viernes, 22 de julio de 2016

Cap. 9 Chantaje a una inocente


Capítulo 9
Bella parpadeó y abrió los ojos. Los rayos del sol la habían despertado. La lluvia de la noche anterior había cesado por fin y había dado paso a un perfecto cielo azul.
Estiró los brazos, se levantó de la cama y entonces se acordó...
Volvió a cerrar los ojos y trató de ahuyentar de su mente todos aquellos recuerdos, pero era inútil. La imagen de Edward Cullen, desnudo y glorioso, ocupaba todos sus pensamientos.
El momento en que la había hecho suya, una y otra vez...
Avergonzada consigo misma, saltó de la cama y corrió al cuarto de baño. Se dio una ducha, se puso un vestido verde de botones, se preparó una buena taza de café y se tomó un tazón de cereales. Después lavó los platos sucios, los puso a secar, buscó el bolso y las llaves y se dirigió a la puerta.
De repente empezó a sonar el teléfono. Bella cerró los ojos y rezó por que no fuera su madre.
—Buenos días, Bella —le dijo una voz grave desde el otro lado de la línea, poniendo de punta cada nervio de su ser. «Oh, no...», pensó para sí. Edward Cullen. Otra vez.
—Buenos días —le dijo ella en un tono de pocos amigos—. ¿Qué quieres? Y que sea rápido. Estoy saliendo para el trabajo.
—Ya sabes lo que quiero, Bella. A ti —le dijo con una carcajada—. Pero por ahora me conformo con saber a qué hora sales. Voy a ir a buscarte.
—No es necesario —dijo ella rápidamente—. Estaré de vuelta en casa a las siete y media como muy tarde.
—No es suficiente... ¿A qué hora sales, Bella? —le volvió a preguntar, esa vez en un tono más serio.
—A las cinco y media —le dijo ella con reticencia y colgó el teléfono.
Edward siempre hacía muy bien sus deberes y gracias a eso descubrió que el personal del museo solía salir por una puerta lateral situada en lo alto de un pequeño tramo de escaleras. Aparcó su flamante deportivo en la acera opuesta y miró el reloj. Faltaban cinco minutos. Bajó del vehículo, se apoyó en el capó con aire desenfadado y esperó.
Ella no tardaría en salir. Dos minutos después, salió por la puerta, vestida con un llamativo vestido verde que hacía un hermoso contraste con el fuego de su melena castaña rojiza, curiosamente iluminada por el sol de la tarde.
Él estuvo a punto de esbozar un atisbo de sonrisa, pero entonces se dio cuenta de que ella estaba acompañada. Un hombre alto y rubio, muy bien vestido y con un maletín en la mano, le dijo algo al oído al llegar al pie de la escalera. Ella se rió suavemente. Después, él le apartó un rizo del rostro, la besó en la mejilla, dio media vuelta y se alejó, despidiéndose con la mano.
Bella le dijo adiós a su jefe y entonces miró a ambos lados. «Con un poco de suerte, Edward estará esperando en la entrada principal del edificio», pensó, todavía sonriente. Sin embargo, su alegría no tardó en desvanecerse. Él estaba justo delante, al otro lado de la calle, recostado contra el capó de un deportivo negro espectacular.
-Hola... —le dijo, yendo hacia él con la barbilla bien alta—. Ya veo que me has encontrado —añadió, recordando que menos de veinticuatro horas antes había estado en la cama con el hombre que tenía ante los ojos; completamente desnuda y dando rienda suelta al desenfreno sexual. Se le ruborizaron las mejillas.
-¿Acaso tenías alguna duda al respecto? —le preguntó, arqueando la ceja con arrogancia.
—No, no... —murmuró ella, retrocediendo un paso al ver aproximarse a un coche a toda velocidad.
Dos manos vigorosas la agarraron de la cintura y la alzaron en el aire para después sentarla en el asiento del acompañante.
-Siéntate antes de que te lleves un golpe —le dijo él. Fue hacia el lado del conductor, se sentó a su lado y arrancó— ¿Quién es ese tipo rubio? —le preguntó de repente, mirándola fijamente sin poner en marcha el coche. Bella frunció el ceño.
—Te he preguntado quién es ese hombre que se despidió con un beso.
