lunes, 31 de agosto de 2015

Cap. 9 Un Marido Infiel

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Michelle Reid yo solo me adjudico la adaptación para su disfrute.


CAPÍTULO 9


Bella seguía mirando fijamente el teléfono cuando Edward llegó unos minutos más tarde. Él la vio nada más entrar y se detuvo al instante.
-     ¿Qué ocurre? -le preguntó con impaciencia, dándose cuenta de que Bella sufría una especie de conmoción.
Bella se llevó la mano a la mejilla. La tenía helada.
-     Tanya acaba de llamar –le dijo-. Quiere que la llames.
Sin dejar de mirar a Edward, se preguntó si se desmayaría o se echaría a llorar.
Edward se sonrojó y dio un suspiro. Pocas veces había visto Bella tanta emoción en sus ojos.
Edward dejó caer la cartera y suspiró con los dientes apretados.
Luego se acercó a una paralizada Bella, la apartó de su camino y se dirigió a su estudio. Entró y cerró la puerta. Bella se quedó mirándolo, haciéndose preguntas acerca de lo que acababa de ocurrir entre ellos, además del holocausto que tenía lugar en su interior.
¿Edward reaccionaba así ante la simple mención del nombre de Tanya? Bella contuvo un sollozo, negándose a dejarse llevar por lo que ocurría en su interior.
¡Al saber que Tanya acababa de llamar, Edward había corrido al teléfono como un poseso!
Estaba con Anthony en el salón cuando Edward entró buscándola. Estaba pálido, y aunque de sus rasgos había desaparecido todo rastro de emoción, podía ver huellas de la conmoción que sentía en sus ojos. Nessie corrió hacia él para abrazado, como de costumbre, pero sólo recibió una caricia en el pelo. Emmett estaba viendo la televisión y Anthony estaba cansado, así que se limitó a dirigir una mirada a su padre antes de volver a sumergirse en el cálido abrazo de su madre.
Edward miraba fijamente a Bella.
-     Lo siento -dijo con voz grave- Le dije que no llamara aquí nunca.
-     No importa.
-     ¡Claro que importa! -exclamó Edward violentamente. Los niños se dieron la vuelta para mirado. Se pasó la mano por el pelo, tratando de tranquilizarse. –Emmett… Nessie. Quedaos con Anthony un momento mientras yo hablo con mamá.
Sin dar lugar a una respuesta, levantó a Anthony y lo dejó sobre la moqueta, entre las piernas de Emmett. Luego dirigió a sus tres sorprendidos hijos una mirada tranquilizadora.
Se dio la vuelta y agarró a Bella de la mano. Al llegar a su estudio, la soltó.
-     Le dije que no debía llamar aquí -repitió- ¡Le dije que si era muy urgente, le dijera a la señora de la limpieza que me llamara en su lugar! ¡Pero que ella no llamara nunca!
-     Ya te he dicho que no importa.
-     ¡Pero sí importa! -estalló Edward ferozmente- ¡Te ha hecho sufrir, y no quiero que eso ocurra! -Entonces, lo que tenías que haber hecho…
Bella se interrumpió porque no quería insultarlo y, encogiéndose de hombros, se acercó a su mesa.
-     ¿Cómo es que sigue trabajando para ti? -le preguntó entre dientes- Si decías que todo había terminado.
-     No trabaja para mí -dijo Edward-. Trabaja para mi bufete de abogados. Hace meses que le pasé todos mis asuntos a uno de sus compañeros.
Bella no lo creía. Tenía grabada la expresión de su cara cuando le dijo que Tanya acababa de llamar. Todavía recordaba cómo la había apartado para correr a llamarla.
-     Entonces, ¿por qué te ha llamado?
Edward suspiró. Bella estaba segura de que trataba de controlar las emociones que le había provocado la llamada de Tanya.
-     Era la única que estaba en la oficina cuando llegó una información muy importante por fax -le explicó Edward-. Lo bastante importante como para que yo lo supiera inmediatamente. Y no había nadie más en el bufete.
-     Oh -exclamó Bella, que no podía pensar en algo más que decir- Bueno, pues asegúrate de que no vuelva a llamar -añadió fríamente, para acabar con el asunto.
Pero el incómodo silencio que se hizo a continuación, le decía que aún no había concluido.
-     El caso es que -dijo Edward con prudencia:- tengo que marcharme. Ha surgido un problema legal con el negocio de Liverpool y tengo que volver a la oficina para solucionarlo personalmente.
La compra de Harvey's y el negocio de Liverpool, ¿dónde estaba la diferencia?
-     Claro que sí. Tú tienes que irte -dijo con tal acidez que fue como una bofetada en la cara-, y yo tengo que meter a los niños en la cama.
Lo empujó con la intención de abandonar el estudio. Pero Edward la detuvo.
-     No -exclamó-. Voy a mi oficina, no a la de Tanya. No voy a verla. No quiero verla. Estaré en la otra punta de Londres, ¿lo entiendes?
¿Entender? Sí, por supuesto, Bella lo entendía todo.
Le estaba pidiendo que confiara en él. Pero no podía. Tal vez nunca volviera a confiar en él.
-     Tengo que acostar a Anthony- murmuró y le empujó para salir de la habitación.
Aquello ocurrió un viernes. Al lunes siguiente, Edward se marchó a Liverpool para atar los cabos sueltos del contrato antes de las vacaciones de Navidad. Y después de un horrible fin de semana, durante el cual los dos se comportaron con exquisita cortesía, Bella sintió alivio al verlo partir.
Pero hicieron el amor el domingo por la noche. Y, en medio de sus desesperados intentos por conseguir algún nivel de mutua satisfacción, Edward rompió una de las estrictas reglas que se habían instituido entre ellos y le habló. Le pidió que le perdonara. Bella le dijo que se callara, para no estropear más las cosas. Edward se mordió la lengua, pero, cuando la penetró, lo hizo con una ansiedad tal que rayaba en el tormento. Al terminar se separó de ella y hundió el rostro en la almohada. Bella sintió entonces la desesperada necesidad de consolarlo, pero no pudo, porque habría sido concederle algo demasiado importante.
