Disclaimer: Los personajes
no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Michelle Reid yo solo me
adjudico la adaptación para su disfrute.
CAPÍTULO 9
Bella seguía mirando fijamente el
teléfono cuando Edward llegó unos minutos más tarde. Él la vio nada más entrar
y se detuvo al instante.
-
¿Qué ocurre? -le preguntó con
impaciencia, dándose cuenta de que Bella sufría una especie de conmoción.
Bella se llevó la mano a la
mejilla. La tenía helada.
-
Tanya acaba de llamar –le dijo-.
Quiere que la llames.
Sin dejar de mirar a Edward, se
preguntó si se desmayaría o se echaría a llorar.
Edward se sonrojó y dio un
suspiro. Pocas veces había visto Bella tanta emoción en sus ojos.
Edward dejó caer la cartera y
suspiró con los dientes apretados.
Luego se acercó a una paralizada Bella,
la apartó de su camino y se dirigió a su estudio. Entró y cerró la puerta. Bella
se quedó mirándolo, haciéndose preguntas acerca de lo que acababa de ocurrir
entre ellos, además del holocausto que tenía lugar en su interior.
¿Edward reaccionaba así ante la
simple mención del nombre de Tanya? Bella contuvo un sollozo, negándose a
dejarse llevar por lo que ocurría en su interior.
¡Al saber que Tanya acababa de
llamar, Edward había corrido al teléfono como un poseso!
Estaba con Anthony en el salón
cuando Edward entró buscándola. Estaba pálido, y aunque de sus rasgos había
desaparecido todo rastro de emoción, podía ver huellas de la conmoción que
sentía en sus ojos. Nessie corrió hacia él para abrazado, como de costumbre,
pero sólo recibió una caricia en el pelo. Emmett estaba viendo la televisión y Anthony
estaba cansado, así que se limitó a dirigir una mirada a su padre antes de volver
a sumergirse en el cálido abrazo de su madre.
Edward miraba fijamente a Bella.
-
Lo siento -dijo con voz grave- Le
dije que no llamara aquí nunca.
-
No importa.
-
¡Claro que importa! -exclamó Edward
violentamente. Los niños se dieron la vuelta para mirado. Se pasó la mano por
el pelo, tratando de tranquilizarse. –Emmett… Nessie. Quedaos con Anthony un
momento mientras yo hablo con mamá.
Sin dar lugar a una respuesta,
levantó a Anthony y lo dejó sobre la moqueta, entre las piernas de Emmett.
Luego dirigió a sus tres sorprendidos hijos una mirada tranquilizadora.
Se dio la vuelta y agarró a Bella
de la mano. Al llegar a su estudio, la soltó.
-
Le dije que no debía llamar aquí
-repitió- ¡Le dije que si era muy urgente, le dijera a la señora de la limpieza
que me llamara en su lugar! ¡Pero que ella no llamara nunca!
-
Ya te he dicho que no importa.
-
¡Pero sí importa! -estalló Edward
ferozmente- ¡Te ha hecho sufrir, y no quiero que eso ocurra! -Entonces, lo que
tenías que haber hecho…
Bella se interrumpió porque no
quería insultarlo y, encogiéndose de hombros, se acercó a su mesa.
-
¿Cómo es que sigue trabajando
para ti? -le preguntó entre dientes- Si decías que todo había terminado.
-
No trabaja para mí -dijo Edward-.
Trabaja para mi bufete de abogados. Hace meses que le pasé todos mis asuntos a
uno de sus compañeros.
Bella no lo creía. Tenía grabada
la expresión de su cara cuando le dijo que Tanya acababa de llamar. Todavía
recordaba cómo la había apartado para correr a llamarla.
-
Entonces, ¿por qué te ha llamado?
Edward suspiró. Bella estaba
segura de que trataba de controlar las emociones que le había provocado la
llamada de Tanya.
-
Era la única que estaba en la
oficina cuando llegó una información muy importante por fax -le explicó Edward-.
Lo bastante importante como para que yo lo supiera inmediatamente. Y no había
nadie más en el bufete.
-
Oh -exclamó Bella, que no podía
pensar en algo más que decir- Bueno, pues asegúrate de que no vuelva a llamar
-añadió fríamente, para acabar con el asunto.
Pero el incómodo silencio que se
hizo a continuación, le decía que aún no había concluido.
-
El caso es que -dijo Edward con
prudencia:- tengo que marcharme. Ha surgido un problema legal con el negocio de
Liverpool y tengo que volver a la oficina para solucionarlo personalmente.
La compra de Harvey's y el
negocio de Liverpool, ¿dónde estaba la diferencia?
