Capítulo 4
Bella apartó sus labios de
los de Edward y rodó a un lado cuando él la soltó.
Saltó de la cama y se alisó
la falda corta de tablas que llevaba, roja de vergüenza como el jersey de
cuello alto que llevaba.
— ¡Sucia zorra! -le gritó Tanya
mientras Edward se incorporaba.
Edward le gritó algo en
italiano, pero Bella estaba tan ofuscada, que no entendió nada más que un
comentario acerca de que no la esperaba tan pronto de vuelta en Nueva York. El
resto de sus palabras hizo que Tanya reculase como un marinero borracho y que
mirara a Bella con evidente odio.
Tanya se abalanzó sobre la
cama, taconeando fuertemente hasta llegar a ella.
-
¡Es obvio! ¡No toleraré este tipo de comportamiento, Edward! ¿Me
oyes?
Bella pensó que todo el
personal médico debía haberla oído para entonces, pero no dijo nada.
Justo antes de llegar a la
cama, Tanya se volvió y se encaró con Bella.
-
¿Crees que no me doy cuenta de lo que está pasando? No soy tan
tonta como para creer que fuera Edward quien empezara esto. Es evidente que te
has lanzado sobre él en un intento desesperado de hacerte notar como mujer,
pero nunca serás suficiente mujer para un hombre como Edward, incluso
paralítico.
Cada una de sus palabras
hirieron el vulnerable corazón de Bella. Sabía de sobra que no era el tipo de
Edward, nunca lo había sido. Se sintió culpable sabiendo que Tanya tenía razón:
había sido ella quien se había lanzado sobre Edward, besándolo cuando él sólo
le estaba dando buenas noticias.
Por supuesto, nada de eso
explicaba el que él la hubiera besado después, pero para un hombre tan machista
como Edward, esa podía ser una reacción automática.
Abrió la boca para
pronunciar una disculpa, pero Tanya se giró y se dirigió a Edward.
-
O mandas a esa niñata a la calle o me voy para siempre.
Bella se quedó helada. Con
esas opciones, ya sabía cuál sería su elección. Ya había pasado antes, cuando Tanya
se aseguró de que Edward no tuviera contacto con ella hasta el punto de no
dejarle ir al funeral de su padre.
— ¿Y bien, Edward? -dijo Tanya,
arrugando los labios mientras lágrimas de cocodrilo afloraban a sus ojos.
— Ya sabes mi respuesta
-replicó Edward.
Aquellas fueron las últimas
palabras que Bella escuchó antes de salir corriendo de la habitación tan
rápidamente como sus temblorosas piernas pudieron llevarla. Las mejillas le
ardían por las lágrimas, éstas muy reales, y aunque creyó oír que Edward la llamaba,
desechó la idea por fantasiosa.
Él ya había hecho su
elección. Aunque desde el día anterior no tenía ningún lugar al que ir, eso no
le dolía ni la mitad que el modo en que Tanya había conseguido apartarla definitivamente
de la vida de Edward.
Bella se dejó caer sobre la
cama de su habitación, aliviada de que Emmett estuviera en una reunión de
negocios en Roma, asistiendo en nombre de Edward. Así podría recoger sus cosas
y llorar en privado.
Se sentía como cuando murió
su padre: sola, perdida y dolida. Y ahora también humillada. El recuerdo de su
vergonzosa reacción con Edward la mortificaba. ¿Cómo podía haber sido tan
tonta? Edward probablemente pensaría que era una virgen ninfómana.
Gimió y enterró la cabeza
en la almohada, pero eso no ayudó demasiado. Se había comportado como una
completa idiota. El teléfono sonó, pero lo ignoró para dejarse caer más en su
depresión. Probablemente serían las limpiadoras o algo así. O tal vez los médicos
de Edward. Maldición. Se obligó a levantarse y a alargar la mano hacia el
teléfono justo en el momento en que dejó de sonar. No le daba pena haber perdido
la llamada, realmente no quería hablar con nadie en ese momento.
Al pensar que podían ser
los médicos, otros pensamientos vinieron a hundirla aún más.
Si ella se iba, ¿quién iba
a ocuparse de la rehabilitación de Edward? El fisioterapeuta, por más fuerte
que fuese, se sentía intimidado por Edward e incluso Emmett evitaba llevarle la
contraria a su hermano en aquellos momentos. Había sido él quien había accedido
a instalar la línea de internet en la habitación del hospital.
Edward no tendría a nadie a
su lado que se preocupase por canalizar sus energías hacia su recuperación en
lugar de hacia sus negocios.
Las lágrimas le ardían en
los ojos. Había sido una tonta y por ello Edward tendría que sufrir. No era tan
arrogante como para creer que Edward la necesitara a ella, pero... necesitaba a
alguien que estuviese con él, y desde luego Tanya no iba a hacerlo. Era demasiado
egocéntrica como para preocuparse por los demás.
Bella se acurrucó en
posición fetal y se concentró en dejar de llorar. Perdió la noción del tiempo
que pasó en esa postura, pero en un momento dado se levantó y empezó a recoger
sus cosas. El ruido de la puerta abriéndose la alertó de la vuelta de Emmett.
No esperaba que volviera de la reunión hasta el día siguiente, pero en algún
momento tenía que enfrentarse a él y contarle todo acerca del ultimátum de Tanya.
Salió a la salita de la
suite y se detuvo en seco, frotándose los ojos para asegurarse de que no le
estaban jugando una mala pasada.
-
¿Por qué no respondiste al teléfono? -preguntó Edward, furioso.
-
No sabía que fueras tú -dijo ella, tontamente.
Allí estaba él, en la
suite. Aparte de la silla de ruedas, se parecía mucho a aquel fuerte hombre de
negocios italiano. Su pelo cobrizo brillaba y su traje de Armani le estaba perfecto.
-
Huiste -dijo él, casi intimidándola.
-
Pensé que querías que me fuese -desde luego, su prometida quería-.
¿Dónde está Tanya?
-
Se ha ido -dijo él, sin expresión en el rostro.
-
¿Por mi culpa? -preguntó ella, afectadísima porque su atrevido
comportamiento hubiera hecho a Edward perder a la mujer a la que amaba.
-
Porque no permito que nadie me diga quiénes deben ser mis amigos.
Bella se mordió el labio
hasta que notó el sabor de la sangre.
— Siento haber saltado sobre
ti de esa manera.
-
Estabas contenta por las buenas noticias, igual que yo.
-
Pero... -reunió todo su valor para pronunciar estas palabras- te
besé.
-
No es así como yo lo recuerdo, tesoro mío.
-
Te... te ataqué.
-
Te comportaste como una mujer cálida y apasionada enfrentada a la
inesperada cercanía física de un hombre que te atrae. No tienes nada de lo que
avergonzarte.
-
Pero... Tanya...
-
Se ha ido -repitió él, y sus palabras sonaron definitivas.
-
¿Quieres decir, para siempre? ¿No le dijiste que no significaba
nada? Ella ya sabía que la culpa era mía.
-
Ella no desea atarse a un paralítico.
Las palabras golpearon a
Bella como una explosión y se dejó caer sobre las rodillas a los pies de
Edward. Le cogió de las manos y las puso contra su pecho.
-
No estás paralítico. Esto es sólo temporal. ¿No se da cuenta? ¿Le
has dicho que esta mañana sentías los pies?
-
Lo que le he dicho no es asunto tuyo. Ella ha salido de mi vida,
acéptalo como lo he hecho yo -dijo con firmeza.
-
Yo... -se sentía tan culpable, que no sabía qué decir.
Él giró la cabeza y miró a
través de la puerta abierta de su habitación. La maleta al lado de la cama se
lo decía todo.
