lunes, 26 de octubre de 2015

Cap. 4 En el dolor y el amor

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia de Lucy Monroe, yo solo la adapto esperando que sea de su agrado.

Capítulo 4

Bella apartó sus labios de los de Edward y rodó a un lado cuando él la soltó.
Saltó de la cama y se alisó la falda corta de tablas que llevaba, roja de vergüenza como el jersey de cuello alto que llevaba.
   ¡Sucia zorra! -le gritó Tanya mientras Edward se incorporaba.
Edward le gritó algo en italiano, pero Bella estaba tan ofuscada, que no entendió nada más que un comentario acerca de que no la esperaba tan pronto de vuelta en Nueva York. El resto de sus palabras hizo que Tanya reculase como un marinero borracho y que mirara a Bella con evidente odio.
Tanya se abalanzó sobre la cama, taconeando fuertemente hasta llegar a ella.
-         ¡Es obvio! ¡No toleraré este tipo de comportamiento, Edward! ¿Me oyes?
Bella pensó que todo el personal médico debía haberla oído para entonces, pero no dijo nada.
Justo antes de llegar a la cama, Tanya se volvió y se encaró con Bella.
-         ¿Crees que no me doy cuenta de lo que está pasando? No soy tan tonta como para creer que fuera Edward quien empezara esto. Es evidente que te has lanzado sobre él en un intento desesperado de hacerte notar como mujer, pero nunca serás suficiente mujer para un hombre como Edward, incluso paralítico.
Cada una de sus palabras hirieron el vulnerable corazón de Bella. Sabía de sobra que no era el tipo de Edward, nunca lo había sido. Se sintió culpable sabiendo que Tanya tenía razón: había sido ella quien se había lanzado sobre Edward, besándolo cuando él sólo le estaba dando buenas noticias.
Por supuesto, nada de eso explicaba el que él la hubiera besado después, pero para un hombre tan machista como Edward, esa podía ser una reacción automática.
Abrió la boca para pronunciar una disculpa, pero Tanya se giró y se dirigió a Edward.
-         O mandas a esa niñata a la calle o me voy para siempre.
Bella se quedó helada. Con esas opciones, ya sabía cuál sería su elección. Ya había pasado antes, cuando Tanya se aseguró de que Edward no tuviera contacto con ella hasta el punto de no dejarle ir al funeral de su padre.
   ¿Y bien, Edward? -dijo Tanya, arrugando los labios mientras lágrimas de cocodrilo afloraban a sus ojos.
   Ya sabes mi respuesta -replicó Edward.
Aquellas fueron las últimas palabras que Bella escuchó antes de salir corriendo de la habitación tan rápidamente como sus temblorosas piernas pudieron llevarla. Las mejillas le ardían por las lágrimas, éstas muy reales, y aunque creyó oír que Edward la llamaba, desechó la idea por fantasiosa.
Él ya había hecho su elección. Aunque desde el día anterior no tenía ningún lugar al que ir, eso no le dolía ni la mitad que el modo en que Tanya había conseguido apartarla definitivamente de la vida de Edward.
Bella se dejó caer sobre la cama de su habitación, aliviada de que Emmett estuviera en una reunión de negocios en Roma, asistiendo en nombre de Edward. Así podría recoger sus cosas y llorar en privado.
Se sentía como cuando murió su padre: sola, perdida y dolida. Y ahora también humillada. El recuerdo de su vergonzosa reacción con Edward la mortificaba. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Edward probablemente pensaría que era una virgen ninfómana.
Gimió y enterró la cabeza en la almohada, pero eso no ayudó demasiado. Se había comportado como una completa idiota. El teléfono sonó, pero lo ignoró para dejarse caer más en su depresión. Probablemente serían las limpiadoras o algo así. O tal vez los médicos de Edward. Maldición. Se obligó a levantarse y a alargar la mano hacia el teléfono justo en el momento en que dejó de sonar. No le daba pena haber perdido la llamada, realmente no quería hablar con nadie en ese momento.
