viernes, 22 de julio de 2016

Cap. 7 Chantaje a una inocente


Capítulo 7

Aquellas palabras le cayeron como un jarro de agua fría, pero el orgullo la hizo mantener la cabeza bien alta.
—Perfecto —le dijo— Por muy extraño que te parezca, mi padre no me mantiene, y yo jamás aceptaría que lo hiciera. Por si no te has dado cuenta, yo no lo soporto. Él es todo lo que yo desprecio en un hombre. Es un machista, un mujeriego y un bastardo adúltero. Por desgracia, mi madre lo ama, y yo quiero a mi madre, así que me veo obligada a tolerarle, pero eso es todo. Si le viera ahogándose, no correría a salvarle, así que, sea lo que sea lo que haya hecho, me trae sin cuidado —le dijo, dando rienda suelta a todo el odio que sentía por su padre—. Llevo muchos años manteniéndome a mí misma, y seguiré haciéndolo como hasta ahora.
—¿Y cómo lo haces? —le preguntó él, esbozando una sonrisa venenosa—. ¿Metiendo hombres en tu cama?
Bella dio un paso adelante y le dio una bofetada.
—¡Cómo te atreves! —exclamó, furiosa. Sorprendido, él echó atrás la cabeza, y antes de que Bella pudiera reaccionar, la agarró de los hombros y la atrajo hacia sí.
—Nadie golpea a Edward Cullen y se sale con la suya —le dijo entre dientes— Tienes mucha suerte. Si fueras un hombre, ya estarías muerta —añadió, en un susurro—. Pero, hay otras alternativas...
El corazón de Bella se disparó. Un pánico atroz comenzaba a apoderarse de ella al no saber de qué era capaz aquel hombre violento y terrible.
Presa de un frenesí desesperado, trató de zafarse de él, golpeándolo en el pecho y en la cara, pero fue inútil.
Sujetándola con brazos de hierro, él se inclinó sobre ella y se tomó su particular venganza con un beso salvaje. Ella intentó apartar la cara, pero él era más fuerte y la tenía atrapada. Cuando por fin dejó de devorarla con la boca, la joven estaba sin aliento y las piernas le temblaban sin control. Podía sentir su corazón de león retumbando contra el suyo propio.
Y entonces ocurrió. Sus miradas se encontraron y ella sintió un vuelco en el estómago. El fuego líquido del deseo corría por sus venas.
La tensión entre ellos se podía cortar con una tijera. ¿Cómo lograba afectarla tanto? Con sólo sentir el tacto de sus manos, sentía un calor abrasador que la consumía por dentro, dejándola débil, sin fuerzas, a su merced... De repente, la expresión de él se volvió fría e impasible, como si no hubiera estado a punto de perder el control un momento antes.
Dejó caer los brazos y la liberó por fin.
-Bueno, volviendo a los negocios. ¿Cómo tienes pensado saldar la deuda de más de un millón de libras, suma que tu padre ha malversado en Westwold?
—No tengo que hacerlo —dijo ella, con la voz entrecortada—. No es mi deuda.
-Cierto, pero por mucho que desprecies a tu padre, y por mucho que insistas en que no necesitas su dinero, por lo visto, tal y como me has confirmado, tu madre está en una residencia muy cara. A mí me parece que ella sí que necesita el dinero de tu padre, ¿no es así? A no ser que... claro. Seguro que ganas suficiente para mantenerla a ella también.
Levantó una ceja y dio un paso atrás, haciendo alarde de crueldad y cinismo.
—Eres una mujer muy hermosa —le dijo, mirándola de arriba abajo con descaro— Tienes todos los atributos que un hombre podría desear. Pero si el fiasco de la otra noche suele ocurrirte con frecuencia, entonces tendrás que mejorar un poco tu técnica en la cama.
Bella lo miró horrorizada, como si fuera la primera vez que lo veía.