-Oh, quieres decir Garrett. Mi jefe.
—Ah, debería haberlo recordado. Un jefe amable y preocupado por sus empleados; creo que eso fue lo que me dijiste. Y ahora sé por qué. Anda detrás de ti.
—No seas ridículo. Es un hombre decente y muy agradable con el personal a su cargo.
-Pero apuesto a que no los besa a todos —dijo él con ironía— Dio, Bella, no puedes ser tan inocente —sacudió la cabeza— Es un hombre, y tú eres una mujer hermosa a la que ve todos los días en el trabajo. Tienes que saber que va a por ti.
-Estás completamente equivocado. Es un hombre felizmente casado, y tiene una hija —dijo ella, exasperada.
-Y tu padre también, pero, según lo que me cuentas, eso nunca ha sido un problema.
—Eso ha sido un comentario muy desagradable, pero, viniendo de ti, nada me extraña.
Bella se dio cuenta de que no eran celos lo que sentía. Edward Cullen simplemente estaba representando su «yo» de siempre; arrogante,  presuntuoso y posesivo.
- Garrett es un hombre feliz y totalmente comprometido con su familia. Está orgulloso de ella, y yo lo sé porque conozco a su esposa y también a su hija. Las he visto en muchas ocasiones, así que deja ya esta conversación absurda y conduce. Estás obstruyendo el tráfico —le espetó, cansada de tanta insistencia.
Edward, sin embargo, seguía sin tenerlas todas consigo. Casados o solteros, muy pocos hombres hubieran pasado por alto a una belleza como Bella. Puso en marcha el vehículo y se incorporó al ajetreado tráfico de la hora punta. Un momento después, volvió a mirarla de reojo y vio que había tristeza en la expresión de sus ojos.
El silencio entre ellos se extendía de forma interminable y Bella comenzó a impacientarse.
-¿Adónde vamos? —le preguntó cuando el coche se detuvo frente a un semáforo.
-Conozco un restaurante muy agradable que está en la costa sur, justo delante del mar. Está a una hora de camino.
-¿Vamos a irnos lejos? —le preguntó. Había pensado que él iba a llevarla directamente de vuelta a su apartamento. Sin embargo, parecía que él no tenía ninguna prisa por volver a acostarse con ella.
—Bien —añadió, contestándose a sí misma.
—A menos que, claro, tengas alguna otra cosa en mente —dijo él, esbozando una sonrisa pícara.
—No, la costa suena muy bien. Yo viví junto al mar hasta que tuve que mudarme a Londres por el trabajo. Y después del accidente de mi madre vendieron la casa de Bournemouth —frunció el ceño— De hecho, cuando pienso en ello, me doy cuenta de que llevo más de un año sin ir a la playa.
Cenaron en la terraza de un restaurante situado en lo alto de una colina, con vistas a una pequeña cala. Había varias casitas de pescadores junto a la orilla.
Ambos tomaron paté como primer plato y después Edward eligió langosta con ensalada como plato principal. Para el postre tomaron el pudin de verano y un café.
Durante la comida, compartieron una botella del mejor vino tinto y Edward le habló de su infancia y de sus años de estudiante. Ella hizo lo mismo y así fue como descubrió que sus padres habían muerto cuando él tenía un año de edad. Sorprendentemente, Edward Cullen no había sido un niño mimado, sino que había pasado la mayor parte de su infancia en un orfanato y había tenido que trabajar muy duro para ganarse la vida. Pero no sólo había historias tristes en su vida, sino también divertidas anécdotas que hicieron reír a Bella.
—¿Más vino? —le preguntó él, ofreciéndole la botella. Sus ojos verdes estaban iluminados por el buen humor.
—Me parece bien —dijo ella y tomó otro sorbo en cuanto él le llenó la copa.
Sin embargo, en cuanto la vio beberlo, él hizo una pequeña mueca y la miró fijamente. A lo mejor pensaba que ya había bebido demasiado. Él sólo se había tomado una copa en toda la velada, mientras que ella ya iba por la tercera.
—Mejor no —le dijo y dejó la copa sobre la mesa.
-Sí. Bebe, Bella, disfrútalo. Es un vino exquisito, pero cuando tengo que conducir, sólo me permito una copa con la comida.