Al pensar que podían ser los médicos, otros pensamientos vinieron a hundirla aún más.
Si ella se iba, ¿quién iba a ocuparse de la rehabilitación de Edward? El fisioterapeuta, por más fuerte que fuese, se sentía intimidado por Edward e incluso Emmett evitaba llevarle la contraria a su hermano en aquellos momentos. Había sido él quien había accedido a instalar la línea de internet en la habitación del hospital.
Edward no tendría a nadie a su lado que se preocupase por canalizar sus energías hacia su recuperación en lugar de hacia sus negocios.
Las lágrimas le ardían en los ojos. Había sido una tonta y por ello Edward tendría que sufrir. No era tan arrogante como para creer que Edward la necesitara a ella, pero... necesitaba a alguien que estuviese con él, y desde luego Tanya no iba a hacerlo. Era demasiado egocéntrica como para preocuparse por los demás.
Bella se acurrucó en posición fetal y se concentró en dejar de llorar. Perdió la noción del tiempo que pasó en esa postura, pero en un momento dado se levantó y empezó a recoger sus cosas. El ruido de la puerta abriéndose la alertó de la vuelta de Emmett. No esperaba que volviera de la reunión hasta el día siguiente, pero en algún momento tenía que enfrentarse a él y contarle todo acerca del ultimátum de Tanya.
Salió a la salita de la suite y se detuvo en seco, frotándose los ojos para asegurarse de que no le estaban jugando una mala pasada.
-         ¿Por qué no respondiste al teléfono? -preguntó Edward, furioso.
-         No sabía que fueras tú -dijo ella, tontamente.
Allí estaba él, en la suite. Aparte de la silla de ruedas, se parecía mucho a aquel fuerte hombre de negocios italiano. Su pelo cobrizo brillaba y su traje de Armani le estaba perfecto.
-         Huiste -dijo él, casi intimidándola.
-         Pensé que querías que me fuese -desde luego, su prometida quería-. ¿Dónde está Tanya?
-         Se ha ido -dijo él, sin expresión en el rostro.
-         ¿Por mi culpa? -preguntó ella, afectadísima porque su atrevido comportamiento hubiera hecho a Edward perder a la mujer a la que amaba.
-         Porque no permito que nadie me diga quiénes deben ser mis amigos.
Bella se mordió el labio hasta que notó el sabor de la sangre.
   Siento haber saltado sobre ti de esa manera.
-         Estabas contenta por las buenas noticias, igual que yo.
-         Pero... -reunió todo su valor para pronunciar estas palabras- te besé.
-         No es así como yo lo recuerdo, tesoro mío.
-         Te... te ataqué.
-         Te comportaste como una mujer cálida y apasionada enfrentada a la inesperada cercanía física de un hombre que te atrae. No tienes nada de lo que avergonzarte.
-         Pero... Tanya...
-         Se ha ido -repitió él, y sus palabras sonaron definitivas.
-         ¿Quieres decir, para siempre? ¿No le dijiste que no significaba nada? Ella ya sabía que la culpa era mía.
-         Ella no desea atarse a un paralítico.
Las palabras golpearon a Bella como una explosión y se dejó caer sobre las rodillas a los pies de Edward. Le cogió de las manos y las puso contra su pecho.
-         No estás paralítico. Esto es sólo temporal. ¿No se da cuenta? ¿Le has dicho que esta mañana sentías los pies?
-         Lo que le he dicho no es asunto tuyo. Ella ha salido de mi vida, acéptalo como lo he hecho yo -dijo con firmeza.
-         Yo... -se sentía tan culpable, que no sabía qué decir.
Él giró la cabeza y miró a través de la puerta abierta de su habitación. La maleta al lado de la cama se lo decía todo.
-         ¿Ibas a marcharte, verdad? -por extraño que fuera, parecía más enfadado que por la marcha de Tanya.
-         Creía que era lo que querías.
-         Pues no. ¿No te dije que quería que te quedaras?
-         Sí, pero...
-         No hay peros que valgan. Te quedas conmigo -¡qué arrogancia!
-         Yo...
-         No volverás a la universidad. Me lo prometiste.
-         No podría aunque quisiera. Me han despedido -admitió ella amargamente.
Entonces se dio cuenta de dónde tenía las manos de él y las soltó con la velocidad de un rayo al sentir que volvía a acosarlo. Edward la agarró posesivamente por la muñeca antes de que pudiera huir del todo y la colocó sobre su regazo, con las piernas colgando sobre sus firmes muslos.
-         ¿Te despidieron? -preguntó mirándola fijamente.
-         Sí, así que soy libre como el viento -intentó sonreír ante sus perspectivas laborales.
Conseguir la plaza de ayudante de profesor universitario había sido una suerte que no pensaba que se volviera a repetir-. Puedo quedarme contigo tanto tiempo como quieras.
-         ¿Y Pamela?
El nombre de su madrastra no calmó sus ánimos en absoluto. Pamela había dejado muy claro después de la muerte de su padre que no tenía con ella ningún lazo familiar o afectivo.
-         Vendió la casa y casi todo lo que había dentro dos meses después de la muerte de mi padre. Ahora está de crucero por la Costa Azul francesa con uno de los antiguos alumnos de mi padre.
Los ojos de Edward se oscurecieron.
-         ¿Vendió tu casa? ¿Dispuso de ese modo de las pertenencias de tu familia? –parecía indignado. Como italiano que era, le resultaba imposible comprender el desmantelamiento del hogar de la familia y todo lo que representaba. Los Cullen vivían en la misma casa en Milán desde hacía más de cien años.
-         ¿Dónde has vivido hasta ahora?
Ella cada vez tenía más dificultades para concentrarse estando sentada sobre él.
-         ¿Qué? ¡Oh!, en un piso que me dejaba la universidad.
-         ¿Cuánto tiempo te han dado para mudarte?
Ella torció el gesto.
   Ayer fui a recoger mis cosas. Están en mi coche.
-         ¿No tienes dónde ir? -parecía que estuviera viviendo bajo un puente.
-         No. Me quedaré aquí por ahora, pero ya encontraré algo cuando vuelvas a andar y ya no me necesites como animadora.
-         Eso es inaceptable.
Ella sonrió.
-         No te preocupes por eso. Soy mayor y puedo cuidar de mí misma. Lo he hecho desde que fui a la universidad. Pamela nunca quiso que volviera a casa, ni siquiera en verano.
-         No me sorprende que pasaras las vacaciones con mis padres.
-         Tus padres son maravillosos, Edward.
-         Sí, pero tú también eres muy especial.
Sus palabras la hicieron sonreír de nuevo.
-         Gracias. Yo también creo que tú eres muy especial.
-         ¿Te parezco lo suficientemente especial como para casarte conmigo?
Su corazón se detuvo un instante y después volvió a latir a toda velocidad.
   ¿Casarme? -repitió ella.
-         Tal vez, como Tanya, no desees atarte a un inútil.
La rabia la invadió al utilizar aquella horrible palabra y le dio un puñetazo en el pecho.
-         No vuelvas a utilizar esa horrible palabra. Incluso si no puedes volver a moverte en toda tu vida, nunca serás un inútil.
-         Si eso es lo que crees, entonces cásate conmigo.
-         ¡Pero tú no quieres casarte conmigo!
-         Quiero niños. Mi madre espera una nuera y creo que le gustará que seas tú, ¿no?
La idea de tener los niños de Edward la hizo temblar, pero...
-         Eso es ridículo. Estás enfadado con Tanya, pero no deseas pasar el resto de tu vida conmigo como esposa y lo sabes.
-         Quiero volver a Italia y quiero que vengas conmigo.
-         Por supuesto que iré, pero no tienes que casarte conmigo para convencerme de que vaya contigo.
-         ¿Y mis hijos? ¿Quieres tener hijos conmigo sin estar casada?
   No tengo ni idea de lo que estás diciendo -dijo, roja hasta las orejas.
