Capítulo
7
Bella no se movió, incapaz de creer lo que Edward
acababa de decir. ¿Que se lo demostrase? ¿Cómo?
Él cruzó la distancia que los separaba y la
agarró de la muñeca.
-
Ven aquí.
Su orden le produjo un pinchazo instantáneo en
el centro de su pasión, y su tacto en la muñeca le produjo un deseo
incontrolable de más. Ella lo miró, sintiéndose como un animal acorralado por
un depredador a punto de saltar sobre él.
¿Acaso pensaba él lo que ella creía que pensaba?
-
¿Por qué? -logró decir por
fin.
La presión de su muñeca se incrementó.
-
Ven aquí y lo sabrás.
¿Cómo podía hacer que perdiera el control sólo
con una frase? Lo amaba. Lo deseaba y se moría porque la tocase desde que
salieron de Nueva York. Se sentía más viva ahora con sus dedos rodeando su
muñeca de lo que se había sentido en el momento de la boda.
Se dejó llevar dócilmente hasta su lado. Una vez
allí, se quedó acostada en silencio total, esperando lo siguiente.
-
Siéntate.
Cautivada por la intensa sensualidad que emanaba
de él, ella lo obedeció sin un murmullo. Se arrodilló frente a él y pudo ver
que aún llevaba puestos los boxers de seda. ¿Lo había hecho por ella?
-
Suéltate el pelo, tesoro.
No sabía el motivo, pero era incapaz de negarse
a la sensual voz de su marido. Se deshizo la trenza con cuidado, peinándose con
los dedos los largos mechones castaños que caían como una cortina por su
espalda y sobre un hombro. Él la miró con tal concentración, que ella empezó a
temblar.
Cuando acabó, él alargó la mano y pasó los dedos
por los mechones que caían sobre su hombro y su pecho.
-
Es tan suave.
Ella tembló cuando le rozó el pezón con las
yemas de los dedos. Él sonrió y volvió a repetir el gesto, iniciando la caricia
en su nuca y bajando. Pero esa vez, al llegar al pecho, se detuvo en el pezón y
lo acarició hasta que se endureció. La tela del camisón era muy fina y ella
sintió que su excitación crecía.
-
Quítate el camisón -dijo él
con voz gutural.
Ella se quedó sin aliento y sacudió la cabeza.
No creía que fuera capaz de hacerlo. No era una amante experimentada
acostumbrada a desvestirse para un hombre. Nunca había estado desnuda con un
hombre antes de Edward.
-
¿Quieres que deje de
tocarte?
¿Cómo podía preguntarle algo tan estúpido?
Apenas había empezado y ya sentía que todo su cuerpo estaba en alerta roja.
-
No.
-
Entonces, quítatelo -el
tono sensual de su voz la puso aún más nerviosa, pero él dejo caer la mano y
esperó.
— Estás siendo mandón otra vez -susurró ella.
Él se encogió de hombros.
Eso era todo. Sin palabras ni gesto alguno. ¿Y
si no se quitaba el camisón...? ¿Se darían la vuelta y se dormirían? Aquello le
pareció tan imposible que la hizo sonreír. Su mente le pedía una tregua, pero
su cuerpo temblaba porque sabía lo que Edward podía darle.... placer más allá
de la fantasía.
¿Acaso importaba si para él era un deber, cuando
lo hacía tan bien?
Cuando él la tocaba, se sentía amada. Ya sabía
que no era así, pero ya se enfrentaría a la realidad más adelante. Por ahora,
el suponía la pasión que la llamaba como un canto de sirena. Si acababa
chocando contra las rocas del amor no correspondido, al menos el viaje habría
sido más satisfactorio que la soledad del océano que había conocido hasta aquel
momento.
Una vez tomada la decisión, empezó a quitarse el
camisón por encima de la cabeza.
Unas manos cálidas y seguras le tomaron los pechos
cuando su cabeza aún estaba atrapada en la tela. La sensación fue tan increíble
que todo su cuerpo se detuvo arrobado por la sensación. Y se quedó,
literalmente, en la oscuridad.