-¿Y entonces por qué has hecho esa mueca? —le preguntó ella, sacando el coraje de aquel delicioso brebaje.
—Es esa palabra tuya, «bien». Cuando nos conocimos, me di cuenta de que la usas mucho cuando todo te da igual, cuando te es indiferente. Incluso anoche, después de la increíble noche que compartimos, eso fue lo único que dijiste. ¿Por qué?
-Oh...
La noche anterior él le había hecho la misma pregunta, pero ella no se había atrevido a responder. Sin embargo, esa vez el vino le dio fuerzas para hacerlo.
-Cuando era pequeña tartamudeaba mucho, y me acostumbré a decir «bien», porque era casi lo único que podía decir de un golpe. Además, no tardé en darme cuenta de que es una palabra muy versátil. «Bien», acompañada de una sonrisa, significa «sí». Si lo dices encogiéndote de hombros, es un «no». Puede significar algo bueno o genial, o simplemente «de acuerdo». Mi padre solía reírse cuando empecé a tartamudear, pero mi madre me llevó a un logopeda y al final se me quitó. Sin embargo, todavía tengo esa vieja costumbre de decir «bien» a todo. Edward se llevó una profunda sorpresa.
-Lo siento. Debe de haber sido duro para ti, y ha sido una torpeza por mi parte preguntar —le dijo, algo avergonzado—Te pido disculpas.
—No tiene importancia. Olvídalo —le dijo ella con una sonrisa.
Se dio la vuelta y miró hacia el horizonte. El sol ya se estaba poniendo y el cielo se había convertido en un espectáculo de color; azul, rosa, rojo y dorado.
—¿Y cómo encontraste este restaurante? —le preguntó, cambiando de tema de forma deliberada— Nunca he oído hablar de este lugar, y mucho menos del restaurante.
—Me gusta conducir, y lo descubrí un día que me perdí —admitió él con una sonrisa tímida.
—¿Tú? ¿Perdido? Eso sí que me sorprende. Pero me alegro de que te perdieras. Junio es mi mes favorito de todo el año; esos días largos, esas largas horas de luz, y la vista es maravillosa —miró hacia la línea de la costa. El mar estaba en calma total y los rayos del sol se reflejaban en la superficie del agua, tiñéndola de oro.
—La vista es increíble —dijo Edward.
Bella se volvió hacia él y entonces se dio cuenta de que en realidad la estaba mirando a ella.
-Sí, y la comida es muy buena también —dijo ella, sintiendo un cosquilleo que le subía hacia las mejillas. Era inútil disimular. Ya se había ruborizado.
—No tienes por qué sentir vergüenza por que tú también me desees, Bella — le dijo él en un susurro—. Es totalmente natural, y después de la otra noche ya tienes que saber que te deseo desesperadamente. Si por mí fuera, no me separaría de ti ni un momento hasta que se termine esta pasión, esta química que hay entre nosotros.
—Eso no es posible —dijo ella, poniendo los pies en el suelo.
—Lo sé. Tú tienes tu trabajo y también a tu madre —la agarró de la mano— Yo entiendo que tu madre te necesita, pero no las tengo todas conmigo respecto a lo de tu trabajo, sobre todo después de haber visto a tu jefe.
-Oh, no empieces con eso de nuevo —dijo ella, tirando de la mano.
Él la agarró con más fuerza.
-Sólo quiero que entiendas que siempre espero lealtad absoluta de la persona con la que estoy, y doy lo mismo a cambio.
-¿Y de dónde sacaría tiempo para serte infiel, suponiendo que estuviera interesada? —le preguntó ella con sarcasmo.
Él la miró fijamente durante unos segundos y entonces se puso en pie y la estrechó entre sus brazos.
—Tú siempre tienes respuestas para todo, Bella, pero yo sé cómo hacerte callar —le dijo y tomó sus labios.
Ella se entregó a sus besos con fervor, sucumbiendo a sus propios instintos.
—Eso ha sido... —dijo cuando por fin la soltó. Tenía la cara ardiendo y las pupilas dilatadas. «Dios mío, ¿qué pensaran los demás clientes?», se preguntó, avergonzada.
—Perfecto. Te hice callar, ¿no? —le dijo él. Pagó la cuenta, la tomó de la mano y la llevó hacia el coche.
