domingo, 9 de agosto de 2015

Un marido Infiel Cap. 6

CAPÍTULO 6

Si alguna vez Bella... qué? Se preguntaba Bella metida en el pequeño cuarto de baño de Anthony mientras esperaba a que Edward saliera de su dormitorio para no tener que encontrarse con él.
¿Si alguna vez Bella descubría que había habido otra mujer? Bueno, Bella ya lo había descubierto.
¿Si alguna vez Bella decidía crecer?, se dijo cínicamente, y se miró al espejo con cierto sobresalto, porque era casi como mirar a otra persona.
«Mírate, se dijo. «Escondiéndote aquí cuando ni siquiera tienes que usar el baño.
No te atreverías a bañarte por miedo a que el agua te estropeara el peinado, ni a lavarte por si no puedes rehacer el maquillaje. Edward te va a invitar a cenar, pero sólo porque se siente culpable. Y, además, espera salir con la persona que acaba de conocer, la misma que te mira desde el espejo, pero esa persona no es más que una ilusión. Un disfraz bajo el que la verdadera Bella está tratando de ocultarse.
Oyó que se cerraba una puerta y luego el andar característico de Edward, que bajaba las escaleras. Bella dio un profundo suspiro, miró de reojo a la mujer del espejo y salió de su escondite. En el brazo llevaba uno de los vestidos que se había comprado, y lo colgó en la puerta del guardarropa, luego, se alejó unos pasos, preguntándose si se atrevería a ponérselo o no.
Era muy sexy. De encaje color rubí y seda negra, dejaba al descubierto los hombros y buena parte de la espalda. La dependienta se había dado cuenta de su desconcierto al ver cuánto exponía su cuerpo y había ido a buscar una chaquetilla de terciopelo negra con mangas y cuello alto, que sólo dejaba expuesto el tentador escote.
¿Iba a ponérselo o no?, se preguntó reflexivamente. ¿O se ponía el vestido negro que llevaba normalmente cuando salía con Edward?
Nessie entró apresuradamente en la habitación, colorada y oliendo a polvos de talco. Se acercó a Bella y abrió mucho los ojos al ver el vestido nuevo.
-     ¿Te lo vas a poner, mamá? -preguntó con dulzura.
-     No lo sé -respondió Bella con incertidumbre- Puede que… lo mejor sea ponerme mi vestido negro… -dijo extendiendo el brazo para sacarlo del armario. La niña la detuvo.
-     ¡Pero no puedes ponerte eso! -exclamó con horror- Papá se ha puesto su esmoquin con pajarita esta guapísimo.
Bella frunció los labios. Sin duda, el maravilloso papá de Nessie merecía algo mejor que su viejo vestido negro.
-     Además, ese vestido negro es muy aburrido -dijo la niña.
«Aburrido», se repitió Bella. Era una palabra con la que estaba muy familiarizada las últimas semanas.
-     Bueno, entonces, me pondré el rojo -dijo. Si la vieja Bella era aburrida, la nueva estaba decidida a no serlo-. Ve a ayudar a la abuela mientras yo me visto.
Se agachó y le dio un beso en la mejilla. Nessie salió corriendo de la habitación. A Bella le dio la impresión de que estaba impaciente por ayudar a su abuela, orgullosa de colaborar a que sus padres pudieran salir.
Se vistió y bajó. Sus hijos y su suegra, que estaban cenando en la cocina, se quedaron boquiabiertos. Había llegado el momento de saber la opinión del verdadero experto, pensó deteniéndose antes de entrar en el salón. Nessie tenía razón, se dijo observándolo al entrar, Edward estaba guapísimo con el esmoquin. Pero se trataba de algo más que del elegante corte del traje, era el hombre que lo llevaba el que marcaba la diferencia. Tenía un aire de madurez y sofisticación que parecía aumentar el innato atractivo que siempre había tenido.
Estaba junto al mueble bar, sirviéndose una tónica, y no se había dado cuenta de su presencia. Bella se alegró porque así tenía tiempo de calmar el efecto que tenía sobre sus sentidos. Llevaba el pelo tan informal como siempre, ni muy corto ni muy largo, con un peinado ni moderno ni anticuado. Y eso decía mucho de su carácter. Edward siempre dejaba huella en la gente porque no era ni muy convencional ni demasiado extravagante. Era un hombre con una gran confianza en sí mismo, pero que mantenía en el misterio una parte de su personalidad, lo que le hacía aún más atractivo.
Bella no podía dejar de sentirse intimidada ante aquel hombre y pasaba nerviosamente los dedos por el borde de la chaquetilla. No solía pensar en él en aquellos términos. De hecho, no solía pensar en él como otra cosa que no fuera su marido. Ésa era otra novedad a la que tenía que hacer frente, que pudiera sentirse intimidada por un hombre con el que llevaba viviendo siete años.
Edward se dio la vuelta y la vio en el umbral de la puerta. A Bella le dio un vuelco el corazón al ver que fruncía el ceño y la observaba de arriba abajo, pero no podía ver bien la expresión de sus ojos.
«Se esconde, huye de mí», se dijo Bella, «lo hace todo el tiempo». Incluso en aquellos instantes en que veía cómo observaba su nuevo peinado y su rostro maquillado, no podía saber lo que estaba pensando. El vestido era mucho más fino que cualquier cosa que se hubiera puesto en su vida, realzaba su esbelta figura, sus piernas largas y bonitas, pero Edward lo observó sin dar la menor muestra de aprobación o disgusto.
Luego, sin previo aviso, un brillo de emoción cruzó por sus ojos antes de desaparecer de nuevo.
Bella se sobresaltó, porque estaba segura de que sus ojos no revelaban otra cosa que tristeza. Pero, ¿por qué debía Edward sentir tristeza al ver a su mujer vestida para salir con él?
O, tal vez, no fuera tristeza, tal vez fuera su conciencia culpable. ¿Qué había dicho su madre? «La tienes guardada entre algodones». Aquella frase debía haberle calado muy hondo, y, en aquellos instantes, allí estaba ella, distinta, convertida en otra mujer. Y Edward debía saber que ella nunca habría llegado tan lejos si él no la hubiera hecho sentirse tan insegura.
-     ¿Quieres algo de beber antes de que nos vayamos? -preguntó Edward.
Bella se dio cuenta de que no iba a hacer ningún comentario sobre el vestido y sintió una gran decepción. – No… gracias -replicó con voz grave- ¿Has… has reservado mesa?
Edward sonrió.
-     Sí -dijo-. ¿Nos vamos?
Bella se sentó en el BMW. Se sentía intranquila y no dejaba de mirarse las manos mientras Edward aceleraba en dirección al centro de Londres. Bella montaba pocas veces en aquel coche, porque cuando salían solían hacerla con sus hijos y era su Ford Escort blanco el elegido. Así que se sentía algo extraña en aquel coche. En realidad, se sentía extraña con todo, incluso consigo misma.
-     ¿Adónde vamos? -preguntó sin mucho entusiasmo. Se dio cuenta de que Edward la miró, y volvió la cabeza para mirarlo. El volvió a mirar a la carretera. Tenía la mandíbula apretada.
Mencionó un club con restaurante y sala de baile y Bella sintió un hormigueo en la piel. Era uno de los sitios más frecuentados por los ricos y famosos, Bella pensaba que había que tener cierto estatus para ser admitido en uno de aquellos lugares y la naturalidad con que Edward mencionó aquel club le hizo sentirse aún más incómoda.
-     La comida es buena -decía sin darle importancia- Lo bastante buena como para tentar incluso los apetitos más frágiles.
¿Se refería a ella? Podría ser, desde hacía algún tiempo, no tenía mucha hambre.
La comida se convertía en un problema cuando tenía que vivir con un nudo permanente en la garganta.
-     Entonces, lo conoces -dijo.
-     He estado una o dos veces.
¿Con Tanya? Bella no pudo evitar aquel pensamiento, que provocó que permaneciera en silencio el resto del camino.
Edward no estaba más alegre que ella. La guio a través del vestíbulo del club, iluminado con luz indirecta para realzar el lujo del lugar.
-     Buenas noches, señor Cullen -le saludó un hombre bajo, calvo y gordito, con acento francés. Luego se inclinó educadamente para saludar a Bella.
-     Buenas noches, Claude -respondió Edward con una familiaridad que provocó la mueca de Bella-. Me alegro de que hayáis podido encontrar una mesa para nosotros habiéndoos llamado con tan poca antelación.
Claude se encogió de hombros de un modo típicamente europeo.
-     Ya sabe, señor, para personas como usted siempre tenemos sitio. Por aquí, por favor.
Edward agarró a Bella por la cintura. Bella miró a su alrededor, mientras seguían a Claude, tratando de no demostrar lo impresionada que estaba por el lujo del lugar.
Siempre que había salido con Edward habían ido a alguno de los restaurantes del barrio, indio, chino o italiano. Él no llevaba más que unos vaqueros y una camiseta, tal vez una chaqueta de sport, y ella llevaba una ropa igualmente informal. Solían sentarse relajadamente y compartir una botella de vino con la relajada intimidad de dos personas que se encuentran a gusto en compañía del otro. Pero Bella dudaba de que pudiera relajarse en aquel lugar. No podía imaginar, por ejemplo, a Edward robándole del plato una gamba, su comida favorita, como solía hacer, o a ella misma inclinándose sobre la mesa para darle una, sosteniéndola entre los dedos.
Aquel ambiente no inspiraba aquella clase de intimidad. En realidad, se dijo mientras la admiración era reemplazada por cierto desprecio, encontraba que allí no había ambiente en absoluto, aparte del que decía: «Comemos aquí no porque nos guste, sino porque está de moda».
-     No te gusta -le dijo Edward, observando su expresión.
-     Todo es… muy bonito -replicó ella.
-     Bonito -repitió Edward con ironía- Resulta que es uno de los mejores restaurantes de Londres, y a ti sólo te ocurre decir que es «bonito».
-     Lo siento -dijo Bella-. ¿Debería estar impresionada?
-     No -dijo Edward, pero tenía la mandíbula apretada.
-     ¿O lo que debería impresionarme es que consigas mesa con tanta facilidad? Ten cuidado, Edward, o empezaré a sospechar que tratas de impresionarme.
-     Y es una posibilidad demasiado ridícula como para que la tengas en cuenta, ¿no?
Bella reflexionó un momento acerca de aquel comentario, mientras paseaba la mirada por las otras mesas, ocupadas por elegantes personas luciendo elegantes vestimentas. Luego miró a Edward.
-     Francamente, sí -replicó con desdén- Yo creía que los dos sabíamos que no tenías que hacer nada para impresionarme. Edward suspiró con impaciencia.
-     Bella, no te he traído aquí para que discutamos. Yo sólo quería…
-     ¿Darme un trato especial? -sugirió Bella con sarcasmo.
-     ¡No! ¡Quería complacerte, sólo complacerte! -dijo Edward con amarga intensidad.
-     ¿Enseñándome cómo vive tu otra mitad? -preguntó Bella burlonamente.
-     ¿Mi otra mitad? -dijo Edward con desconcierto- ¿Qué diablos quieres decir con eso?
-     Tu otro yo, ése del que yo no sé nada -dijo Bella, añadiendo para sí: «el Edward que ha ido creciendo más y más mientras el otro se ha ido desvaneciendo poco a poco sin que yo me diera cuenta»-. El que se siente como pez en el agua en lugares como éste.
Un brillo cruzó la mirada de Edward.
-     ¿Habrías preferido que, así vestidos, fuéramos a un chino? Te has tomado muchas molestias para conseguir una nueva imagen, Bella. Y esto… -dijo señalando a su alrededor- … es lo que coincide con ella. Depende de ti elegir si lo prefieres o no.
Su respuesta fue «no», e hizo una mueca al darse cuenta de lo que aquella respuesta significaba. No se encontraba a gusto así vestida y aquel ambiente no era el suyo. Pero estaba tan claro que sí era el de Edward, que le daban ganas de llorar. ¿Les quedaría algo en común?
-     ¿Y tú la prefieres? -le preguntó-. ¿Prefieres mi nueva imagen?
Edward se reclinó sobre su silla. Tenía una extraña expresión.
-     Me gusta tu pelo -admitió al cabo de un momento-, pero no estoy seguro de que me gusten tus razones para haber cambiado. El vestido también me gusta. Es precioso, pero no me gusta lo que hace con la mujer que…
En aquel momento, un camarero se detuvo junto a Bella y les ofreció la carta.
-     La carta, señores -dijo.
-     Gracias - dijo Edward y despidió al camarero con un ademán. El camarero se marchó con una inclinación de cabeza.
-     Has sido un poco brusco con él -dijo Bella-. ¿Qué te ha hecho para que le trates así?
-     Me ha interrumpido cuando trataba de hacerte un cumplido.
Bella lo miró con ironía.
-     Si llamas a eso cumplido, Edward, te diré que no me impresiona tu estilo.
Edward hizo una mueca.
-     De acuerdo- asintió-, me cuesta acostumbrarme a tu nueva imagen Bella… -dijo Edward, inclinándose hacia delante y agarrándole la mano a Bella-… eres muy guapa, no hace falta que te lo diga…
«¿No hace falta?», se preguntó Bella.
-      … pero no, por favor, no dejes de ser la encantadora persona que eres sólo porque quieres probarme algo.
-     No he hecho esto por ti, Edward-dijo Bella con frialdad- Lo he hecho por mí misma; Ya era hora de crecer.
-     Oh, no, cariño -murmuró Edward-, estás equivocada. Yo…
-     ¡Por todos los diablos, pero si es el mismísimo Edward Cullen! -dijo una voz.
-     Maldita sea -murmuró Edward, apretando la mano de Bella y volviéndose para mirar al intruso.
-     Jacob -le saludó poniéndose en pie- Creía que estabas en Estados Unidos –dijo estrechándole la mano.
Bella se fijó en él. Era atractivo y tendría la misma edad que Edward. Era moreno y delgado, y tenía unos ojos negros cuya mirada podría atravesar una armadura si se lo proponía.
-     He vuelto hace un mes -respondió Jacob-. Eres tú el que ha estado fuera de la circulación últimamente -dijo mirando con una curiosidad puramente masculina a Bella-. ¿Tiene esta hermosa criatura la culpa? -preguntó con suavidad. Luego miró a Edward y le preguntó--: ¿Qué ha ocurrido con la encantadora T...?
-     Mi mujer -le interrumpió Edward.
Bella, sin embargo, imaginó el nombre que Jacob iba a pronunciar.
-     Bella-añadió Edward con un gesto de la mano- Jacob Black. Tenemos el mismo abogado.
Jacob Black miró a Edward pensativamente.
-     Vaya, vaya -murmuró antes de rodear a Edward para ofrecerle la mano a Bella.
Bella estaba demasiado ocupada tratando de recordar por qué le sonaba aquel nombre como para pensar en lo que aquel pequeño comentario significaba. Jacob Black era el dibujante de la sección política del Sunday Globe, y tenía un humor mordaz.
Tenía la infalible capacidad de captar las debilidades de la gente y utilizarlas de modo que podía convertir a la persona más eminente en el mayor hazmerreír. Aquella habilidad también le había convertido en una celebridad de la televisión.
-     Ahora entiendo por qué nadie ha visto a Edward durante semanas –murmuró cuando Bella le tendió la mano-. Te has casado -añadió con suavidad- No hay duda de que tu gusto ha mejorado, Edward.
Bella supo que la estaba comparando con Tanya.
-     Gracias -respondió en lugar de Edward, que estaba tan tenso que no parecía capaz de pronunciar palabra aunque quisiera- He oído hablar de usted, señor Black. Admiro su trabajo.
-     ¿Una admiradora? -replicó Jacob con humor- Dígame una cosa… -añadió haciendo ademán de retirar una silla para sentarse.
-     Jacob, cariño, ¿no te olvidas de algo? -dijo una mujer interrumpiéndole. Con un gesto de fastidio, hecho para que Bella lo viera, se irguió y se dio la vuelta.
-     Disculpa -dijo-, pero debes entender que tenía que saborear este momento. Este hombre ha sucumbido a los encantos del matrimonio -dijo con un suspiro y se volvió a Edward agarrando a su acompañante por la cintura- Claree, éste es Edward Cullen, de quien, sin duda habrás oído hablar.
-     ¿Y quién no? -añadió Claree con sequedad- Todos esperábamos con impaciencia el resultado de la venta de Harvey's.
Bella bajó la vista, preguntándose si sería la única persona del mundo que no sabía lo importante que había sido la venta de Harvey's.
-     Encantada de conocerte -dijo Claree.
Edward se limitó a responder con una sonrisa. Tenía los ojos fijos en Jacob, que miraba a Bella con un no disimulado interés.
-     Nos gustaría que os sentarais con nosotros, pero ya hemos pedido la cena -mintió.
-     No te preocupes -dijo Jacob con una sonrisa- No tenemos ningún deseo de interrumpir a unos recién casados.
Edward abrió la boca para corregir el error, pero la mirada de Bella le obligó a guardar silencio. «¡No!», le decían sus ojos, «¡No les digas la verdad! Conoce a Tanya, así que no me pongas en ridículo diciéndole que llevamos casados siete años y que nuestros hijos tienen seis».
Edward apartó la mirada y apretó los labios con un gesto sombrío y lleno de frustración.
Bella se sentía tan mal que le daban ganas de salir corriendo para no tener que hacer frente a su humillación.
Entonces, Edward hizo algo inesperado y extraño. La agarró por la barbilla, se inclinó y, allí mismo, ante la sociedad más refinada de Londres, la besó apasionadamente.
Cuando se separó, Bella vio en su mirada un dolor tan profundo que se le llenaron los ojos de lágrimas.
-     Ya veo que la luna de miel no ha terminado -dijo Jacob Black-. Vamos, Claree, creo que debemos dejar solos a estos dos tortolitos.
-     ¿Qué quieres cenar? -preguntó Edward al cabo de un rato.
Absorta, desconcertada y excitada por el inesperado beso de Edward, y conmovida por la expresión de su mirada, Bella tuvo que hacer un gran esfuerzo para concentrarse en lo que había dicho.
-     Pues… -dijo mirando la carta sin poder leer una palabra- Pues…
El corazón le palpitaba y en sus labios ardía el recuerdo de aquel beso apasionado.
-     Pídeme lo que quieras -dijo por fin apartando la carta.
Edward llamó al camarero con un gesto. Luego le pidió la cena con tal sequedad que el camarero se movió nerviosamente hasta el momento de desaparecer, como si en aquella mesa hubiera demasiada tensión para poder soportarla.
Bella se preguntó si el camarero habría visto cómo se besaron, si lo habría visto toda aquella gente. Con un rubor en las mejillas, miró de reojo a su alrededor, pero nadie parecía prestarles interés. Se retorció las manos bajo la mesa y habló con normalidad.
-     ¿Cómo conociste a Jacob Black? -le preguntó a Edward.
Edward se encogió de hombros.
-     Heredó un par de pequeñas empresas de su padre -le respondió- No las quería, así que me las vendió.
-     Me gusta su trabajo. A mí no se me daba mal dibujar, así que supongo que puedo apreciar mejor su talento.
-     También has podido apreciar su encanto, ¿no? -dijo Edward, apretando la mandíbula.
Bella se sobresaltó. ¿Edward celoso?
-     ¿Por eso me has besado así?
Una mirada cegadoramente amarga cruzó el semblante de Edward.
-     Te miraba como si fueras un plato del menú -respondió-. No quería que tuviera ninguna duda de a quién perteneces.
¿Pertenecer? Sí, ella pertenecía a Edward, pero Edward no parecía pertenecerle a ella.
-     ¿Hay alguien, en este otro mundo en el que te mueves, que sepa de mi existencia o de la de los niños? -le preguntó con brusquedad.
-     Mi vida privada no es asunto de nadie –respondió Edward-. Sólo me mezclo con ellos por interés, eso es todo. Ahora, ¿podemos dejar el tema? A no ser, por supuesto, que los encantos de Jacob Black te parezcan más interesantes que mi compañía, en cuyo caso, puedo llamarlo para que os doréis la píldora mutuamente.
¡Vaya, estaba celoso! La idea complacía mucho a Bella.
-     Bueno, al menos, no hace callar a su acompañante cada vez que abre la boca -replicó Bella con dulzura, observando con una sensación de triunfo el semblante cada vez más serio de Edward.
Gracias a Dios, llegó el primer plato, porque estar allí sentados sin más deseos que lanzarse pullas continuamente, convertía la comida en la mejor opción.
Bella pensó que no podría probar bocado, pero Edward había pedido para ella una mousse de salmón que estaba deliciosa. Iba por la mitad cuando Edward estiró el brazo y le acarició el dorso de la mano.
-     Bella -murmuró con voz grave. Bella levantó la vista y le miró a los ojos- ¿Por qué no intentamos pasarlo bien al menos esta noche? No quiero pelear contigo, sólo quiero…
-     ¡Edward, cuánto me alegro de verte!
Edward frunció el ceño con irritación y Bella se sintió decepcionada ante la nueva interrupción, porque, después de mucho tiempo, se había dejado sumergir en la hermosa mirada de sus ojos verdes.
Aquella vez, Edward ni siquiera se levantó para saludar a quien los interrumpía, una pareja de mediana edad que se había detenido junto a él. Ni siquiera les presentó a Bella. Se limitó a cumplir con la más estricta cortesía, dejándoles claro que no quería ser interrumpido.