Edward le acarició los pezones con los pulgares,
dibujando círculos concéntricos a su alrededor hasta que ella pensó que se
volvería loca de deseo. Ella gimió y arqueó el cuerpo ante su tacto, con todo
su ser concentrado en dos pequeños puntos y el placer que le estaban dando.
Él soltó una carcajada y una de sus manos abandonó
su pecho. Ella hizo un ruidito de protesta y después sintió que le quitaba el
camisón del todo. De repente pudo verlo y sentirlo, y lo que vio fueron unos
ojos ardientes de deseo. Él se movió para atraerla a sus brazos y ella aterrizó
contra los suaves rizos negros de su pecho, temblando por la reacción de sentir
por primera vez su cuerpo sin más barreras que los boxers de seda.
-
¿Estás bien, verdad?
Ella lo besó entre el cuello y el hombro,
deseosa de probar la sal de su piel y oler su inconfundible aroma ligeramente
picante.
-
Sí.
El brazo que le rodeaba la cintura la apretó más
hasta que le resultó difícil respirar. Él la soltó de inmediato, pero ella
estaba tan orgullosa de la reacción que había provocado que repitió el beso,
esta vez lamiendo delicadamente su piel hasta la clavícula. Él le acarició los
pechos, pellizcando los pezones y enviando oleadas de sensaciones a sus lugares
más femeninos.
La otra mano se movió hasta que llegó a la
vulnerable suavidad entre sus muslos. Ella se encogió ante la caricia, buscando
el placer que recordaba con ciega pasión. Él la acostó de espaldas y se puso
sobre ella, acostado sobre un hombro.
-
Quiero hacerte el amor.
-
Sí.
El asentimiento apenas tuvo tiempo de salir de
su boca, porque sus labios vinieron a su encuentro. Él inmediatamente se perdió
en la profundidad del beso y tomó el mando dejándola sin aliento y deseosa de
más. Mientras la besaba con fervor, ella se encontró totalmente a su merced, y
sus manos la recorrieron de arriba abajo en repetidas caricias eróticas que la
hacían desearlo aún más.
-
Eres tan apasionada, piccola mía.
Desde luego, ella no se sentía pequeña, sino
toda una mujer, pero tal vez su desinhibida respuesta no fuera buena idea.
Quizá a él le gustase una pareja más comedida. Pensando en Tanya, Bella pensó
en que él debía estar acostumbrado a una pareja más sofisticada.
-
No puedo evitarlo
-respondió, avergonzada.
Si mirada era masculina y primitiva:
-
No quiero que lo evites.
-
¡Oh!
Ella se mordió un labio, preguntándose por qué
había dejado de besarla y por qué su mano estaba quieta sobre su cintura.
Entonces él hizo algo muy extraño. Le colocó el
pelo sobre la almohada, con tanta calma que ella estaba ansiosa cuando acabó.
-
¿Por qué has hecho eso?
-
He soñado contigo así.
¿Sería verdad?
-
¿Has soñado conmigo? -no
podía aceptar que el hombre que consideraba que tocarla era una obligación,
soñara con ello.
Él no respondió y tomó un mechón de su cabello
para utilizarlo como un pincel y «pintar» su cuerpo, prestando especial
atención a los pechos y a los pezones. Él no pareció apreciar que su cuerpo era
un poco más redondeado de lo que marcaban los cánones de belleza actuales. A
juzgar por su expresión, no parecía importarle que fuera casi quince
centímetros más bajita que Tanya y que tuviera una talla más que ella de sujetador
y de vestido.
Lo largo de su pelo le permitía hacerle
cosquillas en el ombligo y lo hizo de un modo tan erótico, que pronto estuvo
agitándose y moviéndose impúdicamente en una búsqueda inconsciente de aliviar
la tormenta que batía entre sus piernas.
Ella quiso tocarlo, pero él la detuvo.
-
No.
-
¿Por qué?
-
Esto es para ti, tesoro.
— Yo también quiero que sea para ti -replicó ella.
Él ignoró sus palabras, besándola en sumisión
total a él. En italiano le dijo lo sexy que era, lo bello que encontraba su cuerpo
y cada parte de él por separado. Algunas de sus palabras eran tan directas que
la avergonzaron un poco, pero también le parecieron provocativas.
¿Por qué no la tocaba donde ella lo necesitaba?
Ella se dio cuenta de que había realizado la
pregunta en voz alta cuando él se rió y contestó:
-
Todo a su momento, tesoro.
Para hacerle el amor a una virgen no hay que apresurarse.
-
A esta virgen no le
importará, ¿eh? -le aseguró ella.
Él volvió a reír y continuó con sus caricias
enloquecedoras. Ella gritó de alivio cuando su boca se cerró sobre uno de sus
pezones, pero el alivio pronto se convirtió en una necesidad aún mayor. Él
succionó hasta que ella lloró de deseo y le suplicó que parara.
Entonces pasó al otro pecho y un momento después
ella era puro deseo.
Sus manos se deslizaron hasta los suaves rizos
entre sus piernas y jugueteó acariciándola con suavidad.
-
Me perteneces.
— Sí — ¿cómo podía dudarlo?
Sus dedos se hundieron entre sus piernas para
encontrar la evidencia de su excitación.
Ella abrió las piernas, sin preocuparse ya de si
sus acciones delataban su fuerte necesidad de él.
Él la acarició como lo había hecho la última
vez, rodeando dulcemente la flor de su feminidad y frotándola en movimientos
repetidos hasta que ella acabó en un grito de éxtasis que siguió resonando en
sus oídos mucho después de que acabara.
Su mano se detuvo, pero no la retiró. Ella se
quedó inerte, preguntándose qué haría entonces.
Él la beso. Suavemente. Posesivamente.
Sus manos se movieron y ella sintió algo dentro
de su cuerpo por primera vez. La sensación fue increíble.
-
¡Qué bien! -gimió ella.
Él sonrió, como el macho primitivo reclamando a
su mujer.
-
Será aún mejor -prometió, y
su dedo se hundió aún más.
Increíblemente, su cuerpo respondió con un nuevo
ardor y ella pudo sentir cómo su cuerpo se preparaba para una nueva explosión.
Él intentó llegar más lejos, pero ella sintió dolor e intentó apartarse
instintivamente, pero él no la dejó.
-
Confía en mí.
Sus miradas se encontraron y ella asintió, con
lágrimas casi en los ojos por lo incómoda que se sentía.
Su pulgar acarició su lugar más suave mientras
que empujaba inexorablemente hacia delante hasta que el calor se hizo casi
insoportable. Su boca acudió a su pezón izquierdo mientras empujaba la barrera
y presionaba de una forma íntima que ella no hubiera podido imaginar en las
actuales circunstancias.
El dolor se transformó en un increíble placer
mientras le hacía el amor como un hombre experto en la materia.
El placer creció y creció hasta que todo su
cuerpo empezó a agitarse en borde del climax. Entonces le mordió el pezón
suavemente y todo en su interior se convulsionó de la forma más increíble
posible.
Compararlo con fuegos artificiales hubiera sido
demasiado poco, y con una supernova, demasiado distante para la intimidad que
habían compartido.
«Amor» era la única palabra que podía describir
la reacción de su cuerpo ante lo que le había hecho su marido.
Ella se agitaba cada vez que movía la mano,
hasta que se quedó adormilada.
Lo sintió moverse a su lado y ponerse en su
silla, pero fue incapaz de abrir los ojos para ver qué ocurría.
Después de un rato, ella no sabría decir cuánto,
él volvió a la cama y sintió el roce suave de una toalla entre sus piernas.
Ella se encogió, consciente de lo que él estaba haciendo, pero él la apaciguó
con una caricia.
-
Sssh, tesoro. Déjame
hacerlo. Es un honor para un marido.
Aun recuperándose del otro «honor de marido» que
acababa de disfrutar, se relajó y le dejó hacer, sintiéndose bien aunque un
poquito violenta.
Después, él la atrajo hacia sí y la rodeó con
sus brazos sólidos y musculosos.
-
Esto, lo que acabo de
hacer, no es un deber para mí.
Recordando sus bellas palabras y sus besos
llenos de pasión, ella lo creyó. Ambos se habían equivocado y habían dicho
cosas que no sentían, pero a él le gustaba tocarla y lo había dejado muy claro.
Ella sonrió, adormilada y contenta. Se acurrucó contra él y le dijo palabras de
amor.
En el borde de la inconsciencia, ella lo oyó
decir:
-
Ahora no puede haber
anulación.
Quiso preguntarle qué quería decir aquello, pero
estaba demasiado cansada.
Bella despertó desorientada. ¿Por qué hacía
tanto calor? No podía mover la cabeza.
Pero el pánico sólo duró un segundo, hasta que
se dio cuenta de que lo que la impedía moverse era el peso del brazo de Edward
sobre su caja torácica. También tenía una mano colocada en actitud posesiva
sobre uno de sus pechos. Edward.
Sus ojos se abrieron de golpe y vio, a la cálida
luz del sol italiano, la forma acostada del hombre que estaba a su lado. Ninguno
de los dos llevaba nada de ropa, aunque la sábana lo cubría hasta la cintura.
De repente, ella se sintió alarmada.
¿Qué había hecho?
Había dejado a Edward amarla. Eso era lo que
había pasado, y el dolor tan íntimo que experimentaba entre las piernas era la
prueba de ello. Pensando en cómo la había tocado sintió una oleada de calor y
su mirada se dirigió irresistiblemente hacia él.
Su cara estaba relajada por el sueño, parecía
más joven y menos intimidante, pero ni siquiera dormido se le quitaba el gesto
arrogante de la boca. Su pelo cobrizo estaba revuelto y una sombra cubría su
mandíbula. Verlo así le pareció muy especial, tan privado como lo que habían
compartido la noche anterior.
Pero realmente no lo habían compartido. Él no
había querido que ella lo tocara. ¿Por qué? Incapaz de contenerse, alargó la
mano para apartar un mechón rebelde que le caía sobre la frente. Ante su
insistencia, no lo había acariciado la noche anterior, pero ahora, al ver que
no se despertaba, dejó que sus dedos recorrieran su pecho, como había deseado
hacerlo la noche anterior. Su pelo era suave y brillante y jugueteó con él. A modo
de tentativa presionó un poco con el dedo sobre su piel para comprobar la
fuerza de sus músculos. Era demasiado bello. Sabía que, si él oía que le
describían así, quedaría tremendamente ofendido, pero para ella él era el
epítome de la belleza masculina: fuerza, virilidad, dureza y altura. Era mucho
más alto que ella y tumbados como estaban, eso quedaba aún más claro. Él se
estiró y ella retiró la mano a toda prisa, temerosa de que la encontrase
mirando y tocándolo como si fuera un juguete nuevo.
Él volvió a quedarse inmóvil y ella suspiró
aliviada, ¿le molestaría que le despertara con sus caricias? Ella habría
deseado saber más acerca de los hombres y lo que les hacía reaccionar. Edward
era el único hombre que la había interesado nunca, pero era incomprensible para
ella como un libro en chino.
Pero le había dejado saber algo de él: le había
dicho que se había enfadado porque se creía ignorado y le había dicho que
tocarla no era un deber. Estaba bien para ser el principio.
Y había dejado bien claro que quería que
siguieran casados. Entonces comprendió el significado de sus últimas palabras
la noche anterior. Edward había consumado su matrimonio, ella ya no era virgen
y eso impedía obtener la nulidad. Lo había hecho a propósito... pero ella no
podía enfadarse por eso, porque sus actos le habían demostrado que deseaba que
siguieran juntos.
Ella sonrió pensando eso y el brazo de Edward se
movió. Estaba despertando.
Él abrió los ojos y su luz verde la atrapó como
un imán cuando la miró.
— Buon
giorno —su voz sonaba aún
adormilada.
Ella era ahora más consciente de que su mano
seguía sobre su pecho.