El problema era que ya no sabía qué era aquello tan importante, porque había empezado a perder la noción de las causas que los separaban.
«Tanya», recordó, «Tanya».
Pero incluso aquel nombre empezaba a perder el poder de hacerle tanto daño como antes.
Los días siguientes, Bella se sumergió en los apresurados preparativos de las fiestas de Navidad. Ignoró las frecuentes molestias de su estómago y se dispuso a limpiar y reordenar las habitaciones. La noche que volvía Edward, consideró seriamente si no sería mejor meterse en la cama y descansar.
Estaban todos en el salón, tratando de poner en pie el enorme árbol de Navidad que acababan de traer, cuando se abrió la puerta y entró Edward. Una sonrisa suavizó sus duros rasgos al ver los esfuerzos de su mujer y sus hijos para sostener el árbol.
-     Veo que para algunas pequeñas tareas todavía hago falta -dijo en broma, atrayendo la atención de sus hijos.
Los niños abandonaron a Bella y corrieron hacia Edward. Él, fingiendo terror, cayó en la moqueta mientras Nessie y Emmett se abalanzaban sobre él gritando y riendo. El tercer miembro del trío gateó como pudo hasta alcanzar los pies de su padre.
Bella observó la escena embobada, mientras las agujas del pino se le clavaban en la palma de las manos.
Fue en aquel preciso instante, al sentir una sensación de dulzura y afecto que jamás había experimentado, cuando se dio cuenta del valor que tenía su vida. Amaba a su familia. Amaba el amor de su familia.
Un amor sencillo que extendía sus lazos de unos a otros y que los unía hasta tal punto que, cuando un eslabón se rompía amenazando con romper la cadena, los demás volvían a unirse para formarla otra vez.
El Edward de aquella escena era el viejo Edward. No el que estaba tan cansado que no tenía tiempo de echarse en el suelo para jugar con sus hijos, para disfrutar de ellos.
Anthony estaba sentado sobre él, golpeándole el pecho con los puños.
-     Me rindo, me rindo -decía Edward, mientras Emmett le sujetaba por los brazos para que Nessie pudiera hacerle cosquillas sin piedad. Los dos niños sabían que Edward no podía hacer ningún movimiento para salvarse mientras tenía a Anthony sentado sobre él- ¡Ayúdame, Bella! ¡Necesito ayuda!
Bella soltó el árbol, asegurándose de que no caería sobre ellos antes de ir a agarrar a Anthony con un brazo y atacar a Nessie con sus propias armas, dejando que Edward se las entendiera con Emmett. Al cabo de unos segundos, el padre había doblado el brazo de su hijo mayor sobre su espalda y no dejaba de darle besos.
-     ¡Puaj! -protestaba Emmett, pero, en realidad, disfrutando y riéndose como un loco.
No hay muchas formas de darle a un niño de seis años los besos que necesita, pero que no se deja dar. Edward estaba empleando el mejor truco, porque se los daba jugando. Cuando dejó al niño en el suelo, estaba loco de felicidad, aunque sin dejar de hacer gestos de asco. Luego se moría de risa cuando su padre persiguió a Nessie, que no paraba de chillar, pero que, en realidad, estaba deseando que Edward la abrazara y la cubriera de besos.
Anthony observaba con una sonrisa de felicidad y Bella se abrazó a él. El cálido cuerpo de su hijo la reconfortó, aunque en realidad, lo que más deseaba era esperar a que le llegara el turno de que Edward la persiguiera también a ella, como había hecho en el pasado.
Que Edward estaba pensando lo mismo quedó claro cuando dejó a Nessie en el suelo y miró a Bella con incertidumbre. Ella sintió una repentina timidez y le ofreció a Anthony, agachando la mirada mientras Edward se tumbaba en el suelo jugando con su hijo pequeño.
Precisamente en aquel instante, el árbol de Navidad comenzó a inclinarse. Bella lo atrapó a tiempo, pero se le echó encima. Otra mano, más grande y fuerte que la suya apareció de repente para sostener el árbol, volviendo a ponerlo recto con gran facilidad.
-     Te ha arañado en la cara -dijo Edward, tomándola entre sus brazos y besándola en la comisura de los labios y acariciándola con la lengua- Hola -murmuró suavemente. Bella se sonrojó.
-     Hola -respondió con voz grave.
Edward la besó de nuevo, con intensidad, ternura e intimidad. Fue un beso cálido y lleno de vida. Bella cerró los ojos y se abandonó al abrazo de aquel cuerpo que conocía tan bien.
El sonido del timbre de la puerta los separó. Sus hijos se apresuraron a abrir, porque a aquella hora esperaban a Esme.
-     Tu madre va a llevarlos a oír villancicos -dijo Bella.
-     ¿Sí? -replicó Edward distraídamente, sin dejar de mirar a Bella intensamente- Mejor -añadió con un murmullo y la besó de nuevo, suavemente. No se separó de ella ni cuando su madre entró en la habitación.
Bella ni siquiera la oyó. El amor que creía perdido para siempre palpitaba en el fondo de su ser, alimentando una deliciosa calidez en cada rincón de su cuerpo. Con un suspiro, que fue como el suave murmullo de una brisa, le acarició los brazos y enterró los dedos en sus cabellos.
Estaban sin respiración cuando se separaron. Edward se volvió para saludar a su madre con una sonrisa. Esme sonreía nerviosamente, pero la expresión de esperanza escrita en sus ojos, era inequívoca.
Al poner los anoraks a los niños, mientras Edward estaba fijando la posición del árbol, Bella recordó los cambios que había hecho en el piso de arriba. Se mordió el labio preguntándose cómo se lo diría, y pospuso el momento hasta que no tuviera más remedio.
