CAPÍTULO 4
Cuando entró en el salón, Edward
estaba sentado en el sofá con un libro entre las manos. Tenía el aspecto de
alguien que no se hubiera movido del sitio durante horas.
No se molestó en saludar a Bella,
que, tras una corta pausa, esperando su repentina explosión de furia, que no
llegó, cerró la puerta y se dirigió a la cocina. Esbozaba una sonrisa. Edward
no la engañó ni por un momento con su aire de indiferencia, le había visto
mirando por la ventana justo antes de entrar por la puerta del jardín.
Dejó el abrigo sobre una de las
sillas de la cocina, se quitó las botas y preparó café. Edward entró como un
gato en busca de su comida diaria. Llevaba vaqueros y camisa de algodón.
-
Será mejor que llames a Rose
-murmuró, apartando una silla con el pie para sentarse en ella.
-
¿Por qué? -dijo Bella con
curiosidad, y mirándolo por un instante.
-
Porque no he parado de llamarla
creyendo que estarías en su casa, y ella no me lo quería decir.
-
¿Y por qué estás tan seguro de
que no ha sido así?
Antes de contestar, Edward guardó
silencio por unos instantes.
-
Porque llamé a mi madre para que
cuidase de los niños y me fui a su apartamento para ver si era verdad.
-
Así que no sólo Rose, sino
también tu madre sabe que he estado fuera todo el día -dijo Bella con acritud
sirviéndose el café, que ya estaba listo.
-
No puedes echarme la culpa de que
estuviera tan preocupado después de cómo te fuiste -se quejó Edward.
«Eso está mejor», pensó Bella.
«Eso le enseñará a no tratarme como a una niña. Puede que lo sea, pero eso no
significa que me guste que me traten como tal. Además, así se dará cuenta de
que su predecible esposa no es tan predecible después de todo.»
Se sentó frente a él, tomando con
gusto la taza de café caliente entre las manos, todavía frías. Edward se pasó
las manos por el pelo y luego las apoyó sobre la mesa y comenzó a tamborilear
con los dedos, como si algún pensamiento le rondara en su interior. Inclinó la
cabeza hacia delante. Tenía el pelo revuelto, como si se hubiera pasado las
manos por él muchas veces.
Bella nunca lo había visto así,
con un aspecto tan frágil.
-
Tus padres también lo saben -dijo
inesperadamente- Los llamé cuando no se me ocurrió ningún otro sitio donde
pudieras haber ido. Han estado esperando que aparecieras por Altrincham toda la
tarde. Será mejor que los llames para decirles que estás bien.
Así que sólo se le había ocurrido
llamar a tres sitios para localizarla. ¿Qué le decía eso a ella de sí misma? Se
preguntó, pero decidió que ya había hecho suficiente auto análisis aquel día y
decidió posponer la respuesta.
-
Te voy a decir una cosa, Edward
-le sugirió- ¿Por qué no los llamas tú ya que fuiste tú quien los has
preocupado? Llama a tu madre y a Rose, no tengo ninguna gana de hablar con
ella.
-
¿Con quién? ¿Con mi madre?
-
No, con Rose -dijo Bella
sarcásticamente- Has sido tú la que la has vuelto a meter en este lío después
de decirle que se ocupara de sus asuntos, así que, si crees que está
preocupada, llámala tú.
-
-i Todos estábamos muy
preocupados! -exclamó Edward, dirigiéndole una mirada furiosa.
-
No pienso suicidarme -dijo Bella
con calma, sorbiendo su café. Cuanto más nervioso estaba Edward, más tranquila
estaba ella- Puede que me hayas tomado por una imbécil, pero no me voy a perder
el resto de mi vida por eso.
-
¡Yo no te he tomado por una imbécil!
-
Claro que lo has hecho. Por
ejemplo, cuando has perdido el tiempo pensando que había hecho una tontería
-dijo Bella con mordacidad.
Edward tragó saliva. Quería
contenerse, evitar cualquier disputa.
-
¿Dónde has ido? -preguntó.
-
A Londres -respondió Bella,
irguiendo la cabeza con orgullo.
-
¿A qué parte de Londres? ¿Y para
qué? Has estado fuera desde las diez de la mañana, ¡casi doce horas! ¿Qué has
estado haciendo durante doce horas si las tiendas están cerradas?
