sábado, 28 de marzo de 2015

Vidas Secretas Cap. 8

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.

Capítulo 8


Se ducharon y vistieron en tiempo récord y Edward se encontraba hablando por teléfono con su ayudante cuando llamaron suavemente a la puerta.
-Mamá -susurró Bella.
Edward le lanzó una penetrante mirada y cortó para dirigirse a abrir la puerta.
Ante ella se encontraba Renee Swan, con su aspecto frágil y encantador, vestida con un traje de Moschino rosa pálido.
-Usted debe ser la madre de Isabella -dijo Edward al hacerla pasar.
Bella contuvo un gemido cuando lo oyó. Su madre hizo una mueca de disgusto y se enfrentó a ella, olvidando por una vez las formas.
-Así que esto es lo que haces cuando te das la gran vida como Isabella Dwyer. ¿No tienes respeto por nada? Ahora estás en Nueva York, eres Bella Swan. ¿Qué crees que creerá la sociedad de Nueva Orleans cuando descubra que has pasado la noche con un extranjero en su habitación? -exclamó indignada-. Piensa en tu hermana. El escándalo podría afectar los negocios de Jasper. ¡Eres una Swan! -exclamó, agitando un periódico frente al rostro de Bella-. ¿Te has olvidado de ello? ¿Cómo pudiste permitir que este tipo de información se hiciese pública?
-¿Me dejas ver, mamá? -pidió Bella, alargando la mano-. El acusado tiene derecho a saber sus cargos.
Renee le tiró el periódico con una sorprendente falta de control. Cuando Bella vio los titulares, comprendió el motivo. Una de las fotos era de Edward y ella saliendo de donde habían almorzado el día anterior. La otra era de los dos peleándose en Chez Renée. Los titulares decían: El magnate griego y su amante se reúnen: ¿Creerá Cullen ahora que el bebé es suyo?
Con creciente horror, Bella leyó el artículo que desvelaba que la famosa modelo francesa Isabella Dwyer era la discreta Bella Swan. El autor especulaba sobre los motivos que la llevarían a llevar una doble vida y la influencia que su embarazo habría tenido en los frustrados planes de boda de Edward con Rosalie Hale, añadía que parecía que ahora Edward aceptaba su papel de padre y acababa el artículo con un sucinto comentario con respecto a una posible boda entre los dos.
Bella sintió náuseas y salió corriendo al cuarto de baño. Cuando acabó de vomitar, Edward le alcanzó una toalla mojada para que se pasase por el rostro y un vaso de agua. Una vez que terminó, la tomó en sus brazos, la llevó nuevamente al salón de la suite y la sentó con delicadeza en el sofá.
-Pediré un poco de comida, ¿de acuerdo, moro mou?
-Edward, lo saben... todos saben lo nuestro, lo del bebé y de Isabella Dwyer.
-Shh -le dijo él, apoyándole el dedo sobre los labios-. Todo saldrá bien. Confía en mí. ¿Qué quieres comer?
-Pan tostado y quizá un poco de fruta.
-Eso no es suficiente para alimentaros a ti y al bebé. Pediré algo más.
-¿Para qué me lo preguntas si luego haces lo que quieres?
-Quizá porque me gusta oír tu voz -rió él.
Su madre lanzó un resoplido, recordándoles a ambos que se encontraba allí.
-Comprendo su preocupación y haré todo lo que esté en mi mano para solucionarlo, pero no permitiré que agobie a su hija. Su estado es demasiado frágil en este momento -dijo Edward.
-¿Cómo se atreve? -exclamó Renee.
-¿Desea tomar algo? -preguntó, sin darle importancia a su explosión.
Renee pareció darse cuenta de que se enfrentaba a una voluntad más fuerte que la de ella y cedió.
-Quizá una taza de té me calme los nervios -dijo, tomando asiento.
-Entonces le pediré un té sin demora -Edward hizo el pedido por teléfono y luego se sentó junto a Bella. Le dio un apretón en la mano para tranquilizarla.
-Señora Swan, permítame que me presente. Soy Edward Cullen-dijo con una encantadora sonrisa capaz de derretir una piedra, y alargó la mano-. Es un honor conocer a la madre de la mujer con la que es mi intención casarme.
Bella se quedó sin aliento y en una fracción de segundo, el rostro de su madre cambió su expresión agria por uno de calculador encanto. Sonrió.
-Por favor, llámeme Renee. Será lo idóneo para aplacar el escándalo. Me alegra que ya haya pensado en ello. Bella ha sido muy impetuosa estos seis años y los tres últimos meses han sido los peores.
-No he accedido a casarme con él -dijo ella, tensa por los ataques de su madre.
-Por supuesto que lo harás, querida -dijo Renee-. Ahora, comencemos a hacer planes. Tendrá que ser algo muy íntimo si queremos evitar mayor escándalo.
-No estamos en el Medioevo, mamá. No puedes entregarle mi mano en matrimonio si mi permiso -se dio la vuelta a mirarlo-. Y tú no puedes tomarla.
-¿Es verdad lo que dice ese periodista? ¿Es este hombre el padre de tu bebé?
