*
Un marido infiel *
Disclaimer: Los personajes
no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Michelle Reid yo solo me
adjudico la adaptación para su disfrute.
Summary: Bella y Edward tenían
tres hijos y formaban un sólido matrimonio, o al menos eso era lo que Bella
pensaba, Pero su feliz existencia se hizo añicos cuando supo que Edward tenía
una aventura, entonces se dio cuenta de que, a lo largo de los años, sus vidas se
habían separado cada vez más.
Quería
salvar su matrimonio, pero tal vez fuera ya demasiado tarde, si Edward había llevado
su infidelidad hasta sus últimas consecuencias, ¿podría perdonarlo alguna vez?
CAPITULO 1
El teléfono empezó a sonar cuando
Bella, después de dejar a los mellizos acostados, bajaba las escaleras. Maldijo
entre dientes, se colocó sobre la cadera al pequeño Anthony y bajó
apresuradamente los últimos escalones para descolgar el teléfono del recibidor.
Se detuvo paralizada al verse reflejada en el espejo que había sobre la mesita
del teléfono.
« ¡Dios mío, estás hecha un
desastre!», se dijo con desconsuelo. El pelo, de un castaño opaco y recogido en
un moño medio despeinado, estaba húmedo y le caía sobre la frente. Tenía las
mejillas coloradas y la camisa azul claro mojada en varios sitios, allí donde
sus tres hijos, a los que acababa de bañar, la habían salpicado. Anthony empeoraba
el aspecto de su madre todavía más tirando de los botones de su camisa, esforzándose
por descubrir uno de sus pechos. Si ya normalmente era un niño inquieto, en
aquellos momentos estaba, además, cansado e impaciente.
-
No -le dijo Bella con dulzura
pero con firmeza, quitándole la mano de la camisa- Espera.
Besó su cabecita y descolgó el
teléfono, sin dejar de fruncir el ceño ante lo que veía en el espejo.
-
¿Diga? -dijo distraídamente, sin
darse cuenta de la pequeña pausa que hizo la otra persona antes de responder.
-
¿Bella? Soy Rosalie.
-
¡Hola, Rose!
Bella hizo un gesto de sorpresa y
se relajó al escuchar a su amiga, y al hacerlo se dio cuenta de que, hasta ese
momento, había estado muy tensa, lo que hizo que volviera a ponerse tensa de
nuevo. Estaba perpleja, últimamente, se había sorprendido muy tensa demasiadas
veces.
-
¡Anthony, por favor! ¡Espera!
El niño gruñó y ella, en broma,
le devolvió otro gruñido. En sus ojos cafés se reflejaba todo el amor y la
alegría que sentía por su hijo. Era el más exigente de sus hijos y el de peor
carácter, pero lo quería tanto como a los gemelos. ¿Cómo no iba a quererlo si
tenía los mismos ojos verdes de su padre?
-
¿Todavía no has acostado a esos
mocosos? - dijo Rosalie con un suspiro.
No se molestaba en ocultar que
para ella, los niños eran un incordio. Aunque era el modelo de mujer
triunfadora, no tenía tiempo para los niños. Era alta y rubia, y su vida
transcurría en un nivel muy diferente al de Bella. Rosalie era la sofisticada mujer
de mundo, mientras que Bella era la abnegada ama de casa y madre de familia.
Pero era la mejor amiga de Bella.
En realidad, era la única amiga que Bella había conservado desde los tiempos
del instituto. La única que vivía en Londres, como Edward y ella. Las demás,
por lo que ella sabía, seguían viviendo en Cheshire.
-
Dos ya están en la cama y uno
está a punto -dijo Bella-. Anthony tiene hambre y está impaciente.
-
¿Y Edward? ¿Todavía no ha
llegado?
Bella detectó el tono de
desaprobación de su amiga y sonrió. A Rosalie no le gustaba Edward. Saltaban
chispas entre ellos cada vez que se veían.
-
No - respondió Bella, y añadió
con cierta tristeza-: así que puedes meterte con él cuanto quieras, que no te
va a oír.
En realidad, era una vieja broma
entre las dos amigas.
Bella nunca se había molestado
porque Rosalie le manifestara su opinión acerca de Edward. Siempre había
permitido que le dijera a ella lo que no se atrevía a decirle a Edward a la
cara. Pero, aquella vez, un extraño silencio siguió su comentario.
