sábado, 28 de marzo de 2015

Vidas Secretas Cap. 7

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.

Capítulo 7


Edward se retiró de encima de ella y se acostó boca arriba, apretándola contra su costado, como si temiese perderla.
Pero ella estaba agotada y no podría haberse ido a ningún lado.
-¿Cómo entraste al cuarto de baño? -murmuro con un bostezo contra el cálido pecho-. Había echado la llave.
-¿Crees que lo único que sé es hacer dinero? El jefe de seguridad de mi abuelo me enseñó a forzar una cerradura con una ganzúa cuando tenía dieciséis años.
-¿Lo sabía tu abuelo? -rió ella suavemente, imaginándoselo aprendiendo aquella habilidad de dudosa moral.
-Fue idea suya. Cree que uno tiene que saber hacer de todo, aunque posea el dinero para pagar a alguien para que lo haga.
-Ahora entiendo que no te negaras a ayudarme en la cena. Siempre me pareció que eras muy moderno para ser un griego rico.
-Me gustaba la sencillez de nuestra vida en París.
-Sí, sí -se burló ella-. Casi te dio un síncope cuando te dije que no quería una empleada viviendo en casa.
-Me sorprendió -se defendió él-. La mayoría de las mujeres que trabajaban tanto como tú habrían estado felices de que alguien les hiciese las tareas.
-Era mi forma de mantener los pies sobre la tierra -suspiró ella y le besó el pecho-. Supongo que no quería acabar como mi madre, con mi visión del mundo y de la vida limitada por la sociedad que me rodeaba.
Pero, como su madre, había estado ciega en un aspecto de su vida: se había negado a aceptar que su relación con Edward era algo transitoria. De modo que cuando él la acabó, se sintió destruida. Pero no quería pensar en ello en aquel momento, no quería pensarlo nunca más.
Se quedaron, en silencio un largo rato.
-¿Dijiste que tu abuelo había tenido otro ataque al corazón? Nunca mencionaste el primero. ¿Por qué no me lo habías dicho?
-¿Por qué no me dijiste tú quién eras? -replicó él.
-En Francia sí que era Isabella Dwyer.
-Pero con frecuencia hacías viajes que no eran de trabajo y no me decías dónde. Supongo que eran para volver a tu vida como Bella Swan.
-Sí-confesó ella.
-Creí que tenías a alguien más.
-¿Pensabas que te engañaba con otro? -preguntó ella, sentándose de golpe en la cama. El gesto de culpabilidad de él la tomó por sorpresa-. ¡Lo creíste! -sin pensárselo dos veces, apretó el puño y le dio un golpe en el pecho. Fuerte.
Edward lanzó un gruñido y le agarró la mano.
-No lo creí. De lo contrario, habría roto contigo -dijo, más en su estilo.
-Pero pensaste que el bebé era de otro hombre.
-Sí. Esa creencia me atormentó durante una semana entera. No tengo excusa.
-No -dijo ella, lanzándole una mirada furiosa-. No la tienes.
Pero en su fuero interno tuvo que reconocer que los viajes que ella hacia a su casa podrían haber resultado sospechosos para un amante tan posesivo como Edward.
A él no le gustaba en absoluto que ella no quisiese hablar de una parte de su vida. Pero lo había hecho así para evitar entregarse a él totalmente. Tarde se dio cuenta de que aquel mecanismo de defensa no había funcionado
-Mi abuelo se negaba a someterse a la operación de by-pass hasta que le prometiese poner fecha para mi boda con Rosalie. No estaba dispuesto a dejarte, pero tampoco lo estaba para dejar que él muriese.
-¿De veras? -dijo ella, incrédula-. Siempre has dicho que tu abuelo era genial. ¿Cómo pudo hacerte chantaje para que me dejases?
-No sabía de tu existencia. Quería asegurarse de que yo cumpliría con el deber que tengo hacia el apellido Cullen.
-Y, en vez de ello, dejaste a tu amante embarazada y apareciste en una foto peleándote con ella. Se pondrá furioso si te casas conmigo.
-Estará contentísimo de ser bisabuelo y tener una nieta atractiva.
-Ya no soy hermosa, tú me lo dijiste.
-Dije que tenías aspecto de no estar bien, no que fueses fea, tonta -dijo él, tirando de la mano para acercarla a su pecho.
-Pero ya no tengo los ardientes ojos verdes -dijo ella.
-No, tienes ojos que cambian de color con tus emociones. Es fascinante.
-Tengo el cabello corto y castaño.
Él le apartó las piernas con una rodilla y su viril miembro se apoyó contra ella.
-¿Te parece esto que creo que eres fea?
Bella olvidó su pregunta al derretirse de deseo sobre él mientras la acariciaba como ella había olvidado y la llevaba a la cima del placer una y otra vez. No le quedaron fuerzas para volver a discutir con él cuando acabaron y se durmió acurrucada a su lado, sintiendo una paz que no experimentaba desde que descubrió que estaba embarazada.
Bella se sentía protegida y segura y no deseaba despertarse del todo.
¿Cuántas veces desde abandonar París había soñado que estaba en la cama de Edward, rodeada por sus brazos protectores, las piernas entrelazadas para convertirse en uno solo? Sabía que si llegaba a la completa lucidez, la fantasía desaparecería dejando sólo la fría realidad.
Una pierna peluda le rozó las suaves extremidades, despertándola violentamente.
Abrió los ojos y se encontró con un torso velludo y bronceado. Edward. Los recuerdos de la noche surgieron de golpe.
Habían hecho el amor muchas veces. La última vez, a la madrugada, él la había seducido con una sensibilidad que le había llegado al alma.
Era incomprensible que el hombre que la había tratado con tanta ternura la noche anterior pudiese haber sido el mismo que la había abandonado sin volver la vista atrás. Su unión había sido algo casi sagrado.
Saber sobre la presión del abuelo le daba una perspectiva nueva a los hechos de hacía cuatro meses, pero el anciano no era la razón por la cual Edward había negado la paternidad a su bebé. Por mucho que la molestase, Bella tenía que reconocer que ella tenía parte de culpa. Al no hablarle de ciertas partes de su vida, ella había abonado el campo para que él no le tuviese confianza.
En cierta forma, Edward había hecho lo mismo. No le había hablado del ataque al corazón de su abuelo y siempre cambiaba de conversación cuando surgía el tema de sus padres. Habían muerto cuando él tenía diez años, así que no sería porque no se acordase de ellos. Tampoco la había llevado a conocer a su familia ni invitado a su hermano al piso cuando el joven se encontraba en París.
Ahora quería que ella se casase con él. Se movió, inquieta, odiando y amando a la vez la sensación de seguridad que le causaba su calor. ¿Qué había cambiado? La respuesta era obvia: primero, ella estaba embarazada de un bebé cuya paternidad él había reconocido. Para un Cullen, aquello era un enorme cambio. ¿Acaso no lo había sabido ella cuando se lo había dicho? Segundo, su prometida se había casado con su hermano. Edward había actuado como si la traición no lo hubiese afectado, pero seguramente estaría herido en su orgullo. Podía recuperar su autoestima con una boda rápida con ella, que había admitido la noche anterior que lo seguía amando, aunque no lo adorase. ¿La convertía aquello en menos vulnerable?
-¿Ya lo has solucionado todo? -le preguntó Edward por encima de su cabeza.
-¿Solucionar qué? -preguntó ella, echándose hacia atrás para mirarlo.
-Tu vida. Mi vida. Nuestra vida juntos.
-¿Qué te hace pensar que estaba pensando en nosotros?
-Por más que quieras negarlo -dijo él, con una seca sonrisa-, te conozco, pethi mou. Muchas veces te quedas pensando cuando te despiertas. ¿Qué puede ser más importante en este momento que el bebé que llevas en tu vientre?
