viernes, 22 de julio de 2016

Cap. 1 Chantaje a una inocente

Chantaje a una inocente
JACQUELINE BAIRD


Argumento:
La deuda era de un millón de libras… el pago, su inocencia

Ninguna mujer se había atrevido jamás a rechazar al implacable magnate italiano Edward Cullen. Pero la dulce e inteligente Bella vivía en un mundo propio, en el que sólo había lugar para su madre enferma y para su trabajo.
La joven no se dio cuenta de que su indiferencia estaba provocando la furia del temible y apuesto empresario; sobre todo porque su padre era el responsable de un importante fraude en la empresa del millonario. Como había una deuda que saldar, Edward iba a darle un ultimátum: o accedía a convertirse en su amante o su padre terminaría en la cárcel. Era una decisión difícil, pero él estaba convencido de que ella sabría elegir bien…




CAPÍTULO 1

Edward Cullen bajó de la limusina y miró hacia el edificio de cuatro plantas de estilo georgiano: la sede de Westwold Components, la empresa que había adquirido dos semanas antes. Emmett, su hombre de confianza, estaba a cargo de la operación, así que en ningún momento había esperado que lo necesitaran en Londres a mitad de junio.
El codiciado millonario avanzó hasta las puertas del edificio con aire de pocos amigos. Era arrebatadoramente atractivo; su cabello cobrizo y sus astutos ojos verdes no dejaban indiferente a nadie, y el impecable corte de su traje de seda daba fe de la extraordinaria habilidad de su sastre.
—¿Estás seguro de todo esto, Emmett? —le preguntó Edward a su asistente, que lo había acompañado en el coche.
Emmett McCarthy era su mano derecha y también su amigo desde hacía más de diez años. Edward había ido a un banco de Nápoles a pedir un préstamo para uno de sus proyectos y allí se había encontrado con Emmett, que en ese momento trabajaba en el departamento financiero de la entidad. Habían congeniado desde el primer momento y dos años más tarde Emmett se había unido al próspero negocio de Edward como contable y asistente personal.
—¿Que si estoy seguro? —dijo Emmett lentamente—. No, no del todo, pero sí lo bastante como para que lo compruebes. No lo notamos cuando hicimos las investigaciones pertinentes antes de efectuar la compra porque el desvío de fondos, si eso es lo que es, ha sido llevado a cabo de una forma muy sutil.
-Será mejor que tengas razón, porque tenía pensado tomarme unas vacaciones, y no quería pasarlas en Londres —dijo Edward en un tono seco y mirando a su asistente de reojo—. Lo que tenía en mente era una playa paradisíaca y una mujer hermosa.
Nada más entrar Emmett lo presentó ante el guardia de seguridad y éste le hizo firmar el libro de registro; seguramente para impresionar un poco.
-Estoy segura de que el señor McCarthy se lo habrá dicho —dijo Lauren, la recepcionista, después de las presentaciones. La joven se había agarrado del brazo de Edward y no lo soltaba—. Todos estamos encantados de pasar a formar parte de Cullen Holdings, y si hay algo que pueda hacer por usted... —la rubia batió sus largas pestañas y le lanzó una mirada seductora - sólo tiene que pedírmelo.
-Gracias —dijo él, en un tono cortés, pero formal, y se zafó de ella de inmediato—. Vamos, Emmett, busquemos... —y entonces se detuvo al ver entrar a una mujer.
-Exquisita —murmuró en un susurro, mirándola de arriba abajo.
Aquella joven tenía cara de ángel, y un cuerpo capaz de tentar a cualquier hombre con sangre en las venas.
Unos enormes ojos cafés, piel de porcelana, y unos carnosos labios hechos para ser besados. El cabello, rizado y castaño como un puñado de topacios imperiales, le caía en cascada sobre los hombros, realzando el blanco inmaculado del vestido de firma que llevaba. El fino tejido le acariciaba las curvas con sutileza y el ancho cinturón blanco que llevaba ceñido a la cintura potenciaba sus voluptuosas caderas. «Tip, tap, tip, tap...». Aquellas sandalias rojas de tacón de aguja se acercaban más y más, disparando su libido con cada paso. El corazón de Edward se detuvo un instante. Cualquier hombre hubiera muerto por aquellas piernas largas y esculturales...
