domingo, 29 de marzo de 2015

Apostando por el amor Cap. 9

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Jacqueline Baird yo solo me adjudico la adaptación para su disfrute.

Capítulo 9



Edward y Bella volarían directamente a Corfú; los padres de Edward habían insistido en ello. El padre de Edward, que no podía viajar en avión debido a su reciente operación de corazón, no pudo asistir a la sencilla ceremonia civil que se celebró esa mañana en Londres. En vez de ello, le había informado Edward a Bella, esa noche se celebraría una gran fiesta familiar en la villa de los Cullen, en Corfú.
  Ellos conocen las circunstancias de nuestro matrimonio, así que te será más fácil enfrentarte a todos de inmediato y poner fin a los comentarios burlones de una vez por todas —le había asegurado con irónica diversión.
Bella no veía nada divertido en la situación, y apretó los labios en un gesto hosco. La semana anterior había sido un infierno. Edward la había llevado a ver al médico el martes, y ese mismo día su embarazo quedó confirmado.
Después de eso, Edward ignoró todas sus objeciones. No tenía idea de cómo había logrado convencer a Jasper y a Alice de su deseo de casarse con tanta prisa, pero ellos fueron los felices testigos de la ceremonia.
Tuvo que reconocer que Edward había hecho muy bien su trabajo. Incluso Alice, su mejor amiga, estaba convencida de que era un matrimonio por amor.
Las dos jóvenes habían pasado juntas la noche anterior, y Bella habría podido contarle a Alice la verdad, pero su conciencia se lo impidió. No destruiría la carrera de Jasper y sabía que Edward cumpliría su amenaza sin pensárselo dos veces. Pero había algo que le parecía extraño. Alice le había facilitado las cosas, porque no se mostró tan inquisitiva como de costumbre la noche anterior ni esa mañana, cuando la limusina llegó a recogerlas para la ceremonia que se celebraría a las nueve. Alice le había dicho que se diera prisa, y con una sonrisa forzada, Bella representó su papel a la perfección.
Dejó escapar un suspiro; ahora estaba atrapada en el asiento al lado de Edward, en el interior del elegante jet privado, volando hacia un desconocido estilo de vida, con un nombre al que despreciaba. Pero, ¿realmente lo despreciaba? Una vocecita interna le recordó que en otro tiempo su único deseo en la vida había sido casarse con
Edward.
  ¿Te preocupa la idea de volver a ver a mi familia? —Edward se apoderó de su mano, pero ella la apartó.
  En lo más mínimo.
  ¿Por qué entonces ese largo suspiro?
  No todos los días me veo obligada a casarme — replicó, cortante.
  No alces la voz —le dijo. Bella no había visto que se acercaba la azafata—. El mundo no tiene por qué enterarse de estas protestas infantiles —la miró, colérico—. El matrimonio no me resulta más agradable que a ti, pero es necesario. Recuerda que... —su tono implacable no admitía réplica, y la chica guardó silencio mientras Edward le pedía un whisky a la azafata y añadía—: Nada de alcohol para mi esposa. ¿Quieres una taza de té? —la miró, inquisitivo.
  Nada —respondió ella, y, rehuyendo su mirada, cogió una revista y se concentró en un artículo. Cuando terminó de leer alzó la vista y vio que Edward la observaba con expresión extraña.
  ¿Te agradaba tu trabajo?
  Aún me agrada —respondió con amargura al recordar la forma en que él había entrado con toda calma en el despacho del director, el miércoles por la tarde, para informarle que Bella renunciaría de inmediato. Habían discutido todo el camino de regreso a la casa de ella, hasta que al fin Edward estalló.
  Esperas un hijo mío y no pienso perderte de vista hasta que haya nacido. No confío en ti.
El hecho de saber que él realmente creía que trataría de abortar a la primera oportunidad la hería más de lo que quería reconocer, pero su último comentario en el sentido de que pensara en Jasper, la hizo guardar silencio.
Ignoró sus perturbadores recuerdos, miró brevemente a Edward y sorprendió un destello de algo semejante a la compasión en sus ojos verdes, pero el resentimiento la hizo responder desdeñosamente:
  Espero que, dentro de doce meses, si no es que antes, regresaré a mi trabajo.
  Olvídate de eso —declaró él, y la cogió de la barbilla—. Como mi mujer, te quedarás a mi lado —pero ella percibió que lo que tenía en mente no era tenerla exactamente a su lado. Su rostro estaba muy cerca del suyo y sentía su vital atractivo.
  Machista —lo acusó con amargura.
  Puede ser, pero verás que no soy del todo irrazonable. Mi compañía es muy grande, y si más adelante quieres trabajar, tal vez encuentre algo para ti. A falta de eso, tu jefe me aseguró que con gusto te dará algunos trabajos de consultoría, cuando puedas trabajar.
Bella se sintió sorprendida y halagada al saber que Edward había hablado con su jefe de la posibilidad de que ella volviera a trabajar, pero no tenía intención de decírselo.
  ¿Se supone que debo darte las gracias? —se burló y lo miró con frialdad—. Pues bien, no soy tan generosa. Ya tienes una mujer y dentro de unos meses tendrás un hijo, pero eso es todo lo que podrás obtener de mí.
  ¿Qué es lo que tratas de hacer, Bella? —le preguntó en voz baja—. ¿Convertir nuestro matrimonio en una guerra de sexos antes de que haya tenido siquiera una oportunidad? —con la mano en su barbilla, la hizo apoyar la cabeza contra el respaldo y se inclinó para besarla en la boca; clavó los dientes en su labio inferior y ella abrió la boca.
No quería responder; contuvo el aliento, tratando de luchar contra los sentimientos que la invadían, pero Edward incrementó la presión, mientras deslizaba la otra mano debajo de la chaqueta de Bella para acariciar un seno a través de la seda de la blusa.
  Ya basta —le pidió ella sin aliento.
  Tienes razón —Edward la soltó y sonrió, triunfante—. Puedo esperar hasta la noche —y bajando la mirada a sus senos, con los pezones erectos bajo la blusa, añadió—: Pero no estoy seguro de que tú puedas.
Ruborizada, Bella bajó la vista, se cerró a toda prisa la chaqueta y se volvió para mirar por la ventanilla.
La villa de los Cullen era enorme, rodeada de lo que a ella le parecieron kilómetros de muros blancos.
La limusina que había ido a recogerlos al aeropuerto de Corfú, cruzó las enormes rejas de hierro forjado y siguió por un largo sendero hasta el magnífico pórtico. A lo largo de todo el sendero había docenas de coches aparcados; por lo visto, la mitad de la isla asistiría a la fiesta.
  Te veo nerviosa. No te preocupes, todo saldrá bien —le aseguró Edward en un murmullo y la ayudó a bajar del coche—. Confía en mí.
  Es el calor —se defendió ella, y trató de disimular su tensión. El recorrido desde el aeropuerto le había recordado su primera visita a Corfú. Había olvidado lo bella que era la isla, con sus colinas rocosas cubiertas de olivos, y, sorprendida, vio el terreno cubierto por millones de flores de diferentes colores. Admiró las pintorescas aldeas, encaramadas en los lugares más inverosímiles, y aspiró la fragancia peculiar de la isla. No sabía que haría tanto calor en el mes de abril, y el conjunto de lana ligera, perfecto para Londres, se le adhería a la espalda.
Siguió a Edward por los amplios escalones blancos hasta la puerta principal y reconoció, apesadumbrada, que el hecho de viajar durante casi una hora en el asiento posterior del coche, al lado de Edward, no la había ayudado. La chica era consciente de todos sus movimientos cuando, ignorando la presencia de ella, se ocupó durante el recorrido de revisar un montón de papeles que sacó de su cartera.
Ahora, cogiéndola del codo, Edward la guió al interior.
Las siguientes horas fueron un infierno. El anillo de oro con brillantes que Edward había deslizado en su dedo unas horas antes fue admirado por muchas personas. Después de las primeras cincuenta, Bella renunció a tratar de recordar sus nombres. Se había quitado la chaqueta, pero tenía calor, incluso con la ligera blusa de tirantes. El padre de Edward la invitó a bailar y bromeó con ella:
  Sabía que te casarías con mi hijo. Lo vi en tus ojos la última vez que bailamos, pero tú lo negaste —le dio una suave palmada en el vientre y se echó a reír—. Sin embargo, mi Edward es todo un hombre; siempre obtiene lo que quiere.
Edward acudió a rescatarla y le pidió que bailara con él. Cuando la cogió de la mano, Bella se sorprendió de que Edward insistiera en usar él también anillo de casado, una ancha banda de oro. Él la acercó más y, deliberadamente, Bella volvió la cabeza y recorrió el salón con la mirada. Unos grandes candelabros colgaban del ornado techo.
Había unas ventanas del suelo al techo, y las cortinas de seda se agitaban bajo la brisa. Todos los asistentes eran griegos, pero las mujeres no vestían de negro, como en los folletos de viajes. Era un mundo diferente, de opulencia y vestidos de diseñador. Las joyas de las damas valían una fortuna.
  Estás muy lejos de aquí, Bella, y eso no me agrada —perdida en sus pensamientos y extrañamente segura en los brazos de Edward, había permitido que su mente divagara, pero volvió al presente sobresaltada y se dio cuenta de la tensión de él, que añadió—: Es hora de retirarnos.
Se oyó un clamor cuando Edward la cogió en brazos y subió con ella una amplia escalera de mármol circular, Bella le echó los brazos al cuello, y al ver que todos los invitados los seguían, gritó:
  ¿Qué está sucediendo?
Luego se encontró en el interior de un inmenso dormitorio. Edward la depositó en el suelo y a toda prisa cerró la puerta, justo antes de que cientos de puños empezaran a golpearla. Bella contuvo el aliento y miró a su alrededor maravillada. En el centro de la habitación había una amplia cama tallada y con dosel. De las blancas paredes colgaban exquisitas tapicerías. El tocador y los armarios eran piezas antiguas. El suelo era de mármol, en tonos azules y blanco, con grandes alfombras alrededor de la cama. Se vio en un espejo y le pareció que la imagen era la de una desconocida. El pelo castaño le caía sobre los hombros y un tirante de la blusa se le había deslizado de un hombro. Estaba hecha un desastre, pensó aturdida, y se sintió tan nerviosa como una joven virgen. ¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba la mujer distinguida y competente que era antes?
  Al fin —dos manos fuertes la sujetaron de los hombros y la hicieron girar. Bella dio un salto y dijo lo primero que le vino a la mente:
  ¿Por qué ese ruido? —preguntó sin aliento y lo miró a los ojos. Sintió una opresión en el pecho al ver, horrorizada, que mientras ella admiraba la habitación, Edward se había quitado la ropa y sólo llevaba puesto un calzoncillo corto de seda negra.
  Es una tradición de los tiempos primitivos. Todos los asistentes a una boda celebran el momento de la consumación. En épocas antiguas, rodeaban la cama — en sus ojos había un destello perverso—. Ahora, por suerte, esa costumbre ha desaparecido y se quedan frente a la puerta.
Ella jadeó, horrorizada por la imagen evocada por las palabras de Edward. Luego su mirada se detuvo en la figura alta y bronceada y él se echó a reír al ver su expresión escandalizada. En ese momento, Bella pensó que parecía el mismo demonio y lo contempló fascinada. Edward le enmarcó el rostro y Bella cerró los ojos bajo la inconfundible pasión que ardía en los de él.
  Abre los ojos, Bella —le pidió con voz ronca—. No temas.
  Estoy cansada —y era cierto. Todo el día se había sentido nerviosa, en un estado de constante tensión. Y no sólo todo el día, sino toda la semana, y ahora sentía que desaparecía su último vestigio de fortaleza.
  Lo sé, Bella —su voz se suavizó—. Te llevaré a la cama.
Ella abrió mucho los ojos. ¿Qué quería decir exactamente? Con suavidad, él deslizó los tirantes de la blusa de sus hombros, luego le desabrochó el sujetador y la falda y dejó caer todo el suelo antes de deslizar los dedos bajo la ropa interior.
  No, no lo hagas. No puedo.
  ¿Vas a negarte en nuestra noche de bodas? Eso sería una vergüenza, Bella —se burló él arrogante, e, ignorando su súplica, deslizó la ropa interior a lo largo de sus muslos.
Ahora ya sabía lo que quería decir; la llevaría a la cama, pero con él. Lo vio en el rubor de sus pómulos, en la curva sensual de su boca, y, armándose de valor, lo empujó en el pecho y retrocedió.
  Te he dicho que no —gritó. ¡No permitiría que ese maldito arrogante la pisoteara de nuevo! No cedería a sus instintos más bajos, aunque los latidos de su corazón se habían acelerado y la virilidad de él la tentaba a hacerlo—. Ya estoy embarazada, ¿qué más quieres? — casi rió al ver la expresión de sorpresa en el rostro de él, después de mirarla colérico.
  Quiero a mi mujer en mi cama, y usar a nuestro hijo como excusa no te dará resultado. Te conozco… — la sujetó de los hombros para acercarla a él. Con mirada sensual recorrió su figura desnuda, sin dejarle la menor duda acerca de sus intenciones.