Se despidieron de los niños y de su abuela desde la puerta. Edward la agarraba por la cintura mientras Esme salía por la puerta del jardín empujando el cochecito de Anthony y con los mellizos correteando a su lado y sin parar de hablar.
Edward cerró la puerta. Después del alboroto anterior, el silencio parecía muy extraño.
-     Ven conmigo mientras me cambio -dijo Edward, ofreciéndole la mano a Bella.
Bella la agarró dócilmente y se dejó llevar escaleras arriba hasta su dormitorio. Allí, Edward se separó de ella con un suspiro y comenzó a desanudarse la corbata.
Bella lo miraba desde el umbral de la puerta, retorciéndose las manos nerviosamente.
-     Edward…
Él, que no la oía, se dirigió al baño.
-     Pero qué… -dijo saliendo disparado y mirándola con asombro.
-     Tenía que poner a mis padres en alguna parte -dijo Bella, poniéndose a la defensiva-, y ésta era la única solución -dijo señalando la cama.
Había quitado del baño todos sus objetos personales y vaciado uno de los armarios y había puesto su ropa con la de Edward. Casi no había cabido, la había metido con tanta presión que tendría que plancharla otra vez antes de ponérsela, pero…
-     ¿Y dónde vamos a dormir tú y yo?
Bella señaló las otras habitaciones con un gesto vago.
-     He comprado dos camas. Una la he puesto en la habitación de Emmett y otra en la de Nessie. Tu madre puede dormir con Nessie.
La madre de Edward siempre se quedaba a dormir con ellos la Nochebuena porque le gustaba ver a sus nietos abriendo los regalos el día de Navidad.
-     Yo dormiré con Anthony y tú con Emmett. Sólo son dos noches, Edward –dijo apelando a su comprensión cuando lo vio a punto de explotar- Sabes que no podemos poner juntos a los mellizos o no se dormirán nunca. Están muy excitados y…
-     ¡Maldita sea! -exclamó Edward-. ¿Qué te ocurre, Bella? ¿Por qué tengo que dejarle mi cama a tus padres? ¿Por qué no pueden dormir en otra cama? ¿O haces esto porque quieres seguir vengándote de mí? Porque, si es eso, te aviso: creo que ya he sufrido bastante.
Bella se indignó ante tal injusticia.
-     ¿Desde cuándo han sido mis padres un problema para ti? ¡Sólo vienen una vez al año! ¡Ten algo de consideración con ellos, por amor del Cielo! Saldrán para acá en cuanto cierren la tienda y harán el camino de un tirón. Empiezan a ser mayores, y no creo que sea muy cómodo para ellos dormir con los niños.
-     ¡No puedo creer que estés haciendo esto! -exclamó Edward, demasiado enfadado como para atender a razones-. Vuelvo a casa después de una semana entera en Liverpool… ¡En Liverpool, por Dios Santo! -dijo como si se tratara del fin de la Tierra-. Buscando un poco de tranquilidad en mi propia casa. ¡En mi propia casa! Y me encuentro con que me ha echado de mi habitación mi propia mujer, una mujer vengativa que no encuentra bastantes maneras de… ¡No pasaría nada…! -continuó observando a una pálida Bella-. No pasaría nada si la maldita casa fuera lo bastante grande para perderme en ella si me daba la gana. Pero como tú te negaste a mudamos a una más grande, yo tengo que pagar las consecuencias. ¡Yo! Un maldito millonario viviendo en una casita de juguete con tres mocosos que no paran de hacer ruido y una mujer que…
Se interrumpió dirigiendo a Bella, que estaba completamente pálida, una mirada furiosa.
-     ¡Maldita sea! -exclamó-. ¡Maldita sea! ¡Maldita sea!
-     ¿Por qué no te vas a casa de Tanya? -le sugirió Bella con voz temblorosa- ¡Puede que ella te trate mejor!
Giró sobre sus talones y salió del dormitorio antes que Edward pudiera decir algo más. ¿Creía que era vengativa? ¿Qué vivía en una casa de juguete? ¡Y a los niños! ¡Había llamado mocosos a sus hijos!
Recogió los platos donde habían cenado los niños y se dispuso a lavarlos. Podría haberlos metido en el lavavajillas, pero aquella actividad le daba la oportunidad de descargar su rabia.
Edward apareció a sus espaldas y la apretó contra el fregadero.
-     Lo siento -dijo besándola en la nuca- No quería decir eso.
Bella suspiró, restregando un plato de tal modo que el dibujo corría el riesgo de desgastarse.
-     Entonces ¿por qué lo has dicho?
-     Porque… -dijo Edward, pero se interrumpió para seguir besando a Bella en el cuello.
-     ¿Porque qué? -insistió Bella.
-     Porque estaba decepcionado -dijo Edward-. Porque he pasado toda la semana sin pensar en otra cosa que en esa maldita cama. Porque me sentía culpable por haber olvidado el problema de tus padres. Porque -dijo y se detuvo para dar un suspiro-, no quiero dormir con Emmett. Quiero dormir contigo. Quiero despertarme la mañana de Navidad y ver tu cara sobre la almohada. Porque… maldita sea, hay un millón de porqués. Pero todos desembocan en una sola causa. Me he puesto así porque me has quitado el único sitio donde me siento cerca de ti. Necesito esa cama, Bella, la necesito.
Con un repentino sollozo, Bella dejó caer el plato que estaba fregando y se dio la vuelta para apoyarse en el pecho de Edward.
-     Oh, Edward –susurró-. Estoy tan triste.
-     Lo sé -dijo Edward con un suspiro abrazándola y acariciando su espalda. Apoyó su cabeza en la de Bella y, una vez más, su cuerpo se convirtió en su refugio.
Finalmente, Bella consiguió calmarse y Edward la agarró por la barbilla para examinar su rostro. Ella le dejó, tan silenciosa y petulante como Nessie.
-     Mi madre me va a matar si te ve así -dijo Edward sonriendo- una mirada y me acusará sin escucharme.
Bella, a su pesar, le devolvió la sonrisa. Pero Edward tenía razón. Esme siempre se ponía de su lado cuando discutían, tuviera razón o no.
-     ¿Me perdonas? -le preguntó Edward, apartándole el pelo de la cara- Vamos a firmar un tregua, Bella. Vamos a ser felices estas Navidades. Incluso cederé muestra maldita cama si eso te hace feliz.
-     ¿Quién ha dicho que me haga feliz? -objetó Bella, metiendo las manos en el pantalón de Edward para buscar un pañuelo. Rozó con los dedos sus genitales y Edward dio un respingo.
-     No me provoques, pequeña-la acusó Edward asombrado, porque sabía cuál era su intención. Y sonrió al comprobar que allí estaba la vieja Bella, la que pensó que había perdido para siempre- Vamos a firmar una tregua, Bella -le rogó con voz ronca- Por favor.
-     ¡Has llamado mocosos a los niños!
-     ¿He dicho eso? -dijo Edward, y parecía sinceramente sorprendido. -¡Y mucho más!
-     Me pregunto por qué no me has tirado nada -murmuró Edward-. ¿Me perdonas?
Bella consideró la propuesta, complacida por el modo en que Edward le acariciaba el cuello y las mejillas.
-     ¿De verdad eres millonario? -le preguntó.
-     ¿También he dicho eso? Debo haberme vuelto loco.
-     ¿Lo eres? -insistió Bella.
-     Si te digo que sí, ¿voy a ganar un poco más de respeto en esta casa? -dijo Edward con una sonrisa.
-     Tal vez.
-     Entonces, sí. Tienes a un millonario delante de ti. Tal vez a un multimillonario, añadiré, sólo para conseguir un poco más de respetabilidad, ya sabes -dijo con buen humor.
Bella se sintió dolida porque sabía que le estaba diciendo la verdad. Edward era un hombre muy rico y ella ni siquiera lo había sabido. Para ella no era más que Edward, el hombre al que llevaba amando toda su vida.
-     ¿Una tregua? -le preguntó Edward, rozando su boca con los labios.
-     Sí -murmuró Bella y cerró los ojos.
-     ¿Por mis millones?
-     Por supuesto -dijo Bella sonriendo-. ¿Por qué otra cosa iba a ceder?
Edward se rió, porque, si conocía en algo a Bella, sabía que no era interesada. La besó en la frente y se dio la vuelta agarrándola de la mano.
-     Entonces, ven y charla conmigo mientras me cambio -le dijo.
La habitación estaba bañada, como de costumbre por una tenue luz anaranjada.
-     Esta noche, por supuesto, podemos dormir en nuestra cama -comentó Bella distraídamente, y recibió una palmadita en las nalgas.
Entraron en el cuarto de baño riendo.
Fueron unas Navidades felices, tranquilas, alegres, pero terminaron enseguida.
Llegó el momento en que Bella tuvo que decidir si iba a volver a las clases de Jacob.
Edward no hizo ningún comentario, pero Bella no tuvo la menor duda de su opinión al ver su cara cuando la sorprendió con su bloc de dibujo. Además, ella se negó a comentárselo porque quería que fuera una decisión exclusivamente suya.
Muy lentamente, volvieron a ser dos extraños que vivían bajo el mismo techo.
Bella pensaba que el noventa por ciento de la culpa la tenía el hecho de que no había conseguido una relación satisfactoria en la cama. Edward era un hombre muy sensual y su propia y continua incapacidad para entregarse por completo debía desafiar su virilidad. Odiaba las restricciones que ella imponía: la oscuridad, el silencio, su reticencia a dejarse llevar por sus sensaciones. Bella temía que, si no podía solucionarlo, una vez más, él se fuera en busca de la satisfacción a alguna otra parte.
¿La abandonaría alguna vez aquel miedo? Se preguntó una mañana, después de una noche especialmente desastrosa.
Edward había sufrido tanto como ella después de su aventura con Tanya, pero saber que podía volver a caer en la tentación cuando la presión fuera demasiado fuerte, acababa con la necesaria confianza que Bella necesitaba para volver a sentirse segura con él.
Bella era presa de una terrible inseguridad, una inseguridad que la mantenía continuamente irritada. Volvió a tener dolores de estómago, unos dolores que ya duraban meses.

Y, cuando pensaba en aquellos meses, se le helaba la sangre en las venas.

Una disculpa por la demora, pero ya esta aquí el capitulo espero que lo disfruten.
Besos Ana Lau

sábado, 22 de agosto de 2015

Cap. 8 Un marido infiel

CAPÍTULO 8

Los días siguientes fueron horribles. Edward se convirtió en un extraño, hosco y poco comunicativo, que durante las noches ni siquiera la tocaba. Los niños estaban cada vez más revoltosos, excitados con las fiestas que se aproximaban y preocupados por la situación. Bella sabía que las dificultades por las que atravesaba su matrimonio les afectaban tanto como a Edward o a ella.
El problema era que no sabía qué hacer. Le habría gustado contarle a Edward lo que había ocurrido entre Jacob y ella, y pedirle perdón, pero no podía hacerla. Habría sido la prueba de que le importaba lo que él pudiera pensar o decir, y había decidido no mostrar por él ningún interés.
Una mañana cayó enferma y se pasó el día entero dando vueltas por la casa, débil y aburrida. Cuando los mellizos volvieron del colegio se pusieron a jugar, armaron tanto ruido que le dio un terrible dolor de cabeza. Se alegró de ver llegar a Edward, porque así podría dejárselos a él y acostarse.
-     ¿Por qué no me has llamado? -le reprochó Edward-. Si me hubieras dicho que no te encontrabas bien, habría venido enseguida.