-
¡Puede que haya salido con un
hombre! -exclamó Bella, y vio con satisfacción que a Edward le mudaba el
semblante- No es tan difícil encontrar uno, ¿sabes? Puede que haya decidido
echar una canita al aire e irme a buscar… comprensión, ya que, últimamente, no
encuentro mucha en esta casa -dijo con ironía.
Edward se puso de pie, dando un
golpe con la silla contra el suelo.
-
¡Ya basta! -dijo Edward,
pasándose la mano por el pelo- ¡Deja ya de tomarte la revancha! No solías
disfrutar haciendo daño a los demás.
Eso era cierto. Era extraño
comprobar cómo podía cambiar una persona de la noche a la mañana. Nunca había
tenido ningún deseo de hacer daño a nadie, pero, de repente, ni siquiera le
importaba que sus padres estuvieran preocupados par ella.
Probablemente, la madre de Edward
estaría sentada en su apartamento, apenas a un kilómetro de allí, esperando con
inquietud una llamada que le dijera que su adorable Bella estaba bien.
-
Haz esas llamadas y no tendrás
que escucharme -replicó Bella can la vista fija en la taza de café que tenía
entre las manos.
Edward la miró con furia. Parecía
a punta de estallar, pero, para sorpresa de Bella, suspiró profundamente y se
marchó. Bella oyó que cerraba de un portazo la puerta del estudio e hizo una mueca.
Subió al piso de arriba para
darse una ducha. Recogió su larga melena en el gorro de baño y se metió bajo el
agua.
Después de ducharse, mientras se
ponía el albornoz recordó que no había hecho la maleta de Edward.
Con una maldición, entró apresuradamente
en la habitación, recogió la maleta de cuero, la dejó sobre la cama y la abrió.
-
No hace falta que lo hagas -dijo Edward,
desde la puerta- Esta tarde he cancelado el viaje.
-
Vaya por Dios -dijo Bella,
mientras él cerraba la puerta- Qué decepción se habrá llevada Tanya.
Edward se encogió, como si
alguien le hubiera golpeado con un látigo. Bella sintió pánico al ver su
semblante pálido. Edward se acercó, la agarró por los brazos y ella se estremeció.
-
Ya no puedo soportarlo –dijo Edward
entre dientes-. ¡No vas a cambiar de opinión sobre mí a pesar de la que haga o
diga!
-
¡Ya he cambiado de opinión sobre
ti! -replicó Bella, sintiendo temor ante el extraño brillo de los ojos de Edward-.
¡Pensaba que eras un santo, ahora sé que eres un cerdo!
-
¡Pues, entonces, voy a portarme
como un cerdo! -exclamó Edward y la besó.
No fue un beso persuasivo, ni
dulce, fue un beso brutal. Bella gimió. Edward clavó sus manos como garras en
sus hombros. Bella hizo esfuerzos para apartarse, tratando de no tocar su
cuerpo.
Edward le metió la lengua entre
los labios, y ella quiso morderle. Pero Edward, que preveía su reacción, apretó
sus labios con fuerza para impedírselo y le acarició la lengua con sensualidad.
Bella se estremeció y le golpeó el pecho con los puños, en un desesperado
intento por detener el ardor que despertaba en su cuerpo. Aunque lo odiara
desde lo más profundo de su ser, seguía siendo vulnerable a sus caricias.
Gimió de nuevo y le dio una
patada con su pie desnudo. Pero dio igual. Edward no estaba dispuesto a
soltarla. El cuerpo de Bella no era más que un junco que se doblaba ante la
voluntad de Edward. Con una mano la agarró por la cintura y con la otra la
melena, tirando de ella para obligarla a abrir la boca ya recibir su beso.
Bella estaba ardiendo, su cuerpo
se sacudió con una oleada de calor al sentir el cuerpo de Edward apretándose
contra ella. Pero no era sólo la temperatura de su cuerpo la que había
sobrepasado los límites, sino también sus sentidos. Estaba fuera de control,
ansiosa, como una abeja precipitándose hacia la miel más dulce de la Tierra.
« ¡No es justo!», pensó con
desconsuelo. « ¡No es justo que me siga haciendo esto!» Se odiaba a sí misma y
odiaba a Edward por obligarla a darse cuenta de su debilidad.
-
¡Maldito seas! -exclamó cuando Edward
se separó de ella para respirar.
