domingo, 18 de octubre de 2015

Cap. 3 En el dolor y en el amor

Capítulo 3
Bella se vio en medio de un torbellino de colores mientras sus labios tocaban los de Edward por primera vez. Su boca era firme, cálida y tenía un sabor ligeramente picante. Ella tomó aire y una oleada de esencia masculina la invadió. Edward. Se moría por dejar sus dedos correr por su pelo, bajo la camisa de su pijama y por explorar el contorno de su pecho. Probablemente lo habría hecho si él no la hubiera sujetado aún firmemente por la muñeca.
Con la otra mano se agarraba a la barandilla de la cama con una fuerza que desconocía que tenía.
Él se retiró y ella se quedó como colgada, suspendida en un mundo de sensaciones que aún no estaba preparada para dejar. Sus ojos se abrieron lentamente y lo vio sonriéndole.
-         Gracias.
-         ¿Gracias? -¿por qué? ¿Por besarlo?
-         Por quedarte -replicó él, divertido.
Y entonces se dio cuenta. Había sido un beso de agradecimiento. Ella estaba deseosa de volver a sentir sus labios de nuevo y, mientras, él le sonreía como un hermano mayor indulgente, contento por haberse salido con la suya. Ella se echó hacia atrás y se giró con tanta rapidez, que la larga trenza trazó un arco por encima de su hombro y aterrizó sobre su pecho derecho.
-         No... no hay problema. Llamaré a la universidad y les diré que no volveré en breve.
Ella presentía que esa llamada no sería tan fácil de hacer, pero aunque significara perder su trabajo no abandonaría a Edward. No mientras la necesitara.
Emmett llegó con la cena y Edward comió los deliciosos platos de pasta y las verduras al vapor con devoción.
-         Esto es una gran mejora comparado con la comida que hacen aquí.
-         Podrías hacer que te trajeran la comida -repuso Emmett.
-         He tenido muchas cosas de las que preocuparme -dijo Edward, encogiéndose de hombros.
Bella pensó que sus principales preocupaciones serían los negocios y salir andando de allí. Tal vez por ese orden.
-         Una cosa que me preocupa es que Bella se quede en tu habitación del hotel. Eso no me gusta.
Emmett miró a su hermano con interés.
-         ¿Por qué no?
-         No es bueno para su reputación.
Bella un pudo evitar reírse ante esta afirmación.
-         Edward, estás anticuado. A nadie le importa si me quedo en la habitación de Emmett.
-         A mí me importa -informó Edward, como sí eso fuera lo único que importara.
-         Bueno, tú no eres mi guardián. Yo no tengo dinero para pagarme una estancia prolongada en un hotel -especialmente si perdía su trabajo.
-         Yo lo pagaré.
-         No, no lo harás -dijo ella, lanzándole una mirada heladora.
-         Además, no hay ninguna necesidad de ello -añadió Emmett-. En mi suite hay dos habitaciones, y ya que no quieres avisar a papá y mamá, la segunda se quedará vacía si Bella no la ocupa.
Ella pensó que el argumento de Emmett sería suficiente, pero por la expresión de Edward, estaba claro que no.
Él la atravesó con la mirada de un modo que la hizo temblar.
-         ¿Permites que Emmett se ocupe de tus necesidades y rechazas mi ayuda?
Ella contuvo un gesto de desesperación.
-         No es lo mismo. A Emmett no le cuesta nada dejarme la habitación que le sobra en la suite.
-         ¿Crees que esa ridícula suma me importa lo más mínimo?
-         No, por supuesto que no -¿por qué estaba siendo tan irracional?—, pero ya estoy allí...
Dejó el tenedor a un lado y se permitió mirarlo a los ojos por primera vez en una hora.
Se sentía una completa idiota después de lo del beso.
-         No sé por qué estás tan preocupado, Edward. Mi nombre no aparece en las revistas del corazón y a nadie le importa con quién duermo.
Su expresión se volvió salvaje y ella se encontró apartándose de él.
-         ¿Has compartido cama con un hombre alguna vez?
En su cara había más fuego que en la erupción del Vesubio que arrasó Pompeya.
-         Eso no es asunto tuyo.
   No estoy de acuerdo con eso —parecía a punto de levantarse de la cama y zarandearla hasta sacarle una respuesta, y aún sabiendo que aquello no iba a ocurrir, un escalofrío le recorrió la espalda.
Ella miró a Emmett para pedirle ayuda, pero parecía estar divirtiéndose demasiado con la conversación como para salir en su ayuda. Volvió a mirar a Edward, pero su expresión no se había ablandado en absoluto.
