Chantaje a una
inocente
JACQUELINE BAIRD
Argumento:
La deuda era de un millón de libras… el pago, su inocencia
Ninguna mujer se había atrevido jamás a rechazar al
implacable magnate italiano Edward Cullen.
Pero la dulce e inteligente Bella vivía en un mundo propio, en el que
sólo había lugar para su madre enferma y para su trabajo.
La joven no se dio cuenta de que su indiferencia estaba provocando
la furia del temible y apuesto empresario; sobre
todo porque su padre era el responsable de un importante fraude en la empresa
del millonario. Como
había una deuda que saldar, Edward iba a darle un ultimátum: o
accedía a convertirse en su amante o su padre terminaría en
la cárcel. Era una decisión difícil, pero él estaba convencido
de que ella sabría elegir bien…
CAPÍTULO 1
Edward Cullen bajó de la limusina y miró hacia el edificio de
cuatro plantas de estilo georgiano: la sede de Westwold Components, la empresa
que había adquirido dos semanas antes. Emmett, su hombre de confianza, estaba a
cargo de la operación, así que en ningún momento había esperado que lo necesitaran
en Londres a mitad de junio.
El codiciado millonario avanzó hasta las puertas del edificio con
aire de pocos amigos. Era arrebatadoramente atractivo; su cabello cobrizo y sus
astutos ojos verdes no dejaban indiferente a nadie, y el impecable corte de su
traje de seda daba fe de la extraordinaria habilidad de su sastre.
—¿Estás seguro de todo esto, Emmett? —le preguntó Edward a su
asistente, que lo había acompañado en el coche.
Emmett McCarthy era su mano derecha y también su amigo desde hacía
más de diez años. Edward había ido a un banco de Nápoles a pedir un préstamo
para uno de sus proyectos y allí se había encontrado con Emmett, que en ese momento
trabajaba en el departamento financiero de la entidad. Habían congeniado desde
el primer momento y dos años más tarde Emmett se había unido al próspero
negocio de Edward como contable y asistente personal.
—¿Que si estoy seguro? —dijo Emmett lentamente—. No, no del todo,
pero sí lo bastante como para que lo compruebes. No lo notamos cuando hicimos las
investigaciones pertinentes antes de efectuar la compra porque el desvío de
fondos, si eso es lo que es, ha sido llevado a cabo de una forma muy sutil.
-Será mejor que tengas razón, porque tenía pensado tomarme unas vacaciones,
y no quería pasarlas en Londres —dijo Edward en un tono seco y mirando a su
asistente de reojo—. Lo que tenía en mente era una playa paradisíaca y una
mujer hermosa.
Nada más entrar Emmett lo presentó ante el guardia de seguridad y
éste le hizo firmar el libro de registro; seguramente para impresionar un poco.
-Estoy segura de que el señor McCarthy se lo habrá dicho —dijo Lauren,
la recepcionista, después de las presentaciones. La joven se había agarrado del
brazo de Edward y no lo soltaba—. Todos estamos encantados de pasar a formar
parte de Cullen Holdings, y si hay algo que pueda hacer por usted... —la rubia
batió sus largas pestañas y le lanzó una mirada seductora - sólo tiene que
pedírmelo.
-Gracias —dijo él, en un tono cortés, pero formal, y se zafó de
ella de inmediato—. Vamos, Emmett, busquemos... —y entonces se detuvo al ver entrar
a una mujer.
-Exquisita —murmuró en un susurro, mirándola de arriba abajo.
Aquella joven tenía cara de ángel, y un cuerpo capaz de tentar a
cualquier hombre con sangre en las venas.
Unos enormes ojos cafés, piel de porcelana, y unos carnosos labios
hechos para ser besados. El cabello, rizado y castaño como un puñado de topacios
imperiales, le caía en cascada sobre los hombros, realzando el blanco
inmaculado del vestido de firma que llevaba. El fino tejido le acariciaba las
curvas con sutileza y el ancho cinturón blanco que llevaba ceñido a la cintura
potenciaba sus voluptuosas caderas. «Tip, tap, tip, tap...». Aquellas sandalias
rojas de tacón de aguja se acercaban más y más, disparando su libido con cada
paso. El corazón de Edward se detuvo un instante. Cualquier hombre hubiera
muerto por aquellas piernas largas y esculturales...
—¿Quién es? —le preguntó a Emmett.
—No tengo ni idea, pero es impresionante.
Edward miró a su amigo y vio que éste la observaba de la misma
manera. «Quítale los ojos de encima. Es mía», pensó para sí.
La chica no era su tipo. Él siempre había preferido a las rubias
altas y llamativas. Sin embargo, estaba decidido a llevarse a la cama a aquella
pequeña y delicada castaña... Edward esbozó su mejor sonrisa, pero la joven
pasó de largo con una mirada despreciativa.
Isabella Swan atravesó el vestíbulo de Westwold Components con paso
decidido. Al pasar por delante del buró de recepción se encontró con un pequeño
grupo que la observaba con atención. Un hombre alto le sonreía efusivamente.
¿Acaso era alguien a quien debía conocer? Bella se puso tensa y
apretó el paso. Tenía que parecer segura y desenvuelta, como si ése fuera su
sitio. Al pasar por delante de él, lo saludó con un gesto frío y siguió
adelante. Isabella Swan tenía una misión que cumplir... y nada ni nadie iba a interponerse
en su camino...
Su mirada buscó los ascensores situados al final del elegante
recibidor. Uno de ellos era de uso público, y el otro iba directamente a la
última planta, donde estaba el despacho de su padre.
Edward se quedó estupefacto. Por primera vez en su vida, una mujer
lo había ignorado por completo.
—¿Quién es esa chica? —le preguntó a la recepcionista—. ¿En qué departamento
trabaja?
—No lo sé. Es la primera vez que la veo, seguridad —dijo, llamando
al guarda.
Pero éste ya había echado a andar detrás de la joven.
—¡Espere, señorita, tiene que firmar! – dijo el guarda.
Enojada y absorta en sus propios pensamientos, Bella se detuvo
delante del ascensor y apretó el botón. Hacía más de siete años que no visitaba
el despacho de su padre. Entonces tenía dieciocho años y se había presentado
por sorpresa un miércoles por la tarde. Aquel día era el cumpleaños de su madre
y Bella había viajado hasta Londres para hacerle volver a casa antes del fin de
semana. Por aquel entonces su madre aún estaba convaleciente de una mastectomía,
pero él sólo se había dignado a enviarle una fría postal de felicitaciones. «Una
mísera postal...», pensó Bella para sí con amargura y rabia, reviviendo lo que
había ocurrido después. Al abrir la puerta del despacho, se había encontrado
con una imagen que jamás podría olvidar: la joven secretaria, semidesnuda sobre
el escritorio, y su padre, inclinado sobre ella... su padre... un mujeriego
empedernido... un adúltero despreciable... una rata mentirosa... el hombre al
que su madre amaba a pesar de todo...
El ascensor no tardó en bajar y Bella subió rápidamente. Esa vez
tendría que acompañarla, por las buenas o por las malas... en esa ocasión, su
padre había argumentado que, con la adquisición de la empresa por parte de Cullen
Holdings, estaba hasta arriba de trabajo y no podía ir a visitar a su madre. En
la última visita que le había hecho ella a la residencia en la que estaba, el
doctor le había dicho que el corazón de su madre estaba muy débil a consecuencia
del tratamiento para el cáncer de mama y el atropello que había sufrido
después. Según le dijo, como mucho le quedaba un año de vida, pero podía morir
en cualquier momento.
En esos momentos, las puertas del ascensor se abrieron y ella
salió. Edward fue hacia el guarda de seguridad y apretó el botón del ascensor.
-Lo siento, señor, se nos ha escapado. Pero este ascensor sólo para
en la última planta, donde está la sala de juntas y el despacho del señor McCarthy.
El otro despacho de la planta es el del señor Swan, el director financiero de
la empresa, pero esa joven no era su novia... su secretaria —se apresuró a decir,
corrigiéndose a sí mismo—. Quizá la joven quisiera verle a usted.
-No te preocupes, Joe —dijo Edward, mirando la plaquita que el
empleado llevaba en la solapa—. Estabas distraído, y si lo que dices es cierto,
entonces esa señorita no irá a ninguna parte. Puedes volver a tu puesto. Las
puertas del ascensor se abrieron y Edward y Emmett entraron rápidamente.