Bella empezó a luchar, pero sus senos rozaron el pecho de él. Edward inclinó la cabeza para mirarla. Ella abrió la boca para decir no, pero la negación murió en sus labios cuando Edward inició una lenta exploración de su boca, que se prolongó hasta que Bella sintió el sabor de su propia sangre en la lengua. Luego, terminó el beso y respiró hondo, pero Edward la cogió en brazos, la depositó en la cama y la siguió de inmediato, atrapándola bajo su espléndido cuerpo. El tenue resplandor de la lámpara sobre la mesilla acentuaba sus rasgos y Bella lo miró con rebeldía.
  ¿Por qué luchas contra esto, Bella? —le sujetó las muñecas y las retuvo encima de su cabeza, mirándola implacable—. Me deseas y voy a demostrarte hasta qué punto —bajó la cabeza, pero no la besó, sólo rozó con los labios la barbilla desafiante y los deslizó a lo largo de su cuello hasta detenerse un momento en el pulso que palpitaba alocado en la base, para continuar hasta la suavidad de sus senos. Con la mano libre cubrió un seno, oprimió el pezón entre los dedos y en ese mismo instante se apoderó de la boca de Bella.
Un espasmo de deseo recorrió el cuerpo de la chica, que arqueó la espalda para ofrecerle sus senos, suplicando sus seductoras caricias. Su mirada se nubló, y todo pensamiento de negarse se desvaneció cuando la mano de Edward se deslizó de su estómago hasta el castaño vello. Le separó los muslos con una pierna y sus dedos acariciaron el húmedo calor de su feminidad.
  Eres mi mujer y esta noche consumaremos nuestra unión —declaró con voz ronca y la miró a los ojos—. De hecho, me lo suplicarás.
Bella quería rechazarlo. Con los brazos sujetos por encima de la cabeza y oprimida por el cuerpo de él, se sentía como si fuera la víctima de un sacrificio primitivo de alguna leyenda griega. Excepto que la dura fuerza pulsante de la excitación de Edward, presionando su cadera, le decía que él también estaba atrapado, tan esclavo de la pasión como ella, y experimentó una intensa satisfacción femenina. Luego, los dedos de Edward encontraron su sexualidad, y cuando inclinó la cabeza hacia Bella, ésta entreabrió los labios provocativamente.
  Oblígame —se burló con una sensualidad que no sabía que poseía.
Él se irguió y le dejó las manos libres para que le acariciara el pecho, la estrecha cintura y el plano y musculoso estómago. Después le apartó las manos y se quitó el calzoncillo.
  Nunca rechazo un reto —jadeó, con el rostro tenso por el deseo, y con una mano le extendió el pelo sobre la almohada—. Cuando te vi en esa fiesta, supe que volverías a ser mía —gimió antes de cubrir su boca en un largo beso, mientras con la otra mano obraba una magia erótica y sensual sobre su tierna carne.
Bella sentía que la sangre corría ardiente por sus venas y gimió extasiada al percibir su aroma masculino.
¡Lo deseaba! Deslizó una mano sobre su abdomen, desesperada por tocarlo, pero él la apartó.
  Todavía no, Bella. Dime lo que quieres —clavó los dientes en un pezón, después en el otro, y luego los acarició con la lengua—. ¿Qué es lo que te agrada? — preguntó con voz ronca—. ¿Esto? —su boca cubrió un seno—. ¿O tal vez esto? —sus dedos acariciaron el centro ardiente y húmedo de su ser.
  Sí, por favor —Bella dejó escapar un grito de deseo, y con una mano sobre la cintura de Edward, lo instó a poseerla, arqueando el cuerpo hacia él con un gemido sofocado. Edward se irguió, le separó las piernas y la alzó de la cama para que recibiera su poder masculino. Luego se apoderó de su boca y sus cuerpos se unieron en un ritmo propio.
Bella despertó completamente desorientada y sintió un peso en su cintura. Tenía el estómago revuelto y, al moverse, su trasero hizo contacto con un cuerpo desnudo. Oyó un gruñido y recordó en todos sus detalles los acontecimientos de la noche anterior. Sofocó un gemido, porque no quería despertar a Edward, y se movió con cuidado hacia el borde de la cama. La noche anterior había sido una recreación de los placeres de la carne; jamás la olvidaría mientras viviera. ¿Cómo pudo engañarse pensando que podría resistir con Edward? La pregunta la atormentaba. Durante las largas horas de la noche, él le había enseñado todo acerca de su propia sexualidad, de sus desenfrenados deseos, hasta que ardió en el fuego de su propio apetito voraz, tomando codiciosa todo lo que él le daba para después corresponder ávidamente, hasta que al fin se quedó dormida en sus brazos, saciada hasta el punto del agotamiento.
Volvió la cabeza para mirarlo. Tenía los ojos cerrados, con las largas pestañas curvadas sobre los pómulos y el pelo alborotado. Parecía más joven y, de alguna manera, indefenso. Era extraño, habían sido amantes hacía años y de nuevo hacía unas semanas, ahora esperaba un hijo suyo, y sin embargo era la primera vez que pasaba una noche con él.
  Mi marido —era la primera vez que pronunciaba la palabra y alzó una mano para acariciar su rostro, pero la dejó caer. Tragó saliva al pensar en todas las mujeres que debían haber pasado la noche con él. Se había casado con ella, pero eso no significaba que su relación fuera diferente. La invadió una profunda tristeza al reconocer lo que había tratado de negar durante años. Amaba a ese hombre… siempre lo había amado… y tal vez siempre lo amaría… Era una tonta…
Su estómago protestó de nuevo, recordándole su otra tontería, y se dispuso a correr al baño, pero una mano la sujetó de la muñeca.
  No, suéltame —gritó al caer de nuevo sobre la cama.
  No lo haré, ninguna mujer huye de mí —rezongó Edward, colérico—. Y mucho menos mi mujer.
  No entiendes —trató de explicarle ella, y al fin logró soltarse para correr hacia el baño con una mano sobre la boca.
Edward saltó desnudo de la cama y la alcanzó cuando entró en el baño. Con un brazo sobre sus hombros y el otro alrededor de su estómago, la sostuvo con cuidado sobre la taza del inodoro.
Bella estaba avergonzada, pero se sentía demasiado débil para protestar, cuando Edward, con una extraña suavidad, la envolvió en una toalla y la hizo sentarse en un banco. Ella lo observó fascinada mientras, inconsciente de su desnudez, abría las llaves del agua de la bañera. Luego cogió una toallita y se arrodilló a su lado. Le sujetó la barbilla con una mano y le limpió con ternura el rostro, sin dejar de hablar.
  Lo siento, Bella, me olvidé del bebé. Pensé que querías huir... bueno, no sé lo que pensé. Como de costumbre me comporté de una forma arrogante y decidí retenerte en la cama, hasta que comprendí.
  Ya estoy bien —murmuró ella, y al alzar la vista para mirarlo a la cara, se sorprendió al ver en sus ojos un profundo remordimiento.
  ¿Siempre es así?
  Casi todas las mañanas.
  Y yo soy el culpable. Debes de odiarme —se irguió y se pasó una mano por el pelo—. En este momento, no me agrado mucho —murmuró.
Durante la media hora siguiente, Bella vio que la trataba con unos cuidados tan solícitos que no podía creerlo.
Edward insistió en ayudarla a bañarse; le lavó el pelo con el mismo cuidado que tendría una madre con su bebé.
Luego la dejó sola unos minutos y Bella lo oyó dar unas breves órdenes por teléfono. Cuando regresó, la ayudó a salir de la bañera, la envolvió en otra toalla y la secó con suavidad antes de llevarla al dormitorio y arroparla con ternura en la cama.
  Quédate ahí y no te muevas —se irguió, impaciente—. ¿Dónde está la doncella? Le pedí… té y pan tostado, ¿no es eso…? Creo recordar que los gemelos me lo dijeron —se dirigió a la puerta—. Pensé que exageraban tu malestar, pero ahora sé que no fue así. Iré a ver por qué tardan tanto.
  Edward… —pronunció su nombre con voz ronca.
  ¿Sí? —titubeó, con una mano en el picaporte, y Bella sonrió.
  ¿No te has olvidado de algo?
  ¿De qué? Dímelo —la miró a la cara, con una expresión preocupada, y añadió—: Pediré que te traigan lo que quieras.
  Bien, no quiero darte órdenes, Edward, pero creo que como tu mujer, preferiría que no salieras desnudo, no me gustaría que escandalizaras a la servidumbre —se echó a reír cuando, quizá por primera vez en su vida, Edward se sonrojó de la cabeza a los pies.
  Oh, diablos —cruzó a toda prisa la habitación, entró en el baño y unos segundos después reapareció envuelto en una toalla—. Podrías habérmelo dicho antes, Bella —se quejó.
  ¿Y privarme de una visión tan agradable? De ninguna manera —rió, y Edward se unió a su risa. Se acercó a la cama y la besó en la frente.
  ¿Así que eres una mujer lasciva? Compórtate, ahora vuelvo —le pidió, y salió de la habitación.
Con la cabeza sobre la almohada, Bella se sintió mejor que en las últimas semanas. Amaba a Edward y al fin lo había reconocido, ¿pero qué podía hacer?, se preguntó, y analizó su caso.
En el lado positivo encontró: A, estaba casada con él. B, era un amante maravilloso. C, le había mostrado su lado tierno. D, sabía que le agradaban los niños, porque lo había visto con los gemelos, así que querría a su propio hijo.
En el aspecto negativo: A, él no la amaba. B, era un conquistador y C, no se detenía ante el chantaje para salirse con la suya.