-
¿Ocurre algo? - le preguntó a Rosalie.
-
Maldita sea -dijo Rose entre
dientes- Sí, la verdad es que sí. Escúchame, Bella. No me siento muy mal por
hacer esto, pero tienes derecho a…
Justo en aquel momento, un diablillo
en pijama apareció en lo alto de la escalera y la bajó a toda velocidad,
convertido en piloto de caza y disparando la ametralladora de su avión.
-
Necesitamos agua -informó el
piloto a su madre, desapareciendo por el pasillo en dirección a la cocina.
-
Mira… -dijo Rose con
impaciencia-, ya veo que estás ocupada. Te llamo después… o mañana. Yo…
-
¡No! - intervino Bella de
repente- ¡No cuelgues!
Estaba distraída, pero no tanto
como para no darse cuenta de que lo que Rose quería decirle era importante.
-
Espera un momento que voy a
ocuparme de estos mocitos.
Dejó el auricular sobre la mesa y
fue a buscar a su hijo mayor.
Bella no era alta, pero era esbelta
y tenía una bonita figura. Sorprendentemente bonita, teniendo en cuenta que
había dado a luz a tres niños. Sin embargo, no era del todo extraño porque,
siempre que encontraba tiempo, acudía al gimnasio local, donde nadaba, hacía
aerobic y jugaba al badmington,
-
¡Te pillé con las manos en la
masa! dijo sorprendiendo a su hijo con la mano en la lata de las galletas. Lo
miró con severidad y el niño se puso colorado- Está bien, pero llévale una a Nessie.
Y no quiero ver ni una miga en la cama -dijo viéndolo salir corriendo, con una
sonrisa triunfal, por si su madre cambiaba de opinión.
-
¡A que estás casada con un
sinvergüenza! -exclamó Rose. - ¡Maldita
sea, Bella, te está tomando el pelo! ¡No está trabajando, está saliendo con
otra mujer!
Aquellas palabras golpearon a Bella
como un látigo.
-
¿Qué? ¿Esta noche? –se oyó decir,
sintiéndose como una estúpida.
-
No, no esta noche en particular
-respondió Rose con pesar- Algunas noches, no sé si muchas o pocas. Lo único
que sé es que tiene una aventura. ¡Y todo Londres lo sabe menos tú!
Se hizo el silencio. A Bella se
le heló el aire en los pulmones, fue como si le clavaran alfileres en el pecho.
-
Perdóname, Bella… -dijo Rose con
voz grave, tratando de hablar con suavidad - No creas que me gusta esto, no
importa que…
Rose iba a decir qué poco le
gustaba Edward y cuánto le gustaría verlo caer, pero se contuvo. No era ningún
secreto que no se gustaban mutuamente, y que sólo se soportaban por Bella.
-
Y no creas que te digo esto sin
estar segura -añadió-. Los han visto en varios lugares. En algún restaurante…
ya sabes, demasiada intimidad para que se tratara de una reunión de negocios.
Pero lo peor es que los he visto con mis propios ojos. Mi último novio vive en
el mismo bloque que Tanya Denalí, los he visto salir y entrar muchas veces…
Bella había dejado de escuchar.
No dejaba de recordar ciertas cosas, indicios que convertían lo que Rose decía
en algo demasiado probable para que pudiera tomárselo como si fuera una simple
habladuría. Detalles en los que debía haber reparado hacía semanas. Pero había
estado demasiado ocupada, demasiado absorta en sus propios asuntos para darse
cuenta. Nunca había desconfiado del hombre cuyo amor por ella y por sus hijos
no había puesto en duda jamás.
En aquellos momentos, se daba
cuenta de muchas cosas. El frecuente mal humor de Edward, su irritación con
ella y con los niños, las numerosas veces que se había quedado en su estudio en
lugar de subir a acostarse con ella.
Se estremeció de la cabeza a los
pies. Cerró los ojos y recordó que, otras veces anteriores, Edward había
querido hacer el amor y ella le había respondido que estaba demasiado cansada.
Pero ella creía que habían
solucionado aquel problema. Pensaba que, desde hacía un par de semanas, desde
que Anthony dormía sin despertarse en toda la noche y ella estaba más
descansada, todo había vuelto a la normalidad.
Sólo habían pasado unas noches
desde que hicieran el amor con tanta ternura que Edward se había estremecido
entre sus brazos al despertar. ¡Dios…!
-
Bella…
¡No! ¡Ya no podía seguir
escuchando a su amiga!
-
Tengo que colgar -dijo con voz grave-,
tengo que dar de comer a Anthony.
En aquel momento, recordó algo
mucho más doloroso que el mal humor de Edward.
Recordó el delicado aroma de un
caro perfume de mujer que una mañana descubrió en una de las camisas de su
marido al recogerla para echarla a la lavadora. Estaba impregnado en el algodón
de la camisa. En el cuello, en los hombros, en la pechera. El mismo delicado
aroma que Bella había detectado sin reconocerlo desde hacía algunas noches,
cada vez que su marido volvía a casa tarde y la saludaba con un beso. En su mejilla,
en el cuello, en el pelo… ¡Qué estúpida había sido!
-
No, Bella, por favor, espera…
Colgó bruscamente y el auricular
se le cayó de las manos, golpeó sonoramente sobre sus piernas y sobre el suelo
y quedó a los pies de la escalera. Imaginaba a Edward. Lo imaginaba con otra
mujer, teniendo una aventura, haciendo el amor, ahogándose en suspiros…
Le dieron náuseas y se cubrió la
boca con una mano, apretando el puño contra sus fríos y temblorosos labios.
El teléfono sonó otra vez. Un
llanto cansado que provenía de la cocina se mezcló con el sonido del teléfono.
Se puso de pie. Poseída de una extraña calma, levantó el auricular y lo volvió
a colgar. Luego, con la misma calma, que no era más que una manifestación del
profundo choque que acababa de sufrir, lo agarró, lo dejó descolgado y se
dirigió a la cocina.
Nada más terminar su cena, Anthony
se durmió. Se tumbó boca abajo, hecho un ovillo, abrazado a un osito de
peluche. Bella se quedó mirándolo un buen rato, aunque sin verlo realmente, sin
ver nada en absoluto.
Se le había quedado la mente en
blanco. Echó un vistazo a las habitaciones de los mellizos.
Emmett estaba dormido, con las
sábanas arrugadas a los pies de la cama, como siempre, y los brazos cruzados
sobre la almohada. Se acercó, le dio un beso y lo tapó.
De sus hijos, Emmett era el que
más se parecía a su padre, cobrizo y con una barbilla prominente, señal de su
carácter decidido, como el de su padre. Era alto y fuerte, igual que Edward a
la misma edad, tal y como había visto fotos del álbum de su suegra.
Luego, fue a ver a su hija. Nessie
era muy diferente a su hermano mellizo. Al entrar por la mañana en su
habitación, se la encontraba siempre en la misma posición en que se había
dormido. Nessie tenía el pelo sedoso y castaño, esparcido sobre la almohada.
Era el ojito derecho de Edward, que no ocultaba su adoración por su princesa de
ojos cafés. Y la pequeña lo sabía y explotaba la situación al máximo.
¿Cómo podía Edward hacer algo que
le pudiera doler a su hija? ¿Cómo podía hacer algo que pudiera rebajarlo a ojos
de su hijo mayor? ¿Podía ponerlo todo en peligro sólo por el sexo?
¿Sexo? Le dieron escalofríos. Tal
vez era algo más que sexo, tal vez era amor, un amor verdadero. La clase de
amor por la que un hombre lo traiciona todo.
Pero, tal vez, fuera todo
mentira. Una mentira sucia y estúpida, y ella estaba cometiendo con él la mayor
de las indignidades con tan sólo suponerlo capaz de algo así.
Pero recordó el perfume, y las
muchas noches que había pasado fuera, echándole las culpas al contrato de Harvey's.
¡Maldito contrato!
Se tambaleó y salió de la
habitación de Nessie para dirigirse a su cuarto, donde, la semana anterior, se
habían encontrado de nuevo y habían hecho el amor de una manera muy tierna por
primera vez en muchos meses.
La semana anterior. ¿Qué había
pasado la semana anterior para que él volviera a ella de nuevo? Que ella había
hecho un esfuerzo, eso es lo que había ocurrido. Ella había estado muy
preocupada por cómo iba su matrimonio y había hecho un esfuerzo.
Había dejado a los niños con su
madre y había cocinado el plato favorito de Edward. Se había puesto un vestido
de seda negro y habían cenado con velas, sin embargo, recordó la tensión del
rostro de Edward al estar desnudos en la cama, una tensión que él achacaba a menudo
al estrés, y sintió un escalofrío.
Cerró la puerta y se dirigió al
cuarto de estar. Se daba cuenta de muchas cosas, cosas que en su estúpida
ceguera no había visto hasta entonces.
La fuerza con que la había
agarrado por los hombros, en un intento desesperado, pero evidente de guardar
distancias. La triste mirada de sus ojos verdes mientras observaba su boca. El
suspiro con que había recibido su confesión: «Te quiero, Edward», le había
dicho, «siento mucho que haya sido muy difícil vivir conmigo».
Edward había cerrado los ojos y
tragado saliva, frunciendo los labios y apretando los puños sobre sus hombros
hasta que ella sintió dolor. Luego, la había estrechado entre sus brazos y
había hundido el rostro en su cuello, pero no había dicho una palabra, ni una
sola palabra; ni una disculpa, ni una declaración de amor, nada.
Pero habían hecho el amor con
mucha ternura, recordaba con un dolor que recorría todo su ser. Fuera cual
fuese su relación con la otra mujer, todavía lo deseaba con pasión, con una
pasión que no podría sentir por ningún otro hombre.
¿O tal vez sí? ¿Qué sabía ella de
los hombres? Había conocido a Edward con diecisiete años. Había sido su primer
amante, su único amante. Ella no sabía nada de los hombres.
Y, por lo visto, nada de su
marido.
Vio su rostro reflejado en el
espejo que había sobre la chimenea de mármol y lo miró fijamente. Estaba pálida
y tenía un rictus de tensión en los labios, pero, por lo demás, su aspecto era
el normal. Ni sangre ni cicatrices. La misma Bella Cullen de siempre.
Veinticuatro años, madre y esposa, por ese orden. Sonrió amargamente.
Aquella era una verdad a la que
nunca se había atrevido a enfrentarse.
«Lo querías», se dijo, «y lo
conseguiste, en el corto espacio de seis meses. No está mal para una ingenua
muchacha de diecisiete años». Pero Edward tenía veinticuatro años, pensó con
cinismo, y la suficiente experiencia como para dejarse atrapar por el truco más
viejo del mundo.
Pero, entonces, el cinismo la
abandonó. No había sido ningún truco, no tenía derecho a denigrarse a sí misma
llamando truco a algo que en absoluto lo fue. Tenía diecisiete años cuando
conoció a Edward, y era muy inocente. Era la primera vez que iba a una
discoteca, acompañada de un grupo de amigas que se rieron de su miedo a que les
preguntaran la edad y no les dejaran pasar.
-
¡Oh, vamos! -le dijeron- Si te
preguntan cuántos años tienes, miénteles, como hacemos nosotras.
Fue consciente de la presencia de
Edward desde el momento de entrar. Era fuerte, delgado y blanco, y muy
atractivo, tanto como una estrella de cine. Sus amigas también advirtieron su
presencia, y se rieron tontamente al comprobar que no ocultaba su interés por
ellas. Pero, en realidad, era a Bella a quien estaba mirando.
Bella, con su pelo largo, castaño
y ondulado, que le caía hasta los hombros y enmarcaba su preciosa cara.
Su amiga Alice la había
maquillado y le había prestado una de sus minifaldas ajustadas y un pequeño top
que dejaba al descubierto su ombligo cada vez que giraba al ritmo de la música.
Si sus padres la hubieran visto así vestida, se habrían muerto del susto. Pero
estaba pasando el fin de semana en casa de Alice, mientras sus padres se habían
ido a visitar a unos parientes, así que no podían ver cómo su única hija pasaba
el tiempo mientras ellos estaban fuera.
Y fue a Bella a quien Edward se
acercó cuando pusieron una canción lenta. Le dio un toquecito en el hombro para
que se volviera y sonrió, con gracia y confianza en sí mismo. Consciente de la
envidia de las otras chicas, dejó que la tomara entre sus brazos sin una
palabra de protesta. Bella todavía podía recordar aquel hormigueo al sentir su
tacto, su proximidad, su suave pero firme masculinidad.
Bailaron durante mucho rato antes
de que él hablara.
-
¿Cómo te llamas?
-
Bella -le respondió ella con
timidez- Bella Swan.
-
Hola, Bella Swan -dijo Edward con
un murmullo-. Edward Cullen.
