sábado, 4 de julio de 2015

Cap. 4 Un marido infiel

CAPÍTULO 4
Cuando entró en el salón, Edward estaba sentado en el sofá con un libro entre las manos. Tenía el aspecto de alguien que no se hubiera movido del sitio durante horas.
No se molestó en saludar a Bella, que, tras una corta pausa, esperando su repentina explosión de furia, que no llegó, cerró la puerta y se dirigió a la cocina. Esbozaba una sonrisa. Edward no la engañó ni por un momento con su aire de indiferencia, le había visto mirando por la ventana justo antes de entrar por la puerta del jardín.
Dejó el abrigo sobre una de las sillas de la cocina, se quitó las botas y preparó café. Edward entró como un gato en busca de su comida diaria. Llevaba vaqueros y camisa de algodón.
-     Será mejor que llames a Rose -murmuró, apartando una silla con el pie para sentarse en ella.
-     ¿Por qué? -dijo Bella con curiosidad, y mirándolo por un instante.
-     Porque no he parado de llamarla creyendo que estarías en su casa, y ella no me lo quería decir.
-     ¿Y por qué estás tan seguro de que no ha sido así?
Antes de contestar, Edward guardó silencio por unos instantes.
-     Porque llamé a mi madre para que cuidase de los niños y me fui a su apartamento para ver si era verdad.
-     Así que no sólo Rose, sino también tu madre sabe que he estado fuera todo el día -dijo Bella con acritud sirviéndose el café, que ya estaba listo.
-     No puedes echarme la culpa de que estuviera tan preocupado después de cómo te fuiste -se quejó Edward.
«Eso está mejor», pensó Bella. «Eso le enseñará a no tratarme como a una niña. Puede que lo sea, pero eso no significa que me guste que me traten como tal. Además, así se dará cuenta de que su predecible esposa no es tan predecible después de todo.»
Se sentó frente a él, tomando con gusto la taza de café caliente entre las manos, todavía frías. Edward se pasó las manos por el pelo y luego las apoyó sobre la mesa y comenzó a tamborilear con los dedos, como si algún pensamiento le rondara en su interior. Inclinó la cabeza hacia delante. Tenía el pelo revuelto, como si se hubiera pasado las manos por él muchas veces.
Bella nunca lo había visto así, con un aspecto tan frágil.
-     Tus padres también lo saben -dijo inesperadamente- Los llamé cuando no se me ocurrió ningún otro sitio donde pudieras haber ido. Han estado esperando que aparecieras por Altrincham toda la tarde. Será mejor que los llames para decirles que estás bien.
Así que sólo se le había ocurrido llamar a tres sitios para localizarla. ¿Qué le decía eso a ella de sí misma? Se preguntó, pero decidió que ya había hecho suficiente auto análisis aquel día y decidió posponer la respuesta.
-     Te voy a decir una cosa, Edward -le sugirió- ¿Por qué no los llamas tú ya que fuiste tú quien los has preocupado? Llama a tu madre y a Rose, no tengo ninguna gana de hablar con ella.
-     ¿Con quién? ¿Con mi madre?
-     No, con Rose -dijo Bella sarcásticamente- Has sido tú la que la has vuelto a meter en este lío después de decirle que se ocupara de sus asuntos, así que, si crees que está preocupada, llámala tú.
-     -i Todos estábamos muy preocupados! -exclamó Edward, dirigiéndole una mirada furiosa.
-     No pienso suicidarme -dijo Bella con calma, sorbiendo su café. Cuanto más nervioso estaba Edward, más tranquila estaba ella- Puede que me hayas tomado por una imbécil, pero no me voy a perder el resto de mi vida por eso.
-     ¡Yo no te he tomado por una imbécil!
-     Claro que lo has hecho. Por ejemplo, cuando has perdido el tiempo pensando que había hecho una tontería -dijo Bella con mordacidad.
Edward tragó saliva. Quería contenerse, evitar cualquier disputa.
-     ¿Dónde has ido? -preguntó.
-     A Londres -respondió Bella, irguiendo la cabeza con orgullo.
-     ¿A qué parte de Londres? ¿Y para qué? Has estado fuera desde las diez de la mañana, ¡casi doce horas! ¿Qué has estado haciendo durante doce horas si las tiendas están cerradas?