Suspiró; lo positivo apenas superaba a lo negativo. Pensó en Alice y Jasper y en la fiesta sorpresa. Era increíble que lo que había empezado como una estúpida apuesta hubiera cambiado su vida. Había salido con Edward por una apuesta y había acabado casado con él, aunque si era sincera, era lo que siempre había querido. ¿Por qué entonces no arriesgarse y continuar con su apuesta? Edward tal vez no la amaba, pero sí la deseaba, y ella a él. Con el tiempo y la cercanía, además de un hijo, ¿quién podría saber? La solución era sencilla. Esta vez apostaría por la pasión y lucharía por ganarse el amor de Edward…

5 comentarios:

  1. Bueno, ahora Edward se esta mostrando muy comprensivo y cuidadoso con Bella, pero no creo que sea solo por el bebé, aunque quiera que parezca así...
    Besos gigantes linda!!!
    XOXO

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  2. Bella no tiene muxa dignidad ni resistencia pero bueno al final conseguirá q la ame aunque no sé cuanto tendrá q sufrir en el proceso

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  3. Bella no tiene orgullo propio, y cae muy fácil , pero la historia esta muy bien.. Deberías cambiar los colores del blog ,es bastante incomodo para leer...

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  4. Umm Bella tiene la esperanza que Edward se enamore de ella

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  5. Edward a veces actúa de forma bipolar !!

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