-         Te estoy diciendo que quiero hijos. ¿Es tan difícil de entender?
No, no lo era. Edward sería un padre increíble y nunca había ocultado el deseo de serlo.
-         Pero...
-         Tendrías que someterte a un proceso de fecundación in vitro. No puedo... —ahora fue él quien calló y ella sabía que su orgullo se rompería en pedacitos si decía aquellas palabras.
-         Por supuesto que no. Eso es normal, pero no durará mucho tiempo -ella intentó quitarle importancia.
Por un momento dejó su imaginación volar y se imaginó como esposa de Edward.
Pertenecerle y tener hijos con él. Era muy fácil imaginarse embarazada de un hijo suyo... y muy, muy feliz de estar en ese estado.
-         Tal vez tengas miedo del tratamiento.
-         No -dijo ella, mirándolo de frente, intentando contener los latidos de su corazón-. Edward...
Él le puso un dedo sobre los labios.
-         Piénsalo.
Ella asintió con la cabeza, enmudecida. Incluso si no hubiera deseado casarse con Edward, no habría podido rechazarlo a la primera. Tras la marcha de Tanya, habría sido muy cruel.
-         Y mientras lo piensas, acuérdate de esto.
Sus labios sustituyeron a sus dedos sobre la boca de ella, y en su mente se produjo un cortocircuito. Sus pezones se endurecieron casi dolorosamente contra la seda del sujetador y empezó a notar un latido de vacío entre los muslos. Aquel no era un beso de exploración, era un asalto a sus sentidos y, cuando la lengua de Edward le pidió entrar en su boca, ella la dejó sin protestar.
Aquel latido en el corazón de su feminidad se fue incrementando, lanzando un mensaje de necesidad que no había sentido nunca antes. Ella gimió y se apretó contra él, con los dedos firmemente agarrados contra la solapa de su chaqueta. Edward introdujo su mano bajo el jersey y empezó a acariciar la suave piel de su espalda, haciéndola temblar.
Después, sintió el chasquido de su sujetador y una mano masculina que acariciaba su pecho. Se sintió invadida por el placer. Nunca le había permitido a ningún chico que llegara tan lejos.
Pero aquel era Edward, y ella se moría por sus caricias. Ella gritó y el sonido se perdió en su boca cuando sus dedos empezaron a pellizcar y a acariciarle suavemente el pezón. La sensación entre sus piernas aumentó así como el deseo de gritar. Se agitó en su regazo, incapaz de controlar el impulso de moverse.
Él retiró la boca de la suya y ella lo persiguió con los labios. No podía dejar de besarla en ese momento. Pero no lo hizo, simplemente trasladó sus labios hasta un punto sensible detrás de su oreja. Ella tembló, se agitó y gimió.
Mientras sus manos seguían atormentando su pecho, sus labios hacían estragos en su nuca.
-         Qué dulce sabes, tesoro mió -y quiso saborear cada centímetro de sus labios.
Cuando el jersey de cuello alto pareció interponerse en su camino, le dijo que se lo quitara.
-         ¿Qué? -los ojos de Bella se abrieron como platos, confundida.
Pero él no respondió. Un minuto después, ya le estaba subiendo el jersey por encima del torso. Su piel se encogía donde él la tocaba, pero ella no se dio cuenta del torbellino de pasión en que había entrado hasta que vio el jersey rojo y su sujetador sobre la alfombra. Estaba totalmente desnuda de cintura para arriba, descubierta ante la sensual mirada de Edward. Sus ojos verdes estaban fijos en sus pechos desnudos. Sus manos corrieron a tapar la vulnerabilidad de sus curvas.
-         No deberías mirarme así.
Él no retiró la mirada ni un ápice, sino que delicadamente la tomó de las muñecas, rozando la piel de sus pechos.
-         Déjame que te vea -dijo él.
-         Pero...
   Quieres que te vea —aquello resultó demasiado arrogante.
-         No.
-         Sí, cara mia. Te excita que te mire, que vea lo que a otros les ocultas.
