sábado, 28 de marzo de 2015

Vidas Secretas Cap. 5

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de S. Meyer y la historia es de Lucy Monroe yo solo la adapte para su disfrute.

Capítulo 5


Ese es un chiste de mal gusto.
-No es broma, pethi mou -dijo él, con una mirada impenetrable.
-Deja de llamarme así, ¿quieres? Es un apelativo cariñoso, un insulto en estas circunstancias.
-¡Mi proposición de matrimonio es una broma y un término cariñoso un insulto! -exclamó él, apartando el plato con un gesto airado, inusual en él-¿Nada te viene bien? Estamos hablando en serio.
-¿De qué? ¿De tu intento de bigamia?
-¡No estoy casado, porras! -exclamó él, dando un puñetazo a la mesa.
Ella lo miró con un poco de temor, creyéndolo casi, pero quería demostrarle lo duro que era que dudasen de tu palabra.
-Eso es lo que has dicho. Suponiendo que te creyese, ¿por qué iba tu hermano a casarse con tu prometida?
-Como te dije anoche, mi relación contigo dejó a mi familia estupefacta -el dolor ensombreció sus facciones-. El periódico se encargó de puntualizar que habíamos estado un año juntos. A mi hermano le horrorizó lo que le había hecho a Rosalie, no podía tolerar que la hiciese quedar como una imbécil, mancillando así el honor de nuestra familia.
-¿Y se casó con ella? ¿No habría resultado igual de eficaz que tú lo hicieses? No puedo creer que dejases que tu hermano se casase con tu prometida.
-Él la convenció de que huyera con él. El orgullo de ella quedaba redimido, el honor de la familia intacto y ahora estoy libre para casarme contigo.
La miró como si esperase que ella diese un salto de alegría y lo felicitase. Le dieron ganas de echarle el café encima.
-Fantástico. Puedes casarte con tu amante encinta ahora que la virginal prometida ha volado de la jaula. Te lo agradezco, pero no, gracias.
-¿Crees que nuestro hijo te agradecerá que le niegues su herencia, su familia griega, su papel como heredero mío?
-No es necesario que estemos casados para que conviertas a nuestro hijo en tu heredero ni para que seas parte de su vida. Puedes tener derechos de visita.
-¿De qué serviría? Vives del otro lado del océano. ¿Cómo podré ser su padre con dos continentes y un mar separándonos?
-No lo sé -dijo ella, poniéndose de pie con cuidado. Tenía un trabajo dentro de dos horas y tenía que atravesar la ciudad para llegar-. Siento no tener todas las respuestas en este momento. Me dejaste plantada hace tres meses, seguro de que el bebé no era tuyo. Lo de compartir al niño contigo es nuevo para mí.
-¿Dónde vas? -preguntó él, poniéndose de pie también.
-Tengo que trabajar dentro de dos horas. He de arreglarme.
-Te dije que no te quitaría los ojos de encima.
-Entonces, ven -le ofreció ella con sarcasmo-, pero yo voy a trabajar.
Lamentó haber hablado a la ligera. Edward insistió en hacer, precisamente, aquello. Se negó a tomar un taxi e hizo llamar a su coche para ir en él con la protección de sus dos guardaespaldas. Luego, no quiso quedarse en él mientras ella hacía el breve trabajo de interpretación para el grupo de turistas franceses. Bella iba delante con la guía turística, traduciendo el rápido monólogo de ésta sobre el Empire State Building al francés, detrás seguían los turistas y Edward cerraba la retaguardia flanqueado por su escolta.
Habría resultado cómico si ella hubiese estado menos cansada y estresada.
Cuando finalmente se sentó en el coche para que la llevase al hotel, se alegró de no tener que esperar un taxi. No le quedaban energías ni para mirar por la ventanilla de la limusina las luces de la ciudad decorada para Navidad. .
Al verla tan exhausta, él insistió en parar a comer en uno de los muchos restaurantes italianos de categoría de Manhattan.
Bella accedió desde su dormitorio a la sala principal de la suite cuando Edward se apartaba del fax con varias hojas de papel en la mano. Lo había evitado desde que volvieron de comer con el sencillo recurso de echarse una siesta y había dormido como hacía tiempo que no lograba hacerlo.