La brisa de la tarde era una bendición que calmaba el ardor de la piel. Antes de subir al vehículo, Bella se detuvo, respiró hondo y miró a su alrededor.
—¿Tenemos que irnos ya? —le preguntó, contemplando el hermoso paisaje por última vez— He pasado todo el día encerrada en el sótano del museo, y me gustaría dar un paseo por la playa.
-Claro —dijo él, agarrándola de la mano y echando a andar rumbo hacia la cala.
El sol era un círculo de fuego en el horizonte y la luna ya empezaba a asomarse por encima del acantilado opuesto; un glorioso espectáculo cuyo esplendor ningún artista podría jamás captar en el lienzo.
Bella se estremeció. La brisa fresca del mar había hecho bajar el termómetro. Sin decir ni una palabra, Edward se quitó el jersey y se lo puso alrededor de los hombros.
—No, quédatelo —dijo ella—. Tú estás acostumbrado a un clima mucho más cálido. Lo necesitas más que yo.
Él se echó a reír.
-Bella, tu preocupación me conmueve, pero no es necesario —le puso el brazo sobre los hombros para que no pudiera quitarse el jersey—. No creo que sienta frío contigo a mi lado. Aquí o en cualquier otro lado. Bella lo miró fijamente y trató de leer la enigmática expresión de su rostro, pero fue inútil.
-Supongo que, comparado con Italia y con todos esos lugares en los que has estado, esto no es nada del otro mundo.
—Bueno, créeme cuando te digo que sí lo es. Es un sitio excepcional —dijo él, aproximándose a la orilla—. Pero tienes razón. Desde mi casa de Calabria hay una vista preciosa de la costa del sur de Italia.
-¿Es ahí donde vives?
—Tengo una casa en esa zona, sí, pero suelo pasar la mayor parte del tiempo en mi apartamento de Roma. Allí está la sede de la empresa — añadió mientras caminaban al borde del mar— De momento me estoy alojando en mi apartamento de Londres.
-¿Tienes un apartamento en Londres? —le preguntó ella, llena de curiosidad. Hasta ese momento había pensado que se estaba hospedando en un hotel de cinco estrellas.
-Sí. Tengo un apartamento en un bloque de pisos que compré hace algunos años. Suelo comprar edificios de viviendas en diversos lugares y casi siempre me quedo con uno de los apartamentos. También tengo casas en Nueva York, Sidney, y también en Sudamérica. Me he dado cuenta de que el negocio de los edificios de viviendas es mucho mejor que montar hoteles.
No hace falta tanta organización, se necesita menos personal y también se reducen costes.
-Muy bien —dijo ella, recordando de pronto con quién estaba.
Edward Cullen era un magnate en toda regla; un millonario sexy que muy pronto se cansaría de su último juguete.
-Te puedo enseñar mi apartamento mañana por la noche, si quieres.
—Muy bien —dijo ella y entonces se detuvo—. Lo siento. Se me ha escapado.
—No tienes que disculparte. Ahora que sé por qué lo dices tanto me gusta oírte decirlo —sonriendo, le apartó el pelo de la cara y le dio un beso cariñoso. Ella se estremeció.
—Tienes frío. Nos vamos —dijo.
Bella sintió un gran alivio. Por suerte no había entendido su reacción.
Edward Cullen le llegaba al corazón con una facilidad asombrosa; tanto así que ya empezaba a tener miedo. El sexo con él era maravilloso, pero no quería sentir nada más por un hombre así, por mucho que su pasado fuera distinto de lo que había esperado.
-¿Bella?
Ella oyó su voz cálida y abrió los ojos.
—Ya estamos de vuelta.
-Oh... —se había quedado dormida, con la cabeza apoyada sobre el brazo de Edward y la mano sobre uno de sus muslos— Lo siento. No quería dormirme — añadió, incorporándose y quitando la mano con rapidez.
Él esbozó una media sonrisa.
—Me ha gustado mucho que me acariciaras el muslo, pero creo que ha afectado un poco a mis habilidades al volante.
—Yo no... ¿De verdad? —exclamó ella, algo avergonzada.
Él se rió a carcajadas.
—Nunca lo sabrás, Bella. Vamos. Estás cansada. Tienes que meterte en cama.
Bajó del coche y rodeó el capó del coche mientras ella intentaba contener los acelerados latidos de su corazón. ¿Acaso pensaba acostarse con ella de nuevo? Edward abrió la puerta del pasajero y le extendió una mano. Ella la aceptó y bajó a la acera. Él la observaba con una expresión difícil de descifrar.
-Gracias por esta velada tan agradable —le dijo y, sin soltarle la mano, fue con él hasta el recibidor del bloque de apartamentos—. ¿Sabes que no puedes aparcar ahí? —le dijo un momento después, retirando la mano—. Te van a poner o una multa, o peor. Igual se lo lleva la grúa. No hace falta que me acompañes —le dijo, tratando de sonar convincente.
-Sí, sí que hace falta —le dijo suavemente y entonces le dio un beso largo y apasionado.
—¿Y qué pasa con el coche?
Él le rodeó los hombros con el brazo y la condujo al ascensor.
-Que me pongan la multa, que se lo lleven... Pueden hacer lo que quieran con él. Yo... —iba a decir que no podía estar ni un minuto sin ella, pero guardó silencio— Insisto en acompañarte hasta la puerta de casa.
Las puertas del ascensor se abrieron y él se detuvo un instante. A lo mejor era el momento apropiado para marcharse...
Y entonces la vio mirarle por encima del hombro, con un interrogante en los ojos. Sujetó las puertas del ascensor para que no se cerraran y entró detrás de ella.
—Dame la llave —las tomó de sus manos, abrió la puerta del apartamento, entró detrás de ella...
Y antes de que la joven pudiera decir una palabra, la tomó en sus brazos y la besó con idolatría, deleitándose con el sabor de su boca embriagadora. Unos instantes más tarde, Bella miró aquellos ojos oscuros que la tenían embelesada.
-¿Quieres un café? —le preguntó con un hilo de voz, consciente en todo momento de la fuerza de su erección contra el abdomen. Él deseaba algo, pero no era un café.
—No, sólo quiero quitarte la ropa —le dijo él, sonriendo, y entonces empezó a desabrocharle los botones del vestido uno a uno. Y ella le dejó hacerlo. No tenía sentido resistirse, y tampoco quería hacerlo. Un torbellino de excitación burbujeaba en su interior, como una copa del champán más exquisito.
Él la agarró de la cintura, le aflojó el cinturón y le bajó el vestido hasta que por fin cayó a sus pies.
-Y también quiero meterte en cama —añadió, besándola en el cuello al tiempo que le quitaba el sujetador— Mucho mejor así —dijo, besando sus turgentes pezones.
Deslizó las manos por dentro de sus braguitas de encaje y se las bajó hasta las caderas.
—Oh... —exclamó ella, soltando el aliento.
Se arrodilló delante, la despojó de las sandalias una a una y entonces terminó de quitarle la ropa interior.
—Exquisita —dijo él. Antes de que Bella supiera lo que se traía entre manos, la agarró de la cintura, besó su vientre plano y siguió bajando hasta su entrepierna.
—¡No! —ella trató de apartarse.
—Tienes razón. No estás lista para lo que tenía en mente —se puso en pie y, tomándola en brazos, la llevó a la cama.
Apartó las mantas, la tumbó sobre la cama y la arropó con suavidad.
Ella lo miró con ojos perplejos. ¿Acaso no iba a acostarse a su lado?
—Parece que, después de todo, no estoy hecha para ser amante, ¿no?
Él guardó silencio, pero la miró con una extraña expresión en el rostro; solemne y seria. Desde luego eso era lo que él pensaba! Ojalá nunca hubiera hecho ese trato con ella y estuvieran teniendo una relación convencional!
—Éstos son los números a los que puedes llamarme a cualquier hora y en cualquier momento —le dijo, sacando una tarjeta de su billetera—. El último es el número de mi móvil privado —puso la tarjeta sobre la mesilla.
—No es necesario. Ya sabes dónde encontrarme —dijo Bella, sin saber qué había ocurrido en los últimos segundos.
Edward había dejado de arder en deseo en un abrir y cerrar de ojos, y su mirada se había vuelto fría y distante.

—Yo decido lo que es necesario o no —le dio un beso tierno y le deseó buenas noches— Duérmete, Bella. Conozco la salida... Te veo mañana.

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