Disclaimer: Los personajes
no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Michelle Reid yo solo me
adjudico la adaptación para su disfrute.
CAPÍTULO 2
Pasaron algunos minutos antes de
que Edward, se reuniera con ella en el cuarto de estar. Necesitaba algún tiempo
para prepararse para lo que iba a ocurrir. Bella lo esperaba sentada,
pacientemente.
Curiosamente, estaba muy
tranquila. Su corazón latía a un ritmo normal y tenía las manos apoyadas
relajadamente sobre el regazo.
Edward entró. Se había quitado el
abrigo y la chaqueta, y se había desanudado la corbata y desabrochado el cuello
de la camisa. No miró a Bella y se dirigió al mueble bar para servirse un
whisky.
-
¿Quieres uno? -le preguntó a Bella.
Ella negó con la cabeza. Edward
no repitió la pregunta, tampoco la miró. Se sirvió una generosa cantidad de
whisky y se sentó en el sofá, frente a Bella. Dio un largo trago.
-Tienes una amiga muy fiel -dijo.
«Y un marido infiel», pensó Bella.
Edward cerró los ojos. No la
había mirado desde que entrara en la habitación.
Estiró las piernas y tomó el vaso
con ambas manos. Bella se fijó en sus dedos: largos, fuertes y con las uñas
perfectamente cortadas.
Era un hombre fuerte y alto, y
siempre aseado. Buenos zapatos, trajes elegantes, camisas a medida y corbatas
de seda. Estaba más pálido que de costumbre, pero su semblante, que reflejaba
tensión, seguía siendo atractivo. Sus rasgos eran bien formados y suaves, tenía
la nariz recta y la boca delgada, en un gesto de determinación.
Iba a cumplir treinta y dos años
y siempre había sido muy masculino, aunque, con el paso de los años, habían ido
aflorando otras facetas de su carácter.
Había adquirido una fuerza
interior, que, tal vez, suele aparecer siempre con la madurez, y una nueva
confianza y conciencia de la propia valía. Su rostro reflejaba su personalidad,
es decir, la de un hombre acostumbrado a ejercer el poder y con la capacidad de
superar eficazmente las dificultades. En su compañía, se tenía la sensación de
estar ante un hombre especial.
Otro rasgo eminente de su
personalidad, pensaba Bella, era su dominio de sí mismo. Edward siempre había
poseído una gran capacidad para controlar sus emociones, raramente perdía los
nervios, raramente se irritaba cuando las cosas no marchaban como él quería.
Ante los problemas, tenía la rara habilidad de olvidar los aspectos negativos y
extraer lo más positivo de la situación.
Aquél era el rasgo más
sobresaliente de Edward Cullen, presidente de Master Holdings, una organización
que, en pocos años, había crecido de un modo extraordinario. Compraba pequeñas
empresas que no marchaban bien y las reconvertía en filiales de la suya,
logrando que obtuvieran grandes beneficios.
Y lo había hecho todo con sus
propios medios. Manteniendo un delicado equilibrio entre el éxito y el
desastre, aunque sin llegar a poner en peligro el bienestar de su familia,
había construido un pequeño imperio. Por el contrario, la había rodeado de lujo,
tanto como podía desear.
-
Y ahora, ¿qué? -preguntó de
repente, levantando los párpados y revelando la belleza de sus ojos verdes y
profundos.
Así que no iba a tratar de negar
nada, se dijo Bella.
-
Deseaba encontrar algo que decir,
pero no sabía qué.
-
Dímelo tú -dijo, todavía con
aquella tranquilidad asombrosa.
Rose debía haberle dicho que
temía que cometiera colgarse de una lámpara.
Qué melodramático, qué novelesco.
Pobre Rose, pensaba Bella con simpatía, qué mal tenía que haberlo pasado.
-
Es una zorra -gruñó Edward.
La idea que tenía de Rose,
obviamente, no se parecía a la de Bella. Se inclinó hacia delante apretando el
vaso de whisky entre las manos. Tenía el ceño fruncido y le temblaba un músculo
de la mandíbula. Apoyaba los codos en las rodillas y no apartaba la vista de la
alfombra.