Cuando estaba absorbiendo todavía
las dulces resonancias de su voz suavemente modulada, Edward le puso la mano
bajo el top y ella se estremeció al sentir su tacto sobre la piel desnuda de la
espalda, Edward la atrajo hacia sí, pero no hizo ningún Intento de besarla,
tampoco le dijo que saliera del local con ella y dejara a sus amigas. Tan sólo
le pidió el número de teléfono y prometió llamarla muy pronto. Bella pasó la semana
siguiente pegada al teléfono, esperando con impaciencia su llamada.
En su primera cita, la llevó en
coche. Un Ford rojo.
-
Es el coche de la empresa –le dijo
con una sonrisa que no llegó a comprender bien.
Amablemente, pero con una
intensidad que le hacía contener el aliento, Edward le dio confianza para que
le hablara de sí misma. De su familia, de sus amigos, de sus gustos. De su
ambición de estudiar Arte para dedicarse a la publicidad. Al decirle aquello, Edward
frunció el ceño y le preguntó su edad. Incapaz de mentir, Bella se sonrojó y le
dijo la verdad. Edward frunció el ceño todavía más y ella se mordió el labio porque
sabía que lo había echado todo a perder.
Edward la llevó de vuelta a casa
y se despidió con un escueto «Buenas noches». Bella se quedó destrozada.
Durante muchos días, apenas comió y no pudo dormir. Estaba a punto de tener un
problema serio de salud cuando Edward la llamó una semana más tarde.
La invitó al cine. Bella se sentó
a su lado en la oscuridad y no dejó de mirar la pantalla, pero no vio nada,
sólo podía concentrar su atención en la proximidad de Edward, en el sutil aroma
de su colonia, en su rodilla a unos centímetros de la suya, en el tacto de sus
hombros, que se rozaban. Con la boca reseca, tensa y con temor a hacer cualquier
movimiento por no echarlo todo a perder una segunda vez, no pudo evitar un gritito
cuando él le agarró la mano. Con expresión seria entrelazó sus dedos.
-
Tranquila -murmuró-. No voy a
morderte.
El problema era que ella estaba
deseando que la mordiera. Incluso entonces, ingenua como era, sin saber cómo
debía comportarse con un hombre, lo deseaba con una desesperación que debía ser
patente en su rostro. Edward murmuró algo y apretó su mano entre la suya
mientras volvía a concentrarse en la película. Aquella noche la besó con tal
deseo que Bella sintió cierto temor antes de que la dejara marchar.
En su siguiente salida, la llevó
a un restaurante muy tranquilo y no dejó de mirarla durante la cena, mientras
le contaba cosas acerca de sí mismo. Acerca de su trabajo como vendedor en una
gran empresa de ordenadores que le obligaba a viajar por todo el país. Acerca
de su ambición de tener su propia empresa, de cómo ahorraba todas sus
comisiones para poder hacerlo algún día.
Hablaba con tal calma y suavidad que
Bella tenía que inclinarse hacia delante para no perderse palabra de lo que
decía.
No dejaba de mirarla, no para
observarla, sino para absorberla. Cuando la llevó a casa, Bella estaba en
peligro de explotar por la tensión sexual acumulada. Sin embargo, se limitaron
a darse un beso. Lo mismo sucedió otra media docena de veces, hasta que un día,
inevitablemente, en vez de llevarla al cine la llevó a su apartamento.
Después de aquel día, apenas iban
a otros lugares.
Estar solos y hacer el amor se
convirtió en lo más importante de sus vidas.
Edward se convirtió en lo más
importante, por encima de sus notas, de sus ambiciones, de la opinión de sus
padres, que no paraban de manifestarle su desaprobación sin menoscabar lo que
sentía hacia Edward.
Tres meses más tarde, y después
de que Edward estuviera fuera dos semanas, ella le estaba esperando en el
apartamento.
-
¿Qué haces aquí? -le preguntó Edward.
Sólo en el momento de recordarlo,
siete años más tarde, se daba cuenta de que no le había gustado encontrarla
allí. Tenía el rostro serio y cansado, igual, pensaba Bella sentada en el
cuarto de estar de su casa, que en los últimos meses.
-
Tenía que verte -le dijo,
agarrándolo de la mano y arrastrándolo al interior del apartamento. Inevitablemente,
hicieron el amor, luego ella hizo café y lo bebieron en silencio. Edward, que
sólo llevaba un albornoz, se sentó en su viejo sillón de orejas y ella se hizo
un ovillo a sus pies, y se abrazó a sus rodillas.
Entonces, le dijo que estaba
embarazada. Edward no se movió ni dijo nada y ella no lo miró. Edward le
acarició el pelo y ella apoyó la cabeza en la pierna.
Al cabo de unos momentos, Edward
dio un largo y profundo suspiro. Agarró a Bella y la sentó en su regazo. Ella
encogió las piernas, como una niña, como Nessie cuando se sentaba en brazos de
su padre para buscar consuelo.
-
¿Estás segura?
-
Completamente -dijo Bella,
asiéndose a él, asiéndose al eje sobre el que giraba su vida- Me retrasé en el
período y compré una de esas pruebas que venden en la farmacia. Ha dado
positiva. ¿Crees que puede ser incorrecta? ¿Voy al médico antes de que
decidamos algo?
-
No -dijo Edward-. Así que estás
embarazada. Me pregunto cómo ha ocurrido _añadió pensativamente.
Bella se rió nerviosamente.
-
Es culpa tuya -le dijo- Eres tú
el que tiene que tomar precauciones.
-
Y eso he hecho -replicó él-
Bueno, al menos tenemos tiempo de casaros antes de que toda la ciudad se entere
de por qué lo hacemos.
Y aquello fue todo. La decisión
estaba tomada. Edward se ocupó de todo, evitando que ella sufriera cualquier
pregunta indiscreta, cualquier inconveniente, ayudándola a soportar la
decepción que suponía para sus padres.
Una vez más, fue siete años más
tarde, cuando se dio cuenta del verdadero significado de sus palabras: «Al
menos tenemos tiempo de casarnos antes de que toda la ciudad se entere de por
qué lo hacemos». Y, por primera vez, pensó que, tal vez, en otras
circunstancias, Edward no se habría casado.
Ella lo había atrapado. Con su
juventud, su inocencia, con su confianza infantil y su ciega adoración. Edward
se había casado con ella porque creía que era lo que tenía que hacer. El amor
no tenía nada que ver con el asunto.
El sonido de una llave en la
puerta principal la devolvió al presente. Se dio la vuelta. Sentía una extraña
calma, un extraño alivio. Miró al reloj de pared. Eran las ocho y media. Edward
no iba a volver a casa hasta varias horas después.
Tenía una cena de negocios, le
había dicho. Qué burda le pareció aquella excusa, se dijo sonriendo amargamente
y acercándose a la puerta del cuarto de estar.
Edward le daba la espalda. Bella
se dio cuenta de la tensión de los músculos del cuello y de la rigidez de su
espalda bajo la tela de su abrigo negro.
Se dio la vuelta lentamente y
sonrió. Bella observó su rostro cansado, pálido.
Edward miró al teléfono
descolgado. Se acercó, dejó la cartera de cuero en el suelo, y levantó el
auricular. La mano le temblaba ligeramente al dejarlo en su lugar.
Rose debía haberlo llamado. Debía
haber sentido pánico al ver que ella se negaba a contestar al teléfono y lo
había llamado para decirle lo que había hecho. Le habría gustado oír aquella
conversación, pensaba Bella. La acusación, la defensa, la confesión y el
veredicto.
Edward la miró, y ella dejó que
la observara durante unos instantes. Luego, sin decir nada, se dio la vuelta y
volvió al cuarto de estar.
Era culpable. Lo llevaba escrito
en su aspecto. Culpable sin atenuantes.
Espero que sea de su agrado, arrancamos con nueva historia.
Nos leemos la siguiente semana.
Besos Ana Lau
Me gusta mucho y me da pena que Bella lleve esa vida tan enclaustrada, debería salir y hacer vida fuera de casa
ResponderBorrarMuy bueno, actualiza pronto :)
ResponderBorrarBueno, esperó que Edward sea consciente de lo que esta perdiendo por una aventura, porque no creó que le dure mucho la calentura...
ResponderBorrarBesos gigantes !!!
XOXO
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarwowwwwww pobre Bella y Edward es un Idiota
ResponderBorrareste fic ya lo había leído pero al ver esta historia no se pero me dieron ganas d evolver a leerlo asi que te sigire ana lau atte Paty
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