sábado, 28 de marzo de 2015

Apostando por el amor Cap. 1

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Jacqueline Baird yo solo me adjudico la adaptación para su disfrute.


Summary: Bella lo habría dado todo por el amor de Edward Cullen, hacía diez años, pero él la rechazó con crueldad.

Así que lo más sensato era olvidarse de la apuesta que acababa de hacer, pero el deseo la venció; se dijo que lo hacía por venganza y porque ahora era una digna rival del arrogante griego.




Capítulo 1



- ¡Silencio! - Alice colgó el auricular y recorrió con la mirada la atestada sala de su apartamento—. Era el portero; Jasper viene de camino —su mirada se detuvo en la atractiva castaña que estaba de pie, cerca de la puerta—. Apaga las luces —le pidió, y fue a reunirse con ella.
Bella apagó la luz y miró a su anfitriona.
— Lista para la acción —la tranquilizó. Alice era bajita, de pelo negro y rizado y ojos verdes, y esa noche parecía nerviosa.
— ¿Crees que le gustará una fiesta sorpresa por su cumpleaños?
— ¡Alice, tu marido os adora a ti y a esos terribles gemelos; sabes que cualquier cosa que hagas le parecerá bien!
— Sí, tienes razón... ¿Qué me dices de nuestra apuesta, aún sigue en pie?
Bella miró a los invitados reunidos en la amplia y cómoda sala, todos ellos amigos de Jasper y Alice.
— Por supuesto —sonrió—Pero con toda justicia, debo decirte que, puesto que todos los invitados han llegado y los solteros que están aquí son amigos míos, lo voy a tener muy fácil. Saldré durante un mes con el primero que cruce esa puerta. Es muy probable que gane.
— No importa —sonrió Alice, maliciosa—. Estoy dispuesta a arriesgarme.
— Bien —dijo Bella, estrechando la mano de su amiga.
La puerta se abrió y Jasper, un hombre alto y de pelo rubio, entró en la habitación.
— ¿Qué diablos...?
En la sala resonaron los acordes de «Cumpleaños feliz», y cuando Bella encendió la luz, dejó de cantar y abrió los ojos horrorizada, al ver al hombre de pelo cobrizo y ojos verdes que había entrado detrás de Jasper. «Oh, no», gimió, «no es posible...» Trató de perderse entre el grupo que rodeaba al agasajado, pero en el entusiasmo del momento, se encontró al lado del hombre a quien trataba de evitar. Un brazo fuerte le rodeó la cintura y el hombre la miró.
— Hola, Bella. Te veo muy bien —sonrió con cinismo—. Pero debo reconocer que no pensé que fueras amiga de Jasper y Alice.
— Yo podría decir lo mismo de ti —logró responder Bella, aún aturdida por la sorpresa, y se dio cuenta de que él no parecía muy sorprendido de verla allí. Pensó que eso era absurdo, alejándose de él.
Entró en el comedor, cerró la puerta y se apoyó contra ella. Le temblaban las piernas y el corazón le latía aceleradamente. Miró la cena que había ayudado a preparar y que esperaba disfrutar, pero ahora había perdido el apetito. Maldijo en voz baja. ¿Qué hacía Edward Cullen, el magnate griego, de fama internacional, en la fiesta de Jasper? Una fiesta familiar no era su estilo, pensó con amargura. Ni siquiera sabía que Jasper conociera a ese hombre.
Cerró los ojos y se borraron diez años de su vida.
Tenía un nudo en la garganta y tragó saliva, sintiendo de nuevo el viejo dolor de su adolescencia. A los dieciocho años, Edward casi la había destruido, y ahora reaparecía en su vida. Era el último hombre sobre la faz de la tierra a quien quería ver. Respiró con fuerza y se acercó a la mesa. Se dijo que su reacción era exagerada.
¿Qué importaba que Edward estuviera en la fiesta? Ya no era una ingenua adolescente, sino una mujer madura de veintiocho años. Jasper y Alice eran sus amigos y no iba a permitir que la inesperada aparición de Edward la atemorizara y la hiciera abandonar la fiesta.
Sonrió con ironía al recordar que Edward era el primer soltero que había cruzado el umbral. ¡Bien, había perdido la apuesta! No podría salir con él durante un mes. Había sido una apuesta estúpida y debía aceptarlo... Alice había ganado. Tendría que pasar ocho fines de semana cuidando de los gemelos de cinco años. Ella tenía la culpa, pero no le importaba; quería a los dos niños y su vida social no era muy interesante.
