Capítulo 10
Cuando casi habían llegado
a la clínica, Bella se dio cuenta de que había olvidado tomarse al medicación
para el dolor que debía haber tomado una hora antes de someterse al
tratamiento. Rápidamente, se tomó un par de analgésicos que llevaba en el
bolso, aunque se suponía que sólo tenía que tomar uno. El segundo era para
compensar el retraso en tomarlo.
Edward se quedó en la sala
de espera mientras ella se cambiaba de ropa y se ponía una bata azul de
hospital. Nunca había imaginado que se quedaría embarazada en un ambiente estéril
y rodeada de médicos.
Pero tampoco le importó
demasiado. Quería tener un niño de Edward, costara lo que costara.
Edward pasó a la sala una
vez que hubieron instalado a Bella y le hubieron tomado las constantes vitales
y la temperatura. Entró sonriendo, apoyándose ligeramente en el bastón.
Ella le sonrió tímidamente.
-
¿Te gusta mi traje nuevo? -dijo señalando la bata, intentando
hacer una broma.
-
Me gusta más lo que hay dentro -dijo él, inclinándose para
besarla.
Sus palabras la dejaron sin
hablar de puro placer.
-
¿Recordó tomarse la medicación contra el dolor? -preguntó la
enfermera.
Ella enrojeció y sacudió la
cabeza.
-
Pero me he tomado dos de las pastillas que tomo habitualmente para
el dolor menstrual.
La enfermera, una mujer
morena de mediana edad, asintió a Bella.
-
Eso debería ser suficiente.
Edward se puso tenso a su
lado en cuanto pronunciaron la palabra «dolor».
-
¿Qué medicinas para el dolor? Pensaba que esta técnica era
indolora. ¿Qué ocurre?
Bella lo tomó de un brazo
para calmarlo.
-
Es sólo por precaución. No hay nada de qué preocuparse. El médico
y yo ya hemos hablado de esto.
-
¿Estás segura? Tal vez podamos esperar...
-
No -dijo ella, tomando aire-. Quiero hacerlo.
Su ceño fruncido indicaba
que a él no le convencía la idea.
-
¡Enfermera! Tal vez debiera tomar la medicina ahora. Seguro que
tienen la medicina para estos casos.
La enfermera puso cara de
duda.
-
En efecto, pero no creo que sea muy prudente mezclar las dos medicinas.
Algunos analgésicos no presentan ningún problema, pero otros...
Bella la interrumpió.
-
No pasa nada. Estaré bien, Edward. No tiene importancia.
Veinte minutos después
agarraba la mano de Edward con una fuerza terrible y lamentaba terriblemente su
seguridad anterior.
La incomodidad de tener un
catéter en el interior de su útero había sido soportable, pero en aquel momento
en la zona inferior de su cuerpo el dolor era insufrible. Sus ojos estaban
llenos de lágrimas y la angustia de Edward era también evidente. Él había
intentado detener el procedimiento ante los primeros signos de dolor, pero ella
había querido continuar. Él la acompañó dándole fuerzas y para ella fue muy
importante comprobar el apoyo que podía recibir de él en el momento de tener al
niño.
-
¿Queda mucho? -preguntó Edward. Si la respuesta hubiera sido
afirmativa, su reacción habría sido impredecible.
-
Unos segundos más y habremos acabado.
Así fue, pero el doctor le
dijo que tendría que permanecer en la posición que estaba, con las caderas
elevadas, durante una hora más. Pero los dolores no cesaban. Ella no dijo nada
para que no la creyesen débil, pero Edward pareció darse cuenta.
Le sujetó la mano y con la
mano libre le masajeó el vientre con movimientos circulares.
Después de unos minutos de
acunarla de este modo y, a pesar del dolor, ella cayó en un profundo sueño.
Se despertó de un
sobresalto cuando entró la enfermera y le dijo que podía vestirse.
Edward había seguido
acariciándola todo el rato. A pesar de su timidez, no le importó que él no
saliera de la habitación mientras se vestía. Su presencia le resultaba
reconfortante y no estaba dispuesta a dejarlo marchar.
-
¿Estás mejor? -preguntó Edward, mientras la ayudaba a vestirse
como si fuera un niño pequeño.
-
Sí. La próxima vez recordaré tomarme la medicina, te lo aseguro
-ella le sonrió, pero él no le devolvió la sonrisa.
La miraba como si hubiera
dicho algo repugnante.
-
No habrá próxima vez, piccola
mia.
Sus palabras no dejaban
lugar a dudas. Ella quería un hijo y se preparó para pelear, pero de repente
todo se volvió borroso y su cabeza empezó a dar vueltas y vueltas... cuando las
piernas le fallaron, intentó agarrarse a Edward.
