viernes, 22 de julio de 2016

Cap. 10 Chantaje a una inocente


Capítulo 10
A la tarde siguiente Bella volvió a sentir un vuelco en el estómago al salir del trabajo. Edward estaba esperándola de nuevo, impecablemente vestido con un traje de negocios de color oscuro y una camisa blanca.
-Por fin —dijo, subiendo los peldaños hacia ella— Llegas tarde —puso las manos sobre sus mejillas y le dio un beso. Sin aliento, ella dio un paso atrás y se tropezó con Garrett, que iba justo detrás. Este la sujetó.
-Cuidado, cara —dijo Edward, atrayéndola a su lado y sonriendo— Podrías hacer que este hombre se hiciera una idea equivocada.
El jefe de Bella lo miró con ojos perplejos.
-Usted debe de ser el jefe de Bella, Garrett —dijo Edward— Ella me ha hablado mucho de usted. Es un placer conocerle —le extendió una mano. Estupefacta, Bella miró al uno y al otro. Garrett estrechó la mano de Edward de forma automática y miró a su compañera con una expresión de sorpresa.
—¿Te encuentras bien, Bella? ¿Conoces a este hombre?
Antes de que pudiera abrir la boca, Edward la interrumpió.
-Oh, sí. Me conoce muy bien. ¿No es así, cariño?
Ella se sonrojó hasta la médula y deseó darle una bofetada.
—Éste es Edward Cullen, Garrett. Hace poco que nos conocemos —dijo con reticencia.
-Los ingleses sois muy reservados. Sí, hace poco que nos conocemos —dijo Edward, mirándola de reojo— Pero en mi país diríamos que somos amantes.
—Pues aquí no somos tan explícitos —dijo Garrett, sosteniendo la arrogante mirada de Edward— Y, aunque no sea asunto mío, Bella es un miembro imprescindible en mi equipo y también una buena amiga, así que mejor será que cuide bien de ella —miró a Bella y sonrió— Espero que tu madre se encuentre bien. Bueno, te veo el lunes. Adiós —se despidió con un gesto y siguió su camino.
Bella lo vio marcharse y entonces reparó en una enorme limusina de color negro que estaba aparcada al otro lado de la calle, lo cual la hizo enfurecer aún más.
Se quitó el brazo de Edward de encima y echó a andar.
-¿A qué demonios estás jugando? Me prometiste que nadie sabría lo nuestro, pero te presentas aquí en mi trabajo como...
-¿Como un animal marcando su territorio? —le dijo él, riendo—. ¿Y qué esperabas, Bella? —la agarró del codo y la condujo hacia la limusina.
El chófer les abrió la puerta y ella no tuvo más remedio que subir.
-Yo sólo me comprometí a no decirles nada a tus padres —le dijo, agarrándola de la barbilla y obligándola a mirarlo a los ojos— Aunque quiera salvaguardar mi privacidad, no quiero tratar esto como si fuera un sórdido secreto. Y en cuanto a tu jefe, sé que te desea, y yo soy un hombre muy posesivo. Me gusta cuidar lo que es mío. Sólo trataba de lanzarle una advertencia y normalmente la forma más simple es la más efectiva. Deberías tomártelo como un cumplido—le dijo, escandalizado.
-Eres increíble —dijo ella, sacudiendo la cabeza.
-Eso me han dicho —murmuró él.
De pronto le empezó a sonar el móvil.
-Si me disculpas... —dijo, sacándolo del bolsillo rápidamente— Tengo algunas llamadas que hacer, algunos negocios que cerrar...
Sin esperar contestación alguna, comenzó a hablar en italiano a toda la velocidad con la persona que estaba al otro lado de la línea.
Fascinada, Bella le observó hablar en su idioma durante el resto del viaje, hasta que el vehículo se detuvo por fin.
—¡Estamos en un garaje subterráneo! —exclamó, mirando a su alrededor.
El chófer le abrió la puerta y ella bajó del coche.
-Muy lista, cara —dijo Edward con una sonrisa, bajando también— Te dije que te enseñaría mi apartamento, ¿recuerdas?
El chófer esbozó una sonrisa cómplice y Bella se ruborizó.
Un cuarto de hora más tarde estaba en medio de un enorme dormitorio; uno de los tres que tenía aquel lujoso ático.
La cama de matrimonio era tan grande como una pequeña pista de baile y el cabecero forrado en cuero marrón estaba lleno de botones e interruptores que representaban todo un misterio para Bella; tanto así que parecía la cabina de mandos de un avión.
Sin embargo, el resto de habitaciones no se quedaba atrás. La cocina parecía sacada de una película de ciencia ficción y el salón principal estaba decorado en acero, cristal y cuero negro. Pero eso no era todo. Desde el comedor se podía disfrutar de una vista fantástica del río Támesis.
—Bueno, ¿qué te parece la casa? —le preguntó Edward de repente, agarrándola de la cintura por detrás.
—Es muy moderno —dijo ella— Perfecto para un soltero —añadió.
Él la besó en todo el cuello y trazó la curva de su oreja con la lengua, desencadenando así una reacción que ella no era capaz de ocultar. De repente le temblaba todo el cuerpo y no tenía sentido resistirse.
Entonces él abarcó sus pechos con las palmas de las manos y comenzó a acariciarle los pezones a través del fino algodón de la camiseta que llevaba puesta.
—¿Te gusta? —le preguntó, rozándole el cuello con los labios.
—Sí —susurró ella.
Él la hizo darse la vuelta, le sacó la camiseta y la despojó del sostén.
—Me dejas sin aliento, Bella —le dijo, contemplando su desnudez y acariciándole los pezones hasta hacerlos endurecer.
—Mmm... —dijo ella, gimiendo.
Y entonces él tomó el turgente pezón entre los labios y la besó con una erótica destreza que la embelesaba por completo. Un segundo después, la agarró de la cintura y, tras quitarle la falda, la tomó en brazos, le sacó las braguitas y la colocó suavemente sobre la cama.
—Llevo dos días esperando este momento, y ya me está matando —dijo él, devorándola con la mirada. Bella le observó mientras se quitaba la ropa y se deleitó una vez más con el vigor de su esplendoroso cuerpo, bronceado y viril. Él se recostó junto a ella y deslizó una mano sobre su pecho y vientre hasta llegar a la entrepierna. Ahí se detuvo y buscó su sexo húmedo con los dedos, haciéndola estremecerse de gozo.
Un momento después rodó hasta ponerse sobre ella, tomó sus labios con un beso fiero y empezó a mordisquearle un pezón hasta hacerla gemir con todas sus fuerzas.
Entonces se deslizó entre sus piernas y la hizo suya una vez más, llevándola a un sitio fuera del espacio y del tiempo.
Bella perdió toda noción de la realidad y terminó tumbada sobre su pecho, vibrando con los temblores del delirio sexual.
—Lo necesitaba —susurró él con la voz ronca— Ha sido increíble —añadió, acariciándole los muslos—. Eres increíble, Isabella.
—Ya te lo advertí. No contesto cuando me llaman por mi nombre de pila — murmuró— No tienes ni idea de lo embarazoso que es cuando me presentan a gente y tengo que explicar de dónde viene una y otra vez — dijo, esbozando una lánguida sonrisa de felicidad.
—Pero me has contestado! —dijo él—. Entiendo que puede ser un problema. No lo usaré en público, pero cuando hacemos el amor pienso en ti como Isabella. Sin embargo, en esos momentos lo último en lo que pienso es en pedirte explicaciones —le dijo, riendo a carcajadas.
-Eres incorregible —dijo ella, sonriendo de oreja a oreja y admirando su bello rostro.
¿Cómo había sido capaz de pensar alguna vez que no era apuesto? Edward Cullen era absolutamente impresionante.
-Quizá, pero ahora mismo soy insaciable —dijo y volvió a despertar su libido explorando su cuerpo con sutileza y destreza. Cuando separó sus suaves muslos, la encontró húmeda y dispuesta.
—Y me parece que tú también —dijo y comenzó a descender sobre ella, besando cada centímetro de su piel hasta llegar al centro de su feminidad. Una vez allí, empezó a lamer sus pétalos más íntimos, haciendo despertar cada célula de su sexo.
De repente se detuvo un instante y entonces ella le tiró del pelo, pidiéndole más.
—Ahora estás lista para esto, mi dulce Isabella. Lo que hizo después la hizo perder la razón por completo. Su cuerpo se tensó hasta extremos insospechados y finalmente explotó en una lluvia de fuegos artificiales que la recorrían por dentro.
-¿Y qué pasa contigo? — murmuró, cuando por fin pudo volver a respirar con normalidad— No has... —dijo, sintiendo su potente miembro contra el muslo.
-Oh, lo haré.
Cubrió sus labios con un beso apasionado. La agarró de las caderas y entró en ella con embestidas largas y profundas, llenándola con un poder que, una vez más, la llevó al clímax del éxtasis y la mantuvo allí durante un instante fugaz. Ella gritó con todo su ser.
-Por favor, Edward, por favor... Ahora —contrajo los músculos internos alrededor de su miembro duro y palpitante, y juntos galoparon hacia un orgasmo rabioso y extraordinario.
Un rato más tarde, Bella yacía sobre su pecho, saciada y sosegada. No sabía cuánto tiempo llevaba así, apoyada sobre él, escuchando cómo se aminoraba el ritmo de su corazón.
Sonrió para sí misma, deleitándose con el placer de observarle en secreto. Levantó un dedo y trazó el contorno de su mandíbula, pómulo, cejas... Cicatriz. El dedo de Bella se detuvo un instante sobre la marca
¿Cómo se habría hecho esa herida? El abrió los ojos en ese momento.
-Pensaba que estabas dormido —dijo ella.
-No, sólo disfrutaba de tus caricias. Sigue, mi querida Isabella.
—¿Cómo te hiciste esto?
-En una pelea cuando era un adolescente.
-Eso no me sorprende nada, aunque sí me sorprende que alguien haya sido capaz de herirte —sonrió—. ¿Quién fue?
—No recuerdo su nombre. Fueron tantos. Bella se quedó muy intrigada.
—¿Quieres decir que te metías en tantas peleas que no recuerdas por qué te metías? Eso es horrible.
-No. Yo... Fui luchador profesional hasta los veinte años. Así hice el dinero suficiente para empezar mi negocio.
Ella lo miró con ojos de asombro.
—Eres increíble, Edward —le dijo, realmente impresionada.
-Gracias —dijo él con una sonrisa traviesa—. Tú tampoco te quedas corta — añadió y le dio un beso, acariciándole el cabello—. Adoro tu pelo.
El corazón de Bella se saltó un latido. Deseaba sentirse adorada en cuerpo y alma, idolatrada por él. Si tan sólo hubiera dicho «te adoro»... Una auténtica locura. Habían hecho el amor durante horas y su buen juicio había resultado afectado. En realidad ella no quería que Edward la amara, porque no creía en el amor. Y sin embargo...
-Gracias —respondió finalmente, esperando que Edward no se hubiera dado cuenta de su pequeña vacilación. Sacudió la cabeza y le hizo apartar la mano de su cabello.
—Bueno, ¿qué tiene que hacer una chica para que le den de comer por aquí? —le preguntó, con un toque de buen humor. El estómago le sonaba sin cesar.
—De acuerdo, he captado la indirecta —Edward la levantó por la cintura y la puso sobre la cama— Y ya lo has hecho. Muy bien, por cierto —le dijo con una sonrisa maliciosa—. ¿Qué te apetece? ¿Carne? ¿Pescado? Lo que quieras.
—Pescado, pero, ¿sabes cocinar?
—Sí —dijo el, sentándose al borde de la cama de espaldas a ella— Pero no tengo intención de hacerlo.
Se inclinó hacia el cabecero de la cama e hizo uso del teléfono integrado para hacer un pedido de comida.
—Tenemos cuarenta minutos hasta que llegue la comida —le dijo, colgando el auricular— Suficiente para darnos una ducha juntos —la cargó en brazos y la llevó al cuarto de baño.
Un rato más tarde, después de un apasionado encuentro sexual bajo los chorros de la ducha, Bella se miró en el espejo del baño y sonrió. Edward había salido un momento antes para buscar la comida.
Tenía las mejillas rojas, los labios hinchados y algún que otro arañazo en los pómulos, por culpa de la barba de medio día que ya empezaba a asomar en la barbilla de Edward.
El reflejo mostraba a una mujer saciada y feliz, pero hecha un desastre.
Miró a su alrededor. A lo mejor él tenía un cepillo con el que domar su salvaje melena castaña.
Abrió un compartimento de una estantería y se topó con todos los productos que cabía encontrar en el cuarto de baño de un hombre; nada fuera de lo común excepto...
Un frasco medio lleno de un perfume de mujer, unas cuantas horquillas para el cabello, un coletero... «Rosalie...».
Bella se desplomó en una silla y contuvo la respiración un instante. Lágrimas amargas amenazaban con desbordarse en cualquier momento.
¿Pero por qué estaba llorando? ¿Por qué? La respuesta la había tenido ante sus ojos todo el tiempo, pero se había negado a admitirlo.
Estaba enamorada de Edward, enamorada...como una idiota.
Sin embargo, a diferencia de su madre, ella no se iba a convertir en el juguete de nadie. Rápidamente se recogió el pelo, se hizo una coleta con la banda elástica que había dejado la amante anterior y entonces se miró en el espejo una vez más. La expresión de su rostro se había vuelto seria y fría en un abrir y cerrar de ojos.

Regresó al dormitorio, se vistió y salió por la puerta sin mirar atrás.

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