CAPÍTULO 5
La madre de Edward empezó a pasar
más tiempo con Bella. No mencionaba el domingo que su nuera había pasado en
Londres, pero el hecho estaba allí, aguardando tras sus cuidadosos gestos, tras
la cautela con que abordaba ciertas conversaciones.
Esme Cullen estaba orgullosa de
su hijo. Era un hombre, que se había hecho a sí mismo, que había triunfado a
pesar de las dificultades. Pero no estaba ciega ante lo que la tentación podía
suponer para un hombre del calibre de Edward. Era un hombre perspicaz,
inteligente y lleno de vida. Con treinta y dos años, ya era respetado en la
comunidad de ejecutivos.
La profunda mirada de sus ojos
verdes y su habilidad para hacer dinero donde no lo había, lo hacían muy
interesante para las mujeres. Y, aunque nadie le había dicho nada de por qué el
matrimonio de su hijo atravesaba por tiempos difíciles, Esme no era tonta y
tenía una idea bastante acertada de la verdad. Así que decidió pasar más tiempo
con Bella, para ofrecerle su apoyo moral. Bella, se lo agradecía, porque había
llegado a la dolorosa conclusión de que, en el mundo extraño en el que había empezado
a vivir, ella era su única amiga.
Se sentía decepcionada consigo
misma por haberse dejado llevar hasta convertirse en una persona vacía. Su
hogar, que antaño era su orgullo y su gozo, se había convertido en continuo
objeto de sus críticas. Podía ser un buen lugar para ella, pero no para Edward.
Su avance en la vida merecía una casa mayor, una que reflejara sus éxitos. Bella
no dejaba de atormentarse recordando las muchas veces que Edward le había
comentado que quería mudarse a una casa más grande, mejor. Tal como había empezado
a considerarlo últimamente, lo comprendía perfectamente. No había duda de por
qué no había llevado a aquella casa a ninguno de sus amigos: debía avergonzarse
de su hogar.
Pero Bella también se sentía
furiosa con su marido por no abrirle las puertas de su mundo. Tal vez fuera
culpable por permanecer ciega a lo mucho que él había cambiado, pero él tenía
parte de culpa por esconderla, como si fuera un incómodo secreto que no
convenía a su imagen de triunfador.
La ira se convirtió en
resentimiento y el resentimiento en una inquietud que la hacía irritable e
impaciente, hasta el punto de que hasta sus hijos estaban alerta para evitar
sus reacciones intempestivas.
« ¿Quién eres, Bella?», se
preguntó una noche que Edward volvía tarde del trabajo, después de muchas
semanas en que había vuelto a las seis y media en punto.
La tardanza de su marido
aumentaba su inquietud. Necesitaba que Edward estuviera allí para experimentar
cierta paz.
«No puedes echarle a Edward la
culpa de todo», se decía. «Has vivido en una nube, tan encerrada en tu pequeño
mundo que ni siquiera te has preguntado cómo era el de tu marido. Sabías que
acudía a muchas comidas de negocios, que tenía que moverse en ciertos círculos
si quería estar al día, pero no te preguntaste si debías preocuparte por entrar
con él en ese mundo, ni siquiera te preocupaste de escucharlo y apoyarlo.»
Se dio cuenta de que ni siquiera
sabía que la compra de Harveys se había consumado hasta que Rose se lo dijo.
Aún más, sólo se enteró de que quería comprar Harveys cuando la madre de Edward
salió en su defensa una noche que ella se quejaba de que volvía demasiado tarde
a casa.
-
¡Está ocupado con la compra de
Harvey's! -había exclamado molesta- ¿No te das cuenta de que es muy importante
que consiga ese negocio?
La verdad era que no podía darse
cuenta, porque no sabía de su existencia, pero lo más triste era que todavía no
se había preocupado de averiguarlo. ¿Qué futuro tenía un matrimonio que no
compartía más que una casa, una cama y tres hijos?
-
Ni siquiera soy guapa -dijo con
un suspiro, mirándose al espejo una mañana.
«Al menos, no en el sentido
clásico, supongo», se dijo sin dejar de mirarse al espejo. «Mi figura no está
mal, sobre todo, teniendo en cuenta que he tenido tres hijos. Tengo unas
piernas bonitas, pero no tengo una cara que llame la atención. No es la cara
que se espera de la mujer de Edward Cullen. Tengo los ojos demasiado grandes y
la nariz demasiado pequeña, la boca no está mal, pero mi mirada es demasiado
vulnerable.»
Hizo una mueca de disgusto.
« ¡Y mira qué pelo!», se dijo
acariciando su larga melena castaña. « ¡No he cambiado de peinado desde que
tenía la edad de Nessie! ¡Incluso la ropa que me pongo es demasiado juvenil!»
«Pues haz algo para cambiar», le
dijo con impaciencia una voz interior.
-
¿Por qué no? -susurró con un
impulso desafiante- Vaya decirte tina cosa, Mike -dijo dándose la vuelta y
hablando a su hijo pequeño, que jugaba en la moqueta-. ¡Me voy de compras!
Vamos a ver si la abuela puede cuidar de ti, y si no puede, pues… pues llamaremos
a papá y que se ocupe él, por un día no le va a pasar nada -dijo y se mordió el
labio, exactamente igual que hacía su hija Nessie cuando tomaba una decisión.
Pero la madre de Edward aceptó
cuidar a su nieto con alegría, lo que en cierto modo contrarió a Bella. De
alguna manera, le atraía la idea de entrar en el ultramoderno edificio de
oficinas donde Edward tenía el despacho y dejarle a Anthony en brazos. «Aunque,
sin embargo», pensaba mientras se dirigía en taxi al centro de Londres, «una
cosa es imaginarlo y otra muy distinta hacerla».
Se sentía feliz y esperaba que
aquella sensación le durara algún tiempo.
¿Era tan malo no tener otra
ambición que ser una buena madre y esposa?
Siempre había amado su trabajo,
que consistía en cuidar de sus tres hijos, escucharlos, jugar con ellos o,
simplemente, disfrutar de ellos.
Y de Edward. Edward podía ser un
león en la jungla de los negocios, pero Bella sabía que la tensión desaparecía
de su cuerpo en cuanto llegaba a su casa y encontraba a su pequeña familia con
sus pequeños problemas, esperando que él los solucionara.
Muchas noches llegaba agotado y
con el semblante serio, con el rostro de un cazador implacable, pensó Bella en
aquellos momentos, pero en menos de media hora, estaba tumbado en el suelo
jugando con los gemelos. Jugando o viendo la televisión. Se compenetraba
absolutamente con ellos y podía llegar a pelearse con Emmett por un juego de
ordenador, y no tenía la menor señal de tensión ni de pesadumbre, tan sólo
aquella sonrisa infantil igual a la de su hijo, que decía que había abandonado
el mundo de los negocios para sumergirse en el feliz alivio que le ofrecía su
familia.
Bella se preguntaba si el mismo
proceso funcionaba a la inversa, ¿le era tan fácil desprenderse de su papel de
padre y esposo cada vez que salía para irse a trabajar? ¿Era un alivio para él volver
a aquel otro mundo mucho más excitante, ser el gran hombre con poder sobre
otros y verse tratado de forma especial? ¿Se convertían su pequeña mujer y sus
tres hijos en poco más que nada una vez que volvía a aquel escenario
sofisticado lleno de gente inteligente y sofisticada, con ropa sofisticada y
sofisticadas conversaciones?
Sofisticado, se repitió por
enésima vez, en eso se había convertido Edward, en un hombre maduro y
sofisticado. Mientras, ella se había estancado.
Se odió a sí misma por haber dejado
que ocurriera y odió a Edward por obligarla a ver sus propios defectos, porque
eso significaba que ella tenía que asumir parte de culpa por lo que les estaba
ocurriendo.
Bella sintió un inexplicable
alivio al no ver el BMW negro de Edward cuando el taxi la dejó en casa a las
seis en punto de la tarde.
Iba tan cargada con bolsas y
paquetes que tuvo que llamar al timbre con el codo.
