sábado, 28 de marzo de 2015

Vidas Secretas Cap. 4

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.

Capítulo 4


-No te lo daré -dijo ella, abrazándose el vientre como si pudiese con ello proteger al bebé.
-¿Es varón?
¿Y si le dijera que era una niña? ¿Le interesaría menos luchar por ella que por un niño? La expresión implacable del rostro masculino le indicó que no.
-Sí. A los cuatro meses me hicieron una ecografía.
Las rígidas facciones se suavizaron lentamente cuando él comprendió.
-Por eso llamaste al apartamento. ¿Querías decirme que nuestro bebé era varón? -una expresión de pena se le reflejó en el rostro-. Y hablaste con Rosalie; te negaste a decirle dónde estabas.
-¿Me culpas a mí?
-Aunque te parezca gracioso, sí -dijo él, apretando las mandíbulas-. Rosalie te rogó que le dijeses dónde estabas y tú te negaste. He pasado meses de búsqueda inútil, he contratado a cinco de las mejores agencias de detectives del mundo y lo único que he conseguido que me dijesen es que Isabella Dwyer ha dejado de existir.
-Tenían razón. Nunca volveré a ser Isabella Dwyer.
-Me dijiste que eras huérfana.
-No -dijo ella con una mueca irónica-. Eso es lo que te dijo la agencia de modelos cuando me hiciste investigar para ver si sería una candidata adecuada para ser amante tuya. Lo que sucede es que yo nunca lo negué.
-Te creaste una personalidad nueva.
-Sí.
-Me mentiste cada día mientras estábamos juntos, dejaste que te llamase Isabella.
-Muchas modelos usan un seudónimo para trabajar.
-Vivías una vida completamente diferente a la realidad que encuentro en este apartamento de Nueva York. Esa mujer, Alice, ¿es tu hermana?
-Sí. Jasper es su esposo.
-Lo suponía -dijo él, arqueando las cejas burlonamente.
Ella apretó los puños para no golpearlo.
-Ni lo intentes -dijo él, con una seca carcajada-. Tu hermana ya me ha dado una bofetada. Y, además... -levantó la mano para mostrarle el esparadrapo-. No tengo humor para recibir otra herida.
-Pobrecito.
-Basta, que conseguirás sacarme de mis casillas.
-Y pensar que yo creía que eras un tipo frío incapaz de montar una escena o tener una rabieta, un griego elegante y sofisticado.
-Y rico.
-No me interesa tu dinero. Nunca me ha interesado.
-Sin embargo, si intentases negarme a mi hijo...
-No me asustas -dijo ella, intentando no dejarse llevar por el miedo-. No estamos en Grecia. No me puedes quitar a mi bebé porque seas rico y griego. En los Estados Unidos la ley está a favor de la madre -lo había averiguado en cuanto llegó a Nueva York. Desde entonces sabía que si Edward decidía reclamar a su hijo, ella tendría que enfrentarse a dificultades.
-Quizá, pero, ¿podrás permitirte las constantes batallas legales, el gasto de contratar abogados excelentes para que te defiendan?
-Haré lo que sea necesario para quedarme con mi hijo.
-¿Cualquier cosa? Entonces, ven con tu bebé a mi casa.
-¡Eres un cerdo arrogante! -se puso de pie-. ¿Realmente crees que iría a algún lado contigo después de todo lo sucedido? No pienso convertirme en tu amante.
-No busco una amante -dijo él, incorporándose también.
-Me alegro, porque no lo seré. Nunca más. Aprendí todo lo que quería saber sobre acostarme con un tipo tan primitivo que tendría que estar en un museo. ¡La próxima vez que me acueste con un hombre, será con un anillo en el dedo y una promesa por escrito!
-¿Quién es ese hombre? -exigió él furioso.
-No lo sé, pero cuando lo encuentre, será totalmente diferente a ti.
-¿Ah, sí? -preguntó él, tomándola de las solapas de su abrigo y acercándola a él-. Yo lo creo, porque seré yo. Ningún otro hombre toca a la madre de mi hijo –susurró junto a los labios de ella y luego acortó la distancia.
La corriente eléctrica de deseo estaba allí, esperando, agazapada en lo más profundo del subconsciente femenino para saltar al primer contacto. Cedió tan rápidamente que ni siquiera tuvo tiempo para despreciarse por su debilidad. La boca masculina se movió sobre la de ella con una pasión realmente posesiva y ella respondió como una mujer privada de intimidad física durante años.