Todo había empezado esa misma tarde. Bella había prometido llegar a las tres para ayudar a preparar la cena. Alice no quería camareros, porque había dicho que no estaría bien organizar una fiesta sorpresa para su marido y después pasarle la cuenta. Bella había planeado salir temprano de la oficina, pero se retrasó a causa de Ángela, su compañera, a quien se encontró llorando desconsoladamente. El hombre del departamento de asesores con quien salía desde la fiesta de Navidad, hacía tres meses, al fin la había llevado a la cama. Por desgracia, Ángela soñaba con campanas de boda, pero a la hora de la comida, al entrar en un bar cercano, alcanzó a oír que dos hombres del personal hablaban con su novio y vio que unos billetes cambiaban de manos.
Por lo visto, habían hecho una apuesta sobre las semanas que necesitaría para llevársela a la cama.
Bella llegó a la casa de Alice con dos horas de retraso, pensando con furia que los hombres eran unos canallas, y declaró que por una vez le gustaría hacer lo mismo con uno de ellos. Además, se sentía culpable, porque era ella quien había persuadido a la joven de que asistiera a aquella fiesta de la oficina.
Compadecía a Ángela, que recientemente había llegado del norte de Inglaterra para trabajar en Londres.
— Bien, ¿por qué no lo haces? —la retó Alice después de oír su colérico discurso.
Bella jamás apostaría dinero, pero Alice era muy astuta y sabía qué era lo único que la tentaría. Las dos jóvenes se habían conocido hacía seis años en la subasta de una casa de campo. Las dos estaban interesadas en la misma pieza: una preciosa escultura de marfil con ojos de jade. Bella tenía una modesta colección de figurillas y quería el pequeño Buda, pero Alice ofreció más que ella. Después de la venta, Bella la felicitó y las dos empezaron a charlar. Se hicieron amigas a pesar de ser muy diferentes. Alice no trabajaba desde que se había casado, hacía un año, y estaba embarazada de los gemelos, mientras que Bella progresaba en su trabajo para una importante aseguradora.
La música y las risas hicieron que Bella volviera a la realidad. Debía regresar al lado de los demás y enfrentarse a Edward Cullen... pero no podía. Sólo con un gran esfuerzo de voluntad, logró erguir los hombros y sonreír cuando se abrió la puerta del comedor, pero se relajó al ver quien era.
— Bella, me preguntaba dónde estabas —Alice sonrió ufana y añadió—: Eres muy afortunada, ¿has visto a Edward Cullen? ¿No te alegras de haber hecho la apuesta?
— ¡No! Y tú ganas. Puedes decirme qué fines de semana quieres que venga a cuidar de los niños.
Alice se detuvo frente a ella y contempló su rostro sombrío.
— Vamos, Bella, no puedes acobardarte. En los seis años que hace que te conozco, nunca has salido con el mismo hombre más de un par de veces. ¿Tienes miedo de descubrir que te gustan los hombres?
— No, por supuesto que no, pero... — ¿cómo podía explicarle lo que sentía? Alice jamás lo entendería. Estaba felizmente casada con un hombre que la amaba y que tenía un buen puesto como director de un banco mercantil. Poseían una casa en Surrey y ese magnífico apartamento en la ciudad. Los dos se adoraban y el complemento de su felicidad eran los gemelos. En cambio, a Bella la habían herido profundamente en su adolescencia y había jurado que jamás se comprometería con un hombre. Tenía un buen trabajo, era independiente y así quería seguir.
— Jamás pensé que fueras cobarde —declaró Alice—. Permíteme presentarte a Edward; es un gran tipo. Jasper lo llevó a Surrey el fin de semana pasado y de inmediato pensé que era perfecto para ti.
— Espera un momento —Bella la miró con desconfianza—... Jasper llamó para decir que venía de camino — murmuró, y vio que su amiga se sonrojaba—. Tú sabías que traería a ese hombre cuando hicimos la apuesta.
— Mea culpa —reconoció Alice, nada avergonzada—. Pero, ¡una apuesta es una apuesta y él es fascinante!
— Es inútil, Alice, estás perdiendo el tiempo, por la sencilla razón de que ese nombre jamás me invitará a salir —Bella sabía que eso era cierto, pero no tenía intención de decirle a Alice cómo lo sabía. Ciertas cosas eran demasiado dolorosas para discutirlas, incluso con su mejor amiga.