-
Claro que sí. Tú tienes que irte
-dijo con tal acidez que fue como una bofetada en la cara-, y yo tengo que
meter a los niños en la cama.
Lo empujó con la intención de
abandonar el estudio. Pero Edward la detuvo.
-
No -exclamó-. Voy a mi oficina,
no a la de Tanya. No voy a verla. No quiero verla. Estaré en la otra punta de
Londres, ¿lo entiendes?
¿Entender? Sí, por supuesto, Bella
lo entendía todo.
Le estaba pidiendo que confiara
en él. Pero no podía. Tal vez nunca volviera a confiar en él.
-
Tengo que acostar a Anthony- murmuró
y le empujó para salir de la habitación.
Aquello ocurrió un viernes. Al
lunes siguiente, Edward se marchó a Liverpool para atar los cabos sueltos del
contrato antes de las vacaciones de Navidad. Y después de un horrible fin de
semana, durante el cual los dos se comportaron con exquisita cortesía, Bella
sintió alivio al verlo partir.
Pero hicieron el amor el domingo
por la noche. Y, en medio de sus desesperados intentos por conseguir algún
nivel de mutua satisfacción, Edward rompió una de las estrictas reglas que se
habían instituido entre ellos y le habló. Le pidió que le perdonara. Bella le
dijo que se callara, para no estropear más las cosas. Edward se mordió la
lengua, pero, cuando la penetró, lo hizo con una ansiedad tal que rayaba en el tormento.
Al terminar se separó de ella y hundió el rostro en la almohada. Bella sintió
entonces la desesperada necesidad de consolarlo, pero no pudo, porque habría sido
concederle algo demasiado importante.
El problema era que ya no sabía
qué era aquello tan importante, porque había empezado a perder la noción de las
causas que los separaban.
«Tanya», recordó, «Tanya».
Pero incluso aquel nombre
empezaba a perder el poder de hacerle tanto daño como antes.
Los días siguientes, Bella se
sumergió en los apresurados preparativos de las fiestas de Navidad. Ignoró las
frecuentes molestias de su estómago y se dispuso a limpiar y reordenar las
habitaciones. La noche que volvía Edward, consideró seriamente si no sería
mejor meterse en la cama y descansar.
Estaban todos en el salón,
tratando de poner en pie el enorme árbol de Navidad que acababan de traer,
cuando se abrió la puerta y entró Edward. Una sonrisa suavizó sus duros rasgos
al ver los esfuerzos de su mujer y sus hijos para sostener el árbol.
-
Veo que para algunas pequeñas
tareas todavía hago falta -dijo en broma, atrayendo la atención de sus hijos.
Los niños abandonaron a Bella y
corrieron hacia Edward. Él, fingiendo terror, cayó en la moqueta mientras Nessie
y Emmett se abalanzaban sobre él gritando y riendo. El tercer miembro del trío
gateó como pudo hasta alcanzar los pies de su padre.
Bella observó la escena embobada,
mientras las agujas del pino se le clavaban en la palma de las manos.
Fue en aquel preciso instante, al
sentir una sensación de dulzura y afecto que jamás había experimentado, cuando
se dio cuenta del valor que tenía su vida. Amaba a su familia. Amaba el amor de
su familia.
Un amor sencillo que extendía sus
lazos de unos a otros y que los unía hasta tal punto que, cuando un eslabón se
rompía amenazando con romper la cadena, los demás volvían a unirse para
formarla otra vez.
El Edward de aquella escena era
el viejo Edward. No el que estaba tan cansado que no tenía tiempo de echarse en
el suelo para jugar con sus hijos, para disfrutar de ellos.
Anthony estaba sentado sobre él,
golpeándole el pecho con los puños.
-
Me rindo, me rindo -decía Edward,
mientras Emmett le sujetaba por los brazos para que Nessie pudiera hacerle
cosquillas sin piedad. Los dos niños sabían que Edward no podía hacer ningún
movimiento para salvarse mientras tenía a Anthony sentado sobre él- ¡Ayúdame, Bella!
¡Necesito ayuda!
Bella soltó el árbol,
asegurándose de que no caería sobre ellos antes de ir a agarrar a Anthony con
un brazo y atacar a Nessie con sus propias armas, dejando que Edward se las
entendiera con Emmett. Al cabo de unos segundos, el padre había doblado el brazo
de su hijo mayor sobre su espalda y no dejaba de darle besos.
-
¡Puaj! -protestaba Emmett, pero,
en realidad, disfrutando y riéndose como un loco.