—¿Quién es? —le preguntó a Emmett.
—No tengo ni idea, pero es impresionante.
Edward miró a su amigo y vio que éste la observaba de la misma manera. «Quítale los ojos de encima. Es mía», pensó para sí.
La chica no era su tipo. Él siempre había preferido a las rubias altas y llamativas. Sin embargo, estaba decidido a llevarse a la cama a aquella pequeña y delicada castaña... Edward esbozó su mejor sonrisa, pero la joven pasó de largo con una mirada despreciativa.
Isabella Swan atravesó el vestíbulo de Westwold Components con paso decidido. Al pasar por delante del buró de recepción se encontró con un pequeño grupo que la observaba con atención. Un hombre alto le sonreía efusivamente.
¿Acaso era alguien a quien debía conocer? Bella se puso tensa y apretó el paso. Tenía que parecer segura y desenvuelta, como si ése fuera su sitio. Al pasar por delante de él, lo saludó con un gesto frío y siguió adelante. Isabella Swan tenía una misión que cumplir... y nada ni nadie iba a interponerse en su camino...
Su mirada buscó los ascensores situados al final del elegante recibidor. Uno de ellos era de uso público, y el otro iba directamente a la última planta, donde estaba el despacho de su padre.
Edward se quedó estupefacto. Por primera vez en su vida, una mujer lo había ignorado por completo.
—¿Quién es esa chica? —le preguntó a la recepcionista—. ¿En qué departamento trabaja?
—No lo sé. Es la primera vez que la veo, seguridad —dijo, llamando al guarda.
Pero éste ya había echado a andar detrás de la joven.
—¡Espere, señorita, tiene que firmar! – dijo el guarda.
Enojada y absorta en sus propios pensamientos, Bella se detuvo delante del ascensor y apretó el botón. Hacía más de siete años que no visitaba el despacho de su padre. Entonces tenía dieciocho años y se había presentado por sorpresa un miércoles por la tarde. Aquel día era el cumpleaños de su madre y Bella había viajado hasta Londres para hacerle volver a casa antes del fin de semana. Por aquel entonces su madre aún estaba convaleciente de una mastectomía, pero él sólo se había dignado a enviarle una fría postal de felicitaciones. «Una mísera postal...», pensó Bella para sí con amargura y rabia, reviviendo lo que había ocurrido después. Al abrir la puerta del despacho, se había encontrado con una imagen que jamás podría olvidar: la joven secretaria, semidesnuda sobre el escritorio, y su padre, inclinado sobre ella... su padre... un mujeriego empedernido... un adúltero despreciable... una rata mentirosa... el hombre al que su madre amaba a pesar de todo...
El ascensor no tardó en bajar y Bella subió rápidamente. Esa vez tendría que acompañarla, por las buenas o por las malas... en esa ocasión, su padre había argumentado que, con la adquisición de la empresa por parte de Cullen Holdings, estaba hasta arriba de trabajo y no podía ir a visitar a su madre. En la última visita que le había hecho ella a la residencia en la que estaba, el doctor le había dicho que el corazón de su madre estaba muy débil a consecuencia del tratamiento para el cáncer de mama y el atropello que había sufrido después. Según le dijo, como mucho le quedaba un año de vida, pero podía morir en cualquier momento.
En esos momentos, las puertas del ascensor se abrieron y ella salió. Edward fue hacia el guarda de seguridad y apretó el botón del ascensor.
-Lo siento, señor, se nos ha escapado. Pero este ascensor sólo para en la última planta, donde está la sala de juntas y el despacho del señor McCarthy. El otro despacho de la planta es el del señor Swan, el director financiero de la empresa, pero esa joven no era su novia... su secretaria —se apresuró a decir, corrigiéndose a sí mismo—. Quizá la joven quisiera verle a usted.