-     Ahora ya sabes por qué no me gusta traerte a estos sitios -dijo-. Nos van a estar interrumpiendo durante toda la noche.
-     ¿Y qué tiene de malo? -preguntó Bella ofendida porque veía la irritación de Edward como un signo de su reticencia a presentarla como su esposa.
-     Porque, cuando salimos, me gusta tenerte para mí solo -respondió Edward y volvió a mirarla como antes, con aquella mirada oscura y posesiva que le hacía un nudo en el estómago.
Pero tenía razón. Volvieron a interrumpirlos al menos otras tres veces durante el curso de la cena. Finalmente, Edward le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.
-     Vamos -dijo-, podemos ir a bailar. Al menos, mientras estemos bailando, la gente no se atreverá a interrumpirnos.
La llevó de la mano a través de las mesas hasta unas puertas cerradas que se abrieron al empujarlas con la mano. En aquella sala había menos luz. Desde la entrada, apenas se distinguía el otro lado, donde había una barra y un pequeño estrado donde una orquesta tocaba una pieza de jazz muy tranquila.
Edward la llevó hasta la pista de baile y la tomó entre sus brazos. Al instante, Bella se vio asaltada por una extraña sensación de incertidumbre, como si Edward fuera un extraño. Un extraño alto y moreno que apelaba a sus sentidos y hacía que se sintiera como una mujer.
Pero no era ningún extraño, sino Edward, pensaba mientras comenzaban a moverse al ritmo de la música. Ningún extraño, sino el hombre con el que llevaba casada siete años.
Sin embargo, aquel Edward era extraño para ella, y no sólo porque estuviera compartiendo con él una noche en su mundo. En realidad, era un extraño para ella desde hacía pocas semanas.
No pudo evitar un suspiro lleno de tristeza. Y Edward debió darse cuenta, porque apretó la mano que ella apoyaba sobre su pecho y la atrajo hacia sí con la mano que apoyaba en su cintura. Pero se detuvo al instante. Una repentina quietud los asaltó cuando la mano de Edward rozó la espalda desnuda de Bella.
Tuvo que cerrar los ojos, estremecida por una oleada de sensaciones. Trató de combatirla y movió la cabeza para respirar otro aire que no fuera el que impregnaba el olor del cuerpo de Edward. Pero él la detuvo apoyando en su nuca la mano que tenía la suya agarrada.
-     Déjate llevar -susurró. Bella dio un respingo. La primera vez que bailaron juntos ella llevaba una camiseta cortada por encima del ombligo y él metió la mano por debajo. Aquella vez llevaba una chaquetilla de terciopelo, algo mucho más sofisticado, pero tuvo la misma reacción ardiente y torrencial, que siseaba como el agua sobre el carbón ardiente. Le palpitaba el corazón y se estremeció al notar que Edward recorría su espalda.
«No», se dijo, «no dejes que te haga esto».
Pero todo el vello de su cuerpo se erizó en respuesta a las caricias de Edward.
Cerró los ojos y arqueó un poco el cuerpo, de modo que rozó con los senos el pecho de Edward. Edward se puso rígido y luego se agitó, presa de una necesidad tan vieja como el tiempo y dejó escapar un Suspiro.
-     No ha cambiado ni un ápice, ¿verdad? -dijo-. Seguimos teniendo el mismo efecto el uno sobre el otro.
Tenía razón, se dijo Bella. Y con un último suspiro, que provenía de lo más profundo de su interior, se dejó llevar e hizo lo que estaba deseando hacer tan desesperadamente y lo besó.
Fue la primera vez desde hacía semanas que se acercaba a él intencionadamente.
Edward respiró profundamente y dejó escapar el aire poco a poco.
-     Vámonos a casa -dijo con voz ronca- No es esto lo que quiero que hagamos.
-     Yo… -dijo Bella. Estaba a punto de ceder. Se sentía como si ya no tuviera nada que reprocharle. Pero entonces, otra persona les interrumpió, con una voz burlona y familiar, y aquella sensación se hizo añicos.

-     Vaya, pero si es el mismo Don Juan en persona. Y con una nueva conquista…

4 comentarios:

  1. Pues sigo diciendo que Edwards es tonto

    ResponderBorrar
  2. Dios! Edward es detestable! espero que bella no sea la tipica esposa sumisa que le perdona todo y siguen juntos por siempre.. edward merece un castigo!

    ResponderBorrar