Rodeándole el cuello con los brazos, apoyó el cuerpo contra el de él y abrió la boca invitadoramente. Él aceptó el envite y profundizó el beso, acariciándole la espalda, apretándola en contra de sí, dejándola sentir su calor y su excitación, pero al tocar la indudable evidencia de su ardor, ella se apartó de él tan rápido que trastabilló y cayó sentada de golpe.
-¡Podrías haberte hecho daño! -exclamó él, hincándose a su lado enseguida-. ¿Intentas matar a nuestro hijo? ¿Te encuentras bien? -la examinó rápidamente, pero el cuerpo de Bella malinterpretó aquel contacto.
-Basta -dijo ella, apartando las manos de él-. Estoy bien -le dolía el trasero por el golpe, pero no le diría nada-. Los bebés son resistentes. No lo perderé por una caída tan tonta -afirmó, rogando que fuese verdad-. No es culpa mía que me besases. ¿Qué querías, que lo tolerase, sin más?
— ¡Jamás has «tolerado» un beso mío en tu vida! -dijo él, ofendido en su orgullo.
Ella no pudo negárselo, así que cambió de tercio.
—Se supone que los hombres casados sólo deben besar a sus esposas.
-Estoy de acuerdo -asintió él encogiéndose de hombros- ¿Te molesta esto?
-¿Quién está loco? ¿Tú o yo? -le preguntó, incrédula. Desde luego que se hallaba molesta. Estaba casado con Rosalie y le acababa de dar un beso.
-Cuando los detectives privados perdieron tu rastro, creí perder la razón.
Habías desaparecido en una de las ciudades más grandes del mundo.
Le acomodó nuevamente el abrigo en los hombros e, inclinándose, la volvió a levantar en sus brazos. Era la segunda vez que lo hacía aquella noche.
-Por favor, déjame en el suelo, Edward.
-No creo que debiese, estás muy alterada.
-Te prometo controlarme -dijo ella, con un gesto de frustración-, si dejas tus manos y tus labios quietecitos.
-No te lo puedo prometer.
-Pobre Rosalie, ¿sabe que está casada con un cerdo infiel?
-Rosalie está casada con un caballero -dijo él, furioso.
-¿Tú? ¡No me hagas reír! -se burló ella. Un caballero no se casaba con una mujer después de haber dejado embarazada a otra.
Edward se sentó, sujetando a Bella en su regazo.
-¿Crees que estoy casado con Rosalie? ¿Y crees que no tengo honor? -dijo, cada vez más enfadado.
-Supongo que ahora me dirás que no estás casado con ese dechado de perfecciones.
-Exacto. No lo estoy.
Bella cerró los ojos. Por algún motivo, había supuesto que él no le mentiría.
Volvió a abrir los ojos y mirarlo.
-No intentes engañarme. Ella misma me dijo que era la señora Cullen.
-Pero luego te dijo que se había casado con mi hermano.
-¿Qué? ¡No dijo nada de eso! -exclamó, pero luego recordó que Rosalie lo podría haber hecho. Todavía hablaba cuando ella cortó la comunicación.
-Sí que lo hizo -dijo Edward. Su penetrante mirada la mantenía prisionera-.
También te rogó que le dijeras dónde estabas.
-No estaba dispuesta a tener una conversación íntima con tu esposa -dijo
Bella, recordando esa parte de la conversación.
-No es mi esposa.
-Demuéstralo.
Sorprendido ante su requerimiento, Edward aflojó el abrazo con que la sujetaba y Bella se bajó de su regazo, aunque esta vez con más cuidado.
-Dices que no estás casado con Rosalie Hale. Pues, yo he perdido toda la confianza en ti, Edward. Si quieres que lo crea, tendrás que darme una prueba.
-¡Cómo te atreves a dudar de mi palabra! -exclamó él, ofendido.
-Tú tendrías que saber lo fácil que resulta hacer eso -señaló ella.
Aquello pareció conmocionarlo.
-Te conseguiré la prueba que deseas -le dijo, furioso.
-De acuerdo. Hasta entonces, será mejor que te vayas.
-No pienso dejar que desaparezcas de mi vista otra vez.