-
Si no hubiera metido las narices,
podrías haberte ahorrado todo esto. ¡Ya había terminado! -espetó-. ¡Si supiera
cerrar la boca, se habría dado cuenta de que todo había terminado! Esa zorra me
la tenía jurada. Ha estado esperando a que cayera para hincarme el diente. Pero
nunca pensé que caería tan bajo como para hacerlo a través de ti.
Era cierto, pensaba Bella.
Maldita Rose, ¿por qué se había metido donde no la llamaban?
-
¡Di algo, por Dios! -gruñó Edward.
Bella parpadeó, porque Edward
nunca le había levantado la voz, y se dio cuenta de que, desde que Edward había
entrado, tenía los ojos fijos en él, pero sin verlo. Sólo se fijó
verdaderamente en él en aquellos instantes, como si necesitara que sucediera algo
para darse plena cuenta de lo que estaba ocurriendo. Aunque, en realidad, no deseara
que sucediera por temor a echarse a llorar y derrumbarse.
«Así debe sentirse uno», se
decía, «cuando muere un ser querido».
-
Quiero el divorcio -dijo.
Fue lo primero que le vino a la
cabeza y se sorprendió tanto de oírlo como el propio Edward.
-
Tú puedes marcharte, yo me
quedaré con la casa y los niños. No creo que tengas dificultades para mantenernos
-añadió y se encogió de hombros. No cabía en sí de asombro ante su propia
tranquilidad, cuando lo normal era gritarle como una esposa ofendida.
-
¡No seas estúpida! -gruñó Edward-.
Eso no es posible y tú lo sabes.
-
No grites, vas a despertar a los
niños.
Aquello fue la gota que colmó el
vaso. Edward se puso en pie y dejó el vaso sobre la repisa de la chimenea con
un sonoro golpe y derramando el líquido sobre el mármol de la repisa.
Edward miró a Bella con furia,
pero no pudo sostener por mucho tiempo su mirada. Agachó la cabeza
apesadumbrado y se metió las manos en los bolsillos.
-
Mira… -dijo al cabo de unos
instantes, tratando de recobrar la calma- No era lo que tú crees, lo que esa
zorra te ha hecho creer. Sucedió sólo… por casualidad… y se acabó casi antes de
empezar -dijo haciendo un seco ademán.
«Pobre Tanya», pensó Bella,
«guillotinada de un plumazo».
-
-Tenía mucha presión en el
trabajo. La compra de Harvey's ha sido muy arriesgada y amenazaba todo lo que
he conseguido -prosiguió Edward, y tomó el vaso de whisky y dio un largo
trago-. He tenido que trabajar día y noche. Tú has tenido que ocuparte de Anthony
y he pasado más tiempo con ella que contigo. Luego, los mellizos tuvieron sarampión
y no quisiste que contratáramos a una enfermera. Estabas agotada, casi enferma,
y yo estaba preocupado por ti, por los mellizos, por Anthony, que no dormía más
de media hora seguida, y con más dificultades que nunca en la empresa. Creí que
lo mejor para ti era que no te preocupara contándote mis problemas en la
oficina…
Edward hablaba de los meses
anteriores. Un periodo en que Bella pensó que todo lo que podía ir mal había
ido mal. Pero no se le había ocurrido añadir a su lista de problemas que su
marido la engañaba con otra mujer.
-
Bella… -dijo Edward con voz
grave- no era mi intención. Ni siquiera quería hacerlo. Pero ella estaba allí
cuando yo necesitaba a alguien, y tú no estabas, y yo ...
-
¡Cállate! -exclamó Bella.
Le dieron náuseas y tuvo que
llevarse la mano a la boca para no. vomitar sobre su preciosa -y carísima
alfombra. Se levantó, Edward hizo intención de ayudarla y ella le dirigió una
mirada hostil. Fue dando tumbos hasta el mueble bar y, con manos temblorosas,
se sirvió whisky. Era una bebida que detestaba, pero, en aquellos momentos,
sentía la angustiosa necesidad de beber algo fuerte.
