sábado, 5 de septiembre de 2015

Cap. 10 Un marido infiel

CAPÍTULO 10

Eran las dos en punto de la tarde de un miércoles. Edward estaba en su despacho, recogiendo los documentos en los que había estado trabajando para preparar su próxima reunión cuando sonó el teléfono.
-     Una señora le llama por teléfono, señor Cullen, dice que es la señora Cullen.
A Edward le dieron escalofríos. Bella nunca lo llamaba al despacho. ¿Habría ocurrido algún accidente?, se preguntó con alarma. ¿Le habría ocurrido algo a sus hijos?
-     Pásemela -le pidió a su secretaria.
Cuando recibió la llamada, había considerado tantas posibilidades que se desconcertó cuando no oyó la voz de Bella sino la de su madre.
Sacudió la cabeza y dijo:
-     Empieza otra vez, mamá. Me temo que no he entendido una sola palabra.
Al cabo de unos minutos, estaba en su coche, pisando el acelerador en dirección a su casa. Su madre le abrió la puerta.
-     Está ahí dentro -le dijo Esme con gesto de preocupación y con signos de haber llorado-. Está muy enfadada, Edward-añadió susurrando.
Edward hizo un gesto de dolor al abrir la puerta del salón y ver a Bella sentada en una esquina del sofá. Tenía el rostro enterrado en un cojín y no paraba de sollozar.
Se acercó a ella con cuidado. Se quitó la corbata antes de intentar tocarla, le temblaron las manos.
-     Bella-susurró agachándose y apoyando la mano en su hombro.
-     Vete -dijo ella sin dejar de sollozar.
Edward frunció el ceño, desconcertado y temeroso.
Nunca la había visto así, tan destrozada que ni siquiera podía decirle lo que le ocurría. Permaneció allí, acariciándole los hombros con ternura mientras se preguntaba qué podía haberla llevado a aquel estado. Pensó en Jacob Black y se le hizo un nudo en el estómago. Si aquel canalla había hecho daño a Bella cuando se estaba recuperando del daño que él mismo le había ocasionado…
-     Bella… -dijo aproximándose y acariciándole el pelo. Se sorprendió al comprobar que estaba húmedo. ¿Cuánto tiempo llevaba así?-. Por Dios Santo. Háblame, dime qué ocurre.
Bella sacudió la cabeza. Edward tragó saliva sin saber qué hacer. Luego, con resolución, se levantó para estrecharla entre sus brazos y volvió a sentarse con ella hecha un ovillo sobre su regazo, con cojín y todo.
Al menos, no trataba de separarse de él, advirtió Edward que permanecía impotente escuchando los sollozos de Bella.
-     Tú tienes la culpa -dijo ella por fin.
Edward suspiró, recordando los últimos días, tratando de averiguar si había hecho algo que pudiera causarle a Bella tanto dolor. En realidad, había sido muy cuidadoso.
Ni siquiera había dicho una palabra sobre su maldita clase de dibujo. Tampoco habían hecho el amor.
-     Se suponía que eras tú el que iba a tener cuidado -añadió Bella con aquella voz rota que le partía el corazón.
Acarició su pelo con la mejilla.
-     ¿Tener cuidado de qué? -le preguntó.
Bella sollozó todavía más, amenazando con ahogarse si no se calmaba. Edward la agarró por los hombros y la sentó, tirando el cojín lejos de allí.
-     Cálmate -le dijo con firmeza, muy preocupado por su estado.
Pero, gracias a aquella firmeza, Bella trató de tranquilizarse y quiso contener las lágrimas. Edward tomó un pañuelo, apartó las manos de Bella de su rostro y le secó las mejillas. Estaba tan caliente que le quitó el jersey de lana que llevaba. Bella se estremeció al quedarse sólo con la blusa y sentir algo de frío.
-     Ahora -dijo Edward-, cuéntame qué ocurre. Has dicho que era algo que yo he hecho.
Bella lo miró. Tenía los ojos bañados en lágrimas e hizo un puchero con la boca.
A Edward casi le dieron ganas de sonreír, porque Bella era la viva imagen de Nessie.
Pero era Bella, no su pequeña hija, y Bella era fuerte, a pesar del aire de fragilidad que la rodeaba.
-     No llores -murmuró, al ver que Bella volvía a llorar- Bella, por el amor de Dios, tienes que decirme qué te pasa para que pueda ayudarte.