-¿Y qué vas hacer? ¿Acampar ante la puerta de mi hermana y perseguirme cada vez que salga?
-Desde luego que sí. Pero no estoy dispuesto a dormir en el vestíbulo. Puedes venir conmigo a mi suite.
-Ni lo sueñes. No estoy dispuesta a alojarme en una habitación contigo.
-Hay dos habitaciones. Hubo una época en que no habrías usado la otra.
-Ni lo pienses -dijo ella, lanzándole una mirada de enfado-. No iré contigo.
-Entonces me quedaré aquí. Es un piso grande. Estoy seguro de que tu hermana tendrá una habitación de huéspedes que pueda usar.
-No puedes quedarte aquí. A Alice le daría un patatús. Te odia.
Él se encogió de hombros.
-Hablando de patatús, tu cuñado dijo que tu madre tendría uno si salías en la prensa sensacionalista.
-Sí -dijo Bella, exasperada. Había pasado seis años viviendo con otra identidad para proteger el sentido de dignidad de su madre.
«Las mujeres Swan no trabajan».
Si no hubiese desoído aquello, las Swan de la generación actual se hallarían en la calle. El primo de una compañera de colegio le había ofrecido un contrato como modelo y ella lo había aceptado con una condición: la de trabajar con un nombre supuesto. Él no sólo había accedido, sino que la había ayudado a crear a Isabella Dwyer, la huérfana francesa convertida en modelo de alta costura.
-No le sentaría bien -prosiguió Edward-, leer la entrevista en la que el amante de su hija, el magnate griego, confiesa la verdad sobre la forma en que lo ha rechazado Isabella Dwyer, Bella Swan, embarazada de cinco meses.
-¡No te he rechazado! -exclamó ella, furiosa por la patente amenaza de sus palabras y la tergiversación de los hechos-. ¡Me dejaste plantada para casarte con Rosalie, la noviecita virgen! ¿Ya lo has olvidado?
-¡No estoy casado con Rosalie!
-No es necesario haber cometido un asesinato para que te encuentren culpable de un crimen
-Si insistes en pedir una prueba, tendrás que decirle a tu hermana que me aloje por una noche porque no te quitaré los ojos de encima, ni lo sueñes.
-Y si no lo hago, te ocuparás de que el nombre de mi familia aparezca en todos los periódicos sensacionalistas y revistas del corazón, ¿no es así?
-Exacto -dijo él, sin alterarse en lo más mínimo.
-Te desprecio.
-¿No me odias?
-No. Ya no te amo, pero no te odio. Parte de ti está en mi bebé y no quiero que mi niño crea nunca que hay algo en él que yo pueda odiar.
-Eso es encomiable -dijo Edward con una extraña expresión-. ¿Le pedimos a tu hermana alojamiento para mí?
Bella resolvió finalmente acompañarlo a su hotel. Aquella era la única solución. No quería que Alice y Jasper se enfrentasen a un hombre tan poderoso y adinerado como Edward debido a ella. No sería un problema, decidió. Ya tenía superada aquella relación totalmente. Aquello se había acabado. El beso había sido una mera reacción física y no permitiría que volviese a suceder algo así.
Lo único que quedaba era decidir cómo iban a delimitar el papel que él tendría en la vida de su hijo.
Jamás habría Bella imaginado hacía dos días que desayunaría con Edward en la suite de su hotel. Sin embargo, allí estaba. Jugueteó con la comida que les acababan de subir a la habitación mientras Edward la contemplaba.
Sabía que estaba hecha un horror. Tampoco había podido dormir la noche anterior sabiendo que Edward se encontraba pared por medio. Tenía ojeras, y el tono macilento de su rostro se debía a que, al contrario de muchas mujeres, ella seguía despertándose todos los días como si tuviese gripe a pesar de hallarse ya en el quinto mes de embarazo.
Su único consuelo era que Edward no se encontraba mucho mejor. La noche anterior ella estaba demasiado alterada para notarlo, pero él había perdido peso y se encontraba demacrado. La enfermedad de su abuelo, sumada a la búsqueda de su niño, había afectado su tremenda fortaleza.
-Tienes que dejar de juguetear con la comida y comértela.
-No me digas lo que tengo que hacer -dijo ella, lanzándole una mirada airada.
-Pues parece que alguien tiene que hacerlo -sonrió él, frente a ella ante la mesita de nogal-. Siempre he oído que las embarazadas están radiantes, pero tú pareces haber salido de una gripe de nueve días.
Los ojos se le llenaron a ella de lágrimas. Sabía que ya no era la hermosa modelo que él había intentado por todos los medios llevarse a la cama, pero, ¿era necesario que se lo restregase por las narices? Parpadeó, intentando controlarse. Odiaba lo sensible que se había vuelto con el embarazo.
-Es una suerte que ya no intente ganarme la vida como modelo, ¿verdad?
-No he dicho que no estés hermosa -dijo él, tomándole una mano antes de que ella pudiese apartarla-, sólo que no tienes buen aspecto. No pareces feliz.
-¿Qué quieres decir? -arrancó la mano de la suya-. ¿Que no quiero a mi niño?
Edward lanzó un suspiro de exasperación.
-Creo que el hecho de que hayas llegado al quinto mes de un embarazo complicado es suficiente prueba de que quieres a mi niño.
-No quiero a «tu niño». Lo que quiero es a este bebé.
-Es lo mismo -dijo él, sonriendo.
-Quiero a este bebé y me lo quedaré, ¿me oyes? -dijo ella, probando el melón.
-¿Te he dicho alguna vez que no lo hicieses? -sonrió él.
-Has dicho que querías a mi hijo.
-¿Crees que estoy casado con Rosalie y que, por lo tanto, deseo al bebé sin la madre? -hizo un gesto exasperado con las manos-. ¿Es eso? -la sonrisa se borró de su rostro-. Tu concepto de mí es muy bajo. La prueba de la boda de Rosalie y Emmett no tardará en llegar.
Ella no hizo comentario alguno. Hasta que no lo viese… Emmett no era el que había anunciado su compromiso con la joven heredera griega.
-Ya veo que no vale la pena hablar contigo hasta que tenga los documentos.
-No quiero hablar contigo en absoluto -reconoció ella.
Aquello era una tontería. El bebé que ella llevaba en su vientre era hijo de él también. Tarde o temprano tendrían que llegar a un acuerdo, pero él no pretendía quitarle al bebé.
-No te comportes como una niña.
Ella hizo el esfuerzo de comer un bocado de huevos revueltos, que le supieron a aserrín. Antes de conocer a Edward creía que no se alteraba fácilmente.
-Has dicho que habías abandonado tu carrera de modelo.
Ella asintió con desconfianza. ¿A dónde quería llegar?
-¿Qué haces ahora?
-Quizá viva de la generosidad de Jasper -sabía que la idea de que un hombre la mantuviese durante su embarazo lo pondría furioso. Efectivamente, así fue.
-¿Es eso cierto? -preguntó él, airado.
-Estoy viviendo con ellos -señaló ella. Tras un silencio, añadió a regañadientes-: Trabajo como traductora e intérprete para una agencia de trabajo temporal.
-¿Trabajas para extraños? -exclamó él, como si se tratase de algo sucio.
-No se diferencia demasiado de trabajar como modelo, ¿cuál es la diferencia?
-Que estás embarazada y no te encuentras bien -la recorrió con la mirada-. No deberías estar trabajando.
Si no quería que Jasper la mantuviese, ¿cómo pretendía que viviese?
-No quiero vivir de la caridad de mi hermana pequeña.
-¿Por qué no has vuelto a la casa de tus padres?
Un hombre griego tradicional que se entendía tan bien con su abuelo nunca comprendería la complicada relación que ella tenía con su madre.
-No soy bienvenida allí -se limitó a decir.
-Eso es imposible. Estás esperando su nieto. Seguramente tus padres desearán cuidarte durante este tiempo.
-Mi padre murió hace seis años y mi madre está dispuesta a que vuelva a Nueva Orleans y el seno de la familia si invento un marido ficticio que acaba de morir o vive en el extranjero. Se niega a hablar del bebé y no ha venido a visitar a Alice desde que yo estoy aquí.
-¿Y tú te negaste a inventarte ese esposo? -preguntó él, la mandíbula tensa.
-Sí.
Prefería vivir sin la aprobación de su madre a seguir simulando ser alguien y algo que no era.
-Entones, será un alivio para ella saber que el padre de tu niño está vivito y coleando y que pronto será también tu esposo.

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