Bella le dio una respuesta confusa y subió las escaleras para dirigirse a su dormitorio. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza llamarlo. En realidad, pensaba metiéndose en la cama, nunca lo había llamado al trabajo. Edward llamaba desde el despacho a menudo, pero ella nunca se había molestado en llamarlo. Una vez más, se asombró del muro que se alzaba entre el Edward hombre de negocios y el Edward padre de familia y no pudo recordar que se hubiera atrevido a traspasar ese muro ni una sola vez.
El caso era que Edward logró que los niños dejaran de hacer ruido. Al cabo de un rato, se quedó dormida y su sueño no fue interrumpido por ningún ruido.
Se despertó horas después. Había amanecido y Edward estaba inclinado sobre la cama con una taza en las manos.
-     Pensé que podría apetecerte esto -dijo dejando la taza humeante en la mesilla- ¿Cómo estás?
-     Mejor -dijo, aunque al incorporarse no quiso hacer ningún movimiento brusco con el estómago. Se apartó el pelo de la cara antes de tomar la taza- Gracias -murmuró.
-     Puedo tomarme el día libre y quedarme en casa a trabajar, si quieres –dijo Edward, mirándola con detenimiento.
Bella negó con la cabeza.
-     No es necesario. Me siento un poco débil, pero puedo arreglármelas.
-     Aun así...
Bella tenía la extraña sensación de que Edward se debatía para entre decirle algo o no.
-     Creo que será mejor que no vayas a clase esta noche, con el tiempo que hace…
-     Teníamos pensado salir a celebrar la Navidad -dijo soplando el humeante té de la taza- Jacob nos va a llevar a un club. No quiero perdérmelo.
Con el rabillo del ojo, se dio cuenta de que Edward apretaba la mandíbula. Aunque deseaba hacerle sufrir un poco, al ver su reacción, lo pasaba muy mal.
-     Ya veremos cómo te encuentras esta tarde -dijo Edward, y se dio la vuelta para marcharse y de repente, Bella sintió la necesidad imperiosa de que se quedara.
-     Mis padres, como siempre, vendrán a pasar las Navidades con nosotros -dijo.
Edward se detuvo bruscamente en la puerta del baño- Pero este año tenemos un problema…
Edward no la miraba, tan sólo le daba la espalda esperando a que terminara lo que tenía que decide.
-     El año pasado la habitación de Anthony estaba libre.
Ahora, no sé cómo van a poder pasar aquí dos noches. No me imagino a mi padre durmiendo en el sillón de tu estudio ni a mi madre durmiendo en el sofá -dijo esta última frase con la intención de hacer gracia, pero Edward se dio la vuelta sin la menor sombra de una sonrisa en el rostro. Bella sintió un gran vacío en el corazón, aún mayor que el que tenía aquellos días.
-     ¿Y qué quieres que haga? -dijo Edward-. Ya he perdido la cuenta de las veces que te he dicho que quería mudarme a una casa más grande. Pero no te has molestado ni siquiera en discutido. Pues mira, ahora tienes un problema que vas a tener que solucionar tú sola. Yo no quiero saber nada.
Bella se lo quedó mirando con asombro mientras salía de la habitación dando un portazo.
Aquella noche asistió a su clase de dibujo. No porque se sintiera lo bastante bien para ir, que no era así, no porque tuviera ganas, que no tenía, sino porque estaba tan enfadada con Edward que no quería darle la satisfacción de estar en casa cuando volviera.
Pero no disfrutó de la clase. Tenía la mente ocupada en el millón de cosas que tenía que hacer en casa, y su estómago se negaba a tranquilizarse. Estaba cansada, tensa y pálida. Y además, Jacob pasó la mayor parte de la clase mirándola.
Era la primera vez que lo veía con otra cosa que no fueran unos vaqueros, y tenía que reconocer que estaba muy atractivo con su traje oscuro de seda y una camisa de color crema. Ella llevaba un vestido negro corto que había comprado en su escapada a Londres. Dejaba los hombros y las piernas al descubierto, y despertó la admiración de los hombres de la clase.
Pero se sentía muy incómoda ante las miradas de Jacob. Sus ojos no dejaban de decirle que recordaba el beso que se habían dado en su coche, aunque ya habían pasado algunas semanas desde entonces. A Bella no le había resultado difícil olvidarlo, lo que no lograba vencer era un sentimiento de culpa.
Al terminar la clase, se dirigieron a un nightclub que había cerca de allí. Era en realidad un viejo cine remozado. Tenían una mesa reservada en la zona de los antiguos palcos del cine, con vistas al viejo patio de butacas convertido en pista de baile. Había un gran montaje de luces y la música estaba tan alta que era imposible hablar. En cualquier otra ocasión, habría disfrutado del lugar. Lo sitios a los que la llevaba Edward eran mucho más refinados. Antes de su crisis matrimonial, había deseado muchas veces soltarse la melena e ir a bailar toda la noche. Aquella era la ocasión.
Jacob se había sentado a su lado y quería monopolizar su atención. La música estaba tan alta que se veía obligada a inclinarse hacia él, con lo que no dejaba de rozar su cuerpo.
Jacob empezó a tocarla ligeramente en el brazo, en los hombros, en las mejillas o en el pelo. Bella se sentía incómoda con la situación, pero no sabía qué hacer para librarse de él sin provocar una escena. Se alegró cuando Jacob la invitó a bailar.
Al menos bailando no tendría por qué tocarla, no si bailaban del modo en que se bailaba en aquel lugar. Así que dejó que la condujera hasta la pista de baile. Pero una vez allí, la estrechó entre sus brazos.
-     No, Jacob -dijo queriendo apartarse de él.
-     No seas estúpida, Bella. Sólo estamos bailando. -No estaban sólo bailando y él lo sabía. Después de algunas semanas, Jacob había decidido dar un paso adelante para conquistarla. Si no lo detenía, entonces, sí sería culpable de traicionar a Edward.
-     No -repitió Bella con firmeza, se soltó y se alejó de la pista.
No debía haber ido. Después de aquel beso, no debía haber ido. Jacob la deseaba, pero ella a él no.
Ella sólo deseaba a Edward. Aquella certeza le dolía tanto que le daban ganas de llorar.
Jacob fue tras ella hasta el vestíbulo principal. Ella se daba cuenta de que la seguía y se metió en una cabina telefónica para llamar a un taxi.
Como era Navidad, no pudo encontrar ningún taxi libre, todos estaban reservados.
Casi con desesperación llamó a su casa. Se le hizo un nudo en el estómago al escuchar la profunda e impaciente voz de Edward.
-     Soy yo -dijo Bella con voz grave.
Se hizo una larga pausa. Sólo pudo escuchar la respiración de Edward al otro lado de la línea.
-     ¿Qué ocurre? -dijo él por fin.
-     No puedo volver a casa. Es imposible encontrar un taxi… ¿Qué hago?|Qué fácil había sido volver a ser la misma Bella de antes. La mujer indefensa que recurría a Edward para resolver cualquier problema. Lo único que tenía que hacer era sentarse y esperar que su marido encontrara una solución.
El silencio continuó. Bella agachó la cabeza; levantaba el auricular con fuerza, como si así estuviera más cerca de Edward.
-     ¿No te va a traer tu Romeo? -dijo Edward por fin.
-     iNo es mi Romeo! ¡Y, además…!
Repentinamente cambió de opinión. No quería darle a Edward el placer de oír que no quería ver a Jacob Black ni en pintura.
-     No puedo decirle que se vaya en lo mejor de la fiesta sólo porque estoy cansada. ¿No puedes venir tú?
-     ¿Y los niños? No querrás que los deje solos.
-     h -exclamó, y volvió a sentirse como una estúpida No había pensado en ello. Al verse en problemas, lo único que había pensado era en llamar al hombre que podría solucionarlos.
-     Vaya, ahora ella piensa que debería haber seguido mi consejo y contratar a alguien que los cuidara -dijo Edward burlonamente.
-     Le diré a Jacob que me lleve -replicó Bella.
La cuestión de contratar una chica para cuidar a sus hijos era un viejo punto de fricción entre ellos. Edward quería una casa más grande, una asistenta que limpiara y una niñera. Lo que a Bella le habría gustado saber era qué le quedaría a ella si Edward buscaba a otras personas para hacerlo todo.
-     Llamaré a mi madre, vendrá mientras voy a buscarte -dijo Edward, cambiando repentinamente de opinión-. Supongo que la despertaré, y no creo que le guste, aunque no la culpo, pero…
-     Oh, no -dijo Bella-. No quiero que te molestes tanto. Jacob me llevará -dijo y colgó sin dar tiempo a que Edward respondiera.
-     ¿No ha habido suerte? -dijo Jacob, que estaba apoyado en la pared. Bella no podía saber si había oído su conversación con Edward, aunque, en realidad, le importaba muy poco.
-     No -replicó-. Tendré que esperar a que haya algún taxi libre -dijo y se encogió de hombros para demostrarle a Jacob que estaba dispuesta a esperar el tiempo necesario.
-     Yo te llevo -dijo Jacob.
Bella lo miró detenidamente. No se sentía con fuerzas para pasar media hora más a su lado. Pero tampoco quería esperar una hora entera a que llegara un taxi, que era el tiempo mínimo de espera.
Jacob tomó la decisión por ella al agarrarla por la muñeca.
-     Vamos -dijo con tranquilidad- Yo te llevo.
La mirada de Jacob no dejaba lugar a dudas, no tomaba en serio la negativa de Bella. Cansada, harta y un poco deprimida por la discusión constante que tenía con cuantos la rodeaban, incluida ella misma, Bella cedió.
Fueron juntos al guardarropa para recoger su abrigo, luego salieron al aire helado de diciembre para dirigirse al Porsche rojo de Jacob. Al poco rato, estaban en la carretera, cubierta de sal para impedir que se formara hielo. Bella se subió las solapas de su abrigo y observó el camino en silencio.
-     ¿Por qué le soportas cuando sólo es un cerdo egoísta? -dijo Jacob de repente.
-     ¿No son así todos los hombres?
-     No tanto como Edward. Todavía me cuesta creer que esté casado con alguien como tú -dijo Jacob, y miró a Bella-. Le van más las mujeres como Tanya Denalí.
Fue un comentario tan cruel que Bella sintió una punzada de dolor en el pecho.
Lo peor era que no podía contradecirle. Tal vez a Edward le convenía más Tanya Denalí que ella, aunque no podía juzgarla porque no la conocía y no tenía la menor gana de conocerla.
Tanya Denalí era el nombre del fantasma sin cara que la visitaba todas las noches. Con eso tenía bastante.
-     Y Rose Hale -añadió Jacob-. Menuda discusión tuvisteis aquel día en la pista de baile.
-     ¿Oíste algo? -preguntó Bella, dando un respingo.
-     La mitad de la sala lo oyó, querida. Y fue asombroso. Edward Cullen, el joven tiburón de las finanzas, tenía mujer y tres hijos y nadie lo sabía. Supongo que esa noticia le dio a Tanya donde más duele. Quería casarse con él, ¿sabes? Edward era la elección ideal para una abogada con su futuro.
Así pues, Tanya era abogada, y no la secretaria de Edward, como ella había creído.
La noticia la sobresaltó. «Compite con eso si puedes», se dijo con amargura. Una cosa era luchar por el amor de su marido con una simple secretaria, pero otra muy distinta hacerlo con una mujer que estaba acostumbrada a vivir en el mismo mundo que él.
Como si estuviera pensando algo parecido, Jacob dijo: -Si lleváis casados siete años, eso quiere decir que lo atrapaste antes de que iniciara su carrera meteórica. ¿Cómo te sientes? ¿Cómo un desliz de su juventud?
Bella se dijo que, tal vez, merecía alguno de aquellos insultos. Pero el último comentario era lo que más le había dolido, probablemente, porque ella empezaba a pensar algo parecido.
