Capítulo
3
Bella se vio en medio de un torbellino de
colores mientras sus labios tocaban los de Edward por primera vez. Su boca era
firme, cálida y tenía un sabor ligeramente picante. Ella tomó aire y una oleada
de esencia masculina la invadió. Edward. Se moría por dejar sus dedos correr
por su pelo, bajo la camisa de su pijama y por explorar el contorno de su
pecho. Probablemente lo habría hecho si él no la hubiera sujetado aún
firmemente por la muñeca.
Con la otra mano se agarraba a la barandilla de
la cama con una fuerza que desconocía que tenía.
Él se retiró y ella se quedó como colgada,
suspendida en un mundo de sensaciones que aún no estaba preparada para dejar.
Sus ojos se abrieron lentamente y lo vio sonriéndole.
-
Gracias.
-
¿Gracias? -¿por qué? ¿Por
besarlo?
-
Por quedarte -replicó él,
divertido.
Y entonces se dio cuenta. Había sido un beso de
agradecimiento. Ella estaba deseosa de volver a sentir sus labios de nuevo y,
mientras, él le sonreía como un hermano mayor indulgente, contento por haberse
salido con la suya. Ella se echó hacia atrás y se giró con tanta rapidez, que
la larga trenza trazó un arco por encima de su hombro y aterrizó sobre su pecho
derecho.
-
No... no hay problema.
Llamaré a la universidad y les diré que no volveré en breve.
Ella presentía que esa llamada no sería tan
fácil de hacer, pero aunque significara perder su trabajo no abandonaría a
Edward. No mientras la necesitara.
Emmett llegó con la cena y Edward comió los
deliciosos platos de pasta y las verduras al vapor con devoción.
-
Esto es una gran mejora
comparado con la comida que hacen aquí.
-
Podrías hacer que te
trajeran la comida -repuso Emmett.
-
He tenido muchas cosas de
las que preocuparme -dijo Edward, encogiéndose de hombros.
Bella pensó que sus principales preocupaciones
serían los negocios y salir andando de allí. Tal vez por ese orden.
-
Una cosa que me preocupa es
que Bella se quede en tu habitación del hotel. Eso no me gusta.
Emmett miró a su hermano con interés.
-
¿Por qué no?
-
No es bueno para su
reputación.
Bella un pudo evitar reírse ante esta
afirmación.
-
Edward, estás anticuado. A
nadie le importa si me quedo en la habitación de Emmett.
-
A mí me importa -informó
Edward, como sí eso fuera lo único que importara.
-
Bueno, tú no eres mi
guardián. Yo no tengo dinero para pagarme una estancia prolongada en un hotel
-especialmente si perdía su trabajo.
-
Yo lo pagaré.
-
No, no lo harás -dijo ella,
lanzándole una mirada heladora.
-
Además, no hay ninguna
necesidad de ello -añadió Emmett-. En mi suite hay dos habitaciones, y ya que
no quieres avisar a papá y mamá, la segunda se quedará vacía si Bella no la
ocupa.
Ella pensó que el argumento de Emmett sería
suficiente, pero por la expresión de Edward, estaba claro que no.
Él la atravesó con la mirada de un modo que la
hizo temblar.
-
¿Permites que Emmett se
ocupe de tus necesidades y rechazas mi ayuda?
Ella contuvo un gesto de desesperación.
-
No es lo mismo. A Emmett no
le cuesta nada dejarme la habitación que le sobra en la suite.
-
¿Crees que esa ridícula
suma me importa lo más mínimo?
-
No, por supuesto que no
-¿por qué estaba siendo tan irracional?—, pero ya estoy allí...
Dejó el tenedor a un lado y se permitió mirarlo
a los ojos por primera vez en una hora.
Se sentía una completa idiota después de lo del
beso.
-
No sé por qué estás tan
preocupado, Edward. Mi nombre no aparece en las revistas del corazón y a nadie
le importa con quién duermo.
