lunes, 26 de octubre de 2015

Cap. 4 En el dolor y el amor

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia de Lucy Monroe, yo solo la adapto esperando que sea de su agrado.

Capítulo 4

Bella apartó sus labios de los de Edward y rodó a un lado cuando él la soltó.
Saltó de la cama y se alisó la falda corta de tablas que llevaba, roja de vergüenza como el jersey de cuello alto que llevaba.
   ¡Sucia zorra! -le gritó Tanya mientras Edward se incorporaba.
Edward le gritó algo en italiano, pero Bella estaba tan ofuscada, que no entendió nada más que un comentario acerca de que no la esperaba tan pronto de vuelta en Nueva York. El resto de sus palabras hizo que Tanya reculase como un marinero borracho y que mirara a Bella con evidente odio.
Tanya se abalanzó sobre la cama, taconeando fuertemente hasta llegar a ella.
-         ¡Es obvio! ¡No toleraré este tipo de comportamiento, Edward! ¿Me oyes?
Bella pensó que todo el personal médico debía haberla oído para entonces, pero no dijo nada.
Justo antes de llegar a la cama, Tanya se volvió y se encaró con Bella.
-         ¿Crees que no me doy cuenta de lo que está pasando? No soy tan tonta como para creer que fuera Edward quien empezara esto. Es evidente que te has lanzado sobre él en un intento desesperado de hacerte notar como mujer, pero nunca serás suficiente mujer para un hombre como Edward, incluso paralítico.
Cada una de sus palabras hirieron el vulnerable corazón de Bella. Sabía de sobra que no era el tipo de Edward, nunca lo había sido. Se sintió culpable sabiendo que Tanya tenía razón: había sido ella quien se había lanzado sobre Edward, besándolo cuando él sólo le estaba dando buenas noticias.
Por supuesto, nada de eso explicaba el que él la hubiera besado después, pero para un hombre tan machista como Edward, esa podía ser una reacción automática.
Abrió la boca para pronunciar una disculpa, pero Tanya se giró y se dirigió a Edward.
-         O mandas a esa niñata a la calle o me voy para siempre.
Bella se quedó helada. Con esas opciones, ya sabía cuál sería su elección. Ya había pasado antes, cuando Tanya se aseguró de que Edward no tuviera contacto con ella hasta el punto de no dejarle ir al funeral de su padre.
   ¿Y bien, Edward? -dijo Tanya, arrugando los labios mientras lágrimas de cocodrilo afloraban a sus ojos.
   Ya sabes mi respuesta -replicó Edward.
Aquellas fueron las últimas palabras que Bella escuchó antes de salir corriendo de la habitación tan rápidamente como sus temblorosas piernas pudieron llevarla. Las mejillas le ardían por las lágrimas, éstas muy reales, y aunque creyó oír que Edward la llamaba, desechó la idea por fantasiosa.
Él ya había hecho su elección. Aunque desde el día anterior no tenía ningún lugar al que ir, eso no le dolía ni la mitad que el modo en que Tanya había conseguido apartarla definitivamente de la vida de Edward.
Bella se dejó caer sobre la cama de su habitación, aliviada de que Emmett estuviera en una reunión de negocios en Roma, asistiendo en nombre de Edward. Así podría recoger sus cosas y llorar en privado.
Se sentía como cuando murió su padre: sola, perdida y dolida. Y ahora también humillada. El recuerdo de su vergonzosa reacción con Edward la mortificaba. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Edward probablemente pensaría que era una virgen ninfómana.
Gimió y enterró la cabeza en la almohada, pero eso no ayudó demasiado. Se había comportado como una completa idiota. El teléfono sonó, pero lo ignoró para dejarse caer más en su depresión. Probablemente serían las limpiadoras o algo así. O tal vez los médicos de Edward. Maldición. Se obligó a levantarse y a alargar la mano hacia el teléfono justo en el momento en que dejó de sonar. No le daba pena haber perdido la llamada, realmente no quería hablar con nadie en ese momento.
Al pensar que podían ser los médicos, otros pensamientos vinieron a hundirla aún más.
Si ella se iba, ¿quién iba a ocuparse de la rehabilitación de Edward? El fisioterapeuta, por más fuerte que fuese, se sentía intimidado por Edward e incluso Emmett evitaba llevarle la contraria a su hermano en aquellos momentos. Había sido él quien había accedido a instalar la línea de internet en la habitación del hospital.
Edward no tendría a nadie a su lado que se preocupase por canalizar sus energías hacia su recuperación en lugar de hacia sus negocios.
Las lágrimas le ardían en los ojos. Había sido una tonta y por ello Edward tendría que sufrir. No era tan arrogante como para creer que Edward la necesitara a ella, pero... necesitaba a alguien que estuviese con él, y desde luego Tanya no iba a hacerlo. Era demasiado egocéntrica como para preocuparse por los demás.
Bella se acurrucó en posición fetal y se concentró en dejar de llorar. Perdió la noción del tiempo que pasó en esa postura, pero en un momento dado se levantó y empezó a recoger sus cosas. El ruido de la puerta abriéndose la alertó de la vuelta de Emmett. No esperaba que volviera de la reunión hasta el día siguiente, pero en algún momento tenía que enfrentarse a él y contarle todo acerca del ultimátum de Tanya.
Salió a la salita de la suite y se detuvo en seco, frotándose los ojos para asegurarse de que no le estaban jugando una mala pasada.
-         ¿Por qué no respondiste al teléfono? -preguntó Edward, furioso.
-         No sabía que fueras tú -dijo ella, tontamente.
Allí estaba él, en la suite. Aparte de la silla de ruedas, se parecía mucho a aquel fuerte hombre de negocios italiano. Su pelo cobrizo brillaba y su traje de Armani le estaba perfecto.
-         Huiste -dijo él, casi intimidándola.
-         Pensé que querías que me fuese -desde luego, su prometida quería-. ¿Dónde está Tanya?
-         Se ha ido -dijo él, sin expresión en el rostro.
-         ¿Por mi culpa? -preguntó ella, afectadísima porque su atrevido comportamiento hubiera hecho a Edward perder a la mujer a la que amaba.
-         Porque no permito que nadie me diga quiénes deben ser mis amigos.
Bella se mordió el labio hasta que notó el sabor de la sangre.
   Siento haber saltado sobre ti de esa manera.
-         Estabas contenta por las buenas noticias, igual que yo.
-         Pero... -reunió todo su valor para pronunciar estas palabras- te besé.
-         No es así como yo lo recuerdo, tesoro mío.
-         Te... te ataqué.
-         Te comportaste como una mujer cálida y apasionada enfrentada a la inesperada cercanía física de un hombre que te atrae. No tienes nada de lo que avergonzarte.
-         Pero... Tanya...
-         Se ha ido -repitió él, y sus palabras sonaron definitivas.
-         ¿Quieres decir, para siempre? ¿No le dijiste que no significaba nada? Ella ya sabía que la culpa era mía.
-         Ella no desea atarse a un paralítico.
Las palabras golpearon a Bella como una explosión y se dejó caer sobre las rodillas a los pies de Edward. Le cogió de las manos y las puso contra su pecho.
-         No estás paralítico. Esto es sólo temporal. ¿No se da cuenta? ¿Le has dicho que esta mañana sentías los pies?
-         Lo que le he dicho no es asunto tuyo. Ella ha salido de mi vida, acéptalo como lo he hecho yo -dijo con firmeza.
-         Yo... -se sentía tan culpable, que no sabía qué decir.
Él giró la cabeza y miró a través de la puerta abierta de su habitación. La maleta al lado de la cama se lo decía todo.
-         ¿Ibas a marcharte, verdad? -por extraño que fuera, parecía más enfadado que por la marcha de Tanya.
-         Creía que era lo que querías.
-         Pues no. ¿No te dije que quería que te quedaras?
-         Sí, pero...
-         No hay peros que valgan. Te quedas conmigo -¡qué arrogancia!
-         Yo...
-         No volverás a la universidad. Me lo prometiste.
-         No podría aunque quisiera. Me han despedido -admitió ella amargamente.
Entonces se dio cuenta de dónde tenía las manos de él y las soltó con la velocidad de un rayo al sentir que volvía a acosarlo. Edward la agarró posesivamente por la muñeca antes de que pudiera huir del todo y la colocó sobre su regazo, con las piernas colgando sobre sus firmes muslos.
-         ¿Te despidieron? -preguntó mirándola fijamente.
-         Sí, así que soy libre como el viento -intentó sonreír ante sus perspectivas laborales.
Conseguir la plaza de ayudante de profesor universitario había sido una suerte que no pensaba que se volviera a repetir-. Puedo quedarme contigo tanto tiempo como quieras.
-         ¿Y Pamela?
El nombre de su madrastra no calmó sus ánimos en absoluto. Pamela había dejado muy claro después de la muerte de su padre que no tenía con ella ningún lazo familiar o afectivo.
-         Vendió la casa y casi todo lo que había dentro dos meses después de la muerte de mi padre. Ahora está de crucero por la Costa Azul francesa con uno de los antiguos alumnos de mi padre.
Los ojos de Edward se oscurecieron.
-         ¿Vendió tu casa? ¿Dispuso de ese modo de las pertenencias de tu familia? –parecía indignado. Como italiano que era, le resultaba imposible comprender el desmantelamiento del hogar de la familia y todo lo que representaba. Los Cullen vivían en la misma casa en Milán desde hacía más de cien años.
-         ¿Dónde has vivido hasta ahora?
Ella cada vez tenía más dificultades para concentrarse estando sentada sobre él.
-         ¿Qué? ¡Oh!, en un piso que me dejaba la universidad.
-         ¿Cuánto tiempo te han dado para mudarte?
Ella torció el gesto.
   Ayer fui a recoger mis cosas. Están en mi coche.
-         ¿No tienes dónde ir? -parecía que estuviera viviendo bajo un puente.
-         No. Me quedaré aquí por ahora, pero ya encontraré algo cuando vuelvas a andar y ya no me necesites como animadora.
-         Eso es inaceptable.
Ella sonrió.
-         No te preocupes por eso. Soy mayor y puedo cuidar de mí misma. Lo he hecho desde que fui a la universidad. Pamela nunca quiso que volviera a casa, ni siquiera en verano.
-         No me sorprende que pasaras las vacaciones con mis padres.
-         Tus padres son maravillosos, Edward.
-         Sí, pero tú también eres muy especial.
Sus palabras la hicieron sonreír de nuevo.
-         Gracias. Yo también creo que tú eres muy especial.
-         ¿Te parezco lo suficientemente especial como para casarte conmigo?
Su corazón se detuvo un instante y después volvió a latir a toda velocidad.
   ¿Casarme? -repitió ella.
-         Tal vez, como Tanya, no desees atarte a un inútil.
La rabia la invadió al utilizar aquella horrible palabra y le dio un puñetazo en el pecho.
-         No vuelvas a utilizar esa horrible palabra. Incluso si no puedes volver a moverte en toda tu vida, nunca serás un inútil.
-         Si eso es lo que crees, entonces cásate conmigo.
-         ¡Pero tú no quieres casarte conmigo!
-         Quiero niños. Mi madre espera una nuera y creo que le gustará que seas tú, ¿no?
La idea de tener los niños de Edward la hizo temblar, pero...
-         Eso es ridículo. Estás enfadado con Tanya, pero no deseas pasar el resto de tu vida conmigo como esposa y lo sabes.
-         Quiero volver a Italia y quiero que vengas conmigo.
-         Por supuesto que iré, pero no tienes que casarte conmigo para convencerme de que vaya contigo.
-         ¿Y mis hijos? ¿Quieres tener hijos conmigo sin estar casada?
   No tengo ni idea de lo que estás diciendo -dijo, roja hasta las orejas.
-         Te estoy diciendo que quiero hijos. ¿Es tan difícil de entender?
No, no lo era. Edward sería un padre increíble y nunca había ocultado el deseo de serlo.
-         Pero...
-         Tendrías que someterte a un proceso de fecundación in vitro. No puedo... —ahora fue él quien calló y ella sabía que su orgullo se rompería en pedacitos si decía aquellas palabras.
-         Por supuesto que no. Eso es normal, pero no durará mucho tiempo -ella intentó quitarle importancia.
Por un momento dejó su imaginación volar y se imaginó como esposa de Edward.
Pertenecerle y tener hijos con él. Era muy fácil imaginarse embarazada de un hijo suyo... y muy, muy feliz de estar en ese estado.
-         Tal vez tengas miedo del tratamiento.
-         No -dijo ella, mirándolo de frente, intentando contener los latidos de su corazón-. Edward...
Él le puso un dedo sobre los labios.
-         Piénsalo.
Ella asintió con la cabeza, enmudecida. Incluso si no hubiera deseado casarse con Edward, no habría podido rechazarlo a la primera. Tras la marcha de Tanya, habría sido muy cruel.
-         Y mientras lo piensas, acuérdate de esto.
Sus labios sustituyeron a sus dedos sobre la boca de ella, y en su mente se produjo un cortocircuito. Sus pezones se endurecieron casi dolorosamente contra la seda del sujetador y empezó a notar un latido de vacío entre los muslos. Aquel no era un beso de exploración, era un asalto a sus sentidos y, cuando la lengua de Edward le pidió entrar en su boca, ella la dejó sin protestar.
Aquel latido en el corazón de su feminidad se fue incrementando, lanzando un mensaje de necesidad que no había sentido nunca antes. Ella gimió y se apretó contra él, con los dedos firmemente agarrados contra la solapa de su chaqueta. Edward introdujo su mano bajo el jersey y empezó a acariciar la suave piel de su espalda, haciéndola temblar.
Después, sintió el chasquido de su sujetador y una mano masculina que acariciaba su pecho. Se sintió invadida por el placer. Nunca le había permitido a ningún chico que llegara tan lejos.
Pero aquel era Edward, y ella se moría por sus caricias. Ella gritó y el sonido se perdió en su boca cuando sus dedos empezaron a pellizcar y a acariciarle suavemente el pezón. La sensación entre sus piernas aumentó así como el deseo de gritar. Se agitó en su regazo, incapaz de controlar el impulso de moverse.
Él retiró la boca de la suya y ella lo persiguió con los labios. No podía dejar de besarla en ese momento. Pero no lo hizo, simplemente trasladó sus labios hasta un punto sensible detrás de su oreja. Ella tembló, se agitó y gimió.
Mientras sus manos seguían atormentando su pecho, sus labios hacían estragos en su nuca.
-         Qué dulce sabes, tesoro mió -y quiso saborear cada centímetro de sus labios.
Cuando el jersey de cuello alto pareció interponerse en su camino, le dijo que se lo quitara.
-         ¿Qué? -los ojos de Bella se abrieron como platos, confundida.
Pero él no respondió. Un minuto después, ya le estaba subiendo el jersey por encima del torso. Su piel se encogía donde él la tocaba, pero ella no se dio cuenta del torbellino de pasión en que había entrado hasta que vio el jersey rojo y su sujetador sobre la alfombra. Estaba totalmente desnuda de cintura para arriba, descubierta ante la sensual mirada de Edward. Sus ojos verdes estaban fijos en sus pechos desnudos. Sus manos corrieron a tapar la vulnerabilidad de sus curvas.
-         No deberías mirarme así.
Él no retiró la mirada ni un ápice, sino que delicadamente la tomó de las muñecas, rozando la piel de sus pechos.
-         Déjame que te vea -dijo él.
-         Pero...
   Quieres que te vea —aquello resultó demasiado arrogante.
-         No.
-         Sí, cara mia. Te excita que te mire, que vea lo que a otros les ocultas.
Ella agitó la cabeza, negándolo, pero en realidad, tenía razón. Ella estaba muy impactada por su mirada y dejó que le apartara las manos de los pechos.
Ella nunca había hecho topless; la palidez de su piel contrastaba con el toque rosado y excitado que coronaba sus pechos.
Él alargó un dedo y rozó el pezón endurecido de un pecho.
   Bella... -dijo esto con tal reverencia, que ella sintió que sus ojos se humedecían de nuevo-. Bella mia.
Añadió esto con tono posesivo mientras la abrazaba fuertemente.
Ella tembló. Sus manos empezaron a moldearla suavemente, acariciándola, pellizcando suavemente con tal maestría, que ella evitó pensar cómo habría aprendido aquello.
Ella lo miraba fascinada mientras bajaba la cabeza; sus labios se cerraron sobre su pezón y al ver sus labios contra su piel, ella creyó que ardería de excitación.
Todo se volvió borroso. La sensación era eléctrica y, cuando empezó a pellizcarla y a jugar con la lengua, las pequeñas descargas de placer se hicieron tan insoportables, que ella cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y empezó a suplicar:
-         ¡Por favor, Edward, por favor!
Ella no sabía qué estaba pidiendo, pero sabía que necesitaba algo. Su cuerpo parecía estar en llamas y era incapaz de concentrarse después de haber soñado con ese momento durante tanto tiempo, por fin sus fantasías se habían hecho realidad. Sólo había amado a aquel hombre en toda su vida.
Una carcajada masculina contestó a sus súplicas mientras empezaba a pasarle una mano por la pantorrilla. Le hizo cosquillas detrás de la rodilla haciendo que ella se encogiera, y después empezó a recorrer la parte interna del muslo. Sus piernas se abrieron casi instintivamente y él siguió con su exploración hasta que llegó al centro de su feminidad.
Ella dio un respingo por la sensación y gritó. Él volvió a acariciarla por encima de las braguitas y ella gimió, acercándose más a sus dedos exploradores.
Con el pulgar, él levantó la suave tela y la tocó de la forma más íntima posible, haciéndola temblar de miedo y placer. Ella nunca había hecho aquello y nunca había pensado que dejaría que otro hombre distinto de Edward lo hiciera. Para algunas cosas era tan inocente como una adolescente.
-         ¿Qué me estás haciendo? -susurró ella.
-         Amarte...
Aquella palabra sonaba tan bien. Ella podía imaginarse que él estaba realmente haciéndole el amor y que la tocaba para saciar su propia necesidad. Esa dulce idea incrementó su placer hasta la inconsciencia. En aquel momento, era como si Edward la amase tanto como ella lo amaba a él.
Entonces él la obligó a levantarse; ¿ya había acabado? La sola idea hizo que la necesidad se hiciera aún más acuciante.
Pero él le bajó la cremallera de la falda y la dejó caer sobre la alfombra. Después le quitó las bragas a juego con el sujetador y dejó que se deslizaran por sus piernas hasta llegar a sus pies.
Ella se quitó las botas y los calcetines, deseando volver a la seguridad de su regazo cuanto antes, y su deseo se cumplió casi al instante, cuando él volvió a atraerla hacia sí y siguió probando la sensibilidad de su piel.
Él quiso probar la calidez de su profundidad con un dedo mientras acariciaba dulcemente con el pulgar la zona más sensible de su cuerpo.
Otra vez los gemidos, el temblor aumentó; su cuerpo parecía un volcán a punto de entrar en erupción. Ella se sentía al borde de un precipicio, deseosa por saltar, pero aterrada por los resultados.
-         Déjate ir, cara mia -dijo antes de besarla con una pasión que sólo había sentido en sueños-. Dame el regalo de tu placer.
Ella llego al clímax entre un estallido de fuegos artificiales y terremotos. El placer duró mucho y ella gritó y gimió, pidiéndole que parara y suplicándole que continuara. El siguió tocándola hasta que las convulsiones de su cuerpo casi la hicieron saltar de su regazo, pero ella estaba agarrada a su cuerpo con firmeza.
Bella intentó decir algo, pero era incapaz de articular una frase coherente, hasta que se encontró a sí misma temblando en una serie de clímax que la dejaron agotada y casi inconsciente en sus brazos. Él la atrajo hacia sí y llevó la silla de ruedas hasta su habitación. Allí la colocó sobre la cama y la arropó cariñosamente.
-         Duerme, tesoro. Hablaremos mañana.
Bella despertó antes del amanecer sintiendo el tacto extraño de las sábanas sobre su piel desnuda. Sólo tardó un segundo en recordar todo lo que había pasado el día anterior. Se notó enrojecer al recordar cómo había permitido a Edward tocar todos sus puntos íntimos y cómo la había hecho gritar de placer y suplicar. Y él ni siquiera se había quitado la chaqueta.
¿Por qué lo había hecho? Hasta el día anterior, Edward nunca se había fijado en ella como mujer y ahora, de repente, le había hecho el amor con una pasión que la había dejado casi en estado comatoso. De acuerdo, técnicamente no había sido sexo de verdad, pero ella sentía que no podía haber contacto más íntimo.
Sólo al recordar el modo en que la había dominado hacía que su pulso volviera a dispararse. Había cumplido su fantasía de un modo tan espectacular, que podría vivir de recuerdos toda la vida.
Pero, si él quería casarse con ella, no tendría que hacerlo. Si ella accedía, él no se echaría atrás, tenía demasiado sentido del honor como para eso. Pero realmente no podía desear casarse con ella. Tanya lo había rechazado y él había respondido con la típica reacción Cullen. Le había pedido matrimonio a otra mujer y le había hecho el amor para hacer crecer su ego. Edward era un hombre machista y necesitaba sentir que era atractivo a las mujeres.
Bella se llevó la mano a los lugares que él había tocado el día anterior y que ahora se sentían deseosos de su tacto. No parecían haber cambiado... y sin embargo se sentía mucho más mujer, mucho más femenina.
Edward le había hecho ese regalo: la había hecho sentirse mujer de verdad.
Lo menos que podía hacer era darle a su vez el regalo de su comprensión como compensación. No utilizaría su reacción emocional del día anterior para atraparlo en un matrimonio que seguro no desearía tras haberlo consultado con la almohada.

Ella aplastó sin piedad sus sueños infantiles de ser su mujer y la madre de sus hijos y se levantó para ducharse e ir al hospital. Así vería a Edward temprano y no tendría demasiado tiempo para preocuparse por todo aquello.

Hola, aquí de nuevo dejando un capitulo mas de esta historia que les esta gustando, no crean que no leo sus comentarios, claro que si lo hago y me encantan. Les agradezco su paciencia y que me dediquen un par de minutos para leer.

Hasta la próxima.
Besos Ana Lau

domingo, 18 de octubre de 2015

Cap. 3 En el dolor y en el amor

Capítulo 3
Bella se vio en medio de un torbellino de colores mientras sus labios tocaban los de Edward por primera vez. Su boca era firme, cálida y tenía un sabor ligeramente picante. Ella tomó aire y una oleada de esencia masculina la invadió. Edward. Se moría por dejar sus dedos correr por su pelo, bajo la camisa de su pijama y por explorar el contorno de su pecho. Probablemente lo habría hecho si él no la hubiera sujetado aún firmemente por la muñeca.
Con la otra mano se agarraba a la barandilla de la cama con una fuerza que desconocía que tenía.
Él se retiró y ella se quedó como colgada, suspendida en un mundo de sensaciones que aún no estaba preparada para dejar. Sus ojos se abrieron lentamente y lo vio sonriéndole.
-         Gracias.
-         ¿Gracias? -¿por qué? ¿Por besarlo?
-         Por quedarte -replicó él, divertido.
Y entonces se dio cuenta. Había sido un beso de agradecimiento. Ella estaba deseosa de volver a sentir sus labios de nuevo y, mientras, él le sonreía como un hermano mayor indulgente, contento por haberse salido con la suya. Ella se echó hacia atrás y se giró con tanta rapidez, que la larga trenza trazó un arco por encima de su hombro y aterrizó sobre su pecho derecho.
-         No... no hay problema. Llamaré a la universidad y les diré que no volveré en breve.
Ella presentía que esa llamada no sería tan fácil de hacer, pero aunque significara perder su trabajo no abandonaría a Edward. No mientras la necesitara.
Emmett llegó con la cena y Edward comió los deliciosos platos de pasta y las verduras al vapor con devoción.
-         Esto es una gran mejora comparado con la comida que hacen aquí.
-         Podrías hacer que te trajeran la comida -repuso Emmett.
-         He tenido muchas cosas de las que preocuparme -dijo Edward, encogiéndose de hombros.
Bella pensó que sus principales preocupaciones serían los negocios y salir andando de allí. Tal vez por ese orden.
-         Una cosa que me preocupa es que Bella se quede en tu habitación del hotel. Eso no me gusta.
Emmett miró a su hermano con interés.
-         ¿Por qué no?
-         No es bueno para su reputación.
Bella un pudo evitar reírse ante esta afirmación.
-         Edward, estás anticuado. A nadie le importa si me quedo en la habitación de Emmett.
-         A mí me importa -informó Edward, como sí eso fuera lo único que importara.
-         Bueno, tú no eres mi guardián. Yo no tengo dinero para pagarme una estancia prolongada en un hotel -especialmente si perdía su trabajo.
-         Yo lo pagaré.
-         No, no lo harás -dijo ella, lanzándole una mirada heladora.
-         Además, no hay ninguna necesidad de ello -añadió Emmett-. En mi suite hay dos habitaciones, y ya que no quieres avisar a papá y mamá, la segunda se quedará vacía si Bella no la ocupa.
Ella pensó que el argumento de Emmett sería suficiente, pero por la expresión de Edward, estaba claro que no.
Él la atravesó con la mirada de un modo que la hizo temblar.
-         ¿Permites que Emmett se ocupe de tus necesidades y rechazas mi ayuda?
Ella contuvo un gesto de desesperación.
-         No es lo mismo. A Emmett no le cuesta nada dejarme la habitación que le sobra en la suite.
-         ¿Crees que esa ridícula suma me importa lo más mínimo?
-         No, por supuesto que no -¿por qué estaba siendo tan irracional?—, pero ya estoy allí...
Dejó el tenedor a un lado y se permitió mirarlo a los ojos por primera vez en una hora.
Se sentía una completa idiota después de lo del beso.
-         No sé por qué estás tan preocupado, Edward. Mi nombre no aparece en las revistas del corazón y a nadie le importa con quién duermo.
Su expresión se volvió salvaje y ella se encontró apartándose de él.
-         ¿Has compartido cama con un hombre alguna vez?
En su cara había más fuego que en la erupción del Vesubio que arrasó Pompeya.
-         Eso no es asunto tuyo.
   No estoy de acuerdo con eso —parecía a punto de levantarse de la cama y zarandearla hasta sacarle una respuesta, y aún sabiendo que aquello no iba a ocurrir, un escalofrío le recorrió la espalda.
Ella miró a Emmett para pedirle ayuda, pero parecía estar divirtiéndose demasiado con la conversación como para salir en su ayuda. Volvió a mirar a Edward, pero su expresión no se había ablandado en absoluto.
-         De verdad, no quiero hablar de eso contigo.
-         Dime el nombre de ese hombre.
Cielos. ¿En qué momento su silencio se había convertido en un «sí»? ¿y quién le daba derecho a someterla a ese interrogatorio? Si Tanya aún era virgen, Bella bailaría desnuda en el último piso del Empire State.
-         ¿Me estás diciendo que Tanya y tú no os acostáis?
   Eso no está bajo discusión.
-         Podemos hablar de todo.
-         Estás roja. Estás avergonzada, ¿verdad?
¿Por qué molestarse en negarlo? Él sabría que estaba mintiendo.
-         Sí.
-         Una mujer con experiencia no se sentiría tan incómoda -dijo él, con un gesto complacido.
Esa fue la gota que colmó el vaso.
-         ¿Estás seguro de eso? Tal vez me haya acostado con montones de hombres. Tal vez ahora esté compartiendo cama con Emmett y lo de la suite de dos habitaciones sea sólo una artimaña.
Ella se dio cuenta de que se había dejado vencer por su temperamento un segundo antes de que él explotara. El frío Señor de Negocios Italiano lanzó la mesita portátil con su cena al otro lado de la habitación y empezó a gritar a Emmett.
Bella hablaba italiano con fluidez, pero no entendía muchas de las palabras que estaban pronunciando, aunque podía adivinar que eran juramentos. El rostro sonriente de Emmett estaba serio y sorprendido mientras intentaba convencer a Edward de que había sido una broma, pero la furia de Edward no disminuyó. Si hubiera sido capaz de moverse, su hermano estaría tumbado de espaldas en el suelo, ella no tenía ninguna duda de ello.
-         ¡Por Dios! -ella saltó de la silla y se puso entre los dos -. ¡Calmaos! No he dicho que eso fuera verdad, era sólo una hipótesis.
Edward la tomó por la cintura y ella se encontró de repente sentada en la cama a su lado. Él le sujetó la barbilla con una mano, obligándola a mirarlo. -¿Te acuestas con mi hermano?
-         No. Nunca he estado con un hombre -admitió ella, pensando que la verdad era lo único que podía arreglar aquella situación.
-         Pero me provocaste haciéndome creer que sí -dijo Edward, con una mirada iracunda.
Ella seguía sin comprender por qué aquello era tan importante. Tal vez él se sintiera responsable por ella de algún modo desde la muerte de su padre, a pesar de que la hubiera ignorado durante todo el año anterior... tal vez lo sintiera así a pesar de todo.
   No te estaba provocando. Me has hecho avergonzarme y me he enfadado. La mayoría de las mujeres no son... —no podía pronunciar la palabra- bueno... a mi edad la mayoría de las mujeres ya tienen experiencia.
-         Pero tú no.
-         No -admitió ella con un suspiro. Si él se casaba con Tanya, probablemente la cosa no cambiara nunca.
Él le acarició la cara. Después, apartó la mano.
-         No debes avergonzarte de hablar de estas cosas conmigo.
¿Cómo podía evitar que hablar de eso la avergonzara? Ni siquiera había admitido su falta de experiencia hablando con sus amigas en la universidad, pero como no quería presenciar otra explosión de ira, decidió callar.
Ella se intentó levantar, pero sus brazos alrededor de su cintura se lo impidieron.
-         ¿Edward?
-         Eres muy inocente.
Ella hizo una mueca. Eso ya estaba claro.
-         Si has acabado de hacer el análisis de mi falta de vida amorosa, ¿podrías dejar que me levantara? Quiero volver al hotel.
Edward movía la mano descuidadamente por su cintura y ella estaba a punto de volverse loca o de entrar en un trance de lujuria.
   Te cambiarás a otra habitación.
   No —la firme negativa de Emmett la sorprendió-. Esto es Nueva York, Edward, y no es aconsejable que Bella esté sola en una habitación, incluso si es un hotel con seguridad.
-         Entonces mandaré a mi personal de seguridad para que vigilen su habitación.
La conversación se estaba haciendo cada vez más extraña.
Emmett meneó la cabeza en una decidida negativa.
-         ¿Cómo puede ser mejor para ella estar en la habitación de un hotel con desconocidos que conmigo?
Ella volvió a mirar a Edward. Él estaba pensativo.
-         Tal vez debamos hacer que Tanya se traslade a la suite también.
-         ¡No! -gritaron Emmett y Bella a la vez.
Edward enarcó las cejas.
-         ¿Qué os molesta de eso?
¿Cómo podías decirle a un hombre que no soportabas a su prometida? Bella se aclaró la garganta, intentando pensar en una forma delicada de decir que se negaba rotundamente a compartir su espacio vital con esa bruja egoísta.
-         Bella me contó lo que Tanya le dijo -dijo Emmett, con una nota clara de desaprobación en la voz-. Los celos infundados de tu prometida eran la razón por la que Bella pensaba volver a Massachusetts.
-         ¿Ahora intentas protegerla de mi prometida? -preguntó Edward-. ¿Estáis seguros de que no tenéis nada que decirme?
Ella ya se había cansado del arrebato de superprotección de Edward. No era ninguna damisela en apuros que necesitara protección; había vivido por su cuenta, si no físicamente, sí emocionalmente, desde mucho antes de la muerte de su padre, o tal vez Edward pensara seriamente que ella quería casarse con el más joven de los hermanos Cullen.
   Esto es ridículo. No voy a lanzarme sobre Emmett al más mínimo descuido.
-         Pero no puedes estar tan segura de que yo no lo haga -replicó Emmett con humor.
La mano de Edward sobre la cintura de Bella se tensó.
-         Tu humor está mal orientado.
-         Al igual que tu mano, sobre todo teniendo en cuenta que estás comprometido con otra mujer -dijo Emmett, provocador.
Edward no retiró la mano y contestó.
-         Ella es casi de la familia.
-         ¿Sí? -preguntó Emmett—. Lo dudaba.
-         ¡Yo estoy cansada de esta conversación! -golpeó a Edward en la mano. Este la soltó y ella se pudo levantar.
Con los brazos en jarras, se dirigió a Edward.
-         Si quieres que me quede en Nueva York, será en la suite de Emmett y los servicios de Tanya como carabina no serán necesarios. Incluso las solteronas vírgenes tenemos nuestros límites y los míos están por encima de los machitos arrogantes y primitivos que hablan de mí como si no estuviera delante.
-         Edward es un tipo anticuado, pero yo soy un hombre moderno y no veo nada de malo en que una mujer de veintitrés años no se case -dijo Emmett, con sonrisa calculadora.
-         De acuerdo, «hombre moderno», llévame al hotel y me haré compañía a mí misma.
Edward masculló algo más sobre que se quedara en la habitación de Emmett, pero al final acabó cediendo. No tenía elección. Bella lo quería lo suficiente como para arriesgar su trabajo por él, pero eso no la convertía en un felpudo.
Durante las dos semanas siguientes, Bella regañó a Edward por trabajar mucho y por no trabajar lo suficiente en las sesiones de fisioterapia. Protestó cuando hizo que le instalaran una línea de internet en la habitación del hospital privado al que se había trasladado. Ese mismo día él la había encontrado desenchufando el teléfono y pidiendo a un ordenanza que se lo llevara. Ella no se arrepentía de su acción en absoluto.
Mientras, Tanya pasaba muy poco tiempo en el hospital y se negaba a asistir a las sesiones. Se había ido dos días antes a París a participar en un desfile de moda de otoño, y a él no le importó. A ningún hombre le gusta que le vean indefenso, y así era como se sentía él cuando sus piernas se negaban a hacer lo que él quería.
Nadie podía culparlo por sentirse aliviado al ver marchar a su novia. No estaba dispuesto a soportar sus comentarios despectivos hacia la joven y había provocado la ira de Tanya en más de una ocasión por defender a Bella. No permitiría que nadie hablase mal de la chica a la que él había pasado una buena parte de su vida intentando proteger, incluso de sí mismo. La actitud de Tanya frente a su estado de salud tampoco era de lo más satisfactoria; aunque decía que estaba segura de que volvería a andar, sus ojos le decían que no.
Bella no tenía esas reticencias y seguía convencida de que sus miembros inferiores volverían a su estado normal a su debido tiempo. Ella le recordaba una y otra vez que incluso las personas con daños en la columna vertebral se recuperaban completamente tras cierto tiempo, como el médico les había dicho la primera semana. Además, ella no sólo asistía a las sesiones de fisioterapia, sino que participaba en ellas. Él no se lo había agradecido. Necesitaba que creyera en él, no su participación.
   Devuélveme el teléfono —le gritó.
Ella meneó la cabeza y su trenza siguió el movimiento, reflejando la luz y capturando la atención de Edward. Se preguntó cómo sería su pelo sin trenzar... era tan largo que debía de llegarle por debajo de la cintura. ¿Se lo dejaría suelto alguna vez? Sería precioso.
-         Van tres llamadas en quince minutos -Bella frunció el ceño como una profesora regañando a un alumno a quien acababa de encontrar pasando notitas en clase-. No vas a conseguir andar de nuevo hablando por teléfono.
-         Bella tiene razón, señor Cullen. Necesita concentrarse en el tratamiento –añadió valientemente el fisioterapeuta.
Bella y él se sonrieron con gesto conspirador y la presión arterial de Edward subió varios puntos.
Se suponía que aquel musculoso y rubio adonis era el mejor fisioterapeuta de Nueva York, pero Edward lo habría tumbado de un golpe de buen grado.
-         No responderías al teléfono en medio de un negocio importante, ¿verdad? –preguntó Bella.
-         No estoy negociando nada. Estoy aquí sentado, aburridísimo -dijo, señalando al fisioterapeuta-, mientras él me retuerce la pierna hasta que empiece a funcionar por sí sola como por arte de magia.
-         No es cuestión de magia. Es cuestión de trabajo y siempre creí que el trabajo no te asustaba -añadió ella.
-         ¡Porca miseria! ¡Yo, Edward Cullen, asustado del trabajo! Hay que estar loco para creer algo así.
-         ¡Bien! Me alegra oírte decir eso. Entonces entenderás por qué no se permite usar el teléfono durante la sesión.
-         Al menos deja que ponga el contestador -así podría acabar la llamada que le había interrumpido y después desconectar el teléfono, ya que insistía tanto.
Ella se cruzó de brazos.
-         Ya lo he hecho yo. Asume que no te voy a devolver el teléfono.
Él la lanzó la misma mirada que hacía que los directores de banco huyeran despavoridos en busca de refugio, pero ella permaneció allí, inmóvil, con los brazos cruzados.
Se volvió al fisioterapeuta y le dijo:
-         Dame algo que hacer.
El hombre se sobresaltó ante su tono de voz y Edward sintió una leve oleada de satisfacción al ver que, a diferencia de Bella, había conseguido intimidar al fisioterapeuta.
Bella llamó suavemente a la puerta de Edward, pero ninguna voz respondió.
Había tomado la costumbre de llegar después del desayuno y quedarse durante la sesión de terapia matinal. Tal vez ya hubieran bajado a Edward a la sala de tratamiento... Llegaba algo tarde porque se había quedado dormida; el día anterior había sido agotador y se había acostado tarde.
Había ido y vuelto a Massachusetts en el día para recoger sus cosas del apartamento de la universidad, del que la habían echado. Su presentimiento de que el jefe de departamento no sería comprensivo con su ausencia se había cumplido, pero por fin había encontrado algo por lo que estar agradecida a la debacle que siguió a la muerte de su padre.
Cuando su madrastra vendió la casa, Pamela tiró todo lo que no quiso conservar y aquello significaba que las pertenencias de Bella cabían con facilidad en su coche y no tendría que pagar un guardamuebles.
Bella empujó la puerta de la habitación. No le importaba perderse la sesión; cada vez le resultaba más difícil de sobrellevar. El fisioterapeuta insistía en que Edward se pusiera pantalones cortos de deporte y una camiseta ajustada, lo que dejaba cada centímetro de la musculatura de Edward visible a su obsesivo escrutinio.
Se sentía como una voyeur admirando su increíble cuerpo.
No pasaría nada si ella pudiera animarlo objetivamente, pero no era el caso. Quería y deseaba a Edward desde los quince años y una parálisis temporal no iba a acabar con esos sentimientos. Se sentía como una amiga depravada.
Lo que vio al cruzar la puerta la dejó sin aliento. Edward sentado a un lado de la cama, desnudo excepto por los calzoncillos más sexys que había visto nunca. No era que hubiera visto muchos, pero eso daba igual. Era Edward. El único hombre importante para ella en todo el mundo.
-         Yo... tú... la puerta -era incapaz de hablar con coherencia.
Giró la cabeza hacia ella y su mirada resultó reveladora. Estaba como hipnotizado.
-         ¿Edward? ¿Qué...?
-         Te cuesta pronunciar una frase seguida, cara.
Ella afirmó con la cabeza.
Su sonrisa se iluminó y sus ojos brillaron triunfales.
-         Puedo sentir los dedos de los pies.
Tardó un momento en asimilar las palabras, pero cuando lo hizo cruzó la habitación en un segundo y se abalanzó sobre Edward, que cayó de espaldas con sus brazos rodeándole el cuello.
-         ¡Lo sabía! ¡Sabía que podrías hacerlo!
Su firme y masculino cuerpo se agitó entre risas bajo ella.
-         Piccola mia, ¿esto lo he hecho yo o il buon Dio!
Sus risas se entremezclaron.
   Un poquito cada uno, creo yo -dijo ella, sonriéndolo-. ¿Cuándo ha ocurrido?
-         Me desperté antes del amanecer con un cosquilleo en los pies. Según avanzaba la mañana, he recuperado la sensibilidad.
La emoción se mezclaba con el alivio y la satisfacción.
-         ¡Oh, Edward!
-         No te pongas a llorar.
-         Ni lo sueñes. ¡Estoy tan feliz! -dijo ella, consiguiendo contener las lágrimas.
Después hizo algo que no hubiera soñado siquiera si hubiera podido pensar con claridad. Lo besó.
Fue sólo un leve beso en la barbilla, pero una vez allí, sus labios no quisieron separarse de la cálida piel de Edward. Quería seguir besándolo, saborear su piel, recorrer su cuello, y aunque sabía que tenía que apartarse, no podía hacerlo. Se dijo que, después de un segundo más, se retiraría y le dejaría vestirse.
Entonces se dio cuenta de dónde estaba y qué estaba haciendo. Edward apenas estaba vestido y ella estaba encima de él. Ella intentó recular, pero sus piernas quedaron abiertas contra su muslo, levantándole la falda. Quiso apoyar las rodillas para retirarse, pero sólo consiguió que su piel entrase en contacto íntimo con un cuerpo masculino por primera vez en su vida. Se quedó paralizada.
La fina seda de sus bragas no servían como barrera para el calor del cuerpo de Edward y la estimulación erótica de sus piernas contra las de ella. Tema que haberse puesto medias en lugar de las botas y calcetines que llevaba, de ese modo, al menos sus muslos no estarían totalmente desnudos. Sintió que enrojecía de pies a cabeza por el calor causado por la vergüenza y el placer físico.
-         Edward, yo...
-         Te has quedado de nuevo sin palabras, piccola mia -dijo, divertido.
Ella se sintió como una niña pequeña, pero nunca se había sentido tan mujer como un segundo antes.
-         Lo siento -murmuró, mientras de nuevo intentaba retirarse, pero dos fuertes manos la retuvieron por la cintura.
-         No tienes nada que reprocharte. Tu excitación es igual a la mía.
Ella lo dudaba. Mientras que él podía sentirse excitado por la idea de volver a andar, la de ella estaba mezclada con fuertes dosis de atracción sexual. Sus caras estaba frente a frente.
-         Soy muy feliz, cara.
-         Yo también -dijo ella, intentando controlar su respiración.
-         Ya lo veo -dijo él, riendo.
-         ¿Sí? —preguntó ella tontamente, pensando en las mil posibilidades de colocar su boca contra la de él.
Los ojos esmeraldas llamearon y el hombre primitivo volvió a salir a la superficie cuando
Edward se dio cuenta de lo que estaba pensando.
-         ¿Han besado muchos hombres esta lujuriosa boquita?
-         ¿Qué? -¿acababa de preguntarle si había besado muchas veces? No podía entenderlo...
Edward no podía estar interesado en su historial de besos.
Cuando Edward decidió descubrir por sí mismo su nivel de experiencia, dejó de pensar.
Aunque ella estaba sobre él, sintió que sus labios la arrastraban y la retenían, cautiva de una dominación masculina puramente instintiva.
Ella sintió una mano que le sujetaba la nuca. Podría haberle dicho que no era necesario... si pudiera dejar de besarlo para decir algo.
Sus labios se movían con precisión y ella notó que los suyos se habían abierto sin que ella se diera cuenta. La lengua de Edward recorrió sus labios antes de hundirse en su boca, compartiendo un beso íntimo que le había desagradado en el pasado. Con Edward sintió una excitación que creía imposible y se dejó llevar por él.
Con las manos exploró el pecho desnudo de él mientras su lengua batallaba tímidamente con su agresiva masculinidad. Pronto, el mundo entero se redujo a su cuerpo bajo ella, su boca contra la suya y sus alientos unidos.

-         ¡Edward! -el agudo grito procedente de la puerta sacó a Bella de sus sueños de sensualidad con una velocidad de vértigo.