Edward seguía de pie. La miró con
desconsuelo al verla beberse el whisky de un trago y cerrar los ojos echando la
cabeza hacia atrás.
Bella trataba de mantener la
calma, pero la tormenta se había desencadenado.
Su cuerpo fue sacudido por un mar
de emociones violentas. Le palpitaba el corazón y trató de respirar
profundamente, pero tenía la sensación de tener los pulmones encharcados. Tenía
paralizados los músculos del estómago, su cerebro, al contrario, estaba sumido
en un torbellino de angustia y dolor.
-
¡Se ha acabado, Bella! -dijo Edward
con una voz grave que ella nunca le había oído-. ¡Por Dios, Bella, se ha
acabado!
-
¿Cuándo se acabó? -le preguntó
mirándolo a los ojos- ¿Cuando te permitiste el lujo de volver a hacer el amor
conmigo? Pobre Tanya.
El whisky comenzaba a hacer el
efecto deseado. -¿Me pregunto a quién de las dos tomas por imbécil? Edward
sacudió la cabeza negándose a aceptar la lucha.
-
Simplemente, ocurrió -dijo
tristemente, pasándose la mano por el pelo-. Ojala no lo hubiera hecho, pero no
puedo echar marcha atrás, aunque sea lo que más deseo.
Por si te sirve de algo, te diré
que me avergüenzo de mí mismo. Pero, y te lo juro por Dios, te doy mi palabra
de que no volverá a suceder de nuevo.
-
Hasta la próxima vez -dijo Bella
y fue a salir de la habitación antes de que los sentimientos sombríos que se
agolpaban en su interior estallaran con amargura.
-
¡No!-exclamó Edward, agarrándola
del brazo y atrayéndola hacia sí-.¡Tenemos que arreglado! Por favor, sé que te
he hecho daño pero necesitamos…
-
-¿Cuántas veces? -le espetó Bella,
perdiendo el control- ¿Cuántas veces has venido oliendo a su perfume? ¿Cuántas
veces me has hecho el amor por obligación después de haberte acostado con ella?
-
¡No, no, no! -dijo agarrándola
por ambos brazos mientras ella trataba de liberarse- ¡No, Bella! ¡Nunca! ¡No he
dejado que llegara tan lejos!
Se puso pálido ante la mueca de
incredulidad de Bella.
-
¡Te quiero, Bella! -dijo con voz
grave- ¡Te quiero!
Por alguna razón, aquella
declaración desesperada la enervó y, llevada por la violencia, le dio una
bofetada.
Edward se quedó de piedra. Bella
se apartó de él.
Nadie que la conociera la habría
creído capaz de sentir tanto odio como revelaban sus ojos. Edward estaba
atónito, tratando de digerir el horror que contenía aquella mirada.
Sin decir nada más, Bella dio
media vuelta y salió de la habitación. Se detuvo en la puerta de la habitación
que compartía con Edward y luego, se dirigió a la habitación de Anthony.
El niño ni se movió cuando entró.
Bella se acercó se inclinó sobre la cuna y se quedó mirando a su hijo
preguntándose si el intolerable dolor que sentía en su interior la haría
enfermar.
Luego, el dique que contenía sus
emociones se rompió y con un sollozo cayó sobre la cama que sería de Anthony
cuando creciera. Se arropó con la manta y ahogó su llanto en la almohada, para
que nadie la oyera.
La mañana comenzó con el gorjeo
de Anthony, que, completamente despierto, pataleaba alegremente en su cuna. Bella
tardó unos instantes en darse cuenta de por qué estaba durmiendo en aquella
habitación.
Sintió que algo se rompía en su
interior al recordar la noche anterior, pero, a los pocos instantes,
experimentó una gran calma, se sentía vacía, hueca.