-
Buenos días -respondió
ella, casi con frialdad.
-
¿Estás bien? -él necesitaba
asegurarse de que todo iba bien.
-
Sí -respondió ella que,
algo violenta por aquella intimidad, intentó moverse hacia un lado sin éxito-.
Tenemos que levantarnos. La sesión de fisioterapia empieza dentro de menos de
una hora.
Ahora que estaba despierto, ella pensaba que,
aunque quisiera seguir casado con ella, al no quererla, la imagen no podía ser
perfecta.
-
¿Qué pasa, cara? ¿Estás
dolorida? -preguntó él, en lo que ella consideró una falta de tacto.
Ella se preguntó qué harían otras mujeres en la
primera mañana después de hacerlo.
-
Un poco.
Él le levantó la barbilla y la obligó a mirarlo.
-
Lamento haberte hecho daño.
Ella vio que era sincero, pero no quería que se
sintiera culpable por algo tan natural.
-
No ha sido nada -dijo,
intentando sonar todo lo sofisticada que no se sentía-. Se supone que siempre
es un poco doloroso la primera vez.
-
Menos doloroso que si
hubiera sido una primera vez convencional, ¿no? Eres muy apasionada, pequeña.
-
¡Edward! No creo que sea
necesario hablar de esas cosas.
-
No tienes que sentirte
tímida conmigo, tesoro. Soy tu marido.
Aquella frase le recordó a lo que él le dijo cuándo
admitió su virginidad ante él.
-
Edward, tu idea de lo que
debe avergonzarme y lo que no, no se parece en nada a la mía.
-
Eres muy inocente.
-
Ya no.
Él la miró arrobado.
-
No, tesoro. Ya no. Ahora me
perteneces.
-
Para bien o para mal -dijo,
con una amargura inesperada.
-
¿No estás contenta de estar
casada conmigo? No lo creo después de lo de anoche –dijo él, frunciendo el
ceño.
-
Asúmelo, Edward. Esta boda
no es lo que ninguno de los dos hubiéramos deseado para nuestro futuro - y
cuando pronunció esas palabras, se dio cuenta de lo reales que eran.
Edward había planeado casarse con una
supermodelo y ella quería casarse por amor.
Él le acarició la mejilla en un extraño gesto de
cariño.
-
Eso es verdad, pero rara
vez las cosas salen como las habíamos planeado.
-
Supongo que tienes razón
-dijo ella, poniéndole la mano sobre el corazón-, pero yo había pensado casarme
por amor.
El la rodeó con el brazo y la miró de un modo
que ella no supo interpretar.
-
Tú me quieres.
Ella abrió la boca para replicar, pero él siguió
hablando.
-
No me niegues el regalo de
tu amor —le colocó un dedo sobre los labios, cerrándoselos -, lo atesoraré
siempre.
Antes de confirmar o refutar sus palabras, ella
expresó su preocupación en voz alta.
-
Tú no me quieres.
-
Tú me importas, tesoro. Te
seré fiel -de nuevo le acarició la mejilla-. Tendremos una buena vida juntos.
Ella no respondió. No podía hacerlo. Saber algo
y oírlo eran dos cosas distintas, como acababa de descubrir. Ya sabía que
Edward no la amaba, pero había deseado secretamente que aquella insistencia en
casarse con ella significara algo más. Oírle decir que sólo se preocupaba por
ella y que vivirían bien era como recibir un impacto mortal.
Edward no era su enemigo, pero en aquel momento
le hizo más daño que todas las pequeñas crueldades de su madrastra a lo largo
de muchos años. Bella auguró años de soledad en su matrimonio, deseosa de amor,
pero la perspectiva más devastadora era que Edward no estuviera allí.
Ella tomó aliento intentando no dejar ver sus
emociones.
-
Seguimos teniendo que
levantarnos.
Él parecía querer seguir con la discusión, pero
ella no podía aguantar más.
-
Por favor -suplicó ella,
sin importarle parecer patética porque no podía soportar aquella conversación
un minuto más.
Él sacudió la cabeza.