Se despertó en una cama con
los gritos de Edward. Estaba echándole la culpa al médico de todo, desde sus
dolores hasta el estado de la economía mundial. O al menos eso creía oír.
-
¿Edward? -la palabra sonó como un susurro, pero él se volvió al
instante, centrando toda su atención sobre ella.
-
¿Cómo estás? ¿Aún sientes dolor?
-
Sólo un poco. Estoy algo mareada.
-
Le he dicho a su marido que probablemente sea por estar en ayunas.
Le daremos un vaso de zumo para aumentar su nivel de azúcar antes de que se
vaya a casa — la calma habitual del doctor parecía ahora un poco forzada.
Ella asintió, pero Edward
no pareció tan contento con la explicación.
-
Si es eso, deberían haberle dado algo antes de decirle que se
vistiera. ¿Qué habría pasado si hubiera estado sola? Podría haberse hecho daño
al caer al suelo - su voz se elevaba con cada palabra. Estaba gritando de
nuevo.
Ella hizo un gesto y se
llevó la mano a la sien.
-
Lo siento, tesoro. Un marido fuera de control no es lo que necesitas
ahora, ¿verdad?
-
¿Me sostuviste? - preguntó ella.
-
Sí. Por un momento dudé si podría mantenernos en pie a los dos,
pero eres tan pequeñita, cara mia.
Pude colocarte de nuevo en la cama.
Una enfermera llevó un vaso
de zumo de manzana que Edward tomó de sus manos. La mirada que le lanzó la hizo
salir sin decir nada. Colocó un brazo alrededor de Bella y la ayudó a
incorporarse y a llevarse el vaso a los labios.
Ella bebió y le dijo:
-
Serás un padre maravilloso.
Él sacudió la cabeza y
dijo, muy serio:
-
No si para ello es necesario repetir lo que te han hecho hoy.
¿Y si ella no podía
quedarse embarazada? ¿Seguiría queriéndola a su lado? La duda la aterraba.
Edward insistió en que se
fuera a la cama tan pronto como llegaron a casa. Ella sabía que tenía que pasar
el resto del día en posición horizontal para aumentar las opciones de concebir,
pero había pensado quedarse en el sofá de la sala de estar.
-
Pero no quiero quedarme en la cama. Puedo quedarme tumbada en la
sala - mientras discutía con Edward, éste la ayudaba a ponerse el camisón.
-
Estás dolorida. Necesitas descansar.
-
¡No quiero! -dijo ella apretando los dientes.
Él sonrió, la primera
expresión de felicidad en toda la mañana.
-
Pareces una niña protestona.
-
No creas que puedes tratarme como si lo fuera. Quiero estar abajo
y no aburrirme aquí sola.
-
No, tesoro.
Ella lo miró fijamente.
-
¿A ti te habría gustado estar todo el día recluido en una
habitación? Ya sé que tú estuviste mucho tiempo en el hospital, pero podías
trabajar. Tu secretario personal estaba contigo, yo te visitaba, Emmett te
visitaba e incluso la bruja malvada te visitaba.
-
¿Quieres que llame a Tanya para ver si quiere venir a hacerte
compañía? -preguntó él, sabiendo a quién se refería ella-. He oído que está en
Milán.
¿Dónde lo había oído?
¿Había preguntado por ella? El pensar que él aún se interesaba por las idas y
venidas de su ex prometida la enfureció aún más. Se levantó con decisión y
golpeó las almohadas para mullirlas con más energía de la que realmente era necesaria.
-
La última persona en el mundo con la que quiero pasar el día es
con ella.
-
¿Qué te parece pasarlo conmigo?
¿Acaso estaba diciendo que
pensaba quedarse con ella todo el día?
-
¡Tú estuviste conmigo en el hospital!
-
Pero creía que volverías al trabajo después de ir a la clínica
-pasaba tanto tiempo ocupado en sus negocios, que no lo veía casi nunca.
-
No pienso dejarte sola después de lo que acabas de pasar.
Ella sonrió.
-
Gracias.
-
No me lo agradezcas -tomó el teléfono y llamó por la línea
interna-. Pediré que nos suban algo de comida.
Ella asintió mientras pedía
un almuerzo para los dos. Cuando colgó, fue a buscar una silla para colocarla
al lado de la cama, pero ella le hizo sitio en el borde de la cama.
-
Puedes sentarte aquí si quieres.
-
No creo que sea una buena idea.
-
¿Por qué?
-
Estar a tu lado en la cama me hace pensar cosas que no debo en
este momento, cara.
Ella pensó que estaba de
broma, a pesar de su cara seria, así que respondió en consecuencia:
-
Estoy segura de que sabrás controlarte.