-         De verdad, no quiero hablar de eso contigo.
-         Dime el nombre de ese hombre.
Cielos. ¿En qué momento su silencio se había convertido en un «sí»? ¿y quién le daba derecho a someterla a ese interrogatorio? Si Tanya aún era virgen, Bella bailaría desnuda en el último piso del Empire State.
-         ¿Me estás diciendo que Tanya y tú no os acostáis?
   Eso no está bajo discusión.
-         Podemos hablar de todo.
-         Estás roja. Estás avergonzada, ¿verdad?
¿Por qué molestarse en negarlo? Él sabría que estaba mintiendo.
-         Sí.
-         Una mujer con experiencia no se sentiría tan incómoda -dijo él, con un gesto complacido.
Esa fue la gota que colmó el vaso.
-         ¿Estás seguro de eso? Tal vez me haya acostado con montones de hombres. Tal vez ahora esté compartiendo cama con Emmett y lo de la suite de dos habitaciones sea sólo una artimaña.
Ella se dio cuenta de que se había dejado vencer por su temperamento un segundo antes de que él explotara. El frío Señor de Negocios Italiano lanzó la mesita portátil con su cena al otro lado de la habitación y empezó a gritar a Emmett.
Bella hablaba italiano con fluidez, pero no entendía muchas de las palabras que estaban pronunciando, aunque podía adivinar que eran juramentos. El rostro sonriente de Emmett estaba serio y sorprendido mientras intentaba convencer a Edward de que había sido una broma, pero la furia de Edward no disminuyó. Si hubiera sido capaz de moverse, su hermano estaría tumbado de espaldas en el suelo, ella no tenía ninguna duda de ello.
-         ¡Por Dios! -ella saltó de la silla y se puso entre los dos -. ¡Calmaos! No he dicho que eso fuera verdad, era sólo una hipótesis.
Edward la tomó por la cintura y ella se encontró de repente sentada en la cama a su lado. Él le sujetó la barbilla con una mano, obligándola a mirarlo. -¿Te acuestas con mi hermano?
-         No. Nunca he estado con un hombre -admitió ella, pensando que la verdad era lo único que podía arreglar aquella situación.
-         Pero me provocaste haciéndome creer que sí -dijo Edward, con una mirada iracunda.
Ella seguía sin comprender por qué aquello era tan importante. Tal vez él se sintiera responsable por ella de algún modo desde la muerte de su padre, a pesar de que la hubiera ignorado durante todo el año anterior... tal vez lo sintiera así a pesar de todo.
   No te estaba provocando. Me has hecho avergonzarme y me he enfadado. La mayoría de las mujeres no son... —no podía pronunciar la palabra- bueno... a mi edad la mayoría de las mujeres ya tienen experiencia.
-         Pero tú no.
-         No -admitió ella con un suspiro. Si él se casaba con Tanya, probablemente la cosa no cambiara nunca.
Él le acarició la cara. Después, apartó la mano.
-         No debes avergonzarte de hablar de estas cosas conmigo.
¿Cómo podía evitar que hablar de eso la avergonzara? Ni siquiera había admitido su falta de experiencia hablando con sus amigas en la universidad, pero como no quería presenciar otra explosión de ira, decidió callar.
Ella se intentó levantar, pero sus brazos alrededor de su cintura se lo impidieron.
-         ¿Edward?
-         Eres muy inocente.
Ella hizo una mueca. Eso ya estaba claro.
-         Si has acabado de hacer el análisis de mi falta de vida amorosa, ¿podrías dejar que me levantara? Quiero volver al hotel.
Edward movía la mano descuidadamente por su cintura y ella estaba a punto de volverse loca o de entrar en un trance de lujuria.
   Te cambiarás a otra habitación.
   No —la firme negativa de Emmett la sorprendió-. Esto es Nueva York, Edward, y no es aconsejable que Bella esté sola en una habitación, incluso si es un hotel con seguridad.
-         Entonces mandaré a mi personal de seguridad para que vigilen su habitación.
La conversación se estaba haciendo cada vez más extraña.
Emmett meneó la cabeza en una decidida negativa.
-         ¿Cómo puede ser mejor para ella estar en la habitación de un hotel con desconocidos que conmigo?
Ella volvió a mirar a Edward. Él estaba pensativo.
-         Tal vez debamos hacer que Tanya se traslade a la suite también.
-         ¡No! -gritaron Emmett y Bella a la vez.
Edward enarcó las cejas.
-         ¿Qué os molesta de eso?
¿Cómo podías decirle a un hombre que no soportabas a su prometida? Bella se aclaró la garganta, intentando pensar en una forma delicada de decir que se negaba rotundamente a compartir su espacio vital con esa bruja egoísta.
-         Bella me contó lo que Tanya le dijo -dijo Emmett, con una nota clara de desaprobación en la voz-. Los celos infundados de tu prometida eran la razón por la que Bella pensaba volver a Massachusetts.
-         ¿Ahora intentas protegerla de mi prometida? -preguntó Edward-. ¿Estáis seguros de que no tenéis nada que decirme?
Ella ya se había cansado del arrebato de superprotección de Edward. No era ninguna damisela en apuros que necesitara protección; había vivido por su cuenta, si no físicamente, sí emocionalmente, desde mucho antes de la muerte de su padre, o tal vez Edward pensara seriamente que ella quería casarse con el más joven de los hermanos Cullen.
   Esto es ridículo. No voy a lanzarme sobre Emmett al más mínimo descuido.
-         Pero no puedes estar tan segura de que yo no lo haga -replicó Emmett con humor.
La mano de Edward sobre la cintura de Bella se tensó.
-         Tu humor está mal orientado.
-         Al igual que tu mano, sobre todo teniendo en cuenta que estás comprometido con otra mujer -dijo Emmett, provocador.
Edward no retiró la mano y contestó.
-         Ella es casi de la familia.
-         ¿Sí? -preguntó Emmett—. Lo dudaba.
-         ¡Yo estoy cansada de esta conversación! -golpeó a Edward en la mano. Este la soltó y ella se pudo levantar.
Con los brazos en jarras, se dirigió a Edward.
-         Si quieres que me quede en Nueva York, será en la suite de Emmett y los servicios de Tanya como carabina no serán necesarios. Incluso las solteronas vírgenes tenemos nuestros límites y los míos están por encima de los machitos arrogantes y primitivos que hablan de mí como si no estuviera delante.
-         Edward es un tipo anticuado, pero yo soy un hombre moderno y no veo nada de malo en que una mujer de veintitrés años no se case -dijo Emmett, con sonrisa calculadora.
-         De acuerdo, «hombre moderno», llévame al hotel y me haré compañía a mí misma.
Edward masculló algo más sobre que se quedara en la habitación de Emmett, pero al final acabó cediendo. No tenía elección. Bella lo quería lo suficiente como para arriesgar su trabajo por él, pero eso no la convertía en un felpudo.
Durante las dos semanas siguientes, Bella regañó a Edward por trabajar mucho y por no trabajar lo suficiente en las sesiones de fisioterapia. Protestó cuando hizo que le instalaran una línea de internet en la habitación del hospital privado al que se había trasladado. Ese mismo día él la había encontrado desenchufando el teléfono y pidiendo a un ordenanza que se lo llevara. Ella no se arrepentía de su acción en absoluto.
Mientras, Tanya pasaba muy poco tiempo en el hospital y se negaba a asistir a las sesiones. Se había ido dos días antes a París a participar en un desfile de moda de otoño, y a él no le importó. A ningún hombre le gusta que le vean indefenso, y así era como se sentía él cuando sus piernas se negaban a hacer lo que él quería.
Nadie podía culparlo por sentirse aliviado al ver marchar a su novia. No estaba dispuesto a soportar sus comentarios despectivos hacia la joven y había provocado la ira de Tanya en más de una ocasión por defender a Bella. No permitiría que nadie hablase mal de la chica a la que él había pasado una buena parte de su vida intentando proteger, incluso de sí mismo. La actitud de Tanya frente a su estado de salud tampoco era de lo más satisfactoria; aunque decía que estaba segura de que volvería a andar, sus ojos le decían que no.
Bella no tenía esas reticencias y seguía convencida de que sus miembros inferiores volverían a su estado normal a su debido tiempo. Ella le recordaba una y otra vez que incluso las personas con daños en la columna vertebral se recuperaban completamente tras cierto tiempo, como el médico les había dicho la primera semana. Además, ella no sólo asistía a las sesiones de fisioterapia, sino que participaba en ellas. Él no se lo había agradecido. Necesitaba que creyera en él, no su participación.
   Devuélveme el teléfono —le gritó.
Ella meneó la cabeza y su trenza siguió el movimiento, reflejando la luz y capturando la atención de Edward. Se preguntó cómo sería su pelo sin trenzar... era tan largo que debía de llegarle por debajo de la cintura. ¿Se lo dejaría suelto alguna vez? Sería precioso.
-         Van tres llamadas en quince minutos -Bella frunció el ceño como una profesora regañando a un alumno a quien acababa de encontrar pasando notitas en clase-. No vas a conseguir andar de nuevo hablando por teléfono.
-         Bella tiene razón, señor Cullen. Necesita concentrarse en el tratamiento –añadió valientemente el fisioterapeuta.
Bella y él se sonrieron con gesto conspirador y la presión arterial de Edward subió varios puntos.
Se suponía que aquel musculoso y rubio adonis era el mejor fisioterapeuta de Nueva York, pero Edward lo habría tumbado de un golpe de buen grado.
-         No responderías al teléfono en medio de un negocio importante, ¿verdad? –preguntó Bella.
-         No estoy negociando nada. Estoy aquí sentado, aburridísimo -dijo, señalando al fisioterapeuta-, mientras él me retuerce la pierna hasta que empiece a funcionar por sí sola como por arte de magia.
-         No es cuestión de magia. Es cuestión de trabajo y siempre creí que el trabajo no te asustaba -añadió ella.
-         ¡Porca miseria! ¡Yo, Edward Cullen, asustado del trabajo! Hay que estar loco para creer algo así.
-         ¡Bien! Me alegra oírte decir eso. Entonces entenderás por qué no se permite usar el teléfono durante la sesión.
-         Al menos deja que ponga el contestador -así podría acabar la llamada que le había interrumpido y después desconectar el teléfono, ya que insistía tanto.
Ella se cruzó de brazos.
-         Ya lo he hecho yo. Asume que no te voy a devolver el teléfono.
Él la lanzó la misma mirada que hacía que los directores de banco huyeran despavoridos en busca de refugio, pero ella permaneció allí, inmóvil, con los brazos cruzados.
Se volvió al fisioterapeuta y le dijo:
-         Dame algo que hacer.
El hombre se sobresaltó ante su tono de voz y Edward sintió una leve oleada de satisfacción al ver que, a diferencia de Bella, había conseguido intimidar al fisioterapeuta.
Bella llamó suavemente a la puerta de Edward, pero ninguna voz respondió.
Había tomado la costumbre de llegar después del desayuno y quedarse durante la sesión de terapia matinal. Tal vez ya hubieran bajado a Edward a la sala de tratamiento... Llegaba algo tarde porque se había quedado dormida; el día anterior había sido agotador y se había acostado tarde.
Había ido y vuelto a Massachusetts en el día para recoger sus cosas del apartamento de la universidad, del que la habían echado. Su presentimiento de que el jefe de departamento no sería comprensivo con su ausencia se había cumplido, pero por fin había encontrado algo por lo que estar agradecida a la debacle que siguió a la muerte de su padre.
Cuando su madrastra vendió la casa, Pamela tiró todo lo que no quiso conservar y aquello significaba que las pertenencias de Bella cabían con facilidad en su coche y no tendría que pagar un guardamuebles.
Bella empujó la puerta de la habitación. No le importaba perderse la sesión; cada vez le resultaba más difícil de sobrellevar. El fisioterapeuta insistía en que Edward se pusiera pantalones cortos de deporte y una camiseta ajustada, lo que dejaba cada centímetro de la musculatura de Edward visible a su obsesivo escrutinio.
Se sentía como una voyeur admirando su increíble cuerpo.
No pasaría nada si ella pudiera animarlo objetivamente, pero no era el caso. Quería y deseaba a Edward desde los quince años y una parálisis temporal no iba a acabar con esos sentimientos. Se sentía como una amiga depravada.
Lo que vio al cruzar la puerta la dejó sin aliento. Edward sentado a un lado de la cama, desnudo excepto por los calzoncillos más sexys que había visto nunca. No era que hubiera visto muchos, pero eso daba igual. Era Edward. El único hombre importante para ella en todo el mundo.
-         Yo... tú... la puerta -era incapaz de hablar con coherencia.
Giró la cabeza hacia ella y su mirada resultó reveladora. Estaba como hipnotizado.
-         ¿Edward? ¿Qué...?
-         Te cuesta pronunciar una frase seguida, cara.
Ella afirmó con la cabeza.
Su sonrisa se iluminó y sus ojos brillaron triunfales.
-         Puedo sentir los dedos de los pies.
Tardó un momento en asimilar las palabras, pero cuando lo hizo cruzó la habitación en un segundo y se abalanzó sobre Edward, que cayó de espaldas con sus brazos rodeándole el cuello.
-         ¡Lo sabía! ¡Sabía que podrías hacerlo!
Su firme y masculino cuerpo se agitó entre risas bajo ella.
-         Piccola mia, ¿esto lo he hecho yo o il buon Dio!
Sus risas se entremezclaron.
   Un poquito cada uno, creo yo -dijo ella, sonriéndolo-. ¿Cuándo ha ocurrido?
-         Me desperté antes del amanecer con un cosquilleo en los pies. Según avanzaba la mañana, he recuperado la sensibilidad.
La emoción se mezclaba con el alivio y la satisfacción.
-         ¡Oh, Edward!
-         No te pongas a llorar.
-         Ni lo sueñes. ¡Estoy tan feliz! -dijo ella, consiguiendo contener las lágrimas.
Después hizo algo que no hubiera soñado siquiera si hubiera podido pensar con claridad. Lo besó.
Fue sólo un leve beso en la barbilla, pero una vez allí, sus labios no quisieron separarse de la cálida piel de Edward. Quería seguir besándolo, saborear su piel, recorrer su cuello, y aunque sabía que tenía que apartarse, no podía hacerlo. Se dijo que, después de un segundo más, se retiraría y le dejaría vestirse.
Entonces se dio cuenta de dónde estaba y qué estaba haciendo. Edward apenas estaba vestido y ella estaba encima de él. Ella intentó recular, pero sus piernas quedaron abiertas contra su muslo, levantándole la falda. Quiso apoyar las rodillas para retirarse, pero sólo consiguió que su piel entrase en contacto íntimo con un cuerpo masculino por primera vez en su vida. Se quedó paralizada.
La fina seda de sus bragas no servían como barrera para el calor del cuerpo de Edward y la estimulación erótica de sus piernas contra las de ella. Tema que haberse puesto medias en lugar de las botas y calcetines que llevaba, de ese modo, al menos sus muslos no estarían totalmente desnudos. Sintió que enrojecía de pies a cabeza por el calor causado por la vergüenza y el placer físico.
-         Edward, yo...
-         Te has quedado de nuevo sin palabras, piccola mia -dijo, divertido.
Ella se sintió como una niña pequeña, pero nunca se había sentido tan mujer como un segundo antes.
-         Lo siento -murmuró, mientras de nuevo intentaba retirarse, pero dos fuertes manos la retuvieron por la cintura.
-         No tienes nada que reprocharte. Tu excitación es igual a la mía.
Ella lo dudaba. Mientras que él podía sentirse excitado por la idea de volver a andar, la de ella estaba mezclada con fuertes dosis de atracción sexual. Sus caras estaba frente a frente.
-         Soy muy feliz, cara.
-         Yo también -dijo ella, intentando controlar su respiración.
-         Ya lo veo -dijo él, riendo.
-         ¿Sí? —preguntó ella tontamente, pensando en las mil posibilidades de colocar su boca contra la de él.
Los ojos esmeraldas llamearon y el hombre primitivo volvió a salir a la superficie cuando
Edward se dio cuenta de lo que estaba pensando.
-         ¿Han besado muchos hombres esta lujuriosa boquita?
-         ¿Qué? -¿acababa de preguntarle si había besado muchas veces? No podía entenderlo...
Edward no podía estar interesado en su historial de besos.
Cuando Edward decidió descubrir por sí mismo su nivel de experiencia, dejó de pensar.
Aunque ella estaba sobre él, sintió que sus labios la arrastraban y la retenían, cautiva de una dominación masculina puramente instintiva.
Ella sintió una mano que le sujetaba la nuca. Podría haberle dicho que no era necesario... si pudiera dejar de besarlo para decir algo.
Sus labios se movían con precisión y ella notó que los suyos se habían abierto sin que ella se diera cuenta. La lengua de Edward recorrió sus labios antes de hundirse en su boca, compartiendo un beso íntimo que le había desagradado en el pasado. Con Edward sintió una excitación que creía imposible y se dejó llevar por él.
Con las manos exploró el pecho desnudo de él mientras su lengua batallaba tímidamente con su agresiva masculinidad. Pronto, el mundo entero se redujo a su cuerpo bajo ella, su boca contra la suya y sus alientos unidos.

-         ¡Edward! -el agudo grito procedente de la puerta sacó a Bella de sus sueños de sensualidad con una velocidad de vértigo.

4 comentarios:

  1. Llego la Novia!!!!!!! Bueno, eso creo.... Como puedes dejarnos así? Ahora estaré toda la semana esperando el nuevo capítulo....

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  2. Después de varias semanas de trabajo, al. Fin puedo dedicarme un poco de tiempo, y que mejor que leer tus historias, acabo de encontrarme esta y creo que es un éxito!!!!! Ojala no tardes mucho en actualizar, por que me tienes en el filo del asiento. ☺����

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  3. Me encanta. Edward es tan celoso. Y Bella tan enamorada de él. 😍

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