— Vamos, no seas ridícula —Alice retrocedió y examinó a su amiga de pies a cabeza—. Estás preciosa con ese vestido rojo. ¿A quién tratas de engañar? Un aleteo de esas pestañas increíblemente largas y él caerá a tus pies. Tu problema es que no puedes aceptar que eres muy atractiva. Incluso mi Jasper asegura que, cuando cruzas una habitación, eres como un imán que atrae la mirada de todos los hombres.
— Los halagos no te llevarán a ninguna parte. Créeme, Edward Cullen no me invitará a salir, ni aunque me desnude delante de él —Bella no se dio cuenta de su tono amargo ni de la mirada interrogante de su amiga y continuó—: Tal vez soy una mujer liberada, pero cuando hicimos la apuesta tú precisaste que yo no invitaría al hombre. Él tiene que invitarme, y en este caso, eso no sucederá.
— Piensa en la figurilla, el exquisito Buda con los ojos de jade —la tentó Alice, burlona—. Salir un mes con el atractivo Edward no te matará, y espero que por lo menos trates de respetar el espíritu de la apuesta.
Bella no pudo responder, porque una voz masculina las interrumpió:
— Las dos mujeres más bellas de la reunión —Jasper se detuvo al lado de su mujer y le pasó un brazo por los hombros—. Pero debería enfadarme contigo, Alice; ahora todos saben mi edad —inclinó la cabeza y besó a su mujer, antes de añadir— El pobre Edward pensó que sólo recogería unos papeles y se iría —se volvió para mirar a Bella—. Permíteme que te presente a Edward, un compañero de negocios. Quiero que lo atiendas y te asegures de que cene bien, mientras yo me encargo de mi mujer.
— Feliz cumpleaños, Jasper —Bella sonrió forzada y se inclinó para besarlo en la mejilla, ignorando deliberadamente al hombre a su lado.
No quería tener nada que ver con el arrogante griego, pero él tenía otra idea. Edward se acercó y estrechó la mano de Bella antes de que ella pudiera evitarlo, y su mirada se detuvo con frialdad en el ruborizado rostro de Bella.
— No es necesario que nos presentes, Jasper; Bella y yo somos viejos amigos. Nos conocimos cuando ella era una periodista novata —le soltó la mano y se volvió hacia Jasper—. Aunque, debido a la naturaleza tan confidencial de tu trabajo, me sorprendí cuando mencionaste que Bella, una periodista, era amiga vuestra...
Jasper se echó a reír, mientras que la mirada inquisitiva de Alice iba del griego a Bella.
— ¿Bella, periodista? —Alice hizo una mueca—. Creo que la confundes. Bella trabaja en la Mutual Save and Trust Company. De hecho, es su principal supervisora. Puede oler un fraude a kilómetros de distancia.
¿Qué habría querido decir Edward con eso de que «era amiga vuestra»? ¿Sabía que ella estaría allí esa noche?
No, era imposible. En ese momento, alguien la llamó:
— Bella, te estaba buscando. Ya te he servido tu ginebra.
«Gracias a Dios», pensó agradecida al ver a Mike y, murmurando una disculpa, se alejó para reunirse con los demás.
— Gracias, Mike —cogió el vaso que él le ofrecía—, sentémonos a charlar —le sugirió, sonriendo.
Quería abrazarlo por haberla sacado de esa difícil situación, pero dudaba de que él lo apreciara, ya que ella era una de las pocas personas que sabían que Mike prefería a los de su propio sexo.
Encontraron un sillón desocupado. Bella se sentó, con un suspiro de alivio, y tomó un buen sorbo de su ginebra.
— No tienes ni idea de lo mucho que lo necesitaba —se volvió a mirar a Mike, que estaba sentado en el brazo del sillón.
— No puedo creerlo. Bella, la doncella de hielo, alterada y, si no me equivoco, por un hombre —bajó la cabeza y le murmuró al oído—: Puedes hablarme de ello, Bella; tu secreto estará a salvo conmigo, igual que el mío contigo.
— Mike, no me pidas que te lo explique, sólo permanece a mi lado el resto de la velada —lo miró, sombría—. Finge que somos buenos amigos.
— No necesito fingir, lo somos y te protegeré del griego.
— ¿Cómo...? —lo miró, sorprendida, y se interrumpió.
— No se necesita ser un genio para saberlo. Es el único desconocido y además es muy atractivo. Lo vi al entrar, pero al momento supe que no era para mí, lo cual es una lástima.