-
No tienes ni idea de cómo funciona la mente de un hombre, te lo
aseguro -estaba muy serio, pero se colocó en la cama a su lado-. ¿Cómo te
encuentras?
-
Hambrienta -dijo con sinceridad.
-
Yo también -dijo él, sonriendo.
-
Podías haber comido algo.
-
No, si tú no lo hacías.
-
¿Es eso algo típico de los machos?
-
Es típico de los Cullen - dijo acariciándole los labios.
-
Eres un hombre muy especial - frotó los labios contra su dedo,
pero no abrió la boca para chupárselo. No estaba dispuesta a ser rechazada de
nuevo. Aunque comprendiera mejor sus motivos, aún estaba dolida.
-
Soy tan especial que he permitido que mi mujer pase por un trance
dolorosísimo antes que enfrentarme a mis propios miedos -dijo, con la cabeza
inclinada.
Ella lo miró sorprendida
por lo que acababa de decir.
-
No te entiendo, caro,
¿Qué te asusta?
Él echó la cabeza hacia
atrás y algo muy poderoso brillo en sus ojos.
-
Nunca me llamas así. Usas palabras cariñosas con Emmett, pero
nunca conmigo.
Ella se sintió andando
entre tinieblas, y antes de decir o hacer algo que pudiera molestarlo, decidió
preguntarle:
-
¿Eso te molesta?
-
Sí.
Aquello era algo muy
difícil de admitir para un hombre con el temperamento de Edward.
-
Con Emmett, es normal porque no significa nada -quiso devolverle a
Edward su sinceridad-. Contigo, esas palabras significan demasiado.
-
Así que no las dices -dijo él, tomándole la mano.
Ella tragó saliva y se
decidió a hablar.
-
Para mí, tu nombre es una palabra cariñosa.
Él le beso la palma de la
mano. Un ruido en el pasillo anunció la llegada de su almuerzo y la
conversación terminó en ese momento.
Después de comer, Bella
bostezó.
-
No sé por qué estoy tan cansada. No he corrido una maratón ni nada
parecido - él ni siquiera la había dejado andar hasta el coche y la había
llevado en una silla de ruedas.
Ella pensaba que, si se
hubiera sentido más seguro, la habría llevado en brazos.
-
Lo has pasado mal.
-
Ahora me siento mucho mejor -intentó calmarlo ella.
Él la miró unos segundos,
como si quisiera leerle el pensamiento. Después se levantó y llevó la bandeja
al pasillo. Al volverse tenía una expresión tan grave en el rostro, que casi le
produjo dolor físico.
No volvió a sentarse, sino
que se quedó parado junto a la ventana, agarrando el bastón con fuerza.
-
Cuando me casé contigo, no estaba seguro de poder volver a andar.
Ella ya lo sabía. Si
hubiera creído completamente en su recuperación, no se habría casado con
alguien tan ordinario como ella.
-
Pero tú creías en mí y eso era lo que yo necesitaba - cada palabra
sonaba como si se la estuviesen arrancando de las entrañas -. No pensaba en si
sería lo mejor para ti y me avergüenza reconocerlo.
-
Tenías miedo.
Sus hombros se pusieron
rígidos pero no lo negó.
-
Sí.
-
Lo entiendo.
Él se giró con el rostro
atormentado.
-
¿Sí? ¿Cómo puedes entenderlo cuando a mí me cuesta tanto? Fui
egoísta, tesoro. No me preocupé por tú felicidad, sólo por la mía.
Ella sacudió la cabeza al
recordar su tierna introducción al sexo.
-
No creo que fuera así.
-
Tal vez tengas razón. En mi arrogancia pensé que, casarte conmigo
y compartir mi cama sería suficiente para ti.
Ella también lo había
pensado.
-
Acepté sabiendo que era lo único que incluía tu oferta.
-
Porque me querías y yo utilicé ese amor para obtener lo que yo
quería, lo que necesitaba.
-
No se puede utilizar lo que se entrega libremente -ella no quería
que se ahogara en la culpa. No podrían avanzar si seguían anclados en el
pasado.
-
¿Lo entregaste libremente?
Ella lo miró a los ojos. No
era el momento de ocultar nada.
-
Sí.
-
¿Cómo puedes decir eso cuando te seduje para que aceptaras mi
propuesta matrimonial, cuando te arrebaté tu virginidad para que no pudieras
volver a hablar de anulación?
Realmente se sentía
culpable.
-
Pero yo te quería. Me encanta lo que me haces sentir cuando me
tocas.
-
Eso es verdad, tesoro. Pero, entonces ¿qué ocurrió anoche?
-
No me dejaste tocarte - y eso le dolió mucho.
-
Tenía miedo.
Nunca había esperado oír
esas dos palabras salir de la boca de Edward.