-La prueba -dijo Edward, mostrándole los papeles.
-¿La prueba? -dijo ella, que todavía estaba un poco dormida. No se dio cuenta de lo que él hablaba hasta ver lo que ponía en la primera página-. Oh.
Era una licencia matrimonial en griego. Ella sabía leerlo perfectamente y el nombre que ponía era sin ninguna duda el de Emmett Cullen, no Edward. La segunda era una foto de Emmett y Rosalie con sus galas de boda. Rosalie parecía un poco aturdida; Emmett satisfecho y orgulloso. Otro típico Cullen
La tercera era una carta de Emmett confirmando en inglés lo que Edward le había dicho. Suspiró aliviada. Intentó convencerse de que ello se debía a que no tendría que preocuparse de las complicaciones de lidiar con la madrastra de su bebé, pero su corazón se rió de ella, lo cual le dio un miedo terrible.
-¿Por qué estaba Rosalie en nuestro piso? -dijo, sin darse cuenta del lapsus linguae hasta verle la expresión de aprobación en el rostro-. Quiero decir, «tu piso» -se corrigió.
-Yo he tenido que quedarme en Grecia desde el primer paro cardíaco del abuelo. Emmett y Rosalie se mudaron a París para que él pudiese ocuparse de nuestra filial francesa. Les di el apartamento de regalo de boda.
-¿Sentías la conciencia sucia por avergonzarla en público y entonces le regalaste el piso del que me habías desalojado?
Edward le lanzó una mirada de enfado y se acercó a ella con paso amenazador.
Bella retrocedió hasta encontrar que la pared le impedía seguir.
-Era broma -dijo débilmente.
-Esto no lo es.
Luego la boca de él se cerró sobre la de ella y Bella se olvidó de que él lo hacía para castigarla. En lo único en que podía pensar era en lo increíble que era sentir su sabor, su aroma, su calor, su deseo.
Le metió las manos por debajo de la chaqueta y sintió los fornidos músculos bajos sus dedos. Él se estremeció y el júbilo la invadió al sentir el poder que tenía sobre aquel hombre. Edward la abrazó, apretándola con su cuerpo, pero aquello no era lo suficientemente cerca.
Ella comenzó a desabrocharle los botones de la camisa y él a levantarle el jersey.
El abultado vientre femenino quedó expuesto y él se lo acarició, recorriendo cada centímetro cuadrado de su piel. El bebé se movió y Edward dejó de besarla para mirar con reverencia el distendido abdomen. El bebé le dio un puntapié justo en la palma de la mano y Edward cerró los ojos, conteniendo el aliento.
-Mi hijo -dijo, lanzando un largo suspiro y mirándola a los ojos.
-Sí -susurró ella, incapaz de negar aquella conmovedora reivindicación.
Los ojos verdes brillaron de triunfo antes de que su boca cubriese la de ella nuevamente con tanta ternura que ella sintió que las lágrimas le resbalaban por las mejillas. La besó como si fuese la primera vez mientras sus manos continuaban explorando el nuevo contorno de su cuerpo. La posesiva caricia, sumada a la ternura de aquel beso, minaron totalmente cualquier resistencia que Bella pudiese tener, permitiéndola entregarse a él sin un murmullo.
Le había desabrochado los botones y sus yemas acariciaban los endurecidos pezones masculinos cuando un estridente campanilleo se filtró entre la pasión que le empañaba la mente.
-El teléfono -dijo, arrancando los labios de los de él.
Con los ojos vidriosos de deseo, intentó seguir, pero ella apartó el rostro.
-El teléfono -repitió ella, dando un respingo cuando lo volvió a oír.
Edward le cubrió el abdomen con los suaves pantalones elásticos y le bajó el jersey de crochet.
-Esto todavía no ha acabado -dijo y luego se volvió a atender el teléfono.
Ella se dirigió al otro extremo de la suite en su afán por poner distancia entre los dos. Creyó haber superado la atracción que sentía por Edward, segura de que sus sentimientos habían muerto, pero estaba claro que, si bien no lo amaba más, lo seguía deseando. Su trémulo cuerpo así lo confirmaba.
-Sí, abuelo -dijo Edward y se quedó escuchando-. Lo recuerdo -le lanzó a Bella una mirada-. Ya me estoy ocupando de ello.
¿Por qué tenía ella la sospecha de que «ello» era algo relacionado con ella?
Edward hizo algunos comentarios más en griego, le preguntó a su abuelo por su salud, escuchó atentamente, se despidió y colgó. Se giró hacia ella y Bella no pudo contener un estremecimiento al ver el brillo de deseo en sus ojos.
-Eso fue un error -dijo, retrocediendo, a pesar de que él no se había movido.
-A mí no me parece que lo haya sido, pethi mou.
-No estoy dispuesta a volver a acostarme contigo, Edward.
-¿De veras? Ya lo veremos -dijo él suavemente.
-Me parece que llamaré al servicio de habitaciones. Tengo hambre.
Su apetito había aumentado en los últimos dos días. Ojalá se acabasen las horribles náuseas matinales de una vez por todas.
-Tengo una idea mejor. Salgamos.
-No lo sé... -dijo, porque existía el riesgo de que los viese un fotógrafo.
-Nos podemos quedar aquí, si lo prefieres -dijo él con expresión sensual.
-Iré por mi chaqueta.
La cálida luz de las velas iluminaba de una forma demasiado íntima la mesa de Bella y Edward. La había vuelto a sorprender al llevarla a un restaurante donde se reunía la sociedad más sofisticada de Nueva York. La poca iluminación no impidió que la gente los reconociese y les lanzase miradas subrepticias.
Bella intentó concentrarse en la comida y no prestar atención a su seductor acompañante. Edward le había pedido una cena mucho más abundante que lo habitual y ella se sorprendió al consumir casi todo. Lo mismo le había sucedido al mediodía. Al menos, aquello le despertaba el apetito.
-Isabella...
-Mi nombre es Bella -lo interrumpió ella-. Isabella Dwyer ha muerto.
-¿No pensabas volver a la pasarela después de que naciese el bebé? -preguntó él, indicando al hablar en pasado que ella tenía ahora otros planes.
-No.
-¿Por qué? -preguntó él, sonriendo y el pulso de ella se desbocó.
-Ese tipo de carrera no me permitiría estar todo el tiempo que quisiera con mi bebé. Además, sería demasiado difícil mantener dos vidas separadas teniendo que criar a un niño. Bastante difícil es ya la vida de una modelo sin hijos.
Él se quedó un largo rato pensativo.
-Explícame nuevamente el motivo de la imagen de Isabella Dwyer.
-Mi madre no aprobaba que me pusiese a trabajar. «Las mujeres de la familia Swan no trabajan» -dijo, imitando el suave acento sureño de su madre-. Pero lo que realmente le molestó fue que eligiese ser modelo. La idea de que su hija recorriese la pasarela en traje de baño o en ropa interior, la ponía histérica.
-¿Preferiste crear una nueva personalidad para poder ser modelo?
-No tuve más remedio. Era eso o ver que mi madre lo perdía todo y que echaban a mi hermana del internado por no pagar la matrícula.
-Pero... ¿y tu padre, dónde estaba?
-Muerto.
-Qué pena. Recibe mi pésame retrasado.
-Gracias. Era un hombre encantador, un coleccionista de fósiles. Le interesaban los huesos, no los negocios. Sin que lo supiésemos, llevaba dos años viviendo de créditos cuando murió.
-¿Cuándo sucedió?
-Hace seis años. Yo acababa de terminar mi último curso en «Notre Dame de Verger» y gracias a Dios el primo de una compañera de colegio me había propuesto que le sirviese de modelo para su revista -tomó otro bocado de sus fettuchini con langosta, que estaban deliciosos.
-"Notre Dame de Verger» parece el nombre de un colegio de monjas francés.
-Efectivamente. Hace seis generaciones que las niñas de la familia Swan vamos a ese colegio.
-¡Con razón te resultó fácil simular que eras francesa! Tu acento es impecable, tus gestos a veces resultan franceses y tu aspecto es europeo.
-Sí -dijo ella, que había elegido Francia para el debut de Isabella Dwyer precisamente por esos motivos-. No hay mucho más que contar -hizo una mueca-. Mi madre desoyó las citaciones que se le hicieron hasta que el sheriff se presentó para desalojarnos de nuestra casa. A Alice todavía le quedaban dos años de colegio...
-Y te pusiste a trabajar.
-Con un nombre supuesto para evitar que mi madre se molestase.
-¿Pero no funcionó? ¿No aceptaba que trabajases?
-No -sonrió tristemente-. Siempre me he sentido culpable de haberle fallado, pero no se me ocurría otra solución: no tenía estudios universitarios, era jovencita, y parecía que la carrera de modelo era mi única opción. El primo de mi amiga me ayudó asegurándose de que los únicos que supiesen la conexión entre Bella Swan y Isabella Dwyer fuésemos él y mi familia y yo.
-Así que este hombre sabía que eras Bella Swan, pero yo, tu pareja durante un año, no lo sabía -dijo él, mortalmente ofendido.
-Estamos empatados: yo tampoco sabía nada de Rosalie -dijo ella y tomó un trago de agua fresca. Tanto hablar le había secado la garganta.
-No aceptaste nunca trabajos en Nueva York para no herir las susceptibilidades de tu madre -dijo él, sorprendiéndola al no enfadarse-. Sin embargo, eras bien conocida en Europa.
-Sí, pero sólo como una modelo francesa, no una súper modelo. Lo más cercano a la fama fue convertirme en tu amante, pero tú lo mantuviste en secreto.
-Del todo, no -dijo él enigmáticamente-. Tu madre tendría que estar orgullosa.
-¿Orgullosa? -exclamó ella con una carcajada de regocijo-. ¿Su escandalosa hija, que además de trabajar se quedó embarazada sin casarse? Todavía no me había perdonado que no hubiese salvado la casa familiar. A este paso, seré la oveja negra de la familia para toda la vida -intentó esconder el dolor que aquello le causaba. No quería que él viese sus debilidades.
-¿Tu madre perdió su casa?
-Mis ingresos como modelo permitieron que mi madre siguiese vistiendo sus trajes de Chanel y mi hermana acabase su educación. Se licenció en Smith un mes antes de casarse con Jasper el año pasado -dijo, orgullosa con los logros de Alice. Suspiró- Pero el dinero no alcanzó para cancelar las hipotecas que pendían sobre la mansión ni para los salarios del personal. Mi madre se vio obligada a venderla y mudarse a un piso con una asistenta. Aunque está en un barrio elegante de Nueva Orleans, no es la Mansión Swan.
-¿Y te culpa a ti por ello en vez de a tu padre, que os dejó llenas de deudas?
-Mamá no me culpa, pero se enfadó cuando no abandoné el trabajo después de la venta. Hubiese preferido que me consiguiese un marido rico en vez de trabajar para mantenerlas. Pero yo quería casarme por amor, no por dinero.
-Entonces, tendrías que estar contenta de casarte conmigo. Si lo que dijiste en Chez Renée era verdad, puedo darte ambas cosas.
-Era verdad entonces -tanto que su corazón todavía sangraba después de la ruptura-, pero ya no te quiero.
-No puedo creer que una mujer con un carácter como el tuyo pueda dejar de amar al primer signo de adversidad.
Ella comenzaba a tener la horrible sospecha de que él tenía razón, pero no estaba dispuesta a darle el gusto de reconocerlo.
-Yo no llamaría «primer signo de adversidad» a que me echases con viento fresco para poder casarte con otra. Esperé una semana entera que cambiases de opinión, Edward. Ni siquiera me llamaste. No estabas dispuesto a cancelar la boda por el bebé.
Yo no te importé en aquel momento y tampoco te importo ahora. Lo que quieres es el niño y no soy tan tonta como para olvidarlo.
La mano masculina apretó la copa con fuerza. Todavía la tenía vendada.
-¿Cómo te heriste? -le preguntó ella al vérsela-. No te lo he preguntado.
Él dejó la copa con cuidado y luego la miró con expresión atormentada.
-Cuando Alice me dijo que estabas muerta, la apreté tanto que se rompió.

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