Bella no pudo evitarlo y se echó a reír. La idea de que Mike sedujera a Edward era atractiva. Terminó su bebida y fingió estar muy divertida con las extravagantes historias que le contaba Mike. Pero un radar interno le avisó cuando Edward entró en la habitación. No podía verlo, pero sentía que él la observaba.
Alguien puso música y varias parejas empezaron a bailar. Bella lo vio entonces, bailando con una rubia.
Bailar no era la palabra, pensó disgustada. La mujer le había echado los brazos al cuello y las manos de Edward estaban sobre el trasero de la mujer. No había cambiado en diez años. Él miró por encima del hombro de su pareja; vio que Bella lo observaba y sonrió. Ella se sonrojó y apartó la mirada. Hacía años creyó estar enamorada de Edward Cullen. Habían sido unas semanas mágicas en la isla de Corfú; el sol, el mar y la arena; un cuerpo masculino vibrante y bronceado...
Apuró el resto de su bebida y apartó de su mente el recuerdo. Sólo había sido un enamoramiento infantil del que se había recuperado, pero aún quedaban el dolor y la humillación. Se puso de pie con brusquedad y cogió de la mano a Mike.
— Vamos al bar por otra bebida. Creo que la necesito —concluyó y rodearon a las parejas que bailaban para dirigirse al improvisado bar.
Se sirvió su segunda ginebra y, de espaldas a la sala, bebió con demasiada rapidez. Sin embargo, tenía la extraña impresión de que Edward la observaba y se reía.
— Tómate las cosas con calma —le aconsejó Mike, cuando ella le tendió el vaso vacío para que le sirviera más—. Sólo una hora más y luego te llevaré a casa.
— Desaparece Mike —los interrumpió la voz risueña de Alice.
Bella suspiró, bebió un sorbo y miró a Alice.
— Es una fiesta encantadora —comentó con cortesía, y en sus ojos dorados brilló una advertencia más clara que las palabras de que no quería hablar de Edward Cullen.
— No trates de intimidarme con tu ceño. Quiero algunas respuestas. A: ¿cuándo fuiste periodista? B: ¿cómo conociste a Edward? Y la más importante, ¿tuviste una aventura con él? Me conformo con eso, para empezar.
Bella pensó en negarse a responder. Luego, no supo si era por la bebida o porque ya había recuperado el control, decidió hablar. Alice era su amiga y Edward Cullen no significaba nada para ella.
— Nunca he sido periodista, eso sólo fue un malentendido del señor Cullen. Lo conocí cuando yo tenía dieciocho años y fui a pasar las vacaciones de verano en Corfú. En cuanto a lo de si tuve con él una aventura, ¿qué crees tú? —preguntó, desdeñosa, y miró a su amiga a la cara. Ignoró la expresión de advertencia en sus ojos y continuó— ¡Concédeme algún crédito! Las aventuras de ese hombre suman una legión y están muy bien documentadas por la prensa; la reputación de ese cerdo es tan negra como la noche.
— ¿Significa eso que ahora que amanezca, mi reputación va a mejorar? —indagó al oído de Bella una voz burlona.
Bella se dio media vuelta y el vaso resbaló de su mano, pero el hombre a su lado logró sujetarlo y sólo unas gotas salpicaron su impecable traje.
— Traté de advertírtelo —murmuró Alice, y se perdió entre la multitud.
Bella se quedó inmóvil, como si fuera de piedra, y se sonrojó.
— No respondes, Bella; pero recuerdo que siempre tuviste la habilidad de callar cuando te convenía —declaró en tono duro. Los ojos oscuros la estudiaron descaradamente de pies a cabeza—. Debo reconocer — confesó, fijando de nuevo la mirada en el sonrojado rostro de Bella—, que mi recuerdo de tu delicioso cuerpo no te hace justicia. Has madurado y te has convertido en una mujer deslumbrante, Bella.
Después de recobrarse de su desconcierto por la intervención de Edward en la conversación, Bella también lo observó.
Había olvidado lo masculino que era. El traje azul marino a rayas se ajustaba a la perfección sobre los anchos hombros, y el pantalón delineaba los musculosos muslos. Despacio, alzó la cabeza y lo miró a la cara. La camisa de color azul pálido contrastaba con la piel bronceada. Vio que el pelo cobrizo empezaba a encanecer; de hecho, tenía dos mechones plateados en las sienes. Ahora debía de tener casi cuarenta años, porque cuando lo conoció tenía veintinueve.
¡Diez años! Parecía imposible.