-
¿Ibas a marcharte, verdad? -por extraño que fuera, parecía más
enfadado que por la marcha de Tanya.
-
Creía que era lo que querías.
-
Pues no. ¿No te dije que quería que te quedaras?
-
Sí, pero...
-
No hay peros que valgan. Te quedas conmigo -¡qué arrogancia!
-
Yo...
-
No volverás a la universidad. Me lo prometiste.
-
No podría aunque quisiera. Me han despedido -admitió ella
amargamente.
Entonces se dio cuenta de
dónde tenía las manos de él y las soltó con la velocidad de un rayo al sentir
que volvía a acosarlo. Edward la agarró posesivamente por la muñeca antes de
que pudiera huir del todo y la colocó sobre su regazo, con las piernas colgando
sobre sus firmes muslos.
-
¿Te despidieron? -preguntó mirándola fijamente.
-
Sí, así que soy libre como el viento -intentó sonreír ante sus perspectivas
laborales.
Conseguir la plaza de
ayudante de profesor universitario había sido una suerte que no pensaba que se
volviera a repetir-. Puedo quedarme contigo tanto tiempo como quieras.
-
¿Y Pamela?
El nombre de su madrastra
no calmó sus ánimos en absoluto. Pamela había dejado muy claro después de la
muerte de su padre que no tenía con ella ningún lazo familiar o afectivo.
-
Vendió la casa y casi todo lo que había dentro dos meses después
de la muerte de mi padre. Ahora está de crucero por la Costa Azul francesa con
uno de los antiguos alumnos de mi padre.
Los ojos de Edward se
oscurecieron.
-
¿Vendió tu casa? ¿Dispuso de ese modo de las pertenencias de tu
familia? –parecía indignado. Como italiano que era, le resultaba imposible
comprender el desmantelamiento del hogar de la familia y todo lo que
representaba. Los Cullen vivían en la misma casa en Milán desde hacía más de
cien años.
-
¿Dónde has vivido hasta ahora?
Ella cada vez tenía más
dificultades para concentrarse estando sentada sobre él.
-
¿Qué? ¡Oh!, en un piso que me dejaba la universidad.
-
¿Cuánto tiempo te han dado para mudarte?
Ella torció el gesto.
— Ayer fui a recoger mis
cosas. Están en mi coche.
-
¿No tienes dónde ir? -parecía que estuviera viviendo bajo un
puente.
-
No. Me quedaré aquí por ahora, pero ya encontraré algo cuando
vuelvas a andar y ya no me necesites como animadora.
-
Eso es inaceptable.
Ella sonrió.
-
No te preocupes por eso. Soy mayor y puedo cuidar de mí misma. Lo
he hecho desde que fui a la universidad. Pamela nunca quiso que volviera a casa,
ni siquiera en verano.
-
No me sorprende que pasaras las vacaciones con mis padres.
-
Tus padres son maravillosos, Edward.
-
Sí, pero tú también eres muy especial.
Sus palabras la hicieron
sonreír de nuevo.
-
Gracias. Yo también creo que tú eres muy especial.
-
¿Te parezco lo suficientemente especial como para casarte conmigo?
Su corazón se detuvo un
instante y después volvió a latir a toda velocidad.
— ¿Casarme? -repitió ella.
-
Tal vez, como Tanya, no desees atarte a un inútil.
La rabia la invadió al
utilizar aquella horrible palabra y le dio un puñetazo en el pecho.
-
No vuelvas a utilizar esa horrible palabra. Incluso si no puedes
volver a moverte en toda tu vida, nunca serás un inútil.
-
Si eso es lo que crees, entonces cásate conmigo.
-
¡Pero tú no quieres casarte conmigo!
-
Quiero niños. Mi madre espera una nuera y creo que le gustará que
seas tú, ¿no?
La idea de tener los niños
de Edward la hizo temblar, pero...