-Sí -dijo Edward al ver que Bella no respondía.
-Entonces, tienes que casarte con él.
-Soy perfectamente capaz de tener a este bebé sola -dijo Bella. No le gustaba en absoluto que su madre y Edward se aliasen en contra de ella-. Si ello te molesta, lo siento -dijo, sintiéndose orgullosa de sus palabras.
-¿No te pareció bastante que me pasase seis años temiendo que alguien descubriese el estilo de la vida de mi hija? -tenía los ojos llenos de lágrimas-. Ahora todo el mundo lo sabe y tú te niegas a solucionar el tema. Piensa en el bebé -fue el ruego emotivo de Renee, que se enjugó los ojos con un pañuelito de encaje blanco y meneó la cabeza.
-¿Qué haces en Nueva York, madre? -preguntó Bella, porque sabía que no llegarían a ninguna parte.
-Había venido a intentar razonar con Bella -dijo su madre, dirigiendo una mirada de ruego a Edward-, a hacer las paces antes de las Navidades. Una familia tendría que pasar junta las fiestas, ¿no cree? Pero ella ha sido muy obcecada sobre sus desafortunadas circunstancias, se ha negado a hacer nada para mitigar el escándalo. Y ahora otra vez, se niega a casarse.
-No considero que la concepción de mi hijo sea una desafortunada circunstancia -dijo Edward con voz gélida-. Tampoco veo por qué el hecho de que su hija adoptase la personalidad de Isabella Dwyer haya resultado una tragedia. Según lo que ella me ha dicho, las mantuvo a usted y a su hija pequeña durante varios años.
-Pero no sólo trabajó como modelo, ¿verdad? Se convirtió en el juguete de un hombre poderoso -dijo Renee, citando al artículo-. Ahora ella está embarazada. Los Swan nunca se han visto involucrados en un escándalo mayor. No creo que la madre superiora apruebe el desastre que ha sido Isabella Dwyer.
La injusticia de su constante desaprobación hizo que Bella explotase.
-Mi vida como modelo no fue un desastre en absoluto. Edward tiene razón. Seguiste llevando tus trajes de marca y Alice acabó sus estudios. De no ser por Isabella Dwyer, ¿cómo habríamos vivido? No te imagino trabajando.
Su madre lanzó una exclamación ahogada.
Golpearon a la puerta. Era el servicio de habitaciones y Edward insistió en que Bella comiese algo antes de que siguiesen hablando. Su madre tomó su té con expresión de mártir. Una vez que concluyeron y Edward llamó para que retirasen el servicio, se volvió a sentar junto a Bella.
-Permítame que deje una o dos cosas en claro -dijo, rodeando la cintura de ésta con el brazo-. Primero, deseo casarme con su hija. Segundo, no será una ceremonia de mala muerte que no corresponda a la novia de un Cullen -sin hacer caso a las exclamaciones de sorpresa de ambas, se puso de pie-. Me alegra que se tomase la molestia de venir a vernos -dijo, tomando a Renee del brazo y haciéndola levantarse delicadamente para acompañarla hasta la puerta-, pero como estoy seguro de que se ha dado cuenta, Bella y yo tenemos muchísimas cosas que hacer antes de la boda. Quizá nos podamos reunir esta noche o mañana para hablar de los planes -prosiguió, como si tuviese la cooperación de ambas mientras guiaba a Renee fuera de la suite.
Edward llamó a su coche y lo esperó en el hall del hotel con Renee. Mientras, ella intentó convencerlo de que se decantara por una boda sencilla, arguyendo que sería cruel forzar a Bella cuando resultaba obvio que se había adelantado a sus votos matrimoniales. El coche llegó en aquel momento.
Edward se subió al ascensor y presionó el botón. ¿Se avergonzaría Bella de casarse con él en su avanzado estado de buena esperanza? Había ido a un colegio de monjas, ¡quizá le diese corte celebrar una boda por todo lo alto! Se había alterado al ver el artículo en el periódico.
No quería que ella se sintiese molesta y lo preocupaba no haberlo evitado, porque él había visto a un paparazzi en la puerta del restaurante donde habían almorzado y no había hecho nada al respecto. Estaba desesperado.
Ella tenía que casarse con él. Por ella misma, porque lo necesitaba. Por el bebé, porque éste era un Cullen. Por Edward, porque él la necesitaba.
Y por la promesa que él le había hecho a su abuelo, una segunda promesa cuando la primera había perdido validez.
Echaba en falta la calidez de la mirada femenina al mirarlo y la sonrisa que ella tenía sólo para él, íntima, especial. Había dado por sentado el cariño que existía entre ellos y no la había valorado. Le dio vergüenza reconocer lo poco que la conocía. Pensar que él había creído que ella quería hacer carrera como modelo. Desconocía totalmente sus circunstancias familiares, no tenía ni idea de que ella no deseaba convertirse en una top model hasta que le había contado la verdad. Aquella falta de información le había costado tres meses de angustia pensando en dónde estaría y cómo llevaría su embarazo.
Recordó cuando fue al apartamento de París y se encontró con que ella le había devuelto todo lo que él le había regalado, hasta lencería de seda y encaje. Le había bastado una mirada al test de embarazo encima de la ropa cuidadosamente doblada para darse cuenta de que ella había sido sincera.
Había llamado a su agencia de detectives aquella misma noche, pero había resultado demasiado tarde. Ojalá la hubiese creído desde el primer día y se lo hubiese dicho a su abuelo. La expresión del rostro de Bella cuando la había rechazado lo atormentaba. Se merecía que ella lo odiase, pero tenía que convencerla de que se casase con él.
¿Volvería alguna vez a mirarlo con los hermosos ojos llenos de amor?
Bella levantó la mirada del periódico que leía cuando él volvió a entrar.
-¿Cómo habrán hecho la conexión? -se preguntó en voz alta.
-Desgraciadamente, me siguen bastantes paparazzi a todos lados. En cuanto nos vieron juntos, fue cuestión de tiempo que alguno de ellos te reconociese.
-Pero nadie lo había hecho antes -dijo ella.
-Lo encuentro inexplicable -dijo él-. Probablemente porque nadie pensaba que fueses americana. La historia tenía menos interés que en Europa.
-¿Y tú? ¿Cómo estabas tan segura de que era yo, con lo distinta que estaba?
-Tú eres mi mujer. Te reconocería con los ojos cerrados.
-Lo hiciste -dijo ella, sin poder evitar recordar la pasión que habían compartido.
-Sí-dijo él, con expresión sensual.
-Pero el sexo no lo es todo -le recordó.
-Al menos es el principio, ¿no es así yineka mou? -dijo, volviéndose a sentar junto a ella y apoyándole la mano en el distendido vientre-. Y también tenemos este precioso niño que compartimos.
Ojalá pudiese creerlo, pero no confiaba en él.
-Temes que te niegue el derecho de visita, ¿verdad? Crees que participarás más en la vida de nuestro bebé si estamos casados -le dijo.
-Desde luego, pero ése no es el motivo por el que quiero casarme contigo. Una vez dijiste que compartíamos algo especial. Quizá desee recobrarlo.
-Imposible.
-Nada es imposible, Bella.
Creer que él pudiese llegar a amarla lo era.
-No lo sé -dijo, consciente de que sus deseos iban en contra de su mente. Quería casarse con él, pero temía volver a sufrir.
-Tu madre se sentirá destrozada si no nos casamos.
Bella lo sabía perfectamente.
-Los sentimientos de mi madre no rigen mi vida.
-¿Y dices eso después de llevar una doble vida para no hacerla sufrir?
-Vivir como Isabella Dwyer fue infinitamente preferible a la idea de vivir como Bella Cullen -replicó, pero se arrepintió enseguida de sus palabras. ¿Por qué lo hacía, en venganza por la forma en que él la había hecho sufrir?
-La vida de nuestro hijo como un Cullen legítimo será infinitamente preferible a una vida como el bastardo de la oveja negra de los Swan -respondió él, con el rostro tenso y los ojos relampagueantes.
-¡No uses esa palabra! -exclamó ella, dando un respingo al oírlo.
-Nunca la volveré a usar con respecto a mi hijo -su rostro reflejó pena y determinación-, pero no puedo decir que los demás vayan a hacer lo mismo.
-Lo sé -dijo ella y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Edward lanzó un improperio en griego y la estrechó contra su pecho.
-No llores, pethi mou. No puedo soportarlo.
-Entonces, es una suerte que no estuvieses conmigo el primer mes tras marcharme de París -rió entre lágrimas-. Lo único que hacía era llorar.
-No quise hacerte daño -dijo, y ella no supo si se refería ahora o a hacía tres meses.
-Háblame de tus padres, Edward, nunca lo has hecho -al ver que una sombra cruzaba el rostro masculino y los labios se le ponían tensos, insistió- ¿Cómo pretendes que me case contigo cuando no quieres compartir a tu familia? Ni siquiera me has presentado a tu hermano o a tu abuelo.
-Invitaré a mi hermano a la boda, pero, desgraciadamente, mi abuelo no puede viajar todavía. Lo conocerás cuando vayamos a Grecia.
-¿Qué quieres decir con ir a Grecia?
-Allí viviremos.
-¿Y si quisiera vivir en Nueva York?
-¿Es eso lo que quieres? -le preguntó, con más paciencia de la que esperaba.
Lo miró a los ojos y apartó la mirada.
-No quiero criar a nuestro hijo en una gran ciudad -reconoció.
-Qué bien -dijo él, girándole el rostro para que mirase sus persuasivos ojos verdes-. La casa de la familia se encuentra en una pequeña isla en la costa, cerca de Atenas. Lo único que hay allí es un pueblo de pescadores y nuestra casa. Será un sitio maravilloso para que crezca nuestro hijo. Lo sé, yo crecí allí.
Todo aquello resultaba demasiado tentador.

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