Edward tenía las mejillas
sonrosadas y sus ojos eran como oscuros estanques llenos de frustración.
-
Sí -dijo con un susurro-
Maldíceme cuanto quieras, Bella, pero me deseas. Me deseas tanto que casi no
puedes pensar en otra cosa.
Era la amarga verdad. Se encogió
un poco, pero se dispuso a hacer algo en lo que había pensado muchas veces en
los últimos días. Con un gruñido animal, y sin importarle el dolor que le hacía
Edward al tirarle del pelo, levantó los brazos para arañarlo.
Sólo sus buenos reflejos salvaron
a Edward. Echó la cabeza hacia atrás y Bella sólo alcanzó su cuello.
-
¡Vaya, qué gatita! -dijo
soltándola el pelo para tocarse el cuello.
-
¡Te odio!
-
Mejor -dijo Edward, atrayéndola
hacia sí- Así será más fácil hacerte el amor de cualquier manera, sin
importarme lo que sientas por mí.
-
¡Estupendo! ¿Por qué no añadir la
violación al adulterio?
-
¿Violación? ¿Desde cuándo he
tenido que recurrir a la violación al acostarme contigo? ¡En toda mi vida no he
conocido a una mujer más caliente que tú!
-
¿Ni siquiera Tanya?
Edward la apartó de un empujón y
cruzó las manos detrás de la nuca, como si se estuviera conteniendo para no
tener que pegarle. En sus ojos se divisaba algo muy parecido al tormento.
-
Ya basta, Bella -dijo entre
dientes- Deja ya de provocarme antes de hacer algo que podamos lamentar.
Bella se preguntó a qué se
refería. ¿Acaso lo estaba provocando, lo estaba poniendo furioso para que le
hiciera el amor?
Se dio cuenta de que era eso lo
que estaba haciendo exactamente. Tentándole con cada mirada cuando debía irse
de allí mientras podía. Pero quería alimentar el odio que le tenía, llevar al
límite su angustia, su decepción y, sobre todo, el profundo dolor que no había
abandonado su pecho desde la llamada de Rose.
Se oyó a sí misma decir, como
desde el otro lado de un largo túnel:
-
¡Entonces, vete! ¿Por qué no
haces lo que debes hacer y te vas de aquí? ¡No hay nada que te impida marcharte
con tu preciosa Tanya!
-
¡Deja ya de mencionar su maldito
nombre!
-
Tanya -repitió ella al instante- Tanya,
Tanya, Tanya.
Un brillo, tal vez de angustia,
cruzó la mirada de Edward. Se mordió el labio y agarró a Bella por los brazos.
-
¡No! -dijo entre dientes- ¡Tú,
tú, tú!
Con un rápido movimiento, la
obligó a girar y a echarse sobre la cama.
Lo que sucedió estuvo muy lejos
de tener algo que ver con el amor. Fue una batalla. Una batalla para ver quién
de los dos lograba excitar más al otro. Una batalla de los sentidos donde cada
caricia era deliberada y respondida por otra, donde cada mirada recibía como
respuesta otra mirada de burla. En cuanto uno de los dos se excitaba, más lo
excitaba el otro, lanzados frenéticamente a un torbellino de sensaciones
dolorosas, rotas.
Por un instante, Edward pareció a
punto de recuperar el sentido común y trató de apartarse de Bella. Pero ella se
dio cuenta. Tuvo miedo, pánico a perderlo, y se aferró a él y lo besó con
frenesí. Edward suspiró y pronunció su nombre en una ardiente súplica. Pero
ella no atendió aquella súplica. En aquellos instantes, era ella la que jugaba
el papel de seductora, la que dominaba la situación. Y mantuvo aquel papel desde
el desesperado principio hasta el tumultuoso final. Dominó a Edward, y al terminar,
se apartó y se hizo un ovillo, presa de la frustración. Su cuerpo había exigido
algo que se le negaba hacia días, pero sólo se sentía abatida y asqueada con sigo
misma.
Así que, ¿quién ganó la batalla?
Se preguntó. Nadie.
Su comportamiento le daba
náuseas. Había hecho el amor con él, no porque lo quisiera, sino por su miedo a
perderlo. Era esencial para su integridad mental saber que, a pesar de todas
las Tanya que pudiera haber habido o que hubiera en el futuro, ella, la pequeña
y aburrida Bella, todavía podía volverlo loco en la cama.
