Capítulo 5
Bella se vistió con más cuidado que de costumbre.
Dudaba entre un conjunto de falda corta y chaqueta de ante y una falda larga
vaquera con una camiseta de manga larga negra. La falda de ante era corta, por
encima de las rodillas, y aún con medias se sentía algo incómoda, así que se
puso el otro conjunto antes de cepillarse el pelo y ponerse un pasador negro
ovalado en la trenza.
Pero su ropa no sería armadura suficiente contra
los recuerdos de Edward haciéndola gritar de placer. Odiaba la idea de verlo,
pero no quería ser una cobarde. Tenía que afrontar lo que había pasado el día
anterior para poder seguir adelante, aunque cuanto menos se hablara acerca de
aquel vergonzoso episodio, mejor, opinaba ella.
Esa vez, cuando llamó a la puerta, esperó a que
le dijera que podía entrar. Empujó la puerta, que se parecía más a la suite de Emmett
que a un habitación de hospital, y vio a Edward, sentado en su escritorio,
vestido con los pantalones cortos y la camiseta ajustada de sus sesiones de
fisioterapia.
Estaba concentrado en el ordenador, no en ella,
y tuvo tiempo de componerse ante su sexy presencia. No sirvió de mucho porque
ella estaba deseando lanzarse de nuevo a sus brazos y suplicarle que le diera
más de aquello que le había dado el día anterior. La urgencia la dejó un poco
temblorosa, así que se sentó.
-
Buenos días, Edward. Veo
que ya estás trabajando.
— Buon
giorno, bella. ¿Has dormido bien? -dijo
él, girando la silla para ponerse frente a ella.
Toda su compostura pareció desaparecer en un
momento.
— Sí -dijo con voz temblorosa.
-
Estabas exhausta cuando te
dejé -sus miradas se encontraron y ella pudo ver la evidencia de la
satisfacción en los ojos verdes.
-
Te aseguraste de ello.
Su sonrisa era de todo un conquistador.
-
No hay duda alguna de que
podré satisfacer todas tus necesidades cuando nos casemos, tesoro.
Edward necesitaba probarse a sí mismo que seguía
siendo todo un hombre, y lo había hecho. Por un lado, ella se lamentaba de que
la utilizara como forma de terapia para sus frustraciones, pero por otro se
alegraba de haber podido devolverle esa parte de su orgullo admitiendo su
reacción ante sus caricias.
Además, ella nunca se había cuestionado su nivel
de satisfacción si se casaba con él.
-
Pero no serás feliz,
Edward. No quieres casarte conmigo.
-
Ya dijiste eso ayer, y te
probé que estabas equivocada, ¿no?
¿Qué decir? No quería dañar su ego diciéndole que
ella había pensado que lo que necesitaba era probarse algo a sí mismo, pero,
por otro lado, ¿cómo podía plantearse el matrimonio cuando había estado
comprometido con Tanya hasta la mañana anterior?
-
Tanya volverá, Edward.
Estaba enfadada, pero se dará cuenta de su error y no querrás estar atado a
otra mujer cuando eso ocurra.
-
Lo de Tanya ha acabado, ya
te lo dije ayer -dijo él con expresión dura.
No le gustaba repetir las cosas.
-
Pero...
-
No discutas. Tú quieres
casarte conmigo.
-
¿Quién lo dice? -saltó ella
ante tal arrogancia.
— Yo lo digo.
-
Hace no mucho me utilizabas
para poner celosa a tu poco atenta prometida -¿acaso se había olvidado de eso?
Sus ojos se abrieron sorprendidos.
-
Yo no hice eso.
Él nunca le había mentido hasta entonces y ella
no podía tolerarlo, ni siquiera para no herirle en su orgullo.
-
Sí lo hiciste.
-
Cuando me tocaste ese día, sabías
que ella lo vería. Ni siquiera tengo claro si el beso de ayer no tuvo la misma
intención -dijo ella, admitiendo el más terrible de sus miedos.
-
Si te he tocado alguna vez,
ha sido porque quería hacerlo, mi tesoro, ¿cómo puedes creer lo contrario? ¿Acaso
me crees tan ruin como para utilizarte de ese modo?
Visto de ese modo... por su expresión podía deducirse
que estaba ofendido.
-
No niego que sus celos ante
tus atenciones no me complacieran, pero nunca he alentado esas cosas. Edward Cullen
no lo necesita.
Genial. Ahora no sólo había ofendido su sentido
de la integridad, sino también su orgullo.
El gesto de Edward marcaba bien su musculatura,
y Bella se distrajo de la conversación.
-
¿Levantas pesas?
-
¿Qué?
Su cara se tiñó de rojo cuando se dio cuenta de
lo que había dicho y la cara divertida de
Edward.
-
Nada, no es importante.
-
Eso es cierto. Tenemos
otras cosas de las que hablar. ¿Te disgustarías si no tuviéramos una gran boda?
-
No me importa.
No le importaba casarse en el Registro Civil si
creyera que Edward deseaba realmente casarse con ella.
-
Bien. Quiero casarme antes
de volver a Italia.
-
No he dicho que me vaya a
casar contigo -ni siquiera tenía que estar considerando la posibilidad—. Mira,
si todo esto es por lo que dijiste ayer, no tienes que preocuparte. Ya sé que
no lo decías en serio en ese momento. Estabas muy afectado.
-
¿Afectado? ¿Yo? Eso es algo
de jovencitas y de mujeres mayores.
Ella cada vez se estaba poniendo más nerviosa.
-
Lo que quiero decir es que
no te tomo la palabra por lo de ayer.
-
Pero, cara, es que yo sigo pensando igual que ayer.
-
¿Qué es lo que piensas?
-
Me dejaste hacerte el amor.
Eso implica cierto grado de responsabilidad.
Era demasiado listo.
Ella ni siquiera intentó rebatir la idea de que
le había hecho el amor, porque a todos los efectos, se lo había hecho.
-
Muchas mujeres se acuestan
con hombres sin tener que casarse por ello -replicó ella.
-
Pero tú no.
Ella le lanzó una mirada de odio, deseando
borrar esa sonrisa de autocomplacencia de su cara.
-
Tal vez sí.
Él se echó a reír y ella quiso gritar.
-
Ayer admitiste que estabas
intacta. No intentes provocarme ahora.
-
Que no haya tenido sexo con
un hombre no quiere decir que no me haya dejado tocar - añadió ella.
¿Cómo podía haber olvidado su arrebato de furia
el día anterior cuando ella lo provocó del mismo modo?
En un segundo, la silla cruzó la habitación y la
agarró de los hombros con las manos.
-
Dime la verdad -dijo él,
como si cada palabra fuera una bala.
-
¿Por qué estás tan
enfadado? -preguntó ella, sintiéndose indefensa ante aquella reacción.
-
¿Preguntas eso después de
lo de ayer?
Gracioso, pero hasta entonces pensaba que lo del
día anterior sólo le había ocurrido a ella. Desde luego, fue Edward quien lo
provocó, pero ella no había pensado que le pudiera haber afectado de ningún
modo. Aparentemente, darle a una mujer su primer orgasmo, o varios, hacía que
un hombre se sintiera posesivo.
-
Nunca he dejado que ningún
hombre me tocara como lo hiciste tú -admitió ella entre dientes. No quería
provocar otra escena como la del otro día.
-
Eso era lo que creía. No me
engañes más -dijo, acariciándola.
-
Eres un mandón.
-
Es lo que pasa cuando se es
el hermano mayor -se encogió de hombros y cambió de tema-. Los médicos han
dicho que podemos volver a casa dentro de una semana.
-
¿Y la terapia?
-
Ya he hablado con un
eminente fisioterapeuta para que me trate en nuestra casa en Milán.
Otra vez estaba asumiendo que ella accedería.
-
Edward, ¿sigues queriendo a
Tanya? -preguntó sin rodeos. El resto podía solucionarse, pero no iba a casarse
con un hombre enamorado de otra mujer.
Su cuerpo se tensó y se apartó de ella.
-
Mis sentimientos por Tanya
no son asunto tuyo.
-
¿Cómo puedes decir eso?
Quieres que me case contigo pensando que estás enamorado de otra mujer. Eso es
una crueldad, Edward.
-
Porque tú me quieres,
¿verdad?
-
No pongas en mi boca
palabras que yo no he dicho. Estamos hablando de tus sentimientos.
-
No. En absoluto. Cualquier
cosa que sintiera por Tanya es cosa del pasado, como ella.
¡Ojalá fuera verdad!, pensó ella.
-
¿Por qué quieres casarte
conmigo? -tal vez si le hacía enfrentarse a sus razones se daría cuenta de que
no estaba siendo realista.
-
Ya te lo dije ayer. Ya
tengo edad para casarme. Mi madre espera una nuera y yo quiero hijos. Y tú y yo
nos llevamos bien, cara. Serás una
madre y una esposa admirables.
Aquello era todo un discurso para un hombre como
Edward.
-
¿Quieres casarte conmigo
porque seré una buena madre?
Él sacudió la cabeza.
-
También creo que serás una
buena esposa. Ya conoces mis limitaciones. No esperarás más de lo que yo puedo
darte.
¿No? Tal vez no, pero eso no significaría que no
lo deseara. Ella se quedó con una frase
«Conoces mis limitaciones». Aún seguía
obsesionado por la parálisis temporal. Ella se dio cuenta de que no tenía
opciones reales. Ahora Edward se sentía vulnerable, y para un hombre como él,
aquello era una tragedia. Ahora no podía aumentar esa vulnerabilidad rechazándolo.
Pero no podía engañarse a sí misma creyendo que
la decisión era totalmente altruista. Si se casaba con Edward, volvería a tener
una familia. Se había sentido muy sola después de la muerte de su madre, pero
mucho más aún después de que Pamela, la segunda esposa de su padre, la
desterrara eficientemente del círculo familiar.
Los Cullen habían sido muy amables, pero nunca
habían sido nada suyo. Ella no era de la familia, pero si se casaba con Edward,
aquello lo cambiaría todo. Ella volvería a tener un hogar, un lugar en el mundo
que considerar suyo. Y cuando llegaran los niños, tendría aún más. Volvería a
compartir el mismo vínculo que había tenido ella con su madre, aunque esa vez
sería ella la madre.
-
Me casaré contigo.
Emmett volvió a Nueva York por la noche. Bella
estaba viendo la televisión en un sillón de la salita de la suite cuando él
llegó. Ella ya sabía que había pasado a ver a Edward y esperaba ver cómo
respondía a las noticias de que se iba a casar con su hermano.
Emmett se quitó el abrigo y lo colgó en el
respaldo del sofá. Se sentó enfrente de ella y la miró.
-
Entonces ¿te vas a casar
con mi hermano? Eso sí que es trabajar rápido, teniendo en cuenta que hace nada
estaba prometido con Tanya.
-
Yo no le puse una trampa.
Emmett le sonrió y se encogió de hombros.
-
Pero lo conseguiste, piccola mia. Eso está bien.
¿Sí? La duda la invadía desde que dejó a Edward
en el hospital.
-
Él no quiere casarse
conmigo.
-
Me aseguró que sí.
-
Eso es lo que él piensa. Se
siente mal porque no puede andar y Tanya ha roto su compromiso. Tan pronto como
todo vuelva a su lugar, se arrepentirá de esta locura.
La sonrisa de Emmett desapareció.
-
No está loco. Edward te
necesita ahora y lo reconoce. Demonios, creo que siempre te ha necesitado, sólo
que no se ha dado cuenta hasta que ha pensado que te perdería para siempre.
Entonces Edward le había contado el
enfrentamiento con Tanya.
— La respuesta de mi hermano a sus necesidades
actuales es el matrimonio. Teniendo en cuenta tus sentimientos hacia él, es la
solución ideal.
Los hombres a veces eran de lo más obtusos.
-
Ni siquiera me ha dicho si
sigue queriendo a Tanya.
-
No es tan estúpido.
-
Yo pensaba que era bastante
lista hasta que acepté casarme con Edward -¿qué mujer aceptaría casarse con un
hombre que no la quería ni lo pretendía? Incluso si ese matrimonio era su mayor
deseo...
Emmett sacudió la cabeza.
-
Es una buena decisión. Es
lo que él quiere y lo que tú quieres. ¿Qué podría mejorarlo?
Que Edward la quisiera por las razones justas.
No se molestó en decirlo, Emmett no lo entendería; en muchas cosas su arrogante
hermano y él eran iguales.
-
Mis padres serán tus nuevos
padres, y yo tu hermano -dijo abriendo los brazos y sonriendo-. Esto sólo puede
ser bueno.
Ella estaba demasiado nerviosa como para reírse
con sus gracias.
-
¿De verdad piensas que
estoy haciendo lo correcto?
Emmett alargó la mano y le tomó la suya,
apretándosela.
-
No es que sea lo correcto,
sino que es muy bueno, piccola. Me
encantará tenerte en nuestra familia, ¿y no te gustaría ser mi hermana?
Ella asintió, sonriendo tímidamente,
consiguiendo calmar sus dudas y temores con el apoyo de Emmett a su matrimonio
con Edward. Pero, ¿qué pensarían sus padres? ¿Creería su madre que Bella había
atrapado a Edward en un momento de debilidad como Emmett había sugerido en
broma?
La preocupación la mantuvo despierta casi toda
la noche y las dos siguientes antes de la boda.
-
Mama se pondrá furiosa con
esto de que os caséis en el Registro Civil -Emmett dijo esto mientras les
hacían pasar ante el juez de paz para que se celebrase la corta ceremonia civil
tres días después de que Edward le pidiera matrimonio a Bella.
Edward giró la cabeza y contestó:
-
Lo superará.
-
Lo más probable es que
insista en una boda por la iglesia con todos los detalles de una boda
tradicional -replicó Emmett, bromeando.
-
No me opondré, pero todo
eso tendrá que esperar hasta que pueda andar hasta el altar - dijo Edward,
encogiéndose de hombros.
La insistencia de Edward en una boda por lo
civil empezaba a tener algún sentido. Bella había pensado que veía su boda de
forma tan pragmática, que no quería pasar por las molestias de una boda
tradicional. Además seguramente no habría querido que sus familiares y amigos
lo vieran en su actual estado. Aquello también la llevaba a pensar que Edward
sólo se había casado con ella por las circunstancias. Edward no la quería.
Mientras repetía las cortas frases de rigor, no
pudo mirar a Edward a los ojos y mantuvo la mirada baja, centrada en el ramito
de rosas blancas que Edward le había dado. Sin embargo, cuando llegó su turno,
Edward, levantándole la barbilla, le habló a ella, prometiéndole fidelidad y
respeto con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas acerca de su sinceridad.
No pudo evitar sentirse conmovida.
El juez dio permiso a Edward para besarla y así
lo hizo, atrayéndola hacia sí. Sus cabezas estaban casi a la misma altura,
porque Edward estaba sentado en la silla de ruedas. El beso fue dulce y suave,
y ella se sintió deseosa de más y reconfortada a la vez.
-
Congratulación, fratello -Emmett abrazó a su hermano y lo besó en las
mejillas según la tradición italiana. Después se giró a Bella, la levantó del
suelo y la abrazó-. ¡Bienvenida a la familia, hermanita!
Bella rió y, a pesar de su preocupación, lo
abrazó sin reticencias.
— ¡Grazie!
Emmett volvió a dejarla en el suelo. Ella sonrió
a Edward y la desconcertó la dureza de su expresión.
Llegaron a Milán a altas horas de la madrugada y
Bella atravesó los controles aduaneros medio dormida hasta llegar a la limusina
que los estaba esperando. Había dormido muy poco los días anteriores y le
costaba mantener los ojos abiertos. Edward y Emmett se sentaron en el asiento
frente a ella, y ella dedujo que había algo raro en aquello.
Ella estaba casada, pero no se sentía como tal.
Era todo tan irreal... Edward la había tratado más o menos como a un mueble más
desde la boda. No había esperado que la colmara de atenciones en el jet privado
de los Cullen, al fin y al cabo había más gente presente. Emmett volaba de
vuelta con ellos, así como el personal encargado de su seguridad y el
secretario personal de Edward, que había estado en Nueva York la pasada semana
trabajando con Edward.
Aun así, a pesar de que hubiera gente presente,
ella tampoco había esperado que él se olvidara de su presencia.
Bella había esperado a que Edward entrase en la
limusina para entrar después y sentarse frente a él, molesta por el trato que
le había dado, y Emmett, después de dudar un momento se había sentado al lado
de su hermano.
Centrando su atención en el paisaje que se veía
desde la ventanilla, intentó imaginar que viajaba sola. Sería menos doloroso.
-
Mis padres volverán la
semana que viene -la voz de Edward rompió el silencio.
Bella no dijo nada, asumiendo que se dirigía a Emmett.
Al fin y al cabo, llevaba ocho horas sin dirigirle la palabra.
-
Bella.
-
¿Qué? -dijo ella sin mover
la vista de la ventanilla.
-
Estás contenta de volver a
ver a mi madre, ¿verdad?
-
Por supuesto -pero no sabía
si eso era verdad del todo. Aún tenía miedo de que los padres de Edward
pudieran pensar que lo había manipulado en un momento de debilidad.
-
No pareces muy emocionada.
-
Estoy cansada.
-
No me gusta hablarte sin
que me mires, cara.
Ella se giró hasta que sus ojos se encontraron.
Era difícil leer la expresión de su rostro en la tenue luz de la limusina.
-
Tenía la impresión de que
no te apetecía hablar conmigo. Eso es todo.
-
¿Cómo? ¿Cuándo he dicho yo
algo así?
-
A veces las acciones hablan
con más claridad que las palabras -las palabras salieron de su boca con más
veneno del que hubiera deseado.
Él tomó aliento.
-
¿Qué problema tienes?
La mirada de Bella pasó de Edward a Emmett y vio
que en su cara se dibujaba una expresión de satisfacción. ¿Acaso le gustaba ver
a su hermano y a su esposa discutir?
-
Te acabo de hacer una
pregunta, cara.
— Y yo prefiero no contestarte -y dicho esto los
ignoró a Emmett y a él.
En un claro intento de pacificar el ambiente, Emmett
le hizo a Edward algunas preguntas y pronto los dos empezaron a hacer planes
sobre la vuelta de sus padres. Bella se giró.
Estaba luchando con el terrible miedo de haber
cometido el error más grave de su vida.
Era obvio que Edward se arrepentía de su
decisión de casarse con ella. Ojalá hubiera vuelto al mundo real antes de que
se celebrara la ceremonia.
Cuando llegaron a la casa de los Cullen, Bella
esperó en el exterior de la limusina a que descargaran la silla de ruedas.
Edward se dio cuenta de que estaba esperando y la llamó.
-
Ve dentro, no hay motivos
para que te quedes aquí.
Ella se sintió dolida e hizo justo lo que le
había dicho. Una vez dentro de la casa, fue directamente a la habitación en la
que había dormido siempre que iba allí. No iba a dejar que la expulsaran de la
habitación principal.
Encontró el camisón que había dejado allí el
verano anterior y entró en el baño. Se envolvió el pelo en una toalla, como si
fuera un turbante y se duchó. Poco después, estaba sentada frente al espejo del
tocador deshaciéndose el recogido que se había hecho para la boda cuando Edward
entró.
-
¿Qué demonios estás
haciendo aquí? -preguntó él.
-
Cepillarme el pelo -dijo
ella, colocándoselo sobre un hombro y peinándose la larga cabellera. Edward, al
lado de la puerta, permanecía en silencio.