-     ¡Puede que haya salido con un hombre! -exclamó Bella, y vio con satisfacción que a Edward le mudaba el semblante- No es tan difícil encontrar uno, ¿sabes? Puede que haya decidido echar una canita al aire e irme a buscar… comprensión, ya que, últimamente, no encuentro mucha en esta casa -dijo con ironía.
Edward se puso de pie, dando un golpe con la silla contra el suelo.
-     ¡Ya basta! -dijo Edward, pasándose la mano por el pelo- ¡Deja ya de tomarte la revancha! No solías disfrutar haciendo daño a los demás.
Eso era cierto. Era extraño comprobar cómo podía cambiar una persona de la noche a la mañana. Nunca había tenido ningún deseo de hacer daño a nadie, pero, de repente, ni siquiera le importaba que sus padres estuvieran preocupados par ella.
Probablemente, la madre de Edward estaría sentada en su apartamento, apenas a un kilómetro de allí, esperando con inquietud una llamada que le dijera que su adorable Bella estaba bien.
-     Haz esas llamadas y no tendrás que escucharme -replicó Bella can la vista fija en la taza de café que tenía entre las manos.
Edward la miró con furia. Parecía a punta de estallar, pero, para sorpresa de Bella, suspiró profundamente y se marchó. Bella oyó que cerraba de un portazo la puerta del estudio e hizo una mueca.
Subió al piso de arriba para darse una ducha. Recogió su larga melena en el gorro de baño y se metió bajo el agua.
Después de ducharse, mientras se ponía el albornoz recordó que no había hecho la maleta de Edward.
Con una maldición, entró apresuradamente en la habitación, recogió la maleta de cuero, la dejó sobre la cama y la abrió.
-     No hace falta que lo hagas -dijo Edward, desde la puerta- Esta tarde he cancelado el viaje.
-     Vaya por Dios -dijo Bella, mientras él cerraba la puerta- Qué decepción se habrá llevada Tanya.
Edward se encogió, como si alguien le hubiera golpeado con un látigo. Bella sintió pánico al ver su semblante pálido. Edward se acercó, la agarró por los brazos y ella se estremeció.
-     Ya no puedo soportarlo –dijo Edward entre dientes-. ¡No vas a cambiar de opinión sobre mí a pesar de la que haga o diga!
-     ¡Ya he cambiado de opinión sobre ti! -replicó Bella, sintiendo temor ante el extraño brillo de los ojos de Edward-. ¡Pensaba que eras un santo, ahora sé que eres un cerdo!
-     ¡Pues, entonces, voy a portarme como un cerdo! -exclamó Edward y la besó.
No fue un beso persuasivo, ni dulce, fue un beso brutal. Bella gimió. Edward clavó sus manos como garras en sus hombros. Bella hizo esfuerzos para apartarse, tratando de no tocar su cuerpo.
Edward le metió la lengua entre los labios, y ella quiso morderle. Pero Edward, que preveía su reacción, apretó sus labios con fuerza para impedírselo y le acarició la lengua con sensualidad. Bella se estremeció y le golpeó el pecho con los puños, en un desesperado intento por detener el ardor que despertaba en su cuerpo. Aunque lo odiara desde lo más profundo de su ser, seguía siendo vulnerable a sus caricias.
Gimió de nuevo y le dio una patada con su pie desnudo. Pero dio igual. Edward no estaba dispuesto a soltarla. El cuerpo de Bella no era más que un junco que se doblaba ante la voluntad de Edward. Con una mano la agarró por la cintura y con la otra la melena, tirando de ella para obligarla a abrir la boca ya recibir su beso.
Bella estaba ardiendo, su cuerpo se sacudió con una oleada de calor al sentir el cuerpo de Edward apretándose contra ella. Pero no era sólo la temperatura de su cuerpo la que había sobrepasado los límites, sino también sus sentidos. Estaba fuera de control, ansiosa, como una abeja precipitándose hacia la miel más dulce de la Tierra.
« ¡No es justo!», pensó con desconsuelo. « ¡No es justo que me siga haciendo esto!» Se odiaba a sí misma y odiaba a Edward por obligarla a darse cuenta de su debilidad.