Y además, tenía que reconocer que
lo había deseado, el deseo que había sentido por él no dejaba espacio para el
orgullo ni el respeto por sí misma. Pero, sin embargo, hacer el amor no había
supuesto ningún alivio para la tristeza y el dolor que sentía desde hacía una
semana. Era como si su alma herida se negara a concederle a Edward un respiro.
Una solitaria lágrima se derramó
por sus mejillas.
Bella, en su desesperado deseo de
probarse que todavía podía excitar a su marido, había perdido más de lo que
había ganado. Se había dado cuenta de que ya no sentía lo mismo por él. Había
perdido la confianza ciega y, con ella, su forma de amarlo libremente.
Le dolía y le daba miedo. Se
sentía más sola que si Edward se hubiera marchado y la hubiera dejado. Porque
no sabía si algún día volvería a sentir por él lo que antaño sintiera.
-
¿Bella?
Bella se dio la vuelta. Edward la
contemplaba con una mirada sombría.
-
Lo siento -dijo tranquilamente.
¿Qué lamentaba, hacer el amor o
toda aquella horrible situación? Qué importaba, se dijo. Al fin y al cabo, ya
nada importaba. Se sentía como una cáscara vacía, perdida y sola y ningún
lamento lograría que se sintiera mejor.
Se le llenaron los ojos de
lágrimas.
-
Me avergüenzo de mí misma -le
dijo con voz grave y temblorosa.
A Edward se le humedecieron los
ojos.
-
Ven aquí -dijo estrechándola
entre sus brazos- Te juro que no volveré a hacer nada que pueda hacerte tanto
daño, Bella. Palabra de un hombre que en su vida se ha sentido peor.
¿Podía Bella arriesgarse a
creerlo? Sería fácil. Y sería fácil perdonarlo y olvidarlo todo, con la
esperanza de que el perdón y el olvido se llevaran el dolor para siempre.
-
Te quiero -le dijo Edward con voz
grave- Te quiero mucho, Bella.
-
¡No! -exclamó Bella
violentamente, abandonando la idea de perdonado al escuchar aquellas tres
palabras falsas. Ya le había creído una vez, y sólo le había servido para
hundirse en el lodo.
-
No me hables de amor -le replicó
amargamente- El amor no tiene nada que ver con lo que acaba de suceder, ¿o es
que te casaste conmigo por amor?
El desayuno transcurrió en medio
de una atmósfera enrarecida. Los mellizos no dejaban de mirados con extrañeza y
curiosidad. Bella sabía que se habían hecho muchas preguntas acerca de su
ausencia del día anterior, pero era obvio que Edward les había ordenado que no
hicieran preguntas. No pudo evitar una media sonrisa cuando
Nessie abrió la boca para decir
algo y Edward la silenció con una mirada. Emmett se comportaba de forma
distinta. No dejaba de mirada, pero no decía nada, en realidad, no había dicho
nada desde que había bajado a desayunar.
-
Come, Emmett -le dijo Bella
amablemente, después de que el niño estuviera jugando con la cuchara un buen
rato-. A media mañana vas a tener hambre si ahora no comes nada.
Emmett frunció el ceño y la miró.
Tenía los mismos ojos que su padre.
-
¿Adónde fuiste ayer? -le preguntó
de repente, y miró a su padre.
-
Pues… salí a pasar el día por ahí
-respondió Bella con una sonrisa, para demostrarle a su hijo que no sucedía
nada anormal- No te importa; ¿verdad?
Emmett se removió en la silla. Bella
se inquietó. Emmett no era como su hermana, extrovertida y comunicativa con
todo el mundo, siempre se callaba sus problemas.
Si le hacía aquella pregunta era
porque estaba realmente preocupado.
-
Pero, ¿adónde fuiste? -insistió
el niño.
Bella suspiró y le acarició el
pelo. Emmett no protestó, como solía hacer.
-
Estaba muy cansada -respondió,
tratando de encontrar una explicación que un niño de seis años pudiera
comprender-. Además, como me paso el tiempo en casa, me apetecía dar un paseo.
Eso es todo.
-
¡Pero normalmente vas con uno de
nosotros, para que te cuide! -dijo mirando a su padre, pero esta vez para
decide que se mantuviera al margen de aquella conversación.