-
¡Cielo Santo! -exclamó la madre
de Edward, abriendo la puerta y mirando a su nuera con asombro.
Bella siguió hacia el interior
sin detenerse.
-
¡Cielo Santo! -volvió a exclamar
cuando, una vez en el interior de la casa, Bella dejó caer los paquetes a sus
pies.
-
¿Qué te parece? - preguntó Bella
con incertidumbre.
La Bella que había abandonado su
hogar una hora después que su marido no era la misma que estaba ante su suegra.
Se había cortado el pelo en un
óvalo alrededor de la cara, hasta la altura de la barbilla. La habían
maquillado de modo que quedaran realzados los hermosos rasgos que ella no creía
tener. Tenía un aspecto tan natural que era imposible decir cómo le habían
arreglado los ojos y la boca para que, de repente, llamaran tanto la atención.
Pero aquello no era todo. Ya no
llevaba el abrigo de lana azul pálido y los vaqueros con que había salido
aquella mañana. En su lugar, llevaba el traje de chaqueta de lana más
exquisitamente cortado que Esme había visto. Era de color marrón pálido y se ajustaba
perfectamente a su figura. Se abrochaba con dos filas de botones de un marrón
más oscuro en la pechera y estaba adornado con tres botones en cada puño.
También llevaba unas botas de
ante por debajo del tobillo y un bolso a juego.
-
Creo -dijo Esme Cullen- que lo
mejor será que preparemos una bebida fuerte para cuando mi hijo vuelva a casa.
Esme no podía saberlo, pero había
dado la respuesta que más podía satisfacer a Bella, que había ido adquiriendo
una actitud más desafiante a medida que pasaba el día.
Se abrió la puerta y entró Emmett.
-
¡Uauh! -exclamó, y Bella sonrió
de oreja a oreja como una idiota. El tiempo que había empleado preocupándose
por la reacción de sus hijos ante el nuevo aspecto de su madre, había sido
tiempo perdido.
-
¿Qué hay en los paquetes?
-preguntó Emmett, despreocupándose de Bella como si fuera la misma de Siempre.
Al cabo de diez minutos, el suelo
del cuarto de estar estaba cubierto de paquetes medio abiertos y Nessie no
paraba de corretear luciendo un collar de cuentas rojas que su madre le había
comprado. A Anthony le había traído un juego de piezas de construcción, pero lo
que más le gustaba era la caja de cartón, que estaba destrozando poco a poco.
Para Emmett había comprado un nuevo juego de ordenador, y ya estaba jugando con
él en su habitación cuando llegó Edward.
Edward se detuvo en el umbral de
la puerta y se quedó mirando. La actividad en el cuarto de estar se detuvo. Nessie
dejó de corretear para observar su reacción y su madre dejó de recoger los
envoltorios, mientras Bella se ponía en pie incómodamente y lo miraba con una
mezcla de desafío y súplica.
Fue Esme quien rompió la tensión
del momento.
Recogió a Anthony de la moqueta y
agarró a Nessie de la mano.
Pero Bella no prestaba atención a
sus hijos, estaba pendiente de Edward, que la observaba con una inescrutable
expresión.
Una tenue sonrisa se dibujó por
fin en el rostro de Edward. Bella se quedó muy sorprendida, porque era la misma
sonrisa con que se había acercado a ella la noche que se conocieron, una
sonrisa ambigua. Bella se irguió con una expresión definitivamente desafiante.
-
Vaya, vaya -dijo Edward-, ya veo
que ha comenzado la segunda etapa.
¿La segunda etapa? ¿De qué
diablos estaba hablando? Se preguntó Bella.
-
¿Vas a salir? -preguntó Edward-.
Vas a tener que perdonarme, Bella, pero, si me has dicho que tenías planes para
salir esta noche, creo que me he olvidado por completo.
Bella frunció el ceño. Sabía que Edward
no decía nada al azar, y se preguntaba qué quería decir con aquel «¿vas a
salir?» y el «segunda etapa», cuando sabía muy bien que no iba a ninguna parte.