Ella agitó la cabeza, negándolo, pero en realidad, tenía razón. Ella estaba muy impactada por su mirada y dejó que le apartara las manos de los pechos.
Ella nunca había hecho topless; la palidez de su piel contrastaba con el toque rosado y excitado que coronaba sus pechos.
Él alargó un dedo y rozó el pezón endurecido de un pecho.
   Bella... -dijo esto con tal reverencia, que ella sintió que sus ojos se humedecían de nuevo-. Bella mia.
Añadió esto con tono posesivo mientras la abrazaba fuertemente.
Ella tembló. Sus manos empezaron a moldearla suavemente, acariciándola, pellizcando suavemente con tal maestría, que ella evitó pensar cómo habría aprendido aquello.
Ella lo miraba fascinada mientras bajaba la cabeza; sus labios se cerraron sobre su pezón y al ver sus labios contra su piel, ella creyó que ardería de excitación.
Todo se volvió borroso. La sensación era eléctrica y, cuando empezó a pellizcarla y a jugar con la lengua, las pequeñas descargas de placer se hicieron tan insoportables, que ella cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y empezó a suplicar:
-         ¡Por favor, Edward, por favor!
Ella no sabía qué estaba pidiendo, pero sabía que necesitaba algo. Su cuerpo parecía estar en llamas y era incapaz de concentrarse después de haber soñado con ese momento durante tanto tiempo, por fin sus fantasías se habían hecho realidad. Sólo había amado a aquel hombre en toda su vida.
Una carcajada masculina contestó a sus súplicas mientras empezaba a pasarle una mano por la pantorrilla. Le hizo cosquillas detrás de la rodilla haciendo que ella se encogiera, y después empezó a recorrer la parte interna del muslo. Sus piernas se abrieron casi instintivamente y él siguió con su exploración hasta que llegó al centro de su feminidad.
Ella dio un respingo por la sensación y gritó. Él volvió a acariciarla por encima de las braguitas y ella gimió, acercándose más a sus dedos exploradores.
Con el pulgar, él levantó la suave tela y la tocó de la forma más íntima posible, haciéndola temblar de miedo y placer. Ella nunca había hecho aquello y nunca había pensado que dejaría que otro hombre distinto de Edward lo hiciera. Para algunas cosas era tan inocente como una adolescente.
-         ¿Qué me estás haciendo? -susurró ella.
-         Amarte...
Aquella palabra sonaba tan bien. Ella podía imaginarse que él estaba realmente haciéndole el amor y que la tocaba para saciar su propia necesidad. Esa dulce idea incrementó su placer hasta la inconsciencia. En aquel momento, era como si Edward la amase tanto como ella lo amaba a él.
Entonces él la obligó a levantarse; ¿ya había acabado? La sola idea hizo que la necesidad se hiciera aún más acuciante.
Pero él le bajó la cremallera de la falda y la dejó caer sobre la alfombra. Después le quitó las bragas a juego con el sujetador y dejó que se deslizaran por sus piernas hasta llegar a sus pies.
Ella se quitó las botas y los calcetines, deseando volver a la seguridad de su regazo cuanto antes, y su deseo se cumplió casi al instante, cuando él volvió a atraerla hacia sí y siguió probando la sensibilidad de su piel.
Él quiso probar la calidez de su profundidad con un dedo mientras acariciaba dulcemente con el pulgar la zona más sensible de su cuerpo.
Otra vez los gemidos, el temblor aumentó; su cuerpo parecía un volcán a punto de entrar en erupción. Ella se sentía al borde de un precipicio, deseosa por saltar, pero aterrada por los resultados.
-         Déjate ir, cara mia -dijo antes de besarla con una pasión que sólo había sentido en sueños-. Dame el regalo de tu placer.