-
¿Quién ha dicho eso? -dijo Bella
en broma, tratando de tomarse aquella afirmación con buen humor, cuando, en
realidad, estaba horrorizada de que su hijo también pensara que era incapaz de
cuidar de sí misma- Ya sabes que soy mayor y que puedo cuidar de mí misma.
-
Papá dijo que no -intervino Nessie-.
Llamó a la abuela, y estaba muy nervioso. Y habló por teléfono con la tía Rose,
y se puso furioso.
-
Ya basta, Nessie -dijo Edward con
calma, pero en un tono tajante.
-
¡Pero sí lo dijiste! ¡Y te
portaste como un toro loco!
-
¿Como un qué? -preguntó Edward.
-
Como un toro loco -repitió la
niña- Eso es lo que nos dice mi profesora cuando corremos por la clase, ”Los
toros al campo” dice -dijo Nessie y esbozó una de sus encantadoras sonrisas, de
ésas con las que se le caía la baba a su padre- Pero mamá volvió sana y salva,
como dije yo.
Así que, al menos, había un
miembro de su familia que la creía capaz de cuidar de sí misma. «Gracias, Nessie»,
pensó Bella.
-
Acábate el desayuno -dijo-. Como
podéis ver, estoy sana y salva, así que vamos a olvidarlo, ¿vale?
En cuanto los niños se marcharon
a recoger sus cosas del colegio, le dijo a Edward:
-
Puedes irte a Birmingham, si
quieres.
Edward estaba guardando el
periódico en su cartera.
Al oír a Bella se detuvo por un
instante y luego, cerró la cartera.
Tenía todo el aspecto de un
hombre de negocios.
Con la camisa de seda blanca y el
chaleco. Parecía fuera de lugar en aquella cocina de atmósfera tan familiar, su
atuendo era apropiado para una mansión de estilo georgiano, con muebles de
caoba. Bella sintió una gran tristeza al pensar en lo mucho que Edward había
evolucionado con los años mientras ella permanecía estancada.
-
Ya no tengo que ir -dijo Edward-.
Jasper Withlock puede ocuparse de todo tan bien como yo.
Entonces, ¿por qué no iba él
desde un principio?, se preguntó Bella.
-
¿Tenías miedo de que te
abandonara mientras tú no estabas en casa? –le preguntó con un sincero interés
por saber su respuesta. A Edward le importaban mucho ella y los niños, pero no
sabía en qué medida sería para él una tragedia que dejaran de formar parte de
su vida.
Edward se dio la vuelta para
marcharse, pero se detuvo junto a la ventana que daba al jardín trasero de la
casa, lleno de juguetes.
-
Sí -admitió sobriamente.
Bella experimentó un gran alivio
al oír su respuesta, lo que, por otro lado, la puso furiosa, porque no era más
que una muestra de su propia debilidad.
-
Yo no tengo por qué irme
-replicó- Eres tú quien tiene que hacerlo.
-
Sí -dijo Edward, y agachó la
cabeza antes de darse la vuelta. No la miró, pero hizo como si examinara su
cartera de nuevo- Sé que, si me quedara un átomo de orgullo, debería recoger
mis cosas y marcharme. Pero no quiero marcharme, no quiero echar a perder lo
que hemos… tenido. Sé que tengo que probarte que puedo y volver a ser el mismo.
Sé que me va a costar algún tiempo, pero no voy rendirme, Bella -dijo y se
atrevió a mirarla con determinación -Puedes hacer lo que quieras, pero no voy a
ser yo quien me vaya.
-
Podría pedirte la separación -le
espetó Bella de repente- Para hacer que te marches.
Edward frunció el ceño.
-
¿Y cómo sabes que si pides la
separación puedes obligarme a irme? -dijo Edward, preguntándose si Bella habría
hablado con algún abogado. No la creía capaz, pero no estaba seguro.
A Bella le encantaba verlo tan
desconcertado. Le hacía recuperar algo de orgullo, así que se encogió de
hombros y dijo con sarcasmo:
-
Veo mucha televisión.
-
Entonces, ¿vas a… acabar con
nuestro matrimonio? Bella tenía que admitir que era muy listo. Con una simple
pregunta le había dejado a ella toda la responsabilidad.
-
Has sido tú el que has empezado a
estropear nuestro matrimonio, Edward -respondió con tranquilidad- Pero no, no
voy a hacer nada por cambiar esta situación… todavía.