-
¿Por qué? - creía saberlo, pero tenía que asegurarse.
-
No estoy seguro de poder comportarme como un verdadero hombre.
-
¿Tienes miedo de que no consiga excitarte lo suficiente como para
hacerme el amor?
-
Porca miseria, ¿de dónde has sacado eso?
-
Acabas de decir...
-
He dicho que no sabía si podría realizar el acto. No he dicho nada
de tu belleza ni de la sensualidad de tu cuerpo.
-
Pero si yo fuera más tu tipo de mujer, ¿te resultaría más fácil?
Para ella, eso tenía
sentido, pero él la miró como si se hubiera vuelto loca.
-
Tú eres mi tipo de mujer.
Ella cerró los ojos para no
ver la lástima en los de él.
-
No hace falta que digas esa clase de cosas.
Él se sentó en la cama y,
con un dedo, le recorrió el contorno de la cara.
-
¿Te he mentido alguna vez, piccola
mia?
Ella sacudió la cabeza, con
los ojos aún cerrados.
-
Entonces, si te digo que eres la mujer más sexy que he conocido,
¿me creerás?
No pudo mantener los ojos
cerrados y vio su dulce y burlona sonrisa.
-
Tú... yo...
-
Nunca le había hecho el amor a una mujer que me hiciera sentir más
hombre.
-
Pero dijiste...
-
Que no estoy seguro de poder mantener la erección, pero cuando te
hago el amor, tu respuesta me excita sin que mi cuerpo esté implicado en ello.
-
¿Tú...? ¿Alguna vez...? ¿Has...?
Él rió.
-
Si lo que quieres preguntarme es si he reaccionado físicamente
ante ti en alguna ocasión, la respuesta es sí. No ocurrió la primera vez que te
toqué, y eso me preocupó.
Pero pensé que, cuando
recuperase la sensibilidad, podría recuperar eso también.
-
¿No ocurrió?
-
No lo sé.
Le tomó la cara entre las
manos con expresión atormentada.
-
Te he hecho pasar hoy por todo ese dolor porque yo, Edward Cullen,
tuve miedo de intentarlo.
Pero él no sabía que fuese
a ser doloroso. Ella le había ocultado ese detalle porque sabía que él no la
dejaría continuar con ello.
-
No es culpa tuya.
Él sacudió la cabeza.
-
Dijiste que habías notado una respuesta... -no podía pronunciar la
palabra erección.
-
Sí. Muchas veces cuando te he tocado he sentido algo, nunca tanto
como anoche.
-
Pero no me dejaste continuar.
-
No.
-
¿Por qué? ¡No lo entiendo!
-
-Si no duraba... si no podía llegar al clímax... -su voz se apagó.
Ella ya sabía a lo que se refería: se habría sentido humillado.
-
Yo haría lo que fuera por ti.
-
Sí, y hoy lo has demostrado -retiró las manos de su cara-. Nunca
olvidaré tus lágrimas de esta mañana, ni el momento en que te has desmayado.
-
No ha sido culpa tuya -repitió ella-, el médico me dijo el primer
día que algunas mujeres sufrían mucho dolor, pero no te lo quise decir.
Sinceramente, no creí que me pasara a mí, y deseaba tener un hijo tuyo de
verdad.
-
Si me hubiera enfrentado a mi cobardía, tal vez ese sacrificio no
habría sido necesario.
Ella le hizo girar la cara
para que la mirase a los ojos. Era típico de Edward echarse a la espalda toda
la responsabilidad.
-
No eres un cobarde, Edward. Te has enfrentado a tu parálisis y has
luchado.
-
Pero no me enfrenté a mis miedos y tú has pagado por ello.
Al ver brillar sus ojos,
Bella no pudo más y, sin preocuparse por si había estado en posición horizontal
el tiempo suficiente, se sentó en la cama y le lanzó los brazos al cuello.
-
No, Edward. Quise tener un hijo contigo. No me preocupaba el cómo
tenerlo. Deseaba tanto ese hijo...
Él la besó suavemente, con
dulzura.
-
¿Cómo te encuentras?
-
Mejor.
-
¿Ya no te duele nada?
Ella sacudió la cabeza.
-
Tal vez debiéramos comprobar si puedo darte hijos con más placer
del que has recibido esta mañana, ¿no?
-
Estás seguro de que quieres intentarlo.
-
Si, amore.
Su amor... si fuera verdad.
Ella sonrió; su dulce mirada, su deseo de arriesgarse al fracaso... por ella.
Con eso le bastaba.
Antes que nada les pido una enorme disculpa por dejar de publicar tanto tiempo, pero han sido una serie de cuestiones que me lo han impedido, espero regresar con todo a la brevedad.
Muchas gracias por la paciencia.
Besos Ana Lau
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