sábado, 28 de marzo de 2015

Apostando por el amor Cap. 3

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Jacqueline Baird yo solo me adjudico la adaptación para su disfrute.


Capítulo 3


Bella cantaba mientras recorría el pequeño apartamento, asegurándose de que todo estuviera perfecto para la cena íntima para dos que había planeado. Le dirigió una mirada rápida al horno... sí, el asado estaba casi listo. Se irguió y miró por la ventana; había oscurecido, pero incluso por la noche, la vista era espectacular. El apartamento estaba en un edificio de cuatro pisos, situado en mitad de la colina sobre la bahía de Paleokastrista.
Edward llegaría en cualquier momento, pensó feliz cuando regresó a la sala. Era una habitación sencilla, de paredes encaladas, con una o dos fotografías de la isla que le daban un poco de color. Había un amplio y cómodo sofá-cama, un par de sillones y una mesita en el centro... los muebles mínimos para equipar un apartamento que se alquilaba a los turistas, pero a ella le encantaba.
Los tres últimos días habían sido mágicos; desde aquella tarde en la embarcación, cuando Edward la hizo suya, Bella vivía en un sueño. Sonrió al recordar. Ya había anochecido cuando al fin levaron anclas y se dirigieron al puerto después de pasar horas haciendo el amor. Edward era todo lo que ella había soñado. Un amante tierno y sensible.
Cuando al fin llegaron al puerto, Bella, confiaba en su amor, saltó a tierra para seguir las instrucciones de
Edward para atar la embarcación, y sin pensarlo comentó:
— Creo que seré una excelente pescadora.
La respuesta sonriente de Edward afirmando que estaba seguro de que así sería, sólo confirmó su felicidad… Bella frunció el ceño; la única nube en su horizonte era su madre. Antes ya había llamado a Inglaterra para hablar con ella. Sólo le quedaban cuatro días de vacaciones, y le pareció justo informar a su madre de que tal vez no regresaría a casa, ni ingresaría en la universidad en septiembre... debido a Edward. Por desgracia, la reacción de su madre no fue muy entusiasta, porque le comentó a Bella que su padre estaba en Inglaterra y que sería mejor que volviera a casa y discutiera su futuro con ambos, antes de hacer nada temerario. Bella, sin embargo, no tuvo el valor de confesarle que ya estaba comprometida en cuerpo y alma con su pescador griego.
El ruido de un coche la interrumpió y Bella corrió a la puerta.
— Edward —pronunció su nombre al abrir, y contempló el cuerpo alto y esbelto. Iba vestido con un pantalón de color crema y una camiseta del mismo tono. Estaba apoyado elegantemente contra el marco de la puerta, en una mano llevaba una botella de champán y en la otra un ramo de preciosas rosas amarillas.
— Flores doradas para una joven dorada —Edward sonrió, luego inclinó la cabeza y la besó en los labios.
Bella contuvo el aliento. Estaba muy atractivo, y de alguna manera diferente del risueño pescador de quien se había enamorado: más maduro y sofisticado. Si no lo conociera lo habría tomado por un despreocupado hombre de mundo. Movió la cabeza y su pelo castaño brilló bajo la media luz; era su Edward y estaba segura de que esa noche sería importante en su relación. Su intuición femenina trabajaba demasiado. ¿Le propondría matrimonio esa noche? Cogió las flores que él le ofrecía y de pronto, inexplicablemente cohibida, hundió la cara en las perfumadas rosas.
— Gracias, son preciosas —murmuró con voz ronca.
— Ten cuidado, amor mío —rió Edward, y deslizó un brazo sobre sus hombros—. No te olvides de las espinas. No me gustaría que hirieran tu encantador rostro.
— ¿Así que sólo me quieres por mi cara? —alzó la cabeza y lo miró, sonriente. En la seguridad de los brazos de Edward, se sentía la mujer más amada en el mundo.
— Bueno, tal vez no sólo por tu cara... tu cuerpo tiene mucho que ver en esto —le aseguró con una sonrisa lasciva.