-Y tú supones que ese futuro tiene que incluirte a ti.
-Sabes que sí. Casados o no, amantes o enemigos, sea cual fuere la relación que mantengamos, tendré participación en la vida de mi hijo.
Ella no se amilanó ante su tono implacable.
-No quise decir lo contrario en absoluto. Nunca impediría que lo vieses.
-¿Por mucho que me desprecies? -dijo él con voz inexpresiva.
-No te desprecio -dijo ella, mirándolo. ¿Cómo era posible que creyese que ella lo despreciaba después de la forma en que se había entregado a él?
-Pero ya no me amas.
Responderle hubiese requerido una mentira, así que evitó hacerlo.
-¿Tenías planes para hoy?
-Sí.
-Entonces, será mejor que nos levantemos.
-No necesariamente -dijo él con una picara sonrisa-. Mis planes eran mimarte -indicó la cama-. Éste es el sitio que se me da mejor.
En aquel momento sonó el teléfono y lanzándole una última mirada sensual que la hizo reír a pesar de los pensamientos que la atormentaban, él se dio la vuelta a contestar el que había sobre la mesilla.
-Es para ti. Es tu hermana.
Bella se estiró para agarrar el auricular.
-¿Alice?
-Sí, soy yo -dijo Alice, nerviosa-. ¿Cómo van las cosas con ya-sabes-quién?
-Ni lo preguntes.
-¿Tan mal?
¿Mal? No, pero si acostarse con Edward la primera vez no había sido demasiado inteligente, resultaba una total estupidez volver a hacerlo cuando el futuro era incierto y todavía no había superado la traición de él.
-Tenemos mucho de lo que hablar, eso es todo -dijo.
-¿Te ha mostrado alguna prueba de que no se ha casado con la griega?
-Sí.
-Qué bien. Jasper dijo que lo haría. Quizá no sea un cerdo -dijo Alice.
-¿Jasper o Edward? -preguntó Bella jocosamente.
-¡Ha sido culpa de Jasper!
-¿Qué es culpa suya? -dijo Bella. Dudaba que el hombre que intentaba por todos los medios hacer feliz a su hermana le hiciese daño.
-Hizo que un cliente suyo invitase a Edward a la fiesta... ¡a propósito!
-¿Qué?
-No sabía que creías que Edward estaba casado y no se podía imaginar por qué no le dabas una oportunidad como padre de tu bebé.
-¿Entonces, decidió tomar la decisión por su cuenta y riesgo? -preguntó
Bella, sintiéndose ofendida y discriminada. Jasper tenía razón, Edward y ella tenían que resolver su futuro de alguna u otra forma, sin embargo...
-Dormí en el cuarto de invitados -dijo Alice con cierta satisfacción-. Pero Jasper tenía un poco de razón. Te estabas marchitando sin Edward. Se te oye fenomenal ahora, mejor que nunca.
Estaba claro que Jasper no sabía forzar una cerradura con una ganzúa
-¿Llamabas por eso? -preguntó Bella, porque no supo qué responder.
-En realidad... no -volvió Alice a ponerse nerviosa-. Mamá llegó en el vuelo de la mañana temprano y preguntó dónde estabas. Yo no quería decírselo, pero Jasper sí lo hizo. Mamá se desmayó, yo me enfadé con él y ahora él no me habla a mí –dijo Alice y se le quebró la voz.
-Oh, chérie, no quiero que mis problemas se conviertan en tuyos.
-Tú siempre igual -rió Alice a pesar de sus lágrimas-. Te ocupaste de mamá y de mí cuando papá murió y toleraste la desaprobación de mamá. Pero cuando te toca apoyarte en alguien más a ti, te sientes culpable, ¡por Dios!
-Yo solita me metí en este embrollo. Nadie más tiene por qué sufrir las consecuencias de mi estupidez.
Edward se puso tenso a su lado.
-Pues, ¡mamá va de camino a sacarte del lío! Cuando recobró el conocimiento tuve que decirle en qué hotel estabas -confesó Alice llorando.
Repitió que lo sentía una y otra vez. La discusión con Jasper y la llegada de su madre por sorpresa habían sido demasiado para ella.
-Tranquila, Allie, todo saldrá bien. Es mi madre y por supuesto que no me importa que le digas dónde estoy -mintió Bella.
-Pero los periódicos... no sé cómo te lo vas a tomar.
-¿A qué te refieres, Allie?
-¿No lo sabes? -preguntó Alice, volviendo a echarse a llorar-. Es terrible después de lo que has pasado.
Bella, convencida de que no conseguiría nada coherente de su hermana, intentó calmarla un poco y luego cortó.
-Mi madre viene hacia aquí -dijo, volviéndose hacia Edward.
-Eso me pareció -dijo Edward, arqueando las cejas-. Es tu madre, es lógico que se preocupe por ti.
-La prioridad de mi madre -dijo Bella con una carcajada falsa y gesto preocupado-, es lo que conlleva ser una Swan. Las apariencias lo son todo y el hecho de que yo me aloje en la suite contigo no está bien para ella.
Él se quedó silencioso varios minutos mirándola fijamente.
-¿Qué pasa? -le preguntó finalmente ella, enrojeciendo.
-No puedo creer lo ingenuo que he sido. Pensar que me tragué la imagen de Isabella Dwyer, una huérfana, una mujer de mundo con una actitud sofisticada ante la vida, una mujer ajena a las responsabilidades familiares porque nunca había tenido una familia.
-Querías tener una relación sin complicaciones y viste lo que quisiste ver.
-Es verdad -dijo él, alargando la mano para acariciarle la mejilla con un gesto afectuoso-. Pero también es verdad que vi lo que tú querías que viese, ¿no? Hiciste todo lo posible para que no te conociese de verdad.
-Me conociste a mí, la mujer -dijo ella, porque aquello no era del todo cierto-. Sólo escondí los detalles de mi vida como Bella Swan. En cierto modo, eres como mi madre. Sólo ves lo externo, sólo te interesa la superficie.
La tomó en sus brazos y le rozó la curva del pecho con la mano. El pezón de ella, hipersensible tras las horas juntos, se endureció inmediatamente.
-Tienes razón, me gusta esta superficie -dijo con una sonrisa que era pura seducción. Se puso serio-. Pero no es sólo eso. Te deseo toda y te tendré toda.
La posesiva determinación de sus palabras le causaron un estremecimiento y tuvo la horrible sensación de que él no sólo se refería al matrimonio. Deseaba su mente y sus emociones, se le veía en los ojos.
-Alice dijo algo sobre un periódico, pero no quiso darme los detalles. Será mejor que averigües de qué va. Nos habrán visto juntos y estarán especulando sobre quién es la embarazada que acompaña al millonario.
-Después de la ducha haré una llamada -dijo él, sin alterarse.
-Mamá ya ha salido de casa de Alice -dijo ella, intentando soltarse de su abrazo-. Estará aquí en menos de treinta minutos a no ser que pille atasco. Tenemos que ducharnos y vestirnos.
-Las cosas han cambiado entre nosotros, ¿verdad? -le preguntó él, impidiéndole que se bajase de la cama.
-¿Porque nos hemos acostado juntos?
Él se inclinó y le dio un beso en la punta de la nariz.
-Porque hemos vuelto a establecer una parte de nuestra de relación que es completamente maravillosa.
-No permitiré que me seduzcas para hacer que me case contigo -dijo ella con vehemencia.
-¿Estás segura de ello? -preguntó él y sus caricias la dejaron sin aliento.
Ella no respondió y él se rió, tirando de ella para dirigirse a la ducha.
-Venga, nos bañaremos juntos para ahorrar tiempo.

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