viernes, 22 de julio de 2016

Cap. 6 Chantaje a una inocente


Capítulo 6

El restaurante era exclusivo y muy caro; el local de moda de la ciudad. Bella miró a su acompañante y sonrió. Al era justo lo que necesitaba en ese momento.
-Oh, Bella, esa chica me tiene loco. Es hija de uno de los clientes de mi padre y la conocí el pasado fin de semana en una fiesta que dio su padre en su mansión de Northumberland. Quedamos para salir este fin de semana y, ya ves, me dejó plantado. Mi corazón se ha roto en mil pedazos —dijo Al en un tono medio bromista.
—Bueno, si la chica vive en Northumberland, entonces no me extraña nada. Está en la otra punta de país y no todo el mundo tiene un jet privado como el de tu padre. Creo que deberías ir a verla si tanto te interesa.
-Claro, ¿por qué no se me ha ocurrido antes? —dijo Al, echándose a reír—. ¡Qué lista eres, Isabella! Tus consejos siempre me vienen bien.
En ese momento, llegó el camarero con una botella del mejor Chardonnay.
-Bueno, un brindis por nosotros —dijo Bella con optimismo.
—Sí, por nosotros —dijo Al y chocó su copa con una sonrisa sincera.
Contenta y relajada, Bella escuchó con gusto las divertidas anécdotas de su amigo. Al había viajado a Sudamérica recientemente y venía repleto de historias dignas de la mejor entrega de Indiana Jones.
Después de degustar un excelente plato fuerte, Al la agarró de la mano con cariño y la miró con ojos serios.
-Bueno, ya basta de hablar de mí. Aparte del trabajo, no me has contado nada de tu vida. ¿Qué es lo que te pasa, Bella?
—A mí nada —dijo ella, suspirando—. Es mi madre. Sufrió un accidente y su estado es muy delicado. El diagnóstico no es muy alentador.
Sin saber qué decir, Al la miró con empatía y la besó en el dorso de la mano.
—Lo siento muchísimo, Bella. Debe de ser muy duro. Si puedo hacer algo por ti, cualquier cosa, sólo tienes que pedírmelo. Lo sabes, ¿verdad? Tienes mi número, así que llámame si necesitas algo.
Ella le miró con lágrimas en los ojos.
—Lo sé, Al. Y te lo agradezco —trató de sonreír—. A lo mejor sí necesito tu ayuda algún día.
***
Esa misma noche, Edward Cullen estaba disfrutando de una cena íntima en la zona VIP de un exclusivo restaurante, en compañía de la bellísima Tanya, una abogada con la que salía de vez en cuando. Se habían conocido varios años antes durante la compraventa de unos bloques de apartamentos en Londres y desde entonces compartían cenas y cama de forma esporádica. Ella siempre estaba dispuesta a complacerle y él siempre estaba dispuesto a tener a una mujer hermosa a sus pies.
¿Cómo terminaría aquella velada? Ambos lo sabían muy bien. Edward agarró la copa de vino, le dio un sorbo, miró a su alrededor y fue entonces cuando la vio.
Era Bella Swan, enfundada en un provocativo vestido rojo de seda que le quedaba como un guante, realzando su estrecha cintura y sus voluptuosas caderas. Iba del brazo de Al, su supuesto amigo de toda la vida. Sin quitarle ojo de encima ni por un segundo, Edward la vio sentarse en una mesa cercana a la entrada.
Tanya hablaba y hablaba, pero él apenas la escuchaba. Solamente asentía de vez en cuando y respondía con monosílabos, intentando mantener la compostura.
Bella Swan lo había rechazado y humillado de la forma más imperdonable. Y sin embargo, allí estaba esa noche, sonriendo, riendo, coqueteando y agarrando la mano de Al como si fuera su alma gemela.
De repente ya no pudo aguantar más. Le hizo señas al camarero, pidió la cuenta, pagó y se puso en pie.
—¿Tienes prisa? No hemos tomado el postre, ni tampoco el café.
Edward casi había olvidado a su acompañante. Ella lo miraba con una sonrisa desconcertada.
-Pero podemos tomar el café en mi casa —añadió, levantándose y agarrándole del brazo. Él esbozó una sonrisa fugaz y guardó silencio. Tanya estaba a punto de llevarse una decepción.
Bella levantó la vista al ver acercarse al camarero con el postre.
-Vaya, esto tiene que ser pecaminoso! —dijo, contemplando la pequeña montaña de profiteroles cubiertos de chocolate y rodeados de nata.
-No mires ahora, pero cierto pecador al que conoces viene hacia acá en este momento con una rubia despampanante colgada del brazo —dijo Al con disimulo.
—¿Quién? —Bella miró a su amigo con incertidumbre, pero no tuvo tiempo de reaccionar. Edward Cullen ya estaba junto a la mesa.
-Hola, Al... Bella. Me alegro de veros.
—Sí, qué sorpresa —dijo Al con cordialidad. Bella levantó la vista y se encontró con la gélida mirada del hombre más despreciable al que había conocido. Aquellos ojos verdes parecían querer taladrarla de lado a lado.
Pero lo peor de todo era la impresionante rubia que le acompañaba; alta y esbelta, aquella mujer sabía llevar un traje de firma como una auténtica modelo.
En realidad, seguramente lo era; una más en su larga lista de amantes esculturales.
-¿Disfrutando de la cena, Bella? —le preguntó él en un tono cínico.
-Sí, hasta hace un momento.
Edward la miró fijamente y en silencio durante un instante. Nadie insultaba a Edward Cullen en público y se salía con la suya como si nada. Esa misma mañana, había amenazado a Charlie Swan con denunciarle ante la policía por sus fraudulentos tejemanejes. Sin embargo, todavía no se había decidido al respecto. Admitir que alguien había logrado timarle no era bueno para el negocio, pero... Quizá hubiera una manera mejor de saldar cuentas con él.
Bella contuvo la respiración. Una furia indomable se había apoderado de Edward y el silencio se hacía cada vez más incómodo. A lo mejor había ido demasiado lejos.
-Siempre tan bromista, Bella —le dijo con una mueca sarcástica—. Que disfrutéis de la cena —dijo y se marchó sin más. Sonrojada, Bella respiró con alivio al verle alejarse.
—¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó Al, sorprendido— Cullen estaba furioso. No quisiera estar en tu pellejo, amiga. Si las miradas mataran...
—No pasa nada. Y ahora, ¿puedo disfrutar del postre en paz, por favor?
-Sí, pero ya te advertí respecto a Cullen. No se puede jugar con un tipo como ése. Edward Cullen no se anda con chiquitas.
-Al, no te preocupes. No voy a volver a verle, y estoy segura de que él tampoco quiere volver a verme a mí —le dijo, sonriendo—. Confía en mí.
Tiene un ego tan grande como su cuenta bancaria.
-Lo que yo quiero decir... —dijo Al—. Es que nadie insulta a un hombre como ése y se sale con la suya sin más. Créeme. Soy un hombre. Estaba furioso, pero es evidente que te desea hasta la médula, y no quiero que te hagan daño, Isabella. Ten muchísimo cuidado, por favor —añadió en un tono serio.
El teléfono estaba sonando cuando Bella llegó a casa un par de horas más tarde.
—¿Sí?
-¿Él está contigo?
Era Edward Cullen.
-¡No! —exclamó Bella, estupefacta—. Pero eso no es asunto tuyo. Y no vuelvas a llamas a....
-Se trata de negocios —le dijo, interrumpiéndola—. ¿Has hablado con tu padre?
-¿Mi padre? No —aquella extraña pregunta le impidió colgar el teléfono sin más.
-Entonces te sugiero que lo hagas... pronto. Yo me pasaré por allí mañana por la tarde a eso de las ocho.
-Oye, espera un momento... Edward había colgado el teléfono.
Lentamente Bella colocó el teléfono en su base y trató de entender lo que acababa de ocurrir.
¿Por qué le había dicho Edward Cullen que llamara a su padre? No tenía ningún sentido. Miró el reloj. Era más de medianoche, así que la llamada tendría que esperar al día siguiente.
Además, su padre debía de estar en cama con alguna de sus amantes; al igual que Edward.
A juzgar por la brevedad de su llamada, en ese momento debía de estar retozando en la cama con aquella modelo...
***
El miércoles por la mañana, después de pasar la noche en vela, Bella cambió la ropa de cama, se arregló a toda prisa y salió por la puerta sin siquiera desayunar. No había podido cerrar los ojos en toda la noche porque el aroma de Edward Cullen seguía allí, en las sábanas, en las almohadas... Tenía que comprar unas nuevas esa misma tarde.
—Oh, Dios mío... —se dijo, mirando el reloj. Llegaba tarde al trabajo y la última cosa en su lista de prioridades era llamar a su padre.
Por suerte la mañana no fue tan ajetreada como esperaba y pudo salir antes de su hora. Normalmente se quedaba a almorzar en el museo, pero ese día decidió pasar la tarde de compras. Había llamado a su madre y todo parecía estar bien, así que... ¿Por qué no?
