viernes, 22 de julio de 2016

Cap. 2 Chantaje a una inocente


Capítulo 2

Edward Cullen dio un paso adelante y le estrechó la mano a Charles Swan.
—El placer es mío —dijo en un tono suave y entonces miró hacia la hermosa joven—. Siento interrumpir. No sabía que tuviera compañía —añadió, volviéndose hacia Charly—. Tiene que presentarme a su encantadora amiga, Swan —dijo, mirándola de arriba abajo una vez más.
-Oh, no es mi amiga —dijo Charly, riendo—. Es mi hija, Bella.
Ella se volvió ligeramente. Levantó la vista y se encontró con unos penetrantes ojos verdes oscuros que la escudriñaban con descaro. «Ojos oscuro, cabello oscuro y... corazón negro», pensó para sí.
-Bella... ¿Puedo llamarla Bella? —le preguntó con cortesía—. Es usted una joven muy hermosa. Su padre debe de estar muy orgulloso.
Irguiendo los hombros, ella le ofreció la mano. Él la tomó de inmediato.
-Es un placer conocerle —dijo ella con frialdad y trató de soltar la mano inmediatamente. Sin embargo, él se la retuvo un instante y deslizó los dedos sobre su piel. «Qué predecible. Otro más como mi padre...», pensó ella.
Edward la observó con atención mientras estrechaba la mano de Emmett. Su voz era suave, y algo ronca, y su sonrisa escondía otros pensamientos. No dejaba de mirar a su padre y la tensión entre ellos era evidente.
—Espero que no le importe, señor Cullen —dijo Bella, pensando deprisa y sin siquiera mirarle a los ojos—. He venido a convencer a mi padre para que almuerce conmigo. Siempre le digo que trabaja demasiado. ¿No es así, papá?
-Sí, pero llegas un poco tarde. Me tomé un sándwich hace un rato, y estoy muy ocupado. Como ves, el nuevo dueño de la empresa, el señor Cullen, acaba de llegar. Hoy no puedo llevarte a comer. ¿Te llamo esta noche? Bella sabía que ésa era otra de sus mentiras, pero no podía hacer nada al respecto en presencia de aquellos dos extraños.
Le lanzó una mirada fulminante a su padre y entonces sintió el tacto de una mano cálida en el antebrazo. Sorprendida, levantó la vista de inmediato.
-Su padre tiene razón, Bella. Mi asistente y él van a estar muy ocupados durante el resto del día. Ella trató de apartar la vista, pero no fue capaz; tal era el embrujo de aquellos ojos verdes e intensos.
Sin embargo, no era un hombre apuesto. En algún momento de su vida debían de haberle roto la nariz, y la fractura no había soldado bien. Además, tenía una cicatriz de varios centímetros por encima de una ceja.
—Pero yo no podría dejar que una joven como usted almorzara sola.
Bella bajó la vista. Ella sabía muy bien a dónde quería llegar aquel individuo.
-Si no tiene inconveniente, señor Swan, me gustaría llevar a almorzar a su hija. Emmett puede explicarle los pormenores del asunto, así que podemos vernos más tarde.
Hubo un incómodo silencio y entonces el padre de Bella contestó con toda la cordialidad del mundo.
-Es muy amable por su parte, señor Cullen, así que, problema resuelto.
Bella, cariño, el señor Cullen te llevará a comer. ¿No es todo un detalle de su parte?
Bella miró a su padre y después a Edward Cullen. En sus ojos había picardía, sarcasmo y algo más que no quería reconocer...
Diez minutos más tarde, Bella estaba sentada en la parte de atrás de la limusina, de camino a un restaurante al que no quería ir. Edward Cullen estaba a su lado.
-¿Está cómoda, Bella?
-Sí —dijo ella automáticamente. «¿Cómo ha ocurrido todo esto?», se preguntó por enésima vez.
—El restaurante está a unos veinte minutos. Es uno de mis favoritos en
Londres.
-Muy bien —murmuró ella, repasando la conversación que había tenido lugar en el despacho de su padre.
Absorta en sus propios pensamientos, veía la vida pasar a través de la ventanilla. De repente, un suspiro escapó de sus labios.
-Eso ha sido un buen suspiro —dijo él—. Ya veo que mi compañía le resulta muy aburrida —añadió con ironía.
—No, en absoluto, señor Cullen —dijo ella rápidamente, volviéndose hacia él.
-Entonces, por favor, llámame Edward —le dijo en un tono sutil—. No hace falta tanta formalidad, Edward —añadió, bajando la voz y rozándole el dorso de la mano con las yemas de los dedos.
Ella saltó como si acabara de quemarse con fuego.
—Pues yo creo que sí —le espetó. Él se rió a carcajadas.
—Me alegro de que me encuentre divertida —dijo ella—. Y no me toque — añadió, apartándose un poco.
Edward guardó silencio y se acomodó en su asiento. Quizá había cometido un error. ¿Realmente disponía del tiempo necesario para ir detrás de ella? Bella Swan no era más que otra niña rica y mimada, enfadada con su padre por no haber podido salirse con la suya.
«Qué ironía...», pensó. Si las sospechas de Emmett eran ciertas, él mismo le estaba pagando los caprichos sin disfrutar de los beneficios de mantener a una mujer hermosa.
La observó un momento. Era increíblemente preciosa, tanto como para merecer un pequeño esfuerzo. Las manos, cruzadas sobre su regazo, la suave curva de sus pechos cremosos, y un rostro muy hermoso, pero triste...
—Divertida no, más bien... intrigante —le dijo—. Dime, ¿hay alguien en tu vida, Bella?
—No. ¿Y tú? ¿Estás casado? —le preguntó con brusquedad, mirándolo de reojo—. Porque yo nunca salgo con hombres casados.
—No estoy casado —dijo, esbozando una sonrisa de lobo—. Y tampoco quiero estarlo —le apartó un mechón de pelo de la cara y, agarrándola de la barbilla la hizo mirarle a los ojos—. Y en este momento no hay ninguna mujer en mi vida, así que no hay nada que nos impida estar juntos. Soy un amante muy generoso, en la cama y fuera de ella. Confía en mí. Te prometo que no te decepcionaré.
Bella se escandalizó ante semejante derroche de arrogancia. Hacía media hora que lo conocía y ya estaba intentando llevársela a la cama.
Otro igual que su padre...
—Oh, no sé, Edward —dijo en un susurro, pronunciando su nombre de forma deliberada—. Tengo casi veintiséis años y sí que quiero un marido... —le dijo en un falso tono de inocencia—. Pero no el de otra —añadió con dureza. Él le soltó la barbilla de inmediato. Ella sonrió, satisfecha.
—Creo que es bueno ser sincero y mostrar las intenciones, y eso sin duda se te da muy bien, Edward —le dijo en un tono de ironía mordaz—. Así que creo que yo debo hacer lo mismo. Me encantaría tener tres hijos cuando aún sea joven para disfrutar de ellos y, simplemente, no voy a perder el tiempo en una aventura estúpida —le soltó en un tono implacable.
La expresión del rostro de Edward se tornó cómica. Había pasado de pretendiente ardiente a macho agraviado en menos de un minuto.
—Te puedo asegurar que una aventura conmigo nunca ha sido una pérdida de tiempo para una mujer. Bella lo miró fijamente, estupefacta.
—Eso dices tú —le dijo, encogiéndose de hombros—. Además, debes de tener unos... ¿Treinta y nueve? ¿Cuarenta? —le dijo en un tono provocador.
—Treinta y cinco.
Bella esbozó una sonrisa.
—Bueno, de todas formas, eres mayor. A lo mejor cambias de idea respecto al matrimonio. Seguro que serías un marido estupendo —dijo Bella, que ya empezaba a pasárselo bien.
Él se revolvió un poco en el asiento y, por primera vez, ella se volvió hacia él y le concedió toda su atención, mirándolo de arriba abajo con desparpajo, tal y como él había hecho un rato antes.
—Tienes todos los atributos necesarios para ser un marido fantástico — añadió—. Eres apuesto, estás en forma y estás podrido en dinero.
Edward la escuchó con una inquietud creciente. Era evidente que estaba buscando marido, un marido rico. Sin duda era igual que todas las su clase y lo único que la salvaba un poco era que había puesto todas sus cartas sobre la mesa desde el primer momento.

Por suerte el coche ya estaba aminorando la marcha y en breves momentos llegarían al restaurante. Sería una comida rápida y después, «adiós»...

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