Ella llego al clímax entre un estallido de fuegos artificiales y terremotos. El placer duró mucho y ella gritó y gimió, pidiéndole que parara y suplicándole que continuara. El siguió tocándola hasta que las convulsiones de su cuerpo casi la hicieron saltar de su regazo, pero ella estaba agarrada a su cuerpo con firmeza.
Bella intentó decir algo, pero era incapaz de articular una frase coherente, hasta que se encontró a sí misma temblando en una serie de clímax que la dejaron agotada y casi inconsciente en sus brazos. Él la atrajo hacia sí y llevó la silla de ruedas hasta su habitación. Allí la colocó sobre la cama y la arropó cariñosamente.
-         Duerme, tesoro. Hablaremos mañana.
Bella despertó antes del amanecer sintiendo el tacto extraño de las sábanas sobre su piel desnuda. Sólo tardó un segundo en recordar todo lo que había pasado el día anterior. Se notó enrojecer al recordar cómo había permitido a Edward tocar todos sus puntos íntimos y cómo la había hecho gritar de placer y suplicar. Y él ni siquiera se había quitado la chaqueta.
¿Por qué lo había hecho? Hasta el día anterior, Edward nunca se había fijado en ella como mujer y ahora, de repente, le había hecho el amor con una pasión que la había dejado casi en estado comatoso. De acuerdo, técnicamente no había sido sexo de verdad, pero ella sentía que no podía haber contacto más íntimo.
Sólo al recordar el modo en que la había dominado hacía que su pulso volviera a dispararse. Había cumplido su fantasía de un modo tan espectacular, que podría vivir de recuerdos toda la vida.
Pero, si él quería casarse con ella, no tendría que hacerlo. Si ella accedía, él no se echaría atrás, tenía demasiado sentido del honor como para eso. Pero realmente no podía desear casarse con ella. Tanya lo había rechazado y él había respondido con la típica reacción Cullen. Le había pedido matrimonio a otra mujer y le había hecho el amor para hacer crecer su ego. Edward era un hombre machista y necesitaba sentir que era atractivo a las mujeres.
Bella se llevó la mano a los lugares que él había tocado el día anterior y que ahora se sentían deseosos de su tacto. No parecían haber cambiado... y sin embargo se sentía mucho más mujer, mucho más femenina.
Edward le había hecho ese regalo: la había hecho sentirse mujer de verdad.
Lo menos que podía hacer era darle a su vez el regalo de su comprensión como compensación. No utilizaría su reacción emocional del día anterior para atraparlo en un matrimonio que seguro no desearía tras haberlo consultado con la almohada.

Ella aplastó sin piedad sus sueños infantiles de ser su mujer y la madre de sus hijos y se levantó para ducharse e ir al hospital. Así vería a Edward temprano y no tendría demasiado tiempo para preocuparse por todo aquello.

Hola, aquí de nuevo dejando un capitulo mas de esta historia que les esta gustando, no crean que no leo sus comentarios, claro que si lo hago y me encantan. Les agradezco su paciencia y que me dediquen un par de minutos para leer.

Hasta la próxima.
Besos Ana Lau

4 comentarios:

  1. Hasta ahora puedo leer este capítulo, quería esperar para leer dos al mismo tiempo, pero jo resisti la tentación 😅... Increíble como siempre!!!! Gracias por compartir

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  2. Hasta ahora puedo leer este capítulo, quería esperar para leer dos al mismo tiempo, pero jo resisti la tentación 😅... Increíble como siempre!!!! Gracias por compartir

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  3. Excelente. No creo poder describirlo mejor. Necesito leer el siguiente. Ya.!

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  4. Para cuando el próximo capítulo? Estoy ansiosa por saber que va a pasar, me paseo por aquí todos los días por que en verdad no se cuando actualizas, pero espero que pronto puedas regalarnos un nuevo capítulo.

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