Se levantó y frunció el ceño al
darse cuenta de que llevaba la misma ropa del día anterior. Se llevó la mano a
la cabeza. Tenía aún el pelo recogido con una goma. Se la quitó y sacudió la
melena. Tenía un aspecto desastroso y se sentía muy mal. Ni siquiera se había
molestado en quitarse las zapatillas de deporte para dormir. Se sentó en la cama
y se las quitó. En aquel momento, el niño se dio cuenta de su presencia y dio
un gritito de alegría.
Bella se inclinó sobre la cuna.
La sonrisa de su hijo fue como un bálsamo para su triste corazón. Por unos
instantes, se sumergió en la alegría que suponía disfrutar de su hijo. Le dio
unos golpecitos en el vientre y murmuró las cosas que las madres suelen decirles
a sus hijos, y que sólo ellas y sus hijos entienden.
Aquello le pertenecía, se dijo.
No importaba qué cosas querría arrebatarle o concederle la vida, jamás podría
quitarle el amor de sus hijos. «Esto», se dijo, «es sólo mío».
Anthony estaba empapado. Bella le
quitó el pañal antes de sacarlo de la cuna.
Anthony siempre estaba alegre por
las mañanas. No dejó de gorjear y moverse cuando lo llevó al baño, para
limpiarlo y refrescarlo.
Lo sacó, lo envolvió en una
toalla y volvió a su habitación para vestirlo.
Normalmente, lo habría llevado a
la cocina para darle el desayuno sin siquiera vestirlo y sin vestirse ella.
Normalmente, lo hacía cuando los niños se habían ido al colegio y su marido a
trabajar, pero no podía despertar a los mellizos con aquel aspecto. Le preguntarían
por qué tenía una pinta tan desastrosa sin el menor rubor.
Hizo acopio de valor y abrió la
puerta de su habitación. Sabía que Edward sólo estaría medio dormido. Entró sin
hacer ruido y miró hacia la cama, sumida en la penumbra del amanecer.
No estaba allí. Oyó ruido en el
baño y Edward apareció al cabo de un instante.
Llevaba una camisa blanca y
pantalones grises. En cuanto la vio, se detuvo bruscamente.
Desde que lo conocía, Bella nunca
se había sentido tan vulnerable en su presencia. Era consciente de su desamparado
aspecto: de sus ojos enrojecidos por el llanto, de la palidez de su semblante y
de sus cabellos enredados.
También estaba alerta ante él.
Observaba lo alto que era, la fortaleza de su cuerpo y sus músculos esbeltos.
El ancho pecho, las caderas estrechas y las piernas largas y poderosas…
Tragó saliva y levantó la vista.
Cruzaron una mirada. Tampoco él tenía buen aspecto. Parecía cansado, como si no
hubiera dormido mucho. Debía haber estado pensando, tratando de encontrar una
solución, la salida a una situación imposible. Era una de sus virtudes
convertir los fracasos en éxitos. Era la causa principal de su prosperidad.
Acababa de afeitarse, su barbilla
parecía limpia y suave… Bella absorbió el familiar aroma de su loción de
afeitar y se dio cuenta de que sus sentidos respondían.
La atracción sexual no conocía
límites, reconoció amargamente. Incluso en aquellos instantes, sin dejar de
odiarlo y despreciarlo, sabía que era el hombre al que había amado ciegamente
durante muchos años.
Se acercó a la cama, apoyó la
rodilla en el colchón y dejó a Anthony sobre la colcha. Entonces, se dio cuenta
de que Edward no había dormido en aquella cama, la única evidencia de que la
había utilizado era la huella de su cuerpo sobre el edredón de color melocotón.
Anthony se puso a patalear,
tratando de captar la atención de su padre, que, sin embargo, no apartaba los
ojos de Bella. El niño gritó con frustración y se puso colorado del esfuerzo de
tratar de sentarse sobre la cama. Bella sonrió al ver sus dificultades y le
tendió una mano, que el niño usó para equilibrarse.
Edward se acercó al otro lado de
la cama e, inconscientemente, estiró el brazo para ayudar a Anthony.
-
¡Pa! -dijo el bebé triunfalmente,
librándose de ambas manos para prestar toda su atención a la colcha.
Bella mantuvo la vista fija en su
hijo, dándose cuenta de que Edward no apartaba los ojos de ella.
-
Bella, por favor, mírame -dijo Edward
con una súplica que conmovió las entrañas de Bella.
-
No -dijo ella con un susurro,
tratando de mantener la calma.
Edward profirió un suspiro.
Levantó a su hijo, le dio un beso en la mejilla y lo volvió a dejar sobre la
cama.
Bella fue a levantarse, pero Edward
fue más rápido que ella. La agarró por la cintura y tiró de ella hasta que pudo
estrechada entre sus brazos.
A Bella le dieron ganas de
sumergirse en el calor que Edward le ofrecía. Se puso tensa y tuvo que hacer
esfuerzos por no llorar.
-
No llores -le dijo Edward.
Era lo peor que podía haber dicho,
porque, al ver el gesto de ternura de Edward, Bella comenzó a sollozar sobre su
hombro. Edward la estrechó con fuerza y enterró la cabeza entre sus cabellos.
-
Lo siento -dijo una y otra vez-
Lo siento, lo siento, lo siento…
Pero no era bastante. No podía
ser bastante. Edward había acabado con todo. El amor, la fe, la confianza, el
respeto, todo se había desvanecido, y las disculpas no iban a devolvérselo.
-
Estoy bien -murmuró Bella,
haciendo un esfuerzo monumental por recobrar la calma y apartarse de él.
Pero Edward la estrechó con
fuerza.
-
Sé que te he hecho mucho daño
-dijo, tratando de contener sus propias lágrimas. Bella podía sentir la tensión
de su pecho, el ritmo errático de su corazón- Pero no tomes ninguna decisión
precipitada mientras… Lo tenemos todo para ser felices si nos das otra
oportunidad. No lo tires todo por la borda sólo porque he cometido un error
estúpido. ¡No puedes tirarlo todo por la borda!
-
No he sido yo quien lo he hecho
-replicó Bella. Aquella vez, Edward dejó que se separara de él. Tenía una
mirada triste y desolada. Bella, buscando algo que ponerse, fue del armario a
la cómoda y vuelta al armario, sin saber realmente lo que estaba eligiendo.
Había pasado muchos años
comprendiendo sus ambiciones, teniendo una fe ciega en él. Muchos años
aguardándole en casa, esperando sus caricias como un perro o un gato, como una
mascota, mientras él alimentaba en casa sus necesidades básicas: comida, bebida
y un paseo de vez en cuando, y ella lo había aceptado con alegría.
« ¡Qué criatura más patética
eres!». Se dijo.
Anthony dejó escapar un chillido.
Los dos dieron un respingo. El niño, aburrido de jugar solo, reclamaba su
desayuno.
Bella se quedó inmóvil en el
centro de la habitación, con la ropa en las manos, preguntándose qué hacer a
continuación. Vestirse o atender a Anthony. Era una elección muy sencilla, pero
no parecía en condiciones de tomarla.
Fue Edward quien finalmente
levantó al niño.
-
Yo me ocupo de él. Vístete tranquilamente,
todavía es temprano -dijo y se marchó por la puerta. Bella suspiró, sintiendo
que la tensión de la habitación se relajaba.
El desayuno fue horrible. Bella
veía una provocación en cada gesto. En Nessie porque comía demasiado, en Emmett
porque se comió los cereales con muy poca leche, ella llenó demasiado la
cafetera y su café estaba demasiado amargo. Al final, se enfadó consigo misma
por reaccionar contra todo, frustrada por no saber lidiar con su propia desgracia.
La emprendió con Emmett porque se había dejado el ordenador encendido la noche
anterior, con todos los juegos esparcidos sobre la alfombra. Cuando terminó de reñirlo,
el pobre niño estaba pálido y rígido, Nessie sorprendida, Anthony callado y Edward…
Edward simplemente estaba sombrío. El resto del desayuno transcurrió en silencio.
Los niños se mostraron visiblemente aliviados cuando su padre los mandó a
recoger sus cosas para irse al colegio.
-
¡No tenías por qué tratar así a Emmett!
-le espetó Edward en cuanto Emmett y Nessie no podían oírlo- ¡Sabes muy bien
que normalmente es muy ordenado! Vas a convertirlos en un manojo de nervios si
no pones más cuidado. Son unos chicos estupendos y se comportan muy bien la
mayor parte del tiempo. ¡No voy a dejar que la tomes con ellos porque estés
enfadada conmigo!
Bella se dio la vuelta hecha una
furia.
-
¿Y desde cuándo estás aquí el
tiempo suficiente para saber cómo se comportan? -le dijo, viendo con gran
satisfacción que se ponía tieso como un clavo- Los ves durante el desayuno,
¡pero sólo cuando dejas de leer tu precioso Financial
Times! ¡La mayoría del tiempo ni siquiera te acuerdas de que tienes tres
hijos! Los… los quieres como quieres… a esa pintura de Lowry que compraste, eso
cuando piensas en ellos. ¡Así que no me digas cómo tengo que educar a mis hijos
cuando como padre eres un completo inútil!
¿Qué le ocurría? Se preguntó
dando un paso atrás mientras Edward se ponía en pie y se acercaba a ella.
-
Me puedes acusar de muchas cosas,
Bella -dijo Edward entre dientes- Y, probablemente, la mayoría de ellas me las
merezco, ¡pero no me puedes acusar de no querer a nuestros hijos!
-
¿De verdad? -le preguntó Bella
con sarcasmo- ¡En primer lugar, te diré que sólo te casaste conmigo porque
estaba embarazada de los mellizos! ¡Incluso Anthony fue un error al que te
costó acostumbrarte!
Edward dio un puñetazo sobre la
mesa. Bella parpadeó al verlo levantar la mesa, apartarla para levantarse y
acercarse a ella. La violencia casi se podía palpar. A Bella se le secó la
garganta al ver cómo Edward se aproximaba a ella con la intención, creía ella,
de estrangularla.
En el último momento, cambió de
opinión y la agarró por los hombros. Bella se dio cuenta de que estaba
temblando.
-
Es demasiado pequeño para
comprender lo que estás diciendo -dijo con una voz ronca y señalando a Anthony
con la cabeza-, pero si los mellizos te oyen, si les das alguna razón para que
piensen que no los quiero, te…
No terminó la frase. No hacía
falta, Bella sabía exactamente cómo continuaba.
Edward siguió mirándola por unos
instantes, luego la soltó y salió de la cocina.
Tragó saliva y dio un profundo
suspiro, y sólo entonces, se dio cuenta de que había estado conteniendo la
respiración. Sólo por pura necesidad de consuelo, levantó a Anthony y lo meció
en sus brazos.
Se avergonzaba de sí misma. Y
también estaba furiosa, porque, al haberle gritado de aquella manera, le había
dado el derecho a meterse con ella, cuando, hasta ese momento, era ella la que
tenía todo el derecho a meterse con él.
Antes que nada les pido mil y un disculpas por la demora en la actualización, pero se me justaron muchas cosas, pero aqui estamos de nuevo.
Aghhh y ahora sin quiere recuperar a Bella, peromsera verdad que término todo con Tanya??? Espero que pueda conquistarla nuevamente porque va muy mal...
ResponderBorrarBesos gigantes!!!
XOXO
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarMuuuy bueno!! No tardes en actualizar porfis :)
ResponderBorrarUn gran capítulo me encanta la historia
ResponderBorrarMe esta gustando mucho la historia..por favor actualiza pronto. Quiero saber como siguen las cosas entre estos dos ya q si edward la quiere recuperar a bella tiene mucho por hacer
ResponderBorrarEstaaaa muy padre la historia, actualiza yaaa!
ResponderBorrarPor favor actualiza, me hichizo esta historia....plisssss
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