Compró dos almohadas nuevas y después pasó por el supermercado, donde compró algo de pan, leche y algunos platos preparados. Como solía pasar los fines de semana con su madre, no tenía mucho tiempo para ir de compras y ya casi nunca se preocupaba de cocinar por las noches. Entró en su apartamento justo cuando empezaba a llover. Los negros nubarrones llevaban toda la tarde formándose.
-Ha llegado justo a tiempo, señorita Swan —le dijo el conserje, sonriendo
— Menos mal que ya se acaba esta ola de calor. Ha durado más de dos semanas.
-Esto es Inglaterra —dijo Bella en un tono entusiasta y fue hacia el ascensor. Al meter la llave en la cerradura, oyó el teléfono. Estaba sonando de nuevo.
Rápidamente entró en casa, dejó las bolsas en cualquier lado y descolgó el auricular.
—¿Dónde has estado? Te he estado llamando varias veces desde ayer, y ayer por la noche saliste. Era su padre.
—Yo también tengo derecho a tener una cita de vez en cuando, y tengo que ir a trabajar, ¿recuerdas? Y cuando no estoy trabajando voy a visitar a mi madre, tu esposa. Te he llamado docenas de veces durante las últimas semanas para convencerte de que fueras a verla, pero nunca has contestado a mis llamadas. Bueno, ahora ya sabes lo que se siente.
—Sí, sí, ya lo sé. Pero, escúchame, por favor. Esto es muy importante. ¿Te ha llamado Cullen?
-¿Y por qué tendría que llamarme? Apenas lo conozco.
-Lo conoces muy bien. Almorzaste con él el viernes.
-Eso fue algo accidental que no se volverá a repetir —le dijo ella en un tono decidido.
—No le rechaces tan alegremente, Bella, cariño, porque le di tu número de teléfono ayer.
—No tenías ningún derecho —dijo ella, furiosa.
Sin embargo, Cullen ya sabía su número desde mucho antes, así que no tenía sentido enfrascarse en una discusión.
-Ahora eso no importa. Escúchame. Ese hombre es un bastardo implacable. Todos sus empleados le tienen pánico. Tiene fama de despedir a diestro y siniestro cuando absorbe a una nueva empresa, y en ocasiones la cierra sin más y vende sus activos para sacar el máximo beneficio, así que si no le tengo de mi lado, puedo perderlo todo.
-Bueno, seguro que puedes arreglártelas muy bien tú solo, ¿no? En todas las otras facetas de tu vida eres un completo desastre, pero incluso yo tengo que reconocer que eres bueno en tu trabajo —dijo Bella en un tono seco.
—Lo he intentado, pero ese hombre no confía en nadie excepto en su mano derecha, el tal McCarthy. Y McCarthy averiguó que me he saltado un par de normas de la empresa. Ayer tuve una reunión muy desagradable con Cullen y le dije que tú podías dar fe de mi integridad. Por favor, prométeme que serás amable con él si te llama.
Bella arrugó el entrecejo. Su padre estaba preocupado por algo. Esa voz ansiosa e impaciente lo delataba. Además, aquel día, en su despacho, se había comportado de un modo muy extraño delante de Cullen.
«Un par de normas de la empresa». Ya. «Seguramente le sorprendieron con la secretaria», pensó Bella con amargura.
—Ya sé lo que piensas de mí, pero piensa en tu madre. Ya le he dicho a
Cullen que está paralítica y que está internada en una residencia para adultos muy cara. Espero despertar algo de empatía en él, si es que la tiene, pero, aun así, necesito tu apoyo si llega ponerse en contacto contigo.
El tiempo se acaba —Charlie suspiró—. Tengo otra reunión con él mañana por la mañana.
—Apoyaré tu versión, si es que llega a llamarme —dijo Bella en un tono cortante. No tenía ningún reparo en mentirle a su padre y no tenía intención de decirle que Cullen ya la había llamado. Sin embargo, sí podía pedirle algo a cambio; algo que haría muy feliz a su madre.
-Con una condición —añadió—. Tienes que darme tu palabra de que vendrás a ver a mamá el fin de semana. Te recogeré al salir y te reservaré una habitación en el hotel donde suelo hospedarme. Y, por una vez, te quedarás todo el fin de semana.
—Trato hecho. Te doy mi palabra —dijo Charlie en un tono de alivio—. Pero ten presente que eres una mujer guapa, cariño, y Cullen es un soltero codiciado. Te invitó a comer, así que debes de haberle gustado. Si juegas bien tus cartas, nos podría ir muy bien a los dos.
—A ti, quizá sí. Y en cuanto a mí, ya sabes lo que pienso de ti. No sé cómo mi madre pudo enamorarse de un hombre tan despreciable. No sé cómo te sigue queriendo a pesar de todo, pero sí sé que yo no —dijo y le colgó el teléfono.
Rápidamente se puso a desempacar las compras y metió la comida en el frigorífico. Llevó las almohadas a la cama, quitó las fundas de las viejas y las cambió por las nuevas. «Ojalá fuera tan fácil sacar a Edward Cullen de mi vida...», pensó al tiempo que echaba a la basura las viejas almohadas.
Miro el reloj. Edward le había dicho que estaría allí a eso de las ocho y ya casi eran las siete.
Fue hacia el armario, se quitó los zapatos, los guardó dentro, y sacó unos vaqueros cómodos y una camiseta de estar en casa. No iba a vestirse de manera diferente para recibir a un indeseable.
Después fue a darse una buena ducha, echó la ropa sucia en su cesta y se vistió. Sólo quería un poco de normalidad, pero era difícil de conseguir en esas circunstancias.
Con el estómago hecho un nudo, se sentó en el sofá y encendió la televisión. Edward Cullen no tardaría en llamar a su puerta. Pocos minutos después, sonó el intercomunicador. Ella descolgó el auricular, escuchó un momento y apretó el botón.
—Sí —dijo.
Unos segundos más tarde sonó el timbre de la puerta y ella abrió de inmediato.
Cullen, con el cabello mojado de la lluvia y vestido con un impecable traje negro, estaba parado frente a ella.
—¿Puedo entrar? —le preguntó con frialdad.
—Me alegra ver que tus modales han mejorado un poco —dijo ella, soltando lo primero que le venía a la cabeza—. Adelante —le dijo, haciendo un gesto exagerado con el brazo.
Él entró en la casa, dejando un rastro de aroma a su paso. Y entonces Bella sintió como si un enjambre de mariposas revoloteara en su estómago. «No seas estúpida...», se dijo a sí misma, enfadada.
-El sarcasmo no te queda bien, Bella.
-¿Y tú qué sabes? Tú no me conoces —dijo ella, cada vez más molesta.
Él se quitó la chaqueta empapada y la colgó del pasamanos de la escalera, dándole la espalda.
-A lo mejor no del todo... —le dijo, volviéndose lentamente y atravesándola con la mirada—. Pero pronto llegaré a conocerte muy bien —le dijo, mirándola de arriba abajo de forma descarada.
-Quizá en otra vida —dijo ella, tratando de guardar la compostura.
Él dio un paso adelante.
-¿Has hablado con tu padre?
—Sí, claro que sí —dijo ella, sosteniéndole la mirada con valentía.
—¿Y crees que tienes elección? —le preguntó él, levantando una ceja en un gesto burlón.
—No sé de qué estás hablando —dijo ella, desafiante—. Todo lo que sé es que mi padre me llamó y me dijo que te había dado mi número. No me molesté en decirle que ya lo tenías —añadió con ironía—. Y fue entonces cuando me lo contó todo.
—¿Todo? ¿Y todavía crees que tienes elección? —preguntó él, poniéndose cada vez más serio.
—Sí —dijo ella con firmeza—. Por lo visto, tienes fama de despedir a tus empleados sin contemplaciones cuando adquieres una nueva empresa. Y a veces incluso cierras el negocio directamente. Mi padre está preocupado por su empleo. Como marido es un ser despreciable, pero te puedo asegurar que es cierto que mi madre está recluida en una residencia para adultos, y él sí paga las facturas, aunque sólo sea eso lo que hace. En cuanto a lo demás, es un buen contable. De hecho, no sé por qué te molestaste en venir hasta aquí. Podríamos haber mantenido esta conversación por teléfono.
Unos ojos verdes llenos de desprecio se clavaron en los de ella.
—Me sorprendes —dijo él finalmente.
Por primera vez Bella sintió un extraño escalofrío. ¿Qué estaba ocurriendo?
—Realmente te trae sin cuidado —añadió él.
—Si te refieres a mi padre... no te equivocas —le dijo sin extenderse más— Pero, bueno, si no hay nada más, me gustaría que te fueras en este momento.
Sin esperar una respuesta, dio media vuelta, fue hacia el sofá y apagó la televisión con el mando de control remoto.

—Hay algo más —dijo él en un tono que sonaba amenazante—. Mucho más —dijo, yendo hacia ella— Algo más de un millón de libras que han sido sustraídas de la empresa. A ver cómo sigues viviendo como lo haces con tu padre en la cárcel.

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