-     ¡Maldito seas! -exclamó cuando Edward se separó de ella para respirar.
Edward tenía las mejillas sonrosadas y sus ojos eran como oscuros estanques llenos de frustración.
-     Sí -dijo con un susurro- Maldíceme cuanto quieras, Bella, pero me deseas. Me deseas tanto que casi no puedes pensar en otra cosa.
Era la amarga verdad. Se encogió un poco, pero se dispuso a hacer algo en lo que había pensado muchas veces en los últimos días. Con un gruñido animal, y sin importarle el dolor que le hacía Edward al tirarle del pelo, levantó los brazos para arañarlo.
Sólo sus buenos reflejos salvaron a Edward. Echó la cabeza hacia atrás y Bella sólo alcanzó su cuello.
-     ¡Vaya, qué gatita! -dijo soltándola el pelo para tocarse el cuello.
-     ¡Te odio!
-     Mejor -dijo Edward, atrayéndola hacia sí- Así será más fácil hacerte el amor de cualquier manera, sin importarme lo que sientas por mí.
-     ¡Estupendo! ¿Por qué no añadir la violación al adulterio?
-     ¿Violación? ¿Desde cuándo he tenido que recurrir a la violación al acostarme contigo? ¡En toda mi vida no he conocido a una mujer más caliente que tú!
-     ¿Ni siquiera Tanya?
Edward la apartó de un empujón y cruzó las manos detrás de la nuca, como si se estuviera conteniendo para no tener que pegarle. En sus ojos se divisaba algo muy parecido al tormento.
-     Ya basta, Bella -dijo entre dientes- Deja ya de provocarme antes de hacer algo que podamos lamentar.
Bella se preguntó a qué se refería. ¿Acaso lo estaba provocando, lo estaba poniendo furioso para que le hiciera el amor?
Se dio cuenta de que era eso lo que estaba haciendo exactamente. Tentándole con cada mirada cuando debía irse de allí mientras podía. Pero quería alimentar el odio que le tenía, llevar al límite su angustia, su decepción y, sobre todo, el profundo dolor que no había abandonado su pecho desde la llamada de Rose.
Se oyó a sí misma decir, como desde el otro lado de un largo túnel:
-     ¡Entonces, vete! ¿Por qué no haces lo que debes hacer y te vas de aquí? ¡No hay nada que te impida marcharte con tu preciosa Tanya!
-     ¡Deja ya de mencionar su maldito nombre!
-     Tanya -repitió ella al instante- Tanya, Tanya, Tanya.
Un brillo, tal vez de angustia, cruzó la mirada de Edward. Se mordió el labio y agarró a Bella por los brazos.
-     ¡No! -dijo entre dientes- ¡Tú, tú, tú!
Con un rápido movimiento, la obligó a girar y a echarse sobre la cama.
Lo que sucedió estuvo muy lejos de tener algo que ver con el amor. Fue una batalla. Una batalla para ver quién de los dos lograba excitar más al otro. Una batalla de los sentidos donde cada caricia era deliberada y respondida por otra, donde cada mirada recibía como respuesta otra mirada de burla. En cuanto uno de los dos se excitaba, más lo excitaba el otro, lanzados frenéticamente a un torbellino de sensaciones dolorosas, rotas.
Por un instante, Edward pareció a punto de recuperar el sentido común y trató de apartarse de Bella. Pero ella se dio cuenta. Tuvo miedo, pánico a perderlo, y se aferró a él y lo besó con frenesí. Edward suspiró y pronunció su nombre en una ardiente súplica. Pero ella no atendió aquella súplica. En aquellos instantes, era ella la que jugaba el papel de seductora, la que dominaba la situación. Y mantuvo aquel papel desde el desesperado principio hasta el tumultuoso final. Dominó a Edward, y al terminar, se apartó y se hizo un ovillo, presa de la frustración. Su cuerpo había exigido algo que se le negaba hacia días, pero sólo se sentía abatida y asqueada con sigo misma.
Así que, ¿quién ganó la batalla? Se preguntó. Nadie.
Su comportamiento le daba náuseas. Había hecho el amor con él, no porque lo quisiera, sino por su miedo a perderlo. Era esencial para su integridad mental saber que, a pesar de todas las Tanya que pudiera haber habido o que hubiera en el futuro, ella, la pequeña y aburrida Bella, todavía podía volverlo loco en la cama.
Y además, tenía que reconocer que lo había deseado, el deseo que había sentido por él no dejaba espacio para el orgullo ni el respeto por sí misma. Pero, sin embargo, hacer el amor no había supuesto ningún alivio para la tristeza y el dolor que sentía desde hacía una semana. Era como si su alma herida se negara a concederle a Edward un respiro.
Una solitaria lágrima se derramó por sus mejillas.
Bella, en su desesperado deseo de probarse que todavía podía excitar a su marido, había perdido más de lo que había ganado. Se había dado cuenta de que ya no sentía lo mismo por él. Había perdido la confianza ciega y, con ella, su forma de amarlo libremente.
Le dolía y le daba miedo. Se sentía más sola que si Edward se hubiera marchado y la hubiera dejado. Porque no sabía si algún día volvería a sentir por él lo que antaño sintiera.
-     ¿Bella?
Bella se dio la vuelta. Edward la contemplaba con una mirada sombría.
-     Lo siento -dijo tranquilamente.
¿Qué lamentaba, hacer el amor o toda aquella horrible situación? Qué importaba, se dijo. Al fin y al cabo, ya nada importaba. Se sentía como una cáscara vacía, perdida y sola y ningún lamento lograría que se sintiera mejor.
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
-     Me avergüenzo de mí misma -le dijo con voz grave y temblorosa.
A Edward se le humedecieron los ojos.
-     Ven aquí -dijo estrechándola entre sus brazos- Te juro que no volveré a hacer nada que pueda hacerte tanto daño, Bella. Palabra de un hombre que en su vida se ha sentido peor.
¿Podía Bella arriesgarse a creerlo? Sería fácil. Y sería fácil perdonarlo y olvidarlo todo, con la esperanza de que el perdón y el olvido se llevaran el dolor para siempre.
-     Te quiero -le dijo Edward con voz grave- Te quiero mucho, Bella.
-     ¡No! -exclamó Bella violentamente, abandonando la idea de perdonado al escuchar aquellas tres palabras falsas. Ya le había creído una vez, y sólo le había servido para hundirse en el lodo.
-     No me hables de amor -le replicó amargamente- El amor no tiene nada que ver con lo que acaba de suceder, ¿o es que te casaste conmigo por amor?

El desayuno transcurrió en medio de una atmósfera enrarecida. Los mellizos no dejaban de mirados con extrañeza y curiosidad. Bella sabía que se habían hecho muchas preguntas acerca de su ausencia del día anterior, pero era obvio que Edward les había ordenado que no hicieran preguntas. No pudo evitar una media sonrisa cuando
Nessie abrió la boca para decir algo y Edward la silenció con una mirada. Emmett se comportaba de forma distinta. No dejaba de mirada, pero no decía nada, en realidad, no había dicho nada desde que había bajado a desayunar.
-     Come, Emmett -le dijo Bella amablemente, después de que el niño estuviera jugando con la cuchara un buen rato-. A media mañana vas a tener hambre si ahora no comes nada.
Emmett frunció el ceño y la miró. Tenía los mismos ojos que su padre.
-     ¿Adónde fuiste ayer? -le preguntó de repente, y miró a su padre.
-     Pues… salí a pasar el día por ahí -respondió Bella con una sonrisa, para demostrarle a su hijo que no sucedía nada anormal- No te importa; ¿verdad?
Emmett se removió en la silla. Bella se inquietó. Emmett no era como su hermana, extrovertida y comunicativa con todo el mundo, siempre se callaba sus problemas.
Si le hacía aquella pregunta era porque estaba realmente preocupado.
-     Pero, ¿adónde fuiste? -insistió el niño.
Bella suspiró y le acarició el pelo. Emmett no protestó, como solía hacer.
-     Estaba muy cansada -respondió, tratando de encontrar una explicación que un niño de seis años pudiera comprender-. Además, como me paso el tiempo en casa, me apetecía dar un paseo. Eso es todo.
-     ¡Pero normalmente vas con uno de nosotros, para que te cuide! -dijo mirando a su padre, pero esta vez para decide que se mantuviera al margen de aquella conversación.
-     ¿Quién ha dicho eso? -dijo Bella en broma, tratando de tomarse aquella afirmación con buen humor, cuando, en realidad, estaba horrorizada de que su hijo también pensara que era incapaz de cuidar de sí misma- Ya sabes que soy mayor y que puedo cuidar de mí misma.
-     Papá dijo que no -intervino Nessie-. Llamó a la abuela, y estaba muy nervioso. Y habló por teléfono con la tía Rose, y se puso furioso.
-     Ya basta, Nessie -dijo Edward con calma, pero en un tono tajante.
-     ¡Pero sí lo dijiste! ¡Y te portaste como un toro loco!
-     ¿Como un qué? -preguntó Edward.
-     Como un toro loco -repitió la niña- Eso es lo que nos dice mi profesora cuando corremos por la clase, ”Los toros al campo” dice -dijo Nessie y esbozó una de sus encantadoras sonrisas, de ésas con las que se le caía la baba a su padre- Pero mamá volvió sana y salva, como dije yo.
Así que, al menos, había un miembro de su familia que la creía capaz de cuidar de sí misma. «Gracias, Nessie», pensó Bella.
-     Acábate el desayuno -dijo-. Como podéis ver, estoy sana y salva, así que vamos a olvidarlo, ¿vale?
En cuanto los niños se marcharon a recoger sus cosas del colegio, le dijo a Edward:
-     Puedes irte a Birmingham, si quieres.
Edward estaba guardando el periódico en su cartera.
Al oír a Bella se detuvo por un instante y luego, cerró la cartera.
Tenía todo el aspecto de un hombre de negocios.
Con la camisa de seda blanca y el chaleco. Parecía fuera de lugar en aquella cocina de atmósfera tan familiar, su atuendo era apropiado para una mansión de estilo georgiano, con muebles de caoba. Bella sintió una gran tristeza al pensar en lo mucho que Edward había evolucionado con los años mientras ella permanecía estancada.
-     Ya no tengo que ir -dijo Edward-. Jasper Withlock puede ocuparse de todo tan bien como yo.
Entonces, ¿por qué no iba él desde un principio?, se preguntó Bella.
-     ¿Tenías miedo de que te abandonara mientras tú no estabas en casa? –le preguntó con un sincero interés por saber su respuesta. A Edward le importaban mucho ella y los niños, pero no sabía en qué medida sería para él una tragedia que dejaran de formar parte de su vida.
Edward se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo junto a la ventana que daba al jardín trasero de la casa, lleno de juguetes.
-     Sí -admitió sobriamente.
Bella experimentó un gran alivio al oír su respuesta, lo que, por otro lado, la puso furiosa, porque no era más que una muestra de su propia debilidad.
-     Yo no tengo por qué irme -replicó- Eres tú quien tiene que hacerlo.
-     Sí -dijo Edward, y agachó la cabeza antes de darse la vuelta. No la miró, pero hizo como si examinara su cartera de nuevo- Sé que, si me quedara un átomo de orgullo, debería recoger mis cosas y marcharme. Pero no quiero marcharme, no quiero echar a perder lo que hemos… tenido. Sé que tengo que probarte que puedo y volver a ser el mismo. Sé que me va a costar algún tiempo, pero no voy rendirme, Bella -dijo y se atrevió a mirarla con determinación -Puedes hacer lo que quieras, pero no voy a ser yo quien me vaya.
-     Podría pedirte la separación -le espetó Bella de repente- Para hacer que te marches.
Edward frunció el ceño.
-     ¿Y cómo sabes que si pides la separación puedes obligarme a irme? -dijo Edward, preguntándose si Bella habría hablado con algún abogado. No la creía capaz, pero no estaba seguro.
A Bella le encantaba verlo tan desconcertado. Le hacía recuperar algo de orgullo, así que se encogió de hombros y dijo con sarcasmo:
-     Veo mucha televisión.
-     Entonces, ¿vas a… acabar con nuestro matrimonio? Bella tenía que admitir que era muy listo. Con una simple pregunta le había dejado a ella toda la responsabilidad.
-     Has sido tú el que has empezado a estropear nuestro matrimonio, Edward -respondió con tranquilidad- Pero no, no voy a hacer nada por cambiar esta situación… todavía.
-     ¿Todavía? ¿Si quieres pedir el divorcio por qué no lo haces cuanto antes? –dijo Edward, dando un suspiro, recogiendo la chaqueta del respaldo de la silla.
Bella observó cómo se la ponía. Se fijó en su anillo de oro. No significaba nada, sólo era un trozo de oro que le habían puesto allí hacía un millón de años. Era un anillo sencillo y barato. Cuando se casaron, no habían podido pagar nada mejor. Al cabo de algunos años, Edward le había regalado una sortija de oro con un diamante engastado.
Recordaba el día que lo habían comprado; «Te quiero, Bella», había dicho poniéndoselo en el dedo, «sin ti y los mellizos, mi trabajo no tendría sentido».
Pero Edward se equivocaba. Sin ella ni los mellizos, habría llegado mucho más lejos, de eso estaba segura.
Edward la observaba con aquella mirada sombría, mientras esperaba la respuesta de Bella. Por un instante, se cruzaron una mirada, luego, Bella agachó la cabeza.
-     No lo sé. Pero creo que quiero verte sufrir -respondió Bella con sinceridad.
Para su sorpresa, Edward sonrió y se llevó la mano al cuello, donde era visible el arañazo de la noche anterior.
-     Yo creía que ya me habías hecho sufrir bastante -dijo.
-     No lo suficiente -dijo Bella, sonrojándose ligeramente. -Ya veo.
-     Me alegro.
-     Así que ahora vamos a iniciar un periodo en el que me toca recibir a mí -dijo Edward, sonriendo de nuevo y agachándose para besar a Anthony-. Pues que así sea -añadió y salió orgullosamente de la habitación, dejando a Bella desconcertada.
Durante las dos semanas siguientes, vivieron en una especie de tiempo muerto, como si su matrimonio hubiera entrado en coma. En realidad, se estaban tomando una tregua para recobrarse antes de afrontar su futuro.
Bella no volvió a dormir en la habitación de Anthony. Dormía con Edward, sin saber muy bien por qué. Tampoco le rechazaba cuando la buscaba, en el prolongado silencio en que sus noches se habían convertido. Y llegaron a compartir cierto afecto, aunque aquellos encuentros no fueron demasiado satisfactorios para ninguno de los dos. Bella se dejaba llevar y recorría con Edward el largo y sensual camino del placer.
Pero, en los instantes de mayor intensidad, palpitando de deseo entre sus brazos y sintiendo cómo él se estremecía y profería pequeños gemidos, no podía dejar de imaginar a Tanya en su lugar, de pensar que Tanya le había llevado al mismo estado de pasión desenfrenada. Y, en aquellos momentos, se apartaba de él con angustia, y el placer se extinguía tan rápidamente como había surgido.
Entonces daba la espalda a Edward y se hacía un ovillo para soportar su desesperación en soledad mientras Edward estaba tendido a su lado cubriéndose el rostro con una mano, sabiendo, aunque nunca hablaban de ello, que Tanya se interponía una vez más entre ellos. En aquellos momentos, el dolor de la infidelidad y la angustia de los celos azotaban a Bella con toda su crueldad y no podía soportar que Edward la tocara. Y él se quedaba quieto y ni siquiera lo intentaba.
Bella pasaba los días preocupada, pensando en aquellos momentos con temor, porque sabía que, si había algo que pudiera hacer volver a Edward a brazos de Tanya era su estúpido comportamiento en la cama.
Que Edward viera aquellos momentos como el modo en que Bella quería devolverle su infidelidad, sólo hacía que se sintiera peor, porque era lo último en que pensaba cuando Edward la buscaba.

Y se sentía más tensa y sufría cada vez más cuando Edward trataba de hacer el amor, porque sabía que no podrían alcanzar una satisfacción plena. Y aun así, lo necesitaba, a pesar de que no podía darle lo que pedía. Necesitaba experimentar el pequeño placer de los primeros escarceos y necesitaba saber que Edward la necesitaba.

Aquí un nuevo capitulo que espero y les guste, aprovecho para dejarles el link del grupo en Face donde les avisare de actualizaciones y responderé a sus dudas.


Besos Ana Lau