-     Creo que será mejor que te calles y pares el coche antes de que digas algo que me ofenda de verdad -dijo.
Para su consternación, Jacob hizo exactamente lo que le había pedido, deteniéndose bruscamente en el arcén.
-     Soy yo quien me siento ofendido por el modo en que has estado jugando conmigo durante todo este tiempo. ¡Dios mío! No has pensado en mí en serio ni por un momento, ¿verdad?
-     No -respondió Bella sinceramente.
-     Entonces, ¿por qué no me detuviste antes de que llegáramos tan lejos?
-     ¿Tan lejos? ¿Cómo que tan lejos? -le dijo con una mirada desafiante- ¡Pero si sólo nos hemos dado un beso!
-     No se trataba sólo de eso, Bella, y tú lo sabes. Pero para ti era sólo un juego, ¿verdad? Te diste cuenta de que me gustabas y pensaste que podrías jugar un rato conmigo, ¿no es eso? -le preguntó Jacob amargamente- ¿Qué ocurre? ¿Que  tú autoestima estaba en un nivel muy bajo? ¿Tanto te molestaba que prefiriese acostarse con su abogada a acostarse contigo?
Bella le dio una bofetada al tiempo que se ponía roja de vergüenza. Luego agarró la manecilla de la puerta con una mano y se desabrochó el cinturón de seguridad con la otra. Pero Jacob la agarró por el brazo.
-     Oh no -dijo entre dientes- No pienses que te vas a escapar tan fácilmente.
Tiró de ella y la besó. Fue un beso brusco, desagradable. Cuando la soltó, Bella estaba asqueada del sabor de su boca.
Salió de coche dando un portazo.
Jacob arrancó haciendo chirriar los neumáticos dejándola a merced del viento helado de la noche.
Se llevó una mano a la boca, y vio asqueada que le había hecho sangre en el labio.
Le maldijo, deseando estar de vuelta cuanto antes en su mundo de cuento de hadas, donde nada malo podía ocurrirle. Maldijo a Rose por haberla despertado de aquel mundo de ensueño, añadió para sí iniciando el camino de regreso a casa. Y maldijo a Edward por su infidelidad y a Tanya por haberlo seducido. Pero, por encima de todos, se maldijo a sí misma.
No tardó mucho en llegar a casa, pero tenía los pies deshechos. Se quitó los zapatos, de tacón alto, nada más entrar.
En el interior de la casa, hacía calor. El reloj del pasillo marcaba la una de la madrugada. Se sentía deprimida y la escena con Jacob no dejaba de darle vueltas en la cabeza. No se molestó en ir a ver a Edward. Por ella podía irse al infierno. De todas formas, no estaba de humor para tener otra discusión.
Pero se equivocó al pensar que él la ignoraría tan fácilmente. Acababa de ponerse el camisón cuando entró en la habitación con sus zapatos en la mano.
-     Te has olvidado de esto -dijo dejándolos detrás de la puerta.
-     No me he olvidado, simplemente me los he quitado al entrar -replicó Bella, que estaba sentada al borde de la cama masajeando sus pies doloridos. La melena ocultaba su rostro a ojos de Edward.
-     ¿Dónde te ha dejado? -dijo Edward con suspicacia. ¿Otra vez espiando tras las cortinas?, se preguntó Bella con amargura.
-     No me ha dejado en ninguna parte.
-     Si hubieras hecho todo el camino andando, habrías tardado más.
«Bastante he andado de todas formas», pensó Bella acariciándose las plantas de los pies.
-     Una pelea entre amantes, ¿no? -añadió Edward con mal gusto.
-     Algo así -dijo Bella, encogiéndose de hombros, y salió de la cama para dirigirse al baño. «¡Que piense lo que quiera!», se dijo.
Edward la agarró por los brazos y la obligó a mirarlo a la cara. Estaba furioso y tenía una mirada penetrante y amada.
-     ¿Y por qué os peleasteis? -le preguntó, apretando los dientes- ¿Porque no querías ir a su casa? ¿Por eso? ¿Qué pasaba, que no estabas de humor?
Bella lo miró con ira. Sentía amargura y asco hacia los hombres por lo que la estaban haciendo pasar aquella noche.
-     ¿Y cómo sabes que no he estado en su casa toda la noche? Podría haberte llamado desde allí. ¿Cómo ibas a saberlo?
Edward se puso pálido y apretó con fuerza los brazos de Bella. La miraba fijamente, como si buscara evidencias de lo que estaba diciendo.
-     ¡Te ha dado una bofetada y te ha roto el labio!
-     Me estás haciendo daño. ¡Suéltame! –exclamó Bella tratando de apartarse pero sin conseguirlo.
-     ¿Cómo has podido? –dijo Edward casi gritando- ¿Cómo has podido hacerlo, Bella? ¿Cómo has podido?
La situación había estallado. Llevaba muchos días amenazando con hacerla, y finalmente, la intensidad de sus sentimientos reprimidos empezaba a aflorar a la superficie.
-     Se me acaba de ocurrir una cosa, Edward. Te propongo un cambio, si me cuentas cómo fue con Tanya, te diré lo que ha pasado con Jacob.
-     ¡Dios, ya basta! -dijo Edward, cerrando los ojos y haciendo una mueca de verdadero dolor.
A Bella se le llenaron los ojos de lágrimas, y, por segunda vez aquella noche, golpeó a un hombre. Edward la soltó.
-     Me das asco, ¿sabes? -susurró Bella amargamente y se encerró en el cuarto de baño.
Cuando volvió a salir, más tranquila, aunque no del todo, vio a Edward sentado en la cama con la cabeza escondida entre las manos. Le dolía verlo así, pero, aquellos días, todo le dolía. Ya no podía recordar si alguna vez había llegado a reír en aquella casa.
-     Quiero acostarme -le dijo, negándose a ceder a sus deseos de consolar a Edward.
