viernes, 22 de julio de 2016

Cap. 8 Chantaje a una inocente


Capítulo 8
Edward se detuvo frente a ella La poca luz que entraba por la ventana recortaba su oscura silueta, amenazante y misteriosa. De repente la rabia que Bella había sentido hasta ese momento se desinfló como un globo pinchado. ¿En qué estaba pensando? ¿Acaso se había vuelto loca? No podía hacerlo.
—Ni siquiera lo pienses —dijo él, como si pudiera leerle la mente. Entonces se sacó algo del bolsillo del pantalón, lo puso sobre la mesilla y se quitó la camiseta.
Como si estuviera hipnotizada, Bella le observó mientras se desvestía. Su cuerpo era un ejemplo de perfección masculina. Una delgada línea de vello descendía por su musculoso abdomen y se perdía tras la bragueta del pantalón.
—Esta vez no hay vuelta atrás, Bella —le dijo, decidido.
Ella tragó con dificultad. Totalmente desnudo y excitado, Edward Cullen era un hombre magnífico, y además tenía una gran experiencia, mientras que ella... De pronto la joven se dio cuenta de que no había forma de estar a la altura y, aún peor, no tenía garantía alguna de que aquello serviría para salvar a su padre.
—¿Y qué pasa si eres tú el que cambia de idea? —le preguntó—. ¿Cómo sé que cumplirás con tu parte del trato?
Él se puso tenso y la miró con ojos sombríos.
—Porque hicimos un trato y yo te di mi palabra. Yo siempre mantengo mi palabra. Bella guardó silencio. Algo le decía que estaba diciendo la verdad.
   ¿Aunque yo sea realmente mala? —le preguntó.
—Eso es lo que espero. A mí me gustan mucho las mujeres malas —le dijo él, riendo y metiéndose en la cama a su lado. Se apoyó sobre un codo y la devoró con la mirada.
—Perfecta —susurró y comenzó a acariciarla con la yema de los dedos desde los hombros hasta los pechos, después la cintura, la curva de sus caderas... Ella se puso tensa, pero él no se detuvo ni un instante. Sus suaves manos se deslizaban con delicadeza sobre el abdomen de la joven, y entonces bajaron por una de sus piernas para después subir por la otra, rodear su pequeño ombligo y seguir hasta sus pezones, que se endurecieron al primer contacto.
Las pupilas de Bella se dilataron y su respiración se hizo trabajosa. Pequeños gemidos de placer escapaban de sus labios. Edward sintió sus tímidas caricias a lo largo de la espalda y así supo que la tenía por fin. Ella era suya; le pertenecía... Lentamente buscó el centro de su entrepierna y apretó la mano contra los suaves labios de su sexo. Ella abrió las piernas para recibirle y lo miró con ojos de deseo. Él la estaba torturando, pero era una tortura exquisita.
—Voy a darte más placer del que ningún hombre te ha dado jamás,
Isabella.
Al borde de la sinrazón, Bella deslizó una mano a lo largo de su pecho varonil y tocó su erección.
—No —dijo él con un gemido.
Ella esbozó una sonrisa traviesa.
—¿Quieres decir esto? —le preguntó, acariciando la punta con la yema del dedo. Fascinada con su reacción, enroscó la mano alrededor de su palpitante miembro y comenzó a masajearle con pasión.
—No... Sí... —dijo él de repente y, capturando su muñeca, la hizo retirar la mano— Tan traviesa como siempre —le susurró sobre los labios.
Entonces se incorporó, le sujetó ambas manos por encima de la cabeza y le dio un beso devorador. Ella estaba atrapada, inmóvil debajo de él, y él se aprovechaba de su indefensión, probando y palpando cada centímetro de su ser. Arqueando la espalda, la joven trató de soltar las manos, pero era inútil. Él la agarró con más fuerza y comenzó a acariciar su sexo húmedo y caliente, llevándola al borde de la locura. Una tensión increíble y desconocida crecía en su interior y la hacía menearse al ritmo de aquellas caricias expertas; unas caricias que ya apenas podía aguantar.
De pronto él la liberó y ella gritó de gozo, saboreando un pequeño bocado del paraíso que sabía estaba más allá de la cordura.
Él buscó algo en la mesilla, la agarró de las caderas y la levantó de la cama. Su potente miembro viril le rozaba la cara interna del muslo y, casi sin pensar, la joven le rodeó el cuello con ambos brazos y se apretó contra él. Una sed de placer desconocida la hizo buscar su potencia masculina y engullirla por completo.
Mirándola a los ojos, Edward la oyó gritar de dolor; un grito inesperado que no dejaba lugar a dudas.
—Eres virgen.
—Era —murmuró ella, apretando las piernas alrededor de su cintura La aguda punzada de dolor ya empezaba a remitir y el placer más exquisito volvía a asomar en el horizonte.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él, tratando de apartarse.
—No lo sé. Pensaba que tú sí —le dijo ella, sonriendo.
Edward sonrió y la miró a los ojos. Sus pupilas, dilatadas y oscurecidas por el deseo, escondían un destello de buen humor.
Al sentir cómo se tensaban aquellos delicados músculos alrededor de su miembro, él vibró por dentro y por fuera. Jamás había sentido nada parecido en toda su vida.
Capturando sus gemidos de placer con los labios, comenzó a moverse lentamente. Ella estaba tan rígida que tenía miedo de hacerle daño así que, haciendo acopio de todo su autocontrol, empujó y se abrió camino centímetro a centímetro para después retirarse suavemente. Una y otra vez se adentró en su sexo de miel y cuando por fin la sintió estremecerse y gritar, presa de un placer insondable, bajó la guardia y se abandonó a aquel frenesí. Indefenso en medio de una tormenta de éxtasis, empujó con todas sus fuerzas y se unió a ella en el clímax de la pasión.
Un momento más tarde, se acostó bocarriba, llevándosela consigo hasta ponerla encima. La atrajo hacia sí sobre su pecho y la abrazó con idolatría. Jamás había conocido a una mujer como ella. Aquel cuerpo fabuloso estaba hecho para el placer.
-¿Te encuentras bien, Bella? —le preguntó cuándo recuperó el aliento, apartándole un mechón de pelo húmedo de la cara.
Ella llevaba mucho tiempo en silencio. Quizá le hubiera hecho daño. Al final, se había dejado llevar hasta el punto de perder el control y tal vez...
-¿Bella? — preguntó una vez más, tirándole del pelo— Te he preguntado si te encuentras bien.
Apoyando las palmas de las manos contra su pecho, se echó a un lado y lo miró de reojo.
-Estoy bien —murmuró, sintiendo una terrible vergüenza.
¿Cómo había podido hacer todas aquellas cosas con él? Edward se levantó de la cama.
-Necesito ir al cuarto de baño —le dijo en un tono seco.
—Está al final del pasillo, enfrente de la cocina —dijo ella y le vio marcharse, tranquilo y cómodo con su espectacular desnudez. «Mi amante...», pensó para sí y entonces sintió un particular escalofrío en la espalda.
Al volver a la habitación, se detuvo frente a la cama y la miró fijamente. Su espléndida melena de rizos castaños estaba extendida sobre la almohada y sus labios estaban hinchados de besos. La llama del deseo volvió a prender de inmediato.
-Has vuelto —dijo ella, levantando la vista y haciéndose a un lado para dejarle sitio. Edward fue a tumbarse a su lado y entonces vio la mancha en la sábana. Se detuvo un instante.
—¿Estás segura de que no te he hecho daño? —le preguntó de nuevo con una expresión sombría en el rostro. Se sentó a su lado y le acarició la barbilla.
-Estoy bien, de verdad.
—¡Maldita sea, Bella! ¿Es que tienes que contestar siempre lo mismo?
-¿Y qué quieres que te diga? —dijo ella—. Eres un amante magnífico y sólo desearía haber sabido lo que me estaba perdiendo. De haber sido así no habría esperado tanto —sonrió con inocencia.
—Deberías haberme dicho que eras virgen.
De repente el filo de la cruda realidad desgarró la dulce crisálida de placer que él había tejido a su alrededor. Aquélla era la reacción típica de cualquier hombre. Ellos siempre le echaban la culpa a la mujer.
-¿Y eso hubiera supuesto alguna diferencia? —le preguntó, recordando por qué estaba allí.
Había perdido la cabeza una vez, pero nunca más volvería a olvidar por qué se había visto obligada a compartir cama con Edward Cullen.
Estaba a su merced. Se había convertido en su esclava, y todo por culpa de su padre.
-Básicamente le pagas a mi padre para que yo sea tu amante —le espetó con una mirada fría y despreciativa—. Traté de advertirte de que podía ser muy mala en esta faceta, así que no me eches la culpa si te sientes estafado. Un golpe de ira transfiguró los hermosos rasgos de Edward.
-Tienes razón —le dijo en un tono tenso—. No supone ninguna diferencia — la agarró con brusquedad— Y en cuanto a lo de ser mala en la cama, estoy seguro de que eres una chica muy lista. Pronto aprenderás todo lo que necesitas saber para satisfacerme.
Sus miradas se encontraron y Bella tembló al ver el deseo que bullía en sus oscuras pupilas.
Él la agarró de la nuca y conquistó sus labios con un beso fiero y posesivo. Rápidamente se apoderó de sus caderas, la colocó a horcajadas sobre los muslos y comenzó a acariciarla por todas partes, sediento de ella.
Bella se inclinó adelante, apoyó las manos a ambos lados de él y le miró a través de una cortina de pelo enmarañado.
-Quédate así —le dijo él en un susurro primitivo. Se incorporó un poco y empezó a mordisquearle los pezones, lanzando dardos de placer que la atravesaban una y otra vez. La joven bajó la cabeza y frotó sus labios hinchados contra los de él, una y otra vez, explorando su boca con lujuria.
-Ya no más —dijo él de repente, agarrándola del pelo y atravesándola con la mirada. La levantó por las caderas y la hizo sentir el poder de su potente erección entre las piernas.
-Quiero verte, quiero ver la pasión en tus ojos cuando te haga gritar de placer. Bella cerró los ojos y dejó escapar un gemido al sentir el empuje de su potencia masculina, abriéndose camino en su interior, arriba y abajo. Las llamaradas humeantes de la pasión la azotaban una y otra vez, llevándola más y más cerca del borde del precipicio.
Pero él no estaba dispuesto a detenerse. Se incorporó, la sujetó de la espalda y, apretándola contra su propio pecho, siguió empujando con todas sus fuerzas, comiéndosela a besos. Sus cuerpos, entrelazados, se movían al compás de una danza primitiva. Se besaban, se clavaban las uñas...cada vez más cerca del abismo del éxtasis. Y cuando ya no podían aguantar más, él se puso encima de ella y se detuvo un instante para contemplarla.
-Por favor... Edward... —ella gritó su nombre en un tono de súplica.
—Por fin —dijo él, empujando más rápido y más adentro, dejando que el fuego que los quemaba los consumiera por completo.
Durante un buen rato la habitación permaneció en el más absoluto silencio. Lo único que se oía era la respiración entrecortada de Edward, que yacía sobre ella con la cabeza apoyada en uno de sus hombros, exhausto. Más tarde, ella volvería a odiarle con todo su ser, pero en ese momento no tenía fuerzas suficientes.
—Lo siento... —dijo él, echándose a un lado—. Soy demasiado pesado para ti.
La joven guardó silencio. Los párpados le pesaban tanto, que casi no podía mantener los ojos abiertos. De pronto sintió un brazo alrededor del pecho.
-Bella, ¿estás...?
-Si vas a preguntarme si estoy bien, no te molestes. Estoy bien —dijo, aunque no fuera del todo cierto. La verdad era que estaba obnubilada, y también ligeramente avergonzada. Apenas reconocía a la mujer desinhibida que yacía en brazos de aquel hombre maravilloso.
—Has cumplido tu promesa. Ha sido mejor de lo que jamás imaginé —le dijo ella con franqueza— Pero ahora estoy exhausta, así que ya puedes quitar el brazo. Estás perdiendo el tiempo. Él lo quitó de inmediato y ella no tardó en arrepentirse.
-Sólo quería abrazarte un poco. A la mayoría de las mujeres les gusta.
—Bueno, te creo. Tienes mucha experiencia en ese ámbito. Sin embargo, no. Gracias, pero no —se obligó a mirarlo a los ojos. Él también la miraba con gesto pensativo y sombrío.
-Sólo quiero dormir, así que, si no te importa, quisiera que te fueras ahora...
—Puedo prepararte un baño. Te ayudará a relajarte.
-Si estuviera más relajada, estaría inconsciente. Por favor, Edward, vete. Debe de ser muy tarde y mañana tengo que levantarme pronto para ir al trabajo. Él se levantó de la cama y la miró un momento.
-Si no puedo hacer nada por ti...
—No... Sólo cierra la puerta cuando salgas —le dijo ella, pensando que ya había hecho bastante y deseando que se fuera de una vez.
Le escuchó vestirse sin hacer ruido y después sintió sus labios en la mejilla.
-Que duermas bien, Bella. Te veré mañana —le dijo y la tapó con la manta. Ella fingía estar dormida.
-Tenemos un trato, ¿recuerdas? —añadió antes de marcharse.
Sus pasos se alejaron por el pasillo y un segundo después la puerta se cerró.

Nada más tener la certeza de estar sola otra vez, Bella se levantó de la cama, fue directamente al baño y se metió bajo la ducha. Unos minutos más tarde, sus lágrimas saladas se mezclaban con el agua que caía sobre ella...

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