Sus risas fijaron el tono de la velada. Cenaron en la cocina, a la luz de las velas; dos amantes en un mundo propio, bromeando y riendo mientras le hacían los honores a la típica cena inglesa que ella había preparado: cordero asado en salsa de menta, patatas asadas con pudín de Yorkshire, además de una selección de verduras.
— ¿Qué estás haciéndome? —gimió Edward, y una sonrisa indolente curvó sus labios sensuales cuando dejó la cuchara después de terminar el pudín—. ¿Llegar a mi corazón a través de mi estómago?
— ¿Te importaría? —preguntó ella sonriendo.
— No —parecía sorprendido—. Creo que no me importaría —guardó silencio un momento y entornó los ojos para estudiar el rostro juvenil de la chica. Después, se apartó un mechón de la frente con gesto impaciente y se puso de pie—. Vamos, nos terminaremos el champán en la salsa.
Bella tenía la incómoda sensación de que algo lo había perturbado, así que obedientemente cogió las dos copas y lo siguió a la sala. Pero olvidó sus temores cuando Edward, reclinado en el sofá con las piernas estiradas, le tendió los brazos. Ella dejó las copas encima de la mesita y se acurrucó a su lado, disfrutando del calor del brazo de Edward sobre sus hombros desnudos. Esa noche se había puesto el único vestido que llevaba en su equipaje: ceñido, de seda de color azul, sujeto con un cordón bajo los senos... más bien era un vestido de playa, pero como su único equipaje era una mochila, no había espacio para ropa elegante.
— Estás muy callada, cariño, ¿sucede algo malo? — le murmuró Edward al oído.
— No —suspiró—. Sólo pensaba que me gustaría tener un guardarropa con vestidos maravillosos para hechizarte —rió y deslizó, indolente, una mano sobre su pecho—. Hasta ahora sólo me has visto en bikini, con pantalón o…
— Querida mía —deslizó la boca a lo largo de su cuello y más abajo—… no me importa lo que te pongas… a decir verdad, te prefiero desnuda —tiró con los dientes del cordón bajo las suaves curvas de los senos.
Bella contempló la cabeza oscura recostada sobre su seno, alzó una mano y enredó el pelo negro entre sus dedos, encantada con esa sedosa sensación, con el sutil aroma de él, tan masculino… y tan suyo.
— El tiempo es otro problema —murmuró Bella con voz débil.
— ¿Problema? —Edward alzó la cabeza.
— Sí —se armó de valor y le explicó— Mis amigas regresarán en cualquier momento y mi billete de regreso a Inglaterra es para el viernes, dentro de tres días — el pensamiento de irse de Corfú y dejar a Edward la aterrorizaba—. No quiero dejarte —expresó. Con un dedo, trazó el contorno de sus cejas, la línea de la nariz y la generosa curva de su boca, que podía hacerla disfrutar en formas que ella jamás había creído posibles. Lo amaba con todo el corazón. Se inclinó hacia adelante, oprimió su boca contra la de él y deslizó la lengua entre los dientes fuertes.
Edward dejó que tomara la iniciativa durante un momento, antes de estrecharla con fuerza entre sus brazos; su lengua se unió a la de ella y el beso se volvió más profundo, en un estallido de pasión tan intenso que Bella sintió que un calor líquido corría por su cuerpo y la hacía arder de deseo. La chica curvó las manos alrededor de su cuello y hundió los dedos en el pelo negro, mientras Edward se sentaba sobre su regazo para luego recostarla en el sofá.
— Entonces no te vayas —murmuró Edward con voz áspera, cuando dejó de besarla y deslizó una mano sobre sus senos, para apartar el corpiño del vestido—. Quédate aquí, conmigo —sus dedos encontraron un sensible pezón, lo acarició y luego la miró a los ojos con intenso deseo—. Tú quieres hacerlo. Me deseas — señaló, bruscamente—. Tú lo sabes.
La mano de Edward sobre su seno, el destello en sus ojos y el calor de su cuerpo contra el suyo le prometían todo. Era lo que deseaba oír. Que quería casarse con ella.
— Oh, sí Edward. Sí, quiero pasar toda mi vida a tu lado —lo sintió estremecerse al oír sus palabras. Edward apartó la mano de su seno y, despacio, se echó hacia atrás para observar su bello rostro sonrojado.
— Eres muy joven, Bella... toda tu vida es mucho tiempo —declaró con una extraña inflexión en la voz.
Con un ademán cándido, Bella deslizó las manos sobre los duros hombros.
— No el tiempo suficiente para lo que siento por ti, Edward —al fin, después de dos semanas de esperar, habría un compromiso entre ellos, pensó con emoción. Edward la amaba, quería que ella se quedara; su sueño se había convertido en realidad. Apartó las manos y enmarcó el rostro amado con las palmas—. Bésame —le pidió, deseando sellar su futuro. Pero antes de que sus labios se encontraran, un fuerte golpe en la puerta interrumpió su idilio.
— ¿Esperas a alguien? —le preguntó Edward, y se apartó de ella.
Bella se apartó de su regazo a toda prisa para ajustarse el vestido.
— No, a nadie, a menos de que mis amigas hayan regresado antes —los golpes en la puerta continuaban.
— Será mejor que abras —le ordenó Edward, y se inclinó para coger su copa de champán de la mesa—. Y si puedes, deshazte de quien sea —miró la expresión acongojada de ella y sonrió—. ¡Si no es posible, podríamos ir a pescar de noche!
Aliviada al ver que su velada no terminaría de una manera tan precipitada, Bella sonrió antes de ir a abrir la puerta.
— ¿Por qué has tardado tanto? —le preguntó una voz masculina.
— ¡Papá! ¿Qué estás haciendo aquí? —logró decir antes de que su padre la abrazara con fuerza y la llevara de regreso a la sala.
— He venido a verte, la... —la soltó con tal brusquedad al ver a Edward, que la chica estuvo a punto de caer-. ¡Santo Dios! ¡Cullen! —exclamó, ignorando por completo a su hija.
Al llegar a ese punto, Bella se movió incómoda por la sala. Hacía diez años de eso y el recuerdo aún le dolía.
Podía evocar la escena como si hubiera sucedido el día anterior… su padre, un hombre alto y esbelto de pelo castaño y casi de la misma estatura que Edward aunque más viejo, estaba de pie, inmóvil, en la pequeña sala, con una expresión interrogante en los ojos claros.
Edward se había puesto en pie de un salto, derribando la mesita donde estaban la botella de champán y las copas.
— ¿Qué diablos está haciendo aquí, Swan? ¿Buscando una noticia para su inmundo periódico? —estalló, y en dos pasos estuvo a su lado y lo sujetó del cuello—. Salga de aquí antes de que le rompa el maldito cuello.
— ¡No, no! —Bella no comprendía lo que sucedía, pero el odio en los ojos de Edward era inconfundible—. Edward, él es mi padre —gritó.
El dejó caer las manos a los costados y se volvió hacia Bella. Por un momento la observó en un silencio amargo y hostil.
— ¿Este hombre es tu padre? Así que lo sabías. Todo el tiempo supiste quién era yo.
Ella se sobrecogió bajo el frío desdén y no pudo hablar: el temor le obstruía la garganta. El hombre que unos minutos antes le hacía el amor había desaparecido y en su lugar estaba un desconocido que la miraba furioso.
— ¿Es que estás siguiendo los pasos de tu padre y trabajas como periodista? —indagó con falsa suavidad.
— Pensé en ello —respondió con humildad, con la esperanza de mitigar la tensión que reinaba en la habitación.
— Debí adivinar que esa mirada inocente era demasiado buena para ser verdad. ¿Esperabas progresar en tu carrera, publicando que Cullen sedujo a una niña inocente? — sonrió, desdeñoso, y entornó los párpados—. Sólo intentadlo, Bella… tu padre o tú… y afirmaré que eres la prostituta más grande de todos los tiempos.
Bella, con las piernas temblorosas y los ojos húmedos, se esforzó en contener las lágrimas. No comprendía nada de lo que sucedía... por qué Edward, su amor, se comportaba así. Y estaba demasiado aterrorizada para preguntarlo.
— O tal vez esperabas un anillo de matrimonio, o una buena suma a cambio de tu silencio. ¡Santo Dios! Casi caí en la trampa.
Al oírlo, Bella sintió que su sueño de amor y matrimonio con su pescador se desintegraba delante de sus ojos. Miró a su padre y se sintió más herida al ver la expresión de incredulidad en su rostro.
— Maldita sea, espere un momento, Cullen. No puede hablarle así a mi hija —su padre al fin recobró la voz, pero Bella vio que Edward lo hacía a un lado para dirigirse a la puerta; se dio media vuelta y declaró:
— Swan, siempre supe que era una inmunda rata — los miró furioso a ambos—. Y su hija es igual que usted—miró a Bella a los ojos—. Por lo menos, una prostituta tiene la honestidad de poner un precio. Pero las mujeres como tú me revuelven el estómago. Desangran a un hombre antes de que el pobre tipo sepa siquiera por lo que está pagando —con una última mirada de disgusto, salió y cerró la puerta.
— Edward... —gritó desesperada, pero sabía que ya era demasiado tarde. Se desplomó en el sofá, se cubrió el rostro con las manos y se echó a llorar, con el corazón destrozado. Casi no se dio cuenta de que su padre la abrazaba, tratando de consolarla. No comprendía lo que acababa de suceder, pero las últimas palabras de Edward la habían herido hasta el fondo del alma.
— No llores, Bella, por favor. Ese hombre no merece la pena —las palabras de su padre al fin penetraron la densa capa de dolor.
— Pero le quiero —exclamó—. No comprendo — con un gemido, alzó la cabeza y miró a su padre—… Qué ha sucedido? Los dos nos queremos... —le aseguró con un sollozo.
— No sé lo que ha sucedido, Bella. Tu madre me contó una confusa historia de que querías casarte con un pescador.
— Sí, papá... con Edward. Pero...
— Lo siento, pequeña —le pasó un brazo por los hombros—. Pero Edward Cullen no es un pescador. Es un acaudalado hombre de negocios, tiene oficinas en las principales capitales del mundo. No sé lo que te habrá dicho, pero te ha mentido; posee una lujosa villa no lejos de aquí.
Mientras su padre hablaba, Bella sintió todo el peso de la traición de Edward. Se sentía enferma, y lo que era peor, humillada y avergonzada. Le había entregado su más valioso don a un embustero.
— ¿Estás seguro de que se trata del mismo hombre? —preguntó en tono de súplica, aún con la esperanza de que hubiera algún error.
— Bella, estoy seguro —le confirmó su padre con seriedad—. Y si te ha herido de alguna forma, le haré pagar por ello... aunque tenga que seguirlo durante el resto de mi vida.
Ella estudió el rostro de su padre y se desconcertó al ver en sus rasgos, por lo común plácidos, una expresión de sombría determinación.
— Si ese hombre te sedujo, pequeña...
— No, papá —lo tranquilizó—. No fue tan lejos — mintió. A pesar de su perturbación, sabía que su padre jamás ganaría si peleaba con Edward.
De pronto, tuvo sentido todo lo que la había desconcertado durante las últimas semanas. No usaba el lujoso yate para pasear a los turistas; tal vez le agradara la pesca... Las langostas que ella vio el día que se conocieron, era obvio que él las había comprado. En cuanto al tiempo que Edward pasaba con ella, ningún pescador podría permitirse eso.
Gimió al comprender que había sido una ingenua. El solo aspecto de él debió decírselo. Esa noche, cuando llegó al apartamento vestido con elegancia, por un momento se preguntó cómo era posible que un pescador pudiera pagar esa clase de ropa. Pero tal vez lo más revelador era su absoluto dominio del inglés, sin el menor acento.
Una vez le preguntó por qué lo hablaba tan bien y Edward respondió que lo había aprendido con unos amigos ingleses.
— ¿Estás segura, Bella? Conozco la reputación de ese hombre.
— Sí —declaró, y se sorprendió al oír su tono decidido, cuando necesitaba todo su control para no gritar porque el destino le había dado un golpe tan cruel. Pero interiormente reconoció el poder implacable de un hombre como Edward y su instinto le dijo que era la clase de hombre que aplastaría a su padre sin pensarlo dos veces, si así le convenía.
No podía analizar cuánto sabía, porque sus caóticas emociones le impedían pensar con claridad. Lo único que sí sabía era que su padre la abrazaba, que el hombre al que amaba no existía y que sólo le quedaba su padre.
Después, recordaría cada palabra y cada gesto y se recriminaría amargamente; pero por el momento sólo quería una explicación, una excusa para el dolor que sentía… evocó el rostro de su padre cuando entró en la sala y vio a Edward.
— ¿Cómo conociste a Edward? —preguntó Bella, apesadumbrada.
— Oh, pequeña, es una larga historia y no muy agradable.
— Por favor, papá, necesito saberlo.
— Creo que te debo una explicación, Bella —frunció el ceño al mirar el rostro confiado de su hija—, pero repito que no es una historia agradable —respiró con fuerza y continuó sin ninguna emoción— ¿Recuerdas el periódico que edito en Los Ángeles? Pues bien, hace unos meses, Edward Cullen apareció en los titulares durante un tiempo. La mujer con la que vivió durante tres años en San Francisco lo demandó, exigiendo una pensión alimenticia.
Bella palideció aún más al oírlo mencionar a otra mujer.
— ¿Sin estar casados? —le preguntó.
— Sí, Bella; en California, un hombre no tiene que estar casado con una mujer para que ella lo demande… basta con que hayan vivido algunos años como marido y mujer. En el caso de Cullen; la mujer afirmó que había vivido tres años con él en su apartamento y que Edward la había echado de allí. Recurrió a los tribunales, pero él se defendió. Aseguró que la mujer en cuestión sólo había sido su amante y que conocía cuál era la situación cuando se mudó al apartamento.
— Eso es de lo más desagradable —murmuró Bella.
— Así es, pero Cullen alegó que era un arreglo común en Europa. Le hacía regalos a la mujer cuando la veía. Declaró que cuando ella comentó que no tenía casa, él le permitió que viviera en su apartamento, pero que en ningún momento existió un compromiso entre ellos. Fue un pleito de lo más desagradable.
Bella no podía creerlo. Era algo completamente distinto de su concepto de adolescente de lo que debía ser el amor. Le parecía horrible acudir a un tribunal, no para disolver un matrimonio, sino para discutir la propia vida amorosa.
— ¿Qué sucedió? —preguntó al fin.
— Cullen ganó, por supuesto. Por desgracia para ti, querida mía. Era mi periódico, fue mi decisión que el público se enterara de la historia y apoyamos a la mujer. Cullen lo sabe y jamás me lo perdonará. Es obvio que cuando llegué y tú le informaste de que soy tu padre, debió de pensar que era una trampa... que tú y yo trabajamos juntos para obtener información sobre él.
— ¡Oh, Dios, por eso me preguntó si yo era periodista! —exclamó Bella. Lo peor era que ella había confirmado la sospecha de Edward al responder que había pensado seguir la carrera de periodismo. Y él la había interrumpido antes de que pudiera añadir que no lo haría.
— Realmente siento haber arruinado tu romance, pero como tu padre, debo decirte que él jamás se habría casado contigo. Los hombres como él nunca se casan, sólo disfrutan de la compañía de mujeres bellas.
Cada palabra de su padre era como un cuchillo que se clavaba en el corazón de Bella, pero ni por un momento dudó de que decía la verdad.
— Se sabe que tiene amiguitas en cada ciudad en donde la empresa de Cullen tiene sucursales. Oí decir que su padre está enfermo y tal vez por eso Edward está ahora en la casa de la familia, en Corfú. Odio verte decepcionada, pequeña —le acarició el pelo dorado, con suavidad, tratando de consolarla—… pero me imagino que una jovencita como tú sólo fue una diversión durante su estancia en Corfú.
Un terrible aturdimiento envolvió a Bella cuando oyó la horrible verdad, y supo que su padre tenía razón. Casi desapasionadamente, recordó la primera vez que Edward le hizo el amor y una sonrisa amarga e irónica curvó sus labios.
Casi la había poseído en la playa, pero nunca perdió el control como ella. Ahora sabía por qué; cuando se dio cuenta de que ella no estaba preparada, él se apartó con toda sangre fría y regresó nadando al yate. Sólo le hizo el amor después, cuando estuvo seguro de que no había peligro. Mientras ella soñaba con campanas de bodas y bebés de ojos oscuros, él se aseguraba de no verse comprometido a un matrimonio apresurado.
— Has tenido suerte, Bella. Por lo menos, ese hombre ha tenido la decencia de no seducirte. Eres joven y es la primera vez que te enamoras. Sé que duele, pero créeme, cariño, pronto lo olvidarás. Cuando regreses a casa e ingreses en la universidad, pensarás que fue un breve romance de vacaciones que no llegó a más.
Bella se dio media vuelta y sepultó la cara en la almohada. En cierta forma, su padre había tenido razón. Al día siguiente salieron de Corfú y ella entró en la universidad; pero ya no era la misma joven despreocupada. Ese verano en Corfú la había hecho madurar… después, en otoño, sus padres le informaron de que se iban a divorciar… por lo visto, sólo habían permanecido unidos hasta que ella saliera de su hogar.
Eso fue otro golpe para ella y durante los siguientes años vio muy poco a su padre. Luego, cuando su madre murió de forma trágica, él regresó a Londres y compró esa casa, en donde Bella vivió con él hasta su muerte. Al recordar el pasado, comprendió por qué no tenía fe en los hombres ni en el matrimonio. Cuando entró en la universidad, se dedicó a sus estudios sin participar en la vida social y evitó a los hombres como a una plaga. Se licenció en Economía y empezó a trabajar como ejecutiva en la aseguradora; hasta esa noche, se había sentido feliz con su trabajo y su estilo de vida.
Con un bostezo, se acurrucó en la cama. ¡Así que Edward Cullen había reaparecido en su vida! Pero no permitiría que arruinara de nuevo su felicidad; era una mujer madura y de éxito, no la tonta joven que él había conocido. Podría controlarlo, y, de hecho, sería agradable demostrarle a ese tipo arrogante que no podía tener a todas las mujeres que quería. A lo largo de los años había leído artículos sobre él y por lo visto no había cambiado: aún era un conquistador, mientras que Bella consideraba que ella se había convertido en una mujer fuerte y capaz… una rival digna de él. Y pensando en eso, se quedó dormida.
Bella estaba desnuda en la playa, y el mar gris embravecido azotaba el litoral mientras ella corría por la arena. Una mirada aterrorizada por encima de su hombro le dijo que aún la perseguían... era un hombre alto, moreno y sin rostro, y estaba a punto de alcanzarla; sintió su cálido aliento en la nuca y se irguió bruscamente; a lo lejos, se oyó una campana…
Bella abrió los ojos con un gemido. Estaba acostada en la cama, con el cuerpo bañado en sudor. Apartó las mantas, bajó los pies a un lado de la cama, se quitó el pelo de la cara y se inclinó hacia el teléfono, que sonaba en la mesilla de noche. « ¡Oh, Dios! Vaya pesadilla», pensó, estremecida, y descolgó el auricular.
— ¿Sí? —dijo, y oyó la voz de Alice—. ¿Qué hora crees que es? —le preguntó, y consultó el reloj a un lado del teléfono.
— Las siete… pero quería hablar contigo antes de que te fueras a trabajar. ¿Cómo resultó todo anoche con Edward? ¿Se te insinuó?
— Por favor, Alice, haz las preguntas de una en una —somnolienta, se frotó los ojos con una mano—. Todo resultó bien, me trajo a casa, se despidió frente a la puerta y no, no me besó —gracias a Dios, Alice no podía ver que tenía los dedos cruzados a su espalda.
— Bien, supongo que ya es algo. Escucha, Bella, no creo que sea prudente que salgas con Cullen. ¿Quieres que olvidemos la apuesta?
Bella se irguió al oír el tono inseguro de su amiga.
— ¿Por qué has cambiado de opinión? ¿Temes perder el buda? Según recuerdo, anoche insistías en que saliera con el señor Cullen —se burló, segura de que Alice planeaba algo.
— Sí, lo sé, pero me preocupo por ti. Sólo había visto a Edward una vez y me pareció encantador. Bien, debemos reconocerlo... ¡sí es encantador! Pero anoche hablé con Jasper y me comentó que Cullen es un brillante hombre de negocios, pero que en lo que concierne a las mujeres, es la clase de hombre que las ama y las deja. Creo que tú eres demasiado ingenua para mezclarte con un hombre así.
— ¿Ingenua? —se burló—. No lo creo, Alice.
— Sabes a lo que me refiero. Eres competente en tu trabajo, pero tus relaciones con los hombres son inexistentes.
No sé cómo conociste a Edward, ni lo que sucedió… ya me lo dirás… pero dudo de que sea el hombre apropiado para ti.
— ¿Hay algo que no me estás diciendo? —indagó Bella. La misión de Alice en la vida era encontrar un hombre para Bella, y por lo visto ahora trataba de hacer lo contrario.
— De acuerdo, seré franca. Edward Cullen regresó anoche a la fiesta. Yo sabía que te había invitado a cenar el sábado, y sin embargo, delante de mí se ofreció a llevar a Tanya a casa. ¡Vaya un descaro! —estalló, indignada.
Bella se echó a reír, pero era una risa falsa. Tanya era la rubia que había visto bailando con Edward. Ese hombre era imposible.
— Oh, Alice, me habría gustado ver tu expresión.
— A mí eso no me parece divertido. Tanya tal vez sea una excelente decoradora de interiores, pero su reputación de que prueba todas las camas que instala es muy conocida. No era la clase de cita que yo tenía en mente cuando hice la apuesta contigo.
— Lo siento, Alice. La apuesta sigue en pie —se oyó decir Bella con firmeza—. Míralo desde mi punto de vista. Me llevará a cenar, me ganaré el buda y él no obtendrá nada a cambio, excepto mi compañía. Puede entregarse a sus instintos más bajos con la encantadora Tanya.
— Es un juego peligroso… Cullen es un hipócrita. No te iba a decir nada, pero anoche Jasper reconoció que hacía una semana estaba enterado de la fiesta… los muchachos se lo dijeron en la oficina. No me comentó nada para no disgustarme, pero cuando se lo mencionó a Cullen, él insistió en acompañarlo anoche pare recoger unos papeles que no eran importantes, después de que se enteró de que tú asistirías. La semana pasada, cuando estuvo en Surrey, vio una fotografía tuya, y Jasper piensa que le interesas —le advirtió—. Pero supongo que tú sabes lo que haces. Por lo menos, eso espero.
Bella se quedó inmóvil un momento después de colgar el auricular, pensando en la conversación con Alice.
De manera que Edward sabía que ella estaría allí. Pero, ¿por qué se había molestado, después de tanto tiempo?
Frunció el ceño… por supuesto, la explicación era muy sencilla. Edward estaba en Londres por primera vez desde hacía mucho tiempo... le sería más fácil reavivar una vieja llama, llevarla a cenar y luego a la cama, que buscar a otra mujer y perder tiempo desarrollando una relación.
Sonrió. Era bueno saber que Alice se preocupaba por su bienestar. Pero la información acerca de Edward y Tanya sólo sirvió para reforzar su determinación. Por una vez, Edward se encontraría con una rival a su medida, se prometió.
Más tarde, cuando entró en el vestíbulo de la aseguradora y vio a Ángela en la recepción, el rostro hinchado y los ojos enrojecidos de la joven reavivaron su cólera. Bella había sufrido lo mismo que ella a manos de Cullen. Jamás se había considerado una persona vengativa, pero un intenso deseo de desquitarse con Edward por ella y por todas las mujeres que habían sufrido en manos de nombres así, invadió su mente lógica. Confiada, se dijo que esta vez ella cambiaría las reglas del juego a ese engreído. Esperaba con ansia el sábado por la noche.

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