-
¿Todavía? ¿Si quieres pedir el
divorcio por qué no lo haces cuanto antes? –dijo Edward, dando un suspiro,
recogiendo la chaqueta del respaldo de la silla.
Bella observó cómo se la ponía.
Se fijó en su anillo de oro. No significaba nada, sólo era un trozo de oro que
le habían puesto allí hacía un millón de años. Era un anillo sencillo y barato.
Cuando se casaron, no habían podido pagar nada mejor. Al cabo de algunos años, Edward
le había regalado una sortija de oro con un diamante engastado.
Recordaba el día que lo habían
comprado; «Te quiero, Bella», había dicho poniéndoselo en el dedo, «sin ti y
los mellizos, mi trabajo no tendría sentido».
Pero Edward se equivocaba. Sin
ella ni los mellizos, habría llegado mucho más lejos, de eso estaba segura.
Edward la observaba con aquella
mirada sombría, mientras esperaba la respuesta de Bella. Por un instante, se
cruzaron una mirada, luego, Bella agachó la cabeza.
-
No lo sé. Pero creo que quiero
verte sufrir -respondió Bella con sinceridad.
Para su sorpresa, Edward sonrió y
se llevó la mano al cuello, donde era visible el arañazo de la noche anterior.
-
Yo creía que ya me habías hecho
sufrir bastante -dijo.
-
No lo suficiente -dijo Bella,
sonrojándose ligeramente. -Ya veo.
-
Me alegro.
-
Así que ahora vamos a iniciar un
periodo en el que me toca recibir a mí -dijo Edward, sonriendo de nuevo y
agachándose para besar a Anthony-. Pues que así sea -añadió y salió orgullosamente
de la habitación, dejando a Bella desconcertada.
Durante las dos semanas
siguientes, vivieron en una especie de tiempo muerto, como si su matrimonio
hubiera entrado en coma. En realidad, se estaban tomando una tregua para
recobrarse antes de afrontar su futuro.
Bella no volvió a dormir en la
habitación de Anthony. Dormía con Edward, sin saber muy bien por qué. Tampoco
le rechazaba cuando la buscaba, en el prolongado silencio en que sus noches se
habían convertido. Y llegaron a compartir cierto afecto, aunque aquellos
encuentros no fueron demasiado satisfactorios para ninguno de los dos. Bella se
dejaba llevar y recorría con Edward el largo y sensual camino del placer.
Pero, en los instantes de mayor
intensidad, palpitando de deseo entre sus brazos y sintiendo cómo él se
estremecía y profería pequeños gemidos, no podía dejar de imaginar a Tanya en
su lugar, de pensar que Tanya le había llevado al mismo estado de pasión
desenfrenada. Y, en aquellos momentos, se apartaba de él con angustia, y el placer
se extinguía tan rápidamente como había surgido.
Entonces daba la espalda a Edward
y se hacía un ovillo para soportar su desesperación en soledad mientras Edward
estaba tendido a su lado cubriéndose el rostro con una mano, sabiendo, aunque
nunca hablaban de ello, que Tanya se interponía una vez más entre ellos. En
aquellos momentos, el dolor de la infidelidad y la angustia de los celos
azotaban a Bella con toda su crueldad y no podía soportar que Edward la tocara.
Y él se quedaba quieto y ni siquiera lo intentaba.
Bella pasaba los días preocupada,
pensando en aquellos momentos con temor, porque sabía que, si había algo que
pudiera hacer volver a Edward a brazos de Tanya era su estúpido comportamiento
en la cama.
Que Edward viera aquellos
momentos como el modo en que Bella quería devolverle su infidelidad, sólo hacía
que se sintiera peor, porque era lo último en que pensaba cuando Edward la
buscaba.
Y se sentía más tensa y sufría
cada vez más cuando Edward trataba de hacer el amor, porque sabía que no
podrían alcanzar una satisfacción plena. Y aun así, lo necesitaba, a pesar de
que no podía darle lo que pedía. Necesitaba experimentar el pequeño placer de
los primeros escarceos y necesitaba saber que Edward la necesitaba.
Aquí un nuevo capitulo que espero y les guste, aprovecho para dejarles el link del grupo en Face donde les avisare de actualizaciones y responderé a sus dudas.
Besos Ana Lau