sábado, 28 de marzo de 2015

Vidas Secretas Cap. 6

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.

Capítulo 6


La afirmación de Edward quedó suspendida en el aire entre los dos como una bomba sin explotar, pero que podría hacerlo en cualquier momento.
-¿Tanto te alteró la posibilidad de perder a tu hijo?
-Si eso es lo que quieres creer, sí -dijo él, con la mandíbula tensa.
-Lo siento.
-Tú que procedes de una familia de rancia estirpe, comprenderás la importancia de que nuestro niño crezca en Grecia como un Cullen.
-Lo que yo comprendo es la importancia de querer a mi bebé, no porque pertenezca a una familia u a otra. Lo querré igual tanto si es un Swan como un Cullen. ¿Puedes tú afirmar lo mismo?
-Parece que me consideras incapaz de sentir ninguna emoción -dijo él con las facciones rígidas-. ¿Para qué molestarme en responder? ¿Quieres postre?
-No -después de haberlo mortificado así, no podría comer nada.
-Entonces, volvamos al hotel. Si vamos a seguir discutiendo, será mejor que lo hagamos en privado.
Volvieron al hotel en silencio. Ella se sentía culpable. El hecho de que Edward no la quisiera no indicaba que fuese incapaz de sentir amor por su hijo. Ella no había tenido derecho de insinuar o contrario.
Cuando finalmente llegaron a la suite, seguía pensando en cómo disculparse.
-Edward...
-Déjalo, ¿quieres? -se frotó la frente-. Estoy cansado.
Se quedó atónita al oírlo reconocer su debilidad.
-¿Crees que yo no me puedo cansar como cualquier hombre? -preguntó él con una mueca irónica-. Todos tenemos nuestros límites, pethi mou.
En los doce meses que ella había vivido con ella, nunca lo había hecho.
-Llevo tres meses durmiendo mal, desde que comencé a buscarte -admitió él, sorprendiéndola más todavía-. Creía que una vez que te encontrase, todo se solucionaría. Que aceptarías casarte conmigo. Y que tomaríamos el siguiente avión hacia Grecia para que pudieses conocer a mi abuelo. Creía que tendría que aplacar tu enfado, No que me odiarías así.
-Ya te he dicho que no te odio -lo corrigió ella.
-Pero no te quieres casar conmigo. No sé qué hacer. Del mismo modo que tú encontrarse que ser modelo era la única solución a las dificultades económicas de tu familia, yo veo que el matrimonio lo es para nuestra situación.
-Ya lo sé -suspiró ella.
-Y me siento sexualmente frustrado -dijo él con una amarga carcajada-. No me gusta privarme del sexo. No he hecho el amor con nadie desde que te dije que me casaba con Rosalie.
Para Edward, que disfrutaba mucho con el sexo, aquello le resultaría largo como un día sin pan. Con razón estaba raro. Bella no sabía por qué él se había abstenido, pero algo dentro de sí se alegró tremendamente de ello.
-Ya veo, ya.
-Lo dudo, pero quizá lo hagas algún día -una expresión de sensualidad reemplazó la de cansancio-. Me podrías ayudar, ¿no?
-Cre… creo que me iré a la cama temprano -dijo ella, retrocediendo hacia su dormitorio-. To... tomar una ducha, qui… quizá leer un libro.
Recordó la imagen de la primitiva sonrisa de él al cerrar la puerta que daba a su dormitorio. Echó el cerrojo por si acaso. No podía acostarse con él nuevamente. Se sentía demasiado vulnerable y necesitaba pensar. No podría hacerlo con claridad si él la influía con su naturaleza apasionada.
Con los ojos cerrados, Bella se aclaró el champú del cabello, disfrutando de la sensación del agua caliente. La ducha, con sus chorros de diferentes presiones, era una gozada. Hizo un esfuerzo por pensar en Edward. Él tenía el mismo derecho que ella a querer a su hijo y, además, el niño merecía recibir el amor de los dos. Edward le había dejado claro que aquello era posible, pero él no la amaba. ¿Era correcto hacer que el niño pagase el precio de sus sueños destruidos? Su hijo sufriría las consecuencias si ella no se casaba con Edward; nacería fuera de los lazos del matrimonio. Para muchos, eso no sería importante, pero sí lo sería para la familia griega y sus futuras relaciones de negocios. Su propia madre quizá no lo aceptase nunca. Y ella no quería destruir a su madre, que ya era demasiado mayor para cambiar.
A pesar de la cabezonería de su progenitora, Bella la quería y deseaba que fuese feliz.
Se aclaró el champú de los ojos y cuando los abrió, se dio cuenta de que estaba a oscuras. ¿Un corte de luz? ¿No tenían generadores los hoteles? El chorro superior de la ducha se interrumpió. Extrañada, alargó la mano hacia la pared, pero en vez de los grifos, tocó piel desnuda. ¿Qué...?
-¿Edward?
-Sí, soy yo -dijo él y su voz la envolvió, cálida como el agua que los rociaba.
-No deberías estar aquí.
-¿No?
-No. El sexo no resolverá nuestros problemas. Es lo que los empezó -dijo, pero su cuerpo temblaba de deseo de unirse al de él-. Tenemos que hablar.
-No, no fue el sexo. Cuando hacemos el amor es como un poema de extraña belleza. Las palabras son las que nos han separado. Mis palabras. Tus palabras. No quiero que ello continúe, no puedo permitir que continúe así.
La urgencia de la voz masculina la afectó tan profundamente como las emotivas palabras y sintió que las lágrimas le hacían un nudo en la garganta. Tenía razón. El amor siempre había sido hermoso entre ellos dos. Aceptó la verdad: seguía enamorada de Edward Cullen. Siempre lo estaría. El amor que sentía por él había calado demasiado hondo en ella.
Emitió un gemido de ansia y los brazos masculinos se cerraron en torno a ella, estrechándola. Los labios conocidos sellaron los suyos con pasión y abrió la boca, entregándose al vínculo que ni el rechazo, ni la distancia y el tiempo habían logrado cercenar. Sedienta de su contacto, deslizó sus manos por el sólido pecho y él echó la cabeza hacia atrás, estremeciéndose.
-Sí, moro mou, tócame. Necesito que me toques -susurró Edward.
No titubeó en complacerlo. Había intentado huir de aquello, pero lo había echado de menos desesperadamente. Lo acarició y él rozó una y otra vez su vientre con su carne palpitante y rígida.
El recuerdo de la sensación de aquella carne dentro de sí la hizo desfallecer, pero él la sujetaba con fuerza por la cintura. Lo acarició, recorriendo el torso con las manos, ebria de pasión e, inclinándose, le mordisqueó la tetilla, rozándolo con rápidos movimientos de su lengua. Él se movía contra ella con un deseo casi incontrolado. Al menos en aquel aspecto era de ella, completamente. Edward gimió roncamente.
-Quiero que salga tan bien, que nunca volverás a dejarme -dijo, con un fervor que daba miedo. La empujó por los hombros hasta que ella se apoyó contra la pared de azulejos-. Apoya tus manos contra la pared y no te muevas.
-De acuerdo -dijo ella, porque sabía que él nunca le haría daño.
Los dedos masculinos le recorrieron las mejillas hasta que le rozó los labios con uno y se lo metió en la boca. Ella sintió que se le humedecía la entrepierna y chupó aquel cálido dedo que entraba y salía de su boca. El continuó la lenta caricia con la otra mano, rozándole el cuello hasta llegar al pecho izquierdo. Se detuvo allí, explorando los cambios que le había causado el embarazo.
Estaba más grande y más sensible. Pareció darse cuenta de ello, porque su contacto fue leve como una pluma al tomarle el pecho con los cinco dedos y deslizados hacia el pezón, cerrándose sobre éste y dándole un ligero apretoncito. Volvió a hacer lo mismo una y otra vez hasta que ella creyó que se moría de deseos de sentir sus labios repitiendo la caricia.
-Edward, por favor... con la boca...
-Todavía no, ¿vale? -rió él roncamente y luego le quitó la otra mano de la boca para acariciarle el otro pecho de la misma manera hasta que ella comenzó a sacudirse contra la pared en una agonía de deseo.
-Por favor... -repitió.
Edward se arrodilló frente a ella y tomó una tensa punta entre sus labios.
Comenzó chupándola suavemente, pero luego aumentó la presión hasta que el placer fue casi insoportable y ella lanzó un alarido.
-Más, por favor... Oh, Dios santo... ¡Basta! No puedo soportarlo más. No... ¡No pares! Más. ¡Ahora, Edward! Ahora... -el orgasmo le sobrevino con una explosión de color en la negra oscuridad de la ducha.
Se tambaleó contra la pared, pero él no había acabado. Le recorrió con los labios el vientre. La exploración anterior no había sido nada en comparación con la forma en que él acarició con veneración cada nueva curva, cada centímetro de la tensa piel de su abdomen.
-Moro mou -decía, besándola-. Yineka mou -le recorrió la piel. Eran su bebé, su mujer-. Nunca más te dejaré ir.
Ella no pudo responder. ¿Qué podría decirle? El actuaba como si ella lo hubiese abandonado a él, causándole daño. No sabía si podría creerlo, pero en aquel momento no tenía tiempo para darle vueltas a aquello. Los labios masculinos llegaron a su sitio más secreto. La besó allí, un suave saludo y luego le apretó los muslos con ambas manos para cerrárselos.
Ella no estaba preparada para que la penetrase con la lengua, pero él no le volvió a separar las piernas, sino que le acarició el sitio más íntimo con la puntita. Era increíble la sensación de tener los muslos tocándose y la henchida feminidad apretada y rodeando el húmedo estímulo de su lengua.
Sintió que el placer comenzaba a convertirse en éxtasis nuevamente. Las lágrimas le corrieron por las mejillas y se mezclaron con el agua que le bañaba la piel mientras decía su nombre una y otra vez. Las manos masculinas se movieron para tomarla del trasero y ella se apretó contra la exploración de su boca, moviéndose en una entrega incontrolable.
Luego él le metió uno de los dedos donde hacía más de cuatro meses que nadie la tocaba y ella se desmoronó, sollozando de placer y repitiendo su nombre. Él no se detuvo y ella se apoyó contra él, sacudiéndose de forma convulsiva una y otra vez hasta que se quedó sin fuerzas, perdiendo el sentido.
Lo recobró en la gran cama de Edward. Él la secaba con suaves movimientos. La dorada luz de la mesilla iluminaba sus morenas facciones.
-Así que has decidido despertarte -le sonrió él.
-Me desmayé -dijo ella, incrédula.
-Cuando los sentimientos son muy intensos, he oído que a veces sucede, pero sólo me ha pasado contigo, yineka mou.
-Gracias -dijo ella, porque le había dado un placer que nunca había imaginado, ni siquiera en sus brazos.
-Soy yo quien debe agradecértelo -dijo él, clavando sus ojos del color de las esmeraldas en los de ella-. Nunca he experimentado nada como el fuego que me produces cuando te toco -la tapó con la toalla y se puso de pie-. Te dejaré dormir en privado, si lo deseas.
La emocionó que él le diese la oportunidad de elegir en vez de aprovecharse de su debilidad. Lo deseaba muchísimo. El placer que él le había proporcionado en la ducha había sido hermoso, pero necesitaba sentir la conexión de sus cuerpos para que fuese completo.
-¿No me deseas? -preguntó, con el corazón desbocado. Tiró la toalla al suelo-. Yo sí -afirmó, alargando los brazos.
Él se apresuró a cubrirla con su cuerpo con viril posesión, penetrándola con un increíble movimiento para luego quedarse quieto.
-Esto es tocar el cielo con las manos -dijo.
Bella luchó por respirar, al sentir que se acercaba un placer que creyó no volver a sentir nunca. Él era tan grande que la llenaba totalmente, pero estaba dispuesta y la rápida penetración había sido suave y fácil. Ella también sintió la necesidad de quedarse quieta, saborear aquello que creyó perdido. Al no llevar preservativo, el contacto era más íntimo, piel contra piel. Lo miró a los ojos.
-Estamos de acuerdo -sonrió él.
-Sí -dijo, sin poder evitar devolverle la sonrisa.
Luego él comenzó a moverse, deslizándose casi completamente fuera antes de volverla a penetrar con increíble lentitud.
-¿No le haremos daño a nuestro hijo?
Ella negó vehementemente con la cabeza. El obstetra le había dicho que podía continuar las relaciones conyugales hasta el nacimiento de su niño, siempre que se sintiese cómoda. En aquel momento no había apreciado la información. Gimió cuando él volvió a deslizarse dentro.
-¿Estás segura?
Con un esfuerzo, ella se concentró lo bastante como para repetirle lo que le había dicho el doctor.
-A que no sabías que tienes una sustancia química en el semen que ayuda a ponerse de parto cuando llega el momento -añadió riendo, porque cuando el médico se lo había dicho, pensaba que se pasaría el resto del embarazo sola.
-Un Cullen sabe cumplir con su deber -dijo él, cambiando la expresión de sorpresa de su rostro por una de maliciosa sensualidad-. Me ocuparé de que tengas todas las sustancias que necesites cuando llegue el momento.
Ella rió y no le dijo que todavía se encontraba insegura de su futuro. Pero su risa y sus turbadores pensamientos se disolvieron cuando él comenzó a moverse con mayor fuerza, meciéndole el cuerpo con las manos mientras la penetraba una y otra vez con apasionado fervor.
Asombrada, Bella sintió que su cuerpo se preparaba para otra explosión de placer. Se agarró de los hombros de él y, justo cuando sus músculos se cerraban apretando el duro miembro, él se puso rígido y llegó al clímax con un grito de liberación. Por primera vez en su relación, ella sintió cada pulsación de su calor inundándola, una sensación más íntima de lo que nunca había experimentado. Antes, era como si él siempre hubiese conservado una parte de sí, pero ahora le daba lo que había creado involuntariamente la nueva vida en su vientre. Pasase lo que pasase, siempre conservaría aquel momento.

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