No hay muchas formas de darle a
un niño de seis años los besos que necesita, pero que no se deja dar. Edward
estaba empleando el mejor truco, porque se los daba jugando. Cuando dejó al
niño en el suelo, estaba loco de felicidad, aunque sin dejar de hacer gestos de
asco. Luego se moría de risa cuando su padre persiguió a Nessie, que no paraba
de chillar, pero que, en realidad, estaba deseando que Edward la abrazara y la cubriera
de besos.
Anthony observaba con una sonrisa
de felicidad y Bella se abrazó a él. El cálido cuerpo de su hijo la reconfortó,
aunque en realidad, lo que más deseaba era esperar a que le llegara el turno de
que Edward la persiguiera también a ella, como había hecho en el pasado.
Que Edward estaba pensando lo
mismo quedó claro cuando dejó a Nessie en el suelo y miró a Bella con
incertidumbre. Ella sintió una repentina timidez y le ofreció a Anthony,
agachando la mirada mientras Edward se tumbaba en el suelo jugando con su hijo
pequeño.
Precisamente en aquel instante,
el árbol de Navidad comenzó a inclinarse. Bella lo atrapó a tiempo, pero se le
echó encima. Otra mano, más grande y fuerte que la suya apareció de repente
para sostener el árbol, volviendo a ponerlo recto con gran facilidad.
-
Te ha arañado en la cara -dijo Edward,
tomándola entre sus brazos y besándola en la comisura de los labios y
acariciándola con la lengua- Hola -murmuró suavemente. Bella se sonrojó.
-
Hola -respondió con voz grave.
Edward la besó de nuevo, con
intensidad, ternura e intimidad. Fue un beso cálido y lleno de vida. Bella
cerró los ojos y se abandonó al abrazo de aquel cuerpo que conocía tan bien.
El sonido del timbre de la puerta
los separó. Sus hijos se apresuraron a abrir, porque a aquella hora esperaban a
Esme.
-
Tu madre va a llevarlos a oír
villancicos -dijo Bella.
-
¿Sí? -replicó Edward
distraídamente, sin dejar de mirar a Bella intensamente- Mejor -añadió con un
murmullo y la besó de nuevo, suavemente. No se separó de ella ni cuando su
madre entró en la habitación.
Bella ni siquiera la oyó. El amor
que creía perdido para siempre palpitaba en el fondo de su ser, alimentando una
deliciosa calidez en cada rincón de su cuerpo. Con un suspiro, que fue como el
suave murmullo de una brisa, le acarició los brazos y enterró los dedos en sus
cabellos.
Estaban sin respiración cuando se
separaron. Edward se volvió para saludar a su madre con una sonrisa. Esme
sonreía nerviosamente, pero la expresión de esperanza escrita en sus ojos, era
inequívoca.
Al poner los anoraks a los niños,
mientras Edward estaba fijando la posición del árbol, Bella recordó los cambios
que había hecho en el piso de arriba. Se mordió el labio preguntándose cómo se
lo diría, y pospuso el momento hasta que no tuviera más remedio.
Se despidieron de los niños y de
su abuela desde la puerta. Edward la agarraba por la cintura mientras Esme
salía por la puerta del jardín empujando el cochecito de Anthony y con los
mellizos correteando a su lado y sin parar de hablar.
Edward cerró la puerta. Después
del alboroto anterior, el silencio parecía muy extraño.
-
Ven conmigo mientras me cambio
-dijo Edward, ofreciéndole la mano a Bella.
Bella la agarró dócilmente y se
dejó llevar escaleras arriba hasta su dormitorio. Allí, Edward se separó de
ella con un suspiro y comenzó a desanudarse la corbata.
Bella lo miraba desde el umbral
de la puerta, retorciéndose las manos nerviosamente.
-
Edward…
Él, que no la oía, se dirigió al
baño.
-
Pero qué… -dijo saliendo
disparado y mirándola con asombro.
-
Tenía que poner a mis padres en
alguna parte -dijo Bella, poniéndose a la defensiva-, y ésta era la única
solución -dijo señalando la cama.
Había quitado del baño todos sus
objetos personales y vaciado uno de los armarios y había puesto su ropa con la
de Edward. Casi no había cabido, la había metido con tanta presión que tendría
que plancharla otra vez antes de ponérsela, pero…
-
¿Y dónde vamos a dormir tú y yo?
Bella señaló las otras
habitaciones con un gesto vago.
-
He comprado dos camas. Una la he
puesto en la habitación de Emmett y otra en la de Nessie. Tu madre puede dormir
con Nessie.