-     ¡No puedes ayudarme! ¡Nadie puede ayudarme! ¡Estoy embarazada, Edward!, ¡Embarazada! -dijo Bella sin dejar de sollozar y luego tragó saliva- ¡Dijiste que ibas a tener cuidado!
Fue él el que debió tener cuidado cuando se quedó embarazada de los mellizos, a partir de ese momento fue ella quien se ocupó de todo. Hasta que la píldora le produjo una reacción, así que Edward volvió a ocuparse de todo, y entonces, nació Anthony.
-     ¡Eres un inútil! ¡Puede que sepas dirigir un millón de empresas, pero en todo lo demás eres un inútil! ¡Sólo tengo veinticinco años, por el amor de Dios! –dijo balbuciendo-. A este paso me vas a enterrar antes de llegar a los treinta.
Edward no pudo evitar una sonrisa, pero apretó la cabeza de Bella contra su pecho para que no pudiera verla.
-     Chist -dijo- Todavía estoy intentando asumido. Pero Bella estaba enfadada y se irguió, para decirle todo lo que llevaba atormentándola durante tanto tiempo.
-     ¡Me he convertido en una fábrica de niños! -gruñó-. Ahora me explico por qué me tienes aquí encerrada. Tus amigos, esos grandes hombres, se quedarían boquiabiertos cuando descubrieran que también has montado una fábrica en casa.
Apuesto a que… si consultamos a un sindicato, te denunciaría por abuso de contrato.
-     ¡Cállate, Bella! -dijo Edward, que ya no pudo contener la risa por más tiempo-. ¡No puedo pensar si me lanzas todas esas acusaciones!
-     ¡Piensa sólo en que estoy embarazada y no quiero estarlo!
«¡Piensa en eso todo lo que quieras!», se dijo Bella con amargura.
-     ¿De cuánto? -le preguntó Edward, después de una larga pausa. Tenía un nudo en la garganta y estaba pálido.
-     De tres meses -le respondió ella, sintiéndose estúpida.
-     Tres meses -repitió Edward, relajándose- ¡Dios Santo! -exclamó tan sorprendido como Bella aquella mañana cuando había visto al médico-. Eso significa… -Sí.
Significaba que debió ser la primera vez que dejó que se acercara a ella, después de enterarse de lo de Tanya.
-     Dios mío, ahora me acuerdo de que no se me ocurrió pensar en…
Se hizo el silencio, mientras los dos reflexionaban.
Bella seguía sentada sobre las rodillas de Edward que le acariciaba el pelo distraídamente. De repente, se acordó de aquella vez en que él le acarició el pelo de aquella manera, mientras trataba, también, de asumir una noticia semejante.
No estaba furioso en aquella ocasión y no lo estaba entonces.
-     Bueno, pues que así sea -dijo Edward por fin, y le dio a Bella un beso en la boca- Ahora sí que tendremos que comprar una casa más grande.
Con su primer embarazo había ocurrido lo mismo.
Edward había hecho un comentario semejante para aceptar la situación… «Tendremos que casarnos», había dicho.
Bella no volvió a sus clases de dibujo. Fue una decisión enteramente suya. Había recuperado el amor por el dibujo, pero el sentido común le decía que no debía volver a las clases si Jacob estaba allí. Pero no dejó de dibujar, y sus caricaturas de los niños se podían encontrar por toda la casa.
Sin que mediara ningún acuerdo entre ellos, Edward empezó a invitarla a salir todos los miércoles, como si quisiera compensarla por todo lo que había perdido…
También salían a buscar casa. Les llevó mucho tiempo encontrar una que les convenciera a todos.
-     ¡Así nunca vamos a encontrar casa! -le dijo secamente a Edward después de pasar un fin de semana examinando todas las propiedades en venta de los alrededores y comprobar que nunca coincidían en la elección.
-     ¿Para qué quieres una casa tan grande? -se quejó una vez después de ver una mansión demasiado grande como para que se pudiera vivir cómodamente en ella- Puede que necesitemos una casa más grande que ésta, pero no tanto. No será para que tengamos habitaciones libres para tus amigos, ¿no?
-     La verdad es que aquí no podemos invitar a nadie -replicó Edward, desafiante- Y creo, Bella, que, después de todo lo que he trabajado para que podamos comprar casi lo que queramos, deberías darme el placer de comprar algo especial.
Al cabo de algún tiempo, encontraron algo que les gustaba a los dos. Una vieja casa solariega de ladrillo rojo con grandes ventanales y techos altos. Estaba en una pequeña finca delimitada por un alto muro de ladrillo y árboles, para resguardar la intimidad del lugar. El lugar tenía el prestigio que Edward buscaba y era lo bastante acogedor para convertirse en el hogar que quería construir Bella. A los mellizos les gustaba porque tenía piscina cubierta y establos. Además, tenía una pequeña casa para huéspedes ideal para la madre de Edward, que se enamoró del lugar en cuanto lo vio.
En las habitaciones del piso de abajo, vivía una pareja mayor que llevaba cuidando de la propiedad más de veinte años y que estaban muy preocupados por su futuro después de que la casa se vendiera. El buen corazón de Bella le impidió despedirlos, y Edward se alegró porque así tendrían una asistenta permanente, que liberaría a Bella de muchos trabajos, y un jardinero y chofer para llevar y traer a los niños de la escuela.
Bella se sumergió en la deliciosa tarea de redecorar su nuevo hogar, y descubrió, para su sorpresa, que tenía un gran gusto para hacerla.
Llevaba el embarazo mejor que el de Anthony y, mientras el invierno dejaba paso a la primavera, la casa empezaba a estar lo bastante bien acondicionada como para que consideraran la idea de mudarse.
Edward estaba metido hasta el cuello en otro negocio, la compra de una pequeña empresa de construcción de Manchester que había trabajado para él en el pasado y que atravesaba dificultades financieras, así que pasaba más tiempo en el norte del país que en Londres, mientras Bella trataba de concluir los preparativos de la mudanza antes de que su embarazo se lo impidiera.
Tanya se había disuelto de sus pensamientos a medida que habían ido pasando los meses y no había vuelto a atormentarla mientras hacían el amor, aunque Bella seguía necesitando hacer el amor a oscuras. Pero, al menos, había logrado superar una infidelidad que había estado a punto de echar a perder su matrimonio.
La crisis de los siete años, se decía íntimamente. Si no ocurría nada semejante sino al cabo de otros siete años, podría soportarlo. Porque se había dado cuenta de que nunca dejaría a Edward. Sus vidas estaban demasiado unidas por el amor que sentían por los hijos que ya tenían y por el que pronto nacería. ¿La amaría a ella?, se preguntó.
Desechó aquella idea como un sueño que pertenecía a los sueños de la niña que había sido. Pero se había convertido en una mujer madura, que había aprendido a dominar sus emociones para salvaguardar su matrimonio.
Una tarde que estaba en su dormitorio, Edward llegó inesperadamente desde Manchester. Estaba sentada en el suelo separando ropa que quería conservar de otra de la que quería deshacerse.
Edward tenía aspecto de estar muy cansado. Por su mirada, Bella se dio cuenta de que le molestaba que estuviera haciendo aquello.
-     ¿Por qué no contratas a una asistenta? -dijo Edward con impaciencia, quitándose la chaqueta y la corbata y dirigiéndose al baño con cuidado de no pisar la ropa.
-     ¡No quiero que ninguna extraña husmee en nuestros objetos personales! -exclamó Bella-. Y además, ¿cómo iban a saber qué tenían que tirar y qué no? ¡Tengo que hacerla yo!
Edward no se molestó en contestar, pero dio un portazo al cerrar la puesta del baño. Al cabo de un instante, Bella se levantó y tomó su bloc de dibujo. Cuando Edward salió del baño, recién duchado y con una toalla alrededor de la cintura, estaba echada en la cama y dibujando afanosamente.
-     ¿Qué haces? -dijo Edward, tendiéndose a su lado.
-     ¡Serás bruja! -exclamó al ver el dibujo y soltó una carcajada.
Se reconoció a sí mismo en el diablo con cuernos y una horca que estaba tomando una ducha. Pero, en lugar de agua, de la ducha caían llamas.
-     ¡Pequeña bruja! -dijo quitándole el bloc.
Bella fue a agarrarlo, pero Edward se tumbó de espaldas y la agarró por su hinchada cintura mientras con la otra mano echaba un vistazo a las demás páginas del bloc.
Bella se quedó muy quieta. Le palpitaba el corazón mientras observaba la reacción de Edward al ver sus dibujos. Aquel no era el bloc donde tenía las caricaturas, la que le acababa de hacer era la única de todo el cuaderno. No, aquel era su trabajo más serio, y nadie lo había visto hasta aquel momento.
Había un retrato de Emmett, con el ceño fruncido y una mirada solemne. Era igual que Edward, tanto, que a Bella le dio un vuelco el corazón al comparar el retrato con él.
Nessie parecía satisfecha de sí misma. Su pelo castaño era como un halo alrededor de su cara. Tenía una mirada traviesa la misma con que había recibido la noticia de que su padre iba a comprarle un pony, y sus rasgos expresaban que era independiente y extrovertida. Se parecía a Bella, pero no era Bella. En aquel aspecto, se parecía más a su padre.
Había más retratos de Anthony, porque Bella pasaba más tiempo con él. En uno estaba durmiendo, boca abajo, con el culito en pompa y abrazado a su osito. Había otro dibujo en el que estaba riendo, y sus pequeños dientes asomaban en un rostro lleno de luz. En otro estaba muy serio, concentrado en dar sus primeros pasos.
-     Son buenos -dijo Edward. Bella suspiró.
-     Gracias -dijo e hizo ademán de tomar el bloc antes de que Edward volviera la hoja- Disfruto al hacerlos.
Edward no le devolvió el bloc. Al volver la siguiente página, se quedó muy quieto.
Esperaba ver algún dibujo de él mismo, pensó Bella más tarde. Era la conclusión lógica después de ver dibujos de todos los miembros de la familia. Pero no había ningún retrato suyo.
Era un autorretrato. El retrato de una mujer joven, con el pelo corto y el rostro terso. Una mujer que había cambiado poco a lo largo de los años. Su boca era pequeña y suave y tenía la nariz delicadamente recta. Pero sus ojos, los miraban con una tristeza que conmovía el alma. Para ella, fue como mirar a una extraña. Había odiado aquel retrato nada más terminarlo. Por eso lo había tachado con dos rayas de esquina a esquina de la página.
-     ¿Por qué lo ha tachado? -preguntó Edward con seriedad, siguiendo una de las rayas con un dedo y deteniéndose en la boca.
Bella se apartó un poco de él. -No soy yo, no me gusta.
Edward no hizo ningún comentario, pero se quedó mirando el dibujo durante largo tiempo. Bella se levantó de la cama y trató de concentrarse en la ropa que tenía extendida sobre el suelo de la habitación.
-     De mí no has hecho ningún dibujo -dijo Edward, cuando acabó de examinar el cuaderno.
Bella le dirigió una sonrisa forzada.
-     ¿Cómo qué no? -dijo- ¿Y ese diablo? Así es como yo te veo.
No podía explicar por qué no había intentado dibujarlo. Sabía las razones, pero no habría sabido decirlas con palabras. Edward era distinto. Era y no era de la familia.
Los demás rostros del bloc eran parte de ella. Edward lo había sido, su parte más importante, pero ya no lo era. Se había alejado, se había convertido en una imagen borrosa.
No lo quería tanto como a sus hijos. Él era el eslabón roto de la cadena.
Se estiró para agarrar el cuaderno. Edward se lo dio, observando en silencio cómo lo guardaba en el último cajón del armario y cerrando la puerta antes de mirarlo a él de nuevo.
Él seguía tumbado en la cama, cubierto sólo por la toalla.
-     ¿Dónde está Anthony? -preguntó suavemente.
-     En casa de tu madre.
Cruzaron una mirada y el tiempo se detuvo. La mirada de Edward no dejaba lugar a dudas, la deseaba. Ella estaba a un metro de él, nerviosa, insegura. Se sonrojó sintiendo que el deseo también se apoderaba de ella.
Se fijó en la mata de vello rizado que cubría el pecho de Edward y que descendía en forma de flecha, perdiéndose por debajo de su cintura. Edward era alto, esbelto y muy masculino. Sus piernas eran poderosas y con unos muslos bien formados, y estaban cubiertas de vello. Bella casi podía sentir el roce de aquel vello sobre su piel suave y delicada.
La pálida luz del sol entraba por la ventana, y se dio cuenta, con un pequeño sobresalto, que hacía muchos meses que no miraba a Edward tan abiertamente. La necesidad de hacer el amor a oscuras le había privado de aquel placer. Y también del placer el ver arder el deseo en los ojos de Edward.
Edward estiró el brazo, invitándola a tenderse a su lado. Bella le dio la mano en silencio, llevada por una fuerza contra la que era imposible luchar. Edward entrelazó los dedos con ella, con cuidado de no romper el hipnótico contacto de sus miradas. Se sentó muy despacio y separó las piernas para que Bella se deslizara entre ellas.
Bella sólo llevaba un vestido muy ancho y las braguitas. Edward la agarró por la cintura y le acarició la cadera y las piernas hasta alcanzar el borde del vestido.
Bella contuvo la respiración y dio un respingo.
Edward se detuvo y la miró para comprobar el significado de aquel gesto. Bella dejó escapar el aire de sus pulmones lentamente y cerró los párpados inclinándose para besar a Edward en la boca.
Edward se echó hacia atrás y ella se echó con él.
Sin dejar de besarla, Edward le quitó el vestido. Al instante, se perdieron el uno en el otro, hambrientos, ansiosos, llenos de deseo, sumergiéndose en una cascada de sensualidad y de caricias, sin dejar nunca de besarse.
Bella estaba preparada para recibirlo, y sus sentidos se ahogaron en un dulce pozo de deseo. Edward se colocó encima de ella y Bella lo agarró por la cadera para que la penetrara.
Entonces, ocurrió. Amándolo con cada poro de su piel, con cada uno de sus sentidos, abrió los ojos muy despacio y miró el hermoso rostro de Edward, su pelo rizado, bañado por la tenue luz del sol, y vio la ferocidad de su pasión en el brillo fulminante de sus ojos. Entonces, el fantasma de su infierno volvió para atemorizarla y cerró los ojos, gimoteando con frustración y poniéndose completamente rígida.
-     ¡No! -exclamó Edward con violencia, porque se daba cuenta de lo que le estaba ocurriendo a Bella-. ¡No, maldita sea, Bella, no!
Bella luchó con todas sus fuerzas, apretándose a él y sin dejar de jadear.
-     ¡Mírame! -le exigió Edward-. ¡Por lo que más quieras, mírame!
Bella abrió los ojos lentamente. Edward tenía los párpados entrecerrados, con una evidente expresión de deseo. Tal vez Edward no la amara, pero la deseaba apasionadamente a pesar de que llevaban ocho años casados, a pesar de que su embarazo era evidente, a pesar de todo lo que había ocurrido entre ellos en durante los últimos meses. Edward todavía la deseaba con una gran intensidad, y, tal vez, eso fuera suficiente
-     ¡No! -exclamó Edward al ver que Bella cerraba los ojos otra vez- ¡No, esta vez no me puedes dejar así, Bella!
Tomó el rostro de Bella entre sus manos y le apretó el rostro hasta conseguir que abriera los ojos.
-     Me deseas -dijo con violencia-, pero no me tendrás a no ser que abras los ojos y aceptes a quien deseas. ¡A mí! -exclamó- ¡A mí, Bella! ¡A mí, el hombre que yo era antes de hacerte daño y el hombre que soy ahora!
-     ¿Y si no puedo? -susurró Bella, desconsoladamente- ¿Y si no puedo superar lo que nos hiciste?
-     Entonces, nunca me tendrás otra vez -respondió Edward con pesar- Porque sé que no puedo seguir haciendo el amor con una mujer que tiene que cerrar los ojos para hacer el amor conmigo.
La apartó de su lado, mientras Bella trataba de asumir sus palabras. Edward le había dado un ultimátum, se dijo mientras le observaba dirigirse al baño. Le había dicho que ya había pagado su infidelidad. Le había dicho, en definitiva, que tenía que volver a confiar en él o tendría que olvidarse de sus relaciones sexuales.
No podía creerlo, no podía creer cómo se las había arreglado Edward para darle la vuelta a las cosas. Parecía ser ella la que tenía que hacer concesiones si quería que tuvieran una relación normal en el futuro.
El resentimiento se apoderó de ella, aunque se preguntó si Edward no tenía razón y ella tendría que aceptarlo tal como era, con sus culpas, si quería salvar su matrimonio. Pero aquello sólo añadió confusión a sus pensamientos.
Seguía buscando una respuesta cuando sucedió algo que hizo que olvidara todos sus problemas.

Los mellizos desaparecieron.

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