Los duros rasgos de su rostro no dejaban lugar a dudas. Estaba hablando muy en serio. El hombre que tenía ante sus ojos era un ser malvado y cruel que no se detendría ante nada.
-Para tu información —le dijo—. Yo trabajo a tiempo completo en un museo y, aunque estoy muy satisfecha con mi sueldo, no me sobra el dinero, como a ti, así que, es cierto. En este momento no puedo permitirme pagar la residencia de mi madre —le dijo con franqueza, ganando así algo de tiempo para encontrar una solución a los problemas de su padre—. No obstante, dentro de un mes aproximadamente, seré capaz de pagar todos los gastos que ocasiona mi madre. Y si no acusas a mi padre, los dos te pagaremos la deuda poco a poco.
—Interesante, pero, no. Tu padre ha robado dinero de la empresa durante años, y ya se le ha acabado el tiempo.
La impaciencia de Bella crecía por momentos, pero las ideas ya se le estaban agotando. Él fue hacia ella y la obligó a mirarle a los ojos agarrándola de la barbilla.
—Rezar no te ayudará, Bella, pero yo sí puedo —le dijo en un tono miserable y calculador— Quizá puedas convencerme de que no acuse a tu padre, y así lo librarías de ir a la cárcel.
Deslizó la mano por el cuello de la joven y la agarró de la garganta.
-Si te portas bien... —añadió, agarrándola con brusquedad de la cintura— Le dejaré seguir trabajando en la empresa. Será delegado a un trabajo de inferior categoría, claro, pero cobrará el mismo sueldo. Dentro de un año, cumplirá sesenta años y podrá jubilarse con una generosa pensión. De lo contrario, se pudrirá en la cárcel por fraude.
La sangre huyó de las mejillas de Bella. Una mezcla de terror y furia la hacía temblar de pies a cabeza.
-¡Maldito bastardo! —gritó, fulminándole con la mirada.
—Ese lenguaje no es digno de una señorita. No dejas de sorprenderme,
Bella —le dijo en un tono de burla—. En realidad no lo soy, en el sentido más estricto de la palabra. Mis padres murieron hace mucho tiempo, pero estaban casados cuando nací.
—Y yo no soy una fulana que... que... —la joven se detuvo, incapaz de articular palabra.
—Yo no he dicho que lo fueras en ningún momento —dijo él, arqueando una ceja con una ironía mordaz. Una sonrisa abyecta iluminaba su boca de lobo — Lo que te propongo es muy sencillo. A cambio de librar a tu padre de la cárcel, serás mi amante.
Bella tragó con dificultad, confundida y escandalizada. No podía estar hablando en serio. Aquello era una locura. Además, podía estar mintiendo acerca de su padre.
—¿Es cierto? —le preguntó con un hilo de voz—. ¿Lo de mi padre?
Yo no miento, Bella. Desde mucho antes de que Cullen Holdings absorbiera la empresa, tu padre ha estado malversando fondos de una manera extremadamente astuta. Las cantidades siempre fueron lo bastante pequeñas como para hacerlas pasar por errores de cálculo. Sin embargo, tras una década de fraude constante, la suma asciende a una cifra considerable. Cuando Emmett se hizo cargo de la sede central de Londres, se dio cuenta de que pasaba algo raro. Sólo era una mera sospecha, así que tuvimos que emplearnos a fondo para averiguar qué había pasado —le dijo, haciendo una mueca risueña— Bueno, ¿qué decides, Bella? ¿Prefieres ver caer en desgracia a tu padre, o aceptar ser mi amante?
Bella guardó silencio un momento, asustada. En el fondo sabía que todo aquello era cierto, y también sabía que no podría soportar ver sufrir a su madre a causa de su padre.
—¿Y por qué yo? —murmuró para sí.
¿Acaso no tenía bastante con ver cómo su madre se moría lentamente?
No. No había elección. Ella no era tonta. Sabía perfectamente que él actuaba movido por una sed de venganza insaciable. Un millón de libras no era más que calderilla para un magnate como él y, aunque su padre hubiera pasado años robando dinero de la empresa, el perjudicado había sido el anterior dueño de la compañía, y no Cullen.
