domingo, 9 de agosto de 2015

Un Marido Infiel Cap. 5

CAPÍTULO 5

La madre de Edward empezó a pasar más tiempo con Bella. No mencionaba el domingo que su nuera había pasado en Londres, pero el hecho estaba allí, aguardando tras sus cuidadosos gestos, tras la cautela con que abordaba ciertas conversaciones.
Esme Cullen estaba orgullosa de su hijo. Era un hombre, que se había hecho a sí mismo, que había triunfado a pesar de las dificultades. Pero no estaba ciega ante lo que la tentación podía suponer para un hombre del calibre de Edward. Era un hombre perspicaz, inteligente y lleno de vida. Con treinta y dos años, ya era respetado en la comunidad de ejecutivos.
La profunda mirada de sus ojos verdes y su habilidad para hacer dinero donde no lo había, lo hacían muy interesante para las mujeres. Y, aunque nadie le había dicho nada de por qué el matrimonio de su hijo atravesaba por tiempos difíciles, Esme no era tonta y tenía una idea bastante acertada de la verdad. Así que decidió pasar más tiempo con Bella, para ofrecerle su apoyo moral. Bella, se lo agradecía, porque había llegado a la dolorosa conclusión de que, en el mundo extraño en el que había empezado a vivir, ella era su única amiga.
Se sentía decepcionada consigo misma por haberse dejado llevar hasta convertirse en una persona vacía. Su hogar, que antaño era su orgullo y su gozo, se había convertido en continuo objeto de sus críticas. Podía ser un buen lugar para ella, pero no para Edward. Su avance en la vida merecía una casa mayor, una que reflejara sus éxitos. Bella no dejaba de atormentarse recordando las muchas veces que Edward le había comentado que quería mudarse a una casa más grande, mejor. Tal como había empezado a considerarlo últimamente, lo comprendía perfectamente. No había duda de por qué no había llevado a aquella casa a ninguno de sus amigos: debía avergonzarse de su hogar.
Pero Bella también se sentía furiosa con su marido por no abrirle las puertas de su mundo. Tal vez fuera culpable por permanecer ciega a lo mucho que él había cambiado, pero él tenía parte de culpa por esconderla, como si fuera un incómodo secreto que no convenía a su imagen de triunfador.
La ira se convirtió en resentimiento y el resentimiento en una inquietud que la hacía irritable e impaciente, hasta el punto de que hasta sus hijos estaban alerta para evitar sus reacciones intempestivas.
« ¿Quién eres, Bella?», se preguntó una noche que Edward volvía tarde del trabajo, después de muchas semanas en que había vuelto a las seis y media en punto.
La tardanza de su marido aumentaba su inquietud. Necesitaba que Edward estuviera allí para experimentar cierta paz.
«No puedes echarle a Edward la culpa de todo», se decía. «Has vivido en una nube, tan encerrada en tu pequeño mundo que ni siquiera te has preguntado cómo era el de tu marido. Sabías que acudía a muchas comidas de negocios, que tenía que moverse en ciertos círculos si quería estar al día, pero no te preguntaste si debías preocuparte por entrar con él en ese mundo, ni siquiera te preocupaste de escucharlo y apoyarlo.»
Se dio cuenta de que ni siquiera sabía que la compra de Harveys se había consumado hasta que Rose se lo dijo. Aún más, sólo se enteró de que quería comprar Harveys cuando la madre de Edward salió en su defensa una noche que ella se quejaba de que volvía demasiado tarde a casa.
-     ¡Está ocupado con la compra de Harvey's! -había exclamado molesta- ¿No te das cuenta de que es muy importante que consiga ese negocio?
La verdad era que no podía darse cuenta, porque no sabía de su existencia, pero lo más triste era que todavía no se había preocupado de averiguarlo. ¿Qué futuro tenía un matrimonio que no compartía más que una casa, una cama y tres hijos?
-     Ni siquiera soy guapa -dijo con un suspiro, mirándose al espejo una mañana.