Le quedó claro que no iba a hacer
ningún comentario sobre su nuevo aspecto. Tal vez no le gustaba, tal vez
prefería su versión aburrida, la que no le causaba ningún problema, la que
sabía el lugar exacto que ocupaba en el ordenado mundo de Edward y no pensaba
salir de él.
Bella pensó que lo que tal vez le
ocurría a Edward era que no las tenía todas consigo, y experimentó una
sensación de triunfo. Tal vez su pregunta fuera sincera.
–
Y si estuviera pensando en salir,
¿qué harías? -le preguntó.
La pregunta provocó de nuevo la
sonrisa irónica de Edward. Al verla, Bella se estremeció llena de frustración.
-
Supongo que preguntarte con quién
sales -respondió Edward, que sabía jugar mejor que ella al juego de las
ambigüedades.
-
¿Para ver si tu mujercita sale
con buenas compañías?
-
Pero, entonces, ¿vas a salir?
-preguntó Edward, apretando los puños- ¿Con quién?, ¿Con un hombre?
Bella no cabía en sí de
satisfacción.
-
Cuando tú sales, no me dices con
quién, no sé por qué tengo que hacerlo yo –dijo con frialdad.
Edward frunció el ceño y miró a Bella
como diciéndole «Ten cuidado».
-
No te burles de mí -le dijo-.
Dame un nombre, sólo quiero un nombre.
Era una conversación
completamente estúpida -pensaba Bella-, ya que ella no iba a ninguna parte.
-
No hay ningún nombre -murmuró,
furiosa por la facilidad con que Edward había estropeado aquel día tan feliz
para ella. Paseó la mirada por los paquetes esparcidos por el suelo, sin
encontrar en ellos ninguna satisfacción- Acabo de llegar, no iba a ninguna
parte.
A Edward le había bastado con ver
los paquetes y las bolsas para darse cuenta. ¿A quién quería engañar, fingiendo
con una pequeña mueca de sorpresa que no los había visto hasta aquel momento?
Edward se acercó al paquete que
tenía más próximo, una caja larga y plana que todavía estaba sin abrir.
Aprovechando que Edward le dejaba libre el paso, Bella tomó su bolso nuevo y se
dirigió hacia la puerta tristemente decepcionada.
-
¿Qué es esto? -preguntó Edward.
Bella se encogió de hombros, tan
arrogante como su hija cuando no obtenía la respuesta que quería.
-
Un traje -respondió de mala gana.
-
¿Y esto? -preguntó Edward,
señalando otra caja con el pie.
-
Ropa interior -respondió Bella
ruborizándose, porque la caja rebosaba con la ropa interior más cara que Bella
había visto en su vida.
-
¿Y esto?
-
Dos vestidos -replicó y lo miró
con resentimiento-. ¿Por qué? No irás a echarme la bronca por haber gastado
demasiado, ¿verdad? ¡Fuiste tú quien me dio todas esas tarjetas de crédito! Una
para cada gran almacén de Londres, creo.
Bella no las había utilizado
nunca. Hasta aquel día, no se había dado cuenta de las delicias que podían
ofrecerle.
Edward ignoró el comentario.
-
Es un vestido que merece una cena
en uno de los restaurantes más caros de Londres, tal vez con un poco de baile
después, ¿no te parece?
Bella se estremeció y miró a Edward
a los ojos, sin acabar de comprender.
-
¿Me estás invitando a cenar?
-preguntó con tanta inocencia que Edward no pudo evitar una sonrisa irónica.
-
Sí -asintió con cierta burla.
Bella tuvo la impresión de que su
ingenuidad le parecía algo muy divertido. Se sonrojó y deseó que la tragara la
Tierra antes que continuar con aquella tortura. Por lo visto, Edward no podía
tomar en serio nada de lo que ella hacía.
-
Sí, Bella -repitió Edward con
mayor amabilidad, como si se hubiera dado cuenta de la inquietud de Bella y
lamentara haberla causado- Te estoy preguntando si te gustaría que saliésemos a
cenar esta noche.
-
Hm -exclamó Bella desconcertada y
sin saber qué responder.
Se alegró de oír a Emmett bajar
corriendo por las escaleras, como un alud. Pasó a su lado como una exhalación y
saltó a los brazos de su padre.
-
¡Hola! -exclamó- Mamá me ha
comprado un juego nuevo -prosiguió con excitación- ¿Puedo bajarlo y ponerlo en
la televisión? Es un simulador de vuelo y hay que aterrizar y despegar en un
tornado.
-
¿Por qué no? -dijo Edward
sonriendo sin dejar de mirar a Bella-. Si a tu abuela no le importa, puedes
bajarlo. Tú madre y yo nos vamos a cenar.
-
¿Os vais a cenar los dos juntos?
-exclamó Emmett, tan sorprendido como Bella-. ¡Qué bien! -agregó mirando a su
madre- Papá te lleva a cenar en vez de ir tú sola como el otro…
-
Emmett -dijo su padre. El niño se
calló. Bella se sintió muy incómoda.
-
A lo mejor tu madre no puede
quedarse -dijo. Sabía que Edward sólo la había invitado a cenar al ver todas
las molestias que se había tomado para cambiar de aspecto- Ha estado aquí todo
el día y no me parece bien que…
-
No importa -dijo Esme, viniendo
por el pasillo. Bella se dio la vuelta. Esme y Nessie estaban allí.
Tuvo la sensación de que en
aquella casa no había la menor intimidad.
-
Por supuesto que importa -dijo-
Has estado aquí todo el día y yo…
-
Llévala a un sitio bonito -dijo Esme,
ignorando las protestas de Bella.
Bella suspiró con impaciencia,
sabiendo que su opinión importaba poco.
-
Creo recordar que no he dicho que
quiera salir -dijo.
-
Claro que quieres salir
-intervino Esme-. Así que recoge todas esas cosas y súbetelas. ¡Nessie y Emmett,
ayudad a vuestra madre!
Bella exhaló un suspiro de
resignación. A no ser que quisiera contarles a todos sus razones para no salir
con Edward, no tenía más remedio que hacerlo.
Los niños obedecieron
inmediatamente. Recogieron varios paquetes y salieron, dejando que Bella
recogiera el resto. Cuando estaba al pie de la escalera, oyó la voz de Esme.
-
Si quieres saber mi opinión, Edward,
ya era hora de que salieseis juntos. Y no estaría de más que empezaras a
llevarla a esas cenas donde conoces a tanta gente del mundo de los negocios.
Bella se había detenido en las
escaleras y esperaba con curiosidad la respuesta de Edward, pero cuando habló
no pudo distinguir sus palabras.
Sin embargo, a Esme se le
entendía perfectamente.
-
¡Tonterías! -replicó-. ¿Cómo
sabes que no le va a gustar cuando no le has dado la oportunidad de averiguado?
Tu problema, Edward, es que la
tienes tan envuelta entre algodones que no le dejas descubrir lo que realmente
quiere de la vida.
¿Era eso lo que Esme pensaba?, se
dijo Bella. En realidad, ella creía que siempre había sabido lo que quería de
la vida, ser una buena madre y una buena esposa.
Eso era todo. No era algo ni muy
excitante ni muy ambicioso. Sólo quería ser una buena esposa para el hombre al
que amaba y una buena madre para unos hijos a los que adoraba. ¿Qué tenía eso
de malo?
-
Y te digo algo más -continuó Esme-.
No sé qué es lo que ha pasado para que esa pobre chica tenga roto el corazón,
pero sé que ha sufrido mucho y me imagino de quién es la culpa.
A Bella le dio un vuelco el
corazón. La invadió una terrible sensación de desolación, como ocurría siempre
que recordaba la llamada de Rose.
-
Sigue mi consejo, hijo, y sé muy
cuidadoso a partir de ahora, porque si alguna vez Bella…
Bella subió las escaleras
precipitadamente. No quería saber lo que podría ocurrir «si alguna vez Bella…»
Lo que le ocurría era ya bastante doloroso como para preocuparse si alguna vez…
Antes que nada mil disculpas por la demora y como manera de redimirme sera un capitulo doble.
Besos Ana Lau
Pobre Bella
ResponderBorrarEdward es tonto 😋