Cuando hubo acabado de peinarse, dividió el pelo
en tres y empezó hacerse una trenza para ir a dormir.
-
No lo hagas.
Ella se quedó sorprendida y sus dedos se
detuvieron. Pudo oír la silla de ruedas cruzando la habitación, pero no se pudo
dar la vuelta para mirarlo.
-
Per
l´amore di cielo, es precioso -dijo él, pasándole los dedos por el pelo y deshaciendo
el principio de la trenza que había empezado a hacerse-. Siempre había querido
verlo así, pero es mejor de lo que me imaginaba.
Ella se giró para mirarlo y lo vio absorto en la
contemplación de su pelo.
-
¿Te gusta mi pelo?
Aquello no parecía tener mucho sentido. Ella
llevaba el pelo largo porque a su madre le gustaba así y de ese modo se sentía
más cerca de ella. Nunca se le había ocurrido que a Edward su ordinario cabello
pudiera parecerle tan fascinante, pero así era.
-
Ven aquí -él se acercó para
colocarla sobre su regazo, pero animada por un instinto de conservación, ella
se levantó de un salto y se apartó de él.
-
Estoy cansada y quiero irme
a la cama,
Los ojos de Edward brillaban de un modo que ella
no quería entender.
-
Yo también quiero ir a la
cama.
-
Pues será mejor que lo
hagas, ¿no?
Él se puso muy rígido. Incluso en la silla de
ruedas era casi tan alto como ella y mucho más imponente.
-
¿Quieres decir que vuelva a
mi cama mientras tú duermes aquí?
Ella se encogió de hombros intentando hacer como
si no le importase, cosa que no era cierta.
-
¿Dónde está la diferencia?
-ella se refería a que, si no la quería o la deseaba especialmente, tampoco
debía importarle dónde dormía.
Él se echó hacia atrás como si ella lo hubiera
golpeado.
-
De hecho, no hay
diferencia, cara, ya que no puedo realizar el ritual tradicional de la noche de
bodas y está claro que la idea de compartir mi cama no te atrae lo más mínimo.
-
No es eso lo que...
-
No importa -dijo él
interrumpiéndola-. Me parece bien que no esperes de mí que cumpla con mis
deberes como marido. La verdad es que no son muy atrayentes cuando no puedo
participar completamente y no son necesarios para la concepción de nuestro hijo.
Aquellas palabras fueron como un jarro de agua
fría para Bella, que se quedó inmóvil mientras él giraba su silla y salía de la
habitación.
Fue hacia la cama sintiéndose muy mayor, sin
fuerzas para trenzarse el pelo por el rechazo de Edward. Él consideraba la
experiencia más bonita de su vida como un deber, y además innecesario. Y poco
atractivo para él. Cómo tenía que haberle molestado su ansia de experimentar
placer al no ser ella capaz de devolvérselo...
Incluso si Edward no hubiera estado paralítico,
ella no habría sabido devolverle las caricias. Tanya tenía razón y ella no era
lo suficiente mujer para Edward, independientemente de su estado. ¿Por qué
había querido casarse con ella entonces?
La respuesta llegó con otra oleada de dolor:
porque no la quería ni la deseaba. Ella podría darle hijos, pero no sería un
recordatorio permanente de lo que no podía tener.
No sabía lo que pasaría cuando Edward recuperase
la sensibilidad en sus extremidades inferiores, pero estaba segura de que
lamentaría haberse casado.
Hola, antes que nada les pido miol disculpas por desaparecer asi de esta manera, se que no tengo perdon y que no tengo computadora, por el momento lo estoy haciendo en el trabajo y es raro que me diera tiempo, espero que me comprendan, no se si pueda actualizar proximamente o hasta diciembre (despues de la primera quincena) ya que hasta esa fecha podre tener una compu para poder trabajar a gusto desde la casa.
De verdad que mil disculpas.
Besos Ana Lau y hasta la proxima, mil gracias por la paciencia que me tienen.