-No te preocupes, Joe —dijo Edward, mirando la plaquita que el empleado llevaba en la solapa—. Estabas distraído, y si lo que dices es cierto, entonces esa señorita no irá a ninguna parte. Puedes volver a tu puesto. Las puertas del ascensor se abrieron y Edward y Emmett entraron rápidamente.
-¿Crees que la chica te estaba buscando? — le preguntó Emmett con una sonrisa—. ¿O debería decir «persiguiendo»?
-Eso sería tener mucha suerte —dijo Edward, quitándose importancia.
Sin embargo, no era nada inusual que las mujeres fueran detrás de él. En una ocasión un reportero del corazón había dicho de él que era un «imán para las féminas», y lo cierto era que no se equivocaba en absoluto; millonario, apuesto, con cara de chico malo y una nariz rota que lo hacía irresistible.
—Tú sospechas de este tipo, ¿no es así, Emmett?
-Sí.
-Creo que es un hombre casado, ¿no?
—Sí, casado y con una hija, creo.
—Y por lo que parece, el hombre tiene una amante, y ésas no salen nada baratas. Bueno, parece que tus sospechas son más que fundadas, Emmett.
Bella irrumpió en el despacho de su padre y entonces se detuvo. Él estaba sentado detrás del escritorio con la cabeza entre las manos. Desconcertada, la joven le llamó suavemente.
—¿Papá? - El levantó la cabeza.
-Oh, eres tú —dijo su padre, irguiéndose—. ¿Qué estás haciendo aquí? No, no me lo digas —levantó una mano—. Has decidido emprender otra de tus misiones moralistas y quieres que vaya a visitar a tu madre, ¿no?
 - Bella se dio cuenta de que seguía siendo el mismo bastardo egoísta de siempre.
-Qué tonta soy —dijo, sacudiendo la cabeza con desprecio—. Por un momento pensé que estabas pensando en tu esposa —le espetó con sarcasmo y furia. Miró a su alrededor y localizó el despacho de secretaria. Vacío.
-Bueno, ya estoy cansada de tus mentiras y de tus engaños y, por una vez en tu vida, vas a hacer lo correcto y me vas a acompañar a ver a mamá.
-Ahora no, cariño —le dijo él, incorporándose y ajustándose la corbata.
En ese momento Edward Cullen entró en la estancia, justo a tiempo para oír el apelativo con el que Swan se había dirigido a la joven. «Cariño...»
—¿Qué pasa? ¿Una de tus «chicas» te ha dejado en la estacada? Y las llamó «chicas» deliberadamente —le dijo Bella, esbozando una sonrisa mordaz.
Pensando que había puesto el dedo en la llaga, la joven vio palidecer a su padre, pero entonces se dio cuenta de que él miraba más allá de ella.
Rápidamente los labios de Charles Swan esbozaron una sonrisa que apenas le llegó a los ojos. Su mirada estaba llena de miedo.
«¿Qué sucede?», se preguntó Bella, sintiendo un extraño escalofrío. Alguien acababa de entrar en el despacho.
-Señor McCarthy, no esperaba que volviera tan pronto.
Bella se puso rígida. Su padre dio un paso adelante, ignorándola por completo.
— Charly, te presentó al señor Cullen.
-Señor Cullen, es un placer conocerle.
Por su tono de voz, Bella se dio cuenta de que aquel inesperado encuentro estaba muy lejos de ser un placer para su padre. «Cullen...», repitió para sí, reconociendo el nombre de inmediato.

En alguna ocasión, su padre le había dicho que el tal Cullen iba a absorber la empresa y poco después había leído un artículo sobre él en el periódico. Al parecer, aquel hombre era un magnate italiano que engullía compañías a diestro y siniestro; un multimillonario prepotente que se dejaba ver en compañía de modelos despampanantes con la cabeza hueca. «Increíble...», se dijo Bella, perpleja, por una vez parecía que su padre decía la verdad. Si aquel hombre era el nuevo propietario de la empresa, entonces quizá tuviera que trabajar todo el fin de semana. Pero ella estaba dispuesta a evitarlo a toda costa...


Hola soy yo de nuevo, espero poder pasar todas las adaptaciones que ya están listas y publicadas en FF, por lo que espero no tardar para después comenzar la adaptación de "Amantes".
Espero que les guste.

Besos Ana Lau

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