Su expresión se volvió salvaje y ella se
encontró apartándose de él.
-
¿Has compartido cama con un
hombre alguna vez?
En su cara había más fuego que en la erupción
del Vesubio que arrasó Pompeya.
-
Eso no es asunto tuyo.
— No estoy de acuerdo con eso —parecía a punto de
levantarse de la cama y zarandearla hasta sacarle una respuesta, y aún sabiendo
que aquello no iba a ocurrir, un escalofrío le recorrió la espalda.
Ella miró a Emmett para pedirle ayuda, pero
parecía estar divirtiéndose demasiado con la conversación como para salir en su
ayuda. Volvió a mirar a Edward, pero su expresión no se había ablandado en
absoluto.
-
De verdad, no quiero hablar
de eso contigo.
-
Dime el nombre de ese
hombre.
Cielos. ¿En qué momento su silencio se había
convertido en un «sí»? ¿y quién le daba derecho a someterla a ese
interrogatorio? Si Tanya aún era virgen, Bella bailaría desnuda en el último
piso del Empire State.
-
¿Me estás diciendo que Tanya
y tú no os acostáis?
— Eso no está bajo discusión.
-
Podemos hablar de todo.
-
Estás roja. Estás
avergonzada, ¿verdad?
¿Por qué molestarse en negarlo? Él sabría que
estaba mintiendo.
-
Sí.
-
Una mujer con experiencia
no se sentiría tan incómoda -dijo él, con un gesto complacido.
Esa fue la gota que colmó el vaso.
-
¿Estás seguro de eso? Tal
vez me haya acostado con montones de hombres. Tal vez ahora esté compartiendo
cama con Emmett y lo de la suite de dos habitaciones sea sólo una artimaña.
Ella se dio cuenta de que se había dejado vencer
por su temperamento un segundo antes de que él explotara. El frío Señor de
Negocios Italiano lanzó la mesita portátil con su cena al otro lado de la
habitación y empezó a gritar a Emmett.
Bella hablaba italiano con fluidez, pero no entendía
muchas de las palabras que estaban pronunciando, aunque podía adivinar que eran
juramentos. El rostro sonriente de Emmett estaba serio y sorprendido mientras
intentaba convencer a Edward de que había sido una broma, pero la furia de
Edward no disminuyó. Si hubiera sido capaz de moverse, su hermano estaría
tumbado de espaldas en el suelo, ella no tenía ninguna duda de ello.
-
¡Por Dios! -ella saltó de
la silla y se puso entre los dos -. ¡Calmaos! No he dicho que eso fuera verdad,
era sólo una hipótesis.
Edward la tomó por la cintura y ella se encontró
de repente sentada en la cama a su lado. Él le sujetó la barbilla con una mano,
obligándola a mirarlo. -¿Te acuestas con mi hermano?
-
No. Nunca he estado con un
hombre -admitió ella, pensando que la verdad era lo único que podía arreglar
aquella situación.
-
Pero me provocaste
haciéndome creer que sí -dijo Edward, con una mirada iracunda.
Ella seguía sin comprender por qué aquello era
tan importante. Tal vez él se sintiera responsable por ella de algún modo desde
la muerte de su padre, a pesar de que la hubiera ignorado durante todo el año
anterior... tal vez lo sintiera así a pesar de todo.
— No te estaba provocando. Me has hecho
avergonzarme y me he enfadado. La mayoría de las mujeres no son... —no podía
pronunciar la palabra- bueno... a mi edad la mayoría de las mujeres ya tienen
experiencia.
-
Pero tú no.
-
No -admitió ella con un
suspiro. Si él se casaba con Tanya, probablemente la cosa no cambiara nunca.
Él le acarició la cara. Después, apartó la mano.
-
No debes avergonzarte de
hablar de estas cosas conmigo.
¿Cómo podía evitar que hablar de eso la
avergonzara? Ni siquiera había admitido su falta de experiencia hablando con
sus amigas en la universidad, pero como no quería presenciar otra explosión de
ira, decidió callar.
Ella se intentó levantar, pero sus brazos
alrededor de su cintura se lo impidieron.
-
¿Edward?
-
Eres muy inocente.
Ella hizo una mueca. Eso ya estaba claro.
-
Si has acabado de hacer el
análisis de mi falta de vida amorosa, ¿podrías dejar que me levantara? Quiero
volver al hotel.
Edward movía la mano descuidadamente por su
cintura y ella estaba a punto de volverse loca o de entrar en un trance de
lujuria.
— Te cambiarás a otra habitación.
— No —la firme negativa de Emmett la sorprendió-.
Esto es Nueva York, Edward, y no es aconsejable que Bella esté sola en una
habitación, incluso si es un hotel con seguridad.
-
Entonces mandaré a mi
personal de seguridad para que vigilen su habitación.
La conversación se estaba haciendo cada vez más
extraña.
Emmett meneó la cabeza en una decidida negativa.
-
¿Cómo puede ser mejor para
ella estar en la habitación de un hotel con desconocidos que conmigo?
Ella volvió a mirar a Edward. Él estaba
pensativo.
-
Tal vez debamos hacer que Tanya
se traslade a la suite también.
-
¡No! -gritaron Emmett y
Bella a la vez.
Edward enarcó las cejas.
-
¿Qué os molesta de eso?
¿Cómo podías decirle a un hombre que no
soportabas a su prometida? Bella se aclaró la garganta, intentando pensar en
una forma delicada de decir que se negaba rotundamente a compartir su espacio
vital con esa bruja egoísta.
-
Bella me contó lo que Tanya
le dijo -dijo Emmett, con una nota clara de desaprobación en la voz-. Los celos
infundados de tu prometida eran la razón por la que Bella pensaba volver a
Massachusetts.
-
¿Ahora intentas protegerla
de mi prometida? -preguntó Edward-. ¿Estáis seguros de que no tenéis nada que
decirme?
Ella ya se había cansado del arrebato de
superprotección de Edward. No era ninguna damisela en apuros que necesitara protección;
había vivido por su cuenta, si no físicamente, sí emocionalmente, desde mucho
antes de la muerte de su padre, o tal vez Edward pensara seriamente que ella
quería casarse con el más joven de los hermanos Cullen.
— Esto es ridículo. No voy a lanzarme sobre Emmett
al más mínimo descuido.
-
Pero no puedes estar tan
segura de que yo no lo haga -replicó Emmett con humor.
La mano de Edward sobre la cintura de Bella se
tensó.
-
Tu humor está mal
orientado.
-
Al igual que tu mano, sobre
todo teniendo en cuenta que estás comprometido con otra mujer -dijo Emmett,
provocador.
Edward no retiró la mano y contestó.
-
Ella es casi de la familia.
-
¿Sí? -preguntó Emmett—. Lo
dudaba.
-
¡Yo estoy cansada de esta
conversación! -golpeó a Edward en la mano. Este la soltó y ella se pudo
levantar.
Con los brazos en jarras, se dirigió a Edward.
-
Si quieres que me quede en
Nueva York, será en la suite de Emmett y los servicios de Tanya como carabina
no serán necesarios. Incluso las solteronas vírgenes tenemos nuestros límites y
los míos están por encima de los machitos arrogantes y primitivos que hablan de
mí como si no estuviera delante.
-
Edward es un tipo
anticuado, pero yo soy un hombre moderno y no veo nada de malo en que una mujer
de veintitrés años no se case -dijo Emmett, con sonrisa calculadora.
-
De acuerdo, «hombre
moderno», llévame al hotel y me haré compañía a mí misma.
Edward masculló algo más sobre que se quedara en
la habitación de Emmett, pero al final acabó cediendo. No tenía elección. Bella
lo quería lo suficiente como para arriesgar su trabajo por él, pero eso no la
convertía en un felpudo.
Durante las dos semanas siguientes, Bella regañó
a Edward por trabajar mucho y por no trabajar lo suficiente en las sesiones de
fisioterapia. Protestó cuando hizo que le instalaran una línea de internet en
la habitación del hospital privado al que se había trasladado. Ese mismo día él
la había encontrado desenchufando el teléfono y pidiendo a un ordenanza que se
lo llevara. Ella no se arrepentía de su acción en absoluto.
Mientras, Tanya pasaba muy poco tiempo en el
hospital y se negaba a asistir a las sesiones. Se había ido dos días antes a
París a participar en un desfile de moda de otoño, y a él no le importó. A
ningún hombre le gusta que le vean indefenso, y así era como se sentía él
cuando sus piernas se negaban a hacer lo que él quería.
Nadie podía culparlo por sentirse aliviado al ver
marchar a su novia. No estaba dispuesto a soportar sus comentarios despectivos
hacia la joven y había provocado la ira de Tanya en más de una ocasión por
defender a Bella. No permitiría que nadie hablase mal de la chica a la que él
había pasado una buena parte de su vida intentando proteger, incluso de sí
mismo. La actitud de Tanya frente a su estado de salud tampoco era de lo más
satisfactoria; aunque decía que estaba segura de que volvería a andar, sus ojos
le decían que no.
Bella no tenía esas reticencias y seguía
convencida de que sus miembros inferiores volverían a su estado normal a su
debido tiempo. Ella le recordaba una y otra vez que incluso las personas con
daños en la columna vertebral se recuperaban completamente tras cierto tiempo,
como el médico les había dicho la primera semana. Además, ella no sólo asistía
a las sesiones de fisioterapia, sino que participaba en ellas. Él no se lo
había agradecido. Necesitaba que creyera en él, no su participación.
— Devuélveme el teléfono —le gritó.
Ella meneó la cabeza y su trenza siguió el
movimiento, reflejando la luz y capturando la atención de Edward. Se preguntó cómo
sería su pelo sin trenzar... era tan largo que debía de llegarle por debajo de
la cintura. ¿Se lo dejaría suelto alguna vez? Sería precioso.
-
Van tres llamadas en quince
minutos -Bella frunció el ceño como una profesora regañando a un alumno a quien
acababa de encontrar pasando notitas en clase-. No vas a conseguir andar de
nuevo hablando por teléfono.
-
Bella tiene razón, señor Cullen.
Necesita concentrarse en el tratamiento –añadió valientemente el
fisioterapeuta.
Bella y él se sonrieron con gesto conspirador y
la presión arterial de Edward subió varios puntos.
Se suponía que aquel musculoso y rubio adonis
era el mejor fisioterapeuta de Nueva York, pero Edward lo habría tumbado de un
golpe de buen grado.
-
No responderías al teléfono
en medio de un negocio importante, ¿verdad? –preguntó Bella.
-
No estoy negociando nada.
Estoy aquí sentado, aburridísimo -dijo, señalando al fisioterapeuta-, mientras
él me retuerce la pierna hasta que empiece a funcionar por sí sola como por
arte de magia.
-
No es cuestión de magia. Es
cuestión de trabajo y siempre creí que el trabajo no te asustaba -añadió ella.
-
¡Porca miseria! ¡Yo, Edward Cullen, asustado del trabajo! Hay
que estar loco para creer algo así.
-
¡Bien! Me alegra oírte
decir eso. Entonces entenderás por qué no se permite usar el teléfono durante
la sesión.
-
Al menos deja que ponga el
contestador -así podría acabar la llamada que le había interrumpido y después
desconectar el teléfono, ya que insistía tanto.
Ella se cruzó de brazos.
-
Ya lo he hecho yo. Asume
que no te voy a devolver el teléfono.
Él la lanzó la misma mirada que hacía que los
directores de banco huyeran despavoridos en busca de refugio, pero ella
permaneció allí, inmóvil, con los brazos cruzados.
Se volvió al fisioterapeuta y le dijo:
-
Dame algo que hacer.
El hombre se sobresaltó ante su tono de voz y Edward
sintió una leve oleada de satisfacción al ver que, a diferencia de Bella, había
conseguido intimidar al fisioterapeuta.
Bella llamó suavemente a la puerta de Edward,
pero ninguna voz respondió.
Había tomado la costumbre de llegar después del
desayuno y quedarse durante la sesión de terapia matinal. Tal vez ya hubieran
bajado a Edward a la sala de tratamiento... Llegaba algo tarde porque se había
quedado dormida; el día anterior había sido agotador y se había acostado tarde.
Había ido y vuelto a Massachusetts en el día
para recoger sus cosas del apartamento de la universidad, del que la habían
echado. Su presentimiento de que el jefe de departamento no sería comprensivo
con su ausencia se había cumplido, pero por fin había encontrado algo por lo
que estar agradecida a la debacle que siguió a la muerte de su padre.
Cuando su madrastra vendió la casa, Pamela tiró
todo lo que no quiso conservar y aquello significaba que las pertenencias de
Bella cabían con facilidad en su coche y no tendría que pagar un guardamuebles.
Bella empujó la puerta de la habitación. No le
importaba perderse la sesión; cada vez le resultaba más difícil de sobrellevar.
El fisioterapeuta insistía en que Edward se pusiera pantalones cortos de
deporte y una camiseta ajustada, lo que dejaba cada centímetro de la
musculatura de Edward visible a su obsesivo escrutinio.
Se sentía como una voyeur admirando su increíble
cuerpo.
No pasaría nada si ella pudiera animarlo
objetivamente, pero no era el caso. Quería y deseaba a Edward desde los quince
años y una parálisis temporal no iba a acabar con esos sentimientos. Se sentía
como una amiga depravada.
Lo que vio al cruzar la puerta la dejó sin
aliento. Edward sentado a un lado de la cama, desnudo excepto por los
calzoncillos más sexys que había visto nunca. No era que hubiera visto muchos,
pero eso daba igual. Era Edward. El único hombre importante para ella en todo
el mundo.
-
Yo... tú... la puerta -era
incapaz de hablar con coherencia.
Giró la cabeza hacia ella y su mirada resultó
reveladora. Estaba como hipnotizado.
-
¿Edward? ¿Qué...?
-
Te cuesta pronunciar una
frase seguida, cara.
Ella afirmó con la cabeza.
Su sonrisa se iluminó y sus ojos brillaron triunfales.
-
Puedo sentir los dedos de
los pies.
Tardó un momento en asimilar las palabras, pero
cuando lo hizo cruzó la habitación en un segundo y se abalanzó sobre Edward,
que cayó de espaldas con sus brazos rodeándole el cuello.
-
¡Lo sabía! ¡Sabía que podrías
hacerlo!
Su firme y masculino cuerpo se agitó entre risas
bajo ella.
-
Piccola mia, ¿esto lo he hecho yo o il
buon Dio!
Sus risas se entremezclaron.
— Un poquito cada uno, creo yo -dijo ella,
sonriéndolo-. ¿Cuándo ha ocurrido?
-
Me desperté antes del amanecer
con un cosquilleo en los pies. Según avanzaba la mañana, he recuperado la
sensibilidad.
La emoción se mezclaba con el alivio y la
satisfacción.
-
¡Oh, Edward!
-
No te pongas a llorar.
-
Ni lo sueñes. ¡Estoy tan
feliz! -dijo ella, consiguiendo contener las lágrimas.
Después hizo algo que no hubiera soñado siquiera
si hubiera podido pensar con claridad. Lo besó.
Fue sólo un leve beso en la barbilla, pero una
vez allí, sus labios no quisieron separarse de la cálida piel de Edward. Quería
seguir besándolo, saborear su piel, recorrer su cuello, y aunque sabía que
tenía que apartarse, no podía hacerlo. Se dijo que, después de un segundo más,
se retiraría y le dejaría vestirse.
Entonces se dio cuenta de dónde estaba y qué
estaba haciendo. Edward apenas estaba vestido y ella estaba encima de él. Ella
intentó recular, pero sus piernas quedaron abiertas contra su muslo,
levantándole la falda. Quiso apoyar las rodillas para retirarse, pero sólo
consiguió que su piel entrase en contacto íntimo con un cuerpo masculino por
primera vez en su vida. Se quedó paralizada.
La fina seda de sus bragas no servían como
barrera para el calor del cuerpo de Edward y la estimulación erótica de sus
piernas contra las de ella. Tema que haberse puesto medias en lugar de las
botas y calcetines que llevaba, de ese modo, al menos sus muslos no estarían
totalmente desnudos. Sintió que enrojecía de pies a cabeza por el calor causado
por la vergüenza y el placer físico.
-
Edward, yo...
-
Te has quedado de nuevo sin
palabras, piccola mia -dijo, divertido.
Ella se sintió como una niña pequeña, pero nunca
se había sentido tan mujer como un segundo antes.
-
Lo siento -murmuró,
mientras de nuevo intentaba retirarse, pero dos fuertes manos la retuvieron por
la cintura.
-
No tienes nada que
reprocharte. Tu excitación es igual a la mía.
Ella lo dudaba. Mientras que él podía sentirse
excitado por la idea de volver a andar, la de ella estaba mezclada con fuertes
dosis de atracción sexual. Sus caras estaba frente a frente.
-
Soy muy feliz, cara.
-
Yo también -dijo ella,
intentando controlar su respiración.
-
Ya lo veo -dijo él, riendo.
-
¿Sí? —preguntó ella
tontamente, pensando en las mil posibilidades de colocar su boca contra la de
él.
Los ojos esmeraldas llamearon y el hombre
primitivo volvió a salir a la superficie cuando
Edward se dio cuenta de lo que estaba pensando.
-
¿Han besado muchos hombres
esta lujuriosa boquita?
-
¿Qué? -¿acababa de
preguntarle si había besado muchas veces? No podía entenderlo...
Edward no podía estar interesado en su historial
de besos.
Cuando Edward decidió descubrir por sí mismo su
nivel de experiencia, dejó de pensar.
Aunque ella estaba sobre él, sintió que sus
labios la arrastraban y la retenían, cautiva de una dominación masculina
puramente instintiva.
Ella sintió una mano que le sujetaba la nuca. Podría
haberle dicho que no era necesario... si pudiera dejar de besarlo para decir
algo.
Sus labios se movían con precisión y ella notó
que los suyos se habían abierto sin que ella se diera cuenta. La lengua de
Edward recorrió sus labios antes de hundirse en su boca, compartiendo un beso
íntimo que le había desagradado en el pasado. Con Edward sintió una excitación
que creía imposible y se dejó llevar por él.
Con las manos exploró el pecho desnudo de él
mientras su lengua batallaba tímidamente con su agresiva masculinidad. Pronto,
el mundo entero se redujo a su cuerpo bajo ella, su boca contra la suya y sus
alientos unidos.
-
¡Edward! -el agudo grito
procedente de la puerta sacó a Bella de sus sueños de sensualidad con una
velocidad de vértigo.
Llego la Novia!!!!!!! Bueno, eso creo.... Como puedes dejarnos así? Ahora estaré toda la semana esperando el nuevo capítulo....
ResponderBorrarMe encanta, ¡necesito leer más!
ResponderBorrarDespués de varias semanas de trabajo, al. Fin puedo dedicarme un poco de tiempo, y que mejor que leer tus historias, acabo de encontrarme esta y creo que es un éxito!!!!! Ojala no tardes mucho en actualizar, por que me tienes en el filo del asiento. ☺����
ResponderBorrarMe encanta. Edward es tan celoso. Y Bella tan enamorada de él. 😍
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