Venganza, pura venganza...
Ella se había permitido el lujo de rechazarle y después insultarle en público, y él no era de los que olvidaban algo así fácilmente.
—Mírame —le dijo él de repente, agarrándola de la nuca—. Ya sabes por qué, Sally. Te deseo con locura, y aunque trates de humillarme y despreciarme a toda costa, yo sé que en el fondo me deseas. Si ésta es la única forma de tenerte, entonces que así sea.
Bella abrió la boca para protestar, pero antes de que pudiera decir palabra, él tomó sus labios con un beso que nada tenía que ver con el que le había dado antes.
Aquellos labios, suaves y duros al mismo tiempo, la acariciaron con dulzura, probando su sabor y entregándose por completo.
El deseo y el desprecio luchaban en el corazón de la joven, pero el deseo terminó por ganar la batalla. «No puedo dejar que sepa lo mucho que lo deseo. No puedo...», se decía a sí misma.
Sin embargo, un momento después se rindió a sus caricias y le respondió con toda la pasión que sólo él despertaba en ella.
—¿Esto te ha ayudado a decidirte, cara mía? —le preguntó él. Su estridente risotada retumbó en el espacio, rompiendo la magia del momento. Él sabía que había ganado.
Bella le dio un empujón y se apartó de él por fin. Las piernas apenas la sostenían y terminó desplomándose en el sofá que estaba justo detrás.
Edward bajó la vista hacia ella con una sonrisa maligna. Sabía que podía hacer con ella lo que quisiera; sabía que la tenía a su merced.
—Maldita sea —murmuró ella, cruzando los brazos sobre el vientre para contener los temblores. No había escapatoria posible. Ya no le quedaban alternativas.
Sin embargo, no iba a ponérselo tan fácil. Además, un hombre como Edward Cullen no tardaría en cansarse de una mujer de hielo...
—Tus argumentos son muy convincentes —admitió, jugando sus últimas cartas—. Tendría que estar loca para rechazar lo que me estás ofreciendo, así que, sí, acepto ser tu amante, pero con ciertas condiciones.
—¿Condiciones? Puede que todos tus «ex» te dieran todos tus caprichos, pero yo no soy de esa clase de hombres. Yo espero que mi mujer esté dispuesta y preparada para mí en todo momento. Las únicas reglas que valen son las mías. Además, en tu caso ya he pagado por ello.
—Pues entonces, lo siento, pero no va a ser posible —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. Yo tengo una licenciatura en Historia Antigua y trabajo como investigadora en el British Museum. Mi horario es de nueve a cinco y media de lunes a viernes y algunas veces salgo más tarde. Paso todos los fines de semana con mi madre en una residencia de Devon y llegó muy tarde a casa todos los domingos. La primera condición que pongo es que ni mi padre ni mi madre deben enterarse bajo ningún concepto de nuestro acuerdo. El trato será entre tú y yo. La segunda condición es que puedes venir aquí todas las tardes excepto los sábados y los domingos. Eso es todo.
Sorprendido, Edward la miró fijamente. En ningún momento había pensado que ella pudiera tener estudios superiores y que trabajara en uno de los museos más prestigiosos de todo el mundo.
Cuando ella le había dicho que trabajaba en un museo, había creído que se trataba de un empleo de recepcionista en alguna atracción turística como la casa de los horrores o algo parecido.
Sin embargo, a juzgar por la inflexible determinación que iluminaba su mirada, era indudable que estaba diciendo la verdad.
—Si lo que dices es cierto, Bella... —le dijo, provocándola un poco más—¿Cómo es que estabas libre el viernes por la tarde? Ese día parecía que acababas de salir de la portada de una revista de moda, con ese vestido de firma tan elegante.
—Tengo tres vestidos de firma para las ocasiones especiales. Los compré en una tienda de segunda mano aquí en Kensington. Todos son de hace dos o tres temporadas. Las mujeres con las que tú sales suelen deshacerse de ellos o venderlos cuando termina la temporada —le dijo en un tono venenoso.
De repente, aunque sólo fuera por un instante, Edward sintió un latigazo de remordimiento.
—Llevo meses investigando sobre una colección de objetos del antiguo
Egipto que han estado guardados en el sótano del museo durante años. Van a ampliar la colección expuesta y he tenido que trabajar mucho durante las últimas semanas. El viernes pasado tuvo lugar una rueda de prensa para presentar la ampliación de la exposición. Mi jefe me pidió que asistiera al evento para hacer una pequeña presentación acerca del origen de las reliquias. Como el acto terminó pronto y mi jefe sabe que mi madre está muy enferma, me dieron el resto de la tarde libre.
Edward la miró a los ojos y creyó ver auténtico dolor en su mirada.
¿O acaso lo había imaginado? Aquellos ojos castaños lo miraban con gesto inflexible y decidido.
—Aunque a ti te encante aterrorizar a tus empleados, no todos los jefes son como tú. Jacob, mi jefe, es una persona amable y comprensiva. El motivo por el que me encontraste en Westwold era mi padre. Fui a convencerle de que me acompañan a ver a mi madre el fin de semana, pero, por desgracia, ¡llegaste tú! ¿Satisfecho? Algo confuso, Edward resolvió sus dudas sacando más rabia de su interior.
—¿Que si estoy satisfecho? Has satisfecho mi curiosidad, sí, pero no lo demás - Sin embargo, muy pronto lo harás —la agarró de la mano y la hizo ponerse en pie—. Acepto tus condiciones, Bella Swan, y ahora te toca a ti aceptarme en tu cama.
Un estremecimiento de miedo recorrió la espalda de la joven, dejándola helada. ¿Acaso quería que se fueran a la cama en ese preciso instante?
—Muy bien —le dijo, soltándose de él y atravesándolo con la mirada.
«Bien...», repitió Edward en su mente. Ella siempre usaba esa palabra cuando no sentía nada, cuando quería demostrar indiferencia. Sin embargo, él no iba a dejarla indiferente. Edward Cullen nunca dejaba indiferente a una mujer.
—De acuerdo. Puedes empezar quitándose esa horrible ropa que te cubre de pies a cabeza. Si no lo haces tú, lo haré yo. Tú elijes.
Bella lo miró a los ojos y se dio cuenta de que hablaba en serio. Quería humillarla de la forma más vil.
—Si pudiera elegir, nunca volvería a verte en toda mi vida —le dijo con la mirada encendida—. Te odio, Edward Cullen.
—El odio es mejor que la indiferencia —dijo él, encogiéndose de hombros— Has accedido a ser mi amante, y la única elección que tienes es la que yo acabo de darte, Bella. Y si no te decides pronto, yo lo haré por ti —le dijo en un tono de amenaza.
Ardiendo de rabia, Bella se deshizo de la camiseta y se sacó los pantalones con brusquedad.
El la miró de arriba abajo y esbozó una media sonrisa al ver sus braguitas de algodón y su sujetador de deporte.
—Muy... virginal... pero los dos sabemos que no lo eres. No obstante, es mucho mejor así. Yo prefiero a las mujeres con experiencia, o envueltas en seda y encajes, o desnudas. O todo o nada —le dijo con cinismo.
En ese preciso instante, Bella vio un pequeño atisbo de esperanza. Ella no tenía nada que ver con las amantes a las que él estaba acostumbrado, así que no tardaría mucho en cansarse de ella.
Además, cuanto antes terminaran con todo aquello, antes la dejaría en paz.

—Como desees —se quitó el sostén, lo dejó caer al suelo y se bajó las braguitas— Lo que ves es lo que hay —le dijo, extendiendo los brazos y dando media vuelta. Sin embargo, sus pies no llegaron a completar la vuelta porque él la tomó en brazos y la tumbó sobre la cama.

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