-
Eso es ridículo. Estás enfadado con Tanya, pero no deseas pasar el
resto de tu vida conmigo como esposa y lo sabes.
-
Quiero volver a Italia y quiero que vengas conmigo.
-
Por supuesto que iré, pero no tienes que casarte conmigo para
convencerme de que vaya contigo.
-
¿Y mis hijos? ¿Quieres tener hijos conmigo sin estar casada?
— No tengo ni idea de lo que
estás diciendo -dijo, roja hasta las orejas.
-
Te estoy diciendo que quiero hijos. ¿Es tan difícil de entender?
No, no lo era. Edward sería
un padre increíble y nunca había ocultado el deseo de serlo.
-
Pero...
-
Tendrías que someterte a un proceso de fecundación in vitro. No
puedo... —ahora fue él quien calló y ella sabía que su orgullo se rompería en
pedacitos si decía aquellas palabras.
-
Por supuesto que no. Eso es normal, pero no durará mucho tiempo
-ella intentó quitarle importancia.
Por un momento dejó su
imaginación volar y se imaginó como esposa de Edward.
Pertenecerle y tener hijos
con él. Era muy fácil imaginarse embarazada de un hijo suyo... y muy, muy feliz
de estar en ese estado.
-
Tal vez tengas miedo del tratamiento.
-
No -dijo ella, mirándolo de frente, intentando contener los
latidos de su corazón-. Edward...
Él le puso un dedo sobre
los labios.
-
Piénsalo.
Ella asintió con la cabeza,
enmudecida. Incluso si no hubiera deseado casarse con Edward, no habría podido
rechazarlo a la primera. Tras la marcha de Tanya, habría sido muy cruel.
-
Y mientras lo piensas, acuérdate de esto.
Sus labios sustituyeron a
sus dedos sobre la boca de ella, y en su mente se produjo un cortocircuito. Sus
pezones se endurecieron casi dolorosamente contra la seda del sujetador y
empezó a notar un latido de vacío entre los muslos. Aquel no era un beso de exploración,
era un asalto a sus sentidos y, cuando la lengua de Edward le pidió entrar en su
boca, ella la dejó sin protestar.
Aquel latido en el corazón
de su feminidad se fue incrementando, lanzando un mensaje de necesidad que no
había sentido nunca antes. Ella gimió y se apretó contra él, con los dedos
firmemente agarrados contra la solapa de su chaqueta. Edward introdujo su mano bajo
el jersey y empezó a acariciar la suave piel de su espalda, haciéndola temblar.
Después, sintió el
chasquido de su sujetador y una mano masculina que acariciaba su pecho. Se
sintió invadida por el placer. Nunca le había permitido a ningún chico que llegara
tan lejos.
Pero aquel era Edward, y
ella se moría por sus caricias. Ella gritó y el sonido se perdió en su boca
cuando sus dedos empezaron a pellizcar y a acariciarle suavemente el pezón. La sensación
entre sus piernas aumentó así como el deseo de gritar. Se agitó en su regazo, incapaz
de controlar el impulso de moverse.
Él retiró la boca de la
suya y ella lo persiguió con los labios. No podía dejar de besarla en ese
momento. Pero no lo hizo, simplemente trasladó sus labios hasta un punto sensible
detrás de su oreja. Ella tembló, se agitó y gimió.
Mientras sus manos seguían
atormentando su pecho, sus labios hacían estragos en su nuca.
-
Qué dulce sabes, tesoro mió -y quiso saborear cada centímetro de
sus labios.
Cuando el jersey de cuello
alto pareció interponerse en su camino, le dijo que se lo quitara.
-
¿Qué? -los ojos de Bella se abrieron como platos, confundida.
Pero él no respondió. Un
minuto después, ya le estaba subiendo el jersey por encima del torso. Su piel
se encogía donde él la tocaba, pero ella no se dio cuenta del torbellino de pasión
en que había entrado hasta que vio el jersey rojo y su sujetador sobre la alfombra.
Estaba totalmente desnuda de cintura para arriba, descubierta ante la sensual mirada
de Edward. Sus ojos verdes estaban fijos en sus pechos desnudos. Sus manos corrieron
a tapar la vulnerabilidad de sus curvas.
-
No deberías mirarme así.
Él no retiró la mirada ni
un ápice, sino que delicadamente la tomó de las muñecas, rozando la piel de sus
pechos.
-
Déjame que te vea -dijo él.
-
Pero...
— Quieres que te vea —aquello
resultó demasiado arrogante.
-
No.
-
Sí, cara mia. Te excita
que te mire, que vea lo que a otros les ocultas.
Ella agitó la cabeza,
negándolo, pero en realidad, tenía razón. Ella estaba muy impactada por su
mirada y dejó que le apartara las manos de los pechos.
Ella nunca había hecho
topless; la palidez de su piel contrastaba con el toque rosado y excitado que
coronaba sus pechos.
Él alargó un dedo y rozó el
pezón endurecido de un pecho.
— Bella... -dijo esto con tal
reverencia, que ella sintió que sus ojos se humedecían de nuevo-. Bella mia.
Añadió esto con tono
posesivo mientras la abrazaba fuertemente.
Ella tembló. Sus manos
empezaron a moldearla suavemente, acariciándola, pellizcando suavemente con tal
maestría, que ella evitó pensar cómo habría aprendido aquello.
Ella lo miraba fascinada
mientras bajaba la cabeza; sus labios se cerraron sobre su pezón y al ver sus
labios contra su piel, ella creyó que ardería de excitación.
Todo se volvió borroso. La
sensación era eléctrica y, cuando empezó a pellizcarla y a jugar con la lengua,
las pequeñas descargas de placer se hicieron tan insoportables, que ella cerró
los ojos, echó la cabeza hacia atrás y empezó a suplicar:
-
¡Por favor, Edward, por favor!
Ella no sabía qué estaba
pidiendo, pero sabía que necesitaba algo. Su cuerpo parecía estar en llamas y
era incapaz de concentrarse después de haber soñado con ese momento durante
tanto tiempo, por fin sus fantasías se habían hecho realidad. Sólo había amado
a aquel hombre en toda su vida.
Una carcajada masculina
contestó a sus súplicas mientras empezaba a pasarle una mano por la
pantorrilla. Le hizo cosquillas detrás de la rodilla haciendo que ella se
encogiera, y después empezó a recorrer la parte interna del muslo. Sus piernas
se abrieron casi instintivamente y él siguió con su exploración hasta que llegó
al centro de su feminidad.
Ella dio un respingo por la
sensación y gritó. Él volvió a acariciarla por encima de las braguitas y ella
gimió, acercándose más a sus dedos exploradores.
Con el pulgar, él levantó
la suave tela y la tocó de la forma más íntima posible, haciéndola temblar de
miedo y placer. Ella nunca había hecho aquello y nunca había pensado que
dejaría que otro hombre distinto de Edward lo hiciera. Para algunas cosas era tan
inocente como una adolescente.
-
¿Qué me estás haciendo? -susurró ella.
-
Amarte...
Aquella palabra sonaba tan
bien. Ella podía imaginarse que él estaba realmente haciéndole el amor y que la
tocaba para saciar su propia necesidad. Esa dulce idea incrementó su placer
hasta la inconsciencia. En aquel momento, era como si Edward la amase tanto
como ella lo amaba a él.
Entonces él la obligó a
levantarse; ¿ya había acabado? La sola idea hizo que la necesidad se hiciera
aún más acuciante.
Pero él le bajó la
cremallera de la falda y la dejó caer sobre la alfombra. Después le quitó las
bragas a juego con el sujetador y dejó que se deslizaran por sus piernas hasta llegar
a sus pies.
Ella se quitó las botas y
los calcetines, deseando volver a la seguridad de su regazo cuanto antes, y su
deseo se cumplió casi al instante, cuando él volvió a atraerla hacia sí y
siguió probando la sensibilidad de su piel.
Él quiso probar la calidez
de su profundidad con un dedo mientras acariciaba dulcemente con el pulgar la
zona más sensible de su cuerpo.
Otra vez los gemidos, el temblor
aumentó; su cuerpo parecía un volcán a punto de entrar en erupción. Ella se
sentía al borde de un precipicio, deseosa por saltar, pero aterrada por los
resultados.
-
Déjate ir, cara mia -dijo
antes de besarla con una pasión que sólo había sentido en sueños-. Dame el
regalo de tu placer.
Ella llego al clímax entre
un estallido de fuegos artificiales y terremotos. El placer duró mucho y ella
gritó y gimió, pidiéndole que parara y suplicándole que continuara. El siguió
tocándola hasta que las convulsiones de su cuerpo casi la hicieron saltar de su
regazo, pero ella estaba agarrada a su cuerpo con firmeza.
Bella intentó decir algo,
pero era incapaz de articular una frase coherente, hasta que se encontró a sí
misma temblando en una serie de clímax que la dejaron agotada y casi inconsciente
en sus brazos. Él la atrajo hacia sí y llevó la silla de ruedas hasta su habitación.
Allí la colocó sobre la cama y la arropó cariñosamente.
-
Duerme, tesoro. Hablaremos mañana.
Bella despertó antes del
amanecer sintiendo el tacto extraño de las sábanas sobre su piel desnuda. Sólo
tardó un segundo en recordar todo lo que había pasado el día anterior. Se notó
enrojecer al recordar cómo había permitido a Edward tocar todos sus puntos
íntimos y cómo la había hecho gritar de placer y suplicar. Y él ni siquiera se había
quitado la chaqueta.
¿Por qué lo había hecho?
Hasta el día anterior, Edward nunca se había fijado en ella como mujer y ahora,
de repente, le había hecho el amor con una pasión que la había dejado casi en
estado comatoso. De acuerdo, técnicamente no había sido sexo de verdad, pero ella
sentía que no podía haber contacto más íntimo.
Sólo al recordar el modo en
que la había dominado hacía que su pulso volviera a dispararse. Había cumplido
su fantasía de un modo tan espectacular, que podría vivir de recuerdos toda la
vida.
Pero, si él quería casarse
con ella, no tendría que hacerlo. Si ella accedía, él no se echaría atrás,
tenía demasiado sentido del honor como para eso. Pero realmente no podía desear
casarse con ella. Tanya lo había rechazado y él había respondido con la típica
reacción Cullen. Le había pedido matrimonio a otra mujer y le había hecho el amor
para hacer crecer su ego. Edward era un hombre machista y necesitaba sentir que
era atractivo a las mujeres.
Bella se llevó la mano a
los lugares que él había tocado el día anterior y que ahora se sentían deseosos
de su tacto. No parecían haber cambiado... y sin embargo se sentía mucho más
mujer, mucho más femenina.
Edward le había hecho ese
regalo: la había hecho sentirse mujer de verdad.
Lo menos que podía hacer
era darle a su vez el regalo de su comprensión como compensación. No utilizaría
su reacción emocional del día anterior para atraparlo en un matrimonio que
seguro no desearía tras haberlo consultado con la almohada.
Ella aplastó sin piedad sus
sueños infantiles de ser su mujer y la madre de sus hijos y se levantó para
ducharse e ir al hospital. Así vería a Edward temprano y no tendría demasiado tiempo
para preocuparse por todo aquello.
Hola, aquí de nuevo dejando un capitulo mas de esta historia que les esta gustando, no crean que no leo sus comentarios, claro que si lo hago y me encantan. Les agradezco su paciencia y que me dediquen un par de minutos para leer.
Hasta la próxima.
Besos Ana Lau