-¿Crees que la chica te estaba buscando? — le preguntó Emmett con
una sonrisa—. ¿O debería decir «persiguiendo»?
-Eso sería tener mucha suerte —dijo Edward, quitándose importancia.
Sin embargo, no era nada inusual que las mujeres fueran detrás de
él. En una ocasión un reportero del corazón había dicho de él que era un «imán para
las féminas», y lo cierto era que no se equivocaba en absoluto; millonario,
apuesto, con cara de chico malo y una nariz rota que lo hacía irresistible.
—Tú sospechas de este tipo, ¿no es así, Emmett?
-Sí.
-Creo que es un hombre casado, ¿no?
—Sí, casado y con una hija, creo.
—Y por lo que parece, el hombre tiene una amante, y ésas no salen
nada baratas. Bueno, parece que tus sospechas son más que fundadas, Emmett.
Bella irrumpió en el despacho de su padre y entonces se detuvo. Él
estaba sentado detrás del escritorio con la cabeza entre las manos.
Desconcertada, la joven le llamó suavemente.
—¿Papá? - El levantó la cabeza.
-Oh, eres tú —dijo su padre, irguiéndose—. ¿Qué estás haciendo
aquí? No, no me lo digas —levantó una mano—. Has decidido emprender otra de tus
misiones moralistas y quieres que vaya a visitar a tu madre, ¿no?
- Bella se dio cuenta de que
seguía siendo el mismo bastardo egoísta de siempre.
-Qué tonta soy —dijo, sacudiendo la cabeza con desprecio—. Por un momento
pensé que estabas pensando en tu esposa —le espetó con sarcasmo y furia. Miró a
su alrededor y localizó el despacho de secretaria. Vacío.
-Bueno, ya estoy cansada de tus mentiras y de tus engaños y, por
una vez en tu vida, vas a hacer lo correcto y me vas a acompañar a ver a mamá.
-Ahora no, cariño —le dijo él, incorporándose y ajustándose la
corbata.
En ese momento Edward Cullen entró en la estancia, justo a tiempo
para oír el apelativo con el que Swan se había dirigido a la joven. «Cariño...»
—¿Qué pasa? ¿Una de tus «chicas» te ha dejado en la estacada? Y las
llamó «chicas» deliberadamente —le dijo Bella, esbozando una sonrisa mordaz.
Pensando que había puesto el dedo en la llaga, la joven vio
palidecer a su padre, pero entonces se dio cuenta de que él miraba más allá de
ella.
Rápidamente los labios de Charles Swan esbozaron una sonrisa que
apenas le llegó a los ojos. Su mirada estaba llena de miedo.
«¿Qué sucede?», se preguntó Bella, sintiendo un extraño escalofrío.
Alguien acababa de entrar en el despacho.
-Señor McCarthy, no esperaba que volviera tan pronto.
Bella se puso rígida. Su padre dio un paso adelante, ignorándola
por completo.
— Charly, te presentó al señor Cullen.
-Señor Cullen, es un placer conocerle.
Por su tono de voz, Bella se dio cuenta de que aquel inesperado
encuentro estaba muy lejos de ser un placer para su padre. «Cullen...», repitió
para sí, reconociendo el nombre de inmediato.
En alguna ocasión, su padre le había dicho que el tal Cullen iba a
absorber la empresa y poco después había leído un artículo sobre él en el
periódico. Al parecer, aquel hombre era un magnate italiano que engullía
compañías a diestro y siniestro; un multimillonario prepotente que se dejaba
ver en compañía de modelos despampanantes con la cabeza hueca. «Increíble...»,
se dijo Bella, perpleja, por una vez parecía que su padre decía la verdad. Si
aquel hombre era el nuevo propietario de la empresa, entonces quizá tuviera que
trabajar todo el fin de semana. Pero ella estaba dispuesta a evitarlo a toda
costa...
Hola soy yo de nuevo, espero poder pasar todas las adaptaciones que ya están listas y publicadas en FF, por lo que espero no tardar para después comenzar la adaptación de "Amantes".
Espero que les guste.
Besos Ana Lau
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