-
No te puedo dejar marchar
así. Debes confiar en mí y creer que nuestro matrimonio será todo lo que un
matrimonio debe ser.
-
¿Querías a Tanya? -pregunto
en un ataque de masoquismo.
-
Con Tanya tuve sexo. En un
momento dado, creí que era algo más, pero ahora todo lo que recuerdo es eso.
A ella no le gustaba que él recordase el sexo
con Tanya. Sexo real. Algo que ellos no habían podido experimentar aún.
-
¿Y conmigo? -preguntó ella.
-
Es infinitamente más.
-
Pero no es amor -dijo ella,
preguntándose por qué se forzaba a pasar por todo aquello.
Su gesto se endureció y pareció buscar las
palabras, que, cuando llegaron, no resultaron ser las más apropiadas.
-
Nosotros tenemos una
historia.
-
Tanya y tú también tenéis
una historia.
-
Tanya es el pasado y tú
eres el presente.
-
La mujer a la que no amas
pero que no dejas marchar.
-
¿Quieres marcharte?
Ella tragó saliva, incapaz de pronunciar una
mentira tan grande.
Él tiró de ella para colocarla sobre su pecho,
excitándola cuando aún luchaba por contener sus emociones. Cuando sus rostros
estuvieron a pocos centímetros de distancia, le dijo.
-
Sé que no quieres.
-
No -dejarlo sería como si
le amputaran una pierna sin anestesia, pero vivir sin amor sería tan doloroso
como tener una herida siempre abierta.
Mirándolo a los ojos, ella descubrió una chispa
de esperanza. Él no quería dejarla marchar. Aquello tenía que significar algo.
Tal vez no la quisiera, pero tenían por delante una vida juntos. En algún
momento, se daría cuenta de que ella era la mujer perfecta para él. Edward era
inteligente.
Él la beso, y la reacción carnal no se hizo
esperar; pronto sus manos estaban recorriendo su espalda y su trasero con
seguridad.
Ella se dejó llevar sin protestas, necesitada de
la intimidad física después de la negación de los lazos emocionales.
Llegaron tarde a la sesión de fisioterapia, pero
Tim se rió bromeando acerca de los recién casados. Dijo que entendía cómo una
mujer como ella podía hacer que Edward se retrasara por las mañanas y ella se
preguntó si Tim entendería también que Edward no se dejara tocar por su
mujer...
Edward había vuelto a hacerlo; la había
seducido, pero no había dejado que ella lo tocara mientras la exploraba. Ella
se preguntaba el motivo y si Edward vería como una traición que consultara a
Tim si había alguna razón fisiológica que explicase ese comportamiento.
Edward tiraba y tiraba en la máquina de remo con
una fuerza procedente de la frustración.
Quería andar, maldición. Quería hacerle el amor
a su mujer. Con todo su cuerpo.
La noche anterior pensó que habría una posibilidad
cuando su miembro tuvo una erección a medias al empezar a tocarla, pero aquello
no duró y aquello le dejó una sensación odiosa de incapacidad sexual.
Esa mañana ella había querido hablar de sus
emociones y él no había sabido qué sentía.
La necesitaba en su vida como no había
necesitado a Tanya, pero su incapacidad sexual restaba puntos a esa verdad e
ignoraba si su esposa lo sabría. Ella se había enfadado cuando no había sido
capaz de decirle que la amaba, pero ¿no se daba cuenta de que lo que ellos
tenían era más duradero que el ideal de amor romántico?
Él se había entregado a ella, y ella a él. En su
momento, vendrían los niños. Había esperado poder concebirlos de forma natural,
pero la repetición aquella mañana de la erección a medias de la noche anterior
había puesto fin a sus esperanzas.
Quería que Bella se quedase embarazada. Había
pensado que la consumación del matrimonio la situaría definitivamente en su
papel de esposa, pero aún notaba la inquietud que había en ella. Una vez que
estuviera embarazada, no volvería a pensar en marcharse nunca más.
Bueno como se podrán dar cuenta ahora no me tarde en publicar y espero que así siga siendo.
Mil gracias por su apoyo.
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