— Siento no estar vestido para una cena formal, pero, ¿paso el examen? —preguntó Edward, burlón.
— Olvídalo, prefiero que te alejes —logró responder, cortante, y se enorgulleció del tono frío de su voz.
— Vamos, ¿ésa es la forma de recibir a un viejo amigo? Sería mucho más aceptable que bailaras conmigo —antes de que ella pudiera protestar, un brazo fuerte rodeó su cintura. Con la otra mano, Edward le quitó el vaso y oprimió su mano contra el amplio pecho.
— No quiero bailar —replicó rígida.
— Vamos, Bella —insistió él, estrechándola en un contacto íntimo contra su cuerpo viril.
Bella pensó que, si no quería hacer una escena frente a todos, tendría que bailar con él. Se dejó guiar y trató de controlar su temblor interno. ¿Qué le sucedía?, pensó, aturdida. Despreciaba a Edward, pero cerca de ese cuerpo duro, con la mano fuerte sujetando la suya contra su pecho, sentía el increíble impulso de cerrar los ojos y relajarse. De pronto, él habló:
— ¿Desde cuándo renunciaste a los reportajes?
Bella apretó los dientes y tragó saliva. No dejaría que le tendiera una trampa, se juró. Jamás había sido periodista, ni había considerado la idea. Pero su padre era editor de un periódico sensacionalista norteamericano y eso había bastado para que el joven Edward Cullen...
— ¿Qué sucedió? ¿No pudiste competir con tu padre?
— Mi padre murió —replicó, tratando de persuadirse de que el estremecimiento que le recorría todo el cuerpo era de cólera.
— Lo siento. No lo sabía.
Bella echó la cabeza hacia atrás y lo miró a la cara. Sus ojos brillaron coléricos al tropezar con la mirada de Edward.
— No lo sientes, no mientas. Tú lo despreciabas — dijo, furiosa, y trató de apartarse, pero él la sujetó con más fuerza.
— Nunca miento. Siento la muerte de cualquier ser humano —la miró a los ojos—. No despreciaba a tu padre, sólo a la basura de periódico para la cual trabajaba. ¿Cómo podía odiarlo si no lo conocía? —la boca firme se relajó en una sonrisa—. Pero a ti, Bella, sí te conocí de una manera muy personal, o por lo menos eso creí entonces.
— Pues te equivocaste; nunca me conociste —le aseguró con firmeza, ignorando su sonrisa sensual.
— Entonces, tal vez podamos corregir eso. Acepta cenar conmigo mañana por la noche.
Ella dejó escapar un jadeo de sorpresa. La arrogancia de ese hombre era increíble. ¡Invitarla a cenar cuando la última vez que la vio la calificó de algo peor que una prostituta! Las palabras estaban grabadas en su cerebro y aún podía oír su voz desdeñosa: «Por lo menos, una prostituta tiene la honestidad de poner un precio. Pero las mujeres como tú me revuelven el estómago. Desangran a un hombre antes de que el pobre tipo sepa siquiera por lo que está pagando».
Bella no había respondido entonces, y tampoco lo hizo ahora. La invadió una oleada de frío y contempló el atractivo rostro.
— No, gracias —replicó cortésmente. En ese momento terminó la melodía. Apartó su mano de la de él y añadió— Gracias por el baile.
— ¡Espera! —la sujetó de un brazo, cuando ella se disponía a alejarse—. ¿Por qué no? Voy a estar un mes en la ciudad y podríamos divertirnos.
Bella miró los largos dedos morenos que le ceñían el brazo y se estremeció de disgusto. Alzó la cabeza y Edward se colocó frente a ella, bloqueándole el paso.
— Después de todo, Bella, ya no eres una adolescente, sino una mujer madura. Mejor aún, no eres periodista, como yo creía. No veo que haya ningún problema si volvemos a tratarnos durante un tiempo.
Lo más sorprendente era que en realidad creía lo que decía, pensó Bella. Edward se acercó más a ella y le hizo sentir su cálido aliento en la mejilla.
— Alice me comentó que por el momento no tienes compromiso, ¿aceptas entonces? —murmuró él contra su sien, y sus labios rozaron la tersa piel—. Aún recuerdo lo buenos que éramos en la cama —añadió con voz ronca.
Después, Bella se preguntaría una y otra vez por qué había aceptado. ¿Había sido por la apuesta de Alice? ¿O se debió a la roja niebla de furia que la envolvió cuando Edward le recordó su pasada relación íntima?

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