Capítulo 7
Aquellas palabras le cayeron como un jarro de agua fría, pero el
orgullo la hizo mantener la cabeza bien alta.
—Perfecto —le dijo— Por muy extraño que te parezca, mi padre no me mantiene,
y yo jamás aceptaría que lo hiciera. Por si no te has dado cuenta, yo no lo soporto.
Él es todo lo que yo desprecio en un hombre. Es un machista, un mujeriego y un
bastardo adúltero. Por desgracia, mi madre lo ama, y yo quiero a mi madre, así
que me veo obligada a tolerarle, pero eso es todo. Si le viera ahogándose, no
correría a salvarle, así que, sea lo que sea lo que haya hecho, me trae sin
cuidado —le dijo, dando rienda suelta a todo el odio que sentía por su padre—. Llevo
muchos años manteniéndome a mí misma, y seguiré haciéndolo como hasta ahora.
—¿Y cómo lo haces? —le preguntó él, esbozando una sonrisa venenosa—.
¿Metiendo hombres en tu cama?
Bella dio un paso adelante y le dio una bofetada.
—¡Cómo te atreves! —exclamó, furiosa. Sorprendido, él echó atrás la
cabeza, y antes de que Bella pudiera reaccionar, la agarró de los hombros y la
atrajo hacia sí.
—Nadie golpea a Edward Cullen y se sale con la suya —le dijo entre
dientes— Tienes mucha suerte. Si fueras un hombre, ya estarías muerta —añadió,
en un susurro—. Pero, hay otras alternativas...
El corazón de Bella se disparó. Un pánico atroz comenzaba a
apoderarse de ella al no saber de qué era capaz aquel hombre violento y
terrible.
Presa de un frenesí desesperado, trató de zafarse de él,
golpeándolo en el pecho y en la cara, pero fue inútil.
Sujetándola con brazos de hierro, él se inclinó sobre ella y se
tomó su particular venganza con un beso salvaje. Ella intentó apartar la cara,
pero él era más fuerte y la tenía atrapada. Cuando por fin dejó de devorarla
con la boca, la joven estaba sin aliento y las piernas le temblaban sin
control. Podía sentir su corazón de león retumbando contra el suyo propio.
Y entonces ocurrió. Sus miradas se encontraron y ella sintió un vuelco
en el estómago. El fuego líquido del deseo corría por sus venas.
La tensión entre ellos se podía cortar con una tijera. ¿Cómo
lograba afectarla tanto? Con sólo sentir el tacto de sus manos, sentía un calor
abrasador que la consumía por dentro, dejándola débil, sin fuerzas, a su
merced... De repente, la expresión de él se volvió fría e impasible, como si no
hubiera estado a punto de perder el control un momento antes.
Dejó caer los brazos y la liberó por fin.
-Bueno, volviendo a los negocios. ¿Cómo tienes pensado saldar la
deuda de más de un millón de libras, suma que tu padre ha malversado en
Westwold?
—No tengo que hacerlo —dijo ella, con la voz entrecortada—. No es
mi deuda.
-Cierto, pero por mucho que desprecies a tu padre, y por mucho que
insistas en que no necesitas su dinero, por lo visto, tal y como me has
confirmado, tu madre está en una residencia muy cara. A mí me parece que ella
sí que necesita el dinero de tu padre, ¿no es así? A no ser que... claro.
Seguro que ganas suficiente para mantenerla a ella también.
Levantó una ceja y dio un paso atrás, haciendo alarde de crueldad y
cinismo.
—Eres una mujer muy hermosa —le dijo, mirándola de arriba abajo con
descaro— Tienes todos los atributos que un hombre podría desear. Pero si el
fiasco de la otra noche suele ocurrirte con frecuencia, entonces tendrás que
mejorar un poco tu técnica en la cama.
Bella lo miró horrorizada, como si fuera la primera vez que lo
veía.
Los duros rasgos de su rostro no dejaban lugar a dudas. Estaba
hablando muy en serio. El hombre que tenía ante sus ojos era un ser malvado y
cruel que no se detendría ante nada.
-Para tu información —le dijo—. Yo trabajo a tiempo completo en un
museo y, aunque estoy muy satisfecha con mi sueldo, no me sobra el dinero, como
a ti, así que, es cierto. En este momento no puedo permitirme pagar la residencia
de mi madre —le dijo con franqueza, ganando así algo de tiempo para encontrar
una solución a los problemas de su padre—. No obstante, dentro de un mes
aproximadamente, seré capaz de pagar todos los gastos que ocasiona mi madre. Y
si no acusas a mi padre, los dos te pagaremos la deuda poco a poco.
—Interesante, pero, no. Tu padre ha robado dinero de la empresa
durante años, y ya se le ha acabado el tiempo.
La impaciencia de Bella crecía por momentos, pero las ideas ya se
le estaban agotando. Él fue hacia ella y la obligó a mirarle a los ojos
agarrándola de la barbilla.
—Rezar no te ayudará, Bella, pero yo sí puedo —le dijo en un tono
miserable y calculador— Quizá puedas convencerme de que no acuse a tu padre, y así
lo librarías de ir a la cárcel.
Deslizó la mano por el cuello de la joven y la agarró de la
garganta.
-Si te portas bien... —añadió, agarrándola con brusquedad de la
cintura— Le dejaré seguir trabajando en la empresa. Será delegado a un trabajo
de inferior categoría, claro, pero cobrará el mismo sueldo. Dentro de un año, cumplirá
sesenta años y podrá jubilarse con una generosa pensión. De lo contrario, se
pudrirá en la cárcel por fraude.
La sangre huyó de las mejillas de Bella. Una mezcla de terror y
furia la hacía temblar de pies a cabeza.
-¡Maldito bastardo! —gritó, fulminándole con la mirada.
—Ese lenguaje no es digno de una señorita. No dejas de
sorprenderme,
Bella —le dijo en un tono de burla—. En realidad no lo soy, en el
sentido más estricto de la palabra. Mis padres murieron hace mucho tiempo, pero
estaban casados cuando nací.
—Y yo no soy una fulana que... que... —la joven se detuvo, incapaz
de articular palabra.
—Yo no he dicho que lo fueras en ningún momento —dijo él, arqueando
una ceja con una ironía mordaz. Una sonrisa abyecta iluminaba su boca de lobo —
Lo que te propongo es muy sencillo. A cambio de librar a tu padre de la cárcel,
serás mi amante.
Bella tragó con dificultad, confundida y escandalizada. No podía
estar hablando en serio. Aquello era una locura. Además, podía estar mintiendo
acerca de su padre.
—¿Es cierto? —le preguntó con un hilo de voz—. ¿Lo de mi padre?
Yo no miento, Bella. Desde mucho antes de que Cullen Holdings absorbiera
la empresa, tu padre ha estado malversando fondos de una manera extremadamente
astuta. Las cantidades siempre fueron lo bastante pequeñas como para hacerlas
pasar por errores de cálculo. Sin embargo, tras una década de fraude constante,
la suma asciende a una cifra considerable. Cuando Emmett se hizo cargo de la
sede central de Londres, se dio cuenta de que pasaba algo raro. Sólo era una
mera sospecha, así que tuvimos que emplearnos a fondo para averiguar qué había
pasado —le dijo, haciendo una mueca risueña— Bueno, ¿qué decides, Bella?
¿Prefieres ver caer en desgracia a tu padre, o aceptar ser mi amante?
Bella guardó silencio un momento, asustada. En el fondo sabía que
todo aquello era cierto, y también sabía que no podría soportar ver sufrir a su
madre a causa de su padre.
—¿Y por qué yo? —murmuró para sí.
¿Acaso no tenía bastante con ver cómo su madre se moría lentamente?
No. No había elección. Ella no era tonta. Sabía perfectamente que
él actuaba movido por una sed de venganza insaciable. Un millón de libras no
era más que calderilla para un magnate como él y, aunque su padre hubiera
pasado años robando dinero de la empresa, el perjudicado había sido el anterior
dueño de la compañía, y no Cullen.
Venganza, pura venganza...
Ella se había permitido el lujo de rechazarle y después insultarle
en público, y él no era de los que olvidaban algo así fácilmente.
—Mírame —le dijo él de repente, agarrándola de la nuca—. Ya sabes
por qué, Sally. Te deseo con locura, y aunque trates de humillarme y despreciarme
a toda costa, yo sé que en el fondo me deseas. Si ésta es la única forma de
tenerte, entonces que así sea.
Bella abrió la boca para protestar, pero antes de que pudiera decir
palabra, él tomó sus labios con un beso que nada tenía que ver con el que le
había dado antes.
Aquellos labios, suaves y duros al mismo tiempo, la acariciaron con
dulzura, probando su sabor y entregándose por completo.
El deseo y el desprecio luchaban en el corazón de la joven, pero el
deseo terminó por ganar la batalla. «No puedo dejar que sepa lo mucho que lo deseo.
No puedo...», se decía a sí misma.
Sin embargo, un momento después se rindió a sus caricias y le respondió
con toda la pasión que sólo él despertaba en ella.
—¿Esto te ha ayudado a decidirte, cara mía? —le preguntó él. Su
estridente risotada retumbó en el espacio, rompiendo la magia del momento. Él
sabía que había ganado.
Bella le dio un empujón y se apartó de él por fin. Las piernas
apenas la sostenían y terminó desplomándose en el sofá que estaba justo detrás.
Edward bajó la vista hacia ella con una sonrisa maligna. Sabía que
podía hacer con ella lo que quisiera; sabía que la tenía a su merced.
—Maldita sea —murmuró ella, cruzando los brazos sobre el vientre
para contener los temblores. No había escapatoria posible. Ya no le quedaban
alternativas.
Sin embargo, no iba a ponérselo tan fácil. Además, un hombre como Edward
Cullen no tardaría en cansarse de una mujer de hielo...
—Tus argumentos son muy convincentes —admitió, jugando sus últimas cartas—.
Tendría que estar loca para rechazar lo que me estás ofreciendo, así que, sí,
acepto ser tu amante, pero con ciertas condiciones.
—¿Condiciones? Puede que todos tus «ex» te dieran todos tus
caprichos, pero yo no soy de esa clase de hombres. Yo espero que mi mujer esté dispuesta
y preparada para mí en todo momento. Las únicas reglas que valen son las mías.
Además, en tu caso ya he pagado por ello.
—Pues entonces, lo siento, pero no va a ser posible —dijo ella,
sacudiendo la cabeza—. Yo tengo una licenciatura en Historia Antigua y trabajo
como investigadora en el British Museum. Mi horario es de nueve a cinco y media
de lunes a viernes y algunas veces salgo más tarde. Paso todos los fines de semana
con mi madre en una residencia de Devon y llegó muy tarde a casa todos los
domingos. La primera condición que pongo es que ni mi padre ni mi madre deben
enterarse bajo ningún concepto de nuestro acuerdo. El trato será entre tú y yo.
La segunda condición es que puedes venir aquí todas las tardes excepto los
sábados y los domingos. Eso es todo.
Sorprendido, Edward la miró fijamente. En ningún momento había
pensado que ella pudiera tener estudios superiores y que trabajara en uno de
los museos más prestigiosos de todo el mundo.
Cuando ella le había dicho que trabajaba en un museo, había creído
que se trataba de un empleo de recepcionista en alguna atracción turística como
la casa de los horrores o algo parecido.
Sin embargo, a juzgar por la inflexible determinación que iluminaba
su mirada, era indudable que estaba diciendo la verdad.
—Si lo que dices es cierto, Bella... —le dijo, provocándola un poco
más—¿Cómo es que estabas libre el viernes por la tarde? Ese día parecía que acababas
de salir de la portada de una revista de moda, con ese vestido de firma tan
elegante.
—Tengo tres vestidos de firma para las ocasiones especiales. Los
compré en una tienda de segunda mano aquí en Kensington. Todos son de hace dos
o tres temporadas. Las mujeres con las que tú sales suelen deshacerse de ellos
o venderlos cuando termina la temporada —le dijo en un tono venenoso.
De repente, aunque sólo fuera por un instante, Edward sintió un
latigazo de remordimiento.
—Llevo meses investigando sobre una colección de objetos del
antiguo
Egipto que han estado guardados en el sótano del museo durante
años. Van a ampliar la colección expuesta y he tenido que trabajar mucho
durante las últimas semanas. El viernes pasado tuvo lugar una rueda de prensa
para presentar la ampliación de la exposición. Mi jefe me pidió que asistiera
al evento para hacer una pequeña presentación acerca del origen de las reliquias.
Como el acto terminó pronto y mi jefe sabe que mi madre está muy enferma, me
dieron el resto de la tarde libre.
Edward la miró a los ojos y creyó ver auténtico dolor en su mirada.
¿O acaso lo había imaginado? Aquellos ojos castaños lo miraban con
gesto inflexible y decidido.
—Aunque a ti te encante aterrorizar a tus empleados, no todos los
jefes son como tú. Jacob, mi jefe, es una persona amable y comprensiva. El
motivo por el que me encontraste en Westwold era mi padre. Fui a convencerle de
que me acompañan a ver a mi madre el fin de semana, pero, por desgracia,
¡llegaste tú! ¿Satisfecho? Algo confuso, Edward resolvió sus dudas sacando más
rabia de su interior.
—¿Que si estoy satisfecho? Has satisfecho mi curiosidad, sí, pero
no lo demás - Sin embargo, muy pronto lo harás —la agarró de la mano y la hizo ponerse
en pie—. Acepto tus condiciones, Bella Swan, y ahora te toca a ti aceptarme en
tu cama.
Un estremecimiento de miedo recorrió la espalda de la joven,
dejándola helada. ¿Acaso quería que se fueran a la cama en ese preciso
instante?
—Muy bien —le dijo, soltándose de él y atravesándolo con la mirada.
«Bien...», repitió Edward en su mente. Ella siempre usaba esa
palabra cuando no sentía nada, cuando quería demostrar indiferencia. Sin
embargo, él no iba a dejarla indiferente. Edward Cullen nunca dejaba
indiferente a una mujer.
—De acuerdo. Puedes empezar quitándose esa horrible ropa que te
cubre de pies a cabeza. Si no lo haces tú, lo haré yo. Tú elijes.
Bella lo miró a los ojos y se dio cuenta de que hablaba en serio.
Quería humillarla de la forma más vil.
—Si pudiera elegir, nunca volvería a verte en toda mi vida —le dijo
con la mirada encendida—. Te odio, Edward Cullen.
—El odio es mejor que la indiferencia —dijo él, encogiéndose de
hombros— Has accedido a ser mi amante, y la única elección que tienes es la que
yo acabo de darte, Bella. Y si no te decides pronto, yo lo haré por ti —le dijo
en un tono de amenaza.
Ardiendo de rabia, Bella se deshizo de la camiseta y se sacó los
pantalones con brusquedad.
El la miró de arriba abajo y esbozó una media sonrisa al ver sus
braguitas de algodón y su sujetador de deporte.
—Muy... virginal... pero los dos sabemos que no lo eres. No obstante,
es mucho mejor así. Yo prefiero a las mujeres con experiencia, o envueltas en seda
y encajes, o desnudas. O todo o nada —le dijo con cinismo.
En ese preciso instante, Bella vio un pequeño atisbo de esperanza.
Ella no tenía nada que ver con las amantes a las que él estaba acostumbrado,
así que no tardaría mucho en cansarse de ella.
Además, cuanto antes terminaran con todo aquello, antes la dejaría
en paz.
—Como desees —se quitó el sostén, lo dejó caer al suelo y se bajó
las braguitas— Lo que ves es lo que hay —le dijo, extendiendo los brazos y
dando media vuelta. Sin embargo, sus pies no llegaron a completar la vuelta
porque él la tomó en brazos y la tumbó sobre la cama.
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