«Al menos, no en el sentido clásico, supongo», se dijo sin dejar de mirarse al espejo. «Mi figura no está mal, sobre todo, teniendo en cuenta que he tenido tres hijos. Tengo unas piernas bonitas, pero no tengo una cara que llame la atención. No es la cara que se espera de la mujer de Edward Cullen. Tengo los ojos demasiado grandes y la nariz demasiado pequeña, la boca no está mal, pero mi mirada es demasiado vulnerable.»
Hizo una mueca de disgusto.
« ¡Y mira qué pelo!», se dijo acariciando su larga melena castaña. « ¡No he cambiado de peinado desde que tenía la edad de Nessie! ¡Incluso la ropa que me pongo es demasiado juvenil!»
«Pues haz algo para cambiar», le dijo con impaciencia una voz interior.
-     ¿Por qué no? -susurró con un impulso desafiante- Vaya decirte tina cosa, Mike -dijo dándose la vuelta y hablando a su hijo pequeño, que jugaba en la moqueta-. ¡Me voy de compras! Vamos a ver si la abuela puede cuidar de ti, y si no puede, pues… pues llamaremos a papá y que se ocupe él, por un día no le va a pasar nada -dijo y se mordió el labio, exactamente igual que hacía su hija Nessie cuando tomaba una decisión.
Pero la madre de Edward aceptó cuidar a su nieto con alegría, lo que en cierto modo contrarió a Bella. De alguna manera, le atraía la idea de entrar en el ultramoderno edificio de oficinas donde Edward tenía el despacho y dejarle a Anthony en brazos. «Aunque, sin embargo», pensaba mientras se dirigía en taxi al centro de Londres, «una cosa es imaginarlo y otra muy distinta hacerla».
Se sentía feliz y esperaba que aquella sensación le durara algún tiempo.
¿Era tan malo no tener otra ambición que ser una buena madre y esposa?
Siempre había amado su trabajo, que consistía en cuidar de sus tres hijos, escucharlos, jugar con ellos o, simplemente, disfrutar de ellos.
Y de Edward. Edward podía ser un león en la jungla de los negocios, pero Bella sabía que la tensión desaparecía de su cuerpo en cuanto llegaba a su casa y encontraba a su pequeña familia con sus pequeños problemas, esperando que él los solucionara.
Muchas noches llegaba agotado y con el semblante serio, con el rostro de un cazador implacable, pensó Bella en aquellos momentos, pero en menos de media hora, estaba tumbado en el suelo jugando con los gemelos. Jugando o viendo la televisión. Se compenetraba absolutamente con ellos y podía llegar a pelearse con Emmett por un juego de ordenador, y no tenía la menor señal de tensión ni de pesadumbre, tan sólo aquella sonrisa infantil igual a la de su hijo, que decía que había abandonado el mundo de los negocios para sumergirse en el feliz alivio que le ofrecía su familia.
Bella se preguntaba si el mismo proceso funcionaba a la inversa, ¿le era tan fácil desprenderse de su papel de padre y esposo cada vez que salía para irse a trabajar? ¿Era un alivio para él volver a aquel otro mundo mucho más excitante, ser el gran hombre con poder sobre otros y verse tratado de forma especial? ¿Se convertían su pequeña mujer y sus tres hijos en poco más que nada una vez que volvía a aquel escenario sofisticado lleno de gente inteligente y sofisticada, con ropa sofisticada y sofisticadas conversaciones?
Sofisticado, se repitió por enésima vez, en eso se había convertido Edward, en un hombre maduro y sofisticado. Mientras, ella se había estancado.
Se odió a sí misma por haber dejado que ocurriera y odió a Edward por obligarla a ver sus propios defectos, porque eso significaba que ella tenía que asumir parte de culpa por lo que les estaba ocurriendo.
Bella sintió un inexplicable alivio al no ver el BMW negro de Edward cuando el taxi la dejó en casa a las seis en punto de la tarde.
Iba tan cargada con bolsas y paquetes que tuvo que llamar al timbre con el codo.
-     ¡Cielo Santo! -exclamó la madre de Edward, abriendo la puerta y mirando a su nuera con asombro.
Bella siguió hacia el interior sin detenerse.
-     ¡Cielo Santo! -volvió a exclamar cuando, una vez en el interior de la casa, Bella dejó caer los paquetes a sus pies.
-     ¿Qué te parece? - preguntó Bella con incertidumbre.
La Bella que había abandonado su hogar una hora después que su marido no era la misma que estaba ante su suegra.
Se había cortado el pelo en un óvalo alrededor de la cara, hasta la altura de la barbilla. La habían maquillado de modo que quedaran realzados los hermosos rasgos que ella no creía tener. Tenía un aspecto tan natural que era imposible decir cómo le habían arreglado los ojos y la boca para que, de repente, llamaran tanto la atención.
Pero aquello no era todo. Ya no llevaba el abrigo de lana azul pálido y los vaqueros con que había salido aquella mañana. En su lugar, llevaba el traje de chaqueta de lana más exquisitamente cortado que Esme había visto. Era de color marrón pálido y se ajustaba perfectamente a su figura. Se abrochaba con dos filas de botones de un marrón más oscuro en la pechera y estaba adornado con tres botones en cada puño.
También llevaba unas botas de ante por debajo del tobillo y un bolso a juego.
-     Creo -dijo Esme Cullen- que lo mejor será que preparemos una bebida fuerte para cuando mi hijo vuelva a casa.
Esme no podía saberlo, pero había dado la respuesta que más podía satisfacer a Bella, que había ido adquiriendo una actitud más desafiante a medida que pasaba el día.
Se abrió la puerta y entró Emmett.
-     ¡Uauh! -exclamó, y Bella sonrió de oreja a oreja como una idiota. El tiempo que había empleado preocupándose por la reacción de sus hijos ante el nuevo aspecto de su madre, había sido tiempo perdido.
-     ¿Qué hay en los paquetes? -preguntó Emmett, despreocupándose de Bella como si fuera la misma de Siempre.
Al cabo de diez minutos, el suelo del cuarto de estar estaba cubierto de paquetes medio abiertos y Nessie no paraba de corretear luciendo un collar de cuentas rojas que su madre le había comprado. A Anthony le había traído un juego de piezas de construcción, pero lo que más le gustaba era la caja de cartón, que estaba destrozando poco a poco. Para Emmett había comprado un nuevo juego de ordenador, y ya estaba jugando con él en su habitación cuando llegó Edward.
Edward se detuvo en el umbral de la puerta y se quedó mirando. La actividad en el cuarto de estar se detuvo. Nessie dejó de corretear para observar su reacción y su madre dejó de recoger los envoltorios, mientras Bella se ponía en pie incómodamente y lo miraba con una mezcla de desafío y súplica.
Fue Esme quien rompió la tensión del momento.
Recogió a Anthony de la moqueta y agarró a Nessie de la mano.
Pero Bella no prestaba atención a sus hijos, estaba pendiente de Edward, que la observaba con una inescrutable expresión.
Una tenue sonrisa se dibujó por fin en el rostro de Edward. Bella se quedó muy sorprendida, porque era la misma sonrisa con que se había acercado a ella la noche que se conocieron, una sonrisa ambigua. Bella se irguió con una expresión definitivamente desafiante.
-     Vaya, vaya -dijo Edward-, ya veo que ha comenzado la segunda etapa.
¿La segunda etapa? ¿De qué diablos estaba hablando? Se preguntó Bella.
-     ¿Vas a salir? -preguntó Edward-. Vas a tener que perdonarme, Bella, pero, si me has dicho que tenías planes para salir esta noche, creo que me he olvidado por completo.
Bella frunció el ceño. Sabía que Edward no decía nada al azar, y se preguntaba qué quería decir con aquel «¿vas a salir?» y el «segunda etapa», cuando sabía muy bien que no iba a ninguna parte.
Le quedó claro que no iba a hacer ningún comentario sobre su nuevo aspecto. Tal vez no le gustaba, tal vez prefería su versión aburrida, la que no le causaba ningún problema, la que sabía el lugar exacto que ocupaba en el ordenado mundo de Edward y no pensaba salir de él.
Bella pensó que lo que tal vez le ocurría a Edward era que no las tenía todas consigo, y experimentó una sensación de triunfo. Tal vez su pregunta fuera sincera.
    Y si estuviera pensando en salir, ¿qué harías? -le preguntó.
La pregunta provocó de nuevo la sonrisa irónica de Edward. Al verla, Bella se estremeció llena de frustración.
-     Supongo que preguntarte con quién sales -respondió Edward, que sabía jugar mejor que ella al juego de las ambigüedades.
-     ¿Para ver si tu mujercita sale con buenas compañías?
-     Pero, entonces, ¿vas a salir? -preguntó Edward, apretando los puños- ¿Con quién?, ¿Con un hombre?
Bella no cabía en sí de satisfacción.
-     Cuando tú sales, no me dices con quién, no sé por qué tengo que hacerlo yo –dijo con frialdad.
Edward frunció el ceño y miró a Bella como diciéndole «Ten cuidado».
-     No te burles de mí -le dijo-. Dame un nombre, sólo quiero un nombre.
Era una conversación completamente estúpida -pensaba Bella-, ya que ella no iba a ninguna parte.
-     No hay ningún nombre -murmuró, furiosa por la facilidad con que Edward había estropeado aquel día tan feliz para ella. Paseó la mirada por los paquetes esparcidos por el suelo, sin encontrar en ellos ninguna satisfacción- Acabo de llegar, no iba a ninguna parte.
A Edward le había bastado con ver los paquetes y las bolsas para darse cuenta. ¿A quién quería engañar, fingiendo con una pequeña mueca de sorpresa que no los había visto hasta aquel momento?
Edward se acercó al paquete que tenía más próximo, una caja larga y plana que todavía estaba sin abrir. Aprovechando que Edward le dejaba libre el paso, Bella tomó su bolso nuevo y se dirigió hacia la puerta tristemente decepcionada.
-     ¿Qué es esto? -preguntó Edward.
Bella se encogió de hombros, tan arrogante como su hija cuando no obtenía la respuesta que quería.
-     Un traje -respondió de mala gana.
-     ¿Y esto? -preguntó Edward, señalando otra caja con el pie.
-     Ropa interior -respondió Bella ruborizándose, porque la caja rebosaba con la ropa interior más cara que Bella había visto en su vida.
-     ¿Y esto?
-     Dos vestidos -replicó y lo miró con resentimiento-. ¿Por qué? No irás a echarme la bronca por haber gastado demasiado, ¿verdad? ¡Fuiste tú quien me dio todas esas tarjetas de crédito! Una para cada gran almacén de Londres, creo.
Bella no las había utilizado nunca. Hasta aquel día, no se había dado cuenta de las delicias que podían ofrecerle.
Edward ignoró el comentario.
-     Es un vestido que merece una cena en uno de los restaurantes más caros de Londres, tal vez con un poco de baile después, ¿no te parece?
Bella se estremeció y miró a Edward a los ojos, sin acabar de comprender.
-     ¿Me estás invitando a cenar? -preguntó con tanta inocencia que Edward no pudo evitar una sonrisa irónica.
-     Sí -asintió con cierta burla.
Bella tuvo la impresión de que su ingenuidad le parecía algo muy divertido. Se sonrojó y deseó que la tragara la Tierra antes que continuar con aquella tortura. Por lo visto, Edward no podía tomar en serio nada de lo que ella hacía.
-     Sí, Bella -repitió Edward con mayor amabilidad, como si se hubiera dado cuenta de la inquietud de Bella y lamentara haberla causado- Te estoy preguntando si te gustaría que saliésemos a cenar esta noche.
-     Hm -exclamó Bella desconcertada y sin saber qué responder.
Se alegró de oír a Emmett bajar corriendo por las escaleras, como un alud. Pasó a su lado como una exhalación y saltó a los brazos de su padre.
-     ¡Hola! -exclamó- Mamá me ha comprado un juego nuevo -prosiguió con excitación- ¿Puedo bajarlo y ponerlo en la televisión? Es un simulador de vuelo y hay que aterrizar y despegar en un tornado.
-     ¿Por qué no? -dijo Edward sonriendo sin dejar de mirar a Bella-. Si a tu abuela no le importa, puedes bajarlo. Tú madre y yo nos vamos a cenar.
-     ¿Os vais a cenar los dos juntos? -exclamó Emmett, tan sorprendido como Bella-. ¡Qué bien! -agregó mirando a su madre- Papá te lleva a cenar en vez de ir tú sola como el otro…
-     Emmett -dijo su padre. El niño se calló. Bella se sintió muy incómoda.
-     A lo mejor tu madre no puede quedarse -dijo. Sabía que Edward sólo la había invitado a cenar al ver todas las molestias que se había tomado para cambiar de aspecto- Ha estado aquí todo el día y no me parece bien que…
-     No importa -dijo Esme, viniendo por el pasillo. Bella se dio la vuelta. Esme y Nessie estaban allí.
Tuvo la sensación de que en aquella casa no había la menor intimidad.
-     Por supuesto que importa -dijo- Has estado aquí todo el día y yo…
-     Llévala a un sitio bonito -dijo Esme, ignorando las protestas de Bella.
Bella suspiró con impaciencia, sabiendo que su opinión importaba poco.
-     Creo recordar que no he dicho que quiera salir -dijo.
-     Claro que quieres salir -intervino Esme-. Así que recoge todas esas cosas y súbetelas. ¡Nessie y Emmett, ayudad a vuestra madre!
Bella exhaló un suspiro de resignación. A no ser que quisiera contarles a todos sus razones para no salir con Edward, no tenía más remedio que hacerlo.
Los niños obedecieron inmediatamente. Recogieron varios paquetes y salieron, dejando que Bella recogiera el resto. Cuando estaba al pie de la escalera, oyó la voz de Esme.
-     Si quieres saber mi opinión, Edward, ya era hora de que salieseis juntos. Y no estaría de más que empezaras a llevarla a esas cenas donde conoces a tanta gente del mundo de los negocios.
Bella se había detenido en las escaleras y esperaba con curiosidad la respuesta de Edward, pero cuando habló no pudo distinguir sus palabras.
Sin embargo, a Esme se le entendía perfectamente.
-     ¡Tonterías! -replicó-. ¿Cómo sabes que no le va a gustar cuando no le has dado la oportunidad de averiguado?
Tu problema, Edward, es que la tienes tan envuelta entre algodones que no le dejas descubrir lo que realmente quiere de la vida.
¿Era eso lo que Esme pensaba?, se dijo Bella. En realidad, ella creía que siempre había sabido lo que quería de la vida, ser una buena madre y una buena esposa.
Eso era todo. No era algo ni muy excitante ni muy ambicioso. Sólo quería ser una buena esposa para el hombre al que amaba y una buena madre para unos hijos a los que adoraba. ¿Qué tenía eso de malo?
-     Y te digo algo más -continuó Esme-. No sé qué es lo que ha pasado para que esa pobre chica tenga roto el corazón, pero sé que ha sufrido mucho y me imagino de quién es la culpa.
A Bella le dio un vuelco el corazón. La invadió una terrible sensación de desolación, como ocurría siempre que recordaba la llamada de Rose.
-     Sigue mi consejo, hijo, y sé muy cuidadoso a partir de ahora, porque si alguna vez Bella…

Bella subió las escaleras precipitadamente. No quería saber lo que podría ocurrir «si alguna vez Bella…» Lo que le ocurría era ya bastante doloroso como para preocuparse si alguna vez…

Antes que nada mil disculpas por la demora y como manera de redimirme sera un capitulo doble.
Besos Ana Lau

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