La madre de Edward siempre se
quedaba a dormir con ellos la Nochebuena porque le gustaba ver a sus nietos
abriendo los regalos el día de Navidad.
-
Yo dormiré con Anthony y tú con Emmett.
Sólo son dos noches, Edward –dijo apelando a su comprensión cuando lo vio a
punto de explotar- Sabes que no podemos poner juntos a los mellizos o no se
dormirán nunca. Están muy excitados y…
-
¡Maldita sea! -exclamó Edward-.
¿Qué te ocurre, Bella? ¿Por qué tengo que dejarle mi cama a tus padres? ¿Por
qué no pueden dormir en otra cama? ¿O haces esto porque quieres seguir
vengándote de mí? Porque, si es eso, te aviso: creo que ya he sufrido bastante.
Bella se indignó ante tal
injusticia.
-
¿Desde cuándo han sido mis padres
un problema para ti? ¡Sólo vienen una vez al año! ¡Ten algo de consideración
con ellos, por amor del Cielo! Saldrán para acá en cuanto cierren la tienda y
harán el camino de un tirón. Empiezan a ser mayores, y no creo que sea muy
cómodo para ellos dormir con los niños.
-
¡No puedo creer que estés
haciendo esto! -exclamó Edward, demasiado enfadado como para atender a
razones-. Vuelvo a casa después de una semana entera en Liverpool… ¡En Liverpool,
por Dios Santo! -dijo como si se tratara del fin de la Tierra-. Buscando un
poco de tranquilidad en mi propia casa. ¡En mi propia casa! Y me encuentro con
que me ha echado de mi habitación mi propia mujer, una mujer vengativa que no encuentra
bastantes maneras de… ¡No pasaría nada…! -continuó observando a una pálida Bella-.
No pasaría nada si la maldita casa fuera lo bastante grande para perderme en
ella si me daba la gana. Pero como tú te negaste a mudamos a una más grande, yo
tengo que pagar las consecuencias. ¡Yo! Un maldito millonario viviendo en una
casita de juguete con tres mocosos que no paran de hacer ruido y una mujer que…
Se interrumpió dirigiendo a Bella,
que estaba completamente pálida, una mirada furiosa.
-
¡Maldita sea! -exclamó-. ¡Maldita
sea! ¡Maldita sea!
-
¿Por qué no te vas a casa de Tanya?
-le sugirió Bella con voz temblorosa- ¡Puede que ella te trate mejor!
Giró sobre sus talones y salió
del dormitorio antes que Edward pudiera decir algo más. ¿Creía que era
vengativa? ¿Qué vivía en una casa de juguete? ¡Y a los niños! ¡Había llamado
mocosos a sus hijos!
Recogió los platos donde habían
cenado los niños y se dispuso a lavarlos. Podría haberlos metido en el
lavavajillas, pero aquella actividad le daba la oportunidad de descargar su
rabia.
Edward apareció a sus espaldas y
la apretó contra el fregadero.
-
Lo siento -dijo besándola en la
nuca- No quería decir eso.
Bella suspiró, restregando un
plato de tal modo que el dibujo corría el riesgo de desgastarse.
-
Entonces ¿por qué lo has dicho?
-
Porque… -dijo Edward, pero se
interrumpió para seguir besando a Bella en el cuello.
-
¿Porque qué? -insistió Bella.
-
Porque estaba decepcionado -dijo Edward-.
Porque he pasado toda la semana sin pensar en otra cosa que en esa maldita
cama. Porque me sentía culpable por haber olvidado el problema de tus padres.
Porque -dijo y se detuvo para dar un suspiro-, no quiero dormir con Emmett.
Quiero dormir contigo. Quiero despertarme la mañana de Navidad y ver tu cara
sobre la almohada. Porque… maldita sea, hay un millón de porqués. Pero todos
desembocan en una sola causa. Me he puesto así porque me has quitado el único
sitio donde me siento cerca de ti. Necesito esa cama, Bella, la necesito.
Con un repentino sollozo, Bella
dejó caer el plato que estaba fregando y se dio la vuelta para apoyarse en el
pecho de Edward.
-
Oh, Edward –susurró-. Estoy tan
triste.
-
Lo sé -dijo Edward con un suspiro
abrazándola y acariciando su espalda. Apoyó su cabeza en la de Bella y, una vez
más, su cuerpo se convirtió en su refugio.
Finalmente, Bella consiguió
calmarse y Edward la agarró por la barbilla para examinar su rostro. Ella le
dejó, tan silenciosa y petulante como Nessie.
-
Mi madre me va a matar si te ve
así -dijo Edward sonriendo- una mirada y me acusará sin escucharme.
Bella, a su pesar, le devolvió la
sonrisa. Pero Edward tenía razón. Esme siempre se ponía de su lado cuando
discutían, tuviera razón o no.
-
¿Me perdonas? -le preguntó Edward,
apartándole el pelo de la cara- Vamos a firmar un tregua, Bella. Vamos a ser
felices estas Navidades. Incluso cederé muestra maldita cama si eso te hace
feliz.
-
¿Quién ha dicho que me haga
feliz? -objetó Bella, metiendo las manos en el pantalón de Edward para buscar
un pañuelo. Rozó con los dedos sus genitales y Edward dio un respingo.
-
No me provoques, pequeña-la acusó
Edward asombrado, porque sabía cuál era su intención. Y sonrió al comprobar que
allí estaba la vieja Bella, la que pensó que había perdido para siempre- Vamos
a firmar una tregua, Bella -le rogó con voz ronca- Por favor.
-
¡Has llamado mocosos a los niños!
-
¿He dicho eso? -dijo Edward, y
parecía sinceramente sorprendido. -¡Y mucho más!
-
Me pregunto por qué no me has
tirado nada -murmuró Edward-. ¿Me perdonas?
Bella consideró la propuesta,
complacida por el modo en que Edward le acariciaba el cuello y las mejillas.
-
¿De verdad eres millonario? -le
preguntó.
-
¿También he dicho eso? Debo
haberme vuelto loco.
-
¿Lo eres? -insistió Bella.
-
Si te digo que sí, ¿voy a ganar
un poco más de respeto en esta casa? -dijo Edward con una sonrisa.
-
Tal vez.
-
Entonces, sí. Tienes a un
millonario delante de ti. Tal vez a un multimillonario, añadiré, sólo para
conseguir un poco más de respetabilidad, ya sabes -dijo con buen humor.
Bella se sintió dolida porque
sabía que le estaba diciendo la verdad. Edward era un hombre muy rico y ella ni
siquiera lo había sabido. Para ella no era más que Edward, el hombre al que
llevaba amando toda su vida.
-
¿Una tregua? -le preguntó Edward,
rozando su boca con los labios.
-
Sí -murmuró Bella y cerró los
ojos.
-
¿Por mis millones?
-
Por supuesto -dijo Bella
sonriendo-. ¿Por qué otra cosa iba a ceder?
Edward se rió, porque, si conocía
en algo a Bella, sabía que no era interesada. La besó en la frente y se dio la
vuelta agarrándola de la mano.
-
Entonces, ven y charla conmigo
mientras me cambio -le dijo.
La habitación estaba bañada, como
de costumbre por una tenue luz anaranjada.
-
Esta noche, por supuesto, podemos
dormir en nuestra cama -comentó Bella distraídamente, y recibió una palmadita
en las nalgas.
Entraron en el cuarto de baño
riendo.
Fueron unas Navidades felices,
tranquilas, alegres, pero terminaron enseguida.
Llegó el momento en que Bella
tuvo que decidir si iba a volver a las clases de Jacob.
Edward no hizo ningún comentario,
pero Bella no tuvo la menor duda de su opinión al ver su cara cuando la
sorprendió con su bloc de dibujo. Además, ella se negó a comentárselo porque
quería que fuera una decisión exclusivamente suya.
Muy lentamente, volvieron a ser
dos extraños que vivían bajo el mismo techo.
Bella pensaba que el noventa por
ciento de la culpa la tenía el hecho de que no había conseguido una relación
satisfactoria en la cama. Edward era un hombre muy sensual y su propia y
continua incapacidad para entregarse por completo debía desafiar su virilidad.
Odiaba las restricciones que ella imponía: la oscuridad, el silencio, su reticencia
a dejarse llevar por sus sensaciones. Bella temía que, si no podía solucionarlo,
una vez más, él se fuera en busca de la satisfacción a alguna otra parte.
¿La abandonaría alguna vez aquel
miedo? Se preguntó una mañana, después de una noche especialmente desastrosa.
Edward había sufrido tanto como
ella después de su aventura con Tanya, pero saber que podía volver a caer en la
tentación cuando la presión fuera demasiado fuerte, acababa con la necesaria
confianza que Bella necesitaba para volver a sentirse segura con él.
Bella era presa de una terrible
inseguridad, una inseguridad que la mantenía continuamente irritada. Volvió a
tener dolores de estómago, unos dolores que ya duraban meses.
Y, cuando pensaba en aquellos
meses, se le helaba la sangre en las venas.
Una disculpa por la demora, pero ya esta aquí el capitulo espero que lo disfruten.
Besos Ana Lau