
contenerse.
Edward se sentó de golpe, los ojos llameantes.
-¿Por eso me has hecho pasar el infierno de creer que querías
volver a una carrera que siempre fue más importante que yo?
-¡Eso no es verdad, yo te quería!
-Pues no confiaste en mí -se bajó de la cama de golpe-. Me
mentiste cada día que estuvimos juntos.
-¡Y tú me diste la patada como si hubiese sido un montón de
basura! -le gritó ella, sorprendiéndose ante su falta de control.
-Siempre volveremos a lo mismo, ¿verdad? -respondió él, el rostro
demudado, los hombros hundidos. Se dio la vuelta.
De repente, ella saltó de la cama, vibrando con la rabia reprimida
durante meses de angustia y desesperación.
-¡No me des la espalda, bastardo!
-¿Qué has dicho? -preguntó él, volviéndose hacia ella.
-Nada peor de lo que tú me dijiste aquel día en Chez Rene -lo
acusó ella.
-No te dije nada aquel día.
-Con palabras no, pero me llamaste prostituta con la maldita joya
ésa que querías darme de despedida.
-Había comprado la pulsera antes del ataque al corazón de mi
abuelo. Pensaba dártela para demostrarte mi afecto. Luego, debido a mis
estúpidos celos, se convirtió en otra cosa. Pero si no confiabas en mí antes de
que yo traicionara nuestro amor, ¿cómo puedes traicionarlo ahora? ¿Quieres
decir algo más?
Ella negó lentamente con la cabeza. Ya había dicho suficiente.
Él asintió con la cabeza.
-No puedo dormir aquí esta noche, junto a una mujer que me odia.
Iré a la habitación de invitados. No puedo estrecharte en mis brazos sabiendo
que soportas mi contacto por nuestro hijo.
-No te odio -dijo ella sintiendo que el corazón se le contraía.
¿Cómo podía pensar que rechazaba su contacto? Deseó rogarle que no se fuese,
pero las palabras se le resistieron-. ¿Por qué no me mencionaste la segunda
promesa?
-Sabía que pensarías que por eso había ido a buscarte. Quería que
te dieses cuenta de que era yo quien te necesitaba -abrió la puerta y se
marchó.
Las palabras de Edward se repitieron una y otra vez en su mente.
«Me mentiste», «Nunca confiaste en mí», «Me odias», «No necesito ese amor». Amor.
Había dicho que ella había traicionado el amor de los dos. Lo sabía.
Mientras ella gritaba como una verdulera, él había reconocido que
la amaba. ¿La amaría todavía, después de la forma en que ella lo había
rechazado una y otra vez desde su reencuentro en Nueva York?
Ella sí que lo amaba.
Lo amaba, pero no había actuado como si lo hiciese. Ni cuando
estaban juntos en París, ni cuando él había reaparecido en su vida. No había
sido sincera con él, no había confiado en él. ¿Qué tipo de amor era aquél?
El único amor que ella conocía, el amor condicionado y con
límites. Sus límites habían surgido del temor, pero le habían hecho a Edward
tanto daño como los que su madre le había impuesto a ella. Ella había querido
recibir amor incondicional, pero no estaba dispuesta a darlo. ¿Sería demasiado
tarde?
Entró al vestidor y encendió la luz con un propósito en mente:
tenía que haber algo entre su lencería... de repente recordó el camisón que Edward
le había comprado cuando llevaban dos semanas juntos. Con su corte imperio y
sus metros y metros de delicada gasa fruncida bajo el busto, era el único que
le valdría en su estado. Se lo puso y luego se cubrió con una bata, no fuera a
ser que se cruzase con alguien o la grabasen las cámaras de seguridad.
Edward le había dicho que estaría en la habitación de invitados.
Saliendo al pasillo, se dirigió a la puerta y probó el pomo, que cedió al
girarlo. La cama estaba vacía, pero sintió la presencia de él como si lo viese
en la oscuridad.
Se hallaba junto a la ventana, sujetando con la mano la cortina.
Se había quitado la bata y sus torneados músculos la tentaron con su magnetismo
animal. No podía dejarlo ir nuevamente de su vida.
Él se puso tenso, pero no se dio la vuelta.
-No quiero seguir discutiendo. Ahórranos mayores disgustos y vete.
Por favor.
Qué problema... Pobres enamorados
ResponderBorrarAhhh que bonito esperando con ansias el siguiente capítulo
ResponderBorrarOhhh asi que ya casi se reconcilian... Ojala uno de los dos pueda mostrar sus sentimientos, y hacer que el otro tambien los muestre...
ResponderBorrarBesos gigantes!!!
XOXO
Aaayyy que mala eres, me dejas en lo mero bueno, espero que ahora si se arreglen y solucionen los malos entendidos... estaré ansiosa esperando el próximo capitulo
ResponderBorrarEspero q no lo diga en serio y acepte sus disculpas
ResponderBorrarporfa actualiza rapido esta muy buenoooo
ResponderBorrarhola me gusto el capitulo,saludos
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