Edward no se movió. Bella permaneció allí de pie durante un interminable minuto, debatiéndose entre el amargo deseo de volver a pegado y la tenue necesidad de acercarse a él y estrecharlo entre sus brazos. Tan sólo eso, estrecharlo entre sus brazos porque estaba sufriendo y ella lo amaba. A pesar de lo que pudiera hacer o decir, lo amaba. Se estremeció y, con un gemido, cayó de rodillas ante él, y le apartó las manos de la cara.
-     ¿De verdad quieres saber lo que ha ocurrido esta noche? -le dijo con voz temblorosa- Quiso besarme, pero yo le rechacé. Él se vengó comparándome Con Tanya -dijo- Con Tanya, la brillante abogada que le conviene a Edward Cullen mucho más que la pobre y patética Bella.
-     Eso no es cierto -murmuró Edward.
-     ¿No? -dijo Bella con los ojos llenos de lágrimas- Pues yo creo que sí. Nos hemos alejado, Edward. Tú has avanzado mientras yo me he quedado estancada. Además, creo que las mujeres como Tanya Denalí te van más que yo.
Edward se rió, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
-     ¿Te parece que me he alejado de ti? ¿Crees que quiero dejarte? ¿No crees que si quisiera dejarte, sería capaz de hacerlo?
En aquellos momentos, era Edward quien agarraba a Bella por las muñecas.
-     Tanya -murmuró Bella, cerrando los ojos-, es…
-     Al infierno con la maldita Tanya -dijo Edward violentamente- No tiene nada que ver con esto. ¡Se trata sólo de nosotros y de si podemos seguir soportándonos el uno al otro!
-     Entonces es tu conciencia -dijo Bella suspirando- Te quedas porque te sientes culpable.
-     La verdad es que sí, sí que me siento culpable -asintió Edward con amargura- Pero no seas tan tonta como para pensar que soy un mártir. Si creyera que nuestro matrimonio es una pérdida de tiempo, me habría marchado hace mucho tiempo. Estamos en los noventa -añadió cínicamente-, y hay muchos divorcios. Si me quedo, es por esto -dijo atrayéndola hacia sí para besarla- Te deseo. No me canso de ti. Llevamos siete años casados, y me excito sólo con verte. ¡Dios mío! ¡Ni siquiera puedo evitar hacerte el amor incluso sabiendo que no puedo satisfacerte!
Sacudió la cabeza.
-     Pero ésa no es razón para lo que has hecho. Bella, ¿cómo puedes, sólo porque te he hecho daño, convertir tu vida en algo miserable? ¿Por qué? Si quieres que me vaya, ¿por qué no me lo has dicho?
-     Yo…
Bella se negó a proseguir, porque la respuesta era demasiado dolorosa para su alma humillada.
-     ¿Quieres que me vaya? -dijo Edward.
Bella sintió un escalofrío y una punzada de dolor recorrió su cuerpo.
-     No -susurró, sintiendo que las lágrimas se agolpaban en su pecho.
-     ¿Por qué no? -insistió Edward-. ¿Cómo puedes soportar que viva en la misma casa que tú, que duerma en la misma cama, que te toque, que te abrace? ¿Cómo puedes soportarlo, Bella? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?
«Porque te quiero, maldito bastardo», pensó Bella, y rompió a llorar entre sollozos.
Edward dio un suspiro, que provenía de lo más profundo de su ser. Luego, estrechó a Bella entre sus brazos y la tendió sobre la cama, echándose encima de ella. La abrazaba tan fuerte que Bella apenas podía respirar.
-     ¿De verdad te parece que cada vez estamos más separados? -le preguntó en voz baja.
-     No -respondió Bella, que no deseaba estar en ningún otro lugar del mundo.
-     Entonces, no vuelvas a decirlo -dijo Edward con voz ronca y la besó. Fue un beso largo e impulsivo. Bella sólo pudo dejarse llevar por sus demandas, hasta sumergirse en las cálidas aguas de su afecto.
-     ¿Has dejado que ese cerdo te toque? -preguntó Edward con voz grave. Bella recuperó sus sentidos, abrió los ojos y vio la mirada atormentada de Edward. Se negaba a creer que hubiera sido capaz de preguntarle algo así.
-     Contesta -insistió él- ¡Quiero saberlo, necesito saberlo! ¡Dios, tengo que saberlo!
Bella lo miró durante un largo instante, luego apretó los dientes y dijo:
-     ¡Vete al infierno!
Edward fue directo al infierno, pero se aseguró de llevarla con él. Con furiosa pasión, Edward abrió la bata de Bella y se quitó la ropa. Le hizo el amor con tal crudeza que, cuando todo terminó, a Bella le dio la impresión de que había contenido el aliento hasta ese momento.
Rodó hacia su lado de la cama mientras Edward se encerraba en el baño. Permaneció en él largo rato. El suficiente para encontrar dormida a Bella cuando salió.
La noche siguiente, el teléfono empezó a sonar cuando estaba quitando la mesa.
Se dirigió al vestíbulo y levantó el auricular, frunciendo el ceño porque los niños tenían la televisión demasiado alta.
-     Dígame -dijo distraídamente tirando del cable del teléfono para llevado hasta el salón.
Hubo una pausa, luego una voz femenina preguntó por Edward.
-     Todavía no ha llegado -respondió Bella-. Si quiere, puedo darle un mensaje cuando venga o decide que la llame.
Hubo otra pausa. Bella miró el reloj. Tenía un guiso en el horno, si la mujer no se daba prisa…

-     Soy Tanya Denalí -dijo por fin, y Bella se puso absolutamente rígida.

Hola buenas noches, espero que les haya gustado el capitulo, creo que ahora si van a querer matar a Edward, pero que le vamos a hacer.
Por otro lado, me comentan que no pueden tener hay un ritmo constante de actualización y por eso se pierden de momento en cuanto actualizo, se que es mi culpa y lo siento, pero me gustaría invitarles a que se unan al grupo de Face donde les aviso de las actualización del blog, les dejo el link y con guste les agregare.