Capítulo 11
Edward se volvió al verla entrar en el comedor.
—Te has vestido. Pensaba que sólo ibas a ponerte un albornoz. O al
menos eso era lo que esperaba —le dijo, sonriente.
—Nunca pensé... —dijo ella, tratando de fingir una sonrisa— Esto
huele deliciosamente —añadió, contemplando los manjares que acababan de llegar
del restaurante— Me muero de hambre —dijo, cuando en realidad era todo lo
contrario.
—La cena está servida, mi señora —le hizo una reverencia, le apartó
una silla y, después de verla acomodada en su asiento, abrió la botella de champán,
sirvió las copas y propuso un brindis—. ¡Por nosotros! ¡Porque duremos mucho!
No sin reticencia Bella bebió un sorbo.
—Por nosotros —repitió, obligándose a sonreír aunque en realidad
quisiera enderezarle la nariz de otro puñetazo. Por mucho que quisiera
desquitarse, no podía olvidar que había hecho un trato y que la felicidad y el
bienestar de su madre estaban en juego.
La comida tenía muy buen aspecto, pero tuvo que hacer un gran
esfuerzo para comer algo. Había perdido todo el apetito.
-He estado pensando, Bella... —dijo él de repente, bebiendo más
champán. La joven levantó la vista y lo miró desde el otro lado de la mesa.
—Deberíamos renegociar nuestro acuerdo y hacerlo más íntimo.
Ella estuvo a punto de ahogarse con el champán. ¿Acaso se había
vuelto loco?
-Sé que tenemos un trato, y tú me has dejado muy claro cuáles son
tus requisitos, pero yo quiero cambiarlos, por el bien de los dos. Me gustaría que
te vinieras a vivir conmigo —le dijo en un tono parecido al que usaba cuando
cerraba negocios en una sala de juntas.
Bella lo miró en silencio, anonadada.
-Ya sabes que el sexo entre nosotros es increíble, pero tienes que
admitir que, por muy acogedor que sea tu apartamento, la cama es un poco pequeña,
sobre todo para mí —se encogió de hombros— Aquí, en cambio, tenemos mucho espacio
y tú podrías disfrutar de todas las comodidades que el dinero puede comprar.
Además, yo soy un hombre muy ocupado. Tenía pensado tomarme unas vacaciones de
varias semanas, pero tengo que ocuparme de un proyecto que no está yendo como
esperaba, así que tendré que viajar un poco. Me sentiría mucho mejor sabiendo
que vives aquí. Sería mucho más seguro para ti.
Bella le escuchaba y su rabia crecía por momentos.
—Piénsalo, Bella. Todos tus problemas financieros quedarían
resueltos de un plumazo. Ya no tendrías que comprar vestidos de segunda mano,
sino que irías a las mejores boutiques de la ciudad —le dijo y entonces tuvo el
descaro de esbozar una sonrisa de plena satisfacción.
La joven bajó la cabeza y contó hasta tres, intentando ocultar el
fuego que rugía en sus pupilas.
-¿Bella? ¿Qué me dices?
Lentamente, ella levantó la cabeza.
—No —dijo sin más. Se levantó de la silla y miró su reloj de
pulsera de forma deliberada.
-¿Así, sin explicaciones? ¿Simplemente «no»? Bella lo taladró con
una mirada.
—Eso es. Hicimos un trato. Yo mantengo mi palabra y tú dijiste que
eras un hombre de palabra, así que espero que cumplas con lo acordado.
Edward la miró con ojos agudos.
—Espera un momento. ¿Qué es lo que ha pasado?—le preguntó, visiblemente
confundido.
-¿Hemos pasado horas disfrutando de un sexo increíble y tu primera reacción
es negarte a mi sugerencia? —se terminó la bebida, se levantó de la mesa y le
puso las manos sobre los hombros— No veo cuál es el problema. Es una broma,
¿verdad? —le preguntó, frunciendo el ceño con preocupación.
—No, no lo es —dijo ella en un tono seco.
Él creía que podía comprar a cualquiera con dinero, pero ella no
era de esa clase de mujeres.
—Ya casi es medianoche, y el sábado es mi día libre, por si lo has
olvidado. Tengo que llamar un taxi e irme a casa.
Él la miró con furia en los ojos.
-No hace falta que llames un taxi. La limusina puede llevarte...
Ella se rió con sarcasmo, interrumpiéndole.
—No, gracias. Ya vi la miradita que me echó el conductor cuando
llegué —le dijo en un tono corrosivo— No necesito que repita el numerito.
Prefiero llamar un taxi.
Edward se quedó inmóvil, sin decir ni palabra. Estaba confuso.
-Creo que ya entiendo por qué te has negado a vivir aquí —la miró
con los ojos llenos de arrogancia— Te preocupa qué dirá la gente si se enteran
de que vives en mi casa; una preocupación anticuada y ridícula en esta época. Y
en cuanto al conductor... Si no te gusta, se le puede buscar un sustituto.
—¡Me dejas atónita, Edward. Todo el mundo te da igual. Sólo te
preocupas por ti mismo. Siempre y cuando consigas lo que quieres, te trae sin
cuidado lo que nos pase al resto de los mortales —sacudió la cabeza y lo miró
con desprecio y odio— Tratas a las personas como si fueran marionetas dispuestas
a hacer tu voluntad. Quédate con tu conductor y con tu apartamento. A mí no me
importan ni ellos ni tú.
—Hace un rato estabas muy contenta en mi cama, y también estabas
más que dispuesta a hacer mi voluntad —declaró con una sonrisa mordaz— Sólo tengo
que tocarte y volverás a estarlo. Pero, te lo advierto, si esta negativa es
sólo una estratagema para conseguir lo que busca la mayoría de las mujeres, un
anillo de boda, entonces estás perdiendo el tiempo.
—¡Oh, por favor! —exclamó ella, insultada. Las mejillas le ardían
de rabia— No te engañes. No me casaría contigo ni con ningún otro hombre por
nada del mundo. Sólo estoy aquí por culpa de mi padre —le espetó con ánimo de
herirle— Los dos sois de la misma calaña. De hecho él me dijo que fuera amable
contigo, así que ya puedes imaginarte qué clase de hombre es capaz de
aconsejarle a su propia hija que se porte bien con... —se echó a reír con
ironía—. ¿Y qué clase de jefe se aprovecha de la situación?
—Yo no soy como tu padre —dijo él; su rostro cada vez más sombrío—.
Y a ti te gusté desde el primer momento. Prácticamente te derretiste en mis brazos
cuando te di el primer beso, igual que yo.
Bella apretó los labios.
—Hice un trato con mi padre. Le prometí que lo apoyaría y que sería
amable cuando me llamaras. A cambio él se comprometió a acompañarme el fin de semana
a ver a mi madre, algo que rara vez hace. Ése fue el motivo por el que me
encontraste en su despacho aquel día. Había ido a convencerlo para que me
acompañara a la residencia. Pero ambos sabemos que no funcionó —dijo con una
mueca— Tuve que negociar para lograr que fuera a verla y lo hice porque, por
alguna extraña razón, mi madre lo quiere, y lo echa de menos. Sólo Dios sabe
por qué. Y ésa es la primera razón por la que accedí a tu propuesta. Y la
segunda razón es que no quiero que mi padre vaya a la cárcel, no por él, sino
por mi madre. Sólo quiero verla feliz. Te pedí tiempo para reunir el dinero,
pero tú no quisiste dármelo. Bueno, ahora no estoy dispuesta a perder ni un
minuto de mi tiempo libre contigo. Me voy. Mañana por la mañana recogeré a mi
padre a las nueve para asegurarme de que mantiene su palabra. Y en cuanto a ti
y a mí... —añadió, fulminándolo con la mirada— Ya sabes dónde y cuándo
encontrarme, tal y como está especificado en los términos del acuerdo —Bella
trató de no temblar bajo aquella mirada que le abrasaba la piel.
Edward la miraba con ojos iracundos e implacables.
De repente, dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo,
dejándola libre. El silencio, incómodo y tenso, pesaba entre ellos. Un momento
después dio media vuelta, descolgó el teléfono y pidió un taxi.
—Tienes razón. Tal y como has señalado, ya casi es sábado —le dijo
en un tono de máxima indiferencia a la vez que regresaba junto a ella.
La joven sintió ganas de retroceder unos pasos, pero no quiso dejarse
amedrentar por su imponente presencia.
-El taxi llegará dentro de cinco minutos —de pronto estiró el
brazo, le quitó el coletero y enredó los dedos en su roja melena rizada.
-Eres una mujer inteligente, Bella, pero creo que has encontrado la
horma de tu zapato.
La agarró de la cintura con un gesto brusco y, apretándola contra
su propio cuerpo, la besó con furia y fuego. Bella trató de resistirse y de
luchar contra él, pero todo intento fue en vano.
Su corazón latía desbocado y sus uñas se clavaban en aquel pecho
fornido que la hacía enloquecer. Indefensa, se inclinó sobre él y sucumbió a sus
caricias, respondiendo con la misma intensidad.
Un momento más tarde, él levantó la cabeza y le dirigió a ella una
mirada sarcástica.
—¿Lo ves, Isabella? —le dijo en un tono burlón— Puedes echarle la
culpa a tu padre, o inventar todas las excusas que quieras, pero lo cierto es
que me deseas tanto como yo a ti. Algún día tendrás que admitirlo y, cuando por
fin lo hagas, llámame. Tienes todos mis números —añadió con insolencia.
Mortificada y enojada consigo misma, Bella se zafó de él y le
atravesó con la mirada. En sus ojos se libraba una lucha encarnizada entre el
deseo y el desprecio.
—Eso no va a ocurrir jamás.
En ese momento, sonó el intercomunicador. El taxi había llegado.
Edward la acompañó a la puerta del edificio sin decir ni una
palabra.
—Mañana me voy a Italia. A lo mejor volvemos a vernos algún día —le
dijo a través de la ventanilla— Tú elijes —dio media vuelta y no miró atrás...
***
Edward Cullen medía casi un metro noventa, pero en ese momento se
sentía como si hubiera encogido medio metro. Fue hacia el mueble-bar, se sirvió
una copa de whisky y se la bebió de un trago. Estaba furioso con ella, pero mucho
más consigo mismo.
Fue hacia el espejo y se miró en él, pero no le gustó lo que vio.
¿Cuándo se había convertido en un cínico implacable capaz de confundir a una
joven trabajadora e inocente con una cazafortunas?
Se había comportado de forma despreciable al exigirle que se
convirtiera en su amante; algo que jamás había hecho y que no volvería a hacer
en toda su vida. Sin embargo, ella era capaz de hacerle perder la cabeza como ninguna
otra mujer. Y así, cegado por la lujuria y los celos, había actuado movido por
un impulso que no era en absoluto propio de él.
La había tratado de la peor manera posible y ya no había nada que
hacer. Si ella realmente creía todo lo que le había dicho, entonces tenía que
dejarla marchar. Su orgullo propio y su dignidad como hombre no le permitían hacer
otra cosa.
Se sirvió otra copa de whisky y trató de convencerse de que no la necesitaba.
El mundo estaba lleno de mujeres bellas dispuestas a caer rendidas a sus pies. Para
cuando se terminó la copa, ya se lo había creído por completo.
Al día siguiente, volvería a Italia y se olvidaría de una vez y por
todas de
Bella Swan. Además, en Milán lo esperaba la hermosa Tanya, como siempre...
***
Bella abrió la puerta de su apartamento y se obligó a entrar. Edward
le había dicho que quizá volvieran a verse algún día, pero ella sabía que ése
había sido el último «adiós». Sin embargo, eso era lo que ella deseaba;
terminar con aquella disparatada aventura que se había visto obligada a
aceptar. Se desvistió, se metió en la cama y se tapó hasta las orejas. ¿Por qué
se sentía tan mal si era eso lo que verdaderamente quería?
Una pregunta sin respuesta. Cerró los ojos e hizo un esfuerzo por
dormir. Al día siguiente iba a visitar a su madre, con su padre.
«Misión cumplida...», se dijo a sí misma.
La primera vez que había visto a Edward tenía un objetivo que
alcanzar y por fin lo había logrado.
Pero no era capaz de sentir nada, ni alegría, ni tristeza ni nada
de nada; sólo un vacío que crecía en su interior.
A la mañana siguiente, con los ojos hinchados y doloridos de
llorar, arrastró los pies hasta la ducha y trató de borrar todo rastro de él.
Cinco horas más tarde, estaba entrando en la habitación de su madre
en la residencia. Y ella parecía tan feliz... Su padre había cumplido la
promesa y eso bastaba para alegrarle el día.
Después de pasar un rato con su madre, se disculpó y les dijo que
tenía que hacer unas compras en Exeter. Su padre no dejaba de quejarse de su
nuevo puesto en la empresa y Bella no podía soportar tanto cinismo.
—Oh, Charly, debe de ser muy difícil para ti —dijo Renne, la madre
de Bella, con los ojos llenos de amor hacia el adúltero de su marido.
—Ahora tengo que hacer el doble de trabajo por el mismo sueldo,
pero he decidido jubilarme dentro de un año, y así podré venir a verte más a menudo
—le dijo su marido, haciendo alarde de crueldad e hipocresía.
Bella sintió ganas de gritar.
Mentiras, nada más que mentiras... Su padre sabía que ella no iba a
durar más de un año. El propio médico se había puesto en contacto con él para
informarle de que el corazón de su esposa no aguantaría más de unos meses, pero
eso a él le traía sin cuidado.
Bella agarró el bolso y se marchó. No soportaba verla hacerse
ilusiones que nunca llegarían a ser realidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario