sábado, 28 de marzo de 2015

Vidas Secretas Cap. 3

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.

Capítulo 3


Edward tomó un sorbo del whisky solo que tenía en la mano y salió a la terraza del piso de la torre de apartamentos en Nueva York. No había nadie fuera, seguramente debido a la fresca brisa de noviembre.
Había ido a aquella fiesta ante la insistencia de un conocido del mundo empresarial, pero en realidad, poco le importaban en aquel momento las relaciones de negocios. Durante los últimos cuatro meses, su único interés era encontrar a la madre de su hijo.
Estaba en Nueva York porque aquél era el último paradero conocido de Isabella, que había enviado sus pertenencias a una dirección de Manhattan de donde las había recogido el mismo día en que éstas llegaron.
Después de aquello, los investigadores privados de Edward no habían logrado encontrar ninguna otra pista. Llevaba tres meses sin saber nada de Isabella Dwyer, excepto aquella llamada al apartamento de París que había respondido Rosalie y que Isabella había colgado sin decir dónde se encontraba; la llamada había sido hecha desde un móvil imposible de localizar.
Edward seguía enfadándose cuando pensaba en aquella llamada. ¿Le habría dicho a él dónde se encontraba si él hubiese atendido el teléfono?
Oyó voces en la casi vacía terraza y se preguntó por qué se habría molestado en ir. Giró sobre sus talones con intención de irse, pero una mujer le llamó la atención. Su largo cabello negro le llegaba hasta media espalda, una espalda que le resultaba demasiado familiar.
-¡Isabella!
Ella se volvió hacia él y el corazón masculino se contrajo de dolor, porque aunque la mujer se parecía lo bastante a Isabella como para ser su hermana, no era la modelo.
-Hola -sonrió ella-, no sabía que hubiese nadie más aquí.
-Buscaba un poco de soledad -reconoció él.
-Sé a lo que se refiere -volvió a sonreír ella-. Me encanta estar con la gente, pero de vez en cuando necesito estar sola.
-Entonces, la dejo -dijo él, sonriendo por primera vez en meses.
-No es necesario -dijo ella, con un gesto de la mano-. No me molesta compartir mi pequeño oasis de silencio. ¿Ha dicho que conocía a Isabella?
-Sí, la conozco.
-Era una modelo excepcional, ¿verdad? Tenía la combinación perfecta de inocencia y pasión para llegar a ser una súper modelo. Es una pena que se negase a trabajar en Nueva York.
-Prefiere trabajar en Europa.
-Sí -dijo ella y una expresión extraña se le reflejó en las facciones-, supongo que era así.
-Insiste en hablar de ella en pasado -dijo él, preguntándose si Isabella habría abandonado su profesión para dedicarse de lleno a la maternidad.
-Porque Isabella Dwyer ya no existe más.
-¿Qué quiere decir con que no existe más? -preguntó Edward, sintiendo que una mano gélida le paralizaba el corazón.
-Según mi hermana -suspiró la pelinegra-, Isabella Dwyer está muerta y enterrada.
-¿Muerta? -preguntó, intentando respirar, pero sus pulmones se negaban a responder. El vaso de whisky se le rompió en la mano causándole una herida.
-¡Oh, Dios mío! ¿Se encuentra bien? -preguntó la mujer, preocupada-. Espere aquí. Iré a buscar con qué curarlo y recoger esto.
Edward vio la sangre, pero no sentía nada. Isabella estaba muerta, y con ella su bebé. No podía pensar en otra cosa.
La mujer volvió con un botiquín de primeros auxilios y la empleada la acompañaba con un cuenco de agua y unas toallas.
-Pon eso sobre la mesa y cierra la puerta cuando entres -le dijo la mujer y le sonrió a Edward-. No quiero causar un incidente en la fiesta. A mi marido, Jasper, no le gustan las escenas. No fue mi intención disgustarlo. Me olvidé de que hay gente que no lo sabe -le lavó la pequeña herida y le puso un esparadrapo con cuidado.
-¿Fue... -tragó-... el bebé?
-¿Cómo sabía lo del bebé? -preguntó ella, interrumpiendo su tarea de recoger el botiquín para mirarlo con la desconfianza dibujada en el rostro encantador.
-Ella me lo dijo.
-¿Es Edward Cullen? -dijo la mujer, y pareció escupir su nombre.
-Sí.
Edward no vio la bofetada, pero desde luego que la sintió, porque su ímpetu le dio vuelta la cara y lo hizo trastabillar.
-¡Cerdo asqueroso! ¡Ojalá pudiese estrangularlo! ¿Cómo se atreve a venir a mi casa después de la forma en que se comportó con mi hermana?
-¿Se puede saber qué está pasando aquí? -exclamó un verdadero gigante rubio, saliendo a la terraza-. ¿Qué ha dicho para disgustar así a mi mujer?
-¡Jasper! -exclamó su esposa, arrojándose en sus brazos-. Es Edward Cullen.
Tienes que echarlo de aquí. Si Bella lo ve, tendrá una recaída, ahora que ha logrado dormir por la noche. ¡Haz algo!
Sin comprender nada, Edward se dio la vuelta, dispuesto a marcharse.
Bella, sentada en el salón charlando con un amigo de Jasper, oyó la conmoción en la terraza. Disculpándose, atravesó el comedor decorado con elegancia para celebrar el Día de Acción de Gracias y salió. Alice se abrazaba a Jasper.
-Alice, ¿te encuentras bien?, chérie- Alice se volvió hacia ella con expresión de horror. Corrió a Bella y la tomó de la mano.
-Ven, Bella -dijo, tironeando de ella. Sin comprender la angustia de su hermana,
Bella intentó descubrir el motivo de su agitación y se quedó helada al ver a Edward Cullen alejándose hacia las puertas corredizas que daban al estudio de Jasper.
-No fue mi intención molestar a su mujer -dijo el griego, deteniéndose para dirigirse al marido de Alice. Sus ojos, velados, se detuvieron un segundo en las dos hermanas, sin verlas-. Ya puedo salir yo solo.
Se alejaba nuevamente de ella sin mirar atrás. No le sirvió de consuelo saber que le habría costado trabajo reconocerla esta vez.
-Lo siento, Bells. No sé cómo es que ha venido -dijo Alice-. Le he dado un cachete.
-¿Qué? -exclamó Bella cuando registró finalmente las palabras de su hermana.
-Le di una bofetada y le dije que era un cerdo.
-Se lo merecía -dijo Bella, casi sonriendo-. ¿Cómo supiste quién era?
-Le dije que Isabella Dwyer había muerto y me preguntó si había sido por el bebé, entonces me di cuenta que era él.
-¿Le dijiste que Isabella Dwyer había muerto?
-Sí, lo hizo, pero no es verdad, ¿no? Estás viva y me gustaría daros una buena a las dos -dijo Edward, furioso.
-¡Váyase! -espetó Alice.
-Yo no me marcho de aquí -dijo él con el rostro pálido. Sus ojos expresaron enfado y un breve momento de vulnerabilidad que desapareció antes de que Bella pudiese estar segura de su existencia-. En realidad, lo que creo es que quienes deberían marcharse son usted y su marido para que Isabella y yo podamos hablar de cuestiones privadas que no le conciernen.
Alice abrió la boca, dispuesta a hablar, pero Bella se le adelantó.
-Mi nombre es Bella Swan -dijo, enfrentándose a Edward con una mirada de desprecio-, y estoy segura de que no tenemos nada de lo que hablar.
Desde que había dejado de ser Isabella Dwyer, ella se había cruzado con sus compañeras de trabajo alguna vez y ninguna la había reconocido. Ahora llevaba el cabello corto, de su color castaño natural. Había dejado de usar las lentillas verdes, y su figura, en el quinto mes de embarazo, carecía totalmente de la esbelta delgadez característica de Isabella Dwyer.
Bella tenía motivos para hacerle creer que era otra persona: seguramente Edward le habría hablado a su esposa de ella y de su embarazo porque deseaba apropiarse de su bebé.
-¡No juegues conmigo! -exclamó Edward, los ojos verdes relampagueantes.
-No es un juego. Si no cree quien soy, puedo mostrarle mi carné de identidad. He sido Bella Swan toda mi vida. ¡Si lo sabré yo!
-Hace diez minutos te creí muerta.
-Puedo confirmar sin duda alguna que Isabella Dwyer está muerta, que yo no soy ella, y que soy en realidad Bella Swan.
-Puede que seas Bella Swan, pero también eres Isabella Dwyer y no comprendo cómo crees que puedes engañarme a mí, el hombre que te conoce más íntimamente que ningún otro -su inglés, usualmente impecable, tenía un marcado acento griego.
-Le puedo asegurar que no me conoce en absoluto -si la hubiese conocido de verdad, nunca se le habría ocurrido pensar que el niño era de otro hombre.
La cólera se reflejó en los ojos de Edward antes de que se inclinase y la levantase en sus brazos, rígidos e inflexibles como cables de acero.
-¡Déjela! -gritó Alice.
-No permitiré que se lleve a mi cuñada de este piso sin su consentimiento –dijo Jasper, tomándolo del hombro.
-No me toque -amenazó Edward, su cuerpo tenso de primitiva virilidad.
La situación era rocambolesca. Jamás se le hubiese ocurrido a Bella que Edward Cullen, siempre tan formal, montase el número de raptar a una mujer embarazada en una fiesta.
-Diles que quieres venir conmigo -dijo él, bajando la vista hasta ella.
-No quiero -respondió, lanzándole una mirada furiosa.
-No le haré daño -dijo Edward. Con un movimiento, se soltó de la mano de Jasper y se enfrentó a él-. Es mía. Soy el padre de su bebé y hemos de hablar.
Se hizo un tenso silencio. Ante la consternación de Alice y la irritación de Bella, Jasper finalmente asintió.
-Puede hablar con ella, pero tendrá que hacerlo aquí.
-No quiero hablar con él -dijo Bella, intentando librarse del férreo abrazo.
-Ten cuidado -dijo él, sujetándola con mayor fuerza-, si te caes podrías hacer daño al bebé.
-¿Qué le importa a usted mi bebé?
-Me importa -dijo él, con la expresión más seria, si cabe.
-¡No pienso darles a usted y a su esposa modélica mi bebé! ¡Ni lo sueñe!
-Tenemos que hablar, Isabella -dijo él, meneando la cabeza-. Hablar.
-¡Ni siquiera creías que el bebé fuese tuyo al principio! -exclamó ella, abandonando sus intentos de engañarlo sobre su identidad.
-Ahora sí -dijo él y sus facciones reflejaron emoción.
-¿Qué te hizo cambiar de opinión? -exigió ella, dejando de debatirse contra la presión de sus brazos.
Por algún motivo, él tenía la frente perlada de sudor. La idea de perder a su bebé seguramente lo habría afectado. Casi sentía pena por él, pero se negó a ceder. Le había negado la paternidad a su hijo. Se lo tenía merecido.
-Hablé con un médico. Me dijo que era muy común que las mujeres tuviesen una o dos menstruaciones después de haber concebido un niño.
-Así que preferiste creerle a un extraño en vez de a mí. Qué bonito, Edward -dijo con ironía-. Demuestra lo importante que te resulta nuestra relación. ¡Ni pienso darte a mi bebé! -repitió.
-Si no deja a mi hermana en este preciso momento y se marcha, llamaré a la policía -interrumpió Alice.
-Hágalo -dijo Edward, una inquebrantable decisión reflejada en sus ojos. Se dirigió a Jasper-: No me iré sin ella.
-Pueden hablar aquí -suspiró Jasper-. Cerraremos las puertas para que tengan intimidad.
Bella se estremeció. No quería intimidad con Edward.
-Si tengo que hablar contigo, prefiero hacerlo en un sitio público.
-No tienes por qué hablar con él -intervino Alice, enfadada.
-El hijo es de ambos, cielo -dijo Jasper apretándole el hombro-, tienen que hablar.
-¿Has olvidado lo mal que estaba ella cuando vino? -preguntó Alice, lanzándole una mirada de enfado a su esposo.
Por más que quería a su hermana y apreciaba su lealtad, Bella no quería que Edward se enterase de lo mucho que la había hecho sufrir.
-Está bien. Podemos ir a Casamir -dijo, nombrando un conocido restaurante francés.
-¡No! -exclamaron Edward y Alice a la vez.
-Allie, tengo que resolver esto.
-No quiero que sufras nuevamente -dijo ésta, con los ojos llenos de lágrimas.
-Ya no me puede hacer ningún daño -dijo Bella, con total certeza-. Lo desprecio. ¿Por qué no podemos ir a Casamir? -preguntó, haciendo caso omiso a la reacción de Edward ante sus palabras.
-¿No has visto las fotos? Salieron en todos los periódicos la semana siguiente al anuncio de mi compromiso con Rosalie: «Magnate griego discute con amante secreta embarazada» Mi abuelo tuvo una recaída y hubo que operarlo de urgencia.
Bella estuvo a punto de decirle que lo sentía, pero se contuvo. De ahora en adelante, Edward no recibiría nada de ella. Nada en absoluto.
-Habla aquí fuera, Bells. Quieres evitar que corran los rumores tanto como Edward. Si se publican fotos de vosotros en las revistas del corazón de aquí, puede que tu madre no tenga un ataque al corazón, pero se pondrá histérica si se entera, y quien la tendrá que soportar luego serás tú.
-Jasper tiene razón -concedió Alice, lanzándole una mirada de enfado a su esposo-. Si vas a hablar con ese cerdo, será mejor que lo hagas aquí donde no haya inmundos periodistas dispuestos a escribir algo que han oído o publicar fotos dañinas.
Bella se dio cuenta de que Edward estaba perdiendo la paciencia. Era curioso como algunas cosas no habían cambiado en absoluto. Todavía era capaz de darse cuenta de lo que él sentía como si fuese parte de sí misma.
-Tienes razón -dijo-. Hablaremos aquí.
Le pareció que Edward lanzaba un suspiro de alivio, pero no creía que él fuese capaz de sentir suficiente vulnerabilidad como para estar aliviado. Cuando Alice y Jasper se marcharon y cerraron las puertas, aislándolos del resto de la fiesta, Bella se sintió atrapada. Se encontraba sola con el hombre al que había amado una vez, un hombre en el que no confiaba más.
-Déjame irme -le dijo a Edward, que se había quedado mudo, mirándola.
-Estás distinta, tus ojos son cafés, no verdes. Y te has cortado el pelo. Es más oscuro - dijo él, como saliendo de un trance-. Me gusta.
-Me da igual -le dijo enfadada. Ya no tenía derecho a opinar sobre lo que le gustaba de ella. Estaba casado.
Edward entrecerró los ojos y sus labios se apretaron en una dura línea, pero ella no estaba dispuesta a arredrarse ante aquellas señales de enfado.
-Por fascinante que resulte esta conversación, creía que tú querías hablar de cosas más importantes conmigo.
Él asintió y la depositó con delicadeza en un sillón de mimbre antes de sentarse en otro igual frente a una mesita de cristal.
Al separarse de calor del cuerpo masculino, Bella tuvo un escalofrío.
-Tienes frío, tendríamos que hablar dentro.
-No, fue sólo la brisa -dijo ella, que no quería que los oyesen hablar.
Antes de que pudiese reaccionar, él se había quitado el abrigo y se lo había puesto sobre los hombros. Intentó quitárselo, pero él la sujetó por las solapas.
-No seas obcecada -le dijo.
Su proximidad la puso nerviosa y aceptó quedárselo para que él se alejara, pero fue peor. El abrigo olía a él, conservaba el calor de su cuerpo, era como si él la estuviese rodeando con sus brazos. Intentando no pensar en ello, se concentró en el tema que les interesaba.
-¿De qué quieres hablar, exactamente? -preguntó, yendo a la ofensiva.
-Quiero al bebé -